CAPÍTULO 3

Bella

Tomé un sorbo del vino que Esme Cullen me había servido cuando entré en su casa, sintiéndome incómoda de haberme entrometido en una cena familiar.

Yo no era familia. Mi sitio no estaba allí. Ni siquiera era amiga cercana de los Cullen, para ser sincera. Aunque mi madre y Esme habían sido muy buenas amigas durante la mayor parte de su vida de casadas, en realidad, yo no conocía bien a nadie de la familia. Y no había visto a ninguno de ellos desde el funeral de mis padres. Esme había asistido, pero sus hijos todavía estaban en la universidad o fuera.

Recordaba haberla visto y haber hablado con ella en el funeral de mis padres, pero ahora era incapaz de recordar nada de lo que ella había dicho. Yo estaba absorta en mi pena, demasiado conmocionada de que tanto mi madre como mi padre hubieran fallecido tan repentinamente. Hacía siete años, Un conductor ebrio había acabado con la vida de dos personas que yo quería de todo corazón. Incluso ahora había momentos en los que todavía me costaba creer que ya no estaban.

Me había encontrado con Esme antes en el resort y ella me había invitado a cenar. En ese momento, pensé que sería preferible a estresarme yo sola en la habitación, pero ahora que la única hija de Esme, Rosalie, había llegado con su marido, Emmett, me sentía... incómoda.

No es que no me gustara Rosalie. Simplemente no la conocía a ella ni a su esposo. Había dado por hecho que Esme estaría sola. Cuando me invitó, tampoco sabía esperaban que Anthony apareciera por allí.

«No importa. Cualquier sentimiento que temiera que resurgiera cuando volviera a verlo ha desaparecido», me recordé a mí misma. Me relajé un poco al recordar mi enfrentamiento de antes con el mayor de los Cullen.

Esme habló con una voz auténtica de felicidad.

—¡Qué alegría verte de nuevo, Bella! Solo lamento que muchos de los chicos no estén aquí. Mike y Jessica están fuera. Jasper va a ir a buscar a Alice porque tiene clase esta noche, así que tampoco pueden venir. —Esme suspiró—. Es bastante raro que todos mis hijos estar en el mismo sitio a la vez.

Yo le sonreí, inclinando el cuerpo hacia su silla mientras ambas nos sentábamos en la mesa de la cocina con una copa de vino.

—No pasa nada. Siento que me estoy entrometiendo un poco, —reconocí

—. No sabía que era una cena familiar.

Por lo que Esme había dicho cuando llegué, hacía una cena semanal y cualquiera de sus hijos que podía, acudía al acontecimiento.

—No te estás entrometiendo, —respondió Esme en tono firme—. Tu madre era mi mejor amiga. Ella querría que te considerara una más de la familia. Solo desearía conoceros mejor a todos. Te pareces mucho a ella cuando era joven.

Tragué saliva, intentando que no me conmoviera el recordatorio de que tenía los ojos de mi madre y algunos de sus rasgos.

—Ya éramos todos mayores cuando fallecieron, —le recordé.

—Lo sé. Y vosotros fuisteis a universidades diferentes que mis hijos. Pero fue una lástima que tu madre y yo no pudiéramos juntaros a todos más a menudo.

A mí no me parecía que fuera una tragedia no haber pasado mucho tiempo con los niños de los Cullen. Todos me odiarían. No era muy agradable de niña, ni de adolescente, para el caso. Era malcriada, me creía con derecho a todo y estaba tan protegida por mis padres que a ninguno de los Cullen le habría gustado. Recordaba vagamente que, de pequeña, me gustaba tener a Edward cerca, pero también lo atormentaba. Quizás fuera por el hecho de que me aguantara tantas mierdas cuando era niña por lo que quería que él estuviera en cualquiera de nuestras fiestas familiares.

Entonces, un día, dejó de asistir. No podía culparlo, pero recuerdo haberme sentido triste al dejar de verlo.

