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No es tan Dificil
Un OsaSuna para Noe
Disclaimer: personajes no son míos
V. Perdón
Después de aquel reencuentro confuso con Rintarou, el trabajo no me dio mucho tiempo para intentar enmendarme, hasta el segundo encuentro de los MSBY versus los Raijin, en Matsumoto. Se jugaría justo antes de iniciar el break de año nuevo.
Con Atsumu lo hablamos solo una vez, para la fiesta de cumpleaños de papá. Lo recogí en la estación de trenes, y en el trayecto a casa, entre una diversidad de temas, lo mencionó. Quería saber si hice las paces con Suna. Resoplé. Y sin darle una respuesta, formulé yo mi pregunta:
—¿Te habrá contado qué fue de él en esos dos años?
—Bueno… entiendo que dejó la carrera.
—Gin dijo que cayó en una depresión. Dijo que Suna llegó a un punto de no retorno. ¿Qué significa eso?
Atsumu se largó a reír. Su reacción tan descarada me dejó atónito.
—Estamos hablando de Gin. Si hay alguien que ha fallado monumentalmente en leer a Suna, ese es el gran Gin.
—Pero…
—¿Pero qué? Samu, a ver, Gin se comió un ajo entero, ¡un ajo! Y solo a palabra de Suna. A lo mejor el año anterior no fue la mejor temporada de Suna, quién sabe, pero el tipo está bien ahora, es cosa de mirar sus estadísticas. Te lo prometo, no hay de qué preocuparse: Suna no es el tipo de persona que tendría buenos números si estuviese pasando por una crisis.
No supe replicarle. Aún queriéndolo, no habría podido.
El festejo de mi padre trascurrió sin demasiados incidentes. Entre mamá y yo preparamos la cena, y mientras comíamos, las preguntas de todos se volcaron en Atsumu, el hijo pródigo. Irradiaba felicidad al compartir anécdotas que involucraban a sus compañeros de equipo, sus fans fujoshis. Atsumu era tan ruidoso al reír, teatral al hablar, que tenía el poder de convertir el invierno en verano, la música clásica en conciertos de rock, y una aburrida reunión familiar en un evento único, de esos inolvidables de quienes todos hablan y los ausentes se lamentan de no haber estado allí.
A su partida, el silencio que se extendió por cada rincón de la casa nos devolvió al crudo invierno, a la música clásica, y al aburrimiento cotidiano. Ese era el rol que desempeñaba Atsumu en casa, y a su silencio, sentimos su ausencia más que nunca.
Mamá siguió apoyándome, al principio solo en las ventas. Un día se ofreció a recoger el pescado fresco de un proveedor, y de pronto, sin que me diera cuenta, ya había mandado a hacer camisas y gorras a juego. Rediseñó el logo de Onigiri Miya, por cierto mucho mejor que el anterior. Ya parecíamos una corporativa. Digo «parecíamos» pero mamá se negaba a repartirse ganancias conmigo, o a que la contratase. Según ella, apoyarme en la venta de onigiris, siguiendo la caravana de los MSBY, era su manera de «apoyar a sus dos hijos favoritos».
Yo podía entenderlo. Mamá nunca ejerció su profesión por dedicarse a mí y mi hermano, pero me ponía nervioso que hiciera esos gastos innecesarios. Cuando llegó con nuevos pendones con el menú actualizado y el nuevo logo, tuve que ponerme serio.
—Ma, no sigas, piensa en mi declaración de impuestos, ¿quieres enviarme a la cárcel? ¿Quieres enviarme a la cárcel y que el gobierno se apropie de lo poco que poseo? ¿Cómo podrás sobrevivir a la culpa?
—Es una donación, no tienes que declararlo.
—Apostaría a que tengo que declararlo.
Ni siquiera sabía dónde buscar información de ese tipo. Al final, no lo declaré. Qué puedo decir, mamá tenía buen gusto.
En mis memorias de la infancia, recordaba a mamá persiguiéndonos a mí y Atsumu, castigándonos por nimiedades, perdiendo los nervios porque llegábamos descalzos de la escuela, extraviábamos nuestros sacos, o estropeamos nuestros cuadernos al poner a prueba la impermeabilidad de nuestras mochilas (no lo eran). Nuestras bajas notas le producían migrañas. Por mucho que lo intentara, mi hermano y yo no estábamos para corregirnos.
