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Una vida sin compromisos.

Vestía un vestido bonito, liso, color rojo, y en los pies unos tacones negros; un collar de oro como único accesorio, además de su maquillaje notorio pero natural.

La boda de su amigo Ron fue conmovedora y Lavender, su ahora esposa, se veía radiante de felicidad. Lo primero que comentaron Harry, Ginny y ella cuando los vieron, fue que Ron parecía más caballero y elegante que nunca. Hermione se preguntó si seguiría siendo así una vez volviera a sus ropas normales.

Harry y Ginny estaban bailando, pero no entre ellos. Harry con Lavender, y Ginny con Ron. Los dos hermanos estaban conversando mientras lo hacían. Luego cambiaron de parejas. Harry volvió con Ginny, y los recién casados se juntaron de nuevo. Al único que tenía entre brazos Hermione era al pequeño Albus. Sus ojos grandes parecían brillar por el reflejo de las luces, y estaban tan concentrados en Hermione que parecía absorto de todo: del ruido, del continuo movimiento a su alrededor... Albus estaba más interesado en enredar sus pequeñas manitas en el cabello rebelde de Hermione (aunque lo había peinado bastante para esta ocasión especial). Ella le sonreía al bebé, manteniéndole una mirada segura, la cual él no ignoraba ni aunque sus dedos estuvieran en un aprieto. Mecía su pequeño cuerpo con una suavidad y pereza que conseguía engañar a todos, pareciendo que no hacía nada, que solo miraba y no acunaba al bebé.

¿Cómo sería Albus de mayor? Su hermano James estaba correteando bajo las mesas en estos momentos, tocándoles los pies a los adultos que yacían sentados para asustarlos. Un niño inquieto y travieso. ¿Y el bebé? La única certeza que tenía sobre su existencia era su personalidad adorable y tranquila.

¿Cómo se llega a querer algo así, un hijo? Hermione no tenía nada más que comparar con el niño que sus plantas con frutos. Ella cuidaba esas vidas con responsabilidad, pero no las amaba, no sería tan ridícula como para llorar por un cerezo.

—Vaya —suspiró—, parece que alguien aquí está enamorado de Hermione.

Ginny había llegado y Harry la abrazaba por la cintura, riendo entre dientes por el comentario de su mujer.

—Quizá solo está aturdido por tanto ruido —dijo Hermione, pues la música estaba tan alta que cualquier murmullo era consumido por ella.

—Por eso pensamos en venir y sacarlo un rato —contestó Harry—. Una vez se duerma la música no lo molestará. Ginny cuando barre la casa pone música a todo volumen, y James es un pequeño diablillo. Albus es inmune al ruido.

—Qué suerte tienen —dijo Hermione.

—Claro —soltó con ironía Ginny—. Albus es nuestra bendición y James nuestro otro ángel, que toca las siete trompetas del apocalipsis.

Los tres adultos rieron, y luego Harry ayudó a Hermione a recuperar su cabello de las garras del bebé. Cuando quedó sola, miró a la mesa y agarró su copa. Bebió un trago de champagne. La acidez golpeó su paladar y la tentó a buscar otro sorbo más. Debería unirse a todos, salir de la mesa, pero decidió esperar a terminar la copa.

Ron hizo girar a Lavender sobre sí misma antes de seguir balanceándose juntos, riendo mientras bailaban, manteniendo sus miradas unidas con unas sonrisas tan grandes que las arrugas de los bordes de sus ojos se marcaban. Envejecerían y serían felices. Tendrían una familia, Ron siempre quiso muchos niños.

La música reverberaba ligeramente por el eco del salón. No importaba, de todas formas, todos estaban muy ebrios de felicidad, y de forma literal, como para notarlo. Hermione incluida estaba de verdad contenta. Solía sentir esa calidez en el pecho cuando veía a otros conseguir lo que más deseaban. Su amigo Ron estaba enamorado. Sus amigos Harry y Ginny estaban divirtiéndose con las aventuras que sus dos hijos les regalaban.

