Capítulo 3

Hokage


Minato era un fiel defensor en la idea que un shinobi debía adaptarse a la situación por cuenta propia, sacar provecho de las circunstancias imprevistas y utilizar al máximo los recursos que estuvieran a su alcance. Seguir órdenes ciegamente, sin tomar en cuenta los eventos inesperados, sin reflexionar implicaba liberarse de las responsabilidades, diluir nociones y vivir en la ignorancia.

Minato no quería ninguna de esas cosas, ni para él ni para Kakashi. Esa era la línea.

Necesitaban toda la información disponible para maximizar la posibilidad de éxito.

Aún así, él quería creer que evitar que Kakashi fuera de su reunión con el Hokage —porque pensaba encontrar una forma de reunirse con el Hokage ese mismo día, sin importar cuánto tiempo le tomase— era una buena decisión. Kakashi era un ninja talentoso, brillante, pero era todavía muy joven. No tenía que tomar las mismas responsabilidades que Minato tomaría ni tampoco involucrarse del mismo modo. Tenía todo el derecho del mundo a ser partícipe de la conversación, conocer los mismos detalles que Minato y al mismo tiempo. Estaba más allá de la misión, lo estaba ocurriendo. Los afectaba por igual a ambos y estaba por fuera de los parámetros convencionales.

Podía haberle pedido que lo llevase y Minato sabía que si utilizaba ese argumento, él tendría que ceder. No era una decisión justa, desde luego.

Pero Kakashi confiaba en Minato. Confiaba en Minato más de lo que confiaba en el resto de las personas en su vida.

Ese tipo de lealtad, entregada tan completa y generosamente, era un bien precioso en un mundo como el suyo. No era raro en sí, pero estaba sometido a constantes pruebas.

Tenía que asegurarse de no romper ese voto de confianza.

La nimia posibilidad de que Sandaime se mantuviese más alerta si más de una persona lo enfrentaba estaba colgando como una vaga idea en sus pensamientos, sumando mérito con cada momento. El hombre que Minato había visto el día anterior frente a la multitud, no se parecía al hombre que lo había enviado a Rōran. Su vitalidad se había esfumado y la expresión su rostro hablaba de años de pesar y tristeza, de una historia que le era absolutamente desconocida y que estaba llena de páginas de ceniza. Si Sandaime ya había tenido un sucesor, como claramente indicaba la montaña de los Hokages, entonces algo lo había hecho regresar a su puesto.

A menos que estuviese obrando como su representante o hubiesen dos líderes activos en la aldea, por supuesto. Algo sin precedentes, pero no imposible. Senju Tobirama había tenido un rol muy activo durante el mandato de su hermano, después de todo. Él había contribuido a la mayor parte de la organización de la aldea y diseñado muchos de los sistemas internos, incluida la Academia Ninja, pero no había sido llamando Hokage hasta después de que su hermano dejase el puesto. Su rostro tampoco se había esculpido hasta que su nombramiento fue oficial.

Tenía curiosidad, desde luego, pero no necesitaba más cosas en las que pensar.

No quería arriesgarse a someter a su estudiante a más presión de la debida ni quería arriesgarse a que aprendiese más de lo estrictamente necesario. No pretendía averiguar más sobre ese tiempo en el que había arribado, tampoco, por lo que el esfuerzo era consciente. Había limitado su exposición a la aldea y había resistido la tentación de escabullirse en la biblioteca para ver qué novedades podría encontrar entre sus estantes.

Minato se mantuvo por un momento frente a la Torre Hokage. Se sentía extrañamente solitario el lugar, sin guardias ANBU que él pudiera percibir y sin los guardaespaldas personales de Sarutobi Hiruzen custodiando visiblemente la entrada, a pesar que él sabía que el Hokage estaba en el interior. La luz de la mañana era tenue todavía, apenas una pincelada de suave naranja, y el festival de la noche anterior garantizaba que la mayoría de los habitantes de Konoha no hubiesen dejado aún sus hogares. La mayoría del pueblo estaría lejos de la rutinaria vida de la aldea.

Era tan buen tiempo como cualquier otro.