Hasta cierta noche que la oí llorar. Mamá fue citada por la dirección de la secundaria, ya no recuerdo si hubo una causa concreta. La sed me había despertado, y al bajar a la cocina, pude oír a mis padres hablar en la sala. Como susurraban, me entró la curiosidad, y me quedé a escuchar. Mamá hipaba al hablar. No sabía qué hacer con nosotros. Nos falló como madre, arruinó nuestro futuro. Estaba harta de actuar como el ogro de la casa. Decía, entre sollozos:
—Si hubiese algún resultado, podría soportarlo, pero no he logrado nada. Los he estropeado. Arruiné a esta familia.
Su llanto me erizó los vellos. Salí huyendo, temiendo que mi presencia pudiese avergonzarla.
A la mañana siguiente no vi a mamá en la cocina preparando desayuno como cada día. Papá trató de hacer unos huevos que se le pegaron en la sartén, y como no logró desprendernos, la dejó sobre la mesa, para que comiéramos directamente de allí.
Yo sabía que no había que poner ollas calientes sobre la mesa, porque podía deformarla, pero no me atreví a señalarlo, y los tres rapiñamos de los huevos, hasta que papá hizo una pausa. Carraspeó. nos pidió nuestras libretas de notas. Atsumu se sorprendió.
—¿Por qué?
—Porque ahora soy papá malo. No me pongan excusas y enséñenme sus horribles calificaciones. Sé que son horribles, no traten de negarlo.
Digamos que papá lo intentó. Cuando vio que Atsumu reprobó artes, su actuación no aguantó más y se le desbordó la risa. Tratando de reunir seriedad, nos miró alternadamente a los ojos, y nos dijo:
—Su madre y yo no les pedimos que sean brillantes. Sé que ustedes pueden potenciarse para hacer algo más que desastres.
—Estudiar es aburrido —le guerreó Atsumu.
—Sí, lo sé… Mírenlo de este modo: mientras más cosas sepan, será más complicado que los hagan tonto. ¿Te gusta que te hagan tonto, Atsumu? ¿Y a ti, Osamu? No, ¿cierto? Entonces, intenten subir un poquito sus notas. Y Atsumu, sobre tu calificación de artes… has perdido tu paga semanal por eso.
—¿QUÉ? ¡PAPÁ NO PUEDES…! Ya te expliqué que se me olvidó hacer ese estúpido dibujo.
—Volverás a recibir tu paga si veo algo de compromiso de tu parte. En cuanto a Osamu… has estado misteriosamente callado, ¿qué sucede?
—Yo… voy a ponerle atención al maestro.
Supongo que papá se dio cuenta que yo también oí a mamá. Tampoco me dio la paga semanal, por holgazanear en gimnasia. Atsumu me acusó de traidor todo el día debido a mi falta de protesta. Al final le conté lo que oí la noche anterior. Trató de hacerse el terco. Le daba igual si mamá derramaba lágrimas de cocodrilo, a él no lo chantajeaba nadie. Y diciendo eso, recogió unas flores silvestres del camino que obsequió a mamá. Le lloraban los ojos. Según él, las flores le contagiaron alergia. Era todo imputable a la primavera.
Cuando amasaba el arroz de Kita-san sobre el mueble de la cocina, a veces reparaba en la abolladura de la madera luego que papá dejase la sartén sin ninguna protección, y trataba de entender a mamá, en aquellos sacrificios que ella consideró debía hacer, por mí y mi hermano.
No puedo decir que dejásemos de meternos en problemas, pero intentamos que no fuesen tantos. Durante la secundaria acudimos muchas veces a Aran para que nos explicara las materias. Al empezar la preparatoria, yo cambié a Aran por Suna, y Atsumu fue derivado por el propio Aran a la paciencia de Kita-san.
Al final resultó que ni Atsumu ni yo seguimos una carrera universitaria, si bien yo estudié gastronomía en una academia, por dos años.
Es imposible determinar los «que hubiese pasado sí…», pero al observar la abolladura de la madera, mi mente divaga. Si mamá no se hubiese dedicado a nuestra crianza, quizá… O papá, de no tener ese trabajo tan exprimidor, quizá…
«Hubiese dado igual…» razonaba.
