Ya sé, ya sé, sé que tardé, pero la inspiración dijo adiós, ahorita vuelvo, y hace apenas dos días regresó y al parecer quiere quedarse, porque ya casi tengo el siguiente casi listo. Pero no prometo nada.

Pero sin hacerlos esperar más, ¡a leer!


Capítulo 5: Ángel caído


Me levanté de la cama y di un par de vueltas por el centro de mi pequeña e insulsa habitación, sintiendo la fría madera bajo mis pies desnudos, siendo tan consciente de cada crujido de la superficie casi podrida en la que caminaba. Estaba harta, hastiada y horriblemente cansada de estar encerrada, quería salir, quería correr muy lejos, ir con mis amigos, respirar otro aire que no fuera el de la humedad, pero se suponía que así tenía que ser, que era una maldita prisionera y esta habitación era mi celda, una mejor de lo que merecía y hasta más de lo que yo hubiera ofrecido a mis propios prisioneros.

¡Aun así, aun así, estaba harta!

Me detuve justamente en medio, mirando hacia la puerta, tentada una vez más de ir hacia ella y girar la manija para intentar escapar de aquí, aunque sabía que ni siquiera alcanzaría a abrirla, que alguna alarma sonaría y todos aparecerían. Y si por casualidad nada sonara y nadie viniera, no es como si pudiera ir lejos con tantos habitantes en este lugar, sin varita y sin un plan infalible. Oh, si la tuviera conmigo, si tuviera al menos tres minutos mi varita conmigo, ya los habría matado a todos.

Me pasé una mano por el cabello y me obligué a respirar con fuerzas y cerrar los ojos para no perder la paciencia, los estribos, intentando relajarme para no gritar y dejar mi mente tan en blanco y vacía como me fuera posible, empujando cada desesperada idea, cada caótico pensamiento atrás de mi casi completa barrera.

Además, no podía echar a perder mi trabajo, pues desde aquella noche de mi colapso, había empezado a trabajar nuevamente en mi barrera mental, como una principiante, una novata que tenía que ir paso a paso. Levantándola poco a poco, sobre todo para no agotarme y terminar más adolorida que aliviada, reforzándola como si de titanio se tratara. Y a pesar de que el hecho fuera tan insultante, debía reconocer Snape había hecho un buen trabajo cuando entró en mi mente, había sostenido los cimientos de mi barrera con su propia Oclumancia, un favor que le debería y pagaría tarde o temprano, lo sabía, después de todo, un Slytherin no hace nada a favor de un Slytherin sin recibir nada a cambio.

Pero no era momento de preocuparme por eso, pues lo que tenía que hacer ahora era mantener mi mente en su sitio y no dejar que la aparente locura y muerte se adueñara de ella una vez más. Porque si debía creer en algo que dijo Snape esa noche, era que Draco, Theo y Blaise confiaban en mí, confiaban en que me sabría mantener con vida, y yo no podía defraudarlos matándome.

Abrí los ojos y volví a respirar tan profundamente como mis pulmones lo permitieran. Me giré hacia la ventana, hacia la pálida luz del día entrando que apenas alcanzaba a iluminar la mitad de este diminuto cuarto. No pude evitar reprimir una vez más la desesperación, pues nuevamente no sabía cuánto tiempo había pasado, no sabía cuantos días más estuve en un aparente limbo entre el sueño y la vigilia, porque después de haber terminado de cenar en compañía del profesor Lupin y Snape, había caído dormida sin importarme nada más, sin importarme si se iban o quedaban, o si es que hablaban de algo importante, algo que pudiera ayudarme. Así de grande tuvo que ser mi cansancio para que no intentara obtener algo de ellos.

En los días siguientes, sólo fui consciente de abrir los ojos cuando alguien más me despertaba, normalmente el profesor Lupin que se había tomado en serio eso de cuidar de mí, vigilar que comiera tres veces al día, absolutamente todo lo que pusiera en el plato, para que recuperara mi salud. No sabía por qué lo hacía con tanta persistencia, pero sospechaba que era por aquellas palabras extrañas de Snape que él pareció acatar.

Pero, en fin, a mí todo este trato me resultó hasta cierto punto desconcertante y más de una vez me tuve que morder el labio o la lengua para no decirle al profesor que no debería ser tan bueno con una prisionera, que así no era como tenía que ser, que así no me debería de tratar. Pero eso sería tan estúpido de mi parte y una serpiente podía ser todo lo que estos leones pensaran, lo más malvado y cruel que imaginaran, pero jamás estúpidos, así que en vez de eso lo disfruté y aproveché, después de todo necesitaba recuperarme por si volvían a intentar sacarme información.

Durante mis pocos momentos lucidos, aprovechaba para ir al baño, asearme y luego volver a dormir. Cuando despertaba de nuevo, era para comer y si podía mantenerme despierta por casualidad, trabajaba en mi cabeza. Me sentaba en medio de la cama e iba reconstruyendo mi mente, no de un sólo golpe como él lo dijo, sino bloque por bloque, lo que podía dejarme somnolienta y agotada a los pocos minutos al parecer.

Di una vuelta más y luego caminé una vez más en círculo, antes de tirarme sobre la cama, mirando hacia ese techo cada vez más negro, cubierto de humedad y suciedad, recordando como hace varios días, en una de esas comidas que me traía el profesor Lupin, una excesiva cantidad de cosas verdes, una pieza de pollo y la poción de suplemento alimenticio que sabía a hígado y cebolla cruda que Snape dejaba para mí, para que saliera del cuadro anémico; Black y Potter hicieron su entrada nuevamente.

No pude evitar sentirme un poco alarmada, ansiosa y preocupada, porque, aunque me sentía mejor a los días previos de mi colapso, aún estaba lejos de poder soportar estoicamente uno de sus interrogatorios, por más que opinara que eran llevaderos y hasta demasiado buenos como carceleros.

Aun así, me levanté de la cama lo más rápido que pude, mirando a ambos de modo desafiante, a lo que Black sonrió con pervertida diversión y Potter se cruzó de brazos como si no esperara mi reacción, pero dispuesto a pelear si era necesario.

—Tomé asiento, señorita Parkinson —pidió el profesor Lupin y yo lo miré apretando los labios.

—Supongo que se refiere a la silla —dije con voz firme, casi rencorosa, dejándolo de mirar para ver a los otros dos.

—Si lo prefiere para comer, está bien, pero puede seguir haciéndolo en la cama si gusta —dijo amablemente, con una sonrisa honesta que ya reconocía perfectamente.

—Supongo que el pequeño demonio piensa que Harry y yo venimos a otra cosa —habló Black, acercándose un paso a mí y yo me quedé quieta, mirando a sus ojos, empezando a sentir como la tensión se acumulaba en mi vientre y pecho.

—¿Qué más podría pensar? —respondí y él me miró entrecerrando los ojos, para luego empezar a reír sólo un poco, casi con los dientes apretados, lo que me hizo recordar más intensamente las risas irónicas de Draco. Ni siquiera estaba de ánimos para compararle y hacerle perder la paciencia.

—No es nada de eso, señorita Parkinson, usted comerá en este momento, beberá el suplemento alimenticio y luego seguirá descansando su lo prefiere —dijo el profesor Lupin y dejó la bandeja de comida sobre el buró para luego tomarme del brazo, a la altura del codo y regresarme a la cama.

Me dejé guiar, sin dejar de mirarlos y recibí la bandeja de comida sobre mi regazo, extendiendo una mano cuando el profesor Lupin abrió aquel pequeño frasco de cristal con la mencionada poción. La bebí sin hacer una mueca, aunque ciertamente sabía asqueroso y luego bebí un poco de jugo para pasarme el mal sabor.

Empecé a comer bajo la atenta mirada de aquellos tres, ya estaba acostumbrada a hacerlo sólo delante del profesor Lupin, lo cual aunque al principio fue incómodo, lo dejé pasar pues así fue desde que caí en este sitio, pero con Black y Potter mirando era algo más difícil y no podía dejar de observarlos y de recordar la manera en cómo Potter tiró mi comida la primera vez, esperando que empezaran a preguntar o atacarme.

—¿Por qué están aquí? —cuestioné después de varios minutos en ese tenso silencio, y vi como el profesor Lupin negar con la cabeza, dándoles una mirada casi irritada a ellos dos, así que era claro que la idea no había sido suya.

—Queríamos saber cómo estabas, pequeño demonio —dijo Black y miré cómo Potter se tensaba, dándome una mirada extraña, lo que me hizo dejar de mirarlo al instante.

El sólo pensar que Potter me miró tan colapsada, casi muriendo, hería mi orgullo gravemente. Black también me había visto y escuchado, pero él no me conocía desde siempre y Potter sí. Era humillante haber pasado por todo eso delante de sus ojos, me hacía sentir de una manera tan pequeña y menuda, y a eso no estaba acostumbrada ante nadie. ¡Una serpiente muriendo delante de un león, y más precisamente de ese león! Salazar se avergonzaría de mí sin dudar, a como Snape dijo que estaba decepcionado, que muy en el fondo trataba de convencerme que no me importaba.

