¡YAHOI! Sí, vengo a publicar más pronto de lo que acostumbro (¡por fin!). El caso es que mañana ya me toca madrugar de nuevo y... pues... tendré que dormir algo. Mal que me pese. No quiero madrugar. No quiero. Odio madrugar. Mucho.

Disclaimer: Naruto y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Masashi Kishimoto.

¡Espero que os guste!

Advertencia: diferencia de edad. Avisados quedáis.


Día 5: Arranged marriage

Amar y cuidar


―Quiero que te cases con mi hija.

Pocas cosas podían sorprender a Naruto Uzumaki, uno de los hombres más ricos del planeta y empresario de éxito, cómo avalaba su bien nutrida cuenta bancaria. Había labrado su camino a base de esfuerzo, sangre, sudor y lágrimas. Había luchado por convertirse en alguien digno de respeto y admiración, especialmente por aquellos a los que antaño lo habían despreciado, por no ser más que el hijo de una criada, el hijo bastardo de uno de los herederos más prestigiosos de su generación.

No le había faltado cariño durante su infancia y adolescencia. A pesar de sus orígenes, sus padres siempre habían demostrado quererlo, incluso se habían llegado a casar años después, en contra de todos los que los rodeaban. Pero una vez muerto su abuelo, Minato Namikaze había pasado a ser el cabeza de familia, así que nadie se había atrevido a contradecirlo.

Sin embargo, todo ese odio y desprecio por las acciones de su ingenuo padre había sido descargado sobre Naruto. En el exclusivo colegio privado al que había acudido nunca faltaban las burlas, las provocaciones y, muchas más veces de las que le gustaba recordar, el maltrato físico.

Pero todo ello, lejos de desanimarlo, lo había impelido a levantarse cada vez, a demostrarles que él era digno de portar el apellido de su padre, digno de recibir todo el amor y el cariño que sus padres le brindaban.

Había sido un camino arduo y largo. Y todo para llegar a ser el hombre que era hoy: respetado y temido a partes iguales, adorado y odiado. Más de una mala pécora había intentado pescarlo para la soga del matrimonio. Pero él siempre había sabido escabullirse. Los interludios con las mujeres eran agradables, pero solo eran eso: interludios, aventuras en las que cada uno obtenía lo que deseaba y luego, si te he visto, no me acuerdo.

Jamás había mentido. Jamás había usado a una mujer sin que esta supiera exactamente a que accedía cuando quería acostarse con él. Había visto el amor que sus padres se profesaban y él quería lo mismo para sí.

Solo que la mujer de sus sueños aún no había aparecido y, a sus treinta y cinco años, se había cansado de buscarla y de esperarla. Había prometido, tiempo atrás, que cuando se casara sería para siempre, nada de divorcios dolorosos ni de escándalos mediáticos. Y creía que eso solo podría ocurrir si la mujer con la que pasaría el resto de su vida lo amase y él le correspondiese.

Quería tener hijos, quería un niño―o una niña―al que poder mimar y cuidar. Una personita que iluminara sus noches más solitarias cómo su madre siempre decía que él había iluminado las suyas.

Así que sí, había empezado la búsqueda de esposa. A estas alturas, se conformaba con alguien que al menos lo apreciara y lo quisiera, con cierto nivel cultural, por supuesto, pero que también tuviese todas las cualidades que él buscaba en una buena esposa y madre: dulzura, bondad, paciencia…

Era posible que aquella información hubiese llegado a los oídos del hombre mayor que lo contemplaba, con mirada y sonrisa cansadas, como si de repente fuese Atlas sosteniendo todo el peso del mundo sobre sus hombros.

Hiashi Hyūga no solo era un hombre de negocios astuto y capaz, sino también uno de los amigos más antiguos y queridos de su padre. Por eso no pudo rechazarlo cuando le pidió comer con él. Su asistente había tenido que mover algunas reuniones, pero eso no era problema para él. Si decía «Salta», el resto del mundo preguntaba: «¿Hasta dónde?».

