A pesar de que Harry esperó que así no fuera, Draco volvió al día siguiente de manera puntual como usualmente lo hacía, con su porte aristocrático y sus ropas finas. Luciendo igual de hermoso que siempre.
Pero algo estaba diferente, podía sentirlo en el aire, y se preguntó si finalmente dejarían de ignorar el elefante en la habitación, o hablarían del tema. No sabía si podía continuar más tiempo sin hacerlo.
La sesión siguió su usual trayectoria, al menos en un principio, pero a Harry le picaba la garganta por sacar el tema a flote. Así que luego de su ducha, ya vestido y listo para practicar su magia, se lo dijo.
—¿Vamos a hablar de lo que sucedió o simplemente vamos a fingir que nunca pasó? —preguntó con decisión, y el ceño fruncido.
Apenas había hablado desde que Draco llegó, y por lo mismo, este se sobresaltó en su lugar, dejando reposar su bastón a un lado de la cama. Suspiró, frotando repetidas veces sus manos por encima de sus ojos y dejándolas caer derrotado, encima de sus muslos.
—Te lo dije, Harry —dijo en voz baja—. Te dijo que no puedo.
Harry dejó salir un sonido de la más pura frustración desde el fondo de su garganta, mirándolo con ojos llameantes y apretando los puños a sus costados.
—¿Me puedes decir por qué? ¿Qué es lo tan terrible en todo esto?
Draco dejó salir una pesada respiración, mientras se acomodaba su ropa. Ese día iba entero de negro, completamente, casi como si hubiese decidido vestirse acorde a la ocasión. Harry esperó pacientemente.
—La gente lo sabrá, poco a poco--
—Me da igual —lo interrumpió, desesperado, y el rubio le dedicó una mirada peligrosa.
—Pues a mí no, porque si lo saben, ¿qué crees que van a pensar? —le espetó fríamente—. Lo verán poco ético, moral. Profesional. Tus amigos, oh, tus amigos me matarán--
—Yo me encargo de ellos.
Fue el turno de Draco dejar salir un ruidito exasperado, chasqueando la lengua, se cruzó de brazos.
—¿Es que no lo entiendes? —preguntó, incrédulo—. Creo que ni siquiera entiendes en qué te estás comprometiendo. Y esto sucede cuando esa línea profesional se desdibuja —desordenó su cabello, volteando la vista hasta la ventana—. ¿Quieres estar conmigo? ¿Quieres que seamos novios? ¿Quieres que seamos algo más? ¿Amigos? ¿Una relación? —le dijo, mareando a Harry.
Incapaz de contenerse, el ojiverde contestó.
—No lo sé —respondió con honestidad.
—Exacto —prosiguió, inescrutable, aunque podía oír un tinte de tristeza en su tono—. No lo sabes, y eso puede llevarnos a la perdición, a ambos. A mí, Harry. Si las personas se enteran de lo que sea--
—¡¿Pero cómo?! —volvió a interrumpir—. Solo estamos tú yo aquí. ¿Cómo lo sabrán, Draco?
El ojigris lo observó, lo observó por un rato muy largo, tamborileando sus largos dedos por encima de su codo, y dejando caer sus hombros y cabeza, negando. Harry continuó.
—Solo...solo intentemos, lo que sea que es esto entre nosotros, por favor —pidió, con un poco de humillación colándose entre su sistema—. Me hace bien, necesito que--
Draco levantó la cabeza de golpe, cortándolo.
—¡No puedes depender así de mí, Merlín! ¿Es que no lo entiendes? —subió su tono, sorprendiéndolo.
Y eso, como siempre, lo hizo reaccionar súper tranquilo.
—Bueno, ¡malas noticias! —le escupió de vuelta—. ¡Ya dependo de ti! ¡Apenas puedo moverme! ¡No puedo caminar! ¡Ni siquiera puedo hacer magia, joder! —gritó con ahínco— ¡Lo único que te pido, es que te permitas darme un poco de felicidad!
La mirada de Draco cambió en un santiamén y Harry vio cómo sus dedos comenzaban a temblar. Cerró sus ojos, tratando calmarse. Su respiración agitada fue lo único que se oyó por un momento, y casi no se atrevió a volver a abrir los ojos, sin tener la certeza de qué se iba a encontrar.