Tomó una respiración profunda y tocó la máscara que llevaba puesta. La había tomado por precaución más que otra cosa pero, sin duda, había servido bien a su propósito. Ningún alma en el camino a la torre lo había mirado dos veces.

Quizá lo estaban esperando. Necesitaba hacer una entrada limpia, rápida, lo suficientemente tranquila para no traer alarma.

Decidió que lo mejor era quitarse la máscara.

Inhaló profundamente antes de entrar. En un parpadeo, desapareció.

Resultaba que lo estaban esperando, pero no un grupo de ninjas camuflando su chakra ni tampoco un escuadrón ANBU dispuesto a llevárselo para ser interrogado —dos posibilidades que se le aparecían perfectamente plausibles.

El Sandaime Hokage se hallaba solo en su oficina, con el escritorio lleno de pergaminos y rollos manuscritos y una expresión solemne.

—Minato. —La voz de Sarutobi Hiruzen sonaba tan agotada como su aspecto denotaba. Era tipo de cansancio que se acumulaba en las cuerdas vocales con el pasaje de inviernos y primaveras. Poco a poco. Inevitablemente. Las sombras bajo los ojos oscuros, dibujadas por la escasa luz que había dentro de la habitación, no hacían más que acentuar el efecto.

—Sandaime —Minato se inclinó ligeramente, respetuoso. Se obligó a relajar la postura un poco, sabiendo que no debía bajar la guardia todavía—. No estaba seguro si podría encontrarlo.


—... Lo que no me explico es... cómo es posible que estés aquí.

Minato se congeló por un momento ante las palabras que se premiaron en el aire, las dudas que había cosechado desde que llegó a Konoha, confirmadas en un suspiro. Se sacudió la sensación de manera inmediata, ignorando el aguijón de la curiosidad que lo asaltó. Los shinobis tenían, en promedio, vidas cortas. Estaban dedicados en cuerpo, alma y espíritu a su Aldea y vivían para ello. Minato simplemente no era una excepción a la regla.

Debería estar enfocándose en lo que realmente necesitaba saber.

—Temo que no tengo una buena respuesta para eso, Sandaime —admitió con lentitud. Resistió el impulso de preguntar por otras personas. Una tarea que se le presentó titánica por una breve eternidad, mientras buscaba las palabras. Era la imposición que él le había dado a su alumno. Tenía que seguirla él también—. Esperaba que pudiera ayudarme a encontrar las piezas que me faltan.

No le gustaba esa posición ni estaba acostumbrado a ella. No le gustaba tampoco que el Hokage no supiese exactamente por qué Minato estaba allí. No era una respuesta alentadora para el problema que les aquejaba. Si estaban repitiendo un evento, alguien debería ser consciente de ello.

Sandaime hizo un gesto de acuerdo. Sus ojos se suavizaron, dándole un aspecto más amable.

—Intentaré ayudarte en lo que pueda. Pero necesito la historia primero.

Minato sintió que algunos músculos de su espalda se aflojaban.

—Estaba en una misión a la que me envió antes de despertar aquí.—Minato tuvo cuidado de no usar el plural en sus oraciones—. La misión para sellar el Ryūmyaku en Rōran.

Despertó en las ruinas de lo que había sido Rōran, mejor dicho.

—Rōran —repitió Hiruzen con el gesto encendido. Minato lo vio fijar sus ojos en algún punto lejano, más allá de la pared que estaba a sus espaldas. Era una mirada ausente—. La ciudad de Rōran fue destruida una década atrás. La reina movió a su pueblo al límite entre el País del Viento y el Fuego. Fue una de las defensoras más fervientes de nuestra alianza con su país.

Eso quería decir que estaban a más de una década en el futuro. Decidió archivar esa información para más adelante.

—Sandaime —dijo—. ¿Eso significa que Sēramu-sama se encuentra bien?

—¿Sēramu?

