-¡Bellatrix, BELLATRIX!

La chica abrió la puerta de la mansión casi asustada del ímpetu de su primo. Era agosto, llevaba todo el verano haciéndole visitas (asegurándose de no coincidir con su maestro), pero solía llegar con más calma.

-¡LO HE CONSEGUIDO, MIRA!

Vio en el rostro de su primo una expresión de concentración y unos instantes después, se convirtió en un enorme perro negro. Casi parecía un oso de lo grande y peludo que era. Bellatrix dio un grito y retrocedió asustada. Luego se calmó al comprender que su primo había sido el primero en lograr la transformación en animago. Era de esperar, practicaba el doble que los demás: con ella y con sus amigos. Se acercó a él y le acarició el lomo. El perro frotó la cabeza contra su estómago y después volvió a su ser.

-¡Es perfecto, soy gigante, podré ayudar a Remus cuando se transforme! Y también a ti cuando llegue el momento. James no lo consiguió: se tragó otra vez la hoja de mandrágora. Seguro que para la próxima luna llena lo lográis también.

La siguiente luna llena les pilló ya en Hogwarts, a mediados de septiembre. Bellatrix no había querido ejecutar el ritual hasta estar segura de que comprendía el proceso a la perfección.

-Bella, no es necesario saber quién inventó el conjuro ni qué efecto tiene la luna sobre las mandrágoras –le repetía Sirius-. Solo necesitas hacerlo bien y ya está.

Para su prima las cosas no funcionaban así: necesitaba entender el proceso intrínseco de cualquier conjuro u objeto mágico y empaparse de él. Dedicó el verano a hacer pruebas con Sirius convertido en perro. A finales de agosto por fin se sintió completamente segura de comprender cómo funcionaba la animagia. Entonces inició el ritual: mantuvo un mes una hoja de mandrágora en la boca y logró después que recibiera los rayos de luna llena. La depositó en la poción requerida y le añadió el resto de ingredientes: un cabello suyo, una cucharada de rocío sin alcanzar por la luz del sol que consiguió en el Bosque Prohibido con ayuda de Raspy y la crisálida de una polilla esfinge de la calavera que habían sustraído del despacho de Kettleburn. Solo quedaba esperar a una tormenta eléctrica.

Sucedió el dos de octubre. Estaba leyendo en la sala común de slytherin, procuraba hacerlo hasta estar segura de que sus compañeras de habitación dormían para no tener que verlas. Como esas estancias eran subterráneas no podía estar segura del tiempo que hacía fuera, pero el comportamiento del calamar gigante la puso en alerta (lo conocía mejor que a sus compañeros): no le gustaban los truenos y cuando sucedían empezaba a sacudirse y a arrojar tinta por sus tentáculos. Bellatrix corrió a su baúl, extrajo la poción y salió a comprobarlo.

-¡Sí! Es una tormenta eléctrica. ¡Vamos, Raspy!

El escarbato, que la había seguido correteando, se introdujo de un salto en el bolsillo encantado de su capa. La bruja subió hasta el séptimo piso y ahí empezó a sentirse nerviosa. Era muy peligroso transformarse sola, podía salir muy mal… pero no podía avisar a Sirius, ni siquiera sabía dónde estaba la sala de Gryffindor. Él le había prometido que la ayudaría pero no se les ocurrió que el momento llegara de forma tan imprevista. Aún así no podía retrasarlo, supondría esperar a otra tormenta eléctrica y podían pasar meses.

-Tendremos que hacerlo solos, Raspy –susurró.

Caminó tres veces frente a la pared de la Sala de Menesteres mientras pensaba que necesitaba una habitación donde poder transformarse en animaga. Pronto se dibujo ante ella una puerta dorada que abrió con mano temblorosa.

-¡Bella! –exclamó Sirius jadeando.

Por su aspecto debía haber corrido por todo el castillo. Ni siquiera había perdido tiempo en coger la capa de invisibilidad. Bellatrix se sorprendió de que la hubiese encontrado, no le había hablado de la Sala de los Menesteres.