Una vez que lo hizo, la expresión en el hombre era indescifrable, y era tan difícil leer a Draco. Todo lo que viniese de él en verdad.
—La única cosa, en estos momentos, que me está dando un rayo de esperanza, de felicidad...eres tú —dijo temblorosamente, estirando su mano para alcanzar alguna de las ajenas.
El rubio, quien parecía haberse quedado congelado en su lugar, sacudió la cabeza, dejando que sus dedos fueran entrelazados en los del moreno, de todas maneras.
—Lo que sea que crees que sientes por mí, Harry, no es real —insistió, con tristeza, haciéndolo negar con la cabeza a él—. No me conoces. Por doce años me has visto nada más que de reojo. No tienes idea en quién me he convertido, ni hacia dónde quiero ir —alzó su mano libre, acunando el rostro del pelinegro con dulzura, quien se dejó hacer—. No sabes cómo es mi relación con Madre, donde vivo, si soy una persona mañanera. No tienes ni siquiera una noción de cómo soy en mis días malos, si me gusta leer en la cama, o cómo me gusta celebrar mis cumpleaños...
—Puedo aprenderlo. Quiero aprenderlo —Harry aseguró de inmediato con un nudo en la garganta. Draco apretó los labios—. Te conozco Draco. Más de lo que crees. Conozco tus gestos y reacciones. Sé que cuando tu risa es más alta y grave de lo normal, estás esforzándote para que lo que sea que te estén diciendo, te cause gracia. En cambio cuando es más aguda, realmente te parece chistoso. Sé que cuando es más corta, te da vergüenza continuar riéndote, o aquella risa baja, que se asemeja a un susurro, la haces cuando dices algo desagradable sobre mí o alguien más —Harry sonrió, levemente. No fue correspondido—. Sé que cuando sonríes y arrugas la nariz, estás conteniéndote para no expandir tu sonrisa, y sé que cuando aprietas los labios estás evitando hacer un gesto de disgusto, o evitando decir algo de lo que te arrepentirás —El moreno elevó la ceja, y Draco relajó su rostro instantáneamente ante eso—. Cuando frunces el ceño, casi nunca quiere decir que estás enojado, pero si entrecierras los ojos, puedo darme por muerto. Cuando tus pasos son más lentos, has tenido una noche dura y no quieres que me dé cuenta, y las pocas veces que te he visto más enérgico, no paras de hablar sobre las cosas que te apasionan. Pasas tus manos por tu cabello cuando estás nervioso, y te aprietas el puente de la nariz cada vez que estás estresado —tomó aire, apretando la mano del hombre entre sus dedos—. Esto es real Draco. Déjame que sea real.
El rubio soltó su cara, y posó su mano en el brazo del ojiverde, retirándola con suavidad, y sin devolverle más la mirada, completamente tenso. Él no tuvo la fuerza para seguir luchando contracorriente y mantener su contacto físico.
—No lo entiendes, Harry. Tú crees sentir esto, pero una vez que todo termine, no--
—Si esto no es real, si no nos conocemos ¿cómo puedes tú sentir lo mismo? —preguntó, ya bordando en la desesperación, y vio como Draco tragaba—. No puedo estar tan loco, si no me he imaginado que me correspondes--en lo que sea que es esto entre tú y yo.
El Sanador finalmente conectó sus ojos. Estaban tristes. No le gustaban así, los ojos de Draco nunca lucían tristes. No quería eso, y no entendía por qué las cosas siempre tenían que ser tan difíciles. Por qué no podía simplemente entregarse a sus sentimientos. No lo comprendía.
—Creo que lo mejor es que me vaya. Estás mejorando —pronunció él, con mucha dificultad. Como si sus palabras le estuviesen costando un esfuerzo—. Seguramente otro medimago puede hacerse cargo de ti.
El corazón de Harry cayó hasta el final de sus pies, mientras se sintió sudar en frío, inclinándose hacia adelante para intentar volver a tocar a Draco, intentando entrar en contacto con él. Intentando hacerlo entrar en razón, pero el rubio ya estaba de pie, fuera de su alcance y con sus orbes heridos. No era posible que estuviera sugiriendo algo así, no cuando ayer le dijo que lo más importante era su tratamiento, no cuando habían vivido todas esas cosas. Era inhumano, era...