Notó que se estiraba sobre su escritorio, que estaba lleno de rollos, en busca de algo. Evitó cuidadosamente la máscara que Minato había dejado sobre la mesa mientras abría un par de pergaminos y los examinaba. La información de todas sus misiones quedaba conservada en la aldea, para la protección de los secretos, por lo que en esos rollos estaba la información de lo que había pasado en Rōran. O, al menos, parte de ella. Si Sandaime lo había visto venir supuso que esos rollos eran de algunas de sus viejas misiones.

Minato aguardó con paciencia. Solía sentirse incómodo quedándose de pie sin hacer nada por lo que se felicitó mentalmente cuando su cuerpo no lo traicionó con la necesidad febril de moverse.

—La reina de Rōran se llama Sara. Es la hija de Sēramu —explicó Sandaime, tras un largo, prolongado momento. No había encontrado, a juzgar por la arruga entre sus cejas, el archivo que buscaba—. Sara asumió el trono tras la muerte repentina de su madre.

—¿Muerte repentina? —murmuró Minato—. Nosotros... mi equipo, ¿nunca volvió?

Todo tu equipo regresó... Eras de mis hombres más eficientes. No, la reina Sēramu fue asesinada antes de que te asignase esta misión, si mi memoria no me falla—. Otra bocanada de humo plateado se dibujó desde la pipa—. Nunca me hablaste de algo como esto en tus informes, Minato-kun. No sería algo que dejases sin mencionar, aunque sea brevemente. Para prevenirlo, o para actuar acorde.

—A menos que hubiese averiguado algo en este tiempo que no debería saber —propuso. Quizá había asumido que él podría manejar la situación o tal vez la situación había sido tan extraña que no había querido explicarla.

Sandaime volvió a darle una pitada a su pipa.

—Minato-kun, puedo preguntar, qué edad es la que tienes.

No estaba seguro si notaba una pizca de tristeza o envidia. O si había algo más oculto en la cadencia de las palabras.

—Tengo veinte años —respondió.

—Ya veo. —El Hokage dejó que sus ojos se deslizasen por la sala, hacia la ventana—. Eras muy joven.

Había algo en su expresión que Minato no podía descifrar —algo que no le gustaba. No quería preocuparse por el significado subyacente, por las cosas que implicaba.

Tal vez había sellado sus recuerdos para evitar cambiar los hechos y por eso no existía ningún tipo de registro… Excepto que Chōza y Shibi habrían notado la discrepancia o tendrían la información para darle sentido. Después de todo, Minato había sido enviado a un tiempo distinto imprevistamente y eso tendría que haber dejado una huella. Debería existir alguna forma de regresar al tiempo de partida... Porque él ya lo había hecho, a juzgar por las palabras del Tercero.

El humo de la pipa continuó diseñando ínfimas nubes grises a su paso. La mirada en los ojos del Hokage no revelaba ningún pensamiento, no traicionaba ninguna emoción.

—Estamos en medio de un festival. Ayer festejamos el comienzo del Tsukimi —dijo Sarutobi, finalmente—. Imagino que notaste las diferencias.

Minato vaciló ante el imprevisto cambio de tema. —Lo hice.

La expresión de Hiruzen estaba a punto de desmoronarse. Su cara dibujaba una sonrisa pero en el fondo de sus ojos revoloteaba una espesa penumbra. Sarutobi Hiruzen, pensó súbitamente, había sobrevivido Tres Grandes Guerras Shinobi, emergiendo de todas ellas victorioso, y si bien había suavizado la mentalidad bélica en algún punto, las arrugas de su rostro tomaban otra dimensión, otro significado al verlas a través de esa lente.

Era un hombre cansado del poder que descansaba en sus hombros, desgastado por la pérdida y el dolor.

Podía entender por qué había querido un sucesor. No podía entender por qué había regresado al puesto.

—Hace nueve años hubo un grave atentado contra nuestra aldea. Un 10 de octubre —explicó Hiruzen con la voz un poco ronca—. Han pasado muchas cosas en estos años. Celebramos de distintas maneras. Y padecemos, también.

Se sentía una explicación extrañamente... vacía.

—¿Prefiere que venga a buscarlo después del festival?

