Elrond los había encontrado en su escritorio. Un fajo de papeles, escritos hacía largo tiempo por un viejo amigo. Las paginas estaban amarillentas por la edad pero los garabatos característicos todavía eran visibles. Le había llevado un tiempo sucumbir a las peticiones de sus hijos, pero cuando finalmente se había decidido, lo había hecho bien. Había descrito exactamente como había llevado a cabo aquello que deseaban recrear. Nunca habían sido capaces, por supuesto, pero los había mantenido alejados de las travesuras durante algunos días.
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El largo y caluroso atardecer estaba llegando a su fin. Glorfindel se alegro de de abandonar el cargado y sofocante aire de su estudio, donde había pasado el día. Elrond estaba ocupado preparándose para la llegada de visitantes importantes, y había sido un duro día de trabajo para asegurarse de que todo iba a estar en su lugar.
Del rio llegaba una ligera brisa que refrescaba su piel mientras caminaba hacía el ala sur de la casa. Como Celebrían y Elrond estaban ambos ocupados y sobrecargados de trabajo, se había ofrecido a echarles un vistazo a los muchachos y permanecer con ellos hasta la hora de la cena.
Curiosamente estaban muy callados, pensó mientras entraba en las habitaciones privadas de la familia. Quizá solo guardaban sus juegos más ruidosos y sus conversaciones para cuando él estaba presente, pero incluso si así era, la casa estaba increíblemente tranquila. Todo lo que podía oír era una voz, supuso que era la de Elrohir, persuadiendo de algo a alguien. Deseó que aquello no fuera otro de los "planes" de Elladan.
Llamó suavemente a la puerta de madera de la habitación de los muchachos mientras entraba. La habitación era luminosa y espaciosa, con ventanas altas para evitar que pequeños elfos las escalasen. Una encimera recorría uno de los lados con palanganas de agua caliente y en el lado contrario un armario contenía túnicas y capas de colores brillantes. Los muebles eran sencillos con solo dos camas y un par de cuadros que completaban la decoración.
En una de las camas las sabanas habían sido dispuestas en forma de una pequeña tienda. Elrohir estaba arrodillado en la cama, tirando de las sabanas mientras intentaba persuadir a su hermano de que saliese. Al ver a Glorfindel llegó corriendo y alzando los brazos. El elfo adulto accedió a cogerlo y lo colocó sobre su cadera.
—Glorfindel, Elladan no quiere salir—murmuró Elrohir con seriedad en su oreja.
Glorfindel suspiró. Lo último que quería era tener a Elladan en modo testarudo. Sin embargo aquello no era culpa de Elrohir.
—¿No quiere? —le respondió Glorfindel con un susurro—Una pena, porque se lo va a perder.
Elrohir miró con tristeza a la otra cama, con el montículo mirando en dirección opuesta, mientras Glorfindel lo sacaba de la habitación, hablando alto y claro.
—Vamos, Elrohir, debes tener hambre y tengo unos pasteles que ya no me caben en el estomago.
Sin embargo, un rato más tarde Elrohir había acabado con la cara pegajosa pero Elladan todavía no había aparecido. Glorfindel esperó, preguntándose qué podía andar mal. Quizá el niño se había hecho daño o estaba angustiado por algo.
—Ve al jardín, Elrohir— Glorfindel se puso de pie, entregándole al muchacho un trapo húmedo. Elrohir se limpió las manos y se lo devolvió.
—Pero Elladan . . .
—Voy a buscar al quejica de tu hermano— Glorfindel sonrió tranquilizadoramente mientras limpiaba las migajas de la cara de Elrohir.
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—Elladan— Glorfindel se sentó en el borde de la cama, mirando al obstinado montón de sábanas.
No hubo respuesta.
—Elladan, ¿puedo entrar? —Glorfindel llamó suavemente sobre las sábanas tirantes.
Al principio no hubo respuesta, pero de repente Glorfindel se encontró engullido por la ropa de cama y se giró para quedar cara a cara con el niño. Elladan todavía estaba vestido con su arrugada túnica de entrenamiento y con los labios apretados, señal clara de que se encontraba disgustado.
—Gracias Elladan— Glorfindel rodeó al muchacho con un hombro y se sorprendió cuando Elladan trepó hasta su regazo y enterró la cara en sus ropas. Estaba caliente y bastante desaliñado, pero era sorprendentemente confortable abrazarlo.