—Puede que no vuelva a caminar, o hacer magia —dijo con tono suplicante, y vio como un pequeño escalofrío recorrió el cuerpo ajeno—. Te necesito a ti a mi lado en cualquiera de esos escenarios. No te vayas, Draco —volvió a cerrar sus ojos—. No me dejes.
Oyó como un suspiro salía de sus labios, y se negó a mirarlo. El pulso estaba tan acelerado que en cualquier momento sentiría que su corazón comenzaría a correr, y en su lugar no quedaría más que una caja vacía, sin vida, de algo que alguna vez estuvo y ya no volverá. Dolía.
Pero nada era peor que lo que sintió al oír las palabras de Draco.
—No puedo hacerme esto a mí mismo.
Todos los pensamientos desagradables que le habían atormentado durante el último mes, volvieron a él cómo un torbellino. Un huracán de desprecio, no sentirse suficiente para nadie. Para él. El miedo de pensar que era considerado inferior, por no poseer las mismas habilidades, por ya no ser quién había sido, estaban siendo cumplidas.
Draco no podía hacerse eso a sí mismo, porque debía ser un infierno estar con un puto inválido.
Se estaba poniendo rojo, podía sentirlo, y todos sus músculos se contrajeron en la rabia, humillación y tristeza que estaba sintiendo. El sentirse tan estúpido, creyendo que era posible, lo que sea que podría haber sido de ellos dos. Chocó sus ojos contra los del hombre, tratando de imprimir todo su desagrado, toda su ira, y al parecer funcionó, porque Draco se vio atontado un segundo, y Harry, con las manos en puño, no gritó. No gritó, y eso para cualquiera que lo conociera, era mil veces peor.
—Vete —ordenó, como si estuviese hablando pársel—. Lárgate ahora. No quiero verte.
—Harry... —Draco arrugó la frente con preocupación.
—Ándate, Draco. No te lo voy a repetir dos veces.
Ni siquiera pudo importarle la mirada herida que le dedicó, antes de retirarse del cuarto a grandes zancadas.
El sentimiento de auto repulsión no hizo más que acrecentarse con el paso de los días, repitiendo las palabras de Draco una y otra vez en su cabeza. De todas formas, e ilusamente, soñó a cada momento que el hombre entrara por esa puerta, y se retractara, mandando todo al carajo. Pero no sucedió. Otras personas vinieron a hacerse cargo de él.
La primera semana, se sorprendió un poco el estar esperándolo. No entendía por qué. La mujer que le cuidó, salió huyendo apenas llegó el viernes. Suponía que no era fácil de tratar.
La segunda semana, fue el turno de un chico. Nadie se comparaba al gran hueco que había que llenar. Quiso aguantar un poco más, pero Harry fue quien terminó echándole. Esperando.
Le costó dos semanas aceptar que Draco no volvería. Solo entonces se atrevió a hablar con Ron y Hermione.
La morena había hecho unas cuantas acotaciones sobre que lucía peor, que pensaban que se estaba recuperando, y por la ausencia de Draco, Harry sospechaba que algo debía saber, o suponer. Sin embargo, no había presionado el tema. Ron, por otro lado, lucía igual de despistado que siempre.
Ese día, ambos se veían cansados. Hermione tenía unas grandes ojeras bajo sus ojos y el pelirrojo el cabello todo revuelto, pero estaban allí.
Siempre estaban allí.
Un pequeño sentimiento de agradecimiento nació en su pecho, por un segundo superando la tristeza. Sacudió la cabeza, arrastrándose con los brazos para sentarse en la orilla de su cama y encararlos bien.
—Hey —saludó Ron, sentándose al frente.
—Hola, Harry —acompañó suavemente Hermione, posándose a su lado en el colchón y colocando un brazo por sus hombros, arrastrándolo hasta que su cabeza quedara reposando en ella.
El ojiverde se dejó, al fin y al cabo, quizás era lo que era necesario.
—¿Cómo está Molly? —preguntó al cabo de un rato— ¿Y Arthur? Todos, en realidad.