Claro que nada lo había preparado para la oración que acababa de salir de los labios de Hiashi. Parpadeó, dejando que la incredulidad se filtrara en su expresión durante un instante antes de recuperarse.

―¿Perdón?―Hiashi suspiró y agarró su copa de vino. Estudió el líquido carmesí que quedaba en la misma antes de volver a hablar.

―Lo que has oído: quiero que te cases con mi hija. He escuchado que estás pensando en casarte. Bien. Pensé en ahorrarte todo el engorro de tener que buscar una mujer adecuada y ofrecértela personalmente en bandeja de plata. ―Naruto tuvo que hacer un esfuerzo para no mostrarse molesto por aquellas palabras.

―Aprecio la oferta―dijo, en tono calmado, cogiendo su vaso de agua con limón―nunca bebía en horario laboral― y dando un sorbo―. Pero creo que seré capaz de encontrar a mi futura esposa por mí mismo. ―Hiashi rio.

―Estoy seguro. Pero deberías pensarlo. Mi hija es una chica educada, sabe comportarse, y además es dócil y sumisa, no te desobedecerá. ―Naruto arqueó una ceja ante la definición que el hombre mayor hacía de la sangre de su sangre.

―Un dechado de virtudes, sin duda―dijo, intentando que la ironía no se filtrase en su voz―. Pero, si no recuerdo mal―prosiguió, dando un segundo sorbo a su bebida―Hanabi aún no tiene la mayoría de edad, y me niego a convertirme en uno de esos viejos que anda por ahí con jovencitas apenas entradas en la pubertad. Ya no estamos en el siglo diecinueve, Hiashi. Los matrimonios hace tiempo que dejaron de concertarse…

―¿Quién ha hablado de Hanabi?―lo interrumpió Hiashi. Naruto parpadeó.

―Bueno… acabas de decirme que…

―No me refería a Hanabi, Naruto, ¿por quién me tomas?―dijo el Hyūga, pareciendo verdaderamente ofendido por sus palabras―. Me estaba refiriendo a Hinata. ―Naruto detuvo el movimiento de su brazo a un centímetro de dejar el vaso sobre el posavasos que yacía sobre el mantel.

―¿Hinata?―repitió, como para cerciorarse de que había escuchado bien―. ¿La hija de… tu primera esposa?―terminó, sabiendo cuán doloroso era para Hiashi si alguien pronunciaba el nombre de la mujer que había sido el amor de su vida y a quién había perdido hacía ya largos años, por culpa de una enfermedad.

Hiashi asintió, suspirando. Se llevó una mano a los largos cabellos oscuros que ya peinaban canas y pasó la mano por los mismos, nervioso.

―Sé que te he sorprendido con mi petición… inusual―eso era decir poco―pero… ―Hiashi clavó la vista en el hijo de su más querido amigo, sin vacilar―. Estoy viejo, Naruto. No creo que me quede mucho tiempo y, antes de dejar este mundo, quiero asegurarme de que mis niñas están bien, de que son cuidadas y amadas. Hanabi no me preocupa tanto como su hermana. No solo porque su madre sabe cómo lidiar con los problemas―decir eso de la actual señora Hyūga era como decir que un pitbull era tan inofensivo como un chihuahua―sino porque Hanabi tiene carácter: es fuerte, decidida y agresiva. Le irá bien una vez sepa canalizar toda esa fuerza. Sin embargo, Hinata… ―Hiashi volvió a suspirar.

―¿Está en problemas?―Hiashi negó con la cabeza.

―No, no, le va muy bien en la universidad, siempre ha destacado en los estudios y sabe comportarse en cualquier acto social. El problema es… su forma de ser. ―Naruto ladeó la cabeza, curioso.

―¿Su forma de ser?―Hiashi asintió.

