No supo cuánto tiempo estuvo caminando, ni adonde iba. Solo le cabía en la mente la imagen de Luna diciéndole que nunca lo quería volver a ver. Tal vez no hablaba en serio. Pero aún así, Lincoln se odió por haberle dicho todas esas cosas a Luna, aunque fuera algo inevitable: no soportaba ver que el maldito de George saliera con su hermana.
Todo se fue al bote. Luna creía en George, y ahora Lincoln era el abandonado. Se pasó un largo rato sentado, triste y sumido en sus propios pensamientos. Sintió frío. No podía perdonar a George por engañar a Luna, pero si Luna no le había hecho caso, no serviría de nada.
Mientras vagaba sin rumbo por las calles, Lincoln vio que la oscuridad se cernía sobre él como un buitre sobre carroña. Después de pasar varias calles sin encontrarse con nadie, Lincoln sintió que su celular vibraba. Al encenderlo lentamente, el albino se dio cuenta de que había recibido un mensaje. Era de Luan.
- Lincoln, Luna me contó lo ocurrido, y no pienso dejar que te salgas de esta sin haber hablado con Luna. Ella insistió a mamá y papá en que no tenías nada que ver con que esté llorando, y eso en sí es un favor muy grande. Ven rápido y pon una excusa, o sino, quien sabe lo que te harán. No espero que me digas las razones por las cuales hiciste esto, pero me gustaría que lo intentaras.
Aún en esa situación, Luna lo protegía. La culpa y el dolor lo sobrecogieron, pero no sabía cómo compensarlo. Si le daba algo y se arrepentía completamente de lo que había hecho, tal vez lo perdonara. Y si ella se quedaba con George, sería decisión suya. En cualquier caso, poco podía hacer para cambiar la situación, de modo que pensó en alguna forma para enmendar su error. Tal vez un regalo sería suficiente.
Sí, era una buena idea. Solo le faltaba el dinero para comprar lo que tenía en mente. ¿Dónde lo conseguiría?
Regresó a casa ya con la perfecta excusa en su cabeza. En cuanto regresó, sus padres se abalanzaron sobre él, pidiendo una explicación. Lincoln no hizo más que asegurar a sus progenitores que Clyde había tenido una emergencia y que él había ido a ayudarlo. Lamentaba no haber dicho nada a nadie, pero creía que no había tiempo que perder, así que salió corriendo a auxiliar a su amigo. Los señores Loud suspiraron aliviados, pero le dijeron que avisara antes de salir. Lincoln no podía verle la cara a Luna, así que se encerró en su habitación, rezando para que todo se arreglara al día siguiente.
Pero en las siguientes semanas, todo salió mal. Lincoln seguía pensando en regalarle algo a Luna, pues ninguno de los dos se hablaba nada más que para decir buenos días. La escuela ayudaba a mantener los problemas alejados de la mente del albino, pero incluso eso podía fallar en ocasiones. Estaba caminando tranquilo por un pasillo en la hora del receso, cuando alguien le tapó la boca y lo arrastró lejos de la vista. Lincoln abrió los ojos e intentó respirar, sin mucho éxito. Trató de resistirse, pero quien lo sujetaba era más fuerte que él. Después de unos instantes de miedo, su captor lo dejó ir. Lincoln enfocó su vista hacia su enemigo, y se sorprendió al ver que se trataba de George.
- Muy bien -dijo en voz baja el mayor, amenazante- El hermano de Luna. AL fin nos hablamos cara a cara. Mi novia me contó que le dijiste que yo la estaba engañando. No tengo razones para mentirte a ti, ya que parece que sabes algo. Pero déjame advertirte que, si le vuelves a decir algo sobre lo que hayas visto, te arrepentirás. ¿Te preguntas por qué? Mira esto.
Sacó su celular, abriendo una nota de voz. Horrorizado, Lincoln oyó su propia voz y la de Clyde, hablando sobre la confesión del amor de Lincoln hacia Luna.