Ellos suspiraron casi al mismo tiempo, como si estuviesen conectados, y Harry sintió una momentánea envidia. Envidia, de que hayan sido capaces de encontrarse desde hace mucho. Envidia de que el amor que sintieran seguía tan fuerte como el primer día. Envidia de que a él no le hubiese pasado lo mismo.
—Molly está como siempre, aunque ahora mucho más agitada porque hace unos días llegó Fleur por una visita de trabajos —explicó Hermione—. Y bueno, los demás siguen en lo suyo. Ginny está de gira con su equipo. Percy está--nunca sabré muy bien que hace Percy, pero trabaja con George y están investigando la posibilidad de abrir una sucursal en Irlanda —tomó otro suspiro que hizo a Harry juntar las cejas—. Y Arthur sigue en su puesto como jefe de su departamento en el Ministerio. Nada nuevo.
Él asintió, separándose para ver bien a su amiga a la cara, quien se mordía el labio.
—¿Qué les sucede? —preguntó cautelosamente, y dirigió su mirada hasta Ron, que se veía nervioso—. ¿Qué pasa?
La castaña tomó su mano, y, sin que él se lo esperara, la llevó lentamente hasta su vientre, por encima de capas y capas de ropa, haciéndolo sentir un pequeño bulto. Era casi imperceptible, pero ahí estaba.
Abrió los ojos en demasía, soltando un jadeo y sonriendo, al mismo tiempo que sus amigos. Era la primera sonrisa de toda la semana. Estaba tan feliz, por ellos. Oh, Merlín, era fantástico.
—¿Cuanto tienes? —preguntó, aún sin ser capaz de despegar su mano de su vientre.
—Solo diez semanas —respondió Ron. El pelinegro podía sentir la alegría desbordando de sus poros.
—Esto es...Dios —intercaló la mirada entre ambos— Realmente estoy feliz por ustedes. De verdad —amplió su sonrisa—. ¿Ya saben cómo se llamará?
Ella rodó los ojos, y abrazó a Harry. Fuerte. Imprimiendo su persona en su mente por el tiempo que fuese necesario. Así al menos, lo sintió él.
—Ni siquiera sabemos que es, Harry —dijo ella con diversión—. Pero estamos viendo--
—Yo sigo pensando que Gordon--
—Por última vez, Ron. ¡No voy a ponerle a mi hijo el nombre de uno de los guardianes de los Cannons!
Ron se cruzó de brazos, refunfuñando, pero no insistió en el tema, haciéndolo reír.
Y ahí, viendo y sintiendo la emoción y felicidad de sus amigos, supo que debía cortar las cosas. Que no quería seguir sintiéndose miserable. No lo dijo allí, pero cuando Hermione fue a verlo a la mañana siguiente, luego de su sesión física con otro Sanador diferente, soltó la bomba.
—Quiero un cambio de medimago —dijo tan rápido, que dudó que la mujer hubiese entendido de inmediato.
Ella dejó lo que sea que estuviese haciendo, (probablemente el aseo de su pieza), y giró su cabeza hasta él a la velocidad de la luz, entre cerrando sus ojos.
—¿Qué?
Harry tragó, terminando de masajear sus piernas que dolían un poco, debido a la rehabilitación.
—Quiero un cambio de medimago —repitió, sin mirarla—. No cambiaría mucho las cosas, de todas formas. No es como si Draco estuviese aquí.
Ella se quedó en su lugar un momento, y luego suspiró, acercándose hasta quedar frente a él, y retirando sus manos gentilmente, para empezar a masajear ella.
—Harry, Draco no ha venido solo en una semana. No puedes tomar decisiones apresuradas por algo así--
—No es por eso —la cortó, arrugando un poco la expresión por el dolor de la presión—. No--solo quiero otro Sanador. ¿Puedes hacer eso por mí?
La morena soltó su pierna, tomando la otra, apretando los labios.
—Es el mejor en lo que hace. Y estás recuperándote tan bien... —tomó una respiración— No creo que sea lo mejor, Harry. No--esto...piensa mejor las cosas.
—Ya lo pensé —dijo, aunque no sonaba seguro—. Necesito que otra persona me cure, Herm. Por favor.
Hermione no contestó inmediatamente, en cambio, se levantó de su posición en cuclillas, envolviéndose a sí misma, negando un poco.
