Me adjudico todos los errores ortográficos y/o gramaticales que puedan encontrar en el capítulo.


Nota: Fue un gusto haber llegado al mundo ficcional como Chikkita, solo que ya es momento de usar mi verdadero nombre. Para quienes no sepan me llamo Anna Laura, aquí Annalau


Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Peligrosamente, tú

.

Estaba tan cansado.

Asqueado de seguir haciendo lo ella quería.

Miré la habitación hecha un desastre y eché mi ropa en la última maleta.

Había tomado una decisión e iba a cumplirla.

― ¿A dónde vas?

Exhalé al escuchar su voz. Tanya se dignó a hablarme después de una semana que intenté en diversas ocasiones acercarme a ella.

― No quiero seguir perturbando tu buen humor ―murmuré― me voy de casa.

Sujetó mi brazo.

Elevé mi vista; tenía ese semblante enfermo que mostraba cada vez que necesitaba lograr mi atención. Vestida en un pijama de cuadros grises, su pelo recogido en una coleta baja y sin una gota de maquillaje. Tanya se preparó para su actuación teatral, la misma de siempre.

Se sentó en la cama llevando sus manos a su regazo, acarició sus muñecas vendadas y empezó a sollozar; sin dejar salir una sola lágrima.

― Te he dado todo lo que has querido ―expresó― te convertí en quien querías ser y ahora simplemente te vas.

Me molestó su cinismo.

¿Qué me había dado?

¿Pagó la escuela de música?, sí, lo hizo. En cambio fui yo quien se esforzó por cada paso que di, nunca perdí el enfoque de lo que realmente me apasionaba mientras ella nunca perdió oportunidad para hacerme ver que era gracias a su amable generosidad.

Estaba tan cegado por sus palabras. Era un completo títere y ella movía los hilos a su conveniencia.

La miré.

En sus iris azules percibía la burla. Por supuesto que Tanya sabía que lo conseguía todo llorando y haciéndome sentir un malagradecido. Un ingrato al haberme aprovechado de su inmenso amor y bondad al abusar de su alma caritativa y dejarla en sus peores años.

Pero estaba lejos de sentir remordimiento. Se había acabado el Edward estúpido y blandengue que se llenaba de culpabilidad y volvía con ella para convertirme en su fiel sirviente.

― Eres patética. Suenas como una abuela que busca retener a como dé lugar su pedazo de carne.

Se irguió de golpe, enfrentándome.

― Mucho cuidado con lo que vas a hacer, Edward. Sabes muy bien el poder que tengo en cualquier ámbito; soy conocida y respetada por personas muy influyentes del mundo musical y derecho penal.

Me crucé de brazos y la miré de la misma forma en que ella lo hacía. Ya no sentía ni una pizca de gratitud. No había admiración…, nada.

― La demanda de divorcio te llegará en unos días ―advertí― firma lo más pronto posible. Necesito quedar libre de ti.

Me volví dándole la espalda y arrastré las ruedas de las maletas por el piso.

― Edward… ―me llamó― Edward, espera…

Salí de la habitación y bajé cada escalón deprisa. Necesitaba salir, irme lejos de ella. De su toxicidad.

― ¡Edward! ―clamó― ¡si te vas me mato!, juro que lo haré.

No volteé. No quise hacerlo a pesar de sus gritos y aspavientos.

Había decidido no dar marcha atrás y no lo haría.

Quería el divorcio.

Un nuevo comienzo lejos de Tanya.

― ¡Edward! ―de pronto se abrazó a mis piernas haciéndome tambalear. Tanya estaba de rodillas― ¡no me dejes! Si no quieres tener un hijo. Está bien, lo acepto. Tampoco lo quiero, podemos dejárselo a Bella y pagarle porque desaparezca con él ¿eso quieres?

¿Qué diablos…?

Sujeté sus muñecas y ella siseó adolorida.

Salí de su agarre; seguí mi camino con Tanya en el piso.

― ¡No te vayas! ―chilló.

No volví mi vista atrás.

Era un adiós definitivo.

.

.

Dejé el vaso de whisky sobre la encimera y caminé al balcón; el mar azul turquesa se veía en total calma. Inspiré la brisa marina llenando mis pulmones de aire suficiente, sentía tanta paz desde exactamente un mes, justo el tiempo que tenía viviendo solo.

Me volví de espaldas y me recargué en el barandal.