-¿¡Quién anda ahí!? –se escuchó la áspera voz de Filch acercándose.

Bellatrix le empujó dentro y la puerta desapareció tras ellos. La sala estaba despejada, con sofás y cojines en suelo, un espejo de cuerpo entero y una mesita en un lateral. Bellatrix colocó sobre ella la poción y sacó a Raspy de su capa. "¿Cómo me has encontrado?" le preguntó a su primo; "¿Qué es este lugar?" inquirió él simultáneamente. Bellatrix le explicó cómo funcionaba la sala y su amigo le mostró el mapa del merodeador.

-La tormenta me ha despertado, desde que soy medio perro tengo el oído mucho más fino. Como no sabía si estarías despierta he vigilado el mapa hasta que te he visto y he venido corriendo. Filch me ha debido oír, pero no me ha visto.

Bellatrix asintió. Temblaba de los nervios, ya no sentía tantas ganas de ser animaga…

-¡Vamos a ello! –la animó Sirius- Antes de que deje de llover. Lo primero es que repitas el conjuro de Amato animo animato animagus apuntando con la varita al corazón.

Su prima asintió pero no hizo nada. Había gente que moría por ejecutar ese ritual, otros quedaban mutilados o deformes de por vida. Era cierto que había estudiado todo lo relativo a la animagia durante años, salvo McGonagall y Dumbledore nadie en el castillo sabría del tema más que ella. Pero aún así tenía miedo. Sirius lo comprendió y la agarró por los hombros obligándola a mirarle.

-Va a salir bien, Bella. Has hecho todos los pasos y eres la mejor bruja del colegio, vas como diez cursos adelantada -aseguró él-. Además, yo pude. Claro que soy mejor mago que tú, pero aún así…

La provocación funcionó: Bellatrix ejecutó el conjuro sin dudar. Después volvió a mirar a su primo dudosa.

-Ahora tómate la poción. No es agradable, la verdad. Sentirás como si todos los huesos se te rompen uno a uno y tardarás un rato en controlar tu cuerpo animal. Pero en cuanto te acostumbras es pan comido y ya no duele. No tendrás ningún problema.

-¿Me lo prometes?

-Te lo prometo. Eso sí, las primeras veces no lograrás transformarte con ropa, pero no miraré. Va a ir todo bien. Estoy contigo, va a salir bien.

Bellatrix creyó en esas palabras como nunca había creído en nada. La ropa era lo que menos le preocupaba. Recuperó la poción, cogió aire y se la bebió. El sabor era entre ácido y amargo, bastante desagradable, pero la ingirió de un trago. Fue tal y como Sirius lo había descrito: sintió como todo su cuerpo se quebraba lentamente. Pronto el dolor fue tal que cerró los ojos y se tambaleó. Notó cómo Sirius la sujetaba entre sus brazos y eso la tranquilizó ligeramente, pero segundos después perdió el conocimiento.

Tuvo la sensación de que habían pasado horas, pero fueron solo unos minutos cuando volvió a abrir los ojos. La sala se había vuelto mucho más grande y el suelo enmoquetado le resultaba incómodo, extraño. Se giró y vio con horror a Sirius: ¡estaba enorme, había crecido como diez metros! Y no solo él, cuando Raspy corrió hacia ella comprobó que era casi de su mismo tamaño. El animal alargó sus brazos para jugar y ella gritó del miedo y se alejó de un salto. Solo que no gritó: lo que salió de su boca fue un graznido; tampoco fue un salto: desplegó las alas y echó a volar. Recorrió la sala completamente desorientada, intentando adaptarse a la sensación.

Tras planear unos minutos, localizó el espejo y voló hacia él. Era un cuervo, uno grande y majestuoso, con el plumaje negro y brillante y unos ojos vivaces y casi negros como los de su forma humana. Estuvo un rato estudiando su aspecto. Después, volvió el estrés. ¿Y ahora cómo volvía a ser persona? ¿Y si se quedaba atrapada así para siempre? Intentó calmarse y recordar lo que había estudiado. En cuanto se concentró y deseó volver a su cuerpo con ropa (puso especial énfasis en lo último), las plumas pasaron a ser piel y la túnica apareció en su persona.