—Puedo ver qué se puede hacer.
Él dejó escapar un suspiro de alivio.
—Gracias —resopló, recordando que ese día era de semana—. Uh, ¿sigues trabajando? —dijo, tratando de desviar el tema.
—¿Hmm? —preguntó ella distraídamente, buscando algo en su bolso—. Oh, sí. Solo tenía una cita en San Mungo, y aproveché de pasar a verte.
—¿Está todo bien con el bebé? —preguntó cauteloso. Ella sonrió.
—Ah sí, de maravilla, solo es un examen rutinario —sacó unos papeles, tomándolos entre sus dos manos.
—Oh, pues en ese caso, espero que no se te haga tarde. La red está conectada a San Mungo.
Ella lo miró de una manera extraña. Tanto así, que estuvo a punto de preguntar por qué tenía esa expresión en su rostro. Si es que acaso se sentía mal. Pero pareció recuperarse, agitando la cabeza y retomando su sonrisa.
—Sí, tienes razón. Debería irme —alegó, acercándose hasta él para depositar un suave beso en su mejilla—. Nos vemos Harry. Mantente tranquilo.
—Gracias.
Y se fue, dejándolo en aquel iluminado pero a la vez triste cuarto, con nada más que silencio de compañía.
El tiempo, desde ese día, parecía pasar cada vez más lento, descubrió luego de un mes.
Un mes, y aún así, sus amigos todavía no encontraban la persona que a su parecer, sería la indicada para estar encargada de su cuidado, por lo que el contrato con Draco seguía vigente. Aunque de todas maneras en todo ese tiempo, ni siquiera se había dado por aludido.
No había tenido dolores de nuevo, no como los de aquel día, lo que era un alivio, y una pena. Se preguntaba si hubiese sido así, el rubio hubiera ido a su ayuda, o habría delegado a otro de sus muchos aprendices a que le cuidara. Suponía que nunca lo sabría.
Los días pasaban, y se asemejaban los unos a los otros, ninguno destacaba por nada. Salvo, quizás por el hecho, de que a pesar de que lo ignoraba, el extrañar a alguien que ni siquiera había tenido, por el que sus sentimientos eran tan confusos como reales, estaba allí. Alojado en algún lugar de su pecho.
Las personas iban y venían una y otra vez, al igual que su familia. Molly ya le había tejido dos suéteres nuevos, y le llevó mucha tarta de melaza. Arthur le contaba una y otra vez sobre las extrañas historias de su departamento, y George le imitaba. Percy se esmeraba en hacer preguntas sobre su recuperación, que Harry terminó asumiendo que eran porque no sabía de qué forma ser útil en todo ese embrollo, y Ginny mandaba muchas cartas desde América, junto a postales. Hermione iba cada vez menos, demasiado ocupada con su embarazo y tramitando las próximas licencias de maternidad en el Ministerio, encargando a Ron las visitas. En las que básicamente el hombre llevaba comida que estaba fuera de su régimen a escondidas y se sentaban por horas a jugar ajedrez o simplemente charlar.
Su vida estaba volviendo a retomar un poco el color. Todo estaba igual a antes del accidente, exceptuando el hecho de que se encontraba aún en cama, y ocasionalmente en su silla. Todo era lo mismo. Si no fuese porque ya no consideraba que estaba completa.
Los medimagos no eran del todo malos. Había recuperado la movilidad de todos los dedos de los pies, que era bastante decir y eran todos muy dulces y gentiles. Aunque no se asemejaban a Draco.
El mes prontamente se convirtió en uno y medio, donde el peso de su ausencia se hacía cada vez mayor. El hecho de que aún estaban anclados por un papel en algún lugar seguía presente, y dolía. Dolía, porque ni siquiera el mismo podía entender enteramente qué había pasado. Cómo había sido tan fácil para el hombre desligarse de su existencia.
Cómo fue tan simple admitir que no estaba preparado, que no podía dañarse a sí mismo al estar con un discapacitado.
Cuando los nuevos sucesos ya estaban haciéndose rutina, y su vida se había acostumbrado a que le faltase alguien, Draco volvió.
Y era tan jodidamente injusto.
