Recobro la conciencia lentamente. Me duele todo incluso estando quieta, y aborrezco el peso de mi ropa sobre mi cuerpo, que se roza contra mí de una forma dolorosa.
Me cuesta moverme.
A mi lado se encuentra Estela, con los ojos un poco enrojecidos, pero cuando cruzamos miradas me sonríe, incluso si no es tan alegre y despreocupadamente como de costumbre. Está tan pendiente de mí que es capaz de notar cuán difícil es para mí mover aunque sólo sea mi cuello.
"Buenos días, Lys", alza una mano, indicándome que deje de intentar moverme. "¡Ese maestrucho tuyo casi te parte en dos! Y luego, aunque de verdad que intenté salvarte no hubo manera, ¡nos pegamos el porrazo padre contra el sitio este de mala muerte donde nos llaman de todo menos guapas!"
Estela me cuenta todo lo que pasó mientras estaba inconsciente, y aunque es verdad que yo ya estaba esperando esto de mi maestro, eso no quita que duele. Mucho.
Tratar de alzar mis manos es un suplicio, hasta el punto de que noto como la inconsciencia vuelve a dominarme.
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La siguiente vez que despierto me siento mucho mejor; el dolor ha remitido, aunque siga presente, y puedo alzar mis manos varios centímetros por encima de mí antes de que el cansancio que me abruma las haga caer bruscamente sobre la cama, haciendo que mi percepción del dolor en mis brazos aumente.
Sin embargo esta vez hay otra persona a mi lado aparte de Estela; un adolescente, de brazos algo larguiruchos y pelo recogido en una pulcra coleta. Se da cuenta de que he despertado, y comienza a hablar.
"¡Bárbaro! ¡Ya está despierta!"
Me habla acerca de la gravedad de mis heridas -las cuales ha tratado él sin ayuda de nadie más- y las circunstancias que precedieron a mi llegada - ese dragón negro que Estela dijo que derribó el Expreso Celestial.
Es en medio de esta conversación que alguien nuevo nos interrumpe. "Vaya. Recobró el conocimiento, ¿no?" El recién llegado habla de una forma un tanto cortante, sobre todo comparado con Martín, que justo acababa de presentarse. Es su opinión que ya que ya me encuentro bien deberé ir a la reunión que tendrán esta tarde en la Iglesia. Aparentemente podré quedarme en el pueblo hasta entonces.
Son tan agradables como me lo esperaba, aunque no sé hasta que punto eso me reconforta. No cuando a cada movimiento soy incapaz de no percibir el dolor que recorre cada uno de mis músculos. Y es que yo ya esperaba que mi maestro me hiciese esto, pero aún así me siento...
Traicionada. Traicionada es la palabra. No creo haber estado más cerca de la muerte desde que nací como Celestial, que en este enfrentamiento que he tenido con Engel.
Acabo haciéndome más daño a mí misma, con la forma en que aprieto mi mandíbula y mis puños, y todo mi cuerpo se queda en tensión mientras una furia que llevaba años sin sentir me invade.
Es Estela quien me detiene, preocupada por la turbulenta energía que empieza a gestarse en mi interior. Es una muy buena amiga, nadie podrá convencerme de lo contrario. Parece mentira, lo poco que la aguantaba al principio.
Decido pasar el resto del día junto al juglar que está sentado en el puente de piedra. Al igual que yo, Alsan es un extranjero y recibe muy malas miradas. Intercambiamos historias para olvidar, por unas horas, la forma en que se nos menosprecia por aquí.
Es mientras me estoy dirigiendo a la Iglesia que Estela y yo nos topamos de nuevo con Serena, que nos acompaña mientras me cuenta que ha encontrado a los Celestiales perdidos, atrapados en una cárcel y torturados para el beneficio de sus captores.
Una vez llegamos a la Iglesia tenemos la suerte de que está solamente el cura, por lo que puedo devolverle el Colgante Sereno que se encontraba escondido por aquí. Comienza a brillar cuando se lo entrego, confirmando las palabras que le dije tiempo atrás en Las Chungueras.
Antes de que se vaya en dirección a la Boca del Carcaj para abrirme paso, sin embargo, es que comienza la reunión convocada por el Alcalde Peluso. Verles hablar es como presenciar el juego de la patata caliente, que es la culpa que me adjudican a mí de estar conchabada con el dragón negro.
No es hasta que Martín, que había entrado a la Iglesia a hurtadillas, trata de defenderme, que veo fin alguno a esta situación. De los aquí presentes -sin contar a Estela y Serena que, podríamos decir, son de mi equipo- él es el único que me cree cuando digo que fui atacada por el dragón.
"¡Extranjero, extranjero, extranjero! ¡Eso es todo lo que saben decir! ¡Ya estoy harto, che!", acaba explotando Martín antes de largarse de la reunión casi con humo escapándosele de las orejas.
Intercambio una mirada preocupada con Serena - con la forma en que me tormenta el moverme no tengo esperanza de poder seguirle el ritmo, mucho menos de alcanzarle antes de que salga del pueblo, y Serena lo sabe, habiéndome visto avanzar el caminito hasta la Iglesia. "No te preocupes, le seguiré", me dice antes de perseguirle.
Yo les sigo a un ritmo mucho más sosegado, experimentando con gran detalle la forma en que me tiran los músculos -especialmente los del torso y la espalda, que fueron los más dañados por el ataque de Engel-; ya había tratado de estirarme antes, aunque desistí por el dolor. Ahora sin embargo, duela o no, más me vale estirarme en condiciones si quiero alcanzar a Martín. Especialmente considerando que he visto a Serena salir del pueblo rumbo norte.
Mis huesos crujen de manera preocupante cuando estiro mis músculos tanto como puedo, arrepintiéndome de todas las decisiones que he tomado que me han traído hasta este punto, mientras veo las estrellas.
Para asegurarme también de que ningún monstruo me intercepte mientras no soy aún capaz de enfrentarme a ellos me rocío con un poco de agua bendita según salgo del pueblo.
Mi caminata hasta reunirme con Serena y Martín en el Arroyo de los Alerces es tan ardua como me la esperaba, si no más; cada pocos minutos me detengo, asaltada por el dolor que desgarra mi cuerpo a cada paso, maldiciendo a Engel cada vez más creativamente.
No es de extrañar que tenga un tremendo deseo de abofetearle la próxima vez que le vea, hablando en plata.
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Sinceramente, no sé cuánto tiempo le habrá llevado a Martín el llegar hasta el Arroyo, pero para cuando por fin alcanzo el lugar hace rato ya que el sol se ha puesto.
Allí, escondido en una discreta gruta inferior se encuentra Martín acompañado por Serena, que ha mantenido alejados a los monstruos mientras yo les iba siguiendo.