—¿No pensé que se preocuparían? —dije con algo de burla, intentando volver a mi actitud anterior. Miré a Black principalmente, no atreviéndome a mirar a Potter más de la cuenta, aunque sí él buscaba mi mirada, yo no se la negaría, no acrecentaría sus equivocados pensamientos de mí, aquellos que incluían mi vulnerabilidad.

—No estamos preocupados, pequeño demonio, bueno no por ti —sonrió maliciosamente y yo elevé una ceja mientras trataba de no hacer muecas ante las rodajas de betabel asado que el profesor Lupin me obligaba a comer. La mueca de Black siempre me eran una sorpresa, porque aún seguía convencida que ser un león lo arruinó demasiado y Azkaban vino a terminar con él, pero parecía que no—. Estamos preocupados por lo inconveniente que sería sacar tu cadáver de aquí.

—¡Sirius! —gritó el profesor Lupin, mirándolo de mala manera y mi mirada cayó en Potter en ese instante, cuando fui consciente de que él también lo miró molesto.

—Está bien —intenté calmar y me encogí de hombros viendo como Potter regresaba su mirada a mis ojos. Me alejé de su mirada y luego le sonreí a Black con la misma diversión, pues aquel tipo de humor de mal gusto, perverso y casi cruel, era el que más disfrutaba.

Y sinceramente no me tomaba a mal sus palabras, cualquier cadáver siempre resultaba ser un inconveniente, claro, jamás lo fue para mí, yo sólo tenía que decir que lo sacaran de mi vista y lo que hicieran con él no me importaba. Pero mi cadáver, ese era otro asunto, eso si llegaba hasta perturbarme de alguna manera, algo que estaba luchando por no hacérselos notar.

—Si llega a pasar, podrían mandarme a la Mansión Malfoy, o a la Nott, no a la Zabini o a la mía, mis padres me odian y la madre de mi amigo es... algo especial —concluí arrugando la nariz, porque Irene Zabini era tan indiferente y cruel que seguramente me incineraría y me enterraría sin decirle a Blaise o a alguien más. Levanté la mirada y pude ver cómo me miraban con casi horror, como si verdad no creyeran que yo estaba hablando en serio, pero lo estaba haciendo, realmente les estaba diciendo que hacer y esperaba que lo hicieran, al menos apelando a su moral—. Los Malfoy o Theo Nott me darían un buen lugar.

—Sólo bromeaba, pequeño demonio —gruñó Black mirándome con rencor, como si le ofendiera todo el asunto, pero quién lo entendía, si fue él el de la broma pesada y yo hablaba en serio.

—Eso no va a pasar, señorita Parkinson —dijo con voz calmada el profesor Lupin, o eso intentó, mientras con un dedo me indicaba que terminara de comer—. Usted estará bien.

—Yo sólo digo. No quiero terminar en casa de mis supuestos padres o arrojada a una fosa sin más por Irene Zabini —terminé de decir y le devolví la bandeja al profesor Lupin ya sin nada.

Después de ese día, Black pocas veces volvió y cuando lo hacía se mantenía en silencio, sobre todo por la mirada casi rígida del profesor Lupin. Pero Black ya no me miraba con tanta burla o rencor, como si me viera a cómo el profesor Lupin lo hacía, como una niña, una niña perdida, y eso me hacía enfadar más, porque era seguro que por su mente no dejara de pasar mi imagen quebrada, lo que le pedí casi llorando, mi suplica a que me matara, el modo en cómo lo llamé, demostrándole que estaba desesperada por mi amigo, por mi familia que resultaban ser también la suya, una jodida broma de la vida sin dudar. Pero no fue mi intención, jamás fue mi intención mostrarme tan débil, pero fue algo que no pude evitar o controlar.

Yo sinceramente quería morir en ese momento.

Potter en cambio regresó todos los días, en cada comida, mañana, tarde y noche, junto al profesor Lupin, pero jamás decía algo, jamás se acercaba a donde estaba, pero eso sí, jamás dejaba de mirarme, ni por un segundo dejaba de hacerlo, de observar cada uno de mis movimientos y ponerle atención a mis palabras cuando el profesor me preguntaba algo o intentaba hacer conversación, algo que vi tan difícil de seguir con la presencia de Potter a su lado, el cual parecía una viviente estatua, tan quieta, tan indestructible a pesar de mi mirada enojada.

Seguía sin entender sus motivos para estar siempre presente, tal vez pensara que atacaría a su profesor cuando realmente no tenía cómo. Tal vez buscaba el momento para volver a torturarme o intentar interrogarme, para saber en que momento estaría otra vez en condiciones de recibir el mismo tratamiento, aunque el profesor Lupin decía que todavía me faltaba algo para recuperarme, algo que seguramente decía por mi aspecto casi ceniciento y mi delgadez. La verdad es que me sentía mucho mejor, y por eso estaba realmente esperando que Potter y Black regresara a los mismo, esperaba que ellos decidieran continuar.

Pero la idea de que ellos regresaran algún día con una botellita de veritaserum, sin duda me llevaba a pensar en Snape, en sus palabras, en aquel consejo que le pedí al que era un obvio traidor para mí. Resoplé disgustada, recriminándome semejante despliegue de vulnerabilidad, y aunque eso no iba conmigo, realmente lo necesitaba en ese momento, necesitaba de las palabras de alguien que conociera o, en este caso, alguien que fuera una constante en mi vida. Decir que no estaba angustiada y desesperada, sería mi mentira más grande, y él tuvo razón al contestar, al decir que no podía seguir lastimándome o permitir que lo siguieran haciendo, que mi cuerpo y mi mente no podían seguir soportando la tortura, que ya no podía dejar que mi propio núcleo mágico y mi cabeza se descompensaran al intentar controlarme. Y eso tenía que hacer, si quería mantenerme cuerda y viva, tenía que hacer caso de ello.

Pero lo otro, aquella otra respuesta, era la que no podía dejar pasar, y aunque quería cuestionarle cómo no pensé hacerlo en ese momento, al menos con más fervor, él no había regresado como ya lo suponía, y aun si lo hiciera, ¿qué podría preguntarle? ¿podría preguntar si acaso intentaba ayudarme a mí o a ellos? ¿si es que acaso quería que hiciera lo que él hacía o que les mintiera de verdad? ¿obtendría una respuesta sincera o al menos una respuesta?

No, no la tendría. Sabía que él no diría más, él no haría más por mí.

Sabía que después de verlo aquí, no debía confiar totalmente él, y yo era demasiado Slytherin para cometer ese error, porque Snape no fue el jefe de nuestra casa por nada, era más astuto e inteligente de lo creía, más de lo que aparentaba. Era alguien que podía llegar a traicionar o salvar a quien sea por su propia conveniencia. El Slytherin perfecto por excelencia. Pero no me pidió confiar en él, de hecho, declaró que se decepcionaría si lo hiciera. Snape me pidió pensar, me pidió volver a mis cabales, me pidió centrarme y que volviera a ser yo y actuara en consecuencia, además de que me ayudó en mi momento más voluble, en el momento en que realmente lo necesitaba.

Además, él no pidió o aconsejó gran cosa, sino algo que ya había sopesado internamente cuando el dolor era demasiado grande e insoportable, pero que siempre rechazaba a toda velocidad. Sólo tenía que saber llevar mejor las cosas, ceder una pequeña parte por mi propio bien. No a unirme a la Orden (nadie me lo creería), o decir todo lo que sabía (tampoco me atrevería), pero si ir ayudándome más a mí al hablar, sobre todo para que no muriera en un nuevo colapso, para que no muriera desangrada por morderme tanto la lengua o el interior de la boca, pero que lo fuera haciendo a mi ritmo, con mis propias reglas, y eso estaba bien. Él dijo que podía escuchar las preguntas e ir diciendo cosas para que me dejaran en paz, cosas sinceras y honestas, pero que no llegara a convertirse en traición contra mis amigos.

Me restregué el rostro y suspiré nuevamente cansada de seguir pensándolo. Me levanté de la cama antes de quedarme dormida, pues parecía que era lo único que sabía al estar tan sola y aburrida. Di un par de pasos indecisa y luego caminé directamente hacia la ventana, la que me hacía sentir irónicamente libre, pero al mismo tiempo más encerrada, porque sabía que ni por ella podría escapar. Apreté mi mano en el seguro de la ventana, sintiendo el hechizo de seguro y protección irse calentando bajo mis dedos, como una advertencia a que no lo hiciera, a que ni siquiera intentara escapar.

El calor aumentó tanto que alejé mi mano de ahí.

¡Joder! No sabía, no sabía que hacer o lo que Snape pretendía, pero él esperaba algo, algo de mí, lo sabía, pero, ¿qué era eso?