Su sesión había terminado hace unos minutos, y estaba esperando que el chico volviera a hacer una evaluación general, así que estaba sentado, esperando. Cuando la puerta se abrió, comenzó a hablar, a decir una broma tonta, pero su frase quedó a la mitad, al ver esa cabellera rubia que conocía tan bien, asomarse por el recoveco.
Quiso mostrarse sorprendido, o enojado, pero no tenía ganas. Solo quería que se fuera. O no. No sabía.
Draco se plantó en medio del cuarto, con su abrigo en un brazo, observándolo. Ninguno dijo nada. Su cabello estaba más largo, lo suficiente para que llegara un poco más arriba de los hombros, y tenía bolsas bajo sus ojos, sin dejar atrás ese semblante serio. No lo veía hace un mes, pero parecía que lo había visto hace mucho menos que eso, o quizás, solo había grabado demasiado bien sus facciones en su memoria.
Solo ahí, fue que se dio cuenta de lo mucho que se había engañado. De la absoluta pesadilla que había sido vivir sin él ese corto tiempo.
Se miraron por un largo rato, hasta que Draco avanzó hasta la silla, dejando la chaqueta encima, pero sin sentarse, suspirando. Harry no se movió de la orilla de la cama.
—Escuché que pediste un cambio de medimago —fue lo primero que dijo. Ni un hola, ni una preocupación de cómo había vivido. Que el hecho de que eso fuera así, era nada más que su culpa.
—Lo hice —le dijo fríamente, desviando sus orbes a la lejanía.
—¿Puedo preguntar por qué? —Draco pronunció cada palabra con mucho cuidado.
Harry estaba enfadándose. Nunca había tenido un buen temperamento, pero que estuviese allí, prácticamente pidiéndole explicaciones luego de lo que le había hecho, era... era hasta inhumano.
—Dejaste muy en claro la última vez que estuviste aquí que no deseabas seguir siendo mi Sanador —espetó con brusquedad.
El rubio soltó una risita amarga, y el moreno sintió como caminaba por el cuarto de un lugar a otro, viendo por el rabillo del ojo sus manos en sus caderas.
—Estás equivocado--yo jamás te dije que no quería —habló bajo y Harry encajó la mandíbula—. Te dije que quizás sería lo mejor, y te dije que sería yo quien lo buscaría. Eso aún no responde el por qué decidiste--
—¡Porque dijiste que te daba asco, joder!—lo cortó con un grito, incapaz de contenerse, y Draco se quedó pasmado en su lugar.
Cuando finalmente conectó sus miradas, vio en ella incredulidad, enojo también. No veía esa expresión desde hace muchos años en su rostro. Le recordaba un poco a su yo adolescente. Draco avanzó hasta quedar frente a él, las cejas juntas.
—¡¿De dónde mierda has sacado eso?! —le gritó de vuelta, entredientes.
Él bufó agriamente, retándolo con sus ojos.
—¡Tú lo dijiste, con tu 'no me puedo hacer esto'! Dime, ¿tanto te costaba decírmelo meses atrás, lo humillante que era para ti sentir algo por un puto inválido?
—¡No uses esa palabra y no te atrevas a poner palabras en mi boca, maldición! —escupió, cada vez más enojado, entre cerrando sus ojos.
—¡Eso es exactamente lo que quisiste decir! Solo que te crees tan bueno, tan noble y buena persona con tus intenciones camufladas. Dime, Malfoy, ¿eso es lo que te dices en la noche, para ser capaz de dormir? ¿Que eres buena persona?
Draco, sin que él se lo esperara, golpeó la mesita de noche, haciendo saltar levemente un cuadro que había allí, del que ni siquiera se acordaba de haber colocado en ese lugar. Se sobresaltó, pero su ira no menguó.
—¿Por qué siempre escuchas lo que quieres? ¡¿Por qué, por una vez, no puedes solo oír?! ¡¿Tratar de procesar las palabras en esa cabezota llena de terquedad, enojo y narcisismo, Harry Potter?! —aumentó aún más el tono, y lo notó, así que inhaló profundamente, tratando de calmarse.
Los agujeros de la nariz de Harry se ensancharon, y era consciente de que estaba poniéndose rojo debido a la agitación de la pelea, pero ya no había vuelta atrás.
