CAPÍTULO IV

—¡Yūji! —exclamó Gojō al capturar por sorpresa a un Itadori salvaje que paseaba por ahí.

—¡Wah! —sus hombros se tensaron al sentir que alguien los tomaba y por la voz que provenía de sus espaldas, supo a la perfección de quién se trataba—. ¡Gojō-sensei! —lo saludó con la usual sonrisa que tenía por costumbre dibujarse en su rostro cada que se encontraban.

—¿Vas a casa?

—Sip.

—¿Es urgente o puedes pasar un momento conmigo antes de irte?

Itadori asintió.

—Tengo tiempo. ¿Sucede algo?

—Es un asunto pequeñito, pequeñito —puso una mano frente a ambos y casi junta los dedos índice y pulgar, como para indicar que en verdad no se trataba de nada—, pero que es muy importantito. Así que ven conmigo a la sala de profesores.

Esa última frase no fue pronunciada con el tono despreocupado y juguetón que Gojō solía usar, por lo que Itadori, pese a que comenzó a caminar tras su profesor, sintió una perturbación en la fuerza.

—Adelante —anunció Gojō una vez abrió la puerta—. Sólo seremos tú y yo, así que no te preocupes —habló con tranquilidad y cerró en cuanto el chico entró.

Se dirigió hacia el escritorio más alejado, menos decorado y con la iluminación más precaria de todas; lo que otros docentes solían llamar «El rincón de Gojō». Parecía solitario, pero le venía de maravilla dada la fotosensibilidad que padecía y también lo volvía un excelente lugar para echar una siesta cuando el director Yaga lo amenazaba con recortar su salario cada que lo encontraba acostado, cuan largo era, en alguno de los sillones.

Jaló una silla de por ahí y la colocó frente a la suya. Acto seguido, tomó asiento y le indicó a Itadori que hiciera lo mismo.

—Bien, verás —se retiró los lentes oscuros, dejándolos a un costado del teclado de la computadora—, por el incidente de ayer, Nobara resultó con una fisura en la nariz, por suerte no hubo fractura como tal, pero aun así fue desafortunado y Megumi terminó con un ojo morado.

—Lo siento —mencionó avergonzado.

—¿Huh? ¿Por qué te disculpas?

Itadori no respondió, acostumbraba pedir perdón en lugar de Sukuna. Gojō se aclaró la garganta antes de continuar con la explicación.

—La madre de Nobara ya está al tanto y según la propia Nobara, fue un accidente; yo tampoco voy a reprender a nadie por el ojo de Megumi. Fue su culpa por ser tan descuidado, ja, ja.

—Entonces… —levantó el rostro, algo confundido—. ¿Qué hago yo aquí?

—Pues, resulta que ayer fuiste el único que hizo una cara rara cuando Megumi comentó lo que había ocurrido. ¿Por qué?

—Ah, eso… —su mente quedó en blanco por unos instantes. No se le daba bien mentir y lo sabía, además, tampoco le gustaba hacerlo, era problemático—. Fue por…

—¿Qué ocurrió exactamente ayer, Yūji?

—Bueno —desvió la mirada y se llevó una mano a la parte posterior del cuello; no quería meter en problemas a nadie tampoco—, yo llegué a la mitad así que…

—Ah —interrumpió—, así que no empezó como una pelea de hermanos, ¿cierto?

«¡Mierda!» En ese momento Itadori recordó que Fushiguro dijo que él y Nobara los habían separado. «¡Perdón, Fushiguro!». Lo arruinó.

—Pu-Pues… Sí hubo una, pero en la casa, no aquí.

—¿Entonces? ¿Qué pasó? —no quería mostrarse tan serio como para intimidar, después de todo, le estaba soltando todo a buen ritmo, así que continuó vocalizando de la forma más neutra posible—. Tuvieron que contarte algo, ¿no es así?

—Ellos… —¡Claro que lo hicieron! Porque Sukuna lo ignoró durante el resto del día, hasta que colmó su paciencia y discutieron a puños, por suerte, todo quedó en un empate y se fueron a dormir, cada quien a su habitación—. ¿Fushiguro no le dijo nada?

—En este instante estoy hablando con Yūji sobre lo que pasó ayer. No con Megumi —puntualizó, levantando el índice en acción de enseñanza.

Luego de un rato sin respuesta, Gojō volvió a insistir.

—¿O es algo tan grave que Yūji no puede siquiera contarle a su profesor favorito?

—¿Eh? —eso lo obligó a parpadear un par de veces—. ¿Desde cuándo es mi profesor favorito?

—¡¿No lo soy?! —exageró tanto su expresión facial como el volumen de sus palabras y colocó la mano extendida sobre el pecho, con una indignación bastante fingida—. ¡Me romperás el corazón!

De alguna manera, ese alivio cómico ayudó a que Itadori dejara de sentirse tan tenso.

—Gojō-sensei.