Después de hacer números toda una noche, podía asegurar, sin lugar a duda, que me iba bien. Mis excedentes me permitían devolverle a Atsumu todo el dinero que me prestó, y todavía tenía ganancias. Pero en lugar de gastarlo en caprichos, mi cabecita, que a veces llegaba a ideas, me decía que fuera paciente, que siguiera ahorrando un poco más, y lo invirtiera.
Recientemente había muerto un panadero local, su negocio quedaba a unas cuadras de la mía. Según la abuela, los hijos del difunto no lograban ponerse de acuerdo sobre qué hacer con la panadería, pequeña y desangelada. Yo cruzaba los dedos, esperando que vendieran.
La previa del partido de los MSBY versus los Schewiden Adlers, yo intentaba doblar mi producción habitual. Me hallaba enfrascado en la cocina, con los vapores del arroz perlando mi frente. Por la televisión, el segmento Chismes del noticiario dedicaba unos minutos a las «nuevas parejitas de este diciembre». Me sorprendió ver a mi hermano acompañado del cachitas de turno, a quien desconocía. Llamé a mamá y a la abuela, para que conocieran al nuevo. Tal parecía que era el hijo único de un importante empresario de Osaka, y a juzgar por el elegante restorán donde los descubrieron cenando, el tipo chorreaba diamantes.
Dejé el celular en altavoz sobre la mesa, para que la abuela y mamá escucharan.
—¿Por qué siempre me entero por la prensa que tienes novio?
—Aghhh, Samu, de qué novio hablas. Solo quedamos a cenar y ya.
—¿Entonces me prometes no has seguido viéndolo?
No respondió enseguida. Mi pregunta lo conflictuaba, era fácil imaginarlo ruborizado, tratando de ordenar sus ideas. Mamá y la abuela reían bajito.
—Es que… me cuesta a resistirme, el tipo está sabroso.
Mamá y la abuela estallaron en risas, revelando su presencia.
—¡Samu! ¡No me pongas en altavoz! ¡Siempre! ¡Siempre es lo mismo contigo!
Y me cortó. Me uní a las risas de mamá y la abuela, y repasamos la lista de supuestos novios de Atsumu, al menos de los que teníamos constancia. Especialmente una revista llamada Yaoi Exprés parecía obsesionada con mi hermano, lo emboscaban cada vez que podían. Yo intuía que varios de esos supuestos noviazgos de Atsumu fueron perpetrados por actores contratados por la misma revista. En todo caso, Atsumu no parecía interesado en que le duraran sus relaciones. Iba de flor en flor, según sus antojos. Pero yo qué podría objetarlo, si ni era capaz de iniciar una.
Al caer la noche, con la cara limpia y el cuerpo cansado, la litera vacía sobre mi cabeza se me antojaba una prisión escurridiza.
Al marcharse Atsumu, papá me sugirió cambiar la litera por una cama de dos plazas, dado que solo yo dormiría allí. No quise hacerlo, poniendo de pretexto que, cada vez que Atsumu viniera de visita, la bestia me obligaría a compartir cama cn él. No estaba dispuesto a tal sacrificio.
El ritmo de los cambios me acongojaba. Desde la cama de abajo, observaba las tablas de la litera superior, buscando rostros en la madera. Casi nunca pensaba en mi soledad, hasta que la recordaba. Hablaba con Atsumu a menudo, y ahora con mi trabajo, nos veíamos más. Mamá y yo habíamos estrechado lazos. No estaba solo en este mundo, y con todo, la sensación de soledad no me abandonaba. No lograba conformarme con nada.
Quizá influyó el hecho de que mi hermano hubiese cambiado de novio. Esa noche instalé nuevamente la aplicación de citas en el teléfono. Tras ojear los perfiles de varias jóvenes, concerté una cita con una joven que vivía en Kobe.