—¿Y qué se supone que debería entender? ¡Ilumíname entonces! ¡Tú, que todo lo sabes y te crees mejor que el resto por ello! ¡Dime! Dime con tus propias palabras lo mucho que te disgusta--
—¡¿Te has puesto a pensar, por solo un segundo, lo que todo esto significa para mí?! —le interrumpió, elevando las manos al cielo. Luego lo apuntó—. Puedo apostar que no. Puedo apostar que durante todo este tiempo no ha cruzado por tu mente lo que quiere decir para mí, enamorarse de un paciente —Harry tenía la réplica lista, estaba allí, pero murió en la punta de la lengua, desconectándose brevemente—. ¿Y si no vuelves a caminar? ¿A quién crees que culparás? ¿Huh? —elevó la barbilla brevemente en su dirección—. Y si lo haces, pero no puedes performar magia, y todo resulta bien entre nosotros, ¿me vas a decir que no me vas a resentir, por yo poder? ¿Porque tu vida ya no va a volver a ser cómo antes, mientras la mía avanza? —el tono de voz fue cada vez bajando de intensidad, hasta transformarse en un sonido cansado. Y triste—. ¿Y si tu recuperación requiere de años y las cosas terminan mal, y debo dejarte a tu suerte? Porque no podríamos trabajar juntos de esa forma.
Harry cerró sus ojos con fuerza, con la ira saliendo de su sistema. Tenía un montón de emociones en su interior, que iban desde la tristeza, hasta la esperanza, la impotencia. Era cierto que no había pensado en nada de lo que Draco decía, no lo iba a negar. Pero por alguna razón, sentía que eso no aplicaba para ellos, para su relación. Las reglas nunca habían aplicado para él.
—Esto es una relación de poder, Harry, puedes no verlo ahora pero-- —suspiró temblorosamente, sentándose finalmente en la silla, dejando caer todo su peso—. Siempre sentirás que soy yo quien lleva el control de todo, y terminarás odiándome, lo sé. Sé que esto no terminará bien, y sé que tú crees que sientes algo por mí, pero son solo--es solo nuestro pasado. Nuestra historia —apoyó sus codos en sus muslos, enterrando su cara entre sus palmas—. Jamás debí haber aceptado este trabajo en primer lugar. Esto jamás fue profesional, desde el minuto uno, las cosas entre tú y yo fueron personales, y me dejé llevar. Pensé que no haría daño, creí que--
—¿Me amas? —susurró Harry, inclinándose hasta adelante para tomar una de sus manos—. ¿Te has enamorado de mí?
Draco cerró sus ojos, arrugando su frente y alejándose del pelinegro, tomando una distancia que ya no existía en el plano sentimental. Eso no lo detuvo. Harry tomó un mechón de cabello del rubio, pasándolo tras su oreja y exhalando profundamente.
—Si me amas, podemos hacer esto. Esto es posible —murmuró, tratando de hacerlo entender.
Draco volvió a mirarlo, y sus preciosos ojitos volvían a verse tristes. Realmente no le gustaba esa mirada. No quería volver a verla
—El amor no lo puede con todo, Harry —le dijo, y era una locura. Toda su vida, fue el amor lo único que lo salvó—. Déjame ser tu cuidador. Déjame volver a ser nada más que tu medimago, ayudarte...
Harry negó, ahora acunando su rostro. Draco se recargó en su mejilla, besando con suavidad la palma del moreno, haciéndole sentir nervios. Un simple gesto desataba tantas emociones caóticas en su interior, y el ojiverde solo lo tenía más claro con cada segundo que pasaba.
—Quiero amarte —le dijo, con seguridad—. Quiero aprender a amarte, Draco —el rubio se veía herido, y Harry imploraba el poder borrar aquello de su expresión— Por favor...solo tienes que dejarme.
Draco se aferró a sus muñecas, presionando sus largos dedos contra su piel para cortar el contacto, pero no lo iba a permitir, ya no. Había dejado que se escapara muchas veces, no quería dejarlo ir. No quería que la oportunidad se les fuera a ambos solo por miedo. Finalmente, se rindió, y solo dejó allí sus manos, descansando contra su dorso.
