Hermione no se podía creer que estuviera en Tea & Tattle. Hacía tanto tiempo que no lo pisaba… Ron nunca quería ir, decía que se sentía como si estuviera jugando a las casitas con su hermana. Pero él, Draco Malfoy, la había llevado allí y había acertado de pleno. Una ola de calor le inundó el pecho y le odió. Le odió por no poder odiarlo por haber hecho eso, por no poder descartarlo, sin más, como hacía con todo.
El calor y el olor a té recién hecho les dieron la bienvenida y ella fue, sin pensarlo, hacia su mesa, la que siempre había sido su mesa. Tenía los sentidos embotados por tanta estimulación y durante un segundo creyó que tenía 9 años otra vez. Iba allí con sus padres todos los sábados. Primero paseaban y la llevaban a todas las librerías que ella quisiera. No la dejaban comprar todos los libros que habría querido, eso desde luego, pero dos o tres siempre la acompañaban a casa. Después iban al British Museum, cada día a una sala distinta. Había tanto que ver… Y ella quería verlo todo. Antes de irse a casa iban a aquella cafetería, estaba al lado del museo, así no tenían que caminar mucho más, agotados como terminaban. Mientras tomaba un vaso de leche y una poción de tarta que variaba cada día los miraba, miraba a sus padres y los escuchaba hablar de la semana, de sus cosas, de las próximas vacaciones. Animados y sonrientes. Eso era la felicidad: sus libros, sus dulces, estar con ellos.
¿Cuándo perdió todo aquello? Incluso cuando habían descubierto que era una bruja siguieron yendo, con mucha menos frecuencia, pero iban. El ritual era el mismo y siempre podía hacerse un pequeño alijo de libros muggle. No todo iba a ser estudiar.
La conciencia de que Malfoy estaba siguiéndola interrumpió sus pensamientos. Se había sentado a su lado, no enfrente, cerca de ella. Se giró y lo miró fijamente, sin sonreír porque no recordaba cómo se sonreía, pero intentando hacerle entender, con la mirada, cuánto le agradecía estar allí. Aunque luego la noche sería muchísimo peor.
—¿Qué quieres? ¿Té? ¿Un chocolate caliente? Me han dicho que el chocolate blanco a la taza con frutos rojos es inmejorable aquí. También me han hablado de sus tartas. Pide lo que quieras, San Mungo invita —dijo Malfoy y después la guiñó un ojo.
—Un chocolate caliente, por favor. Pero negro, con un toque de naranja —solo de pensarlo Hermione se estaba relamiendo. Había olvidado cuantísimo le gustaba el chocolate negro con naranja. Y hacía tanto frío fuera…
Se estaba permitiendo demasiadas cosas, lo sabía, aunque tuviera que pagarlo caro después, pero quería intentar que aquella salida mereciera la pena. Malfoy se lo merecía. Resultaba increíble que aquel idiota, abusón e insensible estuviera haciendo aquello. Creía en la magia, claro, pero no en los milagros y si él había cambiado tanto… Bueno, no importaba que supiera que ella misma no tenía remedio, quería hacer que él creyera que lo tenía. Nunca había reparado en ello, pero era el tipo de persona al que merecía la pena ver ilusionado, la resolución en sus ojos cuando tenía un plan y creía en él era algo hermoso de ver. Esa certeza le hizo preguntarse si nunca había reparado en ello porque en los tiempos de Hogwarts procuraba evitarle o si, en realidad, nunca estuvo ilusionado de verdad por nada en aquellos días.
De pronto se dio cuenta de que la estaba hablando y ella no estaba escuchando.
—¿Disculpa?
—Un penique por tus pensamientos.
—Oh. Mis pensamientos no valen ni un penique.
—Venga, Hermione, la autocompasión conmigo no, eh. Tus pensamientos de momento valen, por lo menos, una taza de chocolate, así que dime, ¿qué estabas pensando?
Él había vuelto a decir su nombre, como le había prometido.
—Bueno… La verdad… Estaba pensando en ti —no lo había pensado demasiado antes de hablar y según terminó de hablar se estaba sonrojando y arrepintiendo.
—¿En mí? ¿Y qué cosas horribles estabas pensando de mí? –Lo dijo en tono de broma, pero Hermione sabía que había un fondo de verdad, piedrecitas que arrastraba la resaca, que hacían que Malfoy aún estuviera convencido de que lo detestaba.