—Voy a necesitar un poco de tiempo. Si vamos a poner poner en común lo que tenemos y qué podemos hacer, Quiero reunir todos los hechos sobre la misión a Rōran —afirmó con sereno aplomo, fiel a su carácter—. Ha pasado mucho tiempo y los detalles no están frescos para mí como lo están para ti. ¿Por qué no vienen los dos a mi casa mañana por la noche?

Daba la impresión que la presencia de Minato no le suponía ninguna amenaza para la continuidad espacio-temporal a los ojos de Hiruzen. No sabía cómo tomarse esa deliberada indiferencia.

—¿Ambos?

—Me gustaría también hablar con Kakashi-kun.

Minato supuso que eso era justo lo que el tercero querría, debió haberlo anticipado.

—¿Kakashi... está bien? —dudó Minato. Tenía que sacarse la duda. Era una pesada asunción pero estaba casi seguro que él estaba muerto en esa línea temporal. De otra forma, él sería a quien Hiruzen le habría llevado y a quien ellos le estuviesen haciendo las preguntas. Era algo que, en su perspectiva, ya había pasado. Y estaba la extraña mirada del Hokage, la forma casi deferente en la que lo trataba—. El de este tiempo, quiero decir.

Al parecer, Sarutobi se esperaba esa pregunta.

—Hatake Kakashi es uno de nuestros ninjas más prestigiosos —anunció. Minato sabía que Kakashi tenía más que un prometedor futuro por lo que no era una sorpresa. Fue un alivio, sin duda. Algo muy parecido al orgullo que apretó su pecho—. Es capitán de ANBU y está fuera de Konoha cumpliendo una misión.

ANBU.

Eso era un poco más sorprendente.

—Bien.

—¿Puedo hacerte yo una pregunta, Minato? —Asintió, en silencio—. ¿Tu lealtad sigue en Konoha?

Minato no podía contemplar la posibilidad de ser desleal a la Aldea Oculta de la Hoja, pero la pregunta tenía mérito —esta no era su aldea, a fin de cuentas... ¿Qué ocurría si no podían regresar a su tiempo, a su Aldea?— y las dudas que la empujaban al espacio central de sus pensamientos suavizaron su insistencia.

—Ni Kakashi ni yo queremos alterar el flujo del tiempo ni tenemos intención de perturbar la calma. —Minato, a pesar de sus convicciones, tenía un tono titubeante al terminar. La pregunta lo había sorprendido en más de un nivel—. Somos leales a Konoha.

—Por supuesto que sí —La sonrisa de Hiruzen era serena otra vez. Por alguna razón, Minato sintió que había pasado una prueba.

Eso era mejor de lo que esperaba.

Era un buen momento para marcharse. Pero no podía salir pie antes de hacer una última consulta. —Tengo una pregunta personal, Sandaime.

La expresión intensa del Hokage se disolvió en una más amable. —Puedes preguntar lo que quieras.

Minato no se relajó.

—Sentí algo extraño ayer con el chakra de- ¿Hay algo malo con Kushina?

La mirada en el rostro de Hiruzen bastaba para confirmar los temores de Minato, pero la falta de una palabra hizo más fácil pretender.

Para su fortuna y desgracia, entonces, el tirón familiar de su chakra —el mismo que le avisaba que uno de sus kunai estaba en movimiento— lo abordó.

—Debes irte —adivinó el Tercero.

—... . —Era señal que debía encontrar a Kakashi. Se inclinó nuevamente frente al escritorio—. Gracias por recibirme, Sandaime. Kakashi y yo nos encontraremos con usted más tarde.

—Minato. —Sus pasos se detuvieron en medio de la sala pese a que el llamado del Hokage era más bien reticente, una idea de último segundo—. No dejes que te vean en la aldea.

Hai.


Descubrir que el siguiente lugar en el que estaba era el memorial fue tanto una sorpresa como una decepción. Su alumno le había dado su palabra que se mantendría alejado del lugar. La ruptura tan abierta de esa promesa no hacía más que dejarle un mal sabor en la boca del estómago. Kakashi, que se erguía solitario, una espiga en un campo desértico pintado de gris, no estaba sosteniendo su kunai. Minato no tardó en distinguirla a sus pies, abandonada, como si se hubiese escurrido de la punta de los dedos de su portador. Kakashi mantuvo los ojos en la piedra que guardaba los nombres de los shinobis perdidos en acción incluso mientras que Minato se arrodillaba a su lado para levantar el kunai.