Luna también asistió a la fiesta, con su novio. Estaban sentados en el suelo en uno de los rincones del salón, usando la pared como respaldo. Rolf movía sus manos con entusiasmo mientras relataba algo a su novia, y ella se carcajeaba. Notaba desde aquí sus mejillas sonrosadas, acalorados por el alcohol, por el baile, el salón repleto de personas y de tanto forzar sus pulmones a reír. Esos dos nunca paraban de hablar y parecían perdidos en un mundo que Hermione no entendía, lleno de preguntas y curiosidad, de excitación por cosas que cualquier adulto ignoraría. Había una conexión allí, en la que ambos corazones latían igual, porque amaban lo mismo y eran tan niños como el pequeño James.

Pero puede que hoy, los entendiera un poquito más. Narcissa la hacía preguntarse cosas, las cuales había ignorado sin saber que existían. Pero ahora que se las habían señalado, ¿cómo evadirlas? Ella siempre supo que no amaba como los demás, pero ahora iba más allá de la certeza de una realidad, Narcissa la obligaba a más, a cuestionarse: ¿Qué quiero entonces?

Decir que no era fácil: «No siento lo mismo por ti», «Debemos terminar», «No quiero hijos», «No quiero salir hoy» o «No me gusta Narcissa». Ahora, decir lo que sí... ¡Y cuando iba en contra de demasiadas cosas! Difícil. Salir de lo normal era difícil.

Neville Longbottom era otro amigo cercano desde la universidad, otro puente entre Hermione y Luna. Él era profesor de biología en el colegio de Albus Dumbledore. Su esposa Hannah estaba sentada a su lado. Estaban tomados de las manos, se turnaban para acercarse al oído del otro y hablar. Hermione sabía que no eran secretos, sino que poseían voces suaves y tranquilas, y no se escucharían de otra forma. Siempre se preguntó si la disciplina habría sido un problema en casa de los Longbottom, que tenían una hija de ya doce años, a la que habían dejado con su bisabuela para asistir a la fiesta. Harry y Ginny habrían seguido el ejemplo de ambos, si no fuera porque los abuelos de Albus y James estaban en esta fiesta también: Arthur y Molly Weasley; la pareja mayor también bailaba, pero muy lento, ya que no tenían intención de cansarse, solo estar parados en la pista de baile, acompañando a otro de sus hijos en este gran momento que ellos vivieron en su juventud y sabían que era especial.

Hermione sintió una punzada de culpa. ¿Querrían sus padres estar en el lugar de Molly y Arthur? Ellos se enorgullecían de su hija, era bien sabido, pero el amor no era una cosa para presumir, ya que la mayoría de las personas lo veían como un mimo, un disfrute privado. ¿Qué pensarían sus padres ahora, si la vieran? Mientras ellos estaban lejos, quizá ya en la cama, ella estaba sola sentada en una mesa con una copa con alcohol. Sabía que su padre, al igual que ella, disfrutaba de los libros. Se sentaba en la cama, con el velador encendido mientras leía, a veces con un vaso de whiskey con hielo. Cuando lo terminaba de beber, cerraba el libro y apagaba la pequeña lámpara a su lado. Hermione veía posible que alguna que otra noche su madre, que solía dormir dándole la espalda a su marido para no mantenerse despierta por la luz, se hubiera volteado y con voz suave pero preocupada, hubiera exteriorizado: Hermione no tiene a nadie en su casa, ni en su cama ni otro cuarto. Y lo peor es que la razón de su angustia sería justificada, ya que lo único con vida que Hermione tenía eran sus plantas, aquel cerezo por el que no se afligía. En el interior de su hogar solo estaba Hermione, sus sueños, sus pensamientos, libros y Narcissa, ocasionalmente. Bebió con avidez el resto de su champagne. El suave escozor, que aumentó al expulsar aire por la boca, la serenó.