-¡Lo has conseguido! –exclamó Sirius corriendo hacia ella con una sonrisa brillante- ¡Y encima con ropa, cómo puedes ser tan increíble!

La abrazó con fuerza y la felicitó. Le aseguró que se había adaptado mucho más rápido que él, iba a tener razón en que estudiar sí que era útil… "La segunda vez ya no duele, prueba si quieres" la animó. Ella murmuró que estaba cansada, mejor otro día.

-¿Te encuentras mal, sientes algún dolor? –preguntó Sirius preocupado.

-No, no… Estoy bien –aseguró.

-¿Entonces qué pasa? Te conozco, Bella, sé cuándo te pasa algo.

Ella abrió la boca dispuesta a repetir que todo estaba bien, pero bastante avergonzada confesó:

-Creí que sería una pantera, o un lobo… O una serpiente grande y peligrosa. O quizá un perro como tú… Pero tanto trabajo y… solo soy un pájaro.

-¿Y qué problema hay? ¡Es genial, puedes volar! ¡Nunca más necesitarás una escoba!

-Pero soy un estúpido pájaro… Soy igual que Lechuza.

-Eres un cuervo, no una lechuza.

-No, Lechuza es el nombre del cuervo de Rod.

Sirius frunció el ceño y murmuró que Lestrange era muy tonto. Bellatrix estaba tan abstraída que ni siquiera defendió a su amigo. El chico la condujo a uno de los sofás, la cogió de la mano y comentó:

-Yo necesitaba ser un animal grande para controlar a Remus, pero tú no tienes ese problema. Para huir, camuflarte, espiar… para cualquiera de las cosas que te pueden salvar la vida es mucho más cómodo ser un animal pequeño. Y ya ni te cuento poder volar…

Su prima le miró un poco más animada.

-A ti te encanta la magia oscura, por mucho que me pese así es… -masculló su amigo- ¿Sabes cuál es el mayor miedo de todos los magos oscuros?

-Azkaban -contestó la chica sin entender a qué venía eso.

-¿Te das cuenta de que jamás podrían encerrarte ahí? A ver, poder podrían, pero te escapas entre los barrotes y listo.

Inquietantemente eso contribuyó a elevar el ánimo de su prima. Así que Sirius continuó:

-Remus sale de Hogwarts a través del pasadizo del sauce boxeador, por ahí me colaré yo. ¡Pero tú puedes salir por donde quieras e ir a donde quieras! Y… y… -balbuceó el chico buscando más argumentos- Cientos de magos mueren al año por accidentes de escoba, tú nunca tendrás uno. Y el cuervo está en el escudo de los Black, tú siempre has estado orgullosa de tu apellido. Además es uno de los animales más inteligentes del mundo, por eso te habrá tocado.

Al final Sirius consiguió que la sonrisa de Bellatrix volviese a ser sincera. "¿Estás mejor?" le preguntó él acariciándole la mano. Como respuesta, su prima le besó. Le besó con mucha más profundidad que las veces anteriores. Y finalmente declaró:

-Quiero ser tu novia. No sé cómo funciona eso, pero no quiero que estés con ninguna otra, solo conmigo, aunque no se lo digamos a nadie.

Sirius abrió los ojos sorprendido. Como Bellatrix no sabía gestionar esos temas los expresaba tal cual, sin ninguna delicadeza. Y a él le pareció estupendo. Asintió con una sonrisa solemne y sellaron el trato con otro beso. Cuando decidieron que era el momento de volver a sus habitaciones, Sirius echó un último vistazo a la sala.

-O sea, que se transformará en lo que nosotros queramos, ¿eh? –comentó alzando las cejas con una sonrisa sucia.

Bellatrix sonrió también y le dio un manotazo por sus nada nobles intenciones. Su primo comentó que no contaría nada de esa sala y no la incluiría en el mapa. La bruja volvió a su sala común con una sonrisa.

-¿De dónde vienes a estas horas?

-No te incumbe, Cissy, soy mayor, puedo hacer lo que quiera. ¿Y tú qué haces despierta?