Respiré hondo antes de contestar:

—Probablemente sea mejor que no lo hicierais. Yo era un poco… — interrumpí la palabrota rápidamente y proseguí—; era una niñata.

Esme soltó una risita.

—Lo sé. Eras un trasto de niña. Pero sigue siendo una pena que los hijos de mi mejor amiga y los míos no os hayáis conocido bien. Todos vivíais a unos quince kilómetros de nosotros, pero os asignaron distintos colegios.

—Menos mal, —farfullé.

Rosalie estaba sacando algo del horno y añadió:

—No podías ser tan mala.

Emmett permaneció en silencio mientras se sentaba al otro extremo de la mesa con una botella de cerveza en la mano. Me percaté de que estaba escuchando, pero no sabía nada de mi familia.

—Créeme... era realmente mala, —confesé lo suficientemente alto como para que Esme y Rosalie pudieran escucharme—. Creo que mis padres querían protegerme, pero esa preocupación terminó separándome por completo de cualquiera que no tuviera una vida tan afortunada como nosotros. Fui a un colegio privada donde todos los demás eran tan privilegiados como yo. Tuve que crecer para darme cuenta de que en realidad era extremadamente afortunada.

Rosalie se acercó y se sentó junto a Emmett mientras preguntaba:

—¿Qué cambió?

—Cuando tenía dieciocho años, decidí escaparme de casa. Me quedé atrapada en una ventisca y pasé unos días en un refugio para personas sintecho. Aprendí muy deprisa lo mal que podría estar y de cuánto había huido por algo estúpido.

Esme abrió la boca para hablar, pero la interrumpió el sonido retumbante de un hombre al entrar en casa.

—¿Mamá? —Bramó la grave voz masculina.

—Aquí, —indicó Esme.

Yo estaba frente a la entrada de la cocina y me sobresalté cuando otro par de ojos grises Cullen se posaron en mi rostro desde la puerta de la cocina casi de inmediato.

—¿Anthony? —Le pregunté a Esme. Ella negó con la cabeza.

—Edward. —Hizo un gesto a su hijo para que se sentara a mi lado—. Edward, ven a saludar a nuestra invitada. Ya os conocéis.

Resultó extraño que Esme dijera eso porque yo no había visto a Edward desde que era un niño, pero supongo que ella consideraba que nos conocíamos.

Mis ojos se encontraron con los suyos y me estremecí un poco ante la intensa mirada que me había dirigido mientras rodeaba la mesa, besaba a su madre y luego se sentaba a mi lado. Yo me pregunté si estaba molesto porque me hubiera entrometido en su cena familiar. Como probablemente estaba mucho en Washington porque era senador, quizás no podía pasar mucho tiempo con su madre y sus hermanos.

—Hola, Bella, —dijo con voz grave y masculina que me recorrió la columna vertebral.

Yo giré el cuerpo hacia él.

—Senador, —lo reconocí con una inclinación de cabeza.

—Edward, —me corrigió—. No utilizamos muchas formalidades en esta familia.

Emmett bufó desde el otro extremo de la mesa.

—Respetamos a Esme, pero, por lo demás, todos nos las hacemos pasar canutas, —dijo con una sonrisa en la mirada mientras Rosalie le daba un manotazo en el brazo.

Edward seguía mirándome fijamente cuando extendió la mano.

—Me alegro de verte de nuevo, Bella. Le estreché la mano con una sonrisa.

—Mentiroso, —lo acusé—. Hacía tu vida miserable cuando era niña y lo sabes. Dudo mucho que te alegres de verme. Pero no te preocupes. He crecido. Como Edward solo me había conocido como una niña malcriada, dudaba que me creyera. Mis recuerdos lejanos de él eran dignos de estremecerse, a pesar de que solo era una niña pequeña.

Su mirada de acero me recorrió de arriba abajo y finalmente me soltó la mano diciendo:

—Ya lo veo. No cabe duda de que eres... toda una mujer.

—¿Ya estamos todos? —Preguntó la voz retumbante de Anthony desde la entrada de la cocina.

