Capítulo 4
Sakura estaba arrodillada sobre un césped verde y tupido. Los oídos le zumbaban, y le dolía la cabeza. El estómago se le revolvía y tenía náuseas. Se llevó las manos a la frente y abrió los ojos.
Se encontraban en el interior de un bosque. Olía a plantas, a infusiones: romero, hierbabuena, menta, manzanilla... El corazón se le contrajo cuando el olor le hizo ser consciente del lugar en el que se encontraba realmente. Era su poblado. El poblado picto. Y ese olor... Así olía el bosque cuando Itachi hervía sus plantas medicinales y hacía sus caldos e infusiones. Era de madrugada, algún gallo empezaba a cacarear dando la bienvenida al nuevo día.
—¿Dónde...? —Susurró Sakura retirándose los pelos de la cara.
Freyja le ofreció la mano para ayudarla a levantarse. Sakura, aturdida, la aceptó y se apoyó en ella.
—Hemos llegado antes —murmuró Odín mirando a su alrededor con disgusto—. Probemos de nuevo a...
—No —Freyja lo detuvo antes de que tocara a Sakura de nuevo—. No, vikingo. Puede que Sakura necesite recordar algo... por eso las nornas nos han traído a este momento.
Odín observó a la vaniria. Los pies de la pelirosa caminaban solos hacia uno de los chakras que se divisaban a lo lejos.
Sakura se sintió en casa de nuevo. Aquel era su poblado cruithni, su aldea picta, su bosque, su... Ellos en realidad fueron los primeros pictos en colmar los bosques, de ellos aprendieron todos los demás, aprendieron el arte de la venganza y cómo emplearla contra las incursiones romanas.
Sakura cerró los ojos y escuchó el sonido del río Forth. Se detuvo en seco.
El chakra de Itachi, debía encontrar el chakra de Itachi. El corazón bombeó con fuerza en su pecho. Apretó los dedos contra las palmas hasta clavarse las uñas y caminó con lentitud hasta ese lugar. Su refugio. El que había sido su verdadero hogar.
Freyja y Odín se miraron y la siguieron en silencio.
Sakura llegó al chakra, cobijado del resto del poblado. Se acercó para ver si oía voces. Para ver si así encontraba a Itachi en su interior, para verlo una vez más. Oyó murmullos, susurros cómplices, como los que tienen lugar entre un hombre y una mujer enamorados. Sakura tembló y se agachó para que no la vieran. Poco a poco alzó la cabeza hasta divisar a través de uno de los orificios que hacían de ventanales quiénes estaban allí, quiénes compartían ese momento tierno y dulce en el chakra del sanador. Cuando logró divisar a los amantes, se quedó de piedra. La sangre dejó de correr por sus venas y algo en el centro de su pecho estalló, como un grito de dolor.
Allí, en ese chakra, estaban Itachi y ella, la noche después de entregarse a él, de hacer el amor. Itachi le besaba la nuca mientras con una vara metálica tatuaba algo de color negro sobre su hombro derecho; el nudo perenne que se entregaban las parejas celtas como símbolo de su amor inmortal y eterno. Ella se quejaba, pero Itachi la besaba de vez en cuando y le limpiaba la sangre con cariño, con suavidad.
Sakura miraba la escena atónita. El celta estaba impresionante, con el imponente torso descubierto, su pelo negro azabache suelto que le caía sobre los hombros y sus ojos negros llenos de luz y adoración. Su príncipe de las hadas... Carraspeó y se obligó a presenciar la escena, aunque le doliera.
Recordaba ese momento. Ausente se llevó la mano al hombro, allí donde todavía lucía aquel tatuaje en tinta negra. Sakura insistía en que él tatuara su nombre en el interior, pero Itachi no quería hacerle más daño. Y dijo que en otro momento se lo haría. Se le hizo un nudo en el estómago. Entonces, la vida no podía parecerle más maravillosa. Amaba a Itachi con todo su corazón y su alma, se sentía segura con él. Era su alma afín.