-He perdido a mi unicornio, no puedo dormir sin él. Lu me está ayudando a buscarlo –murmuró señalando a un chico rubio al otro lado de la sala.

"Accio unicornio" murmuró Bellatrix y al momento el peluche salió de detrás de un sofá y voló a su mano. Se lo devolvió a su hermana que la abrazó con gratitud, le indicó a su amigo que ya había aparecido y se marcharon a dormir. Era el primer año de Narcissa. Como la veía mucho más inocente y dependiente que a Andrómeda, Bellatrix intento ayudarla. Sin embargo no hizo falta: a los dos días su hermana ya era la reina de Slytherin, admirada y envidiada por todos. El tal Lucius Malfoy al que Bellatrix no veía nada inteligente la seguía babeando en todo momento.

-¿Necesitas ayuda con tus deberes, Cissy? –se ofreció Bellatrix una tarde.

-Eh… No… Bella, no hace falta que estés tanto tiempo conmigo. Todo el mundo dice que eres rara y te tienen miedo. Yo te quiero igual, pero no quiero que piensen que también soy rara…

Su hermana asintió sin saber qué decir. Era cierto, ella no era nada popular; si no la molestaba nadie era porque la temían. No le importaba: sacaba las mejores notas y no necesitaba a nadie, pero su hermana prefería otro camino. Y así fue. Las notas de Narcissa eran mediocres y no destacaba en ninguna asignatura. Sin embargo, todos los chicos (y algunas chicas) de sangre pura escribieron a sus casas preguntando si podían concertarles el matrimonio con ella. Druella y Cygnus estaban satisfechos y no le exigían tanto como a sus hermanas.

-Bah, mejor así –decidió Bellatrix-. Estoy muy ocupada con las nuevas técnicas de duelo que me enseñó mi tutor.

Ese era otro tema que ocupaba gran parte de sus pensamientos: Voldemort. Lo admiraba profundamente, pero empezaba a inquietarle su insistencia en que la única salida para ella sería unirse a su causa. Antes no le importaba, pero ahora había descubierto que lo que le contaba no siempre era verdad y eso le desconcertaba. Sobre todo su rechazo a los muggles porque según él eran inferiores a bestias. Gracias a la tecnología muggle Sirius podía ir a visitarla en verano.

Además, su primo la había llevado a conocer Gloucester, la ciudad más próxima a la Mansión Black que ella jamás había visitado. La arquitectura le encantó, las tiendas vendían cosas bonitas y los muggles los trataban bien… Aún le generaban desconfianza y resquemor, pero eso no quitaba que las afirmaciones de Voldemort resultasen exageradas. De ese tema ya no podía hablar con Rodolphus, pues su hermano mayor se había unido oficialmente a su causa.

-¿Vamos, Bella?

Bellatrix volvió a la realidad.

-¿Te importa adelantarte, Rod? Quiero preguntar una duda.

-¿Sobre qué? –inquirió su amigo frunciendo el ceño- Eres la mejor de la clase, ¡si te da ejercicios más avanzados para que no te aburras!

-Sobre un conjuro que piden en los ÉXTASIS. Además ahora hay Defensa, cualquier excusa es buena para saltarse esa ridiculez.

Rodolphus se encogió de hombros y se marchó con sus amigos. Bellatrix esperó a que salieran y se acercó nerviosa al escritorio de McGonagall.

-Profesora… ¿Podría hablar con usted?

-¿Sobre qué, señorita Black? Poco menos que se ha dormido en clase…

-Sí, pero ya había hecho todo lo que me ha pedido. Es sobre la tutoría de orientación profesional, para los T.I.M.O. y eso…

-De eso se encarga el jefe de cada casa. El profesor Slughorn estará encantado de hablar con usted.

-Sí, ya lo hizo. Su primera pregunta fue con quién tengo pensado casarme. La segunda si necesito que alguno de sus contactos "hable bien de mí" en el Ministerio.