No podía dejar de pensar, de cuestionar, y tampoco había manera de simplemente olvidarme de ello y seguir en silencio como lo había estado, aunque ya sabía dónde había terminado eso. Lo pensaba cada día al despertar, me dormía cada noche con eso, aun cuando reconstruía mi mente y debía tener la mente en blanco para que nada lo destruyera de nuevo, al menos no de una manera fácil, seguía repitiendo sus palabras como un eterno bucle. Sus palabras eran como un eco constante, un eco que retumbaba más fuerte dentro de mí cuando la presencia silenciosa de Potter se metía en esta habitación, tan silenciosa y fuerte como un huracán formándose. Y al mirarlo, al mirar a Potter aun tan enojado, furioso e irritado, no entendía por qué no aprovechó mi debilitamiento para averiguar todo lo que quisiera, porque no vertió más veritaserum en mi cuerpo y preguntó sabiendo que no podría mentirle por más que me esforzara, o porque no se metió a mi cabeza sabiendo que no lo notaría.

Seguramente no había querido abusar, típico del bueno león, tal vez aun le quedaba algo de moral y bondad para hacerle eso a una moribunda, tan contrario a mí, pues yo no me hubiera detenido por nada y menos ante la posibilidad de entrar a su mente y ver una barrera casi destruida, tan débil, tan indefensa para saber absolutamente todo lo que quisiera.

Pero ellos no eran así, él no era así, aun cuando Potter se mostrará tan diferente a cómo lo recordaba, tan fuerte y furioso, tan frío e indiferente, él no era como nosotros, como mis padres, mis amigos o cómo yo. Él era al final siempre bueno, noble y sensato, y matar no estaba en sus manos si podía evitarlo. Y yo estaba tan lejos de ser como él, de ser cómo ellos, de querer ser como ellos, pues en esto que yo era ya no había retroceso, redención, o purgatorio.

Mis manos estaban manchadas de sangre, marcadas por las vidas arrebatadas de otros. Mi vida y mi alma estaban condenadas, porque jamás lo dudaba o me arrepentía de lo que hacía, jamás temblaba cuando un crucio o un avada salía de mi varita, tal vez mi estabilidad mental se tambaleara, pero sólo tenía que recordar que por cada vida que quitaba, era la vida de mis amigos a cambio y eso me endurecía, me dejaba indiferente ante los cuerpos cayendo a mis pies.

Tragué saliva con fuerza y apreté los ojos y las manos, al poder recordar cada rostro, cada mirada aterrada, cada boca pidiendo, suplicando que no lo hiciera, pero siendo totalmente conscientes de que no había caso, que morirían en ese instante bajo la mirada de alguien que no le importaba su vida o su miedo.

Esto era yo, este ser despiadado que me obligaron a ser, esta versión retorcida y malvada de mí. Y Black tenía razón, era un demonio y no me importaba ya, después de todo, ya no sabría como ser de otra manera, ya no sabría como ser la que antes fui.

Mi garganta dolió ante aquel espantoso nudo al recordar cómo era antes, cuando todavía me quedaba una pizca de inocencia y bondad. Mis padres, esta guerra, Voldemort, me habían hecho esto. Pensarlo sólo me hacía enfurecer, darme cuenta de cómo era antes y cómo soy ahora, y fue algo en lo que nunca tuve elección, jamás me dieron otra opción. No es que antes fuera buena, estaba lejos de ser, era egoísta, vanidosa, algo cruel, fría y vengativa, pero me gustaba lo que era, porque seguía siendo yo en gran medida, algunos me querían y otros me odiaban, pero eso no me importaba. Pero ellos, todo esto, me había presionado a dejar de serlo, a dejar todo atrás para convertirme en el soldado perfecto, el que jamás dudaba o cuestionaba. La asesina perfecta.

Presión, más presión, hasta pulir el carbón y convertirlo en el duro diamante que ahora soy. ¡Y lo odiaba!

Presioné mi índice contra el cristal de la ventana y fue imposible detenerme, querer detenerme ante mis emociones revueltas. Miré casi con fascinación como el cristal crujía y se partía ante mis ojos, como las líneas se creaban bajo la yema de mi dedo para irse extendiendo mientras más fuerza usara. Sonreí. ¡Oh, mi magia, cómo la había extrañado! No era mi fuerza física, sino mi esplendida magia rompiendo el cristal como si no fuera más que un delgado caramelo cristalizado. Sonreí satisfecha, desde hace mucho que mi magia no estaba tan fuerte y estable, tan completa. Desde que fui marcada, mis emociones y la vida tan estresante y descuidada que llevaba habían hecho que mi magia no fuera la misma, estuviera más inclinada al colapso, al descontrol, pero ahora tenía totalmente el control de ella de nuevo, mi mente y mi magia estaban reestablecida y eso me provocaba tanta confianza, confianza que necesitaba para hacer lo que debía y quería hacer.

Alejé mi dedo y recargué mi frente en el frío cristal, respirando para controlar mi mente una vez más.

Siempre había visto la vida y a esta guerra como un juego de ajedrez. En cada extremo del tablero se extendían las piezas, unas más valiosas que otras, con movimientos de ataque y defensa por cada parte. Yo claramente pertenecía a las piezas negras, al lado oscuro de esta guerra, ahí donde un rey se creía el absoluto dueño, pero que aun así ni siquiera podía controlar a todas sus piezas. Snape era una prueba de ello, engañándolo bajo su ausente nariz. Y luego estaban las demás piezas, que ni siquiera eran conscientes del poder que tenían en realidad, tan inconscientes para darse cuenta de que sin ellos Voldemort no era nada, que sin sus seguidores él perdería, él caería.

Pero claro, el miedo siempre era más poderoso, una motivación persistente y envolvente, causante de muchas cosas, y era un mérito que no le podía quitar al cara de serpiente, era fuerte y poderoso, y tenía seguidores realmente ciegos atrás de él, seguidores que ejecutarían a las personas que queríamos si los que no estábamos tan convencidos de seguirlo decidíamos traicionarlo. Cómo yo, cómo yo que la única lealtad que tenía era para sus amigos.

Pero ahora, era una pieza negra en el lado de las piezas blancas, aquí donde todos se creían bueno, aquí donde aseguraban luchar por un bien más grande, por el bien del mundo entero. Y para mí, o eran demasiado buenos, o demasiado estúpidos. No entendía esas razones del bien común, de querer salvar a todos, de luchar por otros, sinceramente yo sacrificaría a la mitad del mundo por mis amigos, por mi mejor amiga, y eso no me perturbaría ni un instante, de hecho, si alguien me lo preguntara en este instante, diría que por mí todo se puede ir al infierno a cambio de la vida de mis amigos.

Pero nadie me preguntaría y menos lo haría el rey de las piezas blancas.

Presioné un puño contra el cristal, queriéndolo golpear hasta que cayera a mis pies.

¡Sabía que podía con esto, con lo que tenía que hacer! Había podido con cosas peores, con cosas que estuvieron a punto de matarme, y esto no era más que un juego, un simple juego yo podría iniciar y llevar. Una sola partida donde demostraría que sabía cómo jugar y que podría enseñarles a estos leones cómo hacerlo de verdad. Después de todo, era una experta jugadora y sabría aprovecharme de la nueva posición que tenía como buena serpiente que era, tenía experiencia en eso, en poner a mi favor hasta las situaciones más terribles, y sí, estaba aquí, en desventaja, sola y sin varita alguna para defenderme, pero tenía mi habilidosa lengua, mi mente ágil como Snape lo llamó, entrenada a base de sangre para esto, y tenía que usarlo para tener un mejor lugar, una mejor posición.

Abrí los ojos y separé mi rostro de la ventana, alejándome lo suficiente para ver mi casi transparente reflejo. Levanté el rostro con orgullo y apreté los labios, esforzándome más y más en creer en mí y en lo que haría. Estaba preparada para el juego, estaba preparada para manipular la situación, para hacer uso de todo lo que supiera y tuviera a mi alcancé para llevar el juego como quería y hacia donde quería, pues lo arrastraría a la vida o a la muerte dependiendo de lo que ellos me dieran. Y ya tenía ventaja, ellos me necesitaban, lo sabían y yo también lo sabía, quizá por lo mismo me habían mantenido con vida todo este tiempo o no me dejaron morir cuando tuvieron la oportunidad.

Suspiré controladamente. Lo que haría tendría el claro límite de no arruinar las misiones de mis amigos, nada que pudiera delatarlos o traicionarlos, porque eso era algo que no me iba a permitir así, aun si me llevaba a la muerte una vez más.

¡Merlín, ya estuve cerca de la locura y de la muerte, era claro que lo volvería a pasar por ellos!

Y confiaba en lo que tenía que hacer, o al menos eso era lo que me esforzaba en creer.

¡No, no, no!

Yo era Pansy Parkinson y no debía ni podía dudar. Dudar era una muerte segura en donde nací, en donde crecí; si dudas te traicionan, si dudas te comen viva, si dudas te matan. Era la chica que siempre tenía un plan, una determinación, un objetivo claro, la que pisaba siempre a lo seguro para ella y para los que quería. Era la chica que condenaban y manipulaba en la misma medida. Era la chica que pensaba más rápido que Nott, que inventaba más mentiras que Draco, que se controlaba mejor que Blaise, y no era mis palabras, eran las de Snape y en esto tenía razón. Había aprendido tanto, me había vuelto tan insensible también y tenía un sólo motivo para continuar, una sola razón para hacerlo y eso era mantener con vida a los que quería.