Hablamos un poco, me va contando algunos detalles de su vida - como el hecho de que se vino a vivir a Draquipoche unos tres años atrás, después de que sus padres fallecieran en el terrible terremoto que sacudió todo el Protectorado. Me confiesa también la rabia que siente cada vez que todo el mundo se comporta tan desconfiadamente hacia los pocos turistas que llegan, cuya travesía ya ha sido bastante agotadora y peligrosa como para que encima les traten como apestados y criminales por el simple hecho de no haber nacido allí.
Cuando por fin suelta toda su frustración dirige sus pensamientos hacia mí y la situación en que me encuentro: desamparada en una tierra que no es la mía, todavía adolorida -aunque tratase de ocultarlo es fácil percibirlo en mi forma de andar, incluso para aquellos que son prácticamente desconocidos- por la caída libre cortesía del dragón negro, sin más apoyo que el suyo... Sin descontar el hecho de que quiero ir a enfrentarme a ese petardo y cantarle las cuarenta.
Es así que me cuenta la Historia del Héroe de los Cielos, Dragris, y cómo derrotó a Fafnir, el dragón negro al servicio del Impío Imperio, que vive en Chimbamba, el pueblo al otro lado del cañón. Todo el ánimo que había recuperado se le va en un santiamén y decide entonces que es el momento de regresar a Draquipoche y preguntar más acerca de las leyendas.
Serena ya hace tiempo que se ha dirigido a Boca del Carcaj, habiendo cruzado una mirada conmigo: ella me abrirá paso, tal y como prometió, y yo me dirigiré allá en cuanto pueda, una vez haya escoltado a Martín de vuelta a la aldea y mis heridas me den menos problemas.
Reprimo un suspiro mientras me incorporo con Martín y comenzamos el camino para regresar al pueblo.
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Después de asegurarme de que Martín llega a la casa de su tío de una pieza, y visitar discretamente la tienda de armas y armaduras lanzo un telerregreso de vuelta a Batsureg: tengo buenos amigos allí aparte de Batzorig, curtidores de pieles con los que el señor Tido ha establecido contacto gracias a mi intervención, padres agradecidos por la distracción que aportan mis historias.
Allí me siento bienvenida, de una forma bien distinta a lugares como Pedranía, Catacumba o Puerto Cachalote: son una comunidad sencilla donde todo el mundo contribuye algo, y siempre que voy me tratan como una más, lo cual les agradezco.
Es bien entrada la noche cuando llego -con casi toda seguridad está más cerca el amanecer que el anochecer-, pero incluso si es a la luz de la lumbre mis heridas, o más bien cómo éstas afectan a mi cuerpo, son más que evidentes: uno de los dos cazadores de guardia va en busca de Batzorig y la curandera, Atzague, mientras el otro trata de ayudarme a llegar a la yurta de ésta última - algo que le agradezco al mismo tiempo que admito que es innecesario: seré capaz de llegar hasta allí por mi propio pie, no hay necesidad de que descuide su puesto por mi causa.
Y vale, no serán los que tengan los tratamientos más avanzados, pero al menos de momento no necesito cosas como esa: mi cuerpo se acabará recuperando por sí solo, lo que realmente necesito es el ambiente desenfadado de las gentes de aquí, su sincera amistad.
Es así que paso varios días recuperándome aquí en Batsureg, casi una semana, acompañada por la conversación de Batzorig y Batkhaan, siendo visitada por los niños, todos ellos interesados en saber cómo me he hecho una herida tan grande. Estela revolotea a mi alrededor, aliviada de ver mi constante progreso, incluso si lamenta la cicatriz que me cruzará el cuerpo de arriba a abajo por el resto de mi vida: la espada de Engel y la herida que me generó son bien distintas de los monstruos que afligen al Protectorado - fue forjada para ser superior, y como tal es una hoja que puede marcar mi cuerpo Celestial.
Por lo menos es una herida que sobreviviré, a diferencia de los mortales, que habrían perecido a consecuencia de la misma o incluso del shock mismo.
Aunque, dicho eso, no puedo decir que me sienta afortunada por estar experimentando este sufrimiento en particular.
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Batzorig es consciente de mi siguiente cometido: sabe que, le guste o no, he de irme a enfrentarme al dragón que me atacó; tenía asumido ya de antemano que una vez mis heridas me permitiesen un cierto nivel de control y movilidad mi viaje, mi aventura por así llamarla, continuaría inexorablemente. Es por eso que me despide sin exagerada fanfarria, más bien serio y preocupado incluso si no trata de hacerme cambiar mi decisión: en vez de tratar de detenerme me da un fuerte abrazo antes de desearme éxito en mi siguiente paso.
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Aunque quisiera dirigirme inmediatamente a Boca del Carcaj y de allí a Chimbamba, reconozco que lo pospongo por unos días más para visitar a los amigos que tengo repartidos por el mundo.
Más que nada, porque me gustaría pensar que me hecharían de menos si me pasara algo.
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Boca de Carcaj se encuentra abierta, y si bien Tejujú es un oponente formidable, demostrarle mi valía no es complicación; una vez adquiero el Arco de guivernuminado lanzo telehuida seguida por telerregreso a Draquipoche.
Cuando por fin llego al cañón hago tal y como indican las instrucciones, apuntando el arco y dejando volar la flecha, y un puente de luz conecta ambos extremos del cañón. Sin embargo antes de que me disponga a cruzarlo me detiene la voz de Martín, que acompañado de su tío el Alcalde y dos cazadores llega hasta donde estoy.
Tras preguntar el motivo del puente y disculparse por no creer mi historia me desean suerte; Martín es, fiel a su costumbre, al más agradable de todos, despidiéndose efusivamente de mí mientras exclama que rezará por mí.
A partir de entonces emprendo el camino rumbo a Chimbamba, y debo admitir que es el viaje a pie más exhaustivo que realizo: es un lugar donde la sierra se enrosca sobre sí misma, con los picos más altos en el centro, siendo el Magmánimo el más impresionante de todos ellos y también el mismo monte en que se encuentra emplazada Chimbamba.
Sé que esta parte de mi viaje dura varias semanas, aún con todas mis ventajas Celestiales; puede incluso que pasen uno o dos meses, a ojo de buen cubero.
Cuando por fin alcanzo la base del Magmánimo reconozco que no estoy del mejor humor: si bien uno podría decir que el rencor que le guardo a Engel ha disminuido -o por lo menos ha pasado a un segundo plano-, mi preocupación y estrés por alcanzar el pueblo de montaña e informar a Dragris de una vez por todas de lo que ocurre me ha estado consumiendo durante todo el camino desde que crucé el puente de luz.
Al menos la última parte del camino son unas altas, empinadas escaleras de pulida roca - lo cual sería peligroso en época de lluvias, tomando en consideración que no tienen ninguna barandilla de seguridad; si no me hubiese acostumbrado a volar de ida y vuelta entre Salto del Ángel y el Observatorio, ahora mientras subo los escalones lo tendría que hacer bien pegadita a la montaña, probablemente acobardada ante las nubes que ligeras rodean al pueblo, y la enorme altura que hay desde sus bordes hasta el suelo - es sobrecogedora a vista de humano, pero nada en comparación con las alturas a las que he volado anteriormente.
