¿Qué edad tenía Isadore en aquella foto? No más de cinco años, de eso estaba seguro Pip. Parecía uno de esos niños inquietos de ojos chispeantes que todo el mundo adora. El niño sonreía a cámara mostrando un diente roto. Pip no pudo evitar sonreír. Su altura y bigote le hacían parecer una persona completamente distinta, pero los ojos...Esos ojos seguían brillando de aquella manera.
La puerta se abrió e Isadore entró. En cuanto vio a Pip de pie junto a la estantería con un marco de fotos en las manos, se detuvo y lo miró de una forma que habría podido hacer que cualquiera se sintiera como un criminal. Pero Pip le sonrió.
— ¡Hola, Izzy! ¿Qué tal ha ido el día?
— Ah. Tú otra vez...¿No tienes que ir al colegio?—Isadore dejó su bandolera sobre un sillón y siguió mirando a Pip con el ceño fruncido.
— ¡Jeje! ¡Es verano! ¡No tengo clase!
— Hm. Ya, cierto...Y...¿mi abuela?
— Está en el dormitorio. Se está cambiando. Me la voy a llevar al parque. Hoy hace sol, así que pensé que podríamos salir y tomar el aire.
— ¿Izzy? ¿Eres tú?—preguntó una voz.
— Sí, ya he venido—respondió Isadore.
— ¿Quieres venir con nosotros, amor?
— ¡Sí, porfa, ven con nosotros!—Pip asintió con entusiasmo.
— Ahm, lo siento, pero estoy cansado y aún no he comido.
— Podríamos ir a Maltese's, tomar unos helados...
— No, gracias—Isadore fue tan cortante que la sonrisa de Pip se desvaneció un poco.
— Bueno, pues nada. Quizás otro día.
La señora Hart salió a su encuentro, ahora vestida con una falda con un estampado de flores feo pero gracioso.
— Hola, Izzy, tesoro—besó a Isadore; él tuvo que agacharse un poco para que pudiera alcanzar su mejilla—. ¿Seguro que no quieres venir?
— No, estoy seguro. Diviértete y ten cuidado.
— Lo tendré. Estoy en muy buenas manos—la señora Hart sonrió encantada a Pip y él recobró aquella sonrisita de querubín que habría derretido el corazón de cualquier mujer.
— Cuidaré de ella, te lo prometo—Pip sostuvo el brazo de la señora Hart y salieron juntos por la puerta.
— Te he dejado espaguetis en el microondas. ¡Adiosito! ¡Te quiero!—se volvió luego hacia el niño y señaló su camiseta—. ¡Qué lindo! ¿Quiénes son? ¿Beans y Buddy, de Beans & Buddy?
— ¡Sí!
— ¡Vaya! ¡Solía verlos cuando era pequeña! ¡Echaban esos dibujos en el cine!
La puerta se cerró, pero Isadore no dejó el sitio donde estaba de inmediato. Cuando lo hizo, momentos después, caminó hacia la ventana y echó un vistazo al exterior. Vio al niño y a la anciana caminando de la mano, lentamente porque las piernas de la señora Hart no le permitían ir más deprisa. Hablaban, reían. Isadore se quedó mirándolos hasta que se perdieron de vista. Luego fue hacia la cocina y calentó la comida en el microondas, deseando que ese niñato desapareciera del planeta.
Otra vez él. Siempre él.
Kath estaba jugando a las canastas cuando Ben volvió del trabajo, ya que estaba siendo un día estupendo, uno de los pocos días soleados que se podían ver en Warner Falls a lo largo del año. Se miraron el uno al otro antes de que Ben desapareciera dentro de su casa. Kath deseó que le hubiera dicho algo, un simple hola, o incluso que se hubiera quedado mirando lo bien que le sentaban los pantalones cortos. No es que le gustara que los hombres babearan con ella, pero aquello habría querido decir que estaba vivo, sentía algo, que tenía sangre en las venas. Daba miedo cuánto se parecía a un robot. Parecía vivir para trabajar, se limitaba a existir, como una silla o una lechuga. ¿Tenía algún momento de diversión, hacía travesuras de vez en cuando, tenía sueños?
Quizás no...Quizás por eso estaba allí, en Warner Falls...
Se quedó mirando la pelota en sus manos. Todo parecía mejor cuando jugaba al baloncesto. Y además era buena. Al menos eso solían decir su padre y su entrenador de cuando era una adolescente. Tenía lo necesario para convertirse en una campeona de la WNBA. Vivir en una mansión, tener su nombre en cajas de cereales, su propia marca de ropa deportiva...Pero su madre cayó enferma y alguien tenía que cuidarla, ya que su padre se largó...