Nos reunimos al día siguiente, tras el partido de mi hermano. No en un restorán de lujo como Atsumu, pero en un pseudo italiano que al menos resguardaría mi reputación. Ella agachaba su cabeza cada vez que hablaba, evitando mirarme. Unas pequeñas orejitas puntiagudas se asomaban enrojecidas tras las cortinas de cabello negro bajo las que se ocultaba. Sentí pena por las ilusiones que esa chica depositaba en nuestra cita. Pagué la cuenta después de los postres. La tomé de la mano, caminamos al amparo de la oscura noche hasta un motel.
Con las luces apagadas, la despojé de sus ropas, de sus joyas, la inundé de besos y le hice el amor sin apurarme, disfrutando de sus suspiros, de sus caricias. Llegué a casa al otro día, arrastraba conmigo la amarga certeza quien sabe que jamás podrá resarcirse. Me encontré con papá en la cocina. Mis mejillas me incriminaron antes que pudiera decir algo.
—¿Café? —me preguntó, extendiéndome la jarra de la cafetera. Acepté una taza.
Antes de marcharse, dijo:
—Tu madre duerme. Si te pones el pijama, nadie te hará alguna pregunta.
Me puse el pijama y dormí hasta el otro día.
Las semanas pasaron. Viajaba de un lado a otro, muchas veces en compañía de mamá. Ciertas noches nevaba, pero la nieve no alcanzaba a acumularse, y por las mañanas el patio amanecía encharcado. Después de muchos trámites, logré habilitar un sistema de pago con tarjeta. Así iba mi vida.
La víspera del partido de los MSBY en Matsumoto, Atsumu me invitó a pasar la noche en su departamento. Su novio llegó con una caja de vino australiano, y se la pasó hablando de su proyecto empresarial, de proporciones desmesuradas en comparación con mi humilde emprendimiento de onigiri. Ya sabía que me desagradaría, aún así, traté de mostrarme circunspecto. No aguanté mucho. Su mirada soberbia ignoraba la miseria, vivía para complacer sus excéntricos caprichos. Mi hermano, muy seguramente, era uno de esos caprichos. No quise darle en el gusto, y sin despreciarlo, tampoco me mostré muy interesado en su trabajo. Fue cuando empezó a menospreciar el mío. A su juicio, debería sentirme afortunado al no lidiar con las responsabilidades que él enfrentaba a diario.
Me entraron ganas de patearlo, no a él, pero a Atsumu. Cómo los eliges, ¿eh? Lo cogía, el tipo tenía el dinero, los contactos, y como solo él sabía de vinos, era también el único erudito de la mesa, pero no me dejaría amedrentar ni por su billetera, ni su apellido, ni mucho menos por sus conocimientos de vino.
Atsumu dejó de prestar atención en algún momento. Cuando lo fue a despedir a la puerta, los oí discutir. Al regresar al kotatsu, volvió sus ojos somnolientos hacia mí.
—Por favor ignóralo, se pone pesado cuando bebe —admitió, sirviéndose por primera vez del vino australiano—. Él sabe que tiene más mérito lo tuyo, prácticamente has levantado el negocio tú solo, por eso ha actuado a la defensiva.
Rellenó mi copa. Mis dedos se deslizaron con cautela sobre el cristal.
—¿Por qué sales con personas que no te gustan?
—¿Disculpa…?
Me bebí la mitad de mi copa de un trago, como dándome valor.
—Estoy saliendo con una chica, pero no sé… Debí terminar con ella en nuestra primera cita. No lo hice, y por algún motivo he seguido viéndola.
Atsumu deslizó sus dedos por el cristal de su copa, del mismo modo en que yo lo hice.
—Hablando por mí… Samu, supongo que me gusta la sensación de sentirme amado por alguien más. Sé que es egoísta de mi parte, pero después de unos años, ha dejado de preocuparme.
—¿No te sientes miserable?
—Lo haría si saliera con otro tipo de persona. Verás, ese imbécil que acaba de salir por la puerta, ¿acaso no se merece que lo deseche en el contenedor de residuos orgánicos más cercano? Pero él ve en mí lo mismo que yo veo en él. Yo tengo mis abdominales en su sitio, él tiene una cartera enorme. De momento nos funciona. Cuando se acabe la diversión, lo dejaremos. Es así.
—¿Por qué siento que estás tratando de darme un consejo?
