AVA

Por Cris Snape


Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.

Esta historia participa en el reto anual "El retorno del Long Story" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.


5

THE STRANGERS

"Hola William.

Quizá te resulte extraño escucharlo porque a mí me resulta difícil decirlo, pero convivir con Percy Weasley no me está resultando demasiado complicado. De hecho, la mayor parte del tiempo ni siquiera me doy cuenta de que está ahí. Mi vida apenas ha cambiado nada. Me levanto como siempre, me ocupo de la granja, descanso un rato a la hora de la comida, continúo con el trabajo y me meto en la cama. Sí. Suena súper emocionante, lo sé.

El hecho de no tener que ocuparme de Ava aún se me hace extraño. Ya lleva más de un mes lejos de casa y la echo de menos. Los momentos que antes compartía con ella ahora son para Weasley. Insiste en que comamos juntos y aprovecha las noches para atosigarme con sus preguntas. Muchas de ellas ni siquiera tienen algo que ver con Ava, pero las respondo igual. Me he propuesto recuperar su tutela y te prometo que no me rendiré nunca, William.

Te mantendré informado sobre cualquier novedad que tenga lugar.

Audrey"


Las manzanas están deliciosas. Son de tamaño medio, tienen la piel verdosa y suave, crujen al morderlas y tienen un sabor dulce al principio y un poco ácido después. Audrey no puede mentir. Está orgullosa e ilusionada, impaciente por mostrarlas en la próxima feria agrícola. No quiere que nada salga mal, así que está supervisando personalmente la recogida y seleccionado las mejores piezas. Echa un vistazo al cielo. Está despejado y hace calor. Piensa en William y en lo contento que estaría de haber podido recoger los frutos de todo su esfuerzo. Sonríe y un pensamiento negativo cruza por su mente, hasta que descubre un par de golpes en una de las manzanas y la aparta. Esa no irá a la feria, pero seguramente alguno de sus vecinos estará encantado de comérsela.

Cuando consulta la hora en su teléfono móvil descubre que ya hace un buen rato que deberían estar almorzando. Todo el mundo ha estado muy concentrado en la tarea y no quiere que la acusen de abusar de los trabajadores, así que les da una hora libre y se acerca a casa caminando. Le parece increíble que por una vez todo le esté saliendo bien. Está contenta hasta que ve a Weasley rondando por el garaje y tiene que rechinar los dientes.

—¿Qué hace aquí? Le dije que no he tenido tiempo para reformar este sitio.

Weasley la mira, se coloca las gafas sobre la nariz y se encoge de hombros. Audrey jamás lo ha visto vistiendo otra cosa que no sea uno de sus horribles trajes. A veces se pregunta de dónde saca tantos modelitos y dónde hace la colada puesto que nunca lo ha visto usar la lavadora. Ni siquiera se ha acercado a ella.

—Debo examinar toda la propiedad, señora Miller.

Audrey pone los ojos en blanco. Días atrás, le sugirió a ese cretino la posibilidad de empezar a tutearse, pero él se negó en rotundo alegando que era un hombre muy profesional que nunca mezclaba los asuntos del trabajo con los personales. Audrey ni siquiera se tomó la molestia de responder a aquella tontería y, aunque no se siente del todo cómoda utilizando esas normas de cortesía, se está acostumbrando a ellas poco a poco.

—No me haré responsable si resulta herido.

—Le agradezco su preocupación, pero sé cuidar de sí mismo.

Audrey lo duda mucho. La primera vez que acudió al supermercado él solo, estuvo a punto de atropellarle el señor Burton, quien fue piloto de carreras en su juventud y conduce mejor que cualquier otra persona que Audrey haya visto jamás. Precisamente por eso Weasley no terminó en el hospital, puesto que cometió la imprudencia de cruzar la calle sin mirar. Y mejor no mencionar la vez que intentó meter la llave de casa dentro de un enchufe. Weasley se cree muy listo, eso es evidente, pero tiene menos instinto de supervivencia que un bebé recién nacido.