Aquella Sakura feliz se rozó el tatuaje con la punta de los dedos, pero al tocarse la herida se quejó y se huntó los dedos con un poco de sangre.
—Mo ghràidh, no hagas eso. —Itachi le tomó los dedos y se los llevó a la boca para limpiárselos él mismo.
Los ojos verdes de Sakura se oscurecieron ante aquella intimidad, sonrió y le acarició la mejilla con la mano.
—Bésame, príncipe —susurró sobre sus labios.
Itachi la besó con una dulzura y una entrega tal que hasta la Sakura real podía saborearlas en su boca.
—Eso es —musitó Freyja—. Métesela hasta las amígdalas.
Sakura la miró con rabia. No quería que una diosa como ella viera ese momento tan íntimo, tan... Vulnerable.
—No nos pueden oír —le dijo Odín con desinterés—. Estamos en una pequeña burbuja atemporal. En realidad es como si no estuviéramos aquí, nadie nos puede ver. No existimos en este tiempo.
De repente, Shisui entró en el chakra e interrumpió el beso que cada vez se ponía más caliente entre los enamorados. Shisui tenía las mejillas pintadas con tiza negra, sus ojos negros refulgían y su apuesto rostro embrujaba. Estaba vestido con pieles negras y llevaba medio pelo recogido en una trenza.
Itachi cubrió a Sakura con la manta y la colocó detras de él, para protegerla de la mirada avispada de su hermano.
—Buenos días a ti también, hermano —dijo Shisui sonriendo—. Hola, Sakura.
Sakura se puso roja como un tomate.
—¿Qué pasa, brathair?
Shisui seguía sonriendo a Sakura y guiñó un ojo a Itachi.
—Estoy orgulloso de ti —dijo el celta con alegría—. Ya era hora.
—Gracias, Shi —Itachi, impaciente, se frotó la cara con las manos y sintió cómo la frente de Sakura se apoyaba, mortificada, en su espalda—. ¿A qué has venido? ¿Adónde vas? —observó que su hermano estaba cambiado y preparado para hacer un viaje.
—Te corrijo: a donde vamos, hermano. Nos vamos todos de aquí.
—¿Cómo? —Sakura alzó la cabeza por encima del hombro derecho de Itachi—. ¿Has visto algo en las runas, Shisui?
El pelinegro indomable asintió.
—Tenemos una cita en Stonehenge. Debemos encontrarnos con los dioses. Los caballos están preparados.
—¿Todos? ¿Dejamos el poblado? —preguntó Itachi sin dejar de cubrir a Sakura—. ¿Con los dioses? Has bebido demasiado hidromiel —anadió Itachi mirándolo con sorna.
—Es un llamamiento general, y es irrevocable —anunció Shisui apretando la mandíbula—. Ya he avisado a Ise, Deidara y Hidan. Daos prisa —antes de salir del chakra, se giró y les sonrió por encima del hombro—. Me alegro por vosotros. Mis felicitaciones.
Sakura recordaba ese momento, ese preciso momento en el que su vida empezó a desmoronarse. Odín le puso la mano sobre el hombro y de repente se movió la tierra bajo sus pies. Sintió que se desvanecía de nuevo y cayó desplomada. Cuando abrió los ojos, igualmente mareada y con ganas de vomitar, estaba en un lugar diferente.
Stonehenge.
Los pictos, liderados por Ise, estaban en el círculo central del monumento megalítico. En el interior del círculo humano que habían creado, los tres dioses Vanir les hablaban y les otorgaban todo tipo de poderes. Freyja, Frey y Njörd. Rubios, altos, imponentes y llenos de arrogancia. Así los recordaba Sakura.
—¿Qué me queréis enseñar? —gruñó Sakura disgustada—. Recuerdo esto perfectamente.
—Necesitas ver algo —le explicó Odín—. Y debes tomar una decisión una vez hayas comprobado con tus propios ojos lo que sucedió.