McGonagall puso los ojos en blanco, aunque no la sorprendió. Era la metodología de su compañero: consideraba que los slytherins eran diferentes, tenían la vida resuelta y no necesitarían trabajar. Le gustaba conectarlos con sus contactos para darse importancia y estar bien relacionado. A Rodolphus y a todos los demás les había parecido muy bien, pero Bellatrix no quería eso. Quería una tutoría de verdad, aunque sus amigos se burlarían si descubrían que pretendía buscar trabajo.

-¿Y no le interesa eso a usted? –inquirió McGonagall.

-Bueno, yo… Quiero conocer todas las opciones.

No se atrevió a confesar la verdad. Desde pequeña se había esforzado mucho para evitar esa vida: esposa devota sin ocupación y madre de varios retoños de sangre pura no era precisamente su sueño. Por supuesto sería estupendo vivir sin trabajar… pero si no aceptaba las normas establecidas, sus padres la desheredarían. Ese era su mayor miedo: verse sin hogar, sin dinero y sin forma de ganarlo.

-Siendo honesta no creo que usted necesite nada de esto –comentó McGonagall.

Bellatrix abrió la boca para replicar, pero asintió lentamente y se giró con la cabeza gacha.

-Me refería a que con sus notas podrá elegir lo que quiera. Es de los alumnos más brillantes del colegio –añadió la profesora-. Pero siéntese, puedo enseñarle los folletos.

Con un accio no verbal, varios folletos acudieron al escritorio de McGonagall y se presentaron en forma de abanico. Mucho más animada, Bellatrix se sentó frente a ella. La directora le preguntó si tenía alguna idea.

-Bueno, me gustaría ganar dinero… Y no tener jefes, no quiero que haya nadie por encima de mí. Y que no sea aburrido…

-La mejor opción en lo económico es el Departamento de Aurores, sí que tendrías jefe pero…

-Odio a los aurores.

-¿De verdad? –inquirió la profesora en absoluto sorprendida- Es la segunda opción de su primo.

-¿Cuál es la primera? –inquirió Bellatrix que sabía que Sirius aspiraba a ser auror.

-Modelo de monedas, esculturas y retratos –suspiró McGonagall.

-¿Qué?

-El señor Black considera que su belleza es tan inconmensurable que debe hacer algo por compartirla con el mundo. Aprovechando que (y cito literalmente) "Todos los cuadros y esculturas de este castillo son más feos que los calzones de Merlín", juzga que puede solucionarlo ofreciendo su imagen. Y lo mismo de las monedas: dice que los galeones lucirían mucho mejor si llevasen su rostro. Me regaló uno de prueba, lo que tiene de arrogante lo tiene también de hábil en las transformaciones…

-¿Desperdició un galeón poniéndole su cara?- preguntó la chica contemplando la moneda desde la que Sirius le guiñaba un ojo.

-Usted y yo lo consideramos desperdiciar; él lo llama mejorar –murmuró la mayor -. Pero volviendo al tema, si eso no le interesa, podría trabajar recuperando tesoros para Gringotts. No tendría jefes en el sentido estricto y es emocionante, lo único es que…

-Los duendes son muy desagradables y trabajas para ellos –completó la chica.

-Así es. ¿Y dedicarse a los negocios mágicos, como su padre? Invertir en la Bolsa Mágica, compra-venta de bienes, patrocinar a personalidades célebres…

-Sí, eso estaría bien, pero tendría que pedirles el dinero inicial a mis padres… Y no me lo darán gratis.

-Quizá para conseguirlo pueda dedicase a algo que aunque no reporte tanto beneficio resulte más disfrutable.

-¿A qué? –inquirió la chica dudosa.

-Por los movimientos extraños que llevo años notando en su mochila… yo diría que tiene buena mano con las criaturas mágicas. Podría ser magizoóloga.

Bellatrix se ruborizó. Raspy solía jugar con su pelotita brillante: le encantaba perseguirla y rebotar contra las paredes de su mochila. Si su profesora no la había delatado era probablemente porque estaba admirada de que hubiese sabido usar el encantamiento de extensión indetectable. Rápidamente desvió el tema:

-¿En qué consiste? Sé que muchos son profesores y eso parece aburrido…

-También los hay que se ocupan de conseguir ingredientes para pociones y fabricación de artículos.