—Voy a comer, ¿me acompaña?

Weasley se lleva la mano al estómago en un gesto inconsciente y asiente. Caminan juntos hasta la casa y, una vez allí, Audrey sirve un par de platos de pasta precocinada. Por norma general le gusta comer sano y dedica un rato cada día a cocinar, pero está demasiado ocupada con el asunto de las manzanas y no ha tenido tiempo de hacer nada. Weasley contempla su plato de comida con gesto desolado y Audrey le mira con el ceño fruncido.

—Si no le gusta lo que hay, podría haberse hecho algo. Nadie le impide cocinar.

Weasley la mira de reojo, vuelve a observar su plato y pincha un par de macarrones que se lleva a la boca con cara de pocos amigos.

—Esa labor no es de mi agrado.

—Debo suponer que tiene a alguien que cocina para usted, pero no veo anillo de casado —Audrey sonríe con malicia—. ¿Su madre, tal vez?

Weasley se pone un poco rojo y Audrey se siente inmensamente satisfecha. El hombre no ha dado demasiados detalles sobre su vida personal desde aquel primer día, cuando mencionó a sus hermanos. Audrey ha intentado sonsacarle información en varias ocasiones, sin demasiado éxito. Por fortuna, es una mujer observadora.

—Ese no es asunto suyo.

—Vamos, señor Weasley. ¿Qué le cuesta confesar? Yo misma no sabía cocinar hasta hace un par de años. William siempre se encargaba de eso. Cuando murió, tuve que aprender a hacerlo.

Weasley la mira con curiosidad.

—Antes de su matrimonio, ¿quién cocinaba para usted?

—El supermercado.

Weasley no le quita ojo de encima durante un par de segundos. Luego pincha otros pocos macarrones y los mastica muy lentamente, como si no estuviera disfrutando nada de ellos. Audrey insiste con el tema.

—Veo que está acostumbrado a la cocina casera. Su madre debe preparar una comida muy rica, ¿verdad? Seguro que le tiene muy mimado.

Weasley se pone más rojo aún, pero ha demostrado ser un tipo bastante capaz de disimular su turbación. Cuando habla, lo hace en el mismo tono serio e impersonal de siempre.

—No sea impertinente, señora Miller.

—¿Por qué no? Usted también lo es.

—Sólo hago mi trabajo.

—¿Qué tiene que ver mi dieta con mi capacidad para cuidar de Ava?

Weasley carraspea y sigue sin perder la compostura.

—La niña debe estar bien alimentada.

—Soy yo la que cocina para ella, no mi yo de veinte años.

Weasley respira hondo por la nariz y alza una mano mientras engulle los macarrones.

—Tiene usted razón. Admito que mi pregunta anterior ha sido inapropiada. No volverá a ocurrir.

Audrey se ríe. La situación es tan absurda que no puede evitar hacerlo. Niega con la cabeza y bebe un largo trago de agua.

—¿Es que no se relaja nunca?

—¿Cómo dice?

—No me ha molestado que me pregunte eso, señor Weasley. ¿No ha pensado que podría ser agradable charlar conmigo simplemente porque sí?

Weasley se limpia la boca con una servilleta. Sus movimientos son delicados, como los de un caballero del siglo XIX.

—No estoy aquí para vivir momentos agradables.

—Tampoco puede trabajar las veinticuatro horas del día.

—Sí que puedo.

Weasley se lleva a la boca algo más de comida y Audrey comprende que es mejor darse por vencida. Ese hombre no baja la guardia nunca. Siente curiosidad por saber cómo es su vida más allá del trabajo y está segura de que puede resumirse con una palabra: inexistente. No tiene demasiado tiempo que perder, así que reanuda la tarea de alimentarse y enciende la televisión. No le gusta estar en silencio junto a Weasley. No es que le agraden demasiado los programas que se emiten a esas horas, aunque al menos hay ruido. Weasley alza la cabeza y mira la pantalla con fascinación. Audrey no sabe qué le ocurre con la tele. Por las noches se niega a verla y cuando lo hace, parece no haber visto nada como aquello jamás.

