Capítulo 5

El día siguiente era día de ir a Hogsmade. No era que disfrutara especialmente de ir, puesto que todos iban acompañados de amigos en busca de diversión. Pero él no tenía amigos, y nunca se había divertido. No le importaba. Solamente tenía un objetivo en mente.

Estaba en el centro de la plaza, pensando hacia dónde ir para cumplir su cometido. Un ruidoso grupo de chicos y chicas se paró justo a su lado, no debieron notarlo. Estaba por irse cuando alguien chocó contra su espalda, cuál fue su sorpresa cuando al voltear vio al mismo Albus Potter, este le devolvió una extraña mirada.

Scorpius frunció el ceño mientras se arreglaba la gabardina, y Potter continuó mirándolo, por sus gestos parecía querer decirle algo.

-¿Qué haces aquí Malfoy?- preguntó un chico.

-Sí, ¿no deberías estar con tu papi moribundo?- agregó otro.

-No puede ir con él- exclamó una chica, todos la miraron-. Es obvio que si se quiso suicidar es porque ni siquiera a su hijo quiere.

Todos estallaron en risas y otros comentarios. Scorpius apretó los puños, miró de reojo a Potter, que fruncía el ceño.

-Oigan es su padre, no sean idiotas- les dijo.

Scorpius ya se había dado la vuelta. No le agradecería a Potter por nada, quizá era más decente que los demás, pero nunca olvidaría cómo fue uno de los primeros en darle la espalda. Una piedra golpeó su espalda y escuchó a los mismos muchachos riendo. Apresuró el paso, conteniendo mil maldiciones en su garganta.

Al final llegó a la oficina de transporte de Hogsmade, donde se disponían de algunas chimeneas para usar la vía Flu, y también se recibían magos que usaban trasladores, y otros que se iban por ese medio. Pagó unas monedas por usar la chimenea conectada a San Mungo, y en poco tiempo ya estaba preguntando por su padre en la recepción.

No hubo objeciones en dejarlo pasar, así que continuó su camino. Estaba en la misma habitación, pero el cristal estaba opaco esa vez, tocó la puerta.

-¿Sí?

No era la voz de su padre, pero abrió de todas formas. Asomó el rostro y vio a un sanador que estaba retirando unas vendas de ambos brazos de su padre, este alzó la vista, antes perdida en algún punto de la sábana, y abrió mucho los ojos.

-Scorpius.

-¡Ah! ¿Eres su hijo verdad?- el sanador volteó a verlo, el chico asintió-. Me preguntaba cuándo vendrías a verlo, espera un momento en seguida lo dejo contigo.

-Estaré afuera- murmuró. Pasaron dos minutos cuando el hombre salió.

-Tus abuelos vinieron ayer- debió adivinar la expresión del rubio-. Veo que estás sorprendido.

-Ellos no se hablan mucho- respondió, torciendo los labios.

-Bueno, no hubo mucha interacción realmente. Tu padre aún está algo inestable, pero los rechazó aún así. Aunque te diré que tu abuela lo amenazó con volver.

Scorpius hizo algo así como una sonrisa. Su abuela era sí.

-Creo que le hará bien verte. Pasa, no hay prisa por el horario.

Scorpius estaba a punto de mandar al demonio al sanador y su condescendencia, su lástima, pero se calló. Entró a la habitación y se quedó muy cerca de la puerta. Su padre evitaba hacer contacto visual.

-Me da comenzó este ungüento- comentó, rascándose los brazos cubiertos de cicatrices rojas, pero ninguna herida abierta. La marca tenebrosa era un desastre, Scorpius ni siquiera podía describir su horrendo aspecto tras años de haber sido cortada y quemada por Draco, expuesta a pociones e incluso hechizos. Sin embargo era obvio que seguía ahí.

Él no dijo nada.

-Tus abuelos quieren verte- siguió su padre, de semblante tembloroso y pareciendo un muerto-. Sabes que nunca te he detenido para estar con ellos.

Draco dejó de rascarse y tosió, tomó un pañuelo y se limpió el hilillo de sangre, luego tomó una poción de un vaso e hizo una mueca de disgusto. Scorpius no comprendía cómo en tan solo unos días su padre parecía haber perdido la mitad de su peso, o quizá no le había prestado mucha atención antes.

-Muy amarga.