Nunca lamentó aquella decisión, de veras. Hizo lo que debía hacer. No es que deseara la gloria.
Era sólo que...
— Uhm, eh.
Sheldon salió a su encuentro, con las manos metidas en los bolsillos.
— ¿Me acompañas?—le ofreció Kath.
Sheldon asintió y jugaron durante un rato. Kath le dio una paliza, marcando siete tantos, mientras que Sheldon no consiguió quedarse con la pelota más de tres segundos.
— ¿Has dormido algo estos días?—preguntó Kath, deteniéndose a limpiar el sudor que corría por su frente.
— Sólo una hora, aquí y allá—suspiró Sheldon. Se sentaron a la puerta de Kath—. ¿Tanto se me nota? Es sólo que...No me siento bien.
— Conseguirás el curro, ya lo verás.
— No, no es el curro. He estado sintiéndome así desde que ese tipo entró en mi casa y me gritó a la cara...La cosa es que eso fue lo más excitante que me ha pasado...nunca...Y es muy triste...Y me pregunto...¿la vida es esto? ¿Vivir para trabajar de nueve a cinco para pagar las facturas, hasta que te haces viejo, demasiado para hacer las cosas que te gustan, y luego esperar a irte al otro barrio? ¿Pasar día sí, día también intentando sacar partido a lo que te viene?
— Guao, sí que te ha dejado aplastado la falta de sueño...
— Lo dijo en serio, Kath.
La chica suspiró y sostuvo su cabeza en sus manos.
— ...Al menos así parece que son las cosas aquí...
— Mira a Ben. El tío no tiene alegría alguna. Y prácticamente todo el mundo aquí es así. Como atrapados. Como deseando estar en cualquier otra parte...Es como si este pueblo no tuviera vida...
— Y te chupa toda la alegría que puedas conseguir, recordándote que todo lo excitante siempre pasa muy lejos de aquí...
— Pero...—murmuró Sheldon—. También he estado pensando...en lo que dijo el hombre, ¿sabes? Dijo que una vez fuimos rivales, aunque yo estoy seguro de no haberlo visto en mi vida. Me llamó Duck...algo...Dijo que estábamos todos en una simulación, o algo por el estilo; viviendo una mentira...No es que me asustara, pero...Me ha hecho pensar.
— ¿Pensar? No me digas que te has creído todo lo que te dijo.
— No...¿Sí? Sé lo que estás pensando y sí, lo sé, es ridículo, pero...He estado teniendo pensamientos raros, sueños raros...Me siento como cuando era niño y quería salir en películas, ser una estrella de Broadway...He estado pensando: «ey, ahí es donde debería estar, no aquí»...Este parece el lugar equivocado, como...que debería estar en otra parte...Y todo por lo que él dijo...Desde que apareció, he estado pensando...que debe haber algo más...Todo lo que nos rodea...es un asco...
— Lo es, pero puede que te lo parezca por todo lo que estás pasando. No es que haya una conspiración.
— ...Aun así...
Sheldon calló por un momento.
— ...Debo ir a verlo.
— Estás de coña—Kath posó sus manos sobre sus caderas.
— Es que no me siento bien, Kath. Estoy nervioso de narices. Tengo algo dentro. Necesito hablar con él. Él me hizo sentirme así y quizás él pueda decirme semejantes tonterías que por fin me convenza de que está loco y poder vivir de nuevo feliz en la mediocridad.
Kath suspiró.
— ...Vale. Si eso es lo que quieres, iré contigo.
— ¿Lo harás?—Sheldon alzó las cejas.
— Sí, en plan...quieres ir a ver a un demente. Como en El Silencio de los Corderos. Tengo que estar ahí para convencerte en el último minuto. Y tienes razón en una cosa: lo que te pasó el otro día fue lo más excitante que le ha pasado a este barrio. No me lo puedo perder.
Kath no pudo hacer cambiar de opinión a Sheldon, pero ahí estaba ella, en comisaría, encaminándose hacia las celdas, a su lado. La verdad, a medida que se iban acercando ella sintió cada vez más curiosidad hacia el llamado Hombre de las Estrellas, que decía ser un marciano atrapado en un cuerpo humano.
— De modo que él es su...—preguntó Warren a Sheldon por el camino.
— Primo.
— Podría habérnoslo dicho.
— Es que...Es ese primo del que uno prefiere no hablar...
— Ya veo...—asintió Warren—. El primo de, digo, su primo va a tener que pasar un tiempecillo en un hospital psiquiátrico para que le hagan una evaluación. Nos dirán qué debe hacerse con él, si sus desvaríos entrañan algún peligro...
Los llevó a él y a Kath a las celdas, donde el hombre permanecía sentado, manteniendo la misma postura y silencio con las que había entrado. Casi parecía un hombre que esperaba plácidamente a que llegara el autobús.