Había algunas luces de colores jugando con la iluminación cálida del lugar. Hermione sujetó su cabello y lo tiró hacia un lado, siendo consciente de su propia temperatura corporal. Las decoraciones saturaban su visión: con los centros de mesa con flores de diferentes colores y figuritas de animales sobre manteles naranjas; a Hermione no le gustaba la textura de la tela cuando sus brazos la rozaban al comer, muy sintético, por lo que sentía su aspereza. El piso era de una madera clara, brilloso, un poco resbaloso, pero nadie había tenido un desliz por él en lo que llevaban de fiesta. La música melosa le resultaba ajena, a veces hasta olvidaba que seguía sonando.

Harry y Ginny volvieron a entrar, con Albus en brazos de su madre. De unas de las mesas, se asomó una cabeza de cabello alborotado. James corrió hasta su padre y se abrazó a su pierna, apoyando su mejilla en la rodilla de él. Hermione sintió que le dolían las mejillas, no estaba segura desde hace cuánto tiempo estaba sonriendo. Sentía que el pecho se le quedaba pequeño, entre el aire cálido en sus pulmones y el cariño en su corazón. Estaba feliz.

Sus amigos estaban consiguiendo lo que querían. Y entonces... ¿Qué deseaba ella?

. . .

Existía la posibilidad de que pensar en sus padres en la boda del día de ayer los hubiera invocado.

—Tu papá consiguió sus vacaciones para navidad —dijo su madre.

—Esas son excelentes noticias —se alegró Hermione.

Ella estaba sentada en el sillón. Al mirar hacia abajo, notó que el cable se había enredado en un rulo. Separó el auricular de su oído para estirar el cable. Una vez arreglado eso, siguió escuchando a su madre:

—Problemas nuestra estadía.

—¿Cómo? —se confundió.

—Hija —la regañó por distraerse—. Pasaremos una semana en tu casa. ¿Segura que no te importa? Podemos ir a un hotel.

—No nos vemos casi nunca, imposible que los deje quedarse en un hotel.

—Pero tu intimidad...

—Mamá —se quejó.

—Bueno —rió—, tu padre dijo que si tienes un novio oculto, no pasar tanto tiempo contigo una semana no lo matará.

Hermione soltó una risa y siguió escuchando a su madre hablar.

Al colgar la llamada telefónica se levantó del sillón. Le alegraba saber que vería a sus padres después de casi un año. Lástima que, tal como pensó durante la boda, sabía que no estaba haciendo lo que se esperaba de ella. Para su vergüenza, más que novio oculto... tenía a Narcissa. La cual, según el reloj, no tardaría en aparecer, tal como la mayoría de los sábados.

Cuando al fin llegó Narcissa y fue a abrirle la puerta recordó su gran dilema. Su vecina tenía la punta de la nariz ligeramente rosa, por el frío. Hermione, al contrario, no sentía más que calor parada frente a ella. La dejó entrar, viendo cómo el abrigo se deslizaba por sus hombros, revelando un suéter abrigado que se ajustaba a su cuerpo. Prefirió no seguir bajando con la mirada, para no ser engatusada por sus piernas de nuevo.

Hoy el café estaba acompañado de unas galletas de vainilla. Después de mordisquear su cuarta galleta, Hermione se abrió:

—Estoy feliz.

—¿Si? —Narcissa ladeó la cabeza un poco, al mismo tiempo que uno de los extremos de su sonrisa tiraba hacia arriba—. Me alegro por ti. ¿Por qué?

—Mis padres vendrán a visitarme en navidad. Ron ya está casado, disfrutando ahora su luna de miel. El pequeño Albus está creciendo con una familia maravillosa. Y tu compañía es agradable.

—¿Soy parte de tu felicidad? —se sorprendió.

—Claro. Eres una buena amiga.

—Solo conversamos, no hago gran cosa.

—Mis amigos no suelen venir a mi casa.

—¿Eso me hace especial? —una sonrisa socarrona se le escapó, era afilada.

—Lo eres —susurró, antes de beber un poco de café—. Y yo soy diferente.

—Claro. Eres especial, Hermione.

—No, no soy más especial ni importante que nadie. Solo soy diferente.

—Creo recordar que te describías como común.