- No sé cómo ni porqué piensas esto, pero se me hizo bastante curioso que mencionaras a mi novia en secreto cuando solo se trata de tu hermana. Tuve suerte de querer salir al baño en ese momento. Grabé lo que escuché por si acaso, y vaya que me viene siendo útil. Nunca dejaré de agradecer que esta escuela sea tan oscura, ni que estos pasillos con casi un laberinto. Hay muchos espacios en los cuales ocultarse. Hubo momentos en que no sabía si debía borrar la conversación o no, pero ya veo que debo conservarla. Ahora bien, hablemos de negocios. Si me acusas de cualquier cosa, esto va directo a las redes sociales. No solo tu familia; el mundo entero sabrá tu secreto. Ah, por cierto, esta conversación nunca pasó. Una sola palabra y te las verás conmigo. ¿Entendido?
Lincoln solo asintió, tratando de contener su ira.
- Ahora, si me disculpas, tengo que disfrutar de tu hermana, ¿no crees? -dijo George cuando se iba, con una sonrisa maliciosa y lujuriosa en su rostro.
El hijo de los Loud se puso rojo de ira, pero luego fue presa del pánico. Estaba dejando a su hermana ser engañada, pero si revelaba algo, todos sabrían lo que el sentía por ella. ¿Cómo se resolvía algo así?
Con esos horribles pensamientos en su cabeza, el albino se pasó el resto de las clases con su mente muy lejos de ahí. Se alejó rápidamente por los corredores para evitar que nadie lo detuviera, con la intención de regresar a casa cuanto antes. Tenía que arreglar las cosas aunque sea un poco. ¿Dónde empezar?
...Bueno, en primera tenía que disculparse con Luna. Aún si lo que le decía era verdad, la forma en que lo dijo pudo haber sido algo cruel. Nada más cruzó el umbral de la puerta, se dirigió al cuarto de su amada, afortunadamente sin cruzarse con nadie. Luna estaba acostada de espaldas a él, y aunque no le podía ver la cara, sabía que estaba triste y enojada con él.
- ¿Luna?
Su hermana no contestó. Ni siquiera dio señales de haberlo oído.
- Luna, perdóname. No debí de haberte dicho esas cosas. Sé que te hice daño, y en serio lo lamento. No sé si algún día todo pueda ser como antes, pero espero que puedas perdonarme.
Luna lo miró.
- No puedo perdonarte, Lincoln... aún. Me dices que mi novio me engaña, y no sabes nada sobre él. Si escuchas rumores y no sabes si son ciertos, mejor no lo digas. Me heriste, y perdiste la confianza que te tenía.
Lincoln se apesadumbró por las palabras de la rockera. Ella creía ciegamente en George, cuando la engañaba con quien sabe cuántas chicas.
- No me importa lo que hayas escuchado, Lincoln. Para que te perdone, tienes que aceptar a George.
Jamás aceptaría a ese cabrón, aunque lo amenazaran de muerte.
- Eso no lo puedo hacer.
- Lincoln...
- Luna, ¿no crees en serio lo que digo?
Luna puso cara de tristeza, pero al igual que su hermano, su determinación no flaqueó y no se retractó de sus palabras.
- Lincoln, ¡no insistas!
- Es que...
Pero Luna ya había tenido más que suficiente.
- Es todo. ¡LÁRGATE!
Lincoln se quedó ahí, esperando a que su hermana no hablara en serio. Pero la cara de tristeza y seriedad de Luna, por no mencionar el odio, eran respuesta suficiente. El albino caminó de espaldas hasta llegar al pasillo, luego salió corriendo. Vio a Luan, quien llegaba de la escuela, y ella quiso detenerlo, pero Lincoln huyó hacia su cuarto y cerró la puerta con llave, de modo que Luan no lo pudo seguir. Por suerte, el barullo y escándalo que armaban el resto de las hermanas Loud impidió que los padres se enteraran de que Lincoln y Luna no parecieran querer a volver a hablarse nunca más.
Las semanas siguientes fueron horribles para el albino. Cuando estaba con más gente, actuaba feliz y normal. Pero cuando estaba solo, lo carcomía el dolor y la culpa, mientras George se relamía de gusto cada vez que podía, y Luna se encariñaba con el chico tan guapo que era su novio. Lincoln no toleraba la mirada de repulsión y desagrado de la rockera cada vez que ella lo miraba a él. Aún en su propia casa ella lo evitaba.
Nada de lo que hiciera Lincoln podía levantarle el ánimo. Sus calificaciones comenzaron a bajar, y los maestros lo atribuían al cansancio. Apenas y podía mantener su ánimo en los fines de semana que pasaba en casa. Nadie podía hacer nada por él. Ni siquiera Clyde podía ayudar a su amigo, y eso que le daba todos los consejos de la doctora López.
