Hogar, dulce hogar. Todo había ocurrido demasiado pronto, lo que sería un día aburrido, como todo los anteriores terminó siendo su día más esperado, una llamada, un vuelo a Estados Unidos, su familia, su equipo, frente a ella, luego enfrentar a su pasado, Doyle, que finalmente murió, el ciclo comenzaba a cerrarse esta vez para siempre.
No hubo tiempo de más, tuvieron que enfrentar un juicio, para mantenerse en el equipo, todos juntos, como había sucedido en el pasado, y lo lograron. Ahora, había tantas cosas que hacer, tanto por recuperar, que no tenía una minúscula idea por dónde empezar.
—Cena en la mansión de Rossi para celebrar —propuso este —Estamos todos juntos otra vez.
Nadie se negó, y aunque ella estaba agotada tras lo sucedido, no podía faltar.
Se fueron, cenaron y celebraron con copas de vino. Las preguntas, los abrazos, no faltaron, aún podía notar el dolor, la sorpresa, en sus compañeros, pero también la felicidad de tenerla allí junto a ellos.
Todo parecía volver a su cauce, o al menos tenía la certeza de que todo volvería a su sitio, excepto una sola cosa, o quizá su relación con una sola persona. Aaron Hotchner. ¿Sería su jefe de nuevo? ¿Debían reprimirse otra vez? ¿Lo sucedido en París había sido sólo un método de supervivencia?
Las preguntas, tantos sentimientos a flor de piel, el alcohol, habían fisurado los muros de contención, y las lágrimas estaban a punto de salir. Aún con la copa en la mano se puso de pie, atrayendo la atención de sus amigos.
—Necesito un segundo, lo siento —Abandonó la mesa, y se encaminó al jardín.
Todos la observaron caminar con la misma firmeza que le caracterizaba, pero apenas había cruzado el jardín, ocupando una preciosa banqueta de madera, notaron como se derrumbaba.
—¿Acaso no está feliz de haber vuelto? —preguntó Reid, confundido.
Rossi los miró a todos confundidos, JJ, Dereck, e incluso Penélope que tenía una lágrima corriendo en su mejilla, pero luego, cuando miró a su viejo amigo Hotch, vio la misma desesperación que tenía Emily en la mirada. Recordó cómo se habían mirado cuando llegó, la forma en que se habían abrazado y posterior tratado en el transcurso del caso.
Carraspeó, olfateando como un lobo viejo, lo que él que creía como un posible romance entre jefe y subordinada. Les dedicó una sonrisa tranquilizadora a sus amigos, y luego susurró:
—Está feliz, pero todo esto ha sido demasiado para ella, somos perfiladores, pero también somos humanos, necesitamos tocar fondo para volver a subir —asintieron de acuerdo, porque todos habían pasado por momentos duros en su trabajo —Quizá Hotch pueda ayudarla —soltó con un deje de picardía.
—¿Hotch? —repitió Morgan extrañado.
—Como jefe de unidad... —Se calló al verlo poner de pie.
Como a Emily, lo miraron caminar firmemente hasta ella, y cuando ocupó un espacio a su lado, pudieron notar cuan sacudido estaba, justo como Emily, confundiéndose un poco más.
Todos se quedaron anonadados observando la interacción entre ambos, como su jefe le tocaba la mejilla para secar sus lágrimas, y la forma en que Emily ladeaba su rostro cada que sucedía. Estaban todos en silencio, hasta que Morgan se atrevió a formular la pregunta:
—¿Ellos dos... —Miró a JJ, pero como los demás parecía sorprendida.
—No lo sé... —Los miró, y le fue imposible ocultar lo poco que sabía —Hotch fue a verla cuando estuvo en París, que sucedió, antes y durante no lo sé... Emily nunca me dijo si...
—¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! —los jadeos de García la interrumpieron.
El equipo giró su vista hacía donde ella miraba, Emily y Hotch, compartían un apasionado beso. Aunque sorprendidos, no pudieron evitar sentir alegría por ellos dos. Se venían tiempos difíciles para todos, estarían vigilados, con un romance en puerta, y debían integrarse de nuevo como un equipo, pero al menos todos tenían la esperanza de que lo lograrían.
El amor, era la respuesta, el camino para todo, y al verlos besarse, mirarse, y volverse a besar, sabían que estaban en el lado correcto.
Rossi sirvió nuevamente las copas de vino, para que volviesen a brindar todos juntos, una vez estuvieron de regreso con sus dedos entrelazados.
—Por París, la ciudad del amor —susurró Rossi pícaro.