Chimbamba es hermosa a mis ojos: calles y casas hechas en piedra natural, escaleras excavadas en la misma montaña de la misma forma en que los refugios se encuentran excavados en su interior, allí donde los chimbambeses se refugiaron durante los enfrentamientos entre Dragris y el Impío Imperio, especialmente contra Fafnir.
La gente de aquí es también mucho más agradable que la de Draquipoche, encantados con los pocos visitantes que les llegan: aparentemente eran más habituales cuando la familia Irujo recorría el mundo con el Orgullo. No se puede realmente hablar acerca del cañón al oeste de Draquipoche, pues según las viejas historias que me cuenta el fantasma de un juglar, dicho cañón ha existido prácticamente desde siempre: fue creado por Dragris como una forma de poner a prueba a aquellos guerreros que se consideraban dignos de volar a lomos de un dragón.
De todas formas una vez los Irujo fallecieron su barco permaneció anclado en Moraleja del Soto y no volvieron a tener más visitantes; y los que llegaron en el último barco se tuvieron que quedar a vivir aquí, me cuenta una mujer que se vio en esa misma situación años atrás, cuando era tan solo una estudiante recién graduada de Paracelso.
Asumo que es por eso que escuchan atentamente todas las historias de lo ocurrido en los últimos años, siendo noticias, si no nuevas estrictamente hablando, por lo menos diferentes de lo que acostumbran a vivir por aquí.
El primer día de mi estancia aquí reconozco que lo paso descansado; que no sea absolutamente necesario no quiere decir que no me venga bien, que no lo disfrute o que no haga que me sienta revitalizada.
Visito también las armerías; necesito asegurarme de que mis armas y armaduras se encuentran en perfecto estado. Después de todo, tengo por delante al más peligroso de mis enemigos: el puto Rey König. Ugh. Así le llamé desde siempre; ese cabrón no me dejó ganarle jamás, hasta el punto de que acabé regalando el juego -"pásatelo tú porque yo desde luego no puedo"-. Media década más tarde no pude resistirme a comprarlo otra vez; llegué hasta Draquipoche con un solo acompañante aparte del principal. Fue entonces, años más tarde, que descubrí -que jugué- la trama de Luzbel; había partes que intuía ya de antes (la similitud entre los nombres Luzbel y Lucifer lo volvía algo obvio) pero eso no cambia que la resolución final del juego me repateó cosa fina.
... Creo que estoy divagando de más; esta ciudad me pone de ánimo melancólico, toda ella hecha en piedra gris, parcialmente oculta en el monte y rodeada por algodonosas nubes. De no ser por la gente de aquí, tan diferentes a los Celestiales, podría cerrar los ojos y pensar que estoy en el Observatorio.
He de admitir que mantuve poco contacto con otros ángeles aparte de mi maestro, siempre más preocupada por el día en que caería al Protectorado y tuviese que recorrerlo para salvarlo de las manos de Luzbel y su Imperio.
Fueron unos años particularmente largos. Solitarios, también; no es como si pudiera confiar en ellos, contarles lo que técnicamente sabía o esperaba de este mundo, de esta vida. Mi maestro fue el primer Celestial con el que forjé una relación constante, pero tampoco es que pudiese confiar en él, revelarle lo que sabía (lo que creía que sabía, porque tampoco es que tuviera garantías de estar en lo correcto. No es que alguien viniese a contarme historias de Luzbel, el Celestial que cayó, no es que simplemente pudiese sobrevolar el Protectorado para confirmar o desmentir mi hipótesis). No, en lugar de eso decidí dejar que la historia avanzase tal y como se suponía, en cierto modo, tratando de salvar, proteger a los pocos que podía, intentar proporcionarles una vida un poco más feliz que la que habría sido suya originalmente, como mi única forma de compensar mi decisión de no contarles la verdad a mi maestro y Vetustel.
Pensé de verdad que podría aportar algo bonito, aunque fuese de una forma tan pequeña. Que quizá podría salvaguardar la vida de mi maestro, de igual forma que Catarrina sigue viva ahora mismo.
Aquí en las alturas, sentada al borde del puente de Chimbamba, con las nubes tan cerca que podría tocarlas, me doy cuenta de la apatía que me envuelve firmemente, subyugando una tremenda rabia dentro de mi corazón - si esta calma artificial desapareciese estoy segura de que me encontraría gritando insultos hacia el cielo, de que perseguiría a Engel hasta el más recóndito lugar en que se esconda para darme de palos contra él, y después buscaría a Luzbel para repetir el proceso. Incluso ahora mientras pienso en eso puedo sentir como mi ira se aviva, mi cuerpo se tensa y una energía salvaje se condensa en mi interior.
Si me los encontrase ahora cara a cara trataría de matarles, y lo único que me hace refrenar ese impulsivo deseo es mi sentido del deber: yo escogí esto - yo escogí dejar que la historia y mi vida se desarrollaran de esta forma, escogí dejar que Luzbel se quedara atrapado quince años más hasta que nacieron los Yggos, que atacara el Observatorio en vez de buscar una mejor solución o revelar mi conocimiento a otros Celestiales.
Yo escogí dejar que en un futuro mi maestro me dejase caer de tal forma que mi cuerpo habría sido destruido de ser mortal, dejar que otros Celestiales fuesen atrapados por el Imperio. Y, por más que me pese ahora lo que percibo como una traición por parte de Engel, debo terminar esto. Por lo menos intentarlo.
Es hora, pues, de que suba hasta la cima del Magmánimo; es hora de que hable con Dragris.
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Los refugios excavados son más espaciosos de lo que esperaba, más complejos también. Sin olvidar cuán cálidos son, con varios ríos de lenta lava surcándolos. Me encanta, pese a todo, y me arranca la primera sonrisa real desde que llegué a Draquipoche, con Estela revoloteando por aquí y sacándole pegas a todo.
El Alcalde me dio permiso ayer para visitar a Dragris, aunque ya era más de medio día para entonces. Hoy me puse en camino al alba, y finalmente alcanzar la cima es el resultado de varias horas de ascenso - y aún así la duración de ésta se habrá visto reducida gracias a la existencia de escaleras, un camino claro a seguir y mi cuerpo Celestial sin estrictas necesidades mortales.
"Buenas tardes", comienzo una vez Dragris sale de su gruta, habiendo percibido mi presencia. "Soy Nordlys, Celestial y Ángel de la Guarda de Salto del Ángel" me presento.
Apesto al Impío Imperio -en palabras de Dragris, no es como si yo pudiese percibirlo-, y yo puedo decir cuanto quiera, pero tendré que demostrarle que en verdad merezco la pena - aún si Dragris fuese a ayudarme con tan solo mis palabras como prueba, sus alas siguen dañadas: necesitaría un Jinete de Draconarius para volar, y puesto que soy yo quien ha subido hasta aquí después de cruzar el Cañón de la Dracoguardia (porque él lo llama por su antiguo nombre), soy yo quien tiene que demostrar que tengo lo que hay que tener para volar junto a él.