—¿Quiere ver algo? —le pregunta mientras mantiene alzado el mando a distancia.

—¿Cómo dice?

Weasley pone cara de tonto. Audrey chasquea la lengua y cambia de canal.

—Apuesto a que le gustan los informativos.

En la pantalla de la televisión aparecen las imágenes de un accidente de tráfico ocurrido cerca de Londres. Audrey apenas le presta atención, mientras que la fascinación de Weasley aumenta exponencialmente.

—Dicen que ha sido por la niebla —comenta Audrey distraídamente. Weasley la mira, parpadea y no dice ni una palabra—. El accidente. Ha sido por la niebla.

—Entiendo.

—Llevan toda la mañana hablando sobre ello en la radio. Ha habido cinco muertos.

—Ya veo.

Weasley no le quita ojo a la televisión. No aparecen imágenes especialmente escabrosas y Audrey piensa que es un poco morboso. Ni más ni menos. Por fortuna, el reportaje termina enseguida y el presentador pasa a hablar sobre otras noticias reseñables del día. Weasley aún parece hipnotizado.

—He ganado. —El hombre la mira como si no la entendiera—. He apostado a que le gustan las noticias.

Weasley carraspea, se endereza en la silla y se mete el tenedor en la boca.

—Hay que mantenerse informado, señora Miller.

—Eso mismo decía mi marido. Siempre veía los informativos y leía el periódico. A veces incluso intentaba comentarlo todo conmigo.

—Supongo que usted no estaba por la labor.

Audrey sonríe mientras recuerda aquellos días felices junto a William. Si cierra los ojos puede verlo sentado frente a esa misma mesa, con el periódico desplegado sobre el tablero y los ojos fijos en la televisión. A Audrey siempre le pareció muy curiosa su capacidad para escuchar la tele y leer el periódico al mismo tiempo. Aunque pareciera imposible, se empapaba de la información de ambos medios.

—¿Por qué dice eso?

—Porque no parece muy contenta después de poner esa cosa —Weasley agita una mano en el aire, señalando vagamente la televisión—. Puede cambiarlo si quiere.

—No hace falta. No hay nada que quiera ver.

—Como prefiera.

Weasley se lleva otro bocado de comida a la boca y Audrey se da cuenta de que prácticamente se ha olvidado de su propio plato. Puesto que tiene que regresar al trabajo en breve, comienza a engullir la pasta sin tener en cuenta que Weasley es un fanático de los buenos modales. Supone que se ha manchado la cara por la forma que tiene de mirarla.

—Va a asfixiarse, señora Miller.

—¡Uhm! No se preocupe. Tengo práctica.

Weasley asiente. Su rostro adquiere esa expresión que siempre pone cuando se dispone a interrogarla. Audrey se traga lo que tiene en la boca mientras aguarda con expectación su próxima pregunta.

—Dice que a su marido le gustaba mantenerse al día de la actualidad.

Audrey asiente y se limpia la boca con una servilleta de papel.

—Le encantaban las noticias sobre economía. ¿Le he comentado ya que trabajó en la City?

Weasley la mira con los ojos entornados. Audrey se da cuenta de que ha vuelto a pasar. En ocasiones, ella menciona asuntos sin la más mínima importancia que su inquilino parece desconocer por completo. En cualquier otra circunstancia, Audrey hubiera realizado algún comentario al respecto, pero no quiere que él lo tome a mal. No quiere que un par de frases irónicas alejen a Ava aún más, así que opta por lo más sensato: dar explicaciones.

—El distrito financiero de Londres.

Weasley asiente secamente.

—Por supuesto.

—William trabajaba como agente de bolsa cuando lo conocí. Ganaba un montón de dinero en aquel entonces y vivía en Londres.