El loft era amplio y mantenía un silencio agradable que me permitía trabajar desde casa. Era lo necesario para un hombre libre como yo.

Sonreí al escuchar el timbre.

Apenas abrí; Emmett junto a Alice se adentraron con familiaridad en la estancia, habíamos trabajado juntos ayer por la noche hasta la madrugada y debíamos continuar.

― ¿Dormiste bien? ―preguntó ella acariciando mi mejilla― te ves cansado.

Sin ser grosero me alejé de su toque sentándome en el sofá frente a Emmett. Alice se quedó de pie con su mirada perdida en algún punto de la pared. Se notaba disgustada por mi rechazo.

No lo negaba. Era bonita y sumamente atractiva, solo que no tenía interés más allá del laboral.

No quería iniciar una relación amorosa mientras estuviera casado. Siendo honesto no tenía interés en nada que no fuese mi trabajo.

El celular de Emmett me distrajo por completo y me sacó de mis cavilaciones.

― Me voy ―anunció poniéndose de pie, me sonrió y articuló con sus labios un: toda tuya―, Salgan chicos, vayan a comer. Despejen sus mentes.

Rodé los ojos.

― ¡Me surgió algo inesperado! ―gritó sobre su hombro―. Los veo luego.

Alice sonrió sentándose a mi lado, cruzó sus piernas y recargó su cabeza en mi hombro y después empezó a juguetear con nuestros dedos.

Su cercanía me estaba impacientando.

― ¿Por qué no vamos a comer? ―preguntó después de un breve silencio― podemos ir al cine.

― Alice, no tengo intención de salir.

Se irguió un poco dejando su rostro frente al mío, se acercó y supe lo que buscaba. Me incorporé casi huyendo de ella.

Bufó, cruzándose de brazos.

― Edward ―musitó― vamos a pasar un rato juntos.

― Estas confundiendo nuestra amistad.

Se puso de pie y me enfrentó.

No era hipócrita. Alice es una mujer encantadora. De mi misma edad y con el mismo interés laboral, teníamos mucho en común. Sin embargo, no quería dar ese paso.

Sabía que ella buscaba placer y estaría encantado de proporcionar tal experiencia ¿por qué no? Solo que el problema era yo. Estaba negado a repetir mi historia vivida con Tanya y sabía que con Alice era repetirla. Ambas eran demasiado caprichosas y manipuladoras.

― Sabes bien que quiero más que una amistad ―replicó molesta― vamos a intentar y si no se da, ni modo. No te pido matrimonio, solo un tiempo… nosotros juntos ―sujetó mi mano y entrelazó nuestros dedos, se veía sonriente mientras tiró de mi mano yendo escaleras arriba, a mi cama.

Suspiré.

Los bellos ojos color avellana brillaron mientras las comisuras de sus labios seguían elevadas. Alice estaba exultante de felicidad, sabía que lo estaba logrando.

Rodeó mi cuello con sus brazos y me besó.

Nos besamos con intensidad y justo cuando caímos en la cama, la detuve. Sujeté su rostro entre mis manos, con nuestras respiraciones irregulares, la miré.

― No quiero cometer otro error ―susurré― lo siento.

Me enderecé en la cama y ella hizo lo mismo, nos quedamos sentados. Alice se veía enojada, herida.

― He sido muy paciente contigo, Edward ―mencionó con voz dolida―. Sabes bien lo que siento por ti… creí que tú… ―exhaló ruidosamente― creí que ahora que no estabas con Tanya había un nosotros.

― Nunca te engañé ―dije― desde un inicio supiste que estaba casado y que entre nosotros no podía haber nada.

Se puso de pie y alisó las inexistentes arrugas de su vestido. Molesta pasó sus manos por su corto y lizo cabello negro.

― Me voy, no me siento bien.

La seguí cuando bajó las escaleras; agarró su bolso y se marchó sin mirarme.

Había herido sus sentimientos y realmente lo sentía, pero no podía hacer nada por ella.

.

No podía dormir y solo daba vueltas en la cama, froté mi rostro y me senté en la cama al escuchar el timbre.

Bajé deprisa los escalones.

— ¿Qué haces aquí? —inquirí al verla bajo el umbral de la entrada en plena madrugada— ¿ocurrió algo?

Isabella Marie entró en la estancia y estaba completamente empapada de su ropa. Lo que era obvio porque llevaba horas cayendo un aguacero en la ciudad.

