Cuando desperté al otro día, esperé tener los músculos rígidos y un terrible dolor de cuello por haber dormido en el duro suelo de piedra de la pirámide, pero me di cuenta con gran sorpresa de que no era así. Al contrario, me sentía descansado y lleno de energía como si hubiera dormido en la cama más cómoda del mundo. Al mirar a mi alrededor, vi que no estaba en la puerta de la pirámide, sino en una recámara cuadrada con el suelo cubierto de blando musgo de piedra viva. A saber cómo había llegado ahí, pero lo importante era que estaba más que listo para un nuevo día en la pirámide de Neravel. Cuando salí, vi que Joaquín también se había levantado ya, y se le iluminó el rostro al verme. De una forma muy sudamericana, levantó la mano abierta con una gran sonrisa, pero, aunque imité su gesto por instinto, no supe qué hacer después hasta que él chocó su mano con la mía.

-A esto le decimos "chocar los cinco" -me dijo acercándose a mi oído, aunque apartándose inmediatamente después con las orejas rojas. Obviamente, a mí también se me aceleró el pulso cuando sentí su aliento sobre mi piel, pero me obligué a permanecer impasible aunque me costara la vida. ¿A qué se debía esta extraña atracción que parecíamos sentir uno por el otro? Lo pensé mientras caminábamos por entre los rincones del salón esperando que los demás se despertaran y solo se me ocurrió como explicación que debía ser un mago de la Luna... cosa bastante curiosa, teniendo en cuenta que "descendía" de un hada diurna. Como sea, me juré a mí mismo que no permitiría que mi astro regente me hiciera serle infiel a mi Sakura. Nunca me lo podría perdonar, incluso aunque ella sí... y además, puedo apostar lo que sea a que Touya me perseguiría hasta los confines de la tierra para desollarme vivo si llegara a suceder.

-¿En qué piensas? -me preguntó de repente, sacándome de mis pensamientos de golpe.

-En por qué parece que me gustas casi tanto como yo parezco gustarte, y en que no puedo quererte más que como amigo porque no quiero traicionar a Sakura -solté sin darme cuenta. Él abrió mucho sus ojos, y yo me llevé ambas manos a la boca con horror sintiendo que me ruborizaba hasta las orejas cuando mi cerebro registró lo que acababa de decir y se dio cuenta de que se debió a que nuestras manos se tocaron.

-Al parecer será necesario que me acostumbre a pasar momentos incómodos por culpa del segundo aspecto de mi poder -dijo mi amigo con una sonrisa atormentada y llevándose la mano al cabello como siempre hacía cuando algo lo avergonzaba-. Pero no te preocupes, aunque es verdad que tú me gustaste desde la primera vez que te vi, no me interpondré entre ustedes jamás.

-¿Entonces lo tuyo sí era a propósito? -inquirí con la voz temblorosa y unas repentinas ganas de llorar que sólo los dioses sabrán de dónde salieron.

-No me malinterpretes, yo no buscaba seducirte -me respondió él, tomando mis manos de nuevo para unir nuestras mentes y que viera que no mentía-. Al menos no desde que miré en la mente de Sakura y percibí lo profundo y sincero que es su amor. Quizá al principio pensé en hacerlo, pero ahora ya no sería capaz. Mi único deseo en este momento es que seas el niño más feliz de la tierra, aunque no sea conmigo.

Cuando mencionó el nombre de mi cereza, mi corazón se tranquilizó al instante. Yo tenía dueña y mi lealtad era incuestionable, no habría magia que pudiera ser más fuerte que mi amor. Y además, me hizo gracia que me llamara "niño" cuando ambos teníamos dieciséis años. A él se le iluminó la cara cuando me vio sonreír, besó mis manos con una expresión de ternura y respeto en su rostro color bronce y después se apartó. En ese momento, escuché sonidos y vi salir a los demás de sus respectivas recámaras. Mi niña se veía muy hermosa recién despierta, aunque no estaba desarreglada, pero me abstuve de mirarla en exceso (aunque mi mayor deseo era perderme en sus ojos durante horas) porque su hermano mayor estaba con ella, tal cual un guardaespaldas. Al verme, ella me saludó con gran alegría (aunque con esa preciosa timidez que me encanta) y él con la sorna y el desprecio de toda la vida temperados con la forzada resignación de saber que su padre me había aprobado y que no podía hacer nada al respecto.

Esta vez exploramos otros lugares de la pirámide. Los dos profesores estaban cada vez más sorprendidos, porque, sin importar dónde posaras la vista, encontrarías una planta de piedra disimulada en los muros. De hecho, la fauna de piedra no se recluía en la cámara de la selva, sino que vagaba libremente por todo el lugar, y eso me hizo preguntarme de nuevo cómo habría sido la vida cuando el Salar de Uyuni era el Valle de Uyuni. ¿Era necesario que la Gente de Neravel saliera para cazar y pescar o tendrían derecho de alimentarse con los animales de piedra? ¿Tendrían cultivos afuera o se alimentarían de frutas de los árboles de piedra? La única forma de averiguarlo era preguntándole a Neravel, pero por alguna razón me pareció algo muy descortés. A fin de cuentas, solo soy un invitado en este asombroso lugar.

-No, pequeño lobo, no podían hacer nada de eso -me dijo de repente una voz conocida haciéndome saltar del susto-. Si hubieran herido o asesinado a cualquiera de mis creaciones, me habrían hecho daño también a mí. De hecho... esa fue la razón de que los castigara a todos.

-¿Sacrificaron... a un niño? -pregunté con verdadero dolor, con lágrimas corriendo por mi cara. Y, para mi horror, Neravel asintió con la cabeza.