—¿Cómo terminaron aquí?

Audrey se encoge de hombros y sonríe al responder.

—William se arruinó. No era tan buen inversor como se pensaba y lo perdió casi todo. Tuvo que volver al pueblo de sus padres con el rabo entre las piernas. Y yo me vine con él.

Audrey se ahorra la otra parte de la historia porque hay cosas que no desea compartir con Weasley ni con nadie. Ve como el hombre asiente de nuevo antes de proseguir con la conversación.

—Cuando conoció a su marido, ¿Ava ya había nacido?

—William necesitaba una niñera. Como ya le dije, la madre de Ava murió en el parto. Al principio, a William lo ayudaron sus padres, pero tuvieron que regresar aquí. Yo me presenté a la entrevista de trabajo y me contrató ese mismo día. Ava tenía seis meses y desde entonces no nos hemos separado. —Audrey hace una pausa. Siente un arañazo de dolor en su interior—. Hasta que usted decidió llevársela.

No se molesta en ocultar lo dolida que se siente por ese motivo. Espera que Weasley se sienta mínimamente culpable, pero se limita a asentir como si todo aquello no fuese con él. Audrey bufa, frustrada ante semejante comportamiento, y se pregunta si ese cretino tiene corazón. A lo mejor es un robot programado para cumplir con las normas y seguir procedimientos. Nunca flaquea, como si jamás dudase de nada, y Audrey lo odia un poco por eso.

—Únicamente me preocupa el bienestar de Ava, señora Miller.

—En los últimos ocho años ha estado perfectamente.

—Las cosas han cambiado mucho durante estos ocho años —Weasley se limpia con la servilleta y coloca los cubiertos en el plato, indicando que ya ha terminado de comer—. Los padres de Ava están muertos. Puesto que no cuenta con más familia, debemos asegurarnos de que usted es la tutora adecuada para ella.

—Le recuerdo que William quiso que yo me hiciera cargo de todo. ¿Acaso no cuenta?

—Por supuesto que sí. Estamos dispuestos a respetar la última voluntad del señor Miller, pero debemos plantearnos la posibilidad de que no tomara la mejor decisión.

—¿Está insinuando algo?

Audrey hace rechinar sus dientes. No sabe qué le molesta más, si que dude de su papel como madre o que insinúe que William no estaba capacitado para asegurar el futuro de su propia hija. Y le molesta porque ella misma se ha planteado esas cuestiones en varias ocasiones. Diez años atrás ni siquiera soñaba con la posibilidad de ser madre. Era joven y lo único que le preocupaba era divertirse. Era impulsiva, irresponsable y una auténtica cabeza de chorlito. Ha madurado a base de recibir un golpe tras otro y muchas veces siente la tentación de escaparse y olvidarse de todo y de todos. Tener responsabilidades le genera ansiedad y le da dolor de cabeza, pero siempre se ha portado bien con Ava. La ha querido, la ha educado y ha permanecido a su lado en los peores momentos. Ha sido una madre. Y en cuanto al estado mental de William antes de morir, tiene claro que no pasaba por su mejor momento. Terminó suicidándose, después de todo.

La voz de Weasley la trae de vuelta a la realidad.

—Simplemente estoy teniendo en cuenta todas las posibilidades, señora Miller. Debo analizarlo todo antes de sacar mis conclusiones.

Audrey respira hondo varias veces y logra calmar los incipientes nervios. Cuando comprueba la hora nuevamente, descubre que se ha quedado sin tiempo para comer y se pone en pie a toda velocidad. Recoge sus cubiertos, lo mete todo en el lavavajillas y se dispone a ir al baño antes de reunirse con sus empleados. El señor Weasley también se levanta y la observa con curiosidad.

—Veo que está muy ocupada.

—No falta nada para la feria agrícola. —Audrey se frena en seco antes de salir de la cocina. Ni siquiera sabe por qué dice lo que dice—. Tiene que pasarse por allí. Se divertirá.

