Capítulo cuarto
La tormenta de nieve azotó Nueva York durante toda la noche y parte del día siguiente. La capa de nieve que se formó fue de tal magnitud que la ciudad estuvo paralizada durante varias horas formando un completo caos. Las autoridades aconsejaron a los ciudadanos que no salieran de casa y, por ello, Daisuke no pudo al día siguiente ir a trabajar.
Sin embargo, cuando la tormenta amainó y los copos de nieve comenzaron a diluirse en forma de fina lluvia, la actividad de la ciudad se retomó y su amigo no tardó en volver a abrir su negocio en un intento de recuperar las pérdidas que le habían provocado ese tiempo sin poder trabajar.
Mientras, Takeru había amanecido horas más tarde con la nota en la nevera de Daisuke de que no le esperase hasta última hora del día y que no se le ocurriera buscarle para trabajar porque iba a ser un día muy duro.
Desayunó tranquilo con la vieja televisión de su amigo en una cadena musical mientras los últimos copos caían a través de la ventana de la cocina. El rojo de los ladrillos que decoraban la estancia junto a aquella estampa invernal le generaba una sensación cálida en su interior que luchaba por salir de su cuerpo y dejarse plasmar en una hoja de papel. Ya conocía aquel sentimiento y se alegró al pensar que su impulso de escritor aún no estaba perdido.
Tomó la hoja donde le había escrito Daisuke y comenzó a escribir sobre ella trazos de escritura sin forma ni estilo, sólo dejando fluir aquello que su interior tanto le gritaba y que no sabía sacar. Después, leyó lo que había plasmado y sonrió satisfecho. No era nada del otro mundo, pero era un buen comienzo para recuperar la senda de su carrera literaria.
Cuando terminó, sintió que acababa de liberarse de un extraño conjuro sintiendo la mente embotada y sacudió la cabeza repetidas veces para volver a la realidad. Consultó el reloj que coronaba la cocina y vio que aún no era demasiado tarde y no sabía muy bien qué hacer.
Entonces recordó a Mimi. Ella le había dado su número de teléfono aquella noche que cenaron todos juntos y aún no se había animado a llamarla a causa del temporal. Ese día sería el perfecto para hacerlo.
Pronto la voz cantarina de su amiga llenó el lugar alegrándose de recibir su llamada después de todo aquel tiempo y le instó a que fuera a buscarla aquella misma tarde a la escuela de gastronomía donde llevaba trabajando y formándose desde hacía dos años, cerca de Times Square.
Él aceptó y colgó la llamada, contento de poder mantenerse ocupado durante aquellas horas de ausencia de Daisuke. Se decidió a pasar el resto de la mañana adecentando la vivienda de su amigo, consiguiendo un aspecto más habitable que la primera noche en la que puso los pies en aquel lugar. Sabía que el indomable desorden de Daisuke era una batalla perdida, pero si podía cada mañana controlar ese monstruoso caos ya sería una victoria.
Cuando llegó el momento de marcharse, se aseguró de dejarlo todo en orden antes de cerrar la pesada puerta de entrada y se encaminó escaleras abajo a la calle.
El frío húmedo e intenso le impactó en la cara nada más que alcanzó la acera y se refugió en las profundidades de su abrigo para poder mantenerse caliente. Su gorro firmemente colocado en su cabeza daba un respiró a sus orejas y se lo terminó de colocar antes de continuar su camino en busca de la boca de metro. El viento congelado que arrastraba las gotas de aguanieve enfriaba su nariz y mejillas, haciendo difícil su travesía, pero era soportable.
Recordaba el camino y no tuvo necesidad de sacar el teléfono para guiarse, por lo que continuó recorriendo las calles del distrito despreocupado. Daisuke le había advertido días atrás de que tuviera cuidado cuando saliera solo por las calles del Bronx, pero él no pensaba que el peligro pudiera acecharle a plena luz del día.