¡Entonces que el juego iniciara! El tablero me pertenecía, podía moverme hacia donde quisiera y podía mover a otras piezas como quisiera también.

Aquí el único pequeño inconveniente, es que tenía que aprender a jugar con las piezas blancas.

No lo veía como algo difícil, era más inteligente que ellos, más astuta y experimentada también, era sádica, vengativa y manipuladora. Yo no me detenía por otros, yo no sucumbía fácilmente a mis sentimientos o emociones, las veces que lo hice fue sólo por ellos, pero ellos no estaban aquí y la Orden no sabía que ellos eran mi punto de presión y si lo sabían, mis amigos estaban lo suficientemente lejos para hacerlos el objetivo de sus estrategias contra mí. No había nada con lo que pudieran manipularme y estas últimas semanas fue algo que demostré, dejé en claro que ni todo el dolor físico o mental podía conmigo. Después de todo, haber visto los horrores de una guerra en primera fila me hizo casi inmune a lo que me hicieran, y la Orden no estaba ni cerca de ser tan despreciable como los sujetos más idiotas entre los mortífagos.

Quizá yo era lo peor que había conocido, era el pequeño demonio de Black, después de todo. Pero no sabían hasta donde alcanzaba eso, hasta donde alcanzaba mi determinación, mi poder y mi fuerza, el horror que podía ser. Ni yo lo creía en un principio, hasta que me di cuenta que de eso dependía que yo viera el amanecer una vez más y que mi mejor amiga también lo hiciera, porque si ella lo hacía, Blaise continuaría, de lo contrario, perderían al resto de nosotros al intentar contenerlo o detenerlo.

¡Millicent ni siquiera imaginaba el alcancé que tiene su vida para nosotros! Nos mataría si supiera que su vida era tan importante, que el mantenerla con vida era lo que me obligaba a estar cuerda y mantenía centrado a Blaise para no dejarnos morir en medio de esta guerra. Pero era mejor así, era mejor que no lo supiera o se obligaría a peores cosas, se obligaría a intentar salvarnos y Blaise no resistiría verla en riesgo.

La extrañaba, la extrañaba demasiado y esperaba que ella no supiera que ya no estaba junto a los chicos, desde que fui marcada había cortado mi relación con ella, esperando que eso la mantuviera a salvo, todos nosotros lo habíamos hecho, pero era seguro que se mantuviera atenta a todo ya sea por Daphne o por el mismo Snape, porque ella no resistiría no preguntar, la conocía tan bien como para estar segura de eso.

Me alejé de la ventana cuando vi mis ojos brillar, conteniendo el llanto, algo que no volvería a permitirme, pues eso sólo generaba más incertidumbre y miedo en mi interior. Tenía que ser fuerte, tenía que mantenerme firme.

Fui dando cortos pasos hasta que mis piernas tocaron el borde de la cama y me dejé caer sobre ella, sin dejar de verme, porque, aunque sabía lo que tenía que hacer, aún estaba en duda de cómo iniciaría, cómo hablaría sin que creyeran que estaba mintiendo o armando una treta contra ellos. Aquí nadie confiaba en mí, yo misma me había encargado de que no lo hicieran, de que supieran que serían idiotas si me creyeran una sola palabra, por eso me torturaron, pensando que había más probabilidades de que fuera sincera por el dolor.

Apreté mis manos, sabía que esto no sería igual a lo que había hecho antes, no era una simple misión de reconocimiento, de recoger información de mis chicos vigilantes, sin importarme si confiaban en mí o no, sólo tenía que obedecerme. Suspiré en mi restregué la mejilla. Ni siquiera era como tener que bajar a los calabozos y torturar hasta la muerte a alguien para que dijera todo lo que supiera de las piezas blancas de esta guerra, algo que era desgastante y desagradable, pero que al fin y al cabo podía realizar sin problema. Y también estaba muy lejos de ser parecía a cuando me reunía con mis amigos, en los cuales confiaba y confiaban en mí, para compartir lo que supiéramos o ir a una de esas casas seguras y cuidar de ellas, rozando las mil maldiciones y protecciones que tuvieran; maldiciones que a veces eran inestables y llegaban quemar, picar o hasta mutilar si uno se acercaba de más, y luego tener que contenerlas al tiempo que intentaba no morir.

Porque eso no era algo que alguien sospecharía, y sabía que si los mortífagos me llegaran escuchar tan siquiera insinuarlo me matarían, o los de la Orden me creerían totalmente loca. Pero Voldemort no era tan omnipotente como quería hacerle creer al resto del mundo, era claro su poder, más aterrador que glorioso, que provocaba más miedo que envidia, pero hasta él necesitaba de la magia de las familias de antaño para que sus propias barreras y maldiciones fueran impenetrables o no ocasionaran un caos que ni él podría detener sin sufrir daños.

Sonreí. Pude ver cómo mi sonrisa se agrandaba sobre el cristal, haciéndome lucir como siempre, como la astuta, cruel y viperina serpiente que era, como la princesa declarada de Slytherin. Porque si, tenía más información de lo que todos creían, más de lo que Voldemort de seguro creía o hasta el mismo Snape suponía, Snape que podía ver a través de todo y todos.

¡Ah, Merlín! Es que yo sabía tantas cosas, sabía unos cuantos secretos que jamás debí escuchar, pero es que yo no sólo quería sobrevivir a la guerra, quería salir lo mejor posible, quería ganar en el propio juego y que me dieran la vida de mis amigos y mi mejor amiga como premio, y para eso necesitaba información, estar un paso más adelante que todos, pisotearlos o matarlos si era necesario, que nada ni nadie estorbaran en mi camino hacia mi victoria personal. Por eso escuchaba siempre con cuidado, por eso no sólo investigaba al bando contrario, sino también donde yo estaba, por eso conspiraba, por eso ataba cabos, por eso sacaba mis propias conclusiones de todos los gestos, pasos o palabras que daban los demás.

Era una caja de sorpresas, de tesoros, de datos como decían Draco y Blaise, era una fisgona como regañaba Theo sin intención y sin ofensa, porque él hacia lo mismo que yo, porque cómo él una vez lo dijo: a nosotros no nos basta que todos ganen, Pansy, sino que en especial nosotros lo hagamos por sobre el resto del mundo sin importar quien caiga o desaparezca en el proceso.

Y en eso le daba la razón a mi astuto y lindo Theo. No nos importaba nada más que nosotros mismos y yo quería ganar la guerra, y para este momento, ya no me importaba de qué lado lo hiciera, sólo quería ganar y quería la vida de mis amigos como recompensa, y si la Orden me la daba, si ellos me daban a mis amigos, si ellos los salvaban, yo haría y diría lo que quisieran, pero sin traicionarlos, sin provocar sus muertes cuando aún estén a merced del Señor Oscuro. Voldemort bien se podría ir al infierno y si yo lo mandaba personalmente junto a mis padres, sería tan dichosa, tan feliz. Y por eso debía irme con cuidado con lo que dijera, no fuera ser que perdiera el control por mis ansias de dejar a abajo al mismo Voldemort. Tenía que cuidar los movimientos en el tablero, cada movimiento que yo y los demás hicieran.

Tenía que controlarlo todo, absolutamente todo.

Y tenía que empezar ya, tenía que poner en marcha la nueva partida. Pero sólo la idea de ceder, anidar la sola idea de que con eso ayudaba a la bendita Orden, me revolvía el estómago ¡Merlín no, no, no! Era una tortura en mi interior, era como retorcer mi orgullo y dignidad, de alguna manera me sentía como si ellos hubieran ganado, como si yo hubiera caído, perdido y no lo deseaba.

No deseaba que pensaran realmente que el demonio se había rendido, que había caído después de tanto.

Cada vez que veía uno de esos rostros, sólo quería hacerlos enojar, enloquecer, perder, pero ellos me necesitaban y tal vez, sólo tal vez, una parte de mí los necesitara a ellos. Pero eso no quitaba el hecho de que los odiara en alguna medida, que los despreciara, que odiara esta habitación y el ser su prisionera, una prisionera que fue torturada, insultada y casi llevada a la muerte, pero con el poder de darles la victoria o no hacerlo y verlos luchar a sangre por ella.

—El juego es mío. Aunque parezca que caí, aunque parezca que me vencieron, el juego sigue siendo mío. Crean lo que crean. Y hoy será mi primer movimiento —murmuré frente a la ventana, apretando mis manos en las roídas sábanas, sabiendo que no faltaba mucho para que entrara a quien ya esperaba.