Se quedaron en silencio un largo rato. Scorpius lo miraba fijamente, Draco evitaba sus ojos a toda costa.

-Scorpius...

-¿Crees que no te quiero?

-¿Qué?

-Que si piensas que no te quiero.

-Claro que no. ¿Por qué dices eso?

-Porque me ibas a dejar, aún sabiendo que hay alguien que te quiere mucho- se encogió de hombros, y vio los ojos de su padre cristalizarse.

-Scorpius yo te amo, eres mi hijo.

-Sé que lo haces- su tono se mantenía impasible-. Por eso no te lo pregunté. Pero no estaba seguro si tú sabías que te quiero, porque quizá así tú nunca...- suspiró-. No soy expresivo, no soy sentimental; pero quizá debí decírtelo alguna vez, cuando murió mamá, o al menos antes de irme- asintió-. No te dije nada porque ni siquiera parecías estar consciente padre, cuando te vi después del funeral... yo vi a otro muerto. Y simplemente empaqué, sin siquiera despedirme porque sentí que no tenía caso hablarle a un muerto. Tal vez debí quedarme en casa, yo ni siquiera tenía ganas de volver al colegio, ahí nadie me necesita pero en casa sí.

-No debería ser así Scorp- su padre estaba llorando-. Yo no debería necesitarte, yo debí estar para ti... pero no pude- tiró de su cabello-. No pude sobrellevarlo, en ese momento yo sentí que no quería seguir, y hasta me olvidé de ti.

Encogido en la cama como estaba, su padre le recordó a un adolescente. Se veía joven y muy grande al mismo tiempo. Como alguien que ha pasado demasiado dolor para tan poca edad. No obstante, ni siquiera surgió en él un impulso de abrazarlo. Una cosa era que se sintiera mal por él y por haberlo dejado, y otra era que no se sintiera furioso porque casi lo deja a él.

-Sí lo sé- respondió-. Es obvio que nunca pensaste en mí- apretó los puños-. Nunca pensaste en que eres lo único que tengo, ni en que apenas tengo 14 años, que tendría que estar de luto dos veces en menos de una semana, que ni toda la herencia de la familia podrían reemplazarte, en que no sabes cuán solo he estado, ni cuántas veces pensé en hacer lo mismo que tú, o que estuve a punto de hacerlo hace un par de días pero siempre estuviste tú en mi mente a pesar de todo.

Scorpius se había acercado a la cama, su tono de voz se elevó y las lágrimas inundaron sus fríos ojos.

-No lo hice, evidentemente. Pero estuve así- mostró sus dedos, una mínima separación entre ellos- de cerca de hacerlo.

-No digas eso- sollozó su padre.

-¿Por qué? ¡Por qué!- gritó, ya no pudiendo contenerse-. ¿Porque es malo, porque no debería tener esos pensamientos? ¡Tú te ibas a matar y me ibas a dejar maldita sea! ¡CASI TE MATASTE!

Scorpius reparó en que estaba a punto de soltar un puñetazo en el rostro de su padre, éste lo miraba con miedo. El chico se dio cuenta y bajó el puño, asustado de sí mismo.

-Lo siento- sollozó Scorpius-. Papá lo siento. Te entiendo, lo hago en verdad. Pero también estoy molesto contigo. Y conmigo, y con todo. Y te juro que poco a poco las circunstancias me han ido venciendo. Y yo... y yo...- Scorpius se echó a llorar, se sentía avergonzado, y furioso, y triste, y colapsado.

-Tú solo eres un niño- dijo su padre, asintiendo-. Eres tan joven, y tan maduro para tu edad al mismo tiempo- él tampoco había dejado de llorar-. Y yo lo único que podía pensar de ti, cuando lo hice, fue en que no ibas a necesitarme más, que yo solo era un estorbo para que tú pudieras continuar. Y solo podía pensar en Astoria. Mi Astoria... que nunca más estará.

Scorpius apretó los ojos.

-Hijo... puedes llorar.

-Ya lo he hecho, lo hago siempre- Scorpius respiraba entrecortadamente-. Tú no sabes... ni tú ni mamá supieron todo lo que he sufrido.

-Su enfermedad nos quitó mucho, lo sé.

-No entiendes- murmuró Scorpius, y esa vez estaba decido a decirle-. Papá yo nunca he...

La puerta se abrió.