-Su ambición fue más fuerte que el cariño de madre que siempre les di. Fue precisamente por causa de eso que ahora mis poderes se ven tan limitados... ellos mataron al único ser pensante que alguna vez logré crear, a mi único hijo verdadero de carne y sangre nacido de un huevo que puse, porque quisieron rebelarse contra mi autoridad y convertirse en sus propios dioses. Creyeron que matar a mi hijo me destruiría al instante, pero no fue así. Aunque me hicieron un daño terrible, conseguí sobrevivir y me vengué destruyéndolos a todos antes de sellarme en la piedra de marfil para salvar mi vida. No he vuelto a poner un huevo desde entonces porque la muerte de mi hijo me debilitó de una manera terrible, simplemente no tengo fuerzas para ello. Y además, no había llegado nadie con el poder suficiente para fecundar mis huevos hasta que ustedes aparecieron. Ahora tengo ante mí todo lo que necesito para restaurar mi reino a su esplendor original: una fuente de la cual beber para restaurar mis poderes y un hechicero poderoso que puede darme hijos de sangre.

Por alguna razón, sentí un escalofrío de terror en lugar de alegría. ¿Qué estaba insinuando? Si le había entendido bien, planeaba alimentarse de la magia de Sakura y tener hijos con Joaquín, con Ramón... o incluso conmigo. No, conmigo no. Yo no se lo permitiría, los únicos hijos de los que pienso ser padre son de los que tenga con Sakura. Y me dio más miedo el que ella, aparentemente podía leer mi mente, porque lo siguiente que dijo fue:

-No, querido lobo, es verdad que tú tienes un gran poder, pero no me sirves para fecundar mis huevos porque tu alma ya tiene dueño, y además eres un mago lunar y por ende somos incompatibles. Aunque es verdad que ella sí me servirá para alimentarme, pero tienes mi palabra de que no la mataré.

-¡No dejaré que la lastimes! -acerté a balbucear, sin acabar de creer el giro que acababan de dar los acontecimientos-. Puedes tomar mi poder tanto como quieras, pero a ella déjala fuera de esto.

-¿Crees que dejaría escapar una oportunidad como esta después de tantos miles de años dormida en esa piedra de marfil? -preguntó, y el dolor en su voz amenazó con partirme el alma en pedazos- ¿Acaso no debo tomar lo que el destino me ofrece solo por consideración a la misma raza maldita que me arrebató lo que más amaba en el mundo y me condenó a ser una simple sombra de mí misma? ¡Pues no! ¡No y mil veces no!

-¿No existe otro modo para que lo logres? -pregunté desesperadamente, decidido a encontrar una solución por cualquier medio posible-. Sin importar lo que sea, me pondré a tu servicio para conseguirlo, pero deja a Sakura fuera de esto.

Ella me miró largamente con sus enigmáticos ojos, sin pronunciar una sola palabra hasta que de verdad tuve miedo de haberla ofendido. Por eso, lo siguiente que dijo casi me descoloca.

-Nadie se había atrevido nunca a contradecirme y plantarme cara de esa manera, y mucho menos en nombre de otra persona. Esa muchacha de verdad tiene suerte de ser tu dueña, pequeño lobo.

Como no supe qué responder, ella se sumergió en sus pensamientos. Luego, de repente, levantó la cabeza.

-Típico de los humanos, siempre buscan transitar por el camino más complicado -dijo con un suspiro-. Solo se me ocurre una forma de recuperar mis poderes sin necesitar a tu amada, pequeño lobo. Pero puedo asegurarte que no será sencillo.

-Haré cualquier cosa en tanto Sakura esté a salvo -dije resueltamente.

-En una semana será el solsticio de verano, el momento álgido para los poderes de los magos solares y las Hadas diurnas. Deberás traerme el poder de los elementos de la Naturaleza ese día, y así realizaremos un ritual que me devolverá la plenitud de mi poder sin consecuencias para nadie más. Si fallas, tendré que alimentarme del poder de tu amada hasta el próximo solsticio para no tener que volver a encerrarme en esa maldita piedra cuando mis fuerzas vuelvan a fallarme, y eso necesariamente implicará que tengamos que unirnos en un capullo de marfil que nadie puede romper excepto yo. Tienes mi palabra de que ella no morirá a menos que su cuerpo no resista el proceso, pero tendrá que quedarse conmigo hasta entonces.

Algo dentro de mí gritó de angustia ante semejante perspectiva. ¿Tener que esperar hasta el solsticio de invierno para volver a ver a Sakura, y que encima existiera la posibilidad de que no lograra sobrevivir? Eso ni de broma, especialmente porque Touya me asesinaría si mi incompetencia me hacía fallar esta terrible prueba...

-Tengo conmigo mis pergaminos mágicos del rayo, del fuego y del agua -dije-. ¿Eso podría ayudar?

Neravel sonrió con cariño, pero negó con la cabeza.

-Son poderosos, no te lo niego, pero no bastan. Lo que necesitamos es esencia elemental cristalizada, y eso solo puede conseguirse encontrando un lugar específico donde la energía del elemento en cuestión sea particularmente abundante y potente. Una vez que encuentres el sitio, deberás condensar la energía en una joya y traérmela.

El tamaño del desafío que tenía enfrente me dejó sin aliento, aunque la alternativa era mucho peor, así que en realidad no tenía opción. El problema es que no tenía ni idea de cómo hacer lo que el hada de marfil me había pedido, primero porque todavía no había logrado dominar por completo los cinco elementos y segundo porque no tenía idea de cómo condensar el poder elemental en una joya. Esa fue la primera vez que maldije mi pereza para con mis estudios místicos, y también la segunda lección que me enseñó la pirámide de piedra pómez: te verás en aprietos si no cultivas tus talentos, pues tarde o temprano te harán falta en la vida.