—Nada horrible. Solo pensaba en los días de Hogwarts —él levantó una ceja, como confirmando sus sospechas porque, sin duda, si ella estaba pensando en Hogwarts seguramente estaría pensando en cosas terribles. —No, no es lo que piensas. Solo pensaba… bueno, que desde que te he vuelto a conocer a rato pareces ilusionado con cosas. Y antes… bueno, antes nunca parecías demasiado ilusionado con nada. Incluso arrastras menos las palabras. Y me preguntaba— si sencillamente no había reparado en ello o si es que no fueron grandes años.
—Vaya. Pensaba que aquí las preguntas las hacía yo —parecía un poco incómodo, pero no se había puesto a la defensiva, eso era un gran paso. —Digamos que no fui demasiado feliz en Hogwarts.
—¿En serio? ¿Pero si parecías el rey del colegio.
—Cada uno tenemos nuestras formas de defendernos. A mí me ha costado entenderlo, pero en esencia era eso. No voy a justificar con eso lo gilipollas que fui. Y ni mucho menos voy a justificar cuando fui mucho más que un gilipollas. Pero la arrogancia, la soberbia… todo eso que sé que me identificaba entonces… No tenía nada más con lo que defenderme o con lo que sentir que era alguien. Porque yo en realidad, por si no te habías dado cuenta, no valgo gran cosa.
—Eso no es cierto. Tú… tú vales muchísimo —de alguna parte una burbuja de indignación había ascendido hasta la garganta de Hermione, explotando de aquella manera.
—Gracias, Hermione. De verdad. Que tú pienses eso es especialmente significativo para mí. No es que me lo crea realmente, pero… Gracias.
Ambos se quedaron en silencio. Incómodos.
—¿Y ya no te defiendes así? —Preguntó finalmente Hermione intentando acabar con aquella tensión.
—Sí, sí que sigo haciéndolo —respondió él con sinceridad. —Pero al menos ahora he aprendido a no arrojar a todo el mundo de mi lado con ello y a no hacer que todos, empezando por mí mismo, me odien. Supongo que siempre seré un poco gilipollas, pero al menos ahora intento serlo de forma más… adaptativa.
—Entiendo…
Una idea intentaba abrirse paso en la cabeza de Hermione, pero había un bloqueo, algo que no dejaba que se formara del todo. Era tremendamente frustrante.
—¿Por qué tienes cara de ir a estornudar? —Preguntó Malfoy conteniéndose la risa.
—Hay algo que… No sé, hay algo… y no sé qué…
—Hermione, ¿puedo ser claro? —La interrumpió.
—Por favor.
—Ese algo que hay, lo que no sabes qué y el motivo por el que estoy siendo tan poco profesional contándote estas cosas a ti, precisamente, en este momento es que te ocurre lo mismo que me ocurría a mí.
—No creo que…
—La manifestación es distinta, lo sé. Y el daño es mucho mayor, no pretendo menospreciar tu dolor. Pero estás intentando protegerte de algo. Y en el proceso te estás matando.
—Yo no trato de protegerme de nada —respondió cabreada. Ahí estaba, siempre la misma historia con todo el mundo pretendiendo entender lo que ni siquiera ella entendía. —Ya no hay nada a lo que pueda temer. Tú, Draco Malfoy, no tienes ni puta idea de nada.
—Tienes razón. Y por eso estamos aquí, para que me ilumines.
Hermione lo miró con los ojos muy abiertos, indignada y colérica. Apoyó las manos sobre la mesa, con la palma abierta, haciendo fuerza y prácticamente sin abrir la boca respondió:
—Haz tu puto trabajo. No es tan difícil, joder, no es tan difícil.
Y salió corriendo. Sabía que no debía, ni siquiera sabía por qué se había enfadado tanto ni quería decir todo lo que había dicho, pero su cabeza era un torbellino de ideas que no podía parar. Había pensado que tendría más tiempo, por lo menos hasta la noche, antes de que llegaran las consecuencias. Pero ahí estaban y sabía que tenía que parar, no podía hacerle aquello a Malfoy. Él había sido bueno y paciente, no podía huir. Además, no tenía varita ni ningún lugar al que ir. Pero necesitaba correr.
—¡Granger! ¡Joder! ¡Para!
Habían vuelto a Granger.
Le estaba decepcionando.
Decepcionarlo hacía que llorara. Eso sí que era una sorpresa. Hacía tiempo que había dado por perdidas a las lágrimas pero ahí estaban, helándole la cara.