-¡Pero eso hará daño a los animales! –replicó Bellatrix.

-No si se hace bien. Si un unicornio tiene confianza con un mago o bruja, le permitirá tomar un par de cabellos; lo mismo con las escamas de serpientes no venenosas, aunque para eso hay que tener una confianza extrema… Los erumpent pierden el cuerno una vez al año, los demiguises mudan el pelo cada tres meses… hay que estar pendiente y recogerlos. Esos ingredientes suelen estar bien pagados porque no son fáciles de conseguir. Si no quiere trabajar para ninguna empresa, podría venderlos por su cuenta. E incluso fabricar usted misma las pociones.

Bellatrix asintió lentamente. Aquello no le daría mucho dinero y además le costaría encontrar un lugar donde habitasen esas criaturas y organizar un método de trabajo… Pero de momento era la opción más emocionante.

-¿Qué necesito para eso?

-A ver… -murmuró McGonagall hojeando el folleto- Por supuesto piden el ÉXTASIS en Cuidado de Criaturas… También los de Herbología y Pociones.

La estudiante asintió de nuevo. Con el primero no habría ningún problema. Con Pociones tampoco: desde que en primer año Severus le transmitió el amor por ese arte, era ya una pocionista sobresaliente. La Herbología no se le daba tan bien pues nunca le había dado importancia, pero tenía tiempo para estudiar. Sin embargo, le deprimía pensar que todo lo que sabía de Artes Oscuras no le serviría para nada…

-¿Y no hay nada para lo que pueda aplicar las ar… la Defensa contra Artes Oscuras? Además de auror, claro.

La mirada de la directora se endureció. Con tono menos amable, advirtió:

-Es importante que recuerde que cualquier profesión lucha para combatir las artes oscuras, Black. Y son precisamente los que más atracción sienten hacia ella quienes deben mantenerse alejados. Por su propio bien.

Bellatrix asintió nerviosa, McGonagall lograba que todo sonase a reprimenda.

-De todas maneras, si quiere canalizar esa energía… ¿Ha pensado en ser duelista profesional? Es un deporte como el quidditch, los duelistas más hábiles se vuelven muy populares. El duelista en activo más famoso, Geoffrey Bayler, tiene más fans que cualquier jugador de quidditch.

Bellatrix no pudo reprimir una carcajada: "No me duraría ni cinco minutos". Lo conocía, Voldemort le había mostrado sus técnicas. Sí, era un duelista profesional, pero precisamente porque estaba federado debía jugar limpio y mantenerse alejado de las artes oscuras. Si no, le retirarían los títulos y la licencia para las competiciones. Los aurores vigilaban muy de cerca a los duelistas.

-Yo también lo creo, señorita Black –respondió McGonagall con tono gélido pese a ser un cumplido-. Por eso juzgo que es mejor que elija una profesión que no ponga a prueba su moral. Los magos y brujas tenebrosos nunca terminan bien, viven atrapados en sus propios terrores.

Bellatrix tragó saliva y asintió. Tras un par de cuestiones más, tomó los folletos de magizoología y duelo y los guardó en su bolsillo. Le dio las gracias a la profesora y se marchó.

Durante los siguientes días no paró de darle vueltas a las palabras de McGonagall. El terror de Voldemort era morir, había dedicado su vida a combatirlo de forma casi enfermiza (aunque nunca detallaba cómo) y Bellatrix no quería eso. Pero sí que amaba la adrenalina de las artes oscuras y no sabía si algo podría igualar esa sensación.

-Hola, peque –susurró una voz en su oído-. Esta noche podemos ir a la Casa de los Gritos para estar un rato los tres solos.

A Bellatrix le emocionó que Sirius contara con Raspy y aceptó sin dudar. Además le gustaba que la llamase peque: protestaba porque Sirius solo era un año mayor, pero le encantaba tener un apodo cariñoso. En ese momento, olvidó por completo las artes oscuras.