—¿Sí? —esta vez, una sonrisa más casual aguardaba por una respuesta, parecía que el chico se abría más con él si lo hacía sentir cómodo; caso contrario a Fushiguro y otras personas, a quienes tenía que encarar con una faceta más adulta.

—Esto… —¿Qué podía perder? No sabía por qué, pero Gojō era el tipo de profesor a quien sentía que podía confiar cualquier cosa—. Parece ser que Kugisaki y Sukuna estaban discutiendo; en algún punto Kugisaki le dio una cachetada a Sukuna y él le regresó el golpe.

Hizo una pausa en el relato, esperando por algún tipo de comentario, expresión sorpresiva o reclamo; en su lugar, obtuvo un ademán de mano que le invitaba a proseguir.

—En eso llegó Fushiguro y cambió de lugar con Kugisaki. Ella originalmente iba a venir a la sala de profesores, pero me encontró en el camino y me llevó donde ellos. Después llegó usted y lo demás ya lo conoce.

—¿Eso es todo? —Coincidía con la versión que le sacó a Fushiguro la noche anterior.

—Es todo.

—Hm. Vaya —dirigió una mano hacia la mandíbula para sostenerla, como asimilando el caso. Si no le ocultaba nada más respecto a eso, sólo restaba conocer las otras variables que le inquietaban y que le iría sonsacando poco a poco—. Tienes un hermano bastante agresivo. Mira que responder rompiéndole la nariz a una chica sólo por una triste cachetada. ¿Siempre ha sido así?

—No... Bueno —cruzó los brazos e inclinó la cabeza, como si de ese modo sus pensamientos se acomodaran mejor para acceder a los datos que almacenaba su cerebro—, más o menos. No es normal que inicie una pelea —aclaró—, pero si hay una agresión física de por medio, entonces no se contiene.

—Comprendo. ¡Pues no se diga más! Resuelto el caso, sólo tendré que hablar con… —en ese momento dejó la última sílaba suspendida, abrió un cajón y sacó el expediente de los chicos para buscar el nombre del pariente que los mantenía—. Itadori Wasuke. Su abuelo, ¿verdad?

—Sí. ¡Pero…! —¿Pero qué? ¿Qué iba a decirle?—. No…

—Oh, conozco esa cara —con un par de dedos jaló con suavidad la mejilla del chico, quien exhibía el par de ojitos atribulados y cristalinos de momentos atrás—. ¿Te preocupa que hable con él? Descuida, descuida —se acercó con todo y silla, aprovechando que tenía rueditas, y le puso una mano sobre la cabeza, acariciándolo con gentileza, como si tratara de confortar a un niño pequeño o ganarse la confianza de un cachorro asustado—. Prometo que no los meteré en problemas.

—No es eso, es sólo que… —bajó los ojos al suelo, pues algo en lo profundo de su ser no quería disipar el contacto.

—¿Qué ocurre? —agachó el rostro, buscando interferir en lo que sea que mirase el otro en el piso—. ¿Acaso llega tarde a casa? Puedo llamar más noche si te parece.

—No tendría caso, porque…

Gojō se mantuvo a la expectativa.

—Sólo somos Sukuna y yo —apretó las manos que reposaban sobre sus rodillas—. Nadie más va a contestar en esa casa.

No había que ser un erudito para entender lo que Itadori quiso decir con ese tono tan pesaroso; sin embargo, Gojō imaginó que las facciones del chico se deformarían a causa de la tristeza o que le dolería sacar el tema, dado que era algo más o menos reciente (según Fushiguro), pero se sintió atraído e intrigado por esa sonrisa nostálgica y sosegada que parecía detener el tiempo.

«Es tan...» Gojō sintió un interés tal, que, como primer impulso, no dudó en tomar la mano del muchacho.

—Ah, lo siento, lo siento —el tacto lo ayudó a regresar a la realidad, por lo que agitó la mano que tenía libre junto con esas palabras y, antes de continuar, esbozó una sonrisilla nerviosa—. Fue algo repentino, ¿no es así? Pero lo decidimos entre los dos; no decir nada, así que…

—Yūji…

—Hablaré con Sukuna —interrumpió y, sobre su asiento, agachó la cabeza, haciendo que la frente casi tocara sus rodillas—. ¡De verdad, de verdad, de verdad! ¡No se volverá a repetir!

En esa situación y frente a la determinación tan profunda de Itadori, a Gojō no le quedó de otra más que creer en sus palabras. Después de todo, el chico decidió confiar en él y no le quedaría mal ahora.

—¿Eres completamente consciente de que no habrá otra oportunidad?

—¡Sí!

—Tan sólo esperemos que Sukuna también lo entienda.

—Puede estar seguro de que lo hará —al finalizar, levantó la cabeza, alegre de que ese asunto se hubiera resuelto de la mejor forma posible. Si tan sólo le hubieran dicho la verdad desde ayer… Se preguntaba si eso no metería en problemas a Fushiguro y Kugisaki.

—Cambiando de tema. ¿Ya te has inscrito a algún club?