—Como ya le he dicho en varias ocasiones, no estoy aquí para divertirme.

—En ese caso, tómeselo como parte del trabajo. Todo el pueblo estará allí y podrán decirle la clase de madre que soy. —Audrey se arrepiente de sus palabras nada más decirlas, pero ya no puede desdecirse—. Si me disculpa, tengo prisa.

Abandona la casa deseando que Percy Weasley no le tome la palabra.


La manzana le cae justo en la punta del pie. Audrey suelta una maldición por lo bajini y se agacha para recogerla. Otra pieza de fruta inservible. Y ya van tres. Angela alza una ceja y parece divertirse con su desgracia.

—¿Se puede saber qué te pasa?

Es la feria agrícola. Está presentado su preciosa manzana en sociedad, así que tiene razones más que sobradas para estar nerviosa. Podría engañarse a sí misma repitiendo eso una y otra vez, pero sus ojos la delatan. Están fijos en Percy Weasley, ese maldito cretino. Se ha repeinado como siempre y se ha puesto un traje anticuado de color verde oscuro. Tiene una de sus manzanas en la mano, pero ni siquiera le ha dado un bocado, y habla con la señora Wilson. ¡Maldición!

—Es normal que hable con la profesora de Ava —le dice Angela. A veces parece que puede leerle la mente.

—A saber lo que le cuenta de la niña. Y de mí.

—No puede ser tan malo.

—¿Cómo que no? —Audrey se gira para encarar a su amiga y pone los brazos en jarra—. Esa mujer odia a Ava.

Angela pone los ojos en blanco y le da un apretón en el brazo.

—No seas exagerada, anda.

No está exagerando en absoluto. Agnes Wilson siempre parece tener motivos para renegar de Ava. Que si tiene mal carácter, que si es agresiva, que si hace cosas extrañas… Si le suelta todo eso a Weasley, Audrey está bastante segura de que no podrá recuperarla nunca más.

—No sé qué me pasó, Angie. ¿Cómo pude invitarlo?

—Querías ser amable.

—Yo nunca soy amable.

Angela le sonríe con ternura y le da otro apretón cariñoso.

—No lo niegues, Audrey. Eres bastante simpática cuando quieres.

—Lástima que no quiera muy a menudo.

Angela se ríe y atiende a un par de personas que se han interesado por el puesto de frutas y verduras de Audrey. Ciertamente le agradece mucho su ayuda, puesto que hay bastante trabajo en jornadas como aquella. Antes podía contar con el apoyo de William, pero el muy cabrito también la ha dejado en la estacada en ese sentido. Maldito idiota.

—Creo que voy a ir con ellos —asegura Audrey. Da dos pasos para abandonar el puesto, pero Angela la agarra del brazo.

—Ni se te ocurra.

—Pero Weasley…

—Weasley está trabajando y tú vas a dejarlo en paz o pensará que eres una acosadora.

—Si no intervengo, pensará que soy una mala madre.

Intenta caminar de nuevo y Angela insiste en detenerla, esa vez poniéndole las manos sobre los hombros.

—Escúchame, Audrey. Es demasiado tarde.

—¿Qué quieres decir?

—No es la primera vez que Weasley interroga a la gente del pueblo.

—¿Qué?

Audrey respira profundamente. Al principio se siente traicionada, pero un instante después comprende que esa actitud por parte del hombre no es tan extraña. Está allí para averiguar todo lo posible sobre su persona. Hubiera sido típico de alguien muy ingenuo pensar que iba a conformarse con charlar con ella. Después de inspirar aire tres veces, está mucho más calmada. Mira hacia la señora Wilson, quien está sonriendo y moviendo afirmativamente la cabeza. Seguro que Weasley le ha dicho que Ava es un pequeño demonio y le está dando la razón. Audrey aprieta los ojos con fuerza y mira a Angela. Tiene que procurar concentrarse en otra cosa porque ella tiene razón. No puede hacer nada para evitar que Weasley hable con la gente. No debe hacerlo.