Un día cualquier, un día que parecía ser como cualquier otro, iba a ser en realidad muy diferente. Clyde tuvo que irse con sus papás a visitar a su abuelo, por lo que Lincoln estaba prácticamente solo. El salón de clases se estaba volviendo su lugar favorito. Se la pasaba leyendo o usando su celular, evitando a todo el mundo. Aún cuando podía volver a casa, Lincoln decidía pasar más tiempo en la escuela, para que nadie lo molestara. Ya llevaba unos días con esa técnica, y la verdad era que le estaba hallando el gusto.
- Ehm, disculpa.
Lincoln levantó la vista, desconcertado. Nadie nunca le había hablado cuando se quedaba solo, pues todos sus compañeros preferían largarse de la escuela lo más rápido que podían. Y sin embargo, ante él estaba Haiku, la mejor amiga de Lucy. Su cabello negro le caía sobre uno de sus ojos, mientras que portaba su habitual atuendo negro combinado con morado.
- Ah... Hola, Haiku. ¿Qué pasa?
- Lucy me dijo que últimamente estás muy decaído.
- ¿Eh? No sé de qué me estás hablando...
- Sabemos cuándo hay un alma en pena cerca, aunque no exactamente quien. Lucy sospechaba que serías tú, dado que desde hace tiempo no eres el de siempre. Tu actitud en los últimos días se parece más al de nosotras. Bueno, a lo que iba: he venido a ofrecerte mi ayuda.
- ¿...Qué clase de ayuda?
- Suspiro... Solo ven conmigo.
Haiku salió lenta y ceremoniosamente del salón, esperando pacientemente a que su interlocutor la siguiera. Lincoln dudó un poco, ya que no tenía ni la más remota idea de qué esperar, y menos que alguien como Lucy y Haiku quisieran ayudarlo. Tras unos momentos de indecisión, Lincoln se levantó y siguió a Haiku. La gótica lo llevó a un salón en desuso, cuya oscuridad era muy densa. Lincoln quiso prender la luz, pero Haiku se lo impidió.
- No, debemos estar a oscuras.
- ¿Por qué?
- La sesión espiritual precisa de la falta de luz para funcionar mejor.
- Con sesión espiritual... te refieres a...
- Suspiro... Usaremos un proyector.
- Oh, ya entiendo.
Lincoln se sentó, confundido. Cuando se sentó, Haiku prendió el proyector, y aparecieron muchas fotografías de él, sus hermanas y sus amigos. El albino recordaba todos esos momentos: su primera bicicleta, un corte de cabello, dándole de comer a Lily, jugando con Lynn, modelando con Leni, hablando con Clyde, en el arcade, y lo que más le conmovió: él y Luna, tocando su primera canción juntos, Cryin' de Aerosmith, cuando él contaba con tan solo cuatro años de edad. Pasaron muchas fotos más, pero esas fueron las que más le movieron el corazón.
- Estás pasando por momentos difíciles, pero eso no borra los recuerdos que tienes con tus seres queridos. Recuérdalo siempre, en ningún momento estás solo... Aunque hay algunos que lo prefieren así, por un tiempo.
- Wow... Gracias Haiku, esto es genial, pero... Eso no me quita del todo mi tristeza.
- Sí, me imaginé -prosiguió Haiku- Es por eso que, de ahora en adelante, haré lo posible para sacarte de tu melancolía.
- Supongo... Pero, ¿de dónde sacaste estas fotos?
- Me las dio Lucy. Ella quiere ver a su familia feliz, a cambio de su propia felicidad.
- Ya veo... Sin embargo, no entiendo porqué tú quieres ayudarme.
- Desde el baile de la escuela siento que te debía una, ya que te dejé plantado, además de que siempre me has caído bien, aún cuando tú no notabas mi presencia.
Se veía algo nerviosa, lo que indicaba que tenía más motivos ocultos de los que decía, pero el albino no quiso indagar. Al fin y al cabo, le estaban ofreciendo ayuda.
- Bueno, supongo que así está bien. Nos vemos otro día -murmuró Lincoln.
- No seas tonto, esto no puede esperar. Comenzaremos ahora.
- ¿Ya? -se sorprendió Lincoln, súbitamente alarmado.