Entablamos combate, y ya desde el primer momento sé que él no está jugando; sus ataques son todos serios y poderosos, letales de no ser por mi naturaleza Celestial. Asumo que él me está probando de acuerdo con ella, ya que dudo que muchos mortales hubiesen sobrevivido indemnes si les evaluaba de la misma forma.
Supongo que nos mantenemos en combate por varias horas, porque en algún momento nos detiene la madre del Alcalde. Ante sus palabras -"Subo hasta acá y ¿qué me encuentro? Todos peleando como niños chicos, ¿viste?"- Dragris se detiene y le explica la verdad: que tras este enfrentamiento me considera adecuada para subir a sus lomos y volar juntos en pos del Impío Imperio. Esto asombra y deleita a la anciana; ella fue quien me dio permiso para subir hasta aquí, y si bien las noticias del resurgimiento del Imperio no son buenas, siempre se siente emoción cuando una leyenda vuelve a las andadas, y esto es lo que Dragris es para los chimbambeses: un guardián refunfuñón, el protagonista de sus historias, señor y protector de Chimbamba. Para todos ellos verle volar de nuevo debe de ser una gozada, la última confirmación de sus creencias.
Yo por mi parte disfruto de la vista tanto como de la compañía: Dragris es un gruñón, pero sé que en el fondo tiene un corazón de oro, al igual que Estela, y va contándonos a las dos hechos que sucedieron en el pasado - no sólo nos habla de sus muchas escaramuzas contra el Imperio, de su combate final contra Fafnir, sino de tiempos anteriores. Dragris ha vivido muchísimo tiempo, quien sabe si tanto -o más que- como Vetustel. Recuerda tiempos en los que había otros dragones de su especie - todos muertos enfrentándose entre sí, ya fuera en luchas por territorios o para llamar la atención de alguna hembra o habiendo decidido dejarse morir.
Es muy interesante, y ayuda a que se pasen las horas mientras viajamos en dirección noroeste, rumbo al territorio del Imperio.
Nos encontramos sobrevolando el océano cuando nos vemos obligados a esquivar el primer ataque: en el horizonte vemos la silueta de Fafnir volando en nuestra dirección a toda velocidad, generando más ataques que nos lanza al mismo tiempo.
Dragris es rápido, y más ágil de lo que quizá debería para la edad que tiene, con lo que se retuerce y contorsiona su cuerpo, permitiendo que los haces de energía permitiendo que éstos pasen en medio de los espacios que abre. Yo mantengo mi cuerpo pegado al suyo para darle toda la aerodinámica que puedo.
Me siento a gusto con Dragris, creo que podríamos llegar a ser muy buenos amigos, igual que Estela y yo. Eso no podrá ocurrir, sin embargo, si dejo que este dragón malcarado mate a Dragris como en la historia original, y yo no quiero eso.
No voy a permitirle que mate a Dragris; por encima de mi cadáver.
Es extraño, porque estoy en paz. La calma que me ha aportado Dragris sigue dentro de mí, no me siento desesperada. Dragris es fuerte, y en aquel entonces él murió porque para él era importante proteger a la gente de Chimbamba.
En medio del mar no hay poblaciones de humanos que requieran su protección; aquí sólo estamos Fafnir, Dragris, Estela y yo. Esa energía que ya antes me ha recorrido se vuelve presente en mi interior, la única diferencia es que lo que siento -por decirlo de alguna manera- es concentración en derrotar a Fafnir, mi deseo por proteger a Dragris. En este momento ni siquiera existe en mí la rabia que debería consumirme.
Dragris percibe también la energía que me recorre, estoy convencida, si el movimiento de sus músculos es indicación alguna.
Él y Fafnir lanzan un ataque simultáneo, y el de Dragris se sobrepone al de Fafnir, golpeándole de lleno. Sin embargo no podemos cantar victoria: sé muy bien lo que pasó en el juego, y no voy a permitirlo. Dragris se sorprende, cómo no, cuando ve cómo Fafnir, pese a estar churruscado, continúa con vida. Esperando ya que me lance, queriendo evitarme el último y más letal ataque de Fafnir, me agarro a Dragris con todas mis fuerzas.
La energía en mi interior es frenética, puedo sentir casi su emoción, sus ansias por escapar de mí, y la dejo hacer exactamente eso: la energía que recorre mi cuerpo envuelve rápidamente a Dragris, rodeándole por completo. Puedo sentirla, sentir su propósito -protección, es un escudo para Dragris-, y tengo una fe instintiva en que le permitirá vivir incluso si el ataque de Fafnir le golpea de lleno.
Sin embargo, antes de que Fafnir nos ataque su energía se desvanece súbditamente, seguida por el mismo Fafnir que desesperado se retuerce, no queriendo desaparecer.
Dragris y yo nos quedamos en silencio, perplejos. ¿Qué acaba de pasar? Yo no lo sé y él tampoco, pero nos preocupa a la par que nos alivia, y con el escudo aún presente Dragris redobla sus esfuerzos por alcanzar el territorio del Imperio: una tierra baldía y desolada, donde no crece nada. Hay un gran palacio, pero aún recuerdo la existencia de la prisión. En el palacio se encuentra Luzbel y prefiero no topármelo aún, y si de todas formas el Imperio está bajo ataque los que se encuentran en la prisión son los más indefensos, ergo, nuestra prioridad.
La prisión se encuentra vacía de soldados, aunque los humanos siguen atrapados ahí debido a los campos de fuerza que rodean el lugar. Ni siquiera un ataque ligero de Dragris los hace desaparecer, pero no importa: me deja caer en la torrecilla que se alza en una de las esquinas, y dentro encuentro y desconecto el sistema que alimenta los campos de fuerza. Salgo de allí inmediatamente, y Estela arranca de repente a hablar.
Uno de los prisioneros, Astracán, es el Gran Conductor al que había estado buscando desde que pisamos la Isla Vocationis. Una vez reparto alas de quimera a todos los prisioneros humanos que había aquí, Astracán, Estela y yo bajamos a liberar a los otros prisioneros: los Celestiales.
Aquí atrapados había cuatro, uno de ellos poco mayor que yo (conserva todavía sus alas, aunque estén en un estado realmente desastrado y con pinta de doler). Reconozco a la Celestial que se encargaba de guardar el Portal al Protectorado, de igual forma que uno de ellos -el que puede mantenerse en pie por sí mismo- me reconoce a mí a su vez. Se trata de Maniel, que vigilaba las escaleras que llevan hasta Yggdrasil; él era un ángel de pocas palabras que trataba conmigo honestamente, pese al mal carácter que me gastaba en aquel entonces.