—¿Con quién ha hablado?

Angela se encoge de hombros.

—No sé. Con todo el mundo. —Ante su cara de absoluta consternación, se apresura por seguir hablando—. Por lo que sé, está siendo bastante sutil.

Audrey pone los brazos en jarra. Es consciente de que está a punto de perder la paciencia y no debe hacerlo. Va a decir algo, pero más personas se acercan a su puesto y Angela se esmera por atenderles puesto que ella no está en condiciones de hacerlo. Una vocecita en su cabeza le exige que se calme. La feria agrícola es muy importante para el futuro de la granja y debe ser simpática y concentrarse en sus productos y en los clientes. Ya ha perdido a Ava, no puede seguir dejando que su vida se derrumbe.

—¿Me vas a decir qué sabes? —pregunta después de entregar una bolsa con manzanas a la señora Green.

—Sólo lo que se comenta por ahí. Todos en el pueblo saben que Weasley está viviendo en tu casa.

—¡Dios mío! —Audrey pone los ojos en blanco—. No quiero ni pensar en lo que estarán diciendo sobre mí.

Vivir en un lugar pequeño tiene muchas cosas positivas y también muchas cosas negativas. Lo peor de todo son los cotilleos, y con diferencia. A Audrey no le importa quedarse aislada por la nieve un par de veces al año, no poder pedir comida a domicilio o que la conexión a Internet sea un asco. Ha aprendido a vivir con ello y se ha adaptado perfectamente a esas pequeñas incomodidades, pero no soporta estar en boca de todos. Ya lo estuvo cuando llegó allí con William y la acusaron de ser un montón de cosas de lo más variopintas. Obviamente fue un infierno aguantar las miradas curiosas después de su muerte, aunque en aquel entonces no logró contenerse y Amy Tanner aún puede dar fe de ello. Y ahora le quitan a Ava y un hombre aparece en su casa. El horror.

—Weasley ha dicho que es tu primo y que ha venido a apoyarte en estos momentos tan difíciles.

Audrey apenas da crédito a lo que acaba de oír.

—¿En serio? ¿Ha dicho eso?

—Connor dice que se presentó en la pastelería de su tía. Compró unos pastelillos de chocolate y cuando le preguntaron que si iba a quedarse mucho tiempo aquí, dijo eso.

Audrey mira a Weasley. Por fortuna ya no está hablando con Agnes Wilson. Lo ve caminando a varios metros de distancia, con las manos metidas en los bolsillos y observando distraídamente algunos de los puestos. Visto desde allí no parece tan idiota como siempre. Cuando alza una mano para colocarse las gafas sobre la nariz, gira la cabeza en su dirección y sus ojos se encuentran durante un breve segundo. Audrey agita la cabeza bruscamente y expresa en voz alta su sorpresa.

—¿Por qué habrá hecho eso?

—Ni idea, pero no empieces a darle vueltas al tema. —Angela le da un codazo—. Que nos conocemos.

—Pues si me conoces tan bien, sabrás que no voy a poder quedarme callada.

Angela suspira y pone los ojos en blanco.

—Justo lo que suponía.


Audrey considera que el primer día de la feria ha ido bastante bien, aunque las jornadas realmente importantes serán las próximas, cuando se presenten visitantes de las poblaciones cercanas y acudan los profesionales que decidirán si su manzana merece o no tener un nombre propio. Un nombre en el que aún no ha pensado, maldita sea. Audrey guarda en el cobertizo los palés repletos de frutas y verduras y se asegura de que la puerta queda bien cerrada. No puede consentir que los animales le estropeen el trabajo durante la noche. Después, va a echarle un vistazo a las ovejas y da el habitual paseo alrededor de la casa. En los últimos tiempos suelen ser más breves, puesto que contar con la compañía de Weasley hace que esté más distraída. Se dispone a regresar a la vivienda cuando ve al hombre parado enfrente del garaje. Otra vez. Se plantea la posibilidad de dejarlo estar, aunque no tarda en recordar que desea hablar con él y decide acercarse por detrás. Cuando le habla, él da un respingo y se lleva la mano a la cinturilla del pantalón, claramente alarmado.