— Señor Andrews, tiene visita—lo llamó Warren.
El hombre abrió al fin los ojos y alzó la cabeza hacia Sheldon y Kath.
— Si ocurre algo, tienen a un agente en la puerta...—dijo Warren a Kath antes de irse.
Una vez se hubo ido el silencio se apoderó de ellos. Sheldon no sabía qué decir. Kath estudió al hombre, encontrándolo extrañamente cuerdo a simple vista. Fue él quien habló primero.
— Has venido...Con la señorita Bunny...
— Sin insultar, amigo—respondió Kath.
— No pretendía insultar—replicó el Hombre de las Estrellas.
— Pues lo parecía. Señorita Bunny sueña a algo sacado de una revista de Playboy.
— Lo lamento si le dio esa impresión. Tan sólo recuerdo que ese era el nombre al que respondía.
— ¿Y el mío era Duck...?—preguntó Sheldon.
— Dodgers. Duck Dodgers. Y eso tampoco es insulto.
— ¿Cuando yo era...eso? ¿Dónde y cuándo nos conocimos? Porque yo no recuerdo conocerte.
— Hace mucho, mucho tiempo. En el trabajo, podría decirse.
— Nah. Si hubiéramos trabajado juntos, me acordaría de ti. No olvido a mis compañeros tan fácilmente.
— Has olvidado más de lo que te imaginas. Ni siquiera pareces tú mismo. Ni la señorita Bunny, aquí presente. Ni siquiera yo.
— ¿Y por qué tú sí recuerdas cómo eran las cosas antes?—preguntó Kath con los brazos cruzados.
— Puse todas las células de mi cerebro a ello—el Hombre de las Estrellas se puso en pie y caminó hacia ellos, deteniéndose a una distancia prudencial de los barrotes, no demasiado cerca de ellos—. Al principio era como todos los demás, durante un tiempo. Creía ser un biólogo corriente, con una vida corriente, un aspecto humano corriente, un perro corriente...Pero algo se sentía...fuera de lugar. Mal. Una noche miré al cielo desde la ventana de mi dormitorio y vi...que allí estaba Marte, un pequeño punto en el cielo...Y comencé a recordar. Casi creí que todo eran imaginaciones mías, pero luché contra esos sentimientos antes de que apagaran la chispa de mi entendimiento. Vi el monstruo en el que me había convertido...los orificios en mi cara, los dientes, la estatura inconveniente, pelo...Casi caí desmayado, al encontrarme en tal estado. Reconocí en mi perro a mi mano derecha, una criatura simplona incapaz de comprender las órdenes más simples...Caminé por mi casa sabiendo que no era tal, vagué por las calles reconociendo voces, caras, amaneramientos...Pero nadie me reconoció. No se reconocían ni a sí mismos. Nunca me sentí tan solo en mi vida...
El hombre calló.
— Vosotros también pensáis que estoy loco.
Sheldon balbuceó algo, Kath se limitó a mirar a otro lado para que su cara no traicionara la respuesta.
— No tiene importancia—el marciano suspiró tranquilo—. Sé que suena increíblemente confuso. A veces me pregunto a mí mismo si no seré yo quien está equivocado...
— ¿Y qué crees que es esto?—preguntó Sheldon—. ¿Alguna clase de Matrix?
— Estoy familiarizado con la película a la que te refieres...Sí, algo parecido...Alguna clase de simulación. Control mental. Conozco parásitos de Saturno que se adueñan de la mente de sus víctimas y las ponen en un estado de euforia, como una droga potente, para sorberles mejor los sesos. Quizás la niebla mental sea la forma en que esta realidad se asegura de que nadie piensa...Nos dan falsos empleos, falsas prioridades, para que no nos cuestionemos nada.
Se quedaron en silencio por un momento.
— Comprendo que queráis meterme en una institución para pacientes desequilibrados—dijo entonces—. Encontraré la forma de salir. Pero escuchad lo que os digo: no guardo ningún rencor. Lo que pudierais hacerme o que os hiciera yo a vosotros no importa ahora...Mirad en vuestro corazón. ¿Qué estáis reprimiendo? ¿Qué sentís en vuestro interior? ¿Qué os dice vuestra cabeza que está mal? Lo que escondéis podría ser la clave...
Kath y Sheldon intercambiaron una mirada. Mientras tanto, el Hombre de las Estrellas volvió a su asiento.
— Percibo que no queréis estar aquí, así que sois libres de marcharos. Ya he dicho todo cuanto sé. Desearía saber más...Puede que...al final...Oh, pero antes de que os vayáis...Ha sido un placer veros. Solíamos estar enfrentados, pero ahora...eso no podría importar menos.