Cerré los ojos con fuerzas al escuchar a mi orgullo gritar en una esquina de mi mente que no lo hiciera, que no los ayudara, que era un error. Pero la otra parte de mí creía que sería beneficioso, al menos para mi situación actual, que podría liberarme de muchas cosas. Además, esto no sería un ceder y nada más. Yo tendría que ganar algo, no sería yo sino lo hiciera.

Sabía lo que quería, sabía lo que pediría, pero no estaba segura si ellos aceptarían o si cumplirían, después de todo, Black, Potter y hasta Granger habían demostrado que podía mentir sin culpa. Pero yo no era tonta, no era una idiota y sabría decir las cosas cuando ellos fueran sinceros. Además, no estaba en mis planes iniciar el juego con alguno de esos dos. No, para nada. Era todo o nada. Era el rey o nadie. Pero, ¿el rey de este bando confiaría en mí sin tortura o pociones de por medio? El magnífico rey, el poderoso rey, el rey de las piezas blancas, el cual no podía dejar de analizar, de pensar, de detallar, intentando descubrir todos sus secretos como si eso dependiera mi vida, o quizá así era.

Al que no podía dejar de mirar cada vez que entraba en esta habitación, el que sabía que pronto llegaría, porque sorprendentemente era muy puntual y ya era hora de mi comida.

Quité la mirada de la ventana, de mi reflejo, cuando escuché que los hechizos y seguros manuales de la puerta fueron retirados. Me giré sobre la cama y observé como la puerta se abría sin titubeos. Elevé una ceja curiosa y divertida al verlo nuevamente entrar, clavando su pesada mirada en mí, apretando los dientes y casi respirando con desesperación al mirarme, mientras se adentraba y dejaba una bandeja sobre la pequeña mesita que unos días antes me habían traído para que comiera de manera más cómoda. Obra del profesor Lupin por supuesto, el único que pensaría en mi comodidad.

—Vaya, otra vez tú —no pude evitar decir como si eso me sorprendiera, aunque ya no había nada de eso, porque yo lo estaba esperando.

Me levanté de la cama y me crucé de brazos, viendo cómo se tensaba al ritmo de mi voz, como si yo fuera el arco y él el violín con las cuerdas tensadas.

La presencia silenciosa y ahora solitaria de Potter ya no me era totalmente ajena o perturbadora, quizá lo fue la primera vez que vino sin la presencia del profesor Lupin o Black. Admitiré que pensé lo peor, que pensé que ya nadie podría detenerlo para hacer lo que quisiera, que, es más, le habían permitido eso, después de todo era la bondad del profesor Lupin lo que les detenía y él no estaba. Fue una noche, una noche de luna brillante, redonda, llena, que brillaba en el firmamento alumbrando todo y hasta haciéndome sentir más frío al saber lo que significaba. El profesor Lupin, como era de esperarse, con el pasar de los días y con la luna cada vez más completa en el cielo, fue sintiéndose cada vez más cansado, hasta el punto de verlo casi enfermo, más pálido, ojeroso y débil.

Mentiría si dijera que eso no me asustó al menos un poco lo que significaba su estado. Seguía sin saber exactamente dónde estaba y cuáles eran las dimensiones de esta casa o si habría un lugar donde el lobo pudiera estar sin lastimar a nadie, porque estaba segura que yo sería la primera cena por el simple hecho de seguir débil y no tener mi varita o cualquier cosa para defenderme. Aun así, luché para no demostrarle mi temor, pero él lo notó, diciéndome que no me preocupara, que tenía la matalobos y aunque eso no detenía la transformación, si lo dejaba con su consciencia para saber lo que hacía.

No tuve que preguntar quien le suministraba aquella poción tan extraña, costosa y difícil de conseguir, sería una estupidez hacerlo cuando tenían de su lado al mejor maestro de pociones. Así que simplemente me encogí de hombros y terminé de comer el almuerzo bajo su atenta mirada, vigilando y cuidando que comiera todo lo que me ponía en la bandeja.

Le di la vuelta a la cama y me coloqué a los pies de la misma, acercándome un par de pasos a él y vi como Potter señalaba con una irritada mirada la silla que debía ocupar para que iniciara a comer. Pero hoy no tenía ánimos de quedarme tan quieta y callada como siempre, estaba aburrida y más decidida a empezar mi plan, y bueno, Potter era la visita más frecuente y hacerlo enojar siempre me producía felicidad y diversión.

—Supongo que el profesor Lupin aún no está en posición de venir —comenté y él me miró sin intensiones de contestar aparentemente, pues sólo apretó los labios tensando las mejillas.

Me quedé de pie, simplemente mirándolo hasta que pude ver aquella chispa desesperada en sus ojos, ese gesto duro que indicaba que estaba a punto de hacer explotar algo. A mí, que quería hacerme explotar a mí.

—Come, Parkinson —gruñó mientras tomaba asiento en una de las otras dos sillas, al otro lado de la mesa.

Reí quedamente y me senté delante de él, nuevamente en aquella horrible e incómoda silla de metal que habían dispuesto para mí. Jalé la bandeja y tomé la servilleta para ponerla sobre mi regazo, todo con calma y lentitud, con esos gestos tan remilgosos y presumidos que mi madre me obligó a tener, viendo como no dejaba de verme, pero haciendo evidente que mis pasmosos movimientos lo estaban poniendo muy de malas.

Sonreí. Tenía los labios firmes, tensos, como si se estuviera preparando para morder algo, o controlándose para no hacerlo, para no saltar sobre mi yugular y matarme.

—¿Vas acompañarme? ¿Debo sentirme afortunada de qué lo hagas siempre? —pregunté mientras destapaba aquel pequeño frasco de cristal que tenía un suplemento alimenticio, y aunque ya llevaba varios de esos, aun no me acostumbraba al horrible sabor.

—Sólo calla y come, Parkinson —respondió con los labios apretados.

Reí y bebí un poco del jugo de naranja para pasarme el mal sabor de la poción.

Empecé a comer de una manera lenta, llevándome cada bocado con lentitud a la boca y masticando tan perezosamente que hasta yo me empezaba a sentir ridícula, pero no iba a perder la oportunidad de molestarlo, no iba a perder la oportunidad de mirar a Potter sin contemplaciones y mucho deleite al verlo tan incómodo y furioso conmigo, con él, con el mundo entero. ¡Vaya uno a saber por qué realmente estaba furioso el niño dorado!

Mientras iba acabando mi plato, no dudé en deslizar con descaro y casi groseramente mi mirada por todo su cuerpo, empezando desde las puntas rebeldes de su cabello hasta su frente marcada por aquella cicatriz que había dictado su vida o lo había condenado a ella. A pesar de lo que conllevaba tenerla, nadie podría negar que esa cicatriz le daba presencia al rostro que podría haber sido catalogado como simple en circunstancias normales. Bueno, sonreí con sorna ante ese pensamiento, su cara siempre me había parecido tan simple y común, aun con cicatriz en ella, pero ahora con sus gestos más marcados y sus facciones endurecidas, no pasaba inadvertido, más cuando uno lo miraba a los ojos sin vergüenza, encontrándose con aquel verde tan intenso, tan grave, tan brillante como el hechizo de la muerte.

Esa mirada que se cargaba siempre, parecía gritar todo le irritaba de sobremanera, que todo quería hacerlo estallar, a veces llegaba a pensar que no era del todo por mí, que no sólo a mí me odiaba, pues al lado de sus inseparables amigos él parecía sentirse igual de tenso y molesto, y si te concentrabas y despejabas la vibrante magia de los demás, la de él sobresalía como una campana repiqueteando.

¡Oh, su magia! Su magnífica magia me parecía tan inquieta, tan descontrolada, siempre rozando a los demás, siempre crujiendo sobre mi piel y mis oídos como electricidad, pero sin dañarme, sin tocarme del todo, pero tan evidente para que yo reaccionara a ella, para que yo supiera que estaba ahí. Tanto poder era delirante, sentirlo era algo que mi subconsciente no podía dejar de apreciar, pues no quería alejarme, quería extender los dedos y tocarla y averiguar que se sentiría ser tan poderoso como para tener la magia propia tan libre, tan a la superficie, tan incontrolable, escapando de los recovecos, pues era seguro que Potter intentara mantenerla a raya y aun así está era tan palpable y densa, o quizá no, quizá su intención era demostrarte que era más poderoso que el resto del mundo.

Me relamí los labios ante el simple pensamiento de rozar su magia con la mía. Era seguro que explotaría de ira si lo intentara, era seguro que me mataría si mi magia lo rozara un poco, pero era tan tentador el querer hacerlo, era tan fascinante la idea de que tan grande e increíble sería nuestra magia juntas, que tantos incendios o explosiones provocarían, que tan incompatibles serían al chocar y explotar.

Suspiré sin poder contenerme, consiguiendo que sus ojos se entrecerraran y sus manos se apretaran una vez más.

