En quizás algo menos de una hora, Sven paró frente a una curiosa cabaña de humeante chimenea que se encontraba perdida entre las montañas.
—Hemos llegado.
—¿Este reno no es demasiado inteligente?
—¿Tú crees? A mí me parece normal.
—Algo me dice que no lo es.
No pareció importarle especialmente mi apreciación; se apeó del carro y se dirigió hacia la tienda. Le seguí preguntándome qué clase de clientela podía haber en un lugar tan alejado como ése y juntos entramos al que ponía era el "Puesto comercial de Oaken el trotamundos".
—¡Cu-cu! ¡Rebajas de verano! 50% en zuecos, bañadores y protector solar. '¿Yah?'.
El entusiasta vendedor no parecía tener mucha mercancía de invierno, pero confié en que Kristoff supiese lo que hacía.
—Buscamos ropa de abrigo para ella. ¿Tienes algo?
—Claro, en nuestro departamento de invierno.
Miramos hacia donde señalaba aquel tal Oaken y observamos con cara de circunstancias el rincón casi desnudo al que llamaba "departamento de invierno". Lo revisamos sin muchas esperanzas y, milagrosamente, encontramos un conjunto de traje y botas de invierno que podrían valerme.
—¿Por qué hemos venido aquí? —le susurré aprovechando que el dependiente estaba distraído silbando una alegre cancioncilla.
—¿Prefieres ir a una tienda de la ciudad y arriesgarte a que te reconozcan?
—De acuerdo, tendrá que valer.
Fuimos al mostrador con el conjunto y un manojo de zanahorias que Kristoff cogió (no quiero imaginarme para qué baboso intercambio con Sven) y Oaken nos atendió con una gran sonrisa.
—Eso hacen cuarenta.
Kristoff frunció el ceño indignado y ahí comenzó un intento de regateo que acabó con él expulsado de mala manera por el sorprendentemente gigantesco Oaken. Entonces, como si nada hubiese pasado, se volvió a sentar en su supongo que bajito asiento y me sonrió de nuevo.
—Ehm, esto… Oaken. Necesito de verdad la ropa ahora mismo. No tengo el dinero que pides pero… ¿existe la posibilidad de que me lo cambies por este vestido de gala? Apuesto a que su valor es mucho mayor.
Oaken examinó con cuidado el vestido que aún llevaba conmigo en la cesta de Rapunzel y lo colgó en una percha tras él para que quedase bien a la vista.
—Puedes llevarte también las zanahorias para tu amigo.
Salí de allí con todo lo que necesitaba y sintiéndome relativamente timada y me encontré con Kristoff dándole explicaciones a Sven de por qué no tenía sus adoradas zanahorias con él.
—¿Acaso habláis de esto? —dije juguetona agitando el manojo de zanahorias.
—¿Cómo lo has conseguido?
—No llamándole granuja.
—Ya, no he estado muy fino. ¡Pero era un timo! ¿Cuánto le has pagado? Creía que no tenías dinero.
—Tenía mi vestido.
—¡Ja! Bien pensado. —Pero no tengo ni idea de dónde cambiarme. Pese a su oferta, la sauna con toda su familia dentro, no me parecía la mejor opción.
—Creo que con lo que debe valer ese vestido has pagado de sobra por usar su cobertizo para cambiarte —propuso guiñándome un ojo.
—Con lo que vale ese vestido podría comprar su cobertizo… —dije bajando progresivamente el tono de mi voz hasta convertirla casi en un susurro ante el temor a sonar como una niña pija.
Busqué su mirada esperando el reproche en ella y me encontré con la mirada de complicidad de Kristoff ante aquella posible vendeta contra aquel comerciante que no le había simpatizado especialmente. Contuve la risa y me colé en el cobertizo de Oaken que se encontraba justo en frente de la tienda como quien se cuela en la cocina a robar chocolate y galletas. No quiero decir que yo lo haya hecho, claro… Allí dentro, busqué un rincón cómodo para apoyarme y me puse aquellas ropas tan cálidas que deseé que realmente fuésemos a un lugar muy, muy frío. Al salir, Kristoff se había cambiado también y se había puesto la que supuse que era su ropa de trabajo. Diría que aún más caliente que la mía.
—¿Dónde te has cambiado tú?
—No preguntes. ¿Estás lista?
—Supongo… —dije mirando alrededor intentando adivinar cómo se las habría ingeniado él.
—Pues en marcha.
Subimos de nuevo al carro e hicimos camino montaña arriba hasta que la nieve comenzó a cubrir el camino. Entonces, agradeciendo por fin el cambio de ropa, sustituimos las ruedas por un par de patines que llevaba consigo y continuamos subiendo más y más arriba, por un camino cada vez más y más frío, hasta llegar a la que habría jurado que era la zona más fría del planeta.
—¡¿Cómo puede hacer tanto frío?! —dije casi asustada.
—Ya te lo dije. El hielo no se hace por arte de magia.
—¡Obviamente! ¡Pero esto es demasiado! ¡¿Cuántas horas pasas aquí al día?!
—No demasiadas. Excepto cuando duermo aquí, claro, pero para eso tengo la chimenea.
—¿Tienes chimenea? ¡Gracias al cielo! ¡Vamos para allá!
Se rio abiertamente, probablemente de mí, y condujo el trineo hasta la puerta de una pequeña caseta de madera construida de aquellas maneras. El cuartucho era mucho más pequeño que el cobertizo de Oaken incluso con el establo que había anexo en un lateral.
—Vaaaya… —dije quedándome sin palabras ante tal espectáculo.
—Lo sé, no está nada mal, ¿eh?
Le miré esperando que se echase a reír y le encontré con los brazos en jarra y una sonrisa de orgullo admirando su creación.