Con lo grande y fuerte que es Astracán él es capaz de llevar a dos Celestiales al mismo tiempo, Estela y Maniel se llevan a uno de los que quedan y yo cierro la procesión con el último de los prisioneros. Cuando llegamos hasta las escalera que llevan a la horca Astracán sienta a los suyos para poder llamar con su silbato al Expreso Celestial. Sin embargo antes de que lo haga nos sorprende la llegada de otras personas: Serena, tan fantasmal como de costumbre, pero con un aire tranquilo y feliz que no poseía antes, y Engel, que con su ceño tan fruncido como siempre aún así parece más en paz que en todo el tiempo que le he conocido, mientras carga en sus brazos a otros dos ángeles. Un segundo Celestial al cual no he visto en mi vida, de largo, lacio y brillante cabello rubio, e intensos ojos azules, con otros dos ángeles a cuestas. Luzbel.
Sigo vistiendo la Armadura de Draconarius, yelmo incluido, así que sé que el rictus que tuerce mi expresión al ver a esos dos en particular no es fácilmente visible para los demás. Oh, pero cómo siento esa rabia arder en mi interior, consolidarse hasta convertirse en desprecio. Una parte de mí -una rencorosa parte de mí- quiere incluso escupir en su dirección, pero no lo hago ni voy a hacerlo: si bien no queda mucho respeto por mi maestro dentro de mí, todavía me queda mi dignidad. No voy a rebajarme por ellos, no señor.
Tras unos instantes en que dejo que mis emociones me invadan vuelvo mi rostro hacia Serena, dedicándole un asentimiento a modo de saludo. Con esto me fuerzo a calmarme, volviéndome hacia Astracán e indicándole que los recién llegados no deberían constituir un problema.
Mientras ellos van acercándose a nosotros Astracán llama por fin al Expreso Celestial, y nuevamente ayudamos a los otros Celestiales a moverse, esta vez para sentarles en el transporte en que viajarán de vuelta al Observatorio.
Quizá en un principio yo misma hubiese viajado con ellos, pero la llegada de Engel y Luzbel me h revuelto el estómago.
Mi malestar se acentúa cuando Engel agarra mi antebrazo: no me está tocando en verdad, gracias a la armadura, ni puedo notar la calidez de su tacto, ni siquiera está empleando mucha fuerza, pero -el asco, la repulsión, el terror- la sensación que me inunda es tan intensa que, sin ser consciente de ello, mi propio brazo se aparte de su agarre a la fuerza, temblando, justo al mismo tiempo que él pregunta "Eres Nordlys, ¿verdad?"
No dice nada más, impactado por la respuesta visceral de mi cuerpo a su cercanía: puedo verlo en sus ojos, preocupados, en sus cejas que se han alzado sorprendidas por encima de su ceño habitual para luego fruncirse en una expresión que no había visto hasta el momento en su rostro. Dragris también lo ha notado, si la garra que posa a mi lado puede servir de indicación. Luzbel no dice nada, probablemente observando la situación, mientras yo me quito el yelmo y me dirijo a Serena, obviando la presencia de mi maestro.
"¿Asumo entonces que nuestra táctica de dividirnos para buscar Celestiales funcionó, y que aparentemente el Impío Imperio von Tropp al que veníamos a enfrentarnos Dragris y yo ya no existe?"
Me apoyo ligeramente contra la extremidad de Dragris mientras Serena se acerca a mí con una sonrisa brillante. "¡Sí! ¡Mil gracias por ayudarme a encontrar mi colgante, así encontrar a mi Luzbel fue re-simple, viste!"
Bueno, por lo menos alguien aquí es feliz.
"Aquí el Gran Conductor, Astracán, va a volar el Expreso Celestial hasta el Observatorio, si queréis uniros", les ofrezco. Luzbel, todavía observándome en silencio, asiente tras un momento de contemplación; mientras él y Serena entran al tren Engel vuelve a dirigirse a mí, habiéndose repuesto de mi respuesta innata ante él. "¿Y qué harás tú, Nordlys?", me pregunta, actuando como si no hubiese pasado nada, incluso si mantiene su distancia como deferencia hacia mí. Tras observarle sopeso mi respuesta. "Yo también volveré al Observatorio, pero lo último que quiero es estar cerca de ti o del otro". Me es imposible controlar la forma en que mis labios se tuercen - aunque no es que se tuerzan; se estiran, siento como mis comisuras apuntan hacia abajo y como, aunque sea levemente, mi nariz se arruga en una mueca, y mi desprecio no podría ser más evidente si me pusiera a declamarlo.
"¿Qué me dices, Dragris, te apetece volar hasta el Observatorio?"
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El trayecto hacia la fortaleza de los Celestiales es bastante más silencioso que antes, si bien por otros motivos. Supongo que en parte es porque Dragris es un anciano incluso para los estándares de su especia, y seguro que habrá visto cantidad de traiciones. De cualquier forma sabe que ahora mismo no quiero hablar de ello, y no trata de llenar el silencio con conversaciones superfluas; en lugar de eso me deja disfrutar del paisaje - si es que se le puede llamar así. Ya apenas vemos el Protectorado, cubierto de nubes -doradas, rosadas, también las hay oscuras más abajo-, mientras perseguimos al Expreso Celestial.
Al final acabo dando un suspiro, abrazada a Dragris.
"Ese era mi maestro, Engel. Él me enseñó cómo cuidar de los mortales, cómo emplear la espada, cómo volar con mis alas eficientemente". Dragris no dice nada, no con palabras, pero un leve rugido sacude su cuerpo y yo, extrañamente, me siento reconfortada.
"Vetustel dijo que Engel había bajado al Protectorado en mi busca, al igual que otros fueron en busca de los demás Celestiales caídos, pero cuando le volví a ver, de camino al Observatorio tras haber encontrado los Yggos, me obligó a dárselos y me atacó.
"Casi me seccionó en dos, según dijo Estela; es la única cicatriz que tengo, cruzándome el torso desde un hombro hasta la cadera, aparte de las que recibí al perder mis alas. Yo perdí el conocimiento, pero Estela le vio con Fafnir y alguien a quien llamó 'Teniente Eule', antes de que Fafnir atacara al Expreso y yo me estampara contra el suelo de Draquipoche.
"Pasé días incapaz de sentir algo más aparte del dolor, era un suplicio estar despierta".
No tengo más que añadir, por lo que me callo mientras parpadeo, tratando de ahuyentar las lágrimas que acaban de saltarme a los ojos sin permiso; lo último que he dicho lo he dicho con la voz ahogada, así que sé que Dragris sabe cuánto me afecta esto. El ronroneo que dejó escapar antes vuelve a retumbar por su cuerpo, y yo me abrazo a él con más fuerza todavía.
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Cuando por fin llegamos al Observatorio llevamos ya muchas horas de vuelo detrás de nosotros, incluso sin contar nuestro viaje desde Chimbamba hasta la prisión - Kerker, me dijo Astracán que se llemaba.