―Hinata es… como mi Hana. Es dulce, cariñosa, amable, bondadosa. Pero también es tímida, insegura, ingenua, confiada… Y sé que, una vez falte yo, y por muy bien atadas que deje las cosas, las pirañas van a ir a por ella. A Hinata no solo le corresponde parte de mi legado o de mi fortuna, sino que también está la herencia de su madre, que no es, ni mucho menos, desdeñable. Quiero a mi segunda esposa, pero soy consciente de que querrá impugnar el testamento cuando vea que a Hanabi le corresponde apenas una ínfima parte de lo que va a heredar su hermana. A mi hija no le importará, Hanabi adora a su hermana mayor, lo sé, pero mi mujer, y todos los gorrones de la familia que han vivido a mi costa durante años… ―No hacía falta que dijese más. Naruto entendió.

Hiashi no quería que se casase con Hinata por una absurda idea de juntar linajes, fortuna ni nada parecido. No. Pedía protección y seguridad para su hija. Lo comprendía y lo respetaba por ello. Preocuparse por los hijos debía ser la primera prioridad de cualquier padre. Y ello honraba al hombre que estaba ante él.

No obstante…

―Hiashi―llamó, en un tono amable y de respeto hacia aquel hombre que lo quería como a un hijo y que así se lo había demostrado innumerables veces―, entiendo lo que me pides, pero pides mucho. Si no recuerdo mal, Hinata debe de ser muy joven aún… ¿cuántos años tiene? ¿Veinticuatro? ¿Veinticinco?―Hiashi se sonrojó un tanto y apenas le entendió cuando le respondió.

―Veinte. ―Naruto tuvo que tomar aire, inhalando y exhalando lentamente.

―Me estás pidiendo que me case con una chica, una niña-

―No es una niña, es una mujer―lo interrumpió Hiashi. Naruto contuvo su irritación.

―Apenas. Tiene veinte años mientras que yo tengo, por si no lo recuerdas, treinta y cinco. Ya no son solo los quince años de diferencia sino que ¡apenas la conozco! La he debido ver… ¿qué? ¿Dos, tres veces en mi vida? Y eso como mucho. ―Hiashi suspiró, tembloroso.

―Entiendo tu punto de vista, Naruto, y créeme que, si tuviera otra opción, no habría recurrido a ti. Eres mi única esperanza. Tampoco hace falta que estéis casados para siempre, si eso es lo que te preocupa. Un año, dos… ―Un año o dos supondrían un mundo para él.

Quería casarse. Tener hijos. Quería poder tirarse al suelo con ellos a jugar. Quería poder llevarlos a las fiestas de cumpleaños de sus amigos sin que ellos se avergonzaran de que su padre fuera el viejo de turno. Todos sus amigos y conocidos habían empezado a procrear hacía dos años mínimo. Los últimos en emprender la aventura de la familia habían sido sus mejores amigos: Sakura y Sasuke.

―Hiashi… ―empezó, para rechazar de forma amable pero firme la oferta del hombre sentado frente a él.

El aludido levantó una mano, pidiéndole silencio.

―Solo… considéralo. Este fin de semana damos una fiesta benéfica para recaudar fondos, para la fundación que lleva el nombre de Hana. ―El Hyūga se perdió en sus recuerdos durante unos segundos―. Hinata asistirá―continuó―. Ven, conócela, juzga por ti mismo si será o una esposa adecuada y luego comunícame tu decisión… que espero sea la correcta. ―Dicho esto se levantó y cogió la libretita dentro de la cual un camarero había depositado la cuenta de lo que habían consumido―. Invito yo. ―Naruto respiró hondo.

Sabía que no tenía otra opción. Rechazar de plano a Hiashi habría provocado el disgusto en aquel hombre que siempre se había mostrado amable con él, que nunca había participado de los desprecios y el odio del resto de la alta sociedad. Había sido su mentor en los negocios, gracias a él había ganado su primer millón y, aunque Hiashi había tenido la prudencia de no usar aquello en su contra, sabía que, si se veía al borde del precipicio, no dudaría en utilizarlo.

«El sábado tengo una cita».

En cuanto llegara a la oficina, le diría a su asistente que llevase su mejor traje a la tintorería.


Hinata suspiró en un rincón del enorme salón. Las mesas y las sillas dónde había tenido lugar la cena habían sido apartadas para dejar una pista lo suficientemente como para que los que quisieran bailar, lo hicieran.