Por toda respuesta, Haiku tomó la mano de Lincoln y salieron de la escuela. La casa de Haiku no estaba muy lejos, por lo que ella se iba caminando a la escuela. Lo guió por unas calles hasta llegar a su hogar.
- Mira Lincoln, ya sabes que soy casi como una gótica -comentó Haiku- Pero en realidad disfruto de la naturaleza, cosas como el silencio, los árboles y todo eso.
- Pero eso no es muy de góticos ¿verdad?
- No, pero además de eso, también me gusta mucho estar sola, excepto con quienes también son góticos. Es precisamente por ese gusto por otras cosas que soy capaz de ayudarte.
Haiku vivía con su madre, pero no tenían nada en común. Su madre era alegre, de risa fácil y deslumbrantes sonrisas. Lincoln supuso que Haiku salió más a su padre. Haiku lo guió hacia su cuarto. La mamá de Haiku les llevó galletas y salió de la habitación, sonriendo abiertamente. La gótica prosiguió a alegrar a Lincoln. Después de dejar sus pertenencias en orden, Haiku guió a Lincoln hasta su patio. Haiku se sentó en el césped, y le dio unas palmaditas al espacio a su lado, claramente indicándole a Lincoln que se sentara también. Lincoln obedeció y se dejó caer.
- Muy bien, ahora lo único que tienes que hacer es guardar silencio y disfrutar de la tranquilidad de la naturaleza.
Lincoln le hizo caso. Se quedó callado y escuchó muchas cosas: el sonido del viento, los pájaros, niños jugando, el césped que se mecía. Perdió la noción del tiempo, hipnotizado por la calma y quietud que lo rodeaban. No supo cuanto tiempo había pasado, pero cuando volvió a tierra, ya era de noche.
- Bien, parece que ya entiendes un poco. Alégrate de lo que tienes Lincoln, no te fijes tanto en lo que no tienes. Seguiremos mañana, esto apenas comienza. Nos vemos en el parque.
- ...Ok. Adiós Haiku.
- Ah, por cierto. Sé que tienes un problema grave. No sé qué sea, pero me lo puedes contar, si te hace sentir mejor.
- Mmmmhhh... Lo pensaré -murmuró Lincoln, nada convencido.
- Está bien -susurró Haiku.
La gótica le mostró una tímida sonrisa, lo que hizo volver a sospechar al albino sobre sus intenciones. Regresó pensativo, ni triste ni feliz, simplemente tranquilo. Por primera vez un cierto tiempo, Lincoln entró a casa sin preocupaciones. Saludó a quienes vio, y continuó con su camino. Estaba subiendo las escaleras cuando el albino se percató de que alguien bajaba de ella.
Era Sam, la mejor amiga de Luna. Se veía seria, y cuando vio a Lincoln frunció el entrecejo. Al parecer le iba a decir algo, pero Lincoln no quería oír reprimendas. El peliblanco desvió la mirada y se metió en su cuarto, donde se echó en su cama. No había pasado ni un segundo cuando una voz se hizo oír cerca de él.
- Hola, Lincoln.
Casi le dio un infarto cuando vio a Lucy salir de debajo de su cama.
- ¡Lucy! ¿Qué haces aquí?
- ¿Habló Haiku contigo?
Lincoln se tomó el pecho y trató de calmar su respiración, agitado.
- ...Sí ...Creo que sí me va a ayudar a sentirme mejor.
- Ok, eso es bueno. Pero, ¿por qué estabas triste en primer lugar?
Lincoln negó con la cabeza.
- No puedo decirlo, Lucy.
- Suspiro... Tú me ayudaste cuando me sentía terrible, ahora quiero que tú puedas ser feliz otra vez.
- Sí, creo que sí me sentiré mejor... Pero que no sea a costa de tu propia felicidad, Lucy. Busca la tuya también.
- Bueno... Lo intentaré.
Lincoln se sintió mejor con las promesas de terapia con Haiku, pero no mejoró ningún otro aspecto de su vida. Pasaba las clases a duras penas, se veía más deprimido que antes, y su relación con Luna rallaba en lo inexistente.
De no ser por Clyde y los repentinos cuidados del resto de sus hermanas, Lincoln sin duda habría terminado en el hospital, seguramente a causa de una enfermedad surgida por culpa de la depresión. Lograba encontrar una ligera felicidad con los demás, pero se esfumaba en cuanto se iban.