Ladeé sólo un poco la cabeza cuando sus ojos se clavaron en los míos de un modo tan punzante, y yo elevé una ceja preguntándome una vez más que había pasado para que él mirara de esa manera, de una manera tan furiosa, fría, casi sádica, cómo si quisiera hacerte daño, como si quisiera destruirte en ese momento. Él jamás había logrado mirar a alguien de ese modo, ni siquiera a Draco en sus peores peleas, pero ahora, ahora esa mirada podría matarme sin hacer uso de su varita y contrario a lo que debería sentir, como el obvio temor, ese sentimiento al mirarme se me hacía tan familiar y poderoso, y no le temía, no le tenía miedo, aun pudiendo calcular a través de ella que tanto poder tenía su portador.

Me mordí los labios después de un bocado al sentir más fuerte el pulso de su magia, de seguro más que enojado por no dejar de mirarlo. Sin duda su magia era cautivante y adictiva, de cierto modo toda su presencia lo era, y la magia que seguía brotando de él estando así de cerca, era casi deliciosa, tan esplendida, que sólo daban ganas de irritarlo y enojarlo más para ver hasta donde alcanzaría.

—¿Qué tanto me miras? —cuestionó con rencor.

—Eres lo más interesante de la habitación. Puedes sentirte halagado si gustas, Potter —sonreí y luego le di una mirada interesada a la insulsa y fea habitación, haciendo que él también la recorriera con la mirada y pude ver como su molestia se elevaba al entender mis palabras.

Suspiré entre dientes y vi como sus fosas nasales se abrían y cerraban, quizá por la molestia que mi escaneo le estaba provocando. Casi sentí un ataque de risa ante su gesto, pero quién lo mandaba a venir, quién lo mandaba a permanecer aquí. Sabía que el profesor Lupin tal vez se lo había pedido en la noche de luna llena y los días posteriores por el cansancio, pero estaba segura que no tenía la obligación de verme comer y esperar a que terminara, bien podría simplemente traer la bandeja y retirarse sin más, pero en vez de eso, tomaba asiento y se iba mucho tiempo después de que terminara, sin hacer o decir algo, simplemente mirándome, lo que me hacía sentir algo ansiosa, pues no sabía que esperaba o que significaba el que se quedara.

Me llevé un trozo más de zanahoria a la boca y mastiqué sin dejar de verlo, viendo como con cada sonido crujiente de mis dientes él se ponía más y más tenso, apretando las manos sobre sus muslos sin dejar de verme, sin dejar de hacerlo un solo segundo.

—Entonces, dime, Potter, ¿Quién intentó matarme? —pregunté y alcé el vaso al ver como aquel rostro que había permanecido tan serio e inmutable, se volvía de fuego ante el sonido de mi voz y mi pregunta.

Sabía que mi pregunta era desconcertante, después de todo no lo había hecho en los días anteriores, porque no era algo que me interesara saber. Yo sabía que muchos de aquí me querían muerta, ponerle un rostro me deba exactamente igual, no cambiaría el hecho de que, si no fue una persona, otra lo hubiera hecho en su lugar. Pero mi pregunta tenía un objetivo: tenía que ver y saber que tanto se había endurecido Potter, el rey de las piezas blancas, para saber cómo proceder en este nuevo juego, para saber si Potter era tan frío e indiferente como aparentaba. La muerte siempre era un tema que los demás tocaban como si nada, los perversos normalmente, o lo trataban con pinzas, los que aun tenían algo de bondad en su interior.

De su respuesta dependía el cómo, cuándo y hacia donde sería mi primer movimiento, porque, aunque me sentía en control de todo, no dejaba de ser una prisionera, una a la que cuidaron y alimentaron hasta sanarla, una que ya no estaba siendo torturada o interrogada por el momento, pero que realmente no sabía cuál sería su destino, o cuando volverían a intentar obtener algo de mí y yo tenía que adelantarme a eso.

Necesitaba probar que tan inteligente, que tan sincero y honesto era el rey de las piezas blancas, o que tan siniestro y malvado podía llegar a ser. Que tanto se arriesgaría y de cuánto era su valía para hacer esto, para aceptar este juego del demonio.

—¿Por qué? —escuché mascullar a Potter, lo que hizo volver a enfocarme en lo que sucedía en este momento. Le sonreí al mirarlo de vuelta, tomando de mi vaso sin quitar mi mirada de él.

—Debo felicitarle —contesté con gusto y dejé el vaso sobre la mesita, al lado de mi plato.

—¿Felicitarle? —preguntó elevando una ceja como si pensara que estaba mintiendo, y yo asentí con entusiasmo—. Te estaba matando, Parkinson, ¿y tú quieres felicitarle? ¡Estás loca! —exclamó con ira y no sabía si era por mí o por aquel que intentó hacerlo. Sinceramente apostaba por mitad y mitad.

—No te exaltes, Potter —solté una risa que le hizo apretar las manos, y luego me incliné sobre la mesa un poco, como si fuera a contarle un secreto. Él sólo entrecerró los ojos, pero sin moverse.

Elevé una ceja analizando su propia acción, pasando mi mirada nuevamente por toda su estructura antes de volver a sus ojos. Ambas miradas enfrentadas sin que ninguna cediera o titubeara en los ojos del otro. Cada vez que sucedía, cada vez que él clavaba sus ojos en los míos, me hacía recordar al Potter de Hogwarts, pues, aunque el enclenque héroe era capaz de resistir las miradas y desafiarlas al más puro estilo gryffindor, al final era el primero el quitarla de modo aceptablemente fastidiado y altanero.

Pero ahora, ahora Potter era distinto a ese entonces, y sus acciones, gestos o palabras también resultaban ser algo desconcertante en esta nueva rutina a la que estaba sometida, su simple presencia lo era, pero sus ojos lo eran más, tan pesados, tan enardecidos, pues aquellos ardientes ojos parecían vigilar cada uno de mis movimientos con una atención que resultaba ser hasta chocante, como si estuviera estudiándome por completo y anotara todo lo que iba haciendo en su mente. No podía negar que eso me asustaba un poco, pero sólo un poco, nada que no pudiera controlar.

—Sería grosero de mi parte no hacerlo —susurré suavemente y él apretó más las manos sobre sus muslos.

—¿Quieres felicitar a tu casi asesino, Parkinson? Eso es demasiado enfermo, hasta para ti lo es —declaró con los dietes apretados, mirándome con casi rabia.

—Qué fuerte, Potter —me quejé y mi gesto decayó, como si me hubiera ofendido, antes de sonreírle con gracia por aquellas palabras crueles.

—Parkinson...

—Pasado varios días, puedo decir que su manera de hacerlo fue tan... tan buena, mejor de lo que hubiera pensando que alguno de ustedes puede hacer —interrumpí lo que pudo ser un discurso sobre lo loca que estaba, y él me miró entrecerrando los ojos mientras me alejaba, recargándome por completo en esa fría silla de metal otra vez.

—Explícate —ordenó casi en un gruñido irritado, mientras me veía tomar con el tenedor otro pedazo de pollo y lo masticaba con lentitud bajo su mirada enojada. Elevé una ceja divertida, en otras circunstancias no atendería sus palabras, pero ciertamente estaba ansiosa para ver si la conversación le perturbaba, además de que ver molesto era insanamente divertido.

—Fue un plan pensado y ejecutado de modo excelente, claro, tuvo sus errores como principiante, pero puede mejorar, yo podría ayudarle al ver su potencial —empecé a hablar como si realmente admirara todo eso y le sonreí radiante mientras veía como Potter iba molestándose cada vez un poco más—. El primer punto a mejorar es considerar todos los factores del ambiente, como el que no tomara en cuenta de que yo no puedo abrir la puerta, pero fue algo que nadie más pensó también, así que le doy medio punto por eso, por creerse más astuto que el resto —me relamí los labios y tamborileé mis dedos sobre la madera de la mesa.

Cerré los ojos sólo por un segundo, recordando con algo casi parecido al dolor, como la falta de comida y agua me fue debilitando junto a los hechizos, el veritaserum y las heridas, hasta el punto de que mi barrera empezó a caerse y creí sinceramente que me estaba volviendo loca, y que eso casi me lleva a querer suplicar que me mataran o mi intento de suicidio. Estoy segura que esa persona no sabía que alcancé tuvo su treta, pero fue un buen resultado, al menos para ella y hasta podría considerarse ganadora y victoriosa si yo le dijera que intenté quitarme la vida una noche.

—La manera en cómo lo estaba haciendo fue totalmente simple y los planes simples son los más efectivos, hay menos márgenes de error. Son algo así como lo elementalmente infalible, pues no hay nada más engañoso que algo tan obvio —continué para dejar de pensar en lo sucedido y en mi casi ruina provocado por esa persona y las circunstancias generales—. Y lo mejor es que nadie se dio cuenta de lo que hacía, ni yo lo hice. Muy astuto e inteligente. Jugó con mi mente y acciones, y las consecuencias que podría tener mi comportamiento, el castigo que pensé que me darían por no colaborar. Prácticamente los colocó a ustedes como los culpables ante mí. ¡Fenomenal, ¿no?!