Hasta el momento, solo Toneri, uno de sus amigos de la infancia, había sido el único en pedirle bailar. Aparte de su padre, por supuesto, y de Konohamaru, el novio de su hermana, un jovencito alegre y avispado de la misma edad que Hanabi que había conseguido hacerla reír. Sonrió casi sin proponérselo, mientras hacía oscilar con delicadeza la copa de champán que sostenía en las manos.

―¿Se lo está pasando bien?―Se sobresaltó ligeramente al escuchar aquella voz ronca, enteramente masculina, muy, muy cerca. Se dio la vuelta, roja como un tomate, solo para toparse con el hombre más guapo que había visto en su vida.

Naruto Uzumaki. Se lo habían presentado al inicio del evento, mientras ella, su padre, su madrastra y su hermana pequeña estaban de pie cerca de la entrada al salón, recibiendo a los invitados. Su padre había sonreído ampliamente satisfecho al verlo entrar, por lo que Hinata dedujo que era alguien a quién su progenitor conocía.

―¡Mira quién está aquí! ¡Naruto, ven aquí! ¿Conoces ya a mi hija, Hinata?―La joven había parpadeado, confusa por tal muestra de efusividad en su siempre estoico padre.

―Creo que aún no he tenido el placer. Naruto Uzumaki. ―Él le tendió la mano y ella automáticamente le dio la suya, pensando que sería otro apretón de manos normal y corriente.

Nada más lejos de la realidad: él le había dado la vuelta a su mano y se había inclinado, para besarle los nudillos, sin dejar de mirarla en ningún momento con esos ojos azules que la habían atrapado desde el minuto uno.

Roja como un tomate, se había quedado ahí, balbuceando como idiota, mientras él se erguía, riendo y haciendo que todo su alto y fornido cuerpo vibrara con el movimiento. Sin soltarla todavía, le sonrió de nuevo, con sus orbes azulados chispeando con notable diversión.

―Y-yo so-soy… Hi-Hinata Hy-Hy-Hyūga―terminó cuando su hermana le clavó el codo en las costillas para que dejara de balbucear como una tonta. Él amplió su sonrisa.

―Señorita Hyūga, encantado de conocerla. Espero que podamos vernos en la cena. ―Ella tragó saliva y, al fin, aquel guapísimo dios griego la soltó y se dio la vuelta, perdiéndose entre los demás invitados.

―¡Hermana, creo que esta noche te has sacado la lotería!―chilló Hanabi, apretándole el brazo, visiblemente emocionada como solo una colegiala de quince años podía emocionarse.

―¿Qué ha sido eso, Hiashi?―tronó en cambio la voz de su madrastra; claramente estaba molesta, aunque Hinata no le prestaba atención ninguna en ese momento.

―Naruto es el hijo de Minato, uno de mis mejores amigos, lo sabes. Estuvimos comiendo el otro día y me comentó que iba a asistir. ¿No te lo había dicho, querida?―Su esposa frunció el ceño, con la mandíbula tensa.

―No, creo que te olvidaste mencionar que el soltero de oro iba a estar en nuestra pequeña recepción. ―Hiashi se encogió de hombros.

―Oh, bueno, culpa mía. Pero me alegra que esté aquí. ―La conversación había muerto en ese momento, con la llegada de más invitados.

Claro que Hinata no tuvo mucho tiempo para reponerse, porque a la hora de la cena lo vio sentado en su mesa, ocupando un lugar de honor junto a su padre y haciendo rabiar aún más a su madrastra, a la que, por algún motivo, no le gustaba nada que ese hombre estuviera con ellos.

Más repuesta, había podido conversar normalmente con él. Así, se había enterado que era el hijo de Minato y Kushina Namikaze, dos grandes amigos de su padre y, en el pasado, de su madre. Que era un empresario de éxito y que él su padre habían trabajado juntos en varias ocasiones y que esperaban seguir haciéndolo en el futuro. Por la buena hechura y la calidad de sus ropas, así como sus modales, su conversación educada y el rolex de su muñeca―la única joya que portaba―Hinata dedujo que era un hombre rico, muy, muy, muy rico.