Sakura sintió que se le helaban los huesos.
—Sé lo que sucedió. Freyja y su familia nos mutó.
La diosa, aludida, levantó una ceja y sonrió con desdén.
—Agradécemelo, bonita.
—¿Qué tengo que agradecerte? Nos has hecho sufrir con tus malditos dones.
—Sufres porque quieres —le escupió la diosa—. Llevas la vida de una monja.
Sakura se fue a por Freyja, pero ella levantó una mano y la hizo volar por los aires hasta que chocó contra una de las piedras centrales.
—Eres como una tigresa, Sakura. Guarda las uñas para otro momento. —Freyja hizo levitar el cuerpo de Sakura hasta que la tuvo en frente, y entonces le alzó la barbilla con el dedo índice—. Quiero que abras los ojos, Elegida. Quiero que los abras bien y veas lo que en realidad pasó.
Sakura quería meterle una estaca por el culo a esa mujer engreída. La odiaba con todas sus fuerzas.
—Ese orgullo que tienes, vaniria, va a acabar contigo—murmuró disgustada.
—Vete a la mierda, zorra manipuladora.
Odín se echó a reír.
—Piropos y más piropos... —contestó melodramática la diosa. Agarró del pelo a Sakura y le echó el cuello hacia atrás, enseñándole los colmillos y oliendo su cuello con deseo. Sakura a su vez le enseñó los suyos y mostró resistencia—. ¿Qué voy a hacer contigo? Creo que voy a disfrutar viendo cómo tienes que tragarte todo ese amor propio que tienes, por un bien mayor. Ahora mira. —Le dirigió la cabeza hacia el círculo de pictos.
Sakura se obligó a observarlo todo. Cómo si alguna vez pudiera olvidarlo. Freyja tocó a todos los allí presentes. Les dotó de una belleza magnética, atrayentes a los ojos de los demás, sexualmente adictivos. Les dio la regeneración curativa, telepatía, telequinesia y otros dones mágicos. Les regaló la capacidad de volar.
—Y ahora viene lo mejor... —Gruñó Sakura mirando a Freyja con asco—. Ahora decides hacernos débiles ante nuestras parejas, y nos matas de hambre para toda la eternidad.
Freyja se encogió de hombros y le sonrió.
—Sólo hasta que encontrarais a vuestra pareja de vida, vuestros cáraids. Pero supongo que a veces el amor es ciego, ¿verdad, Elegida?
—Tu experimento tiene un error, ¿sabes, diosa zorra?
Freyja le dio un bofetada tan fuerte que la cabeza de Sakura se echó hacia atrás. Los ojos verdes de la vaniria se aclararon y mirándola desafiante se lamió el labio partido. Sakura se removió inquieta, necesitaba golpear a esa diosa altísima y tan altiva como su estatura.
—¿Dónde está tu educación? Te has vuelto una verdulera. Relájate, vaniria —le espetó riéndose de ella—. Sólo mira.
—Nos hiciste dependientes de la sangre —continuó Sakura ignorando su orden.
—Sólo a la de vuestros compañeros eternos. En el fondo, creo en el amor verdadero.
—No. Tú sólo crees en el dolor. El hambre vaniria se va con la sangre humana, ahí está la grieta de tu invento.
—Sólo cuando decides convertirte en vampiro y entregar tu alma a Loki.
—Fuiste idiota. Todo porque estabas despechada con tu marido, "el asaltacunas". Aunque lo entiendo, ¿sabes? —soltó una carcajada—. Entiendo que él no te quisiera. ¿Quién iba a aguantarte?
—¿Tú me hablas de despecho? ¿Tú? —Freyja la zarandeó—. Llevas dos mil años arrastrando tu orgullo, anteponiéndolo a todo lo demás. Das pena, Sakura. Háztelo mirar.
—Te odio, Freyja.
—Dime algo que no sepa, vaniria. —La dejó caer al suelo y se cruzó de brazos mirando la escena.
