Capítulo 4: Planes de futuro

"El futuro comienza hoy, no mañana"

Iralene Martelé

18 años

Distrito 10

"La perfección es obsesiva, y eso es un defecto"

Paso varios minutos mirándome al espejo. Me arreglo el pelo, asegurándome de que ningún mechón esté fuera de su sitio. Luego me aliso la camisa para quitar cualquier posible arruga y por último cojo el botecito de perfume que la tía Mika me regaló en mi último cumpleaños. Dudo sobre cuánto debería aplicarme. Si me pongo demasiado poco no se notará, pero si me paso con la cantidad podría parecer que intento presumir de mi regalo. Finalmente creo que bastará con tres gotitas.

Vuelvo a revisarlo todo antes de salir. Debo estar perfecta. Debo ser perfecta. Así la gente al verme se fijará en eso y no en todo lo demás. Dirán "Ahí va iralene, que siempre va muy bien vestida y peinada", en lugar de "Ahí va Iralene, esa chica a la que su padre la abandonó de bebé y a la que su madre la echó de casa".

La gente en el distrito tiene muchas teorías sobre el por qué de que mi madre decidiera mandarme a vivir con la tía Mika hace dos años. Yo intento no prestar atención a los rumores, pero llegan a mis oídos de todos modos. El más horrible es el que dice que mi madre me echó de casa porque me pilló intentando seducir a mi padrastro. Es absolutamente asqueroso. Me dan ganas de gritarles a todos los que van diciendo eso que dejen de contar mentiras sobre mí. Me dan ganas de contarles la verdad, que fue mi padrastro el que, no solo intentó seducirme, sino que cuando yo me negué a lo que me pedía, intentó tomarlo por la fuerza. Podría hacerlo, pero entonces solo conseguiría que se hablara más de mí y no es lo que deseo, así que le hice jurar a Rowen, que es el único que sabe lo que pasó ya que gracias a él pude salvarme, que nunca se lo contaría a nadie. No confío en los hombres, aunque tampoco es que confíe demasiado en las personas en general, pero sé que Rowen cumplirá su promesa.

Bajo a desayunar. La tía Mika me saluda y me da un beso en la mejilla. Dudo si abrazarla o no. Hacerlo quizá supondría invadir su espacio personal, pero no hacerlo tal vez me haría quedar como una persona demasiado arisca. Estoy considerando mis opciones cuando es la propia Mika quien me abraza. Le devuelvo el abrazo y me dispongo a comerme mi desayuno antes de salir.

Trabajo en la granja de la tía Mika, pero hoy me ha dado el día libre para que pueda pasar tiempo con mis amigos antes de la cosecha. La tía Mika es así de generosa, mucho más de lo que mi madre lo ha sido jamás. Ella siempre me mantenía ocupada para no tener que verme. Siempre me culpó por el abandono de mi padre. Ni siquiera se puso de mi parte cuando pasó lo que pasó. La tía seguro que lo hubiera hecho, pero no se lo he contado a ella tampoco.

Rowen y Aada me esperan en el punto acordado. Dudo de nuevo sobre la manera correcta de acercarme a ellos. Correr es más propio de los niños pequeños, pero tampoco quiero ir tan despacio que se aburran esperándome. Aada suele decir que pienso demasiado las cosas. Ella no entiende por qué necesito ser perfecta. Rowen sí. Él siempre me tiene paciencia y se muestra comprensivo. No sé qué haría sin él. Ellos dos son los únicos amigos que me quedan. Me distancié de todos hace dos años cuando pasó lo que pasó. A veces a Aada también la noto distante. No me entiende y eso la exaspera, pero Rowen nos mantiene unidas.

La mañana va bien. Aada me cuenta cosas sobre los amigos a los que hace tiempo que no veo y Rowen comenta algunas anécdotas que le han pasado con los caballos a los que está domando. Yo no hablo demasiado. Quizá debería hablar más, porque hablar muy poco me hace parecer estúpida, pero hablar de más es aún peor. Realmente mi problema es que pienso demasiado en lo que voy a decir, así que cuando voy a decirlo ya ha pasado el momento y mis amigos están hablando de otra cosa. De todos modos me gusta escucharlos.

Estamos volviendo a casa cuando escucho una voz que sí que no quiero escuchar. Es la voz de mi padrastro.