Volvió al presente al oír un carraspeo. Pestañeó y se sonrojó al percatarse de que se había quedado callada, mirando a la nada, absorta en sus pensamientos.

―Y-yo… l-lo siento… ―Él sonrió con esa sonrisa brillante que mostraba todos sus dientes de un blanco perfecto.

―No se disculpe. Puedo entender que esté, quizá un poco aburrida. ¿Le apetecería bailar?―Hinata sintió que su corazón palpitaba con más fuerza. Tragando saliva, dejó la copa sobre la bandeja de un camarero que pasaba y le tendió la mano. Un escalofrío de placer la recorrió entera en cuanto los dedos masculinos se cerraron sobre los suyos.

La guio con paso seguro y majestuoso hasta el centro de la pista de baile, donde los demás ocupantes se abrieron para dejarles espacio, como si él fuese un rey al que debían rendirle pleitesía en todo momento.

Hinata tragó saliva cuando la cálida mano, más grande que la suya, se posaba en su cintura, envolviéndola en un abrazo que la hizo temblar. La pegó contra su torso y le cogió la otra mano. Hinata apoyó su temblorosa mano sobre su hombro, sintiendo la suavidad de la seda italiana de su traje así como la fuerte musculatura que había debajo.

La orquesta empezó a tocar un vals y comenzó a guiarla de forma experta por la pista, haciéndola girar en los momentos precisos y llevándola como si ella fuese la única mujer del mundo. Hinata temblaba cada vez que el vuelo de la falda de su largo vestido azul celeste se enredaba con la pernera del pantalón de él.

Cuando la música cesó, él se separó de ella con una suave sonrisa. Se llevó su mano a los labios para besarla por segunda vez en la noche, dejándola con ganas, anhelante de algo más.

―Espero que nos volvamos a encontrar muy pronto, señorita Hyūga. ―Y ella asintió, incapaz de articular palabra, solo viendo aquella espalda desaparecer de su vista.

Se llevó una mano a su acelerado corazón, suspirando cuál adolescente enamorada.

Ya parecía Hanabi…


―¿Y bien? ¿Qué te ha parecido mi niña?―Naruto se metió las manos en los bolsillos y se giró para admirar la vista de la ciudad, hirviendo de gente a esa hora del día.

Había acudido a ver a Hiashi el lunes, el fin de semana justo después de la fiesta benéfica. Quería cerrar ya ese asunto para poder concentrarse en otros temas.

―Es… una preciosidad. ―Tanto por dentro como por fuera. Años de trabajar en el mundo de los negocios de alto nivel te daban cierta experiencia a la hora de juzgar a los demás. Y él, por suerte o por desgracia, según el caso, nunca se equivocaba.

Hinata era todo lo que Hiashi le había prometido y más. Solo tenías que mirar a esas dos perlas que tenía por ojos y podía perder hasta tu alma. Era de esas mujeres que conservabas, una mujer con la que casarse y formar una familia, sabiendo que sería no solo una esposa cariñosa sino también una madre devota y amorosa, alguien con el podrías contar porque siempre estaría ahí, entregando todo de sí sin esperar nada a cambio, simplemente siendo feliz viendo a sus personas más queridas felices.

―Me alegra escuchar tu opinión. ¿Eso quiere decir que aceptas mi propuesta… ―Naruto respiró hondo.

―Me pides demasiado, Hiashi. No solo soy mucho mayor que ella…

―Bah, chorradas. En mis tiempos, los había que se llevaban aún más años. ―Naruto continuó sin dar muestras de haberlo escuchado.

―… sino que… ¿ella está de acuerdo? ¿Se lo has preguntado? ¿Y si está enamorada de alguien más? ¿Le robarías su felicidad a cambio de su seguridad?

―Para mí no hay nada más importante, Naruto. Quiero irme de este mundo sabiendo que dejo a mi hija en buenas manos. Y no conozco manos más capaces que las tuyas. Como te dije, sé que es probable que os acabéis divorciando, pero eso no tendrá importancia porque, conociéndote como te conozco, y aún si vuestra unión no te da hijos, sé que cuidarás de ella igualmente. ―Naruto suspiró pesadamente.