Es un alivio, tanto para Dragris como para mí, el desmontar a los pies de Yggdrasil. Como de costumbre, Vetustel y otros Celestiales se encuentran orando frente al Gran Árbol del Mundo; una vez Engel le explica que hay otros Celestiales dentro del Expreso hasta Vetustel ayuda a los recién llegados a recogerse a los pies de Yggdrasil. También saluda a Dragris, sorprendido por su presencia aquí, pero igualmente encantado - no todos los días tiene la oportunidad de conversar con un ser que tiene a sus espaldas una vida comparable a la suya, aún con experiencias muy diferentes.
Ahora que los Yggos y los Celestiales perdidos se encuentran en el Observatorio -puesto que Engel los había entregado aquí mientras yo me recuperaba-, Vetustel querría que viajásemos inmediatamente al Reino del Todopoderoso. No lo haremos, obviamente: los Celestiales llevamos siglos esperando por esto, no debería ser problema esperar por unas horas hasta que los Celestiales que acabamos de rescatar puedan moverse bajo su propia voluntad.
Es decir, podría decirse que pasamos la noche allí. No dormimos, no lo necesitamos. En vez de eso, las siguientes horas se pasan contándole, a Vetustel y al resto de ángeles del Observatorio lo acaecido. Muchos de ellos conocían ya la mayor parte de los detalles, al menos por mi parte, pero lo vivido por Engel, Luzbel y Serena es naturalmente bastante más desconocido para ellos. La historia de Luzbel especialmente, a quien el resto del Observatorio ha llorado por los últimos tres siglos.
Comienzan Luzbel y Serena, explicando como ella le encontró sin halo en las costas cercanas a su aldea, y cómo mientras se estaba recuperando de sus heridas llegaron soldados del Impío Imperio con la idea de llevarse a las mujeres de allí, incluyéndola a ella. Ésta relata la traición de su padre, que decidió entregarles a Luzbel a cambio de la protección del pueblo, y cómo les asesinaron una vez tuvieron a Luzbel en sus manos. Por supuesto también menciona su juramento de encontrarle pasara lo que pasase, lo que resultó en su peregrinaje alrededor del Protectorado durante los últimos trescientos años.
Luzbel no entra en muchos detalles acerca de los experimentos a los que fue sometido, pero si admite que creyéndose traicionado dejó que su odio le corrompiera hasta el punto de que pudo devolverles la vida a los miembros del Imperio para que éstos llevasen a cabo su venganza y exterminación de los mortales.
Engel desveló también las muchas décadas que había pasado investigando posibles hipótesis y lugares en los que podría haberse escondido su maestro. Fue más tarde, más de un siglo después de que el Imperio hubiera sido destruido, que tornó sus ojos a las civilizaciones mortales, y para aquel entonces, todavía bastante dudoso de su posible inventiva, y considerándoles destruidos, no se molestó en continuar investigándoles.
Fue a partir de mi caída al Protectorado, cuando bajo en mi busca, desesperado porque no acabase perdida de igual forma que Luzbel, que se topó con el Teniente Katze, parte del Vonunvirato, atrapando a otros Celestiales. Uno de ellos estaba a punto de liberarse y escapar, pero para poder ganarse su confianza Engel le atacó, haciéndole perder el conocimiento.
Comienza entonces una horrenda descripción de las acciones del Imperio, de lo que tuvo que hacer a sus órdenes para que no sospechasen de él, incluyendo atacarme y robarme los Yggos. Finaliza explicando cómo de repente hace unas horas el Rey König se desvaneció ante sus ojos, por lo que descendió tan rápido como pudo a las mazmorras más profundas de Oubliette en busca de su maestro, y le encontró junto a Serena. Mientras terminaban su reencuentro e iban liberando a los otros Celestiales fueron sorprendidos por un temblor en la tierra. Para cuando llegaron hasta el foco de éste, cargando como podían a los otros prisioneros, resulta que Dragris, Astracán, Estela y yo estábamos terminando de liberar al resto de Celestiales.
Con esto es que comienzo mi relato, esta vez sin omitir detalle: describo mi caída desde el Observatorio a Salto del Ángel, el dolor de perder mis alas, golpearme contra el fondo de la cascada. Cómo desperté varios días más tarde, la forma en que me ardía la espalda. Mi preocupación al no ver a ningún otro Celestial, encontrar la cabina de mandos del Expreso Celestial y mi decepción cuando éste no arrancó la primera vez que entré.
Menciono de pasada mis aventuras con el Caballero Claro, Morag y la Pestilencia, y comparto mi teoría de que la tumba del Rey Incógnito en el sótano de Cuarantumba es la tumba del Rey König. Tras esto, relato cómo fue buscar los Yggos -dudo que estén interesados en mis viajes, pero al menos nombrar las pesquisas que seguí les dará contexto; eso, y que no puedo evitar la vena dramática que aflora en mí. Estoy demasiado acostumbrada a narrar mis aventuras, el hábito en verdad me ha convertido en una juglaresa-; los deseos, generalmente nacidos de buenas intenciones, que fueron retorcidos por sus poderes, la forma en que los mortales se vieron afectados, tanto para bien como para mal, y las resoluciones que fueron alcanzadas tras mi intervención.
Entonces, una vez llego hasta el momento en que, orgullosas y emocionadas Estela y yo estamos viajando hacia el Observatorio, les cuento, apoyada contra Dragris, mi encuentro con Engel. Mi alegría al verle, mi confianza de que todo iba a estar bien, mis primeras sospechas cuando me pidió los Yggos para entregarlos él. Nuestro enfrentamiento, si es que puede ser llamado así, mi incapacidad de defenderme o siquiera esquivar cuando él me atacó.
A partir de ahí Estela es quien explica lo siguiente que ocurrió, el miedo que pasó, el impacto que supuso el verme casi dividida en dos, el ataque de Fafnir y caernos contra Draquipoche. No se corta ni con un cristal mientras le echa en cara a Engel mis heridas, incluyendo todo el tiempo que pasé inconsciente y cuánto me dolía el mero hecho de respirar, y ni que decir tiene cuando me movía.
Está enfadadísima, tanto con Engel como con Luzbel, por mi causa, y yo no puedo evitar la oleada de afecto que me sobreviene. De verdad, es que ella es un encanto. Además, puedo ver que sus palabras, dichas sinceramente desde el corazón, conmueven a los ángeles, incluyendo a mi maestro, que agacha sus ojos, probablemente avergonzado, cuando de repente cruzamos las miradas. Serena, que ya me había visto mientras me recuperaba, me lanza una sonrisa alentadora.
Continúo, mencionando mi paso por Boca del Carcaj, probándome digna del Arco de Guivernuminado y encontrándome por fin cara a cara con Dragris. A partir de ahí él toma el relevo, declamando con orgullo y detenimiento mi habilidad en combate, diseccionando mi estrategia al enfrentarme a él. Admite sin reparo que soy una digna Jinete de Draconarius mientras describe nuestra breve batalla contra Fafnir en medio del mar, la energía protectora con la que nos envolví.