[Estás guapísima hoy, Iralene]

Freno en seco. Aada y Rowen me miran preocupados. Ellos no han oído la voz. Tampoco ven sus manos, sus manos grandes y ásperas que me rodean la cintura y suben hasta mis pechos. Dejo escapar un grito y echo a correr en dirección a casa de la tía. Aada hace ademán de seguirme, pero Rowen la contiene. Sabe que necesito estar sola. Respiro entrecortada y me dejo caer en el suelo de la cocina de la tía Mika, que por suerte no está allí. Nada ha sido real. Ha sido otra de mis alucinaciones, un eco de lo que pasó ese día, dos años atrás. Las lágrimas comienzan a bajar por mis mejillas. Se me ha deshecho el peinado y la camisa está toda arrugada, pero no me importa. Momentos como este me recuerdan que por mucho que me esfuerce, jamás voy a poder ser perfecta.

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Everett Walsh

18 años

Distrito 6

"El pasado no puede ser cambiado, el futuro está aún en tu poder"

El señor O´Sullivan me dedica una mirada compungida. De verdad que le gustaría contratarme. Mi madre y él eran buenos amigos en la época del instituto y lamentó mucho su pérdida. No obstante, su taller es demasiado pequeño y no puede permitirse un empleado más, menos uno que carece de experiencia. Asiento y le estrecho la mano a modo de despedida. Parece un hombre simpático. Al menos no me ha mirado con el ceño fruncido, como suelen hacer la mayoría de los adultos cuando se enteran de que soy uno de los chicos de la comuna de ocupas.

Camino hacia la escuela con un suspiro cansado. La profesora Smith, la maestra de Kaylee, me ha citado a la hora del recreo para hablarme de algo importante. Es una buena mujer. A mí nunca me dio clase, pero a mi hermana le tiene mucho cariño y está decidida a intentar sacarnos de las calles.

Me está esperando en la puerta de su aula. No hay nadie dentro. Kaylee, según me informa, ha salido al patio con los demás. Quiere hablar las cosas conmigo primero porque yo tengo ya los dieciocho y por tanto soy el que, de salir bien lo que tiene que proponerme, tendré que hacerme legalmente responsable.

–¿Cómo va la búsqueda de trabajo? –pregunta mientras me indica que tome asiento en uno de los pupitres cercanos a su mesa.

–Mágica –comento con sarcasmo–, ya sabe, nada por aquí y nada por allá. La mayoría me echan en cuanto se enteran de que soy un ocupa y los que no, lo hacen cuando ven que no tengo nada de formación ni esperiencia.

–Te rechazan porque estás en la calle, pero nadie te da herramientas para salir de ella. Así funciona nuestro maravilloso país.

Se muerde la lengua. Eso que ha dicho está demasiado cerca de sonar como un pensamiento rebelde y no es algo que una maestra deba expresar. Yo hago como si no la hubiera oído y ella sigue hablando como si nada. Ha encontrado una casa para nosotros. Es la parte de arriba de un taller que se está expandiendo y que por tanto necesita empleados. Los dueños estarían dispuestos a contratarme a mí a jornada completa, pero también al resto de la tropa a media jornada para que pudieran seguir yendo a la escuela. Es un sueño hecho realidad.

Digo que sí de inmediato, pero la profesora Smith me hace un gesto con la mano para que me contenga.

–Ve allí, habla con los dueños y luego decide. No es una decisión que debas tomar a la ligera. Además, asegúrate de consultarlo con tu hermana y los demás antes de nada. Legalmente tú serás el dueño, pero eso no debería hacer que tomaras tú solo las decisiones importantes. Nunca nada bueno sale cuando uno decide por los demás. Nuestro país es la prueba de ello.

Ha bajado un poco la voz cuando ha dicho esto, pero aun así es peligroso. No obstante, nunca he oído que corran rumores sobre la profesora Smith, así que debe saber cuándo y con quién puede hablar de estas cosas. Asiento ante sus palabras. En mi impulsividad no pensé en mi hermana y el resto, pero ella tiene razón. Somos un grupo y como grupo debemos decidir.

Salgo de la clase tras darle las gracias. Veo a Kaylee y a los demás en el patio, pero no les digo nada. Primero iré a hablar con los dueños de la casa y el taller para ver qué me dicen. Aún no hay nada seguro, pero me siento muy optimista. Tal vez Kaylee tiene razón cuando dice que ya hemos cubierto nuestro cupo de desgracias y que ahora solo nos esperan cosas buenas.

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Jericó Clockwork

17 años

Distrito 2

"La mejor manera de predecir el futuro es creándolo"

–¡Me toca!