Hiashi tenía razón: si se casaba con Hinata y acababan separándose finalmente, eso no quería decir que él fuese a desatender a la que había sido su esposa. Se aseguraría de dejarle una buena pensión además de que seguiría teniendo la protección de su nombre. Él se haría cargo de que así fuese aun cuando ya no estuvieran casados.

Pero no solo eso. Él siempre había dicho que, el día que se casase, nunca, jamás, le sería infiel a su esposa. Ninguna mujer, por muy aborrecible que fuese, se merecía sufrir una humillación así. Sabía lo que las infidelidades, así como el odio y el rencor surgidos de estas, hacían en una pareja. Lo había visto demasiadas veces como para querer repetir el patrón que parecían seguir todos los hombres de su posición, salvo honrosas excepciones como su padre, Hiashi, Fugaku, el padre de su mejor amigo, Sasuke, o algún otro. Sasuke mismo, por ejemplo: se cortaría un brazo antes que hacer sufrir a su mujer, Sakura. Aunque, claro, en su caso los dos se amaban…

No sabía si estaba preparado para renunciar a los placeres del sexo durante un año o más. Sabía que, si al final accedía, lo haría, por supuesto.

«También podrías llevarte a ese cuerpo de tentación a la cama».

Sacudió la cabeza para alejar aquel impuro pensamiento. ¡Si Hinata era casi una niña todavía, por Dios!

Suspiró de nuevo, sabiendo que, a pesar de todas sus reticencias, su decisión estaba tomada.

Hinata necesitaba a alguien que la protegiera en aquel mundo lleno de víboras. Y él haría el papel de guardián encantado. Tampoco sería un sacrificio. Hinata era preciosa, dulce y cariñosa. Estaba seguro de que casarse con ella no sería tan malo.

―De acuerdo―dijo. Hiashi sonrió anchamente.

―¡Perfecto, pues! ¡Celebrémoslo! ¡Haremos el anuncio este fin de semana! ¡Podrías salir por ahí con Hinata, mostraros como una pareja en público-

―Hiashi―el aludido se calló al escuchar la voz de su futuro yerno―. Antes me gustaría hablar con Hinata. ―El Hyūga asintió, comprensivo.

―Claro, por supuesto. ¿Nos acompañarías mañana a desayunar?―Naruto asintió.

―Eso sería perfecto.


Hinata pestañeó, sin poder asimilar del todo lo que su padre acababa de decirle.

―¿Q-qué has dicho, pa-papá?―tartamudeó. Hiashi respiró hondo, armándose de paciencia.

―Que lo he arreglado todo para que te comprometas con Naruto Uzumaki, el hombre que te presenté el otro día, en la fiesta. ―Hinata abrió la boca, incrédula.

―¡Pe-pero-

―Sé lo que me vas a decir. ―Hiashi rodeó su escritorio y se puso frente a ella―. Y sé que hoy en día ya no se hacen las cosas así. Pero, entiéndeme, cariño: no soy joven―ella abrió la boca para protestar―. No, Hinata, no lo soy. Ya no era joven cuando tú naciste y mucho menos cuando lo hizo tu hermana. Poco a poco me voy acercando a mi final y, antes de irme, quiero asegurarme de que hay alguien que cuida de ti.

―¡Oh, papá, puedo cuidar de mí misma!

―En lo esencial sí, lo sé. Pero… no es por eso que me aventuré a hacer esto, Hinata. ¿Tienes idea de lo grande que es tu herencia? ¿De que los tiburones se te echarán encima en cuánto ven la más mínima oportunidad? Y tú, cielo, eres demasiado buena y confiada como para saber distinguir. Solo sería algo temporal, si así lo decidís los dos. Al año podríais divorciaros e ir cada uno por su lado. ―Hinata se mordió el labio inferior, su lado práctico haciéndose cargo de la situación.