—Harry, por favor, basta —pronunció con dificultad—. Esto no funcionará. Me duele decirlo, y sé lo difícil que te es creerlo, pero así será —suspiró, sin apartar su mirada—. Déjame ser tu Sanador, cortemos por lo sano y dejemos las cosas hasta acá.
Fue su turno de negar. Sus piernas caían a los costados de la cadera del hombre, debido a que la silla había sido dejada allí por su medimago anterior, y Harry estaba tan agachado como para que, mientras más se acercaba, más cerca podía distinguir los detalles del rostro de Draco. Y quería seguir haciéndolo, acercarse hasta cortar los tortuosos centímetros que los separaban desde hace meses, pero también tenía miedo. Miedo de que una vez que esa puerta se abriera, no sería capaz de volver a cerrarse.
—Enfoquémonos en tu recuperación —casi rogó Draco, arrugando aún más su frente, mirándolo hacia arriba.
Harry solo se dedicó a frotar con cariño su pulgar por sobre su mejilla, deleitándose de sentir su fría y suave piel contra su tacto, sentir como aquello también estremecía a Draco, tal como lo hacía con él. Quería seguir sintiendo esto, todos los días por el resto de su vida. No sabía qué era, no sabía si era realmente tan terrible, solo que lo necesitaba.
—En estos meses me he sentido más vivo que en los últimos doce años, yendo de acá para allá, persiguiendo cosas que realmente no me preocupaban —dijo con cuidado, acercándose cada vez más al rostro ajeno, que lo miraba con aquellos grandes orbes grises—. Culpa al accidente, a mi estupidez, si quieres. Y llámalo amor, obsesión o necesidad. Me da igual, Draco —asintió una vez, ya casi rozando sus labios—. Solo sé que lo que siento por ti, está aquí y no se irá. Ni hoy, ni mañana, ni en los próximos años.
Draco cerró los ojos, como si estuviera esperando un golpe. Quizás aquello era lo mismo, a su percepción. Sus rubias pestañas acariciaban sus mejillas y Harry solo quería besar cada centímetro a su disposición, solo necesitaba ser dejado.
—Basta--esto me hace daño —imploró, encima de sus labios, pero el pelinegro sabía, sabía que si Draco realmente tuviera la disposición de alejarse, y se levantaba, todo estaba perdido para él. No sería capaz de seguirlo, o de retenerlo.
Por lo tanto, eso quería decir que deseaba eso tanto como él.
—Entonces déjame curar tus heridas.
Draco respiró temblorosamente sobre su piel sensible, enviando escalofríos por todo su cuerpo, haciendo que se aferrara aún más a cada extremo de su cara, queriendo fundirse con él.
—Harry... —jadeó.
Entonces todo se hizo tan claro.
—Bésame.
Y Draco lo hizo.
Sus labios estuvieron sobre los suyos en una milésima de segundo, primero solo como un tacto. Uno leve. Que poco a poco se transformó en un movimiento y sincronización deliciosa. Tal como Harry esperaba que sería. Draco sabía a menta, a primavera, a libertad, a nuevos comienzos. Se sentía lo correcto. Se preguntó por qué había malgastado su tiempo odiándolo, cuando pudieron haber hecho eso en vez. Donde había estado metido toda su vida, buscando aquello, aquello, en diferentes bocas y diferentes cuerpos. Esperando que un solo tacto lo elevara a las nubes como él lo hacía.
Cuando estuvo a punto de profundizar, Draco se separó, mirándolo fijamente, y Harry pudo ver el debate en su mirada. Cómo el arrepentimiento, el deseo, el cariño y muchas cosas más cruzaban por ella, cómo ráfagas, y volvió a sentir miedo.
Miedo de que luego de deleitar el paraíso, tener que volver a la tierra. Miedo de que eso sería lo único que probaría de su parte por el resto de su miserable vida. No quería imaginarse algo tan horrible, tan falto de color y alegría.
Pero entonces, Draco elevó una de sus manos hasta depositarla sobre su nuca, enredando sus dedos por su desordenado cabello y lo empujó hacia él, chocando nuevamente sus bocas, abriendo la suya para dejarlo ingresar, y que sus lenguas chocaran, dejándolo probar su sabor, succionando su labio inferior, mordiendo, lamiendo. Todo de una sola vez.
Ese día, Draco no se fue.
Y a la mañana, seguía allí.