Salto y me coloco en el centro de la colchoneta. Es mi turno de combatir. Miro a los chicos y chicas de mi alrededor esperando que alguno de ellos se disponga a desafiarme como mandan las reglas, pero ninguno parece tener intención de hacerlo. En lugar de eso se miran unos a otros y apartan la vista cuando sus ojos se cruzan con los míos.

–¿Se puede ser más cobardes? Venga, miedicas, dadme una buena pelea.

Ellos siguen sin moverse. Están cagados de miedo. Vale que alguna vez he mandado a algún compañero de entrenamiento a la enfermería con huesos rotos, pero tampoco me parece que sea para tanto. Se supone que estamos entrenándonos para los juegos del hambre. ¿Qué piensan hacer si los eligen? Claro que ninguno de estos pánfilos va a salir elegido. Casian Marte será el voluntario de los chicos y todo el mundo sabe que por parte de las chicas la elegida seré yo.

Me bajo de la colchoneta con una mirada de desprecio.

–Pensaba que estaba en la academia de profesionales. No sabía que me había teletransportado a otro distrito. ¿Qué sois, mineritos del doce, granjeritos del diez? Más bien del seis con esas caras de flipados.

–No creo que el seis sea un distrito con el que podamos meternos este año.

La voz de Enea Langley es dura y fría. Me doy la vuelta para mirarlo, apoyado contra la puerta contraria a aquella por la que yo me disponía a salir. No lo había visto. Si lo hubiera hecho, jamás hubiera dicho nada. Enea y los otros instructores insisten muchísimo en el respeto, tanto a nuestros compañeros como a nuestros rivales. Los juegos son un honor y todos los que participan en ellos merecen ser respetados. Además, nuestra reciente vencedora pertenecía al distrito seis y fue ella quien acabó con la vida del hijo del fundador de nuestra academia. Nunca he sido conocida por mi tacto, pero ni siquiera a mí se me ocurriría recordarle eso.

De todos modos Enea no me presta atención. Se ha dirijido a los otros para reprocharles que se hayan negado a luchar conmigo.

–Por muy fuerte que sea un enemigo, siempre debéis intentar buscar la manera de combatirlo.

Los sermonea por unos minutos antes de hacerme un gesto e indicarme que lo siga hasta su despacho. Es a lo que había venido al gimnasio, a buscarme, y sé lo que quiere decirme.

Ya en su despacho, sentado tras su escritorio mientras yo me dejo caer sobre la silla de las visitas, Enea me formula la pregunta que tanto tiempo llevaba esperando:

–¿Quieres ir a los juegos del hambre?

Mi respuesta, firme y clara, no se hace esperar.

–Sí.

–¿Por qué?

Esta bez me tomo unos segundos para pensar qué le voy a decir. Podría hablarle del honor, del patriotismo y el orgullo o la gloria personal. Son las razones habituales. Desde luego yo estoy orgullosa de mi distrito, creo en el honor que implica ir a los juegos y la gloria no es algo que me disguste precisamente. No obstante, no son mis principales motivos. Imagino que él lo sabe, así que no tiene caso mentir. Tampoco es como si fuera algo de lo que avergonzarme.

–Mi familia no tiene dinero. Mi madre se pasa la vida partiéndose el lomo en las minas y yo soy la mayor de cuatro hermanos. Ninguno de ellos tiene madera de profesional, pero yo soy buena. He entrenado duro y creo que puedo traer honor al distrito y sobre todo dinero a mi familia. Por eso quiero ir a los juegos del hambre.

Enea asiente. Parece complacido con la respuesta. Veo respeto en sus ojos, aprobación, pero también un halo de tristeza. Imagino que aún le pesa lo que pasó con su hijo. Mi madre lleva todo el año mencionando que no entiende como él y su mujer pueden seguir adelante después de lo que pasó. En parte lo hace por compasión y en parte en un intento inútil de que yo deje mi idea de presentarme voluntaria. En las últimas semanas está siendo menos sutil incluso, pero no lo va a conseguir. Cumpliré con mi deber, con mi distrito y con mi familia.

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Winston Morgan

18 años

Distrito 7

"Seguí todas las reglas / Coloreé dentro de las líneas / Nunca pedí nada que no fuera mío / Esperé pacientemente a que llegara mi momento"

–Bueno, yo me voy ya, familia.