Sin embargo, no podía estar más equivocado. De pronto, cuando sólo le faltaban unos metros para llegar a la gran avenida donde le aguardaba la boca de metro, fue abordado por un individuo que no había percibido y se vio repentinamente acorralado entre la pared de un edificio y su cuerpo.
Era un hombre más mayor que él que le amenazaba con una pequeña navaja y le gritaba en inglés cosas que no comprendía, muy nervioso y apresurado.
Siempre creyó que, en una situación como aquella, su primera reacción sería llorar y obedecer a todas las órdenes que un atracador le diera para salvar la vida. Pero en ese momento, sintió la adrenalina recorrer cada parte de su cuerpo y simplemente se dejó llevar por aquella fuerza que le dominaba.
Aprovechando la diferencia de altura que le separaba del ladrón, logró noquearle de un rodillazo en la entrepierna, haciéndole perder la cuchilla por el suelo y, mientras se retorcía de dolor por el ataque, echó a correr en dirección al metro sin mirar atrás.
Cuando se vio rodeado de personas en el vagón del metro en el que había decidido subirse sintió que su cuerpo empezaba a relajarse y una oleada de agotamiento le golpeó por la experiencia vivida. No recordaba muy bien lo que había ocurrido, pero la sensación de su corazón aun palpitando desbocado por la tensión y la certeza de que había salido ileso de aquel encontronazo provocaban emociones encontradas en su cuerpo. Quería correr sin control sin parar de gritar y, al mismo tiempo, esconderse en la vivienda de Daisuke y no volver a salir jamás.
Pero no hizo nada de eso. Simplemente respiró profundamente varias veces y permaneció sereno durante todo el trayecto hasta que anunciaron la llegada inminente a Times Square.
Takeru salió de la boca de metro que le había dirigido al centro de la plaza y enseguida sintió la notable diferencia de temperatura entre el suburbano y el exterior, sintiendo que se encogía dentro de su enorme abrigo hasta que logró acostumbrarse.
La imagen de Times Square sepultada por la nieve que había circulado por todos los telediarios del mundo le había impactado de tal manera que aún no podía creerse que hubieran logrado despejarla por completo. Aún se amontonaban centímetros de nieve a los lados de la acera por donde transitaba y la capa de hielo que cubría el suelo era resbaladiza y peligrosa, pero trataba de esquivar los puntos congelados todo lo que podía.
Sin embargo, la nieve no parecía ser impedimento para la actividad frenética de la plaza. Vehículos y transeúntes cruzaban de lado a lado de forma torpe y temerosa mientras los eternos letreros luminosos apostados por cada esquina vomitaban sus anuncios sin cesar, siendo el acompañante eterno de los neoyorquinos apresurados.
Caminó a través de la concurrida plaza con el móvil en la mano siguiendo el recorrido que le indicaba el navegador, el cual le indicaba que le quedaban aún cinco minutos para llegar a su destino. Decidió apretar el paso para encontrarse con Mimi cuanto antes y dejar de estar solo. El susto anterior todavía estaba presente en él
Por suerte, cuando llegó a la puerta de la escuela gastronómica, Mimi ya se encontraba esperándole con el móvil en la mano dispuesta a llamarle. Pero antes de que pudiera hacer una acción más, le vio correr en su dirección y, con una sonrisa suave, le saludó:
—¡Takeru! Acabo de salir justo ahora —pero de pronto frunció el ceño cuando estuvieron a la altura y preguntó— Te noto un poco alterado, ¿estás bien?
—Sí, sí tranquila, un pequeño percance sin importancia —se apresuró a contestar tratando de esquivar el tema.
Ella siguió observándole con el ceño fruncido, pero pareció dar por buena su explicación y asintió segundos antes de indicarle con la mano que la siguiese. Volvieron a la plaza a buen ritmo y sorteando las zonas heladas de las aceras para evitar caerse. La lluvia volvió a caer como cuando salió de la casa de Daisuke y era casi una evidencia que el tiempo no iba a mejorar ese día:
—Voy a llevarte a un sitio donde no echaremos de menos la ciudad —le ofreció Mimi de repente.