—Bueno, tú has preguntado —agitó la copa de vino, imitando los gestos de su novio, y tras un trago, opinó—: Quizá este de verdad sea un buen vino. Anótalo por ahí: syrah, Barossa Valley, ¿te ha gustado?
—Prefiero el sake —Me encogí de hombros. No estaba dispuesto a obsequiarle ningún punto a ese sujeto.
Atsumu rió, viendo a través de mí. Con la mano, se apartó el flequillo rubio que ya le rozaba las pestañas. Se las había encrespado. Su camisa, de un azul marino muy elegante, se ceñía en sus pectorales trabajados. Por muy gemelos que fuésemos, nos llegó el momento en que incluso nuestro aspecto físico comenzaba a divergir. Yo ya no tenía el cuerpo fibroso de la preparatoria. Poco a poco, mis músculos perdían su turgencia, y si no me preocupaba, empezaría a engordar. Me encontraba en el punto límite de mi parecido con Atsumu.
—No tiene nada de malo salir con alguien por diversión, o porque no quieres sentirte tan solo. Lo importante es que la otra persona lo sepa. De lo contrario… ¿Samu? ¿Te pasa algo?
—Es el vino, me hace llorar. No es nada, de verdad.
No supe cómo empezar siquiera a explicárselo. Mi hermano ya no era el chico conflictivo que olvidaba pintar sus tareas de Arte. Nos estábamos convirtiendo en personas realmente distintas. Él había forjado su filosofía de vida, yo carecía de una. Salía con una chica para desprenderme de un sentimiento el cual ignoraba cómo empezó a desarrollarse, o cuándo. Mi hermano era consciente de las consecuencias de sus actos. Yo se suponía que también, pero prefería omitir a enfrentarlas. Entonces me preguntaba, si mi trabajo no se estaría convirtiendo en una distracción para mí, o la excusa para no tener una conversación conmigo mismo.
Atsumu se levantó un momento. Regresó con una caja de pañuelos desechables. Sentí su mano apoyarse en mi hombro primero, y se deslizó por mi espalda, acariciándola.
—No soy yo el de los sermones, Samu, así que prométeme que nunca más me obligarás a darte uno: sale de tu coraza de una buena vez. Está bien si no me lo quieres decir todavía, pero si vas a llorar, deberías hacerlo con más ganas.
Pero no pude hacerlo. Los pañuelos eran suaves al tacto. Enjuagué mis ojos, algo adolorido. Atsumu cambió mi copa por un vaso de agua y extendió un futón junto al suyo. Nos quedamos dormidos mirándonos de frente. Al día siguiente, descubrí a Atsumu durmiendo con una mano sobre su rostro. Se la moví con cuidado. Aquel era otro aspecto en el cual diferíamos. Atsumu me comentó alguna vez que yo dormía abrazado a mí mismo, con las manos guarecidas bajo mis axilas.
Mamá llegaría a recogerme en la furgoneta, cargada de los onigiris que dejé preparados el día anterior. Todavía tenía tiempo. Ojeé el menú de Atsumu, pegado en la puerta de la nevera, y le preparé el desayuno de acuerdo con su plan nutricional. Oí la alarma de su reloj chillar en su habitación. Transcurridos veinte minutos, al notar que no había movimientos en su habitación, decidí despertarlo. A regañadientes me siguió hasta la cocina. Su rostro se alegró tras ver la mesa puesta.
—¿También le haces estos desayunos tan ricos a tu novia? —me tanteó.
—No seas idiota, todavía vivo con papá y mamá. No voy a invitar a mi novia con papá y mamá en la habitación contigua.
—¿Ella acaso no tiene casa?
—También vive con sus padres. Está estudiando comunicaciones.
—¿Pero entonces…?
—No me jodas tan temprano. Existen los love hotels por una razón.
—¿Me la presentarás?
—No.
—¿La conozco?
—No.
—¿Podrías al menos decirme su nombre?
Dudé un momento.
—Se llama Rin.
—Así que Rin-chan… Dime: ¿dirías que es una buena persona?
—¿Por qué me haces esa pregunta? Ya sé lo que me vas a decir, que debería romper con ella. Ahórratelo.
—Por supuesto que tengo que decírtelo. Si es una buena persona, deberías tener un mínimo de decencia. Es obvio que eres el primer detractor de tu relación, ¿para qué te empeñas?