—Veo que tiene usted muy poco instinto de supervivencia. ¿Cuántas veces tengo que decirle que el garaje está en ruinas?

Como siempre, Weasley recupera la compostura enseguida.

—Me pregunto por qué no lo ha arreglado aún. El resto de la propiedad está en buenas condiciones.

"Porque William prometió que lo haríamos juntos y porque ahora odio ese lugar y quiero que se desplome para prenderle fuego", piensa Audrey, aunque dice otra cosa.

—No he tenido tiempo.

—Está siempre muy ocupada. Yo siempre pensé que la vida en el campo es más tranquila.

Audrey se mete las manos en los bolsillos, encogiéndose un poco sobre sí misma porque está refrescando.

—Así que es usted un urbanita.

Weasley endereza la espalda y, sin mediar palabra, comienzan a caminar juntos hacia la casa.

—En absoluto. De hecho, yo también me crie en el campo.

Audrey suelta un resoplido y abre muchísimo los ojos, incrédula.

—¡No!

—Sí. En Ottery St. Catchpole, Devon.

Ahora sí, Audrey se ríe. Weasley la mira con los ojos entornados.

—¿Qué le hace tanta gracia?

—No se ofenda señor Weasley, pero no parece usted un hombre de campo.

En realidad, tiene pinta de pijo. No. De pijo anticuado. Audrey piensa que la vida realmente puede sorprenderte a veces y escucha a Weasley hablar.

—Pues lo soy. Crecí en una granja a las afueras del pueblo, junto a mis padres y hermanos. Fue agradable vivir allí, aunque me mudé a Londres en cuanto tuve ocasión.

—De entre todas las ciudades, ¿por qué escogió Londres?

—Es el centro del mundo.

—No lo creo. Eso es Nueva York.

Weasley detiene sus pasos para mirarla de reojo. Ya han alcanzado la casa, así que Audrey abre la puerta y los dos entran en el recibidor y se quitan los zapatos. Es una norma básica en la casa. Puesto que pasa todo el día metiendo los pies en terrenos embarrados, no quiere manchar todo el suelo de la vivienda. Weasley se acostumbró a ello de forma inmediata, aunque tuvo que comprarse unas zapatillas de andar por casa que, francamente, son horribles.

—A mí Londres nunca me gustó mucho. —Audrey continúa hablando mientras van a la cocina—. Crecí y viví allí toda mi vida, pero en cuanto William me propuso que nos mudásemos aquí, no lo dudé.

—No debió ser fácil adaptarse a un lugar tan distinto.

Audrey se encoge de hombros. Saca del frigorífico una pizza precocinada y la mete en el horno. Después, se hace con una ensalada ya preparada del supermercado y observa a Weasley mientras comienza a poner la mesa. Por un momento se siente bastante extraña porque comprende que se compenetran bastante bien. Y no debería compenetrare con el hombre que le ha quitado a su hija. Debería asegurarse de que se marche de su casa de una vez por todas. Aparta esos pensamientos de su mente y responde a sus observaciones.

—El pueblo me gusta. Es bonito y casi todo el mundo es simpático. —Audrey decide aprovechar el momento para sacar a colación el tema que tiene en mente—. Tengo entendido que está empezando a conocer a los vecinos.

—Soy un hombre sociable.

Audrey no termina de creérselo. Es demasiado estirado.

—No me diga.

—Y sus vecinos son agradables. Y habladores.

—Apuesto a que le han puesto al tanto de todo lo que hago, ¿me equivoco?