Entonces, sin darle tiempo a preguntar nada, le arrastró de vuelta a Times Square hasta un local que no le había pasado desapercibido por el enorme letrero luminoso en forma de jugador de bolos que coronaba el local: Bolwmor Lanes, una bolera afincada en medio de Times Square.
La lluvia comenzó a empaparles y se apresuraron a entrar en la bolera donde una simpática recepcionista rodeada de zapatillas les daba la bienvenida y les ofrecía sus servicios. Takeru dejó que Mimi hablase con ella y aceptó en cuanto ella le ofreció acceso a un carril de la bolera con posibilidad de tomar algo mientras jugaban.
Mimi insistió en invitarle y le entregó los zapatos de su talla en cuanto se despidió de la encargada. No había mucha gente y Mimi le contó que aquel lugar solía ser un reclamo para turistas en las fiestas de Nochevieja.
El local era grande y estaba decorado e iluminado de forma muy exagerada, con bolos colgando del techo y otros firmados por distintas celebridades internacionales, pero había oído hablar de aquel lugar y le entusiasmaba la idea de estar allí.
Pasaron la tarde jugando en el carril que les habían asignado y celebrando las victorias que realizaban sobre el otro de forma ruidosa y exagerada. Le había sorprendido que Mimi fuera tan buena jugando a los bolos y fue lo que le hizo saber en cuanto les trajeron la comida y las bebidas y decidieron tomarse un respiro:
—He venido mucho con Michael y con… bueno con Michael —se cortó de repente lo que estaba diciendo— Te acuerdas de él, ¿verdad? Mi mejor amigo de aquí, aquel que os presenté hace unos años.
—Sí, claro que me acuerdo —contestó Takeru, fingiendo que no se había dado cuenta del desliz— Además que es un actor muy conocido, ¿cómo le va en Hollywood?
—Está muy bien, ahora está rodando con su padre en Perú, no sé cuándo volverá por aquí —le contestó ella mientras sorbía su mojito de fresa y de pronto, volvió a retomar el hilo anterior—. Hace un par de meses vino Hikari a visitar a Tai y les traje aquí una tarde. La verdad es que ella era mucho más buena que yo, su hermano y yo nos quedamos boquiabiertos con su puntuación.
—¿Hikari estuvo aquí? —preguntó sorprendido por escuchar aquel nombre después de tanto tiempo.
Mimi asintió, pero no quiso ahondar más en ese tema y se lo agradeció en silencio. Yagami Hikari, la hermana pequeña de Taichi, había sido su mejor amiga de toda la vida y habían estado muy unidos. Sin embargo, el destino a veces jugaba a ser cruel y los quiso colocar en una posición totalmente contrapuesta en cuanto al amor. Hikari se había enamorado; él no. Fue triste y desgarrador tener que romperle el corazón a su amiga y, cuando finalmente él se mudó a París a estudiar en la Sorbona, su relación se enfrió hasta el punto que ya nada volvió a ser lo que fue:
—Ella está bien —comentó Mimi mirándole con una sonrisa triste—, tiene plaza de maestra en una guardería de Odaiba y esos niños a los que educa la hacen muy feliz. No podía haberle ido mejor en la vida.
Takeru sonrió agradecido ante aquel gesto de Mimi para espantar toda la culpabilidad que sentía. No sabía cómo, pero ella siempre sabía cómo llegar al corazón de todas las personas.
Siguieron la velada probando los nachos con queso que Mimi le había recomendado y volvieron a pedirse un par de mojitos más animados con la conversación. De pronto recibió un mensaje de Daisuke al teléfono que le puso repentinamente triste:
—Daisuke dice que ya está en casa y que le han denegado la solicitud para acudir a la Feria Internacional de Alimentación —le contó a Mimi desanimado.
—No sabía que quería ir, Taichi no me había dicho nada —contestó ella con el ceño fruncido.