— La loca de tu ex mujer me echó de su casa y me dijo que ya no le importaba —tocó su vientre plano— este hijo. Y si tú ya la dejaste espero que no me dejes sola en esto.

Demonios. ¿Qué pasaba con Tanya?

— ¿Te hizo daño? —quise saber.

Entrecerró sus ojos haciéndome sentir estúpido. Obvio que era mil veces más probable que Isabella dañara a Tanya.

Lo más rápido que pude fui al baño en busca de toallas, la cubrí con una y le indiqué que se diera una ducha, en lo que yo buscaba alguna pijama mía; aunque fuese una sudadera y boxer.

Isabella no tardó ni diez minutos en salir envuelta en mi albornoz blanco.

Me quitó el aliento el pensar que no traía nada bajo esa tela esponjosa, me hacía sentir nervioso.

— No te molesta que haya usado esto ¿verdad? —cuestionó.

Tragué saliva y negué.

— ¿Quieres algo de beber? —ofrecí en la cocina en busca de leche—. ¿Por qué no me hablaste? Hubiera ido por ti.

Isabella se acercó recargando su cuerpo en la isla, se cruzó de brazos mirando lo que había servido: era leche sin chocolate.

Miró de mala gana.

— La muy imbécil de Tanya no me dejó sacar mis pertenencias —gruñó malhumorada, apretó sus párpados unos segundos y me vio fijo—. ¿¡No entiendo como la pudiste soportar por siete años!? Llevo apenas un mes con ella y ya no puedo más.

Bufé.

Me sentía molesto conmigo por ser tan idiota.

Le preparé un sándwich de jamón y le pedí que cenara. Ella debía alimentarse bien.

— Desde que le pediste el divorcio se descontroló. Es una desquiciada —aseguró mientras daba el primer bocado.

Apoyé mis palmas en la isla.

— ¿Cuál fue la discusión? —Indagué. Si bien sabía que Tanya era insoportable también era verdad que Isabella Marie era respondona por naturaleza.

— Está celosa de mí —dijo, acercando su rostro a donde estaba, levantó su mentón y sonrió—. Cree que quiero conquistarte.

Su sonrisa me distrajo.

Ella ya no era una niña y mi cerebro lo estaba procesando. Sabía que era permitido verla de otra manera; cómo lo hacía un hombre a una mujer.

— Que tontería —bromeé, me alejé de ella y de todo lo que provocaba su cercanía.

— ¿Por qué una tontería? —mordió su labio inferior al tiempo que el albornoz dejaba al descubierto su hombro desnudo.

No. No era una tontería, era una tentación peligrosa.

Sin embargo mi afecto por ella me obligaba a mantener mis pensamientos morbosos alejado. Isabella Marie se merecía mi respeto.

― ¿Cuántas semanas tienes? ―indagué cambiando de tema.

Me convertiría en padre en poco menos de ocho meses y no tenía idea de nada. Desconocía la situación de Isabella Marie, no sabía si su salud era la adecuada, si estaba yendo a cuidado prenatal.

― Diez semanas.

Mis ojos fueron a su vientre. Ella aún no tenía barriga.

― Lamento haberte dejado sola ―me disculpé, acariciando su mejilla con suavidad― ¿Estás yendo a citas médicas?

Ella sacudió su cabeza, negando.

― Tanya no quiere a tu hijo, Edward. No se lo dejes.

Puse mi mano sobre la suya dándole un suave apretón. Le sonreí con sinceridad. Fue encantador mirar el leve enrojecimiento de sus mejillas, era la primera que se portaba tímida ante mi tacto.

― Te prometo que no se lo dejaré ―aseguré.

― Gracias. Me sentiré mejor cuando me marche y deje a tu total cuidado al bebé.

― ¿Te irás? ―quise saber.

― Este no es mi lugar. Volveré a Seattle.

Seattle. Ella pertenecía a la ciudad que tantas tristezas había traído a su vida. No comprendía, realmente no entendía sus ganas de volver ahí.

― Debes dormir, vamos te mostraré tu cama.

Caminó tras de mí escaleras arriba.

― Este lugar es bonito ―alagó, luego arrugó su frente― ¿dónde dormirás tú?

― En el sofá ―dije, mirando sobre la cama había una sudadera mía y unos boxer, se los entregué y sus cejas se arquearon―. Es lo único que tengo para ti. Vístete y duerme que ya es muy tarde, mañana iremos por tu equipaje.