—No. Estaba pensando que podría ser el de básquetbol o quizás el de atletismo —sostuvo su barbilla con el índice y el pulgar, desviando la mirada hacia arriba, como si hubiese una burbuja sobre su cabeza que le ilustrara ambas opciones—, pero aún no lo decido.

—Supongo que te lo habrá comentado Megumi, pero la escuela obliga a pertenecer a alguno —explicó—; puedes tomarlo con calma, pero que no pase de esta semana, ¿entendido?

—¡Ok! —levantó el pulgar con un nuevo brillo en la mirada, no le habría gustado tener que decidir en ese preciso instante.

—Por cierto, ¿Sukuna ya ha elegido alguno?

—No, como tiene un trabajo de medio tiempo, no puede inscribirse en ninguno.

—¿Hah? Pero… ¿Acaso no saben que mientras asistan a esta escuela no pueden trabajar?

—¿Eh? —una expresión confundida no se hizo de esperar.

—Sí, es una regla —aunque la cara del muchacho le decía que debía mencionarle la consecuencia inmediata para que se lo tomara en serio—. Amerita expulsión directa.

—¡¿Eh?! —exclamó, más sobresaltado que antes.

«Maldita sea. Esto es malo».

—A todo esto —agregó Gojō—, ¿por qué se consiguió un trabajo? ¿Acaso están teniendo problemas económicos? —era el momento idóneo para abordar la última de las cuestiones que quería aclarar.

—Respecto a eso… Sí, pero no —no sabía cómo explicar muy bien ese asunto, puesto que no llevaba la contabilidad, sólo estaba tranquilo de que su hermano lo hiciera—. Digamos que el abuelo nos dejó lo suficiente para vivir por algunos años, pero para que dure todo el tiempo que Sukuna tiene calculado, no podemos usarlo para cubrir gastos personales; ya sabe, salir con amigos, comprar ropa, maquillaje, detergente, limpia pisos...

—¿Maquillaje? —No le parecía extraño del todo, pero Itadori no aparentaba ser capaz de conectar más de dos neuronas para coordinar en ese tipo de actividad y Sukuna daba la impresión de ser el típico macho-rudo-desinteresado. ¿O podría ser que hicieran cosplay?

—Eso dije: maquillaje.

Gojō tomó el rostro ajeno con una sola mano y acercó el propio tanto como pudo, intentando buscar trazas de cosméticos.

—Ah, bueno, no le damos el uso exacto que le daría una chica —explicó, luego de comprender lo que el otro buscaba sobre su cara—. Sukuna se pinta las uñas y muy de vez en cuando se delinea la parte de abajo de los ojos, cree que así luce más cool (pobrecito), así que lo molesto por eso —se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.

—Ya veo —ahora tenía curiosidad por ver a Sukuna de ese modo—. Aún así, ¿por qué el detergente entra en "gastos personales"?

—Verá, tanto a Sukuna como a mí nos gusta mucho comer, así que… Era sacrificar una cosa u otra.

—Hm. Es una buena decisión si lo piensas con detenimiento.

—¿Verdad?

—Como sea, reglas son reglas —lo decía el fanático de romper todas las que pudiera en el menor tiempo posible—, así que tendrán que optar por una beca para cubrir esos gastos.

—No le va a gustar —casi podía escuchar como su hermano lo mandaba al diablo.

—Tampoco es como que tengan muchas opciones —porque dejar la escuela para ponerse a trabajar no era una buena alternativa en el mundo en que vivían.

—Tal vez pueda convencerlo.

—Te lo encargo. Tómalo como una misión especial ultrasecreta —indicó, con una sonrisa confiada porque, de momento, Itadori parecía ser la única persona con quien Sukuna parecía dispuesto a razonar, de mala gana, pero dispuesto, a fin de cuentas.

—Está bien —suspiró, resignado—. Por cierto…

—Dime.

—¿Podría soltar mi mano? (Está sudando)

Ambos miraron fijamente la mano que, en todo ese tiempo y de manera inconsciente, Gojō no quiso dejar ir.


Antes de que terminara la semana, con hoja de inscripción en mano y ropa deportiva apropiada, los gemelos entraron al gimnasio de la escuela para presentarse como los nuevos miembros del club de básquetbol.

—¡Oi, Fushiguro! —Itadori fue el primero en avanzar a trote lento hacia su compañero, quien se encontraba realizando algunos estiramientos en lo que llegaban todos los miembros del equipo.

El nombrado giró el rostro hasta toparse con su amigo y, no muy detrás de él, divisó a Sukuna, a quien no le pudo aguantar la mirada por mucho tiempo. Qué problema.

—Veo que al final te decidiste —dijo Fushiguro, notando la papeleta en la mano ajena—. El capitán no debe tardar en llegar.

Más tardó en decir aquello, que un grito potente y rebosante vitalidad hizo que todos en el gimnasio se congelasen sobre sus lugares.

My brother!