Y entonces, mientras se secaba las lágrimas con asombro, chocó con alguien que la retuvo entre sus brazos.
—Eh, preciosa, ten cuidado de por dónde vas, podrías chocar con la persona equivocada.
Olía a colonia barata. Alzó la vista y vio a Greyback. Obviamente era una alucinación, pero una muy completa. Incluso podía oler a perro mojado bajo la colonia.
Pero tras un parpadeo vio a un extraño. Otro parpadeo y ahí volvía a estar Greyback. Sabía que estaba muerto y que no podía ser él.
Gritó.
—¡Eh! ¡Escoria! ¡Suéltala!
—Tranquilo, rubito. No sabía que estaba pillada. Tienes buen gusto —el extraño se relamió los labios mientras lo decía. —¿No te gustaría compartirla?
—Mi puño va a compartir espacio con tu cara como no la sueltes —Hermione se giró para mirarlo, alejándose ligeramente de su captor, y vio el peligro en sus ojos. Curiosamente, aquel peligro la tranquilizaba. Esa tranquilidad la desbloqueó y le dio el espacio mental suficiente para propinarle un codazo en el estómago. ¡Ella sabía pelear!
El cerdo se dobló sobre sí mismo y la soltó con un gruñido. Ella aprovechó para correr junto a Malfoy, que la sujetó firmemente por el hombro.
—Vamos, cielo, es hora de volver al hospital.
Estaba sola. Malfoy la había dejado allí y acto seguido se había ido sin decir una sola palabra. Habían hecho el camino de vuelta al hospital en el más absoluto silencio. Ella demasiado avergonzada para abrir la boca, él… quién sabía lo que iría pensando él. Llevaba los puños apretados y la boca prácticamente le había desaparecido. Se haría daño si seguía tan tenso, se le iba a contracturar la espalda, iba a explotar.
Ni siquiera se había despedido de ella. Le había escuchado decir a uno de los enfermeros que tuviera cuidado de ella, que la echara un ojo, que al menor ruido entrara sin contemplaciones.
Ni siquiera la había mirado.
Era mejor así.
Desde que se había quedado sola todos los bucles de los que se había desacostumbrado aparecieron. Al principio había intentado luchar contra ellos, combatirlos razonándolos. Después se rindió y dejaba que la aniquilaran. Finalmente se dedicó a evitarlos de todas las formas poco aconsejables que se le habían ocurrido.
Aquel día los dejó pasar a su cerebro, demasiado cansada como para combatirlos. No puso ninguna barrera y empezaron a fluir para destrozarla por dentro. Los cruciatius atravesándole el cuerpo y la cabeza una y otra vez, sin compasión. La cara de Bellatrix. El puñal contra su cuello. La risa de Bellatrix. Los gritos de sus amigos. Remus. Tonks. Fred. Colin. Los gritos de Bellatrix. Y la impotencia.
Su inteligencia no había servido para nada. Los libros no habían servido para nada. Sus creencias desaparecieron. ¿Dónde estaban la justicia y el trabajo duro? No había tenido control sobre nada y aquello la había matado. Ellos no lo entendían, pero desde aquel día se había convertido en nada.
Por primera vez en mucho tiempo, el pánico no la paralizó sino que activó en ella la necesidad imperiosa de hablar de ello. De hablar con Draco de ello. Sabía que se arrepentiría, pero tenía que hacerlo.
Saltó de la cama y echó a correr. El enfermero intentó pararla.
—Voy a ver a Malfoy, solo quiero ver a Malfoy.
Tropezó con un par de pacientes mientras él la seguía.
Llegó a la puerta de su despacho y mientras abría la puerta exclamó:
—¡Draco! ¡Tengo algo que contarte!
Pero había sido un error no llamar a la puerta.
Una ruborizada chica de no más de 20 años abrochaba rápidamente su sujetador mientras Malfoy, de espaldas, maldecía. Los pantalones y los calzoncillos por los tobillos no dejaban lugar a la imaginación.
Oh. Yo pensé… —y sin terminar la frase volvió a cerrar la puerta.
El enfermero estaba detrás de ella, aún más ruborizado que aquella chica.
—Llévame de vuelta a mi habitación, no sea que me pierda.
Él no tenía culpa de nada, pero podía permitirse ser un poco desagradable.
Confianza… Menuda estupidez.