Su padre tenía razón en decir que era demasiado blanda. Pero es que no estaba en su naturaleza ser mezquina o cruel, ni siquiera con aquellos que le hacían daño.

Su mente elaboró miles de posibles futuros, y en todos su madrastra―a la que, por algún motivo, no le caía nada bien―hacía todo lo posible por arrebatarle su legado. No solo el de su padre, sino también el de su madre.

A Hinata no le importaba el dinero. Nunca le había importado. Pero admitía que sus padres habían trabajado lo suyo para poder tener lo que habían obtenido en esa vida. Y no iba a ser ella la que tirara por la borda años de sacrificio y de arduo trabajo.

Respiró hondo y cuadró los hombros, asintiendo finalmente.

―E-está bien. Pe-pero solo porque tú me lo pides. ―Hiashi sonrió.

―Esa es mi niña. ¿Desayunamos, entonces? Naruto estará a punto de llegar. ―Hinata abrió los ojos como platos.

―¿V-va a venir? ¿A-aquí? ¿Ho-hoy? ¿A-ahora?―Hiashi rio.

―Dijo que quería hablar contigo antes de tomar la decisión definitiva, así que lo invité a acompañarnos durante el desayuno. Anda, vamos. No le hagamos esperar. ―Hinata se dejó guiar por su progenitor hasta el comedor de desayuno, dónde, efectivamente, Naruto ya estaba sentado a la mesa, conversando con Hanabi y con su madrastra.

Se levantó como todo un caballero en cuanto la vio entrar, saludándola con una inclinación de cabeza. Ella correspondió su saludo y fue a sentarse a su lado, alentada por su progenitor. Naruto se aseguró de separarle la silla y de ayudarla a acomodarse.

―Buenos días, señorita Hyūga.

―Bu-buenos días, señor Uzumaki. ―El desayuno transcurrió con normalidad. Naruto y Hinata se miraban de reojo algunas veces, pero nada hizo sospechar que la visita del rubio era nada más que simple cortesía.

Cuando terminaron, Hiashi casi obligó a salir a Hanabi y a su madrastra para dejarlos a solas. Un silencio incómodo se instaló entre ellos, hasta que Naruto se aclaró la garganta.

―Señorita Hyūga…

―Hi-Hinata, por favor―lo interrumpió ella, roja como un tomate―. S-si está aquí por lo que creo… n-no es necesaria tanta formalidad, ¿no cree?―Naruto alzó las cejas y las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa.

―Hinata, entonces. Llámeme Naruto, en ese caso.

―Naruto. ―Él paladeó el sonido de su nombre en los labios femeninos; un estremecimiento de placer recorriéndolo al escuchar su dulce voz moldeando las sílabas.

―Hinata, sé que esto es inaudito hoy en día, y me atrevería a decir que incluso descabellado. Soy consciente de nuestra diferencia de edad, y de que podría implicar que no tengamos mucho en común, pero su padre ha sido muy convincente y, bueno…

―¿Se lo debes?―terminó ella por él. Naruto volvió a dejar que una media sonrisa se dibujase en su rostro.

―Algo así. ―Naruto respiró hondo y se levantó. Extendió una mano hacia ella y Hinata la tomó. Dio un leve tirón para ponerla en pie y Hinata se vio de pronto pegada a su torso, a ese torso duro y caliente que la dejó sin respiración―. No puedo prometerte amor eterno, pero sí respeto, cariño y protección. También te prometo que nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia y en el tiempo que dure nuestra unión, te seré infiel. ―Hinata sintió que se le sacaba un peso de encima, uno que ni siquiera era consciente que cargaba―. Tampoco te obligaré ni te forzaré a nada que no quieras. Si todo lo que quieres es amistad y comprensión, eso es lo que te daré. ―Hinata sonrió, sin poder ocultar la emoción que sus palabras le causaban.

―E-eso… eso es muy amable de tu parte, Naruto. Yo… ta-también te prometo que nunca te seré infiel, que seré la esposa que un hombre de tu posición necesita, que te respetaré y te cuidaré en la medida de mis posibilidades. ―Naruto no pudo evitar tragar saliva ante lo dicho por la joven.