Margaret sonríe de oreja a oreja. Seguro que va a ver a esa pandilla de vagos con los que se junta. No le digo nada. Ya sabe lo que pienso de sus amigos y no quiere hacer caso. Aun así no puedo evitar aconsejarle:

–Vuelve con tiempo de hacer los deberes, que luego se te acumulan.

Ella pone los ojos en blanco.

–Vamos a hacerlos en casa de Eloise, no se preocupe, señor agente.

Angela frunce el ceño ante la mención de Eloise Burton, una de las mejores amigas de Margaret. A Angela no le gustan las personas de clase baja como ella, aunque ya ha aprendido que es mejor no decir esas cosas en voz alta. Despreciar a alguien está mal, y más si es por algo que esa persona no ha elegido. Es lo que he intentado enseñarle y al menos ella me escucha un poco más que Margaret.

Yo también tengo que irme ya. Es la hora de mi entrenamiento. Todos los días después del almuerzo dedico un rato a ejercitarme. Tengo que estar en forma si quiero ser un buen agente de la paz.

Ser un agente ha sido mi sueño desde hace muchos años. Echaré de menos a mi familia al vivir en otro distrito, pero quiero ayudar a la gente y colaborar para hacer un mundo mejor. Estoy seguro de que con esfuerzo podré lograrlo y por eso es que el entrenamiento es tan importante. Alguna vez Margaret ha comentado que podría entrenarme mejor si tuviera acceso a una academia como los profesionales, pero yo creo que no merece la pena plantearse ese tipo de cosas. Tengo lo que tengo y con eso tiene que ser suficiente.

Mi abuelo está sentado en el porche cuando termino el entrenamiento. Siempre paso un rato con él después de entrenar. Es la persona a la que más admiro. Él me enseñó todo lo que sé.

–¿Qué tal se dio el entrenamiento hoy, Winston?

Sé por su saludo que hoy el abuelo tiene un día bueno. En las últimas semanas no es algo frecuente. Son más los días en los que su memoria se atasca y confunde los nombres y las cosas, pero de vez en cuando tiene un día como hoy en el que es el hombre inteligente y centrado del que tantas cosas he aprendido.

Me siento a su lado y le hablo de mi día, del trabajo en los bosques por la mañana y del entrenamiento por la tarde. También le cuento algunas anécdotas que Margaret y Angela me han contado en el almuerzo, pero omito las malas compañías de mi hermana. No me gusta criticar a nadie y mucho menos a mi familia. Él me escucha con atención y una sonrisa en la cara. Normalmente me cuenta historias de cuando era más joven, historias de la guerra, sobre todo, pero hoy no es el caso.

–Te alistarás después de la cosecha ¿verdad?

–Sí, abuelo, al día siguiente de la cosecha iré a inscribirme al edificio de justicia y me darán un destino.

–Serás un gran agente, Winston, lo sé. Solo recuerda seguir las normas. Nosotros no podemos elegir las reglas, pero debemos siempre jugar en base a ellas. Es la única manera de que las cosas salgan bien.

Asiento. Sé a lo que se refiere. Mi abuelo intentó cambiar las reglas. Él y otros muchos lucharon en los días oscuros contra el yugo del Capitolio, pero El Capitolio fue más fuerte. Mi abuelo supo verlo a tiempo y consiguió salvarse a sí mismo y a la familia entregando a sus compañeros. Es una de las personas más odiadas por la facción rebelde del distrito debido a esa acción, pero gracias a eso, a que finalmente siguió las reglas aunque no estuviera de acuerdo con ellas, es que a la familia le va tan bien. Eso mismo será lo que haré yo. Al igual que mi abuelo, tampoco estoy de acuerdo con el régimen del Capitolio, pero ya que no puedo combatirlo, haré lo posible por mejorar las cosas desde la posición que me ha tocado.

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Vivi Violet Espir

16 años

Distrito 4

"Y ya tú, vas a estar, limpia, bella y todo lo demás / con mis toques vas a entusiasmar / nombre y honra nos darás"

Me despido de mi madre antes de salir. Voy vestida como si fuera a trabajar, con los tacones, la ropa bonita y los accesorios vistosos. Me he maqillado y tengo el pelo recogido en unas complicadas trenzas que Molly, una de mis compañeras, me enseñó a hacerme en mi primera semana. A mi madre nunca le hizo gracia que trabajara en el club, pero esta noche no hace ningún comentario. Al fin y al cabo, hoy no voy a trabajar. Hoy voy a despedirme. Dentro de poco partiré al capitolio representando al distrito cuatro como la voluntaria elegida en la academia para los juegos del hambre.