Glorfindel lo acunó un rato hasta que el calor bajo las sabanas fue insoportable y lo sacó fuera, al aire fresco de la habitación.
— Glorfindel— Elladan hablaba en voz tan baja que Glorfindel tuvo que inclinarse para escucharlo —.Me han puesto en el grupo de los malos
Glorfindel, al no tener un hijo pequeño, no había prestado mucha atención a los anuncios sobre el entrenamiento de los niños
—Tú no eres malo, Elladan. Solo un poco travieso.
—Elrohir está en el grupo de los buenos. ¡Me había entrenado tanto! —Elladan terminó la frase con un gemido y enterró la cara todavía más en el pecho de Glorfindel.
Glorfindel frotó la espalda del niño para reconfortarlo, esperando que Elladan no se echase a llorar. A pesar de tener un milenio cumplido, no tenía ni idea de cómo lidiar con un pequeño elfo lloroso. Especialmente cuando era en parte culpable de lo que había ocurrido.
— Eso no importa—dijo Glorfindel intentando sonar convincente— Aprenderás las mismas habilidades.
Elladan levantó la cabeza y miró a Glorfindel con tristeza.
—¡Pero yo quería que me eligieran! Me había entrenado tanto...
—Lo sé—Glorfindel sacudió la cabeza mientras dejaba a Elladan de pie en el suelo y le entregaba una túnica limpia. No había nada que pudiera hacer para aliviar al muchacho.
Sorprendentemente, Elladan se lavó obedientemente, se cepilló el pelo y se puso la túnica. Glorfindel le dio un último abrazo antes de llevarlo fuera donde Elrohir vino al instante brincando hacia ellos.
— ¡Mira Elladan!¡He encontrado un sapo!—dijo corriendo por el jardín. Elladan, olvidada su tristeza, salió disparado tras él.
Glorfindel meneó la cabeza mientras los veía desaparecer entre los árboles, para reaparecer de nuevo momentos después persiguiendo algo. Se acomodó en un banco de piedra en una esquina soleada del jardín ignorando los habituales salpicones, gritos y golpes que acompañaban el juego de los jóvenes gemelos. Ciertamente, reflexionó más tarde, quizá se había relajado demasiado.
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Mithrandir aparentaba ser un hombre viejo, pero no había perdido facultades. Mientras avanzaba lentamente por la sombra del camino pavimentado que llevaba a Rivendell se sintió observado.
Se dio la vuelta y se apoyó sobre su vara mientras contemplaba el camino que discurría cuesta abajo, hacia el rio. Entre los árboles del suelo llano del valle podía ver varios claros grandes delimitados por enormes troncos. El sol se estaba poniendo sobre las montañas distantes, enviando rayos de luz rojiza sobre el desgastado césped donde altos elfos se acicalaban después de llevar a cabo alguna actividad.
Al principio pensó que quien lo observaba sería algún niño jugando, puesto que la fila de árboles que bordeaba el camino era un buen lugar donde esconderse. Pero juzgando el pequeño tamaño del equipamiento presente, el entrenamiento había finalizado y todos los jóvenes elfos deberían haber vuelto a casa para entonces.
Bajó las cejas, profundamente concentrado en sus preocupantes pensamientos, mientras subía las escaleras hacia el patio de Rivendell. Ya iba siendo hora de que todos se reuniesen, aunque habría algunos que no querrían escuchar lo que tenía que decir.
Un ligero ruido de algo raspando en el camino, detrás de él, hizo que se girase bruscamente. Mithrandir contempló con curiosidad el sendero vacio y el ondular de las ramas de los arbustos a los lados. Sonriendo para sí mismo continuó adelante. Esperaba que, quien quiera que fuese el pequeño elfo que lo seguía tan silenciosamente, consiguiese mantener su habilidad para desaparecer sin ser visto u oído más tarde. Se había adentrado en el jardín privado de Lord Elrond y haberse atrevido a irrumpir en él no iba a ser contemplado con ojos benevolentes..
Se apresuró, intentando parecer lo más aburrido posible, esperando hacer desistir a su sombra de continuar antes de ser detectado y llevarse una reprimenda. Un ligero crujido en las hojas que había detrás de él lo distrajo durante un segundo y por ello no se dio cuenta de que había un niño escondido hasta que salto entre las ramas aterrizando con suavidad en el camino frente a él.