"Así que va en serio…"
—Va… ¡vamos dentro! Quiero ver cómo es por dentro.
"Por favor, que sea un portal a una casa de verdad en una realidad alternativa."
—Acomódate donde quieras —dijo tan francamente que me dio hasta un poco de penita.
El interior era… dejémoslo en estrecho, escaso, austero y lleno de rendijas que dejaban entrar el gélido aire del bosque.
—Muy acogedor… —Sí que lo es.
Llegados a ese punto, ya resultaba entre tierno y divertido. De verdad le gustaba su cuartito. Encendió pacientemente la chimenea y yo me senté en la cama esperando a que aquello se calentase algo antes de quitarme la capa.
—Bueno, la cama no está mal.
—¿La cama? —preguntó sin entender a qué me refería.
—¡Como el resto, claro! Está todo estupendo.
—No tienes que fingir —dijo riendo—. Soy capaz de imaginar lo que piensas de este lugar: te has criado en un castillo. Eso no va a hacer que yo me sienta menos a gusto con él. —Bueno, igual es un poquito, y sólo un poquito… claustrofóbico.
Siguió riéndose y se sentó a mi lado en la cama, lo que me hizo subir un yo-qué-sé-que-qué-sé-yo por la tripa.
—Tienes comida en esa despensa. Yo me voy a trabajar. Cuando acabe bajaré a vender el hielo y volveré, ¿de acuerdo?
—Está bien.
—Necesito que me prometas que no vas a salir por esta zona sin mí: el hielo es más peligroso de lo que parece. —Y, ¿tú no vas a comer nada?
—No hace tanto que he comido. Ya cenaré algo cuando venga.
—¡Recibido!
—¿El qué?
—¡Prepararé una cena para chuparse los dedos!
—¿Sabes cocinar?
—No lo creo, pero tengo unas horas para practicar, ¿no?
—Eh… no te molestes… —¡Venga, confía en mí!
—Por favor, no gastes toda la comida ni quemes la casa… —No prometo nada, pero lo intentaré.
Suspiró con resignación y se dispuso a salir de… aquello.
—¡Espera, Kristoff!
—Dime.
—¿Dónde voy a dormir yo? Me gustaría echarme una cabezadita antes de ponerlo todo patas arriba. La verdad es que no dormí demasiado anoche.
—En la cama. ¿Dónde dormís en los palacios?
—Y, ¿tú?
—Insisto, en la cama.
—¿Piensas que vamos a dormir juntos? —pregunté completamente colorada mientras él se mantenía perfecta y molestamente tranquilo.
—¿Sabes que aún no te has quitado la capa?
—Evidentemente.
—Esto ya no se va a calentar mucho más. No creo que quieras a la otra única fuente de calor muy lejos de ti.
Y, sin inmutarse, cerró la puerta con una sonrisa vacilona y se fue de allí dejándome helada en el sitio en más de un sentido y, a la vez, sorprendida de que realmente él creyese que había algún lugar ahí dentro en el que se podría encontrar lejos de mí. Criaturita…
El día transcurrió tranquilo y rápido. Bueno, para ser más exactos, una siesta de unas horillas hizo que el tiempo se apreciase de forma diferente. Al caer la noche, rebusqué en su despensa y me sorprendí de lo bien equipada que estaba. Al final, sin mucho ánimo para plantarle cara en caso de convertir su amado cuarto en ascuas, preparé unos suculentos bocadillos y me dediqué a inspeccionar cada rinconcito apreciando todos y cada uno de los detalles del lugar.
En algún momento, ya bien entrada la noche, Kristoff y Sven volvieron visiblemente cansados y algo malolientes.
—Bienvenido a casa.
Me miró aparentemente sorprendido durante un instante y luego me dedicó una sonrisa.
—Ya he vuelto.
—¿Ha ido bien?
—Sí, se ha vendido todo bastante rápido—. Kristoff comenzó a mirar de un lado para otro como si hubiese algo que no acababa de creer. —Parece que no ha ardido nada.
—¡Por supuesto que no! Y, sin embargo, he preparado una deliciosa cena.
Apunté hacia la única y pequeña mesita que tenía la cabañita, donde los bocadillos esperaban tapados con un paño. Los destapó curioso y echó una carcajada.
—Ahora todo tiene sentido… tienen buena pinta. Gracias.
Cenamos juntos aquella obra maestra del arte culinario y se tumbó sobre la cama dispuesto a dar por terminado el día.
—Kristoff…
—¿Hm?
—De normal no vives aquí, ¿no?
—No… —contestó sin abrir los ojos si quiera.
—Y, ¿dónde está tu casa? ¿Vives solo?
—Vivo con mi familia, en una zona del bosque un poco alejada de aquí.
—¿Con tus padres? ¿Hermanos? ¿Esposa e hijos?
—Más o menos. Con mi familia adoptiva.
—¿Eres adoptado?
—Ahá…
—¿Me los presentarás algún día?
—Es posible…
Pensé en preguntarle mil cosas más sobre ellos y sobre su familia biológica. Sentía curiosidad por la familia que había criado a un hombre tan peculiar. Sin embargo, para cuando me decidí a preguntar, él ya parecía profundamente dormido.
"Y ahora, ¿qué? ¿Se supone que debo acostarme ahí con él?". Me acerqué cautelosa a la cama y me senté a su lado. Realmente daba él casi más calor que la mismísima chimenea. Su rostro sereno me transmitía una inmensa paz y algo me hizo sentir que compartir lecho con él no sería un error. Confié en mi instinto y, bastante nerviosa, me recosté a su lado y apagué la luz del único candil que nos alumbraba.
—Buenas noches, Kristoff.
—Buenas noches, Anna.
"Así que no dormía; vil traidor."