Weasley no responde. Ocupa la silla que ya se ha convertido en suya y sonríe. Audrey observa ese gesto con los ojos entornados porque ese hombre no sonríe muy a menudo. Ligeramente turbada, se da media vuelta y saca una botella de vino del frigorífico. Está a medias y tiene puesto un tapón que William compró en la ciudad. Siente un pequeño escalofrío cuando lo toca y, por primera vez desde que murió, siente que está observándola. Es una tontería, pero está segura de que se encontrará a William parado bajo el umbral de la puerta, con los brazos cruzados y mirándola acusadoramente. Pero, ¿por qué? No está haciendo nada malo.

—¿Qué le han dicho, señor Weasley?

A la mierda con las sutilezas. Necesita saber y la forma más rápida de averiguar cosas es preguntando directamente. Los subterfugios sólo son una pérdida de tiempo. Le sirve a Weasley una copa de vino y se sienta frente a él mientras la pizza termina de hacerse.

—Casi todos se han lamentado por la marcha de Ava. Por lo visto, sienten una gran compasión por usted y por la niña. Afirman que deberían estar juntas después de lo que pasó con William.

Audrey le da un trago al vino y se mantiene callada. Weasley tampoco es de lo que se andan por las ramas.

—¿Qué pasó con William?

—Ya se lo dije. Murió.

—Por la forma que tenían de hablar, no creo que su muerte se debiera a causas naturales.

Audrey se siente ligeramente acorralada y eso le molesta. Sabe que tarde o temprano Weasley se enterará de esa parte de la historia, así que suspira ruidosamente y le da su explicación de mierda.

—El garaje medio hundido. —Hace un gesto con la mano, señalando el exterior, y Weasley asiente—. Dentro hay un coche viejo. William fue al garaje, cerró las puertas y las ventanas, se metió dentro del coche y encendió el motor. Cuando lo encontré, estaba muerto.

Su enfado va en aumento con cada palabra. Está mosqueada con Weasley por obligarla a hablar del tema y, ante todo, está cabreada con William por hacer lo que hizo. Maldito cobarde mierda. Weasley la mira en silencio durante un rato, haciéndola sentir muy incómoda. A Audrey le parece que hay algo de compasión en sus ojos y eso no la hace sentir mejor.

—Lo lamento.

—No tiene nada que lamentar, señor Weasley.

Él vuelve a quedarse callado. Cuando formula su siguiente pregunta no parece muy seguro de sí mismo.

—¿Por qué lo hizo?

Audrey siente el fuego quemándole por dentro. Es una buena pregunta. Aprieta los puños y se contiene para no golpear la mesa. Y por primera vez desde que Weasley llegó a esa casa, le da una mala contestación.

—¿A usted qué coño le importa?

Está bastante segura de que ese idiota volverá a decir otra impertinencia. Sin embargo, lo que hace es tragar saliva y apartar la mirada. Es la primera vez que pierde la compostura y Audrey está a punto de hacer leña del árbol caído, pero justo entonces el horno anuncia que la pizza ya está lista y ella tiene la oportunidad de pensar en otras cosas. Se levanta, arrastrando la silla por el suelo, y se concentra en su labor. Weasley permanece callado hasta que ella deja el plato con la cena sobre la mesa.

—No debí preguntar eso. Lo siento. Tiene usted razón. No es asunto mío.

—Es verdad. No lo es.

—Le prometo que no volveré a importunarla, señora Miller.

Audrey sabe que no es buena idea ceder ante el enfado, pero no puede evitarlo. Apoya las manos en la mesa, se inclina hacia delante y mira a Weasley a los ojos mientras sisea unas palabras.

—Me ha quitado a mi hija, ha ocupado mi casa. Le aseguro que no puede importunarme más. —Da un golpe en el tablero y se sienta—. Ahora cene y cállese.

Weasley parpadea y la obedece. Audrey se pasa el resto de la noche convencida de que ha metido la pata. ¿Y qué más da?