Como última adición Astracán repasa por encima su estancia en la Prisión Kerker hasta el momento en que un dragón gigante apareció sobre sus cabezas y el subsiguiente rescate.
Obviamente contar la historia ha sido bastante más desordenado, con otros Celestiales intercalando preguntas, exclamaciones de asombro, recriminaciones y malas caras.
Estamos todos los Celestiales reunidos a los pies de Yggdrasil; somos muchos, es verdad, pero no creo que pasemos de cincuenta, y si lo hacemos no por mucho. Mientras íbamos describiendo nuestras vivencias los ángeles que rescatamos han podido descansar y recobrar sus fuerzas, al igual que Dragris.
Es decir, que estamos preparados para emprender el viaje al Reino del Todopoderoso.
Nos ponemos en pie, Vetustel y Angélica organizando a los demás para que se suban al Expreso Celestial ordenadamente. Luzbel y Engel se acercan a mí, estoicos, con Serena mirándoles cruzada de brazos. Me piden disculpas, lamentando el sufrimiento que me han ocasionado.
Les perdono, por supuesto que sí. Seguramente no habrá nadie en este mundo que pueda comprender sus motivos mejor que yo.
Pero eso no quiere decir que quiera tratar con ellos, no cuando el malestar se aposenta en mi estómago pesadamente cada vez que les veo. Una parte de mí les aborrece, más a Engel que a Luzbel, cierto, pero está ahí. No digo que sea justo, ni racional, pero no puedo negar que existe. No voy a hacerlo, tampoco.
Con esta epifanía me monto a lomos de Dragris y comenzamos el viaje persiguiendo al Expreso Celestial.
ooo
El Reino del Todopoderoso es un idílico lugar, exótico y pacífico y muy bello; es una alegría y un alivio saber que no será corrompido por el odio de Luzbel.
Aún así es solitario, pues aquí no se encuentra Zenus. En su lugar vemos las muestras del ataque que lanzó Luzbel desde el Protectorado, y puedo ver como más de uno intercambian miradas inseguras a espaldas de éste, que mantiene la cabeza erguida pese a todo.
Finalmente encontramos un hueco preservado de la destrucción en el templo, y es allí donde hago los honores, ofrendando los Yggos mientras los demás contienen el aliento - ninguno se ha opuesto a que lo haga yo, que he perdido mi halo y mis alas y recorrido todo el mundo para encontrarlos.
Una vez son recibidos todos oímos la voz de Dafne, que nos relata la verdad de su existencia como Yggdrasil y nuestra creación.
Sé, instintivamente, que algo ha cambiado cuando la vemos materializarse frente a nosotros: refulgente, poderosa y compasiva, sonriéndonos orgullosa y agradecida por nuestra dedicación a servirla durante tantísimos siglos.
Dafne libera a Engel y Luzbel de su pesadumbre, comprendiendo y aceptando sus razones y absolviéndoles de toda culpa. Me sabe algo amargo, pero de todas formas no es asunto mío, e incluso si no quería reconocerlo, sentir rencor me cansa. Después de su sufrimiento, me pese o no, es verdad que merecen algo de felicidad.
Cuando se vuelve hacia mí, con esa expresión tan maternal que debería parecer fuera de lugar en su joven rostro, con ese afecto brillándole en los ojos, para agradecerme todo lo que he hecho para proteger a los mortales y rescatar a mis hermanos Celestiales, no puedo evitar pedirle que escuche mi petición.
A nuestro alrededor cae un silencio profundo: la gran mayoría de los aquí presentes, incluyéndome a mí, hemos sido creados con el propósito de servirla a ella. Es nuestro deber y privilegio obedecer sus órdenes. Alguien como yo, sin importar cuánto haya hecho o sacrificado, no tiene derecho real a pedir recompensa alguna por cumplir con el deber que me fue encomendado.
Aún así Dafne asiente, sonriente, dispuesta a escucharme, y ella al igual que todos los demás se queda perpleja por mis palabras:
"Quisiera volverme mortal".
Casi todos ellos se han quedado patidifusos, oigo como uno de ellos, quizá Vetustel, pierde pie; habría caído de no ser por la colaboración de los Celestiales que se encargan de protegerle.
"¿Es posible saber el motivo de esto?", inquiere Dafne, curiosa, sin haberme respondido que no rotundamente.
Yo me estiro completamente, sujetando mi yelmo en uno de mis brazos y mirándola a los ojos decididamente. "He perdonado a mi maestro y su maestro, entiendo porqué actuaron de la manera en que lo hicieron.
"Sin embargo una parte de mí les odia. Incluso ahora puedo sentir una energía que recorre mi cuerpo, lista para atacarles si se acercan demasiado a mí". Inspiro profundamente, extendiendo mi mano libre y dejando que la energía se condense en ella, visible para los demás. "Sabiendo la forma en que su odio retorció a Luzbel, no quiero dar pie a que me ocurra lo mismo".
Ella inclina su rostro hacia un lado mientras hace la siguiente sugerencia: "Podría hacer que lo olvidaras, así no tendrías que temer tus poderes o tus emociones".
No tengo palabras para describir cuánto aborrezco esta idea.
"Preferiría conservar mis recuerdos; ellos son los que me vuelven en el ser que soy", en este momento me llevo mi mano al pecho, extendiéndola. "Además, conservo la cicatriz que me dio mi maestro. No quiero volver a sentirme tan indefensa como entonces, sin poder moverme para protegerme".
Dafne sugiere entonces que sean ellos dos quienes se vuelvan mortales, si es necesario para que me quede yo entre los Celestiales, a lo que refuto: "Tengo numerosos amigos entre los mortales, un lugar al que volver, e incluso un nombre que me otorgaron, mientras que ellos no tienen nada. No hay nada en la inmortalidad que se pueda comparar".
Finalmente, desalentada, Dafne concede ante mí, generando un Yggo a partir del agradecimiento que sienten todos los mortales a los que he ayudado en mis viajes; una vez me lo coma me convertiré en mortal.
Estela, más que ningún otro, me entiende. Ella ha estado a mi lado casi desde el principio, ha visto cómo me han tratado los mortales y cómo los míos, se ha visto aterrorizada cuando no pude hacer nada. Estela sabe, intuye al menos, porqué preferiría ser mortal que vivir el resto de mi futuro al alcance de Engel y Luzbel.
Me despido aquí de Cassidy, Vetustel, Angélica y Tristán. Otros Celestiales preguntan si no podrían volverse mortales o por lo menos olvidar su tiempo aprisionados. Al final todos salvo uno pierden sus recuerdos; Manakel bajará al Protectorado conmigo, para compartir el Yggo y volverse mortal también.
Una vez él se ha subido al Expreso con Estela y Astracán, pero antes de que yo me monte sobre Dragris -mi buen amigo ha oído todo lo que ha sido dicho en el interior del templo- es que Engel me detiene.
Esta debe de ser la expresión más abierta y emotiva que le he visto nunca, incluso si no es tan expresiva como la cara de un mortal - ellos que sienten tantas emociones, a diferencia de nosotros.