—Olvida lo que sucedió ayer. Ya te lo dije, fue el vino —iba a llevarme mi sopa miso a los labios, pero me detuve y alcé la vista a mi hermano. Incluso en su pijama de Doraemon se veía guapo. No debería preocuparlo precisamente la mañana de un partido. No era correcto endilgarle mis asuntos sin resolver, o inquietarlo por mi falta de actitud. Dejé mi cuenco del miso a un lado, brazos cruzados, evadiendo sus ojos—. Seré honesto, a veces siento que algo me falta. No te lo puedo explicar mejor porque ni yo mismo lo entiendo. Solo, simplemente, hay días que no me siento conforme con la vida que llevo, pero voy a solucionarlo.
—Si no quieres seguir con lo del onigiri…
—No es eso. Se trata de la vida más allá del trabajo. Me falta una parte que debo encontrar por mí mismo.
Atsumu iba a insistir, le pedí que dejara el tema.
—No es un problema tuyo, Tsumu. Es algo que tengo que resolver. Tú dices que debería salir de mi coraza. Déjame intentarlo. Sé que tengo que dejar a Rin, pero justo antes de las fiestas es un poco cruel.
»Lo resolveré, te lo prometo. No te preocupes de esto.
Mamá llegó a recogerme mientras Atsumu se vestía con el uniforme del equipo. Tomé yo el volante y manejé hasta Matsumoto a toda velocidad. Solo me detuve una vez, en una estación autoservicio a descargar de vientre y ponerme la camisa de Onigiri Miya. Mamá compró cafés para ambos. Lo que siguió del viaje, nos la pasamos cantando las canciones que pasaban por la radio.
Antes de cada partido, mamá siempre hacía un resumen de cómo iba a temporada. Al recordar que Rintarou jugaba por los Raijin, me preguntó si había vuelto a tener contacto con él.
Observé por el espejo retrovisor a los vehículos detrás de mí.
—Si te refieres a si he tenido noticias suyas desde del partido anterior, no tengo idea.
—¿Por qué eres así?
No sabía a qué apuntaba su pregunta. Me quedé callado, concentrado en el camino delante de mí.
Mamá no se contuvo.
—Fue en estas fechas. Cada vez que recuerdo esa noche que agredieron a tu hermano… si tu amigo Rintarou-kun no hubiese estado allí en ese momento…
—Mamá —la detuve, quedamente—, eso no sucedió. Haremos esto: si vemos a Suna hoy, le regalaremos un onigiri de cada tipo. Cada vez que nos encontremos con Rin, le regalaremos todos los onigiris que quiera, será el único cliente al que no le cobraremos, de aquí hasta el resto de nuestras vidas.
Lo vimos, creo que nació de él buscarnos. Sucedió mientras instalábamos nuestro local en el gimnasio. Llegó acompañado de su compañero de equipo Komori Motoya. En sus manos sostenía un monedero en forma de zorrito. Mamá fue muy efusiva en su recibimiento. Seguía emocionada, y su calor logró contagiar las siempre pálidas mejillas de Rintarou. Aunque no hacía falta, nos presentó a Komori, respetando las formalidades.
—Le he hablado tanto de tus onigiris que se ha empecinado. Como perdí una apuesta, le dije que yo le pagaría los onigiris que quisiera.
—Y quiero uno de cada tipo.
Con mamá nos reímos. Empecé a armar su pedido, mientras mamá le aseguraba que, si se trataba de él, no era necesario pagar nada. Considerando que todos los onigiris irían realmente a Komori-san, dupliqué el pedido, a fin de que Rintarou no se quedara sin bocado.
Cuando se despidieron, se me escapó un suspiro.
—Disculpa, debo ir al baño. —Evité mirar a mamá.
Sentía mis mejillas arder, todo mi rostro.
No sabía cómo interpretar a Rintarou. Realmente, vivía una época en la que no lograba comprender nada.
Fue llegando más gente.