—Me prometiste que no vendrías al memorial —le reprochó, severo. Mapeó la zona velozmente, alerta, pero no encontró a nadie más en los alrededores.

Estaban solos.

Kakashí se encogió de hombros, sin moverse. Fue apenas un movimiento leve en sus brazos tensos pero hizo el truco lo suficientemente bien.

El silencio fue una violenta reminiscencia a la vez en la que Minato lo había hallado, contemplando impotente la muerte, frente al cuerpo de su padre. Su alumno nunca había faltado a sus entrenamientos y ese día él había tenido que ir a buscarlo, impulsado por la inquietud y la preocupación, porque las horas pasaban y el sol se deslizaba en el horizonte sin noticias. Minato, a pesar que conocía sobre las dificultades que había tenido Sakumo, no había tomado las dimensiones del asunto hasta mucho después.

Recorrió la piedra con la mirada, una infinidad de nombres que habían dejado su sangre —su sangre, sudor y lágrimas— por la aldea, y una honda ola de respeto lo invadió. La mayoría de los caídos carecían de una imagen que los acompañase en su mente. Otros se correspondían con existencias que no coincidieron con la suya pero que trascendieron las páginas de su tiempo y llenaron los libros como figuras históricas. Algunos eran despiadados recordatorios de vidas que se extinguieron demasiado pronto. Minato, aunque sabía que el nombre debía estar grabado allí, no pudo ignorarlo una vez que sus ojos lo hallaron.

Uzumaki Kushina.

Kushina.

Su rostro animado, tan nítido y tan frágil, en la última despedida que se habían dado —Kushina siempre iba a despedirlo en la misiones largas— era tan claro que hi que le daba temor el solo rozar la imagen en la memoria y perderla para siempre en el fondo de sus esperanzas. La idea de que la existencia de Kushina quedase reducida a una memoria olvidada entre cenizas y silencios se le presentó como una sacudida en el estómago que le dio náuseas. Ella era de esas personas que irradiaba luz —ese tipo de luz que podía cegarte si la mirabas constantemente, de cerca— y había sido vida y energía y entusiasmo donde Minato era... menos. El mundo era un lugar más oscuro sin ella existiendo en él. Minato no quería vivir en un mundo como ese.

No tendrían por qué quedarse en ese mundo. Podrían encontrar una salida. Tenían que-

Flexionó los dedos, aflojando la tensión tras algunas respiraciones. Había otras cosas más apremiantes que tratar. Minato buscó la mirada de su alumno, pero Kakashi se negó tercamente a despegar sus ojos de la piedra.

Tenían que salir de la vista pública.

—Kakashi... Ven. Salgamos de aquí.

Tocó el brazo de Kakashi, súbito y fugaz. El memorial desapareció.

—No fui a buscar mi nombre —La voz de Kakashi era tan hueca que, a pesar del alivio que le provocó escucharlo, no hizo mucho para tranquilizarlo. Él sabía que el nombre de su estudiante no estaba allí, no le había preguntado a Sandaime al respecto solamente para su paz personal. También había querido decirle a Kakashi que al menos uno de los dos estaba bien.

—Kakashi —intentó nuevamente. Su mirada se paseó por el rostro sombrío de su alumno y su ceño casi inalterable—. Hablé con Sandaime.

—¿Qué fue lo que dijo? —demandó. La apatía de Kakashi rebosaba cada palabra.

—Quiere hablar con nosotros —Minato dejó caer su brazo, interrumpiendo el gesto tranquilizador que había nacido impetuoso, cuando vio que Kakashi se tensaba anticipadamente—. Sabía que estábamos los dos aquí. Dijo que nos vio venir. Escucha, él no puede recibirnos hoy pero prometió hacerlo maña-

—Eres el Yondaime Hokage —acusó Kakashi, intempestivo. La ira encendió una noche de tormenta en sus ojos—. ¿No lo sabías?