Esme sonrió radiante.

—Te estábamos esperando a ti, —le dijo a su hijo mayor—. Rosalie y yo podemos servir la cena ahora.

Rosalie se levantó del asiento.

—Pero los hombres tienen la suerte de lavar los platos, —dijo con firmeza, lanzándole una mirada traviesa a Emmett.

El marido de Rosalie se encogió de hombros.

—No hay problema por mi parte.

—Ni por la mía, —secundó Edward, sin apartar su intensa mirada de mi rostro.

—No creo que ninguno de nosotros discuta ya que no sabemos preparar ni un huevo frito, —añadió Anthony dándole un beso en la mejilla a su madre cuando ella se levantó para traer la cena a la mesa.

—Os ayudo, —le dije a Esme apresuradamente, confundida por la forma en que mi corazón latía desbocado bajo el escrutinio de Edward.

Miré a Anthony y él me lanzó una mirada de advertencia. No estaba segura de qué quería decir con eso, pero no pensaba contarle a su familia por qué estaba allí. Le había dicho a Esme que solo necesitaba un descanso y pensé que Rocky Springs sería perfecto. En realidad, no me había preguntado acerca de que me alojara en su resort. Esme sabía que habíamos vendido la casa de mis padres después de su muerte, ya que ninguno de nosotros quería mantener la casa donde nuestros padres habían sido tan felices. Era demasiado doloroso estar allí sin ellos.

Me levanté de un salto, agradecida de poder darle la espalda a Anthony y a Edward mientras ayudaba a Esme a poner la cena. Resultaba muy desconcertante ver a los dos gemelos juntos.

No cabía duda de que Edward y Anthony eran idénticos. Incluso iban ataviados con ropa parecida: suéteres gruesos y pantalones. La única diferencia era que Anthony había elegido un suéter gris claro, mientras que Edward vestía de azul marino. Al principio, no estaba segura de poder distinguirlos de no ser por los colores de sus suéteres, que los identificaban. Pero, a medida que la comida continuaba, me di cuenta de que eran diferentes, aunque físicamente eran exactamente iguales.

Edward intercambió insultos con Emmett, lo cual evidenciaba que ambos estaban unidos. Anthony era callado, observador y sus respuestas a su madre y Rosalie eran directas e iban al grano.

Pasé la mayor parte del tiempo poniéndome al día con Esme durante la cena, pero sentí la mirada frecuente de Edward.

«Quizás aún no me soporta porque era odiosa de niña», pensé.

Para cuando terminamos el postre, Edward todavía no me había dirigido mucho la palabra. Me había ignorado descaradamente, centrando la mayor parte de su atención en Emmett.

No estaba muy segura de por qué me molestaba eso, pero me exasperaba que ni siquiera intentara entablar una conversación para ser cortés. Por supuesto, yo tampoco lo hice porque estaba demasiado ocupada preguntándome por qué su aroma masculino prácticamente me hacía salivar. Olía fenomenal y el calor que irradiaba su cuerpo me hizo querer acercarme aún más de lo que nos obligaba la acogedora mesa.

Me pregunté si él estaba tan tenso como yo, pero descarté la idea. Él no me conocía y yo no lo conocía realmente. Cierto, me había acostado con su gemelo hacía más de una década, pero nunca había sido la apariencia de Anthony lo que me atraía. Era guapo, pero era mucho más que su atractivo rostro por aquel entonces lo que me había hecho querer estar más unida a él.

La atracción había sido casi inexplicable, pero esa atracción había desaparecido hacía mucho tiempo.

Dejé escapar un suspiro de alivio cuando todos nos levantamos para recoger los platos, a pesar de la afirmación de Rosalie de que se encargarían los chicos, y evité a Anthony y Edward mientras ayudaba rápidamente a cargar los platos y recoger la mesa.

Después de eso, me disculpé con Esme y salí por la puerta, dudosa de que nadie fuera a darse cuenta de que me había ido.