Potter me quedó viendo con enojo, como si quisiera realmente apretarme los brazos como muchas veces hizo y zarandearme. Pero en vez de eso sólo me miró con furia, apretando los labios y tensando las mejillas.

—¿Y por eso quieres felicitarle?

Sonreí ladinamente y pude ver como su gesto se agriaba más. Había descubierto que mi mirada o sonrisas eran lo que más le molestaban. Tal vez fuera porque en posición de prisionera no debería de hacerlo, y ellos en pose de verdugos, no deberían permitirlo. O tal vez simplemente fuera porque sabía que yo a pesar de todo me seguía burlando de ellos, me seguía sintiendo capaz de eso.

—Sí —concluí y él elevó una ceja—. Y bueno, también tengo curiosidad por saber quien fue. Cualquier nombre me sorprendería, pero podría cambiar mi nefasta opinión de esa persona.

—Pues es una estupidez y no te diré quién lo hizo —gruñó y yo asentí.

Terminé lo que me quedaba en el plato y me quité la servilleta del regazo para ponerla a un lado. Me puse de pie y presioné mis palmas abiertas sobre la mesita, inclinándome sobre ella y acercando mi rostro hacia él. Los ojos de Potter centellaron de una manera casi adictiva, casi dilatándose, clavándose en mis ojos y bajando sin que lo pudiera evitar, al parecer, hacia el escote de la delgada y desteñida blusa azul que me habían dado para este día. Seguía sin usar sostén, mis pechos se marcaban y yo no podría sentir vergüenza de ello, ni aun con su mirada encima. Así que sólo pude sonreír altaneramente cuando sus ojos volvieron a los míos y, sorprendentemente, él no se inmutó o se avergonzó como pensé que haría.

Tal vez no era a la primera chica que le miraba los pechos casi descubiertos. ¿La Weasley lo habría intentado, habría intentado seducirlo de esa manera? La sola imagen me asqueaba.

Me obligué a concentrarme de nuevo, a volver a lo que diría a continuación. Algo que podría hacerlo explotar y yo ya podía escuchar el sonido del reloj en cuenta regresiva.

—¿Fuiste tú, Potter, tú trataste de matarme? —siseé con calma, como si eso realmente no me molestara, y pude ver como se tensaba más.

Lo vi saltar de la silla de inmediato, y yo levanté el rostro para seguir viéndolo al rostro. Él parecía realmente enojado, más furioso que nunca, como si realmente estuviera considerando matarme ahora sí. Se pegó por completo a la mesita, haciendo que me irguiera de nuevo para que mi rostro no chocara con su pecho. Era capaz de sentir el aroma del jabón genérico que todos parecían usar, pero también un olor a pasto y viento helado, y tuve que apretar los labios por la envidia de que él a pesar de todo pudiera salir.

Respiré hondo y pude ser consciente de su magia saliendo a rúales, como una cascada intensa, como el mar en plena tormenta y yo quise cerrar los ojos para guardarme esa picante y electrizante sensación.

—¿Por qué piensas eso? —preguntó con los dientes apretados y yo sonreí ladinamente ante su simple pregunta.

—Tú lo hiciste el primer día —contesté sin miedo y él respiró como un animal cansado, mirando por un instante la ventana antes de regresar sus turbios ojos a mi rostro.

—Lo hice. Pero no lo haría otra vez —soltó como si le costara tener que decirlo, antes de negar con la cabeza y sonreírme cansinamente—. De hecho, no fue Remus quien te trajo la jarra de agua, Parkinson, aquella primera jarra fui yo quien la trajo para ti y le dije a Remus que jamás te dejara pasar sed.

Me alejé por completo de él, sintiéndome casi golpeada por sus palabras, como si realmente me hubiera empujado o insultado de la peor manera. Lo miré a la cara e intenté ver la mentir, la obvia mentira que eso tenía que ser. Pero él, o decía la verdad o aprendió a mentir de la manera perfecta, lo cual me haría sentir orgullo.

Entrecerré los ojos y apreté los labios sin saber que decir, viendo como sus ojos tampoco se alejaban de los míos, hasta que lanzó un áspero suspiro y empezó a recoger la bandeja, dispuesto a irse, contrario a las veces anteriores que se quedaba más tiempo aquí sin decir nada.

No, no esperaba esa respuesta. Una parte de mí gritaba que así no debía ser, pero cómo siempre, Potter resultaba ser algo impredecible, aun en mis planes más elaborados o en mi jugada perfecta. Sólo esperaba perturbación, molestia, ira, una reacción tan crudamente verdadera, no una confesión honesta y moral.

—Eso es...

—Verdad. Por eso creí que realmente sabías manipular el suero de la verdad, porque cuando te lo pregunté, tú contestaste que fue Remus.

—Porque yo creía eso en verdad. Jamás creí que tú lo harías, no después de lo que me dijiste —declaré con sinceridad y él asintió mirándome con una intensidad avasalladora, como si quisiera decirme algo más, pero al final retrocedió, su mirada me hizo saber que no lo diría.

—Yo no te mataría de una manera tan ruin —aseguró a cambio y yo sonreí cruzándome de brazos por aquella respuesta que se podía malinterpretar, que yo sabía malinterpretar.

—Pero si lo harías, ¿verdad? ¿Me matarías, Potter? —pregunté alentadoramente y él volvió a enfurecerse, tomando la bandeja para empezar a caminar pesadamente hacia la puerta.

Le seguí y antes de que pudiera abrir la puerta con ese alarde de magia sin varita, lo tomé del brazo. Ambos respingamos ante mi toque y aunque podía sentir casi la corriente eléctrica contra mis dedos, no lo solté, mirando con reto a sus ojos, lo cuales volvieron a enfocarme de una manera tan punzante que me hizo tragar saliva disimuladamente, porque era una mirada que podría abrirme el pecho y arrancarme el corazón si se lo proponía.

—¿Qué? —gruñó cuando no dije nada y yo tuve que volver a enfocarme.

—¿Qué tendría que hacer para que lo hicieras? —pregunté orgullosamente, sin vacilación al decirlo y mirarlo. Él me miró con extrañeza y yo me relamí los labios, viendo como sus ojos seguían mi gesto, algo que parecía jamás dejar pasar. Sonreí coquetamente y presioné con más fuerza mis dedos en su piel— ¿Qué tendría que hacer para que me mataras, Potter? ¿O qué no tendría que hacer para que lo hicieras?

—¿Qué es lo que pretendes ahora, Parkinson? ¿Jugar, burlarte...?

—Tentar la suerte, tu suerte, Potter —suspiré y me recargué contra la puerta, provocando que él diera un paso hacia la izquierda para quedar totalmente enfrente de mí.

—No entiendo que pretendes, Parkinson, y la verdad no me interesa ni tengo tiempo para tus juegos o tonterías —masculló y yo negué con la cabeza.

—No es tan difícil, Potter. Tú, todos ustedes quieren algo. Ya demostré que estoy dispuesta a morir antes de darles cualquier información —aseguré y él me miró con mayor rencor, sabiendo que era la verdad, que colapsé y me dejé prácticamente morir para no tener que ayudarlos, para no traicionar a mis amigos—. Ahora les toca a ustedes demostrarme si van a seguir soportando esto, o me van a matar si no digo algo.

—Si te quisiera... quisiéramos muerta, no habríamos movido un solo dedo para salvarte la otra noche —aclaró y yo sonreí ante su desliz. Potter no me quería muerta, no sabía si por su propia consciencia o porque pensara que realmente podría ayudarlo, pero en ambos casos aseguraba mi vida por un largo tiempo más.

¡Sí, ahí estaba la primera regla del juego! Mi mente gritó. Potter no me quería muerta y me necesitaba.

—Entonces, no importa lo que haga o no haga, no vas a matarme —concluí presumidamente y él me miró entrecerrando los ojos, totalmente harto de mí al parecer.

—No le veo caso a esta conversación, Parkinson, así que apártate —dio un paso hacia al frente y yo no me moví de mi lugar, elevando una ceja ante su tensa cercanía.

—Sólo quiero asegurarme de eso, Potter, quiero que me asegures que no moriré, al menos no por tus manos o las de Black —presioné y él bufó con fastidio, girándose para dejar la bandeja sobre la mesita otra vez, para luego verme y cruzarse de brazos, luciendo tan fuerte y altanero, tan peligroso también.

—Remus ya nos aseguró la muerte si te tocamos un solo cabello y lo sabes, Parkinson, así que no entiendo para que te haces la idiota —dijo y yo reí, separando mi espalda de la puerta y acercándome a él. Yo sabía eso, por alguna razón el profesor Lupin los había amenazado, quizá su humanidad y verdadera bondad lo orilló a eso a pesar de quién era yo, pero lo más sorprendente es que ellos lo acataran de verdad, que realmente respetaran su orden.

—Entonces dime quien trató de hacerlo. No fuiste tú, no fue Black y mucho menos el profesor Lupin, entonces, ¿quién? —gruñí prácticamente contra su rostro y él me observó con duda otra vez, antes de regresar a su mirada pesada y furiosa.