― Buenas noches, Edward.

Sonreí y tomé una almohada y unas mantas porque el sofá me esperaba.

.

.

Fue fácil adaptarse y acoplarnos entre nosotros.

En solo una semana logramos llevarnos como equipo, lo que realmente destrozó mi corazón y mi angustia se acrecentó fueron sus malestares matutinos y veía difícil acostumbrarme a ellos.

Sobre sus episodios de sueño y su cansancio excesivo era tolerante porque Isabella lograba tranquilizarme respetando sus horas de sueño y descanso.

Y otro hecho que debía mencionar era la atracción que sentía por ella, me atormentaba saber que pudiera cruzar la barrera con ella. Y eso no estaba permitido . Me gustaba lo aceptó, pero es que no sabía qué hacer cuando vestía esos trozos de tela llamados top o pantaloncillos cortos, por más que intentaba no mirar automáticamente mi vista estaba en su tentador cuerpo.

Mis pensamientos sobre ella parecían traicionarme a toda hora, ya ni en el trabajo me podía concentrar.

― Estás muy callado ―mencionó Emmett cuando caminaba junto a mí al estacionamiento―. No me has dicho cómo va tu vida ahora que tienes a Bella viviendo contigo. Pensé que querías estar solo, eso fue lo último que dijiste ¿no?

Noté el resentimiento en sus palabras. Seguía molesto por el rechazo de Isabella Marie. Emmett no era un tipo acostumbrado a que se resistieran a él y al ser ella la primera en hacerlo lo mantenía rabiando buscando cualquier motivo para despotricar contra todos.

― Se quedará conmigo hasta el nacimiento de mi hijo ―aclaré.

― Vaya, parece que tienes todo planeado. ¿No será que estás esperando sacar provecho en tenerla contigo? Ahora entiendo porque sigues despreciando a Alice.

Me detuve y lo miré.

― Suéltalo ―lo insté a que hablara.

― Nada ―dudó un momento― es obvio que te gusta, no puedes negarlo.

― Ya hombre. Solo estás hablando por la herida ―le di un pequeño golpe en su hombro―. ¿Tanto te duele que te haya despreciado?

Llevó sus manos a los bolsillos de su pantalón de mezclilla.

― Esa mujer me calentó, es todo. ―Dijo como si fuera lo más obvio.

Seguimos nuestro camino.

― ¡Edward! ―Me paralicé al escuchar la voz de Tanya. ¿Qué hacía ella aquí? Caminó hasta nosotros vestida con su elegante traje de vestir color oscuro―. Hablemos.

Emmett estaba por seguir adelante y yo lo detuve.

― ¿Ya firmaste los papeles del divorcio? Si no es así, nosotros no tenemos nada de qué hablar. ―Di media vuelta siguiendo nuestro trayecto a los coches estacionados.

― Ya corrí a Bella de casa ―confesó lo que ya sabía― se que no querías tener un hijo por esto mismo la eché. No hay de qué preocuparse, el bebé no es de nosotros.

Me volví a verla.

Tanya se quitó las gafas oscuras y me vio a los ojos.

― ¿De qué estás hablando? ―me obligué a decir conteniendo mi rabia.

― Le hice creer que habíamos realizado una inseminación con nuestros embriones ―reveló―. Eso no es verdad, no se pudo lograr debido a mis óvulos. Recurrimos a los de ella, por supuesto esto Bella no lo sabe ―explicó presurosa.

Sujeté sus brazos. ¿Qué demonios había hecho?

― ¿Quién es el padre? ―exigí una respuesta.

― Eso qué importa ―farfulló― el bebé que está esperando es de ella... solo de ella.

¿Existirá una remota posibilidad que ese bebé fuese mío?


¡Hola! Aquí estamos de nuevo con un capítulo revelador. Parece que Edward al fin se animó a dejar a Tanya de una vez y para siempre, él tiene la intención de empezar de nuevo y alejarse de las posibles desilusiones del amor, pero resulta que esta nueva noticia viene a cambiar un poco el panorama. ¿Qué creen que suceda?

*Nos leemos el jueves *

Y mañana con PAPÁ QUIERE HUIR*

Adelanto los martes en el grupo de Élite Fanfiction y también otro pequeño adelanto en mi grupo: Historias por Lau

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