Cuando Minato había conocido a Kakashi, apenas salido de la Academia, no vio sólo un niño prodigio con el potencial para superar todos los récords previos y un padre orgulloso a su espalda. Vio a un niño con hambre de mundo, con corazón gentil y bordes afilados de arrogancia. —Y Minato podía simpatizar con las razones que se tejían detrás; Kakashi había sido criado por un genio, prácticamente entrenado para convertirse en ninja desde que dio sus primeros pasos.

La pérdida de Sakumo, su única familia cercana con vida, le había dejado una marca permanente. Y el hijo del Colmillo Blanco de Konoha, había sido primero alabado por sus logros y luego acusado por las fallas de su padre.

—Soy... ¿qué?

Kakashi le lanzó una mirada envenenada. Luego estiró el brazo para señalar un punto en las alturas, visible a pesar del cambio de escenario.

Minato siguió con los ojos la línea invisible.

Los cuatro rostros esculpidos, a los que sólo les había dado un ligero vistazo al llegar a la aldea, eran una burla a su ignorancia. Había soñado de niño con convertirse en Hokage, defender la aldea que lo había visto nacer, y siempre había tenido fe que algún día lo lograría. Se conocía lo suficiente para saber que era bueno en lo que hacía, de los mejores incluso, pero todo ello eran vagas emociones y sentimientos, como colores e imágenes nebulosas, sin palabras aledañas que les diesen identidad. Él no sabía separarse de lo que hacía.

La imagen tomó otro significado ahora que Minato podía contarse entre ellos.

¿Cómo no había notado lo obvio cuando que Kakashi había unido todas las piezas sin tener todos los datos?

Minato se dio una bofetada mental.

—Kakashi —No podía detenerse en ninguna de esas revelaciones por el momento, lamentablemente. No en la muerte de Kushina ni en la suya o en el hecho de que él había vivido lo suficiente para llegar a ser Hokage. No podía detenerse en la idea que Kakashi se había unido a ANBU—. Hablaremos de esto después, ¿de acuerdo? Encontremos-

Minato se detuvo. Prometer que cambiarían el futuro, lo que estaban viendo, no se sentiría más que palabras vacías. Tan vacías como las que le había dado el Hokage.

—No hay nada de qué hablar, Sensei —declaró Kakashi, a pesar que claramente había algo de lo que quería hablar—. Una vez que Sandaime-sama nos reciba podremos... olvidar esto.

Minato recordó su conversación con el tercer Hokage de la Hoja.

—Puede que no sea tan sencillo, Kakashi.

Su alumno lo miró por un momento, olvidando toda pretensión.

—¿Algo de esto es sencillo? —preguntó. Sus ojos estaban colmados de un sinfín de emociones opuestas. La batalla entre todas ellas era tan clara como el agua.

—Sé que es difícil aceptar... Sé que es difícil aceptar muchas cosas —dijo Minato—… pero estas cosas no han pasado en nuestro tiempo. No estoy muerto, Kakashi.

Kakashi entornó los ojos al mirarlo, pero no dio ningún indicio de que sus palabras habían tenido algún efecto. Alejó su mirada de Minato, clavándola en el suelo. Se preguntó si estaba pensando en los nombres que reposaban en la piedra nuevamente.

—¿Podemos salir un poco del pueblo antes de ir a ver a Sandaime-sama? No quiero estar aquí.

—Claro —acordó Minato, automático. Era una buena idea para despejarse, después de todo—. ¿A dónde quieres ir? Hay algo-

— No importa. Solo... vámonos, por favor.

—Kakashi...

Sensei.

No estaba seguro cómo tratar con Kakashi en ese estado, él nunca lo había visto tan... tan molesto.

Era la segunda vez que se sentía tan impotente en el día. No podía arreglar las dudas que habían surgido con lo ocurrido en Roran, las muchas incógnitas que se le presentaban, pero podía hacer algo por Kakashi.

Tal vez.

—¿Qué tal si te enseño el Rasengan?