-Bella, ¿te puedo comentar algo? –le pidió una mañana su hermana.

-Dime. Llego tarde a Encantamientos pero no creo que Flitwick lo note.

-Bueno, a ver… Es que… Resulta que…

-¿Qué pasa, Andy? Me estás poniendo nerviosa.

-Bueno que… Nada, es igual.

-Pero…

"Nada, nada" murmuró Andrómeda que ya se alejaba por las escaleras. Bellatrix se encogió de hombros constatando que no entendía a sus hermanas. Situaciones similares se repitieron entre ellas durante todo el curso. La mayor notó que su hermana mediana no confiaba en ella y que la menor se avergonzaba de ella. Pero no le importó mucho, tenía a Sirius y a Rodolphus y Severus. O los tuvo hasta que decidió que al menos dos eran imbéciles.

Algunas noches Bellatrix salía a volar y esta fue una de esas noches. Cuando James Potter salvó a Severus de ser atacado por Lupin convertido en hombre-lobo, nadie reparó en el cuervo que sobrevolaba la escena. A Bellatrix no le costó atar cabos: Snape llevaba tiempo siguiendo a los Merodeadores para descubrir qué tramaban, tanto Lily como ella le habían aconsejado que los dejase en paz. Sirius se las ingenió para que Snape le escucharse comentar con James la forma de burlar al sauce boxeador. Y el slytherin no se resistió a comprobar su teoría y a casi morir.

-Te advertí que los dejaras en paz –le amonestó Bellatrix.

-¡Pero es culpa de ellos! ¡Hubiese podido morir si…!

-No te hagas el inocente conmigo, Severus. Eres inteligente, sabías de sobra lo que ibas a encontrar y pretendías delatarlo. Irónicamente es probable Sirius y Potter te han salvado la vida.

-¡Y un cuerno me han…!

-De no habértelo dicho Sirius, James no habría ido a salvarte. Habrías encontrado la forma de esquivar al sauce y un hombre-lobo te hubiese desmembrado merecidamente por idiota. Así que vete a lloriquearle a Evans porque conmigo no cuela.

Ese fue el momento en que terminó su relación con Severus. Pero pese a lo que había dicho, no estaba nada contenta con su primo.

-¡Podrían haberte expulsado, Sirius! ¡Severus podría haber muerto!

-¡Yo no hice nada! –se defendió él- No es mi culpa que Quejicus…

-Ya, ahórratelo. Sé de sobra lo que has hecho. Lo que no entiendo es qué te ha hecho a ti él. No es malo, a mí me ayudó a estudiar pociones.

-¿Bromeas? Es un loco de las artes oscuras, sus amigos gastan bromas muy crueles a los hijos de muggles. Desde antes de venir a Hogwarts había inventado maleficios que impresionarían a Grindelwald. Es un bicho raro, no sé cómo alguien querría estar con él.

Se hizo un gélido silencio. Pese a su arrogancia y chulería, Sirius se dio cuenta de su error.

-Bella, no me refería a… -empezó con suavidad.

-No, ha quedado claro. No sé por qué querrías estar conmigo si también adoro las artes oscuras, tengo menos amigos que él pero igual de malos y yo no impresionaría a Grindelwald sino que me lo cargaría. Búscate una novia mejor, una que no sea un bicho raro.

-¡No! ¡Tú eres la…!

Bellatrix se marchó a toda velocidad. Sirius la siguió corriendo, pero su prima se metió a un aula vacía y un cuervo salió volando por la ventana.

Dos semanas después llegaron los T.I.M.O. y los alumnos de quinto no hicieron más que estudiar. Bellatrix evitó a Sirius durante lo que quedaba de curso; él tenía un mapa, pero ella era muy buena escabulléndose, así que lo logró. Rodolphus –más bien sus padres- la invitó a pasar dos semanas de julio en el castillo de su familia en Francia y como no tenía fuerzas ni para inventar excusas, aceptó. Cuando le llegó la carta confirmando todos sus Extraordinarios no sintió ninguna ilusión. Su vida parecía llevarla dando tumbos a un lugar al que no deseaba llegar.