Cuidar… ¿cuándo había sido la última vez que alguien había dicho que lo cuidaría?

Apartó esos pensamientos, para concentrarse en el momento presente.

―Entonces… ¿tenemos un acuerdo?―Hinata asintió.

―Lo tenemos. ―Naruto la soltó entonces, sacó una cajita del bolsillo interior de su chaqueta y se arrodilló en el suelo, abriéndola y mostrándole un precioso anillo de compromiso que podría rivalizar, incluso, con las joyas de la corona.

―Hinata Hyūga, ¿me harías el inmenso honor de convertirte en mi esposa?―Ella tragó saliva y asintió.

―S-sí. ―Naruto se incorporó, sacó el anillo de su refugio de terciopelo y, tomando su mano izquierda, le deslizó la sortija en el dedo anular. Antes de devolvérsela, no pudo resistirse a acariciar con el pulgar la delicada piel de aquella extremidad, haciendo que ambos se estremecieran.

¿Sería el resto de ella tan suave como ese diminuto pedacito de piel?

Luego se fijó en sus labios, rosados y apetecibles, ahora separados por la emoción y la incertidumbre ante un futuro desconocido.

―Lo lógico sería… ¿darnos un beso?―Hinata pestañeó y carraspeó.

―Yo… bu-bueno… s-si quieres… ―Sonriendo ante su reacción, adorando su ingenuidad, Naruto la atrajo a sus brazos sujetándola por la cintura. Con una mano le tomó el mentón delicadamente, perdiéndose en esos pozos perlados que adornaban el rostro femenino y que lo invitaban a hundirse en la dulzura de su dueña.

Sin más dilación, dejó caer su boca sobre la de ella. Fue un beso suave, lento, en el que ambos se tentaron y se probaron.

Cuando se separaron, Naruto tenía dos cosas muy claras.

Hinata era la cosa más deliciosa que había probado nunca.

Y, por su torpe respuesta a su caricia, totalmente inexperta en las lides amorosas.

Se endureció involuntariamente ante el pensamiento, recriminándose por tener semejantes ideas sobre una muchacha tan dulce y confiada.

Tal vez, mantener las manos lejos de esa chica iba a ser más difícil de lo que creía.

Porque, en su interior, su loco corazón ya la ansiaba.

Ansiaba todo el cariño, la dulzura y la bondad que ella albergaba en su interior, esperando al hombre adecuado para entregarla, para entregarse cómo solo alguien dispuesto a amar incondicionalmente podía hacer.

Y Naruto empezó a desear ser ese hombre.

Y tal vez tramaría un plan para conseguir serlo.

En un futuro próximo.

Fin Amar y cuidar


Me pasó algo muy gracioso con este oneshot: la idea inicial era terminarlo más adelante, cuando ya estuvieran casados y conviviendo. Pero entonces se me habría alargado mucho la cosa y, aunque sé que amáis los OS largos (porque yo también los amo) no me dio tiempo a hacer más. Esa es la pura y simple verdad: lo siento, chicos, de verdad.

También deciros que esta idea la tengo en mi cabeza desde hace mucho, mucho tiempo. Pero nunca me había animado a empezarla. Así que, si gusta, tal vez me ponga a trabajar en una historia más larga. Pero no sé, todo depende (¿de qué depende? Según se mire todo dependeeeeeee) (?).

¿Me dejáis un review? Porque, ya sabéis:

Un review equivale a una sonrisa.

*A favor de la campaña con voz y voto. Porque dar a favoritos y follow y no dejar review es como manosearme una teta y salir corriendo.

Lectores sí.

Acosadores no.

Gracias.

¡Nos leemos!

Ja ne.

bruxi.

P.D.: ahora voy a contestar a los reviews que dije que iba a contestar hoy por la mañana. Mi excusa es que hoy no ha sido un buen día. Ha ocurrido desastre tras desastre. A ver si mañana mejora la cosa, porque sino... ya solo me queda tirarme por una ventana...