—¡Alto intruso!
El muchacho, obviamente, no sufría de timidez. Mithrandir bajó la vista para encontrar a quien había dado la orden
—Buenas tardes, joven elfo. —dijo Mithrandir con amabilidad mientras contemplaba al niño que tenía ante él. Era muy joven. Tan joven que suponía que había nacido en los años que habían pasado desde la última vez que había puesto el pie en Rivendell.
—¡Alto!
El muchacho blandía una espada de entrenamiento bastante maltrecha, pero era obvio que no tenía ni idea de qué hacer con el intruso al que había abordado.
De repente, Mithrandir se echó a reír. Había algo en las cejas oscuras, torcidas en una mirada feroz, que resultaba demasiado familiar. Así que Celebrían le había dado a Lord Elrond un hijo.
El muchacho pareció sentirse herido y pinchó al mago con su espada, guiándolo hacia una esquina. Hizo un rápido movimiento con la mano y tras un ruido apareció en el camino otro muchacho idéntico que también llevaba una espada. Con bastante desgana ocupó su lugar junto a su hermano.
Dos hijos. Bueno, las cosas habían pasado más rápido de lo que esperaba.
—¡No te rías de mí, extraño!—ordenó Elladan con una voz tan insegura que delataba lo que sentía
Mithrandir intentó que no se notase cuanto le divertía la situación. Estaba atrapado. A pesar de que las dos espadas de entrenamiento no eran rival para el arma que llevaba colgada al costado, las consecuencias de levantar un arma contra los hijos de Elrond sería ciertamente terrible.
Mithrandir se sentó, sacó la pipa y la encendió.
Elrohir miró indeciso a Elladan, que le devolvió la mirada. No habían contado con que su prisionero iba a actuar de aquella manera. Elladan se adelantó acercando el filo a la cara del mago
—¡No te muevas!
La orden fue inecesaria. Mithrandir no tenía intención de hacerlo. Había visto a su salvador llegando: un destello de pelo dorado entre los árboles distantes.
—Mithrandir—. La voz clara de Glorfindel resonó por el jardín mientras caminaba hacia ellos.
Mithrandir rió en voz baja mientras los dos muchachos se giraban con aire culpable para mirar al elfo rubio.
—Así que ya habéis... —Glorfindel se detuvo, mirando a los gemelos.— encontrado a Mithrandir.
Los gemelos se removieron inquietos y Elrohir bajo su espada y se retiró hacia atrás. Elladan se giro dubitativamente hacia Glorfindel y bajó la espada ligeramente
—Elladan cálmate —dijo Glorfindel, tan divertido como Mithrandir —Esa espada esta casi en el cuello de Mithrandir y sabes que tu padre no te ha pedido que la coloques ahí.
Elladan obedeció despacio, mirando con preocupación a su hermano. Ninguno tenía muchas ganas de que su padre se enterase de aquel incidente.
Libre al fin, Mithrandir se levantó apoyándose en su vara. Ambos muchachos la miraron fascinados, al ver como la parte de arriba comenzaba a brillar suavemente.
— Eso es magia— murmuró Elrohir con asombro a su hermano.
Mithrandir sonrió, con las esquinas de los ojos arrugándose ligeramente mientras hablaba.
— Si, Maese... —Mithrandir se detuvo y miró a Glorfindel en busca de ayuda.
—Elrohir—continuó Glorfindel poniendo una mano sobre el hombro del muchacho.
—Bien, Maese Elrohir, esto es magia, ciertamente.
El mago murmuró un par de palabras y movió la vara. Dos pequeños orbes de luz amarillenta aparecieron y flotaron hacia los muchachos. Con los ojos abiertos como platos, los niños se escondieron detrás de Glorfindel y se asomaron detrás de sus ropas.
Mithrandir y Glorfindel rieron con ganas mientras el mago recogía los orbes con las manos y los hacía desaparecer.
—Vamos Mithrandir. Elrond estará esperando.
Glorfindel cogió las pequeñas manos de los muchachos y subió las escaleras. Elladan miró hacia atrás con reproche a Mithrandir, que los seguía. Quizá, si tenían mucha suerte, la memoria de aquel anciano sería tan mala que se habría olvidado del incidente antes de llegar al estudio de su padre.
Quizá.