—¿Sabes cuál es? —le preguntó inocentemente segundos antes de darse cuenta de que había dicho una tontería.
—Claro, es un evento muy importante en el mundo de la cocina —replicó ella sonriendo—. Muchos conocidos de la escuela han estado allí varias veces.
—Sí quería ir, decía que tenía una corazonada de que esta vez sí se lo concederían —reconoció él llevándose las manos a la cabeza—. Si te digo la verdad, estoy muy preocupado por él y temo que esa empresa de fideos fritos va a llevarle a la ruina, si es que no lo está ya.
Acto seguido, comenzó a relatarle a Mimi los pormenores de la situación de Daisuke. Días antes, le había confesado que, antes de que él llegase, compartió el piso con otra persona que desapareció con todo su dinero y nunca más supo de él. Desde entonces, tuvo que echar muchas más horas vendiendo sus fideos para poder afrontar el pago del piso solo porque ya no confiaba en meter a nadie más en su vivienda.
Takeru le había ofrecido su ayuda una vez más, pero él se había vuelto a negar, aludiendo que sería descortés exigirle dinero a su invitado y no había aceptado discusión alguna:
—Está agotado y estoy convencido de que su situación es muchísimo peor de lo que cuenta —seguía relatando ante una acongojada Mimi—. Creo que Taichi también lo sospecha y le fuerza a aceptar su ayuda, pero creo que no es suficiente y esto no va a terminar bien. No sé qué podría hacer por él.
—Es un terco, no creo que vaya a aceptar ayuda así por las buenas —contestó Mimi mientras se llevaba una mano a la barbilla, pensativa—. Anímale a que vuelva a presentar la solicitud a la feria. Conozco gente entre los organizadores, seguro que puedo moverle para que le acepten.
—¿De verdad? —exclamó Takeru emocionado ante su afirmativa— Te lo agradezco mucho Mimi-san, eres la mejor.
—Bueno, yo lo intentaré, pero no garantizo nada —contestó con un sonrojo ante sus halagos poco común.
Él asintió y, más animado, continuaron hablando de anécdotas del pasado dejando zanjado el tema de Daisuke.
Cuando dieron las nueve de la noche, había terminado con todos los aperitivos y las partidas de bolos que habían pagado, por lo que decidieron marcharse. A la salida ya había dejado de llover y el aire no era tan gélido como había sido por la tarde, pronto subirían las temperaturas como, una vez más, había pronosticado el servicio meteorológico estadounidense.
—Deberías tomar un taxi también —le sugirió ella mientras levantaba la mano para parar uno que se aproximada—. No es muy seguro transitar por el Bronx a estas horas solo.
Él asintió al recordar el desagradable episodio anterior y decidió que haría lo mismo. El taxi paró frente a Mimi y llegó el momento de despedirse. Ella se acercó y depositó un casto beso en su mejilla, muy poco efusivo para una mujer tan cariñosa como ella, entonces dijo:
—No creas que me he olvidado de tu bloqueo de escritor —le recordó ella con una sonrisa—. Pronto tendrás noticias mías.
Entonces cerró la puerta del taxi y se alejó de allí despidiéndose con la mano desde el interior. Él se quedó solo allí con la mano en alto y una sonrisa cálida en el rostro al darse cuenta del buen rato que había pasado con ella.
Sin embargo, cuando la vista de Mimi se desvaneció, Takeru frunció el ceño de repente. A pesar de la buena tarde juntos, una parte de él no podía ignorar que algo había cambiado en Mimi y como ese algo impedía que su sonrisa fuera verdaderamente cierta o que le abrazase con aquel afecto que siempre había encendido su corazón cuando eran niños.
Nota de autor: Creo que todos deberíamos tener amigos hasta en el infierno, nunca se sabe cuándo puedes echar manos de ellos. ¡Muchas gracias por llegar hasta aquí! Nos leemos en el siguiente capítulo.