Algunos clientes, cada vez menos, me confundían con Atsumu. Mamá disfrutaba explicar que era su gemelo y ella nuestra madre. Lo vendimos todo aquel día. El incorporar el servicio de pago con tarjeta aumentó mucho nuestro volumen de ventas y casi nunca nos quedábamos con remezas. Al acabar el partido con la derrota de los MSBY, Atsumu hizo un pequeño berrinche que Aran supo controlar. Mamá se quedó charlando con Aran. La dejé descansar mientras yo me dedicaba a desmantelar el puesto de comida.
En el estacionamiento del gimnasio, mientras cargaba la furgoneta, Rintarou caminaba de un lado a otro con el teléfono en la oreja. Pálido, con las piernas ateridas de frío.
Me quedé quieto, observándolo en su ir y venir. Tan indeciso que lo desconocía. Sentí una oleada de remordimientos por aquella relación que mantenía con aquella chica, quien su único error, fue llamarse Rin. Sentí remordimientos especialmente, de mis resentimientos, que surgieron de la nada en ese estacionamiento.
Una parte de mí sentía que estaba en mi derecho a estar todo lo enfadado que quisiera con Rintarou. La otra parte, más sensata, admitía aquel sentimiento rabioso como otro error más. Lo comprendí. La iluminación me atacó de pronto, quizá por el frío viento invernal me oxigenaba el cerebro.
Fue porque nunca tuve una reconciliación propiamente tal. Y eso se debió a que Rintarou nunca se enfadó conmigo; nuestra distancia en estos años, fue para él un período de reparación, no una negación como en mi caso. Suna se me declaró ese penúltimo día de clase porque no tenía nada que perder. Porque, si salía mal, al menos se lo habría quitado de encima, y podría seguir adelante. Y eso fue lo que hizo: se sacudió de mí, siguió con su vida. Quizá pasó por una depresión el año anterior, o quizá Gin volvió a malinterpretarlo todo (otra vez). En todo caso, como decía Atsumu, en lo que era el presente, Rintarou se encontraba en su mejor momento. Yo no era parte de ese momento. Eran tan simple y triste como eso.
Me desplomé sobre el asiento del piloto, y sin querer me apoyé en la bocina. No logré esconderme de Rintarou. Sus ojos asustados se dulcificaron al descubrirme. No habló mucho más por teléfono. Sus rodillas, que se asomaban bajo el bordillo del short, mostraban un inquietante color púrpura.
—¿Osamu? ¿Hace cuánto que estás aquí?
—Llevo un rato… Qué haces dándote vueltas tan desabrigado, Suna.
—Es… no tiene importancia, de verdad. Era mi hermana. Me ha dicho que han internado a papá. Pero dime, ¿Cómo estás tú? ¿Has vendido mucho, cierto?
Ladeé la cabeza, sorprendido de sus noticias.
—¿Internaron a tu padre? ¿Cuándo?
—No me ha querido decir, así que no puede ser reciente. Yo…
Comprendí que debía superar a Rintarou, olvidarlo, pero no en aquel momento. Me correspondía abrazarlo, donarle el calor que él me brindó en el pasado, la fuerza con la que enfrentó a aquellos chicos que encerraron a mi hermano, y el valor de hacer lo correcto.
Lo rodeé con cariño, dándole abrigo.
—No estoy preparado para esto —me dijo.
Lo apreté contra mí. Lo dejé desahogarse en mi pecho, acariciando su pelito negro.
—Oye… Suna… —Recordé mis propias lágrimas el día anterior. A diferencia de Atsumu, yo no tenía pañuelos que obsequiarle, ni consejos adecuados. Lo único que podía darle, era mi estupidez—. Vas a coger un resfrío.
Suna se limpió los ojos con los puños.
—Gracias, Osamu.
—¿De qué? No me agradezcas. Preferiría que, a partir de ahora, no me agradecieras nada. No es por nada en especial, cuando estés más calmado, te darás cuenta que no he hecho nada que merezca ser agradecido, y que he actuado de la manera más torpe y-
—Gracias —me interrumpió, sonriendo de nuevo.
Volvió a sacar su teléfono. Me pidió mi número. Resultaba que perdió todos sus contactos hace un tiempo, y por eso había estado inubicable.
Rato después me llegó su mensaje, para que guardase su contacto.
Me debatí si hacerlo o no. Al final, no pude resistirme. No sabía conducir mi vida, eso era lo único que tenía claro.