Y volvió a su estado silencioso y expectante, así que los dos vecinos supusieron que era hora de marcharse
— A mí me ha parecido que está bastante tarumba—dijo Kath mientras salían de la comisaría.
— Seh...
— Entonces, ¿te has convencido?
— Claro. Quiero decir...Va contra toda lógica, ¿no?
Kath asintió.
Ella y Sheldon compartían el mismo pensamiento, pero ninguno de los dos lo dijo. No querían admitirle al otro que las palabras de ese hombre habían sido...inquietantes...Les había dejado en su interior una cierta inquietud. Ambos se esforzaban por convencerse a sí mismos de que el hombre simplemente daba miedo.
— Billy, eh, Billy.
Billy miró a Warren sin mirarlo realmente. ¿Lo estaba olfateando? Parecía más un animal que una persona.
— ¿Sabes quién soy yo? Soy Warren, ¿recuerdas? El sheriff. Sabes que quiero ayudarte.
La respuesta de Billy fue un rugido, y Warren tuvo que retroceder para escapar de sus garras al colarse entre los barrotes para tratar de agarrarlo y arañarlo. Nada, no tenía remedio. El doctor dijo que era una mera cuestión de tiempo, pero Billy parecía incansable. Su garganta estaba hasta irritada de tanto quejarse y gritar; tenía que ser doloroso para él, y aun así no paraba. No dormía, apenas comía...¿De dónde sacaba toda esa energía? Era realmente penoso.
Warren se acercó a Luc.
— Voy a encargarme del marciano. ¿Puedes echarle un ojo a Billy?
— Bien sûr—asintió el agente.
Con esas, Warren se alejó. Pronto apareció Julie con cautela, prácticamente escondiéndose tras las espaldas de Luc. Miró a Billy con temor, la forma en que miraba al infinito, cómo parecía una bestia...
— Uhm, Luc. Tu nómina. Una firmita aquí, si no te importa...—dijo tímidamente, entregando a Luc un papel.
— Claro. Vaya, hoy estás particularmente charmante, chica—observó Luc.
Julie soltó una risita.
— Oh, Luc—dijo antes de volver a su escritorio.
Luc siguió su camino, pero volvió la cabeza para mirarla. Quizás fuera la forma en que lucía su uniforme aquel día. Puede que se hubiera hecho algo en el pelo, o se hubiera puesto un poco más de maquillaje. Cualquiera que fuera ese cambio sutil, a Luc definitivamente le gustaba. Lo habría distraído de Billy si éste no hubiera llamado la atención con gruñidos constantes.
La celda contigua se abrió y Warren movió la cabeza a un lado.
— Tiene una cita, señor.
— Con el loquero, por supuesto...—murmuró el detenido, abriendo los ojos.
— Si se porta bien, no debería estar tan mal. No se preocupe, yo no le pondría en manos de alguien que quisiera hacerle daño.
El Hombre de las Estrellas asintió lentamente. Se levantó y siguió al sheriff hacia la calle sin mostrar resistencia.
— ¿Podría pedirle un favor, sheriff?
— Claro, hijo.
— Mi perro se quedará solo...
— No tema, lo hemos dejado con el primo de usted.
Tras un segundo de duda, el Hombre de las Estrellas asintió.
— Gracias.
Lo hizo muy fácil, no armó jaleo. Warren terminó por pensar que todo había sido una mala noche. Puede que su primo le hubiera dicho algo que le sacara de sus casillas...Estaba como una cabra, pero era un hombre educado y amable. Lo vio montar en la ambulancia dócil como un corderito, y esperó que los médicos pudieran curarlo. De veras que lo deseó.
Cian Andrews, o el Comandante X-2, o Marvin, sentado en el vehículo con las manos sobre su regazo, no se permitió pensar demasiado. Pensar más de la cuenta era tan dañino como no pensar en absoluto. Lo podía volver loco, frustarlo. Estaba decidido a proteger su conciencia a toda costa y simplemente se dedicaría a ver adónde iba todo esto.
Ya que no estaba demasiado distraído, se dio cuenta de que el conductor no era muy bueno. Casi parecía que la ambulancia corriera sola.
Un escalofrío recorrió su espalda, segundos antes de que algo rozara su pie. Parecía una barra roja, pequeña, con una...mecha...
TNT, tenía escrito.
Warren estaba de camino de vuelta a la comisaría cuando la explosión hizo que él y todos en la calle dieran un salto. No quedó un solo trozo de cristal sano. Una nube de humo lo llenó todo, pero pudo ver con toda claridad una bola de fuego en el sitio donde había estado la ambulancia unos pocos segundos antes.