—¿Sabes? Mi casa es la única en la calle con árboles con frutos. La tuya tiene flores, hay otras que también. Muchas no tienen más que arbustos. Nunca vi un cerezo en todo Richmond.

Narcissa enarcó una de sus cejas en respuesta.

—Supongo que nunca quise lo que la mayoría quiere —agregó Hermione.

—¿Estuviste pensando mucho últimamente?

—No dormí cuando volví anoche de la boda, no podía dejar de preguntarme cosas sobre todo lo que hablamos.

—¿Y hay respuestas?

—Considero que amo muchas cosas. Me interesa lo que me rodea. Celebro incluso el amor entre otros. Estoy muy bien, la verdad. Disfruto de muchas actividades, de mucha gente. No siento que me falte amor, lo siento y veo en todas partes. Pienso que... Nunca voy a encontrar una persona que supere esto. Soy diferente al resto por eso, porque no creo que pueda existir algo aún más fuerte que lo que ya siento por todos.

—Entonces... ¿Tu respuesta es esa? ¿De golpe ya no te importa el amor romántico? —Narcissa parecía realmente divertida con todo esto.

—¡Nunca me importó! —rió, un poco histérica—. Creo que lo entendí al ver la boda. No sentí que me estuviera perdiendo de algo. Son los demás los que sienten eso. Sus deseos y sentimientos son suyos, y quizá es tonto intentar apropiarse de eso, aún si me duele decepcionarlos.

»Ginny dijo que Albus parecía enamorado de mí. Pero esos no eran sus sentimientos, solo los que Ginny proyectaba en él. Quiero pensar que él si me quiere, pero a su manera, a la manera de Albus.

—¿Y tú amas a la manera de Hermione? —Narcissa cruzó sus brazos, y sus piernas igual. Como muchas otras veces, miraba a Hermione como si fuera un ser extraño e inentendible.

—Quizá no es lo más inteligente que he dicho en mi vida. ¿Debo usar la carta de «no dormí, no te burles de mi mente cansada»?

Narcissa soltó una carcajada, dejando la taza de café ya vacía en la mesita frente al sillón.

—Querer —dijo muy bajo Hermione, acariciando la palabra con su lengua—. Te quiero, te deseo. Quiero otra galleta, deseo que el tiempo se detenga.

—¿Qué dices? —el surco entre las cejas de Narcissa se frunció.

—No paré de repetirlo anoche, hasta que bostecé. Diferentes formas de usar esas palabras. Lo ambiguo que es querer, desear... amar.

—Tus actividades en la cama son... llamativas.

Hermione casi rió. Casi, pero no lo dejó salir.

—¿Qué quiero? Me obligaste a preguntármelo Narcissa. La mayoría de las personas quieren a otras, así como quieren galletas.

—¿Quieres agarrar una quinta?

—No me interrumpas —se quejó—. Hay gente a la que no le gustan las galletas y por eso no las quieren.

Un «hmn» apretado se escapó de los labios de Narcissa.

—Ron quería casarse, porque quiere a Lavender. Yo no quiero casarme porque no quiero a nadie.

—¿Pero no es eso obvio?

—Sí, pero no es sencillo. No es nada fácil admitirlo. Nunca me dan la oportunidad de decirlo, de hecho. Cuando me preguntan qué quiero, no puedo responder eso, no sin que intenten corregirme.

—Cierto, lo entiendo.

—¿Sabes qué quiero? —preguntó, y no esperó a que Narcissa respondiera—. Nada. Ya tengo todo lo que quiero. Familia, amigos, trabajo y un hogar que me gusta. No quiero nada más.

Narcissa movió sus ojos por su panorama, casi resignada al hecho de que tal como estaba la casa le gustaba a Hermione.

—¿Entonces eso es todo? —dijo sin creerlo—. ¿Aceptar que estás satisfecha con tu vida calmó tus inquietudes?

—Hablé de lo que quiero, lo que amo. Sentimientos más puros. Mi mayor problema es con las cosas que deseo.

—Estoy intrigada —murmuró Narcissa con un tono jocoso.

—Deseo poder tener sexo sin preocuparme por nada ni nadie.