Aún falta media hora para que abra el club, pero Dante me abre la puerta con una sonrisa. Dentro están ya las demás chicas. Las más jóvenes cantan y bailan como yo, mientras que las más mayores hacen otras cosas, cosas que yo prometí a mi madre que nunca llegaría a hacer. Dante es el dueño del club, o el director del espectáculo, como le gusta decir a él. Es un buen tipo. Nunca obliga a una chica a hacer nada que no quiera y sabe hacernos sentir cómodas. Confío en él y eso no es algo que pueda decir de mucha gente.

Las chicas me rodean y comienzan a felicitarme con efusividad. Ya les ha llegado el rumor de que seré voluntaria. Las noticias corren como la pólvora en el distrito cuatro.

–Nuestra Vivi se va al Capitolio. Los vas a encandilar, nena. Tú solo haz lo que sabes y los tendrás comiendo de la palma de tu mano –comenta Dorea.

El resto añade sus propios consejos. No puedo decir que las otras chicas sean mis amigas, pero pasamos mucho tiempo juntas y hemos desarrollado una complicidad muy grande debido al trabajo compartido. Puede que el club no sea el lugar con la mejor reputación del distrito cuatro, pero tengo que reconocer que aquí dentro siempre me he sentido segura y querida y que es reconfortante ver que las chicas y Dante me apoyan tanto.

–No te olvides de nosotros cuando vuelvas –murmura Dante mientras me da un abrazo de despedida.

–No lo haré –le aseguro.

Es cierto. Si vuelvo, tendré dinero, más del que nunca he tenido en la vida y más del que ha tenido jamás Dante o cualquiera de las chicas del club, y no voy a olvidarme de las personas que estuvieron ahí en las épocas en las que mi madre y yo apenas teníamos para comer.

Puede que Dante y las chicas nunca hayan sido del agrado de mi madre, pero ellas me han enseñado mucho y él fue quien me ofreció un trabajo cuando a mi madre la despidieron del suyo y no pudo encontrar otro. Actualmente hace pequeños encargos, pero ambas sabemos, por mucho que a ella le siga horrorizando la idea, que nuestra mayor fuente de ingresos es el dinero que yo gano en el club de Dante.

Para cuando salgo del club porque ya está a punto de abrir, otros negocios de ocio nocturno ya han abierto sus puertas y las calles del barrio de las luces están llenas de gente vestida de noche. Entre un grupo de chicas de mi edad distingo a Gisella Scott, la chica que quedó segunda en las pruebas de la academia de este año.

Gisella también me ve y se acerca para saludarme. Va vestida muy elegante. Sin duda aprovechará que mañana no hay clase para salir de fiesta con sus amigas. Es algo que yo nunca he hecho ya que a esas horas tenía que trabajar para Dante.

–Vivi, qué guapa vas. ¿Vas a salir? Unas amigas de la escuela y yo vamos al Ariel´s. ¿Te apetece venirte?

Gisella siempre ha sido simpática conmigo y su sonrisa es abierta, pero niego con la cabeza. Al fin y al cabo, ella fue mi rival en las pruebas. Podría aprovechar para hacerme algo, para emborracharme o echarme algo en la bebida o algo así y que entonces no pudiera presentarme. No parece ese tipo de persona, pero igualmente no creo que sea sensato aceptar su oferta por si acaso. Ella no se lo toma a mal y se despide para ir con sus amigas.

Yo vuelvo a casa. Mi barrio está algo lejos del barrio de las luces y no puede ser más distinto. Aquí no hay locales con carteles luminosos ni gente vestida de fiesta. Las calles están vacías, iluminadas por alguna que otra farola. Veo desde la calle que hay luz en la ventana del salón. Puedo imaginarme perfectamente a mi madre inclinada sobre la máquina de coser para finalizar un encargo, dejándose la vista por unas cuantas monedas, y cuando subo a casa esa es exactamente la imagen que me encuentro.

No se lo digo a ella, porque eso solo llevará a una conversación lacrimógena sobre que le gustaría que yo no tuviera que hacer sacrificios por nuestra falta de dinero, pero me prometo a mí misma que haré todo lo posible por que esa imagen nunca se vuelva a repetir.