La escena de la transformación seguía ante sus ojos. Todos entendían cuál iba a ser su cometido; todos estuvieron de acuerdo con el pacto de los dioses: Gai, Anko, Dan, Tsunade, Hidan, Daibutsu, Kakazu, Deidara, Shisui, Ise, Itachi, ella y todos los demás. Frey, el otro dios rubio y resplandeciente, hermano de Freyja, les hizo débiles al sol. Frey era el dios del sol naciente. Los vanirios podían ser muy poderosos, pero nunca más que sus dioses creadores, de ahí que les otorgara esa debilidad.
Njörd, el hermano de Nerthus, padre de Frey y Freyja, les otorgó la inmortalidad, aunque dejó claro que sólo morían si les cortaban la cabeza o les arrancaban el corazón. También les dio dones comunicativos con los animales y la tierra.
Los tres dioses se encargaron de explicarles todas las facultades que ahora tenían y cómo ponerlas en funcionamiento.
—Ahora sois vanirios —gritó Freyja—. Hijos míos. Hijos de los Vanir. Ya no sois humanos, y como tal, no podéis participar en sus conflictos bélicos. Olvidaos de Roma, olvidaos de aquellos que creíais vuestros dioses y juradnos pleitesía.
A regañadientes, los vanirios se arrodillaron ante sus nuevos dioses creadores.
—Si en algún momento —recalcó el dios Njörd—, nos enteramos de que estáis cambiando el destino de la humanidad con vuestras intervenciones, os mataremos. No habrá piedad. Vuestra alma será aniquilada y jamás volveréis a reencarnaros. Vuestro cometido aquí es equilibrar las fuerzas y uniros en la lucha contra los jotuns de Loki.
Los tres dioses alzaron sus manos y un manto de luz dorada cubrió los cuerpos de los celtas. La mutación fue indolora. De repente se miraron los unos a los otros, y se vieron distintos. Sakura recordaba la sensación de los colmillos en la boca, el cambio de color de sus ojos, el instinto depredador que crecía en ellos. Y el hambre. El hambre era lo peor. Y después estaba el deseo... Un deseo enloquecedor y absoluto por Itachi.
Horas después de su transformación, vino la dolorosa separación. Una separación que iba a ser por sólo tres días, pero que para ella y el sanador, iba a ser definitiva.
—Deseo que encontréis a vuestra pareja de vida y que compartáis la eternidad—gritó una Freyja eufórica.
La Freyja de la actualidad repitió sus palabras en voz baja, orgullosa de su discurso, ensimismada en su egolatría.
—Con la pareja se os despierta un don único e intransferible —susurró Freyja mirando a Sakura de reojo.
—¡Tú me marcaste! —gritó Sakura arrodillada sobre el suelo, mirando la escena con pena.
—Naciste marcada, Sakura. Tu alma es especial. Tu cuerpo es... Especial.
Sakura resopló y se levantó cansada.
—Cuando me tocaste a mí y pediste al clan que, ante todo, siempre me protegieran, que yo era distinta, me enterraste en vida —le dijo dolida.
—Pfff... Para el caso que me hiciste. Eres una rebelde.
—No lo he sido nunca. No me han dejado espacio para serlo.
Freyja la estudió y negó con la cabeza.
—No lo creo. Te has rebelado ante todo y todos. Sobre todo, te has estado rebelando durante más de dos mil años contra lo que sientes aquí. —Freyja se acercó y le puso una mano sobre el corazón. Sorprendida, la retiró al sentir un dolor punzante en los dedos—. Vaya, sí que te duele.
—¡Claro que duele! —la empujó con fuerza y la diosa cayó hacia atrás—. ¡Duele!
Freyja se quedó sorprendida ante la fuerza y la explosión de ira de la vaniria.
—Te voy a matar. —La diosa enseñó sus colmillos y su rostro se llenó de venitas azules.
Antes de que la vaniria muriera a manos de Freyja, Odín tomó a Sakura de la mano y la transportó a otro lugar.