"Quédate, Nordlys. No tendrás que verme, ni tratar conmigo o saber de mí, lo juro, pero no te vayas. No abandones tu familia simplemente por mi presencia".
"Gracias", le respondo. "De verdad, gracias, pero no gracias. Pese a lo que puedas pensar, los Celestiales nunca fueron mi familia. Deberías recordar cuán poco a gusto me encontraba en el Observatorio". Engel deja escapar un leve resoplido, y una pequeña sonrisa cobra forma en sus labios. La paz le sienta bien. "Recuerdo a Angélica riendo mientras decía que de todos los aprendices que podría haber escogido elegí a alguien tan malhumorado como yo" comenta con cierta nostalgia.
"¿De verdad que no hay nada que pueda hacer para que te quedes aquí?" me pregunta. Me mira con determinación, y sé que si se la pidiera me daría la luna; así es como es él, completamente dedicado a aquellos que merecen la pena en sus ojos. Lo que no sé es cómo decirle que mi elección no depende de él. Sí, su traición dolió, y quizá no deje de doler nunca, pese a que entiendo el porqué. Pero incluso si mañana fuese a olvidar el dolor y la decepción, todavía querría ser mortal; querría reunirme con los amigos que he hecho, seguir componiendo e intercambiando historias con otros juglares, envejecer.
¿Qué se supone que haría yo con la inmortalidad, aparte de aburrirme? ¿Qué se supone que puedo compartir con los Celestiales, si no podía aguantarles antes de que perdiera mis alas? ¿Qué puedo hacer yo, en una comunidad que se encuentra básicamente estancada, en la que no hay cambios, no hay retos? ¿Vivir, ser feliz? Eso no es un estado del ser, no para mí. No puedo simplemente elegir ser feliz si no hay nada que pueda hacer que contribuya a ello, y ahora mismo el único objetivo de los Celestiales es servir a Dafne.
En vez de hablar hago algo que no he hecho nunca antes con él: le doy un abrazo, uno de los de verdad, fuerte y largo y sentido; compartimos así varios minutos, y él, una vez se sobrepone a su sorpresa, me devuelve el abrazo.
"Disfruta de tu eternidad al lado de tu maestro, y yo disfrutaré mi mortalidad al lado de la gente que me quiere", le digo, con mi cara todavía escondida en su pecho. Puedo sentir la inhalación que toma al oír mis palabras, y entonces rompo al fin nuestro abrazo.
"Gracias por ser mi maestro", le digo antes de ponerme el Yelmo de Draconarius y montarme sobre Dragris. Las últimas palabras que le dirijo son, sin ironía alguna, "Un placer coincidir en esta vida".
A/N:
Damas y caballeros, hemos llegado al final del trayecto. Sí, de verdad que lo hemos hecho.
Y no veáis la rabia que me da, porque originalmente yo iba a hacer que Nordlys de verdad de verdad se quedase con esa espinita rencorosa clavada en el corazón, y esas palabras que le dice a Engel en el penúltimo párrafo cuando las pensé estaban bien llenas de odio y desprecio.
Aunque esto merece una explicación: yo empecé a escribir esta historia porque les quería dar un final feliz, uno en el que Catarrina, Dragris y Engel estuviesen vivos al final. Uno en el que fuesen felices.
Pero entonces in-game Engel me dio un hostión de agárrese usted y no se menee, dejándome a 26 PV cuando tengo más de 200. Eso tuve que traducirlo a una pedazo de herida, para que el prota pierda el conocimiento, que sumado al batacazo padre contra Draquipoche, pues bueno, no sé vosotros, pero yo le guardaría rencor al que me obligase a experimentar algo así. En parte es por eso que ése ha sido un tema tan recurrente en este último capítulo.
Sin embargo, ese mismo rencor que debería haber espoleado su furia y desprecio por él se ha ido volatilizando mientras recontaban la historia y de repente estoy escribiendo la escena final y toda la amargura que Nordlys debería haber sentido ya no existía; ella estaba más ansiosa por pasar página y ser feliz que en quedarse colgada de ello.
¡Y eso es lo que me da rabia! Me da tremenda rabia cuando en libros y películas la persona que ha sido herida al final olvida y perdona y aquí como si no hubiera pasado nada, jijijaja, maldición, yo quería hacer una en la que pese a la existencia del perdón no es cómo si no hubiera pasado nada. Si hubieseis oído el "ARG!" que solté según terminé de escribir la despedida. ¡Porque la jodía es prácticamente perfecta! Yo quería contar su regreso al Protectorado, su reencuentro con sus amigos, pero noooo, Nordlys tomó las riendas y así es como ha terminado la historia.
Esperen para algún momento del futuro spin-offs de su vida como mortal, quizá visitas de los Celestiales también.
Como curiosidades que no le importan a nadie salvo a mí, este capítulo ha finalizado con un número total de 8543 palabras, lo que sólo me hace pensar que en verdad debería haber dividido La Búsqueda de los Yggos en dos parte, aunque sigo igual de cabezota (1). También es que la resolución de este arco, que en un principio no tenía ni idea de como atacar, viene de la mano de la hermosa canción "Heaven's Prayer - Dragon Quest IX: Sentinels of the Starry Skies Music Extended" subida por Sun en Youtube. Es un loop de la canción, con una duración de 30:01 mins que me puse a escuchar para dormir la misma noche que terminé de escribir y publicar el capítulo anterior, sin ninguna idea de cómo leches continuar. Allí estaba yo, medio dormida, llegando al minuto 23 o algo, cuando la luz se hace en mi cerebro y salto de la cama como un rayo para escribir en la primera libreta que pillo (la misma en que se ha desarrollado el resto de la historia) las ideas básicas de la resolución del conflicto (Dragris y Nordlys volando hasta el Imperio, Serena encontrando a Luzbel a tiempo, etc). Salvo la escena en el Reino del Todopoderoso, esa la ideé esta mañana, y las palabras de Nordlys, que las pensé anoche también antes de dormirme (2). Para terminar, debo de darle las gracias al canal La Buhardilla de Blackhole, también en Youtube, que tiene una lista de reproducción con el streaming que hizo del juego. Al terminar de escribir La Búsqueda de los Yggos la migraña de dos días no me la quitó nadie: estuve jugando y escribiendo al mismo tiempo, intensamente, por prácticamente una semana, ambos a mano y a ordenador, y sinceramente, no sé yo si quiero volver a repetir esa experiencia. A día de hoy me encuentro en el Reino del Todopoderoso, sin haberme enfrentado aún al primer Teniente del Vonunvirato; he podido jugar a mi ritmo, sin tener que detenerme para capturar las palabras exactas, sin preocuparme de perder o no las cinemáticas, y eso ha contribuido bastante a que pudiese terminar la historia tan pronto (3).
Dicho eso, espero que disfrutaseis de la lectura tanto como yo escribiéndola.