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Loki Vándr

18 años

Distrito 9

"Ahora, si me disculpan, tengo que destruir Jotunheim"

Observo desde las sombras a las personas que se van reuniendo en torno a la hoguera. A la luz de las llamas puedo ver sus caras llenas de miedo y espectación antes de que se siente en torno al fuego como si fueran niños a punto de cantar canciones de campamento. No obstante, no estamos aquí para cantar canciones. La única música que a mí me gusta no tiene más letra que los gritos de aquellos que se oponen a mí ni más melodía que el sonido que hacen sus huesos al romperse y sus gargantas al quebrarse.

Cuando ya están todos me dispongo a salir. No hay ni uno solo de ellos que no dé un respingo cuando aparezco de entre los trigales. No sabían que yo estaba ya allí. Sonrío. Me gusta sorprender a mis seguidores, demostrarles que yo siempre estoy acechando en las sombras, incluso cuando ellos creen que no los puedo ver.

Nadie osa interrumpirme mientras les cuento mi plan. En el distrito nueve ya hemos tenido varias noches de fuego, pero ninguna fue tan grande como lo será la de la noche de la cosecha. Esa noche no nos limitaremos a quemar un edificio, no, nos repartiremos por todo el distrito y en cada una de las casas de los poderosos, de los ricos, de los perritos falderos del Capitolio, habrá seguidores míos dispuestos a destruirlo todo y a todos. Para Panem empezarán los juegos del hambre, pero el distrito nueve vivirá sus juegos particulares, unos juegos en los que el único vencedor seré yo.

Al final de mi explicación les permito el honor de hacerme algunas preguntas. Contesto con paciencia. Al fin y al cabo, no son cuestiones demasiado estúpidas. Hasta que ella abre la boca.

–¿Y qué pasa con los niños?

Es una chica joven, pelirroja, igual que yo, aunque ella lleva el pelo liso y peinado en una coleta alta. No es fea y parece en forma, seguramente es una trabajadora del campo, una más de las tantas que hay en el distrito y que me siguen bajo la promesa de un gobierno mejor que este que mata de hambre a los agricultores, promesa que por cierto, yo nunca les he hecho. Es muy curioso como la gente asume que si pretendes derrocar al Capitolio e instaurar tu propio gobierno vas a favorecer a aquellos que te han ayudado y crear una sociedad más justa. Me entran ganas de reír cuando lo pienso.

–¿Qué pasa con los niños, querida?

Mi voz es calmada, pero los que llevan más tiempo siguiéndome se remueven inquietos. Saben lo que se oculta detrás de esa aparente tranquilidad.

–Algunas de esas familias tienen niños. ¿Qué hacemos con ellos? No podemos matarlos.

–¿Por qué no?

Ella me mira horrorizada. No puedo contener la carcajada que se escapa de mi garganta.

–¿Qué diferencia hay entre matar a un adulto y matar a un niño?

–ma… matar a un niño está mal.

–¿Sí?, ¿quién decide eso? ¿Eres tú quien decide lo que está bien y lo que está mal?

Poco a poco me voy acercando a ella. La gente deja un espacio vacío a su alrededor y ella busca en vano una mirada amiga, alguien que la ayude a Salir de esta.

–Según tú, matar niños está mal, pero no tienes problemas con matar a adultos. Eso quiere decir que estaría bien matarte a ti ¿no es así?

Ella tiembla sin saber qué decir. Mira fijamente el cuchillo en mi mano. Jugueteo con él delante de ella, despacio, casi con delicadeza.

–Márchate, no te quiero aquí. No eres digna de seguirme.

Puedo ver el alivio en su mirada cuando se levanta y da unos pasos vacilantes fuera de la luz de la hoguera. El grito que se escucha a continuación me da a entender que el cuchillo ha dado en el blanco. Seguramente no muera en el acto, pero nadie acude a socorrerla. El resto de mis seguidores son más listos que ella.

–¿Alguien más tiene algo que decir?

Nadie responde. Asiento complacido. Por primera vez espero con ansias el día de la cosecha. Esa noche comenzará mi reinado en el distrito nueve. Después, solo queda conquistar el resto de Panem.

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Ha pasado muchísimo tiempo, pero la carrera se interpuso. El caso es que aquí estoy. Gracias a Ale por Iralene, a Stelle por Everett, a Cris por Jericó, a Soly por Winston, a Pau por Vivi y a Beren por Loki.

Las citas son de Juan Pablo II, Roberto Fontanarrosa, Mary Pickford, Peter Drucker, de la canción Queen of mean de la película Descendientes 3, de la canción Honra nos darás de Mulán y de (obviamente) Loky en Marvel.