—¿Por qué estás girando sobre eso? Ya te dije que no lo diré. ¡Ni siquiera entiendo porque lo quieres saber ahora! —exclamó y yo sonreí casi contra su barbilla y luego me deslicé sobre su oído.

Admiraba el hecho de que no se alejara, que no se apartara de mi presencia y casi toque. Estaba quieto, tenso, respirando casi con agitación, pero sin hacer algún movimiento que sugiriera que quería huir de mí. Interesante, sumamente interesante, porque ya lo había visto junto a Granger y parecía siempre repeler su cercanía, peor con la Weasley, a quien no le permitía ni el mínimo contacto, como si ella le quemara, oliera mal o le desagradara hasta límites insospechados, cómo si su simple presencia le irritara tanto cómo a mí.

Pero aquí estaba, el grandísimo Potter sin quitarse, sin apartarme, sólo respirando lentamente.

—Se llama confianza —susurré y me alejé antes de sus manos se movieran, quizá con intenciones de empujarme o apretarme.

—¿Confianza? ¿Ahora a qué juegas, Parkinson? —cuestionó y yo apreté los labios antes de sonreír.

—Tú me dices una verdad y yo te digo otra. Así se juega —solté con alegría mirando sus ojos, esperando que captara todo esto.

Potter me miró asombrado primero, bajando los brazos y dando los pasos que yo retrocedí, de una manera tan lenta y silenciosa, como un animal que va por su cena. Pero su rostro se transformó, se llenó de seguridad, de anticipación, como si quisiera arrebatarme todos los secretos de una vez, exprimir mi cuello hasta que dijera todo lo que supiera.

Respiré procurando no moverme o hacer ruido, al verlo de nuevo tan cerca, demasiado cerca, tanto que tuve que levantar otra vez el rostro para seguir viéndolo a los ojos. Me clavé en su mirada intensa, en aquel verde que era tan distinto al de Theo, más brillante, más colorido tal vez, como una verdadera piedra pulida, y yo quería esas esmeraldas en un lindo collar. Su rostro no cambió, seguía mostrándose serio, casi tenso, pero sus labios estaban firmes y sus manos a cada lado de su cuerpo estaban apretados.

—Vas a decirme algo de ellos, de los mortífagos, de Voldemort —no era una pregunta y yo me mordí la punta de la lengua ante su agudeza.

—No dije eso.

—¡Deja de burlarte entonces! —gritó y yo respingué en mi sitio, y sin notarlo del todo, di un diminuto paso que me hizo chocar de nuevo con la puerta.

—No me estoy burlado o jugando —mentí y me mordí los labios y pude ver nuevamente sus ojos deslizarse fuera de mis ojos para verme a la boca. Sonreí enardecida, divertida, sintiendo más calor de repente, como si su magia empezara arder también. Levanté una mano hasta posarla sobre la tela de su camisa sin tocar su piel y a él no le importó—. Estoy tratando de hacer un trato. Sólo tú y yo, Potter, pero tienes que ir a mi ritmo, tienes que seguirme y creer, sobre todo creer —musité y deslicé mis dedos hasta el borde de su camisa, rozando con una de mis uñas la piel de su cuello, tentada más que nunca a arañarlo o apretarlo hasta que se ahogara.

¡Pero no podía, no podía matarlo! ¡Además, era claro que, si iba a iniciar la partida, si iba a jugar de este lado, lo haría sólo con el rey de las piezas blancas, con nadie más que él!

Yo no iba a apelar a la confianza de otros, a la bondad de alguien más, o hacer tratos con cualquiera, lo haría con el que tuviera realmente el poder de salvarme y darme lo que quería.

Él bajó la mirada hacia mi mano, como si fuera un objeto extraño, y antes de que me diera cuenta, cubrió mi mano con una de las suyas, apretando mis dedos con una fuerza excesiva, como si la quisiera comprimir hasta desaparecerla. Intenté no quejarme, no hacer ni una sola mueca ante la fuerza, creyendo que simplemente la apartaría de su cercanía, que la arrojaría hacia un lado, pero en vez de eso, la presionó con fuerza contra su pecho. Sentí casi ansiosa, como una vez tuve sed, la magia chisporroteando contra mi piel, como si precisamente fuera de su pecho donde surgiera todo, todo su poder, toda su fuerza, así como los latidos de su corazón, lo cuales estaban tan agitados cómo los míos.

No dejé de mirarlo a la cara mientras mis dedos se apretaban ahí y él tampoco dejó de mirarme a la cara, de hecho, lo sentí acercarse más, tanto que podía respirar contra su cuello y podía sentir como su respiración pegaba contra mi frente. Era también capaz de sentir el calor de su piel y el aroma más intenso que tenía.

—No voy a matarte, es mi primera verdad. No voy a dejar que alguien lo haga o lo intente otra vez, es mi segunda verdad. No voy a dejarte morir, es mi tercera verdad —lo escuché decir y pude sentirme estremecer por la intensidad de sus palabras y la honestidad impresa en su voz, como si eso fuera un hechizo, un mantra que cumpliría, así como la maldita profecía de esta absurda guerra—. ¿Ahora dime una verdad tú?

¿Podría confiar en sus palabras? ¿Podría hacerlo? Algo de mí gritaba que no, que él jamás salvaría a una mortífaga, menos a la que le hizo la vida imposible y todavía deseaba su muerte. Pero la otra parte, algo más en el fondo de mi cabeza y alma, aseguraba que no había otra opción, que debía creer, así como yo se lo pedí a él.

Quiera o no, tendría que confiar en el rey de las piezas blancas, al menos por el momento.

Tragué saliva y parpadeé un par de veces, antes de apretar el gesto, respirar con fuerza y soltar el aire contra su piel. Lo miré sin dudas, sin miedo, sabiendo que aquí iniciaba todo, sabiendo que mi primer movimiento de verdad era ahora, que ya no me podía echar para atrás, que retroceder no era una opción, que ya tenía a Potter donde quería, que estaba declarando sus supuestas verdades y esperaba una verdad mía.

¿De verdad él creería en mí? Eso no podría saberlo, sabía que tal vez no se fiaría sólo de mis palabras, que requeriría pruebas y yo podría dárselas.

Suspiré contra su cuello y dejé caer mi cabeza contra la madera de la puerta, mirando sus ojos con determinación, encontrando fuerza para decir lo que diría continuación.

—Soy una mortífaga declarada. Sé más cosas que lo que los demás piensan. Conozco a cada miembro de los mortífagos, sé lo que hacen, sé a dónde van, sé cuándo van. Conozco cada guarida del Señor Oscuro y sé cómo romper sus protecciones —terminé de decir sin evitar estremecerme ante lo que dije y lo que eso implicaba ahora y en el futuro. Pero era lo mejor, tal vez no lo correcto, pero si lo que debía hacer para salir viva de aquí.

—Lo sé, sé todo eso, sólo quería escuchártelo decir, que fueras sincera —susurró y me dio la impresión que de verdad me creía, algo tan desconcertante, algo que me hizo dudar y demostrarlo con mi rostro—. Confianza, así se llama este juego, ¿no? Tú me dices una verdad y yo te digo otra —repitió mis palabras y yo asentí como si aceptara un camino a la muerte, mi condena y penitencia.

—Eres más inteligente de lo que pensaba, Potter —murmuré y sentí su mano aflojándose en mis dedos, pero sin soltarme, lo que me hizo entrecerrar los ojos, porque no entendía por no me soltaba de una vez, cómo es que aun resistía tener mi mano en la suya—. Pero recuerda, esto es un trato solo entre tú y yo. No más Black, no más tus amigos, ni siquiera el profesor Lupin —claudiqué.

—De acuerdo. Me parece justo —aceptó con seguridad.

—Oh, pero no celebres, león, porque aún no he dicho lo que quiero a cambio de esto —dije y él se alejó para verme al rostro, y por primera vez, tan confuso como todo este momento, como el que aún tuviera su mano en la mía, pude ver como sonreía de una manera totalmente delirante, de una manera casi malvada y triunfante, de un modo casi victorioso.

¡Merlín! Sí, aquí era donde iniciaba el juego, la partida, y el rey de las piezas blancas estaba muy dispuesto a participar de verdad. ¡Y ganar! ¡El rey parecía querer ganar!

Puede que no confiara en el demonio todavía, puede que creyera simplemente que el demonio había caído, y eso podría ser verdad, pero sólo ante él y tampoco es cómo si él debiera ser totalmente consciente de eso o yo tuviera que decirlo.

Era un demonio caído, un demonio encerrado, un demonio que jugaría con estas santas piezas blancas. ¡Y jugaría para ganar y el rey tendría que estar a la altura para no perder o morir como muy en el fondo lo deseaba!


Espero que les haya gustado y decidan decirme que les pareció, ya saben que el tema es algo nuevo para mí y me sigo sintiendo como una ligera novata. Ojo, no es obligación, pero ya saben que agradezco cada uno de sus comentarios u opiniones.

Nos leemos pronto.

By. Cascabelita.