Todo eso cambió cuando continuó sus visitas con Haiku. Esa semana fueron al parque, y fue una gran experiencia para Lincoln. Haiku le indicó que se acostaron en la hierba, lejos del resto de la humanidad, ajenos al ruido que hacían los niños y sus padres. Lincoln se olvidó por unos momentos de todas sus preocupaciones y sus problemas. Vio como un pajarito trataba de volar, pero no podía, pues aún era demasiado pequeño para volar.
El ave intentó, e intentó, sin ningún éxito. Lincoln entendía cómo debía sentirse la criatura, ya que sin importar lo mucho que uno intentara, a veces la meta era inalcanzable. Luego llegó otro pajarito, más pequeño incluso, pero que sí podía volar. Gorjeó a su compañero hasta que por fin el fracasado se levantó. Lo incitó a intentarlo una vez más. Era difícil, pero con ayuda del otro pajarito, el fracasado se convirtió en triunfador y logró emprender el vuelo; primero lenta, luego armoniosamente, siguiendo el ritmo del más pequeño.
Lincoln entendió que con ayuda podría salir adelante, no importaba en qué clase de aprieto se encontrara. Se volteó a darle las gracias a Haiku, pero ella tenía los ojos clavados en los suyos. Se atoró con lo que iba a decir.
- Gra... Eh, Haiku... ¿Qué pasa?
- Nada -dijo la gótica, apartando rápidamente la vista, con la cara roja.
Lincoln creía entender su reacción, pero deseó estar equivocado. Ignoró su rubor, y dijo, intentando crear un ambiente más calmado.
- No sé qué haría sin ti, Haiku. Desde que hablo contigo, me siento mucho más feliz, y...
Haiku se ruborizó aún más. Eso desconcertó a Lincoln, que esperaba que se sintiera más tranquila. Parecía decidida a decir algo, pero que le costaba. Lincoln se estaba poniendo cada vez más nervioso.
- Lincoln... Tengo que decirte algo... yo...
- ¡Lincoln!
El aludido se volteó y vio a Clyde, quien corría hacia él.
- Qué bueno que te encuentro. Verás, he perdido a la araña mascota de la clase. Se me escapó ahorita que la saqué para que tomara aire.
- ...Ok, Clyde. Ahorita te ayudo. Lo siento -añadió, dirigiéndose a Haiku- Pero él necesita mi ayuda.
- No pasa nada -dijo rápidamente Haiku, cuyo rostro seguía encendido- Nos vemos mañana...
Y salió corriendo. Clyde la miró con la sospecha impregnada en su rostro.
- ¿Y eso de qué iba? -cuestionó Clyde, pensativo.
- Nada -murmuró Lincoln- Venga, encontremos esa araña -Clyde no pareció muy convencido, pero la araña era una prioridad.
Pasaron casi dos horas hasta que pudieron encontrar a la arácnida. Estaba oculta en uno de los arbustos, y solo la pudieron encontrar por las telarañas que se amontonaban en el centro.
- Fiu... Gracias Lincoln, salvaste mi vida.
- No hay de qué, hermano.
- Ahora sí... Amigo, creo que le gustas a Haiku.
No era pregunta. Era lo que Lincoln temía, pero se negaba a aceptar eso.
- No, no. No es posible.
- ¿Ah no? ¿Por qué?
- Solo me ayuda por un favor...
- Ella te dijo eso ¿cierto? Es la excusa más vieja. No dudo que sea un favor, Lincoln, pero de seguro hay algo más. ¿Tú que piensas de ella?
- Pues, no es que no sea linda... Pero es algo reservada. Me agrada, es solo que no puedo afirmar que lo que siento por ella sea amor, o simple aprecio.
- No te digo que hagas nada, pero piensa en esto. Todas las otras chicas solo les gustabas porque te volviste guapo. Me da la impresión de que a ella es por algo mucho más profundo.
- Sí, supongo... -reflexionó en lo que su amigo acababa de decir- ¿Cómo sabes todo esto?
- No sé, solo sale. Por ver series tal vez. O la doctora López. Pero no detecto nada de eso para mí. En espera -dijo el moreno, tratando de sonar gracioso, pero Lincoln lo conocía bastante bien como para detectar un ligero matiz de tristeza en su voz.
- Calma, Clyde. En algún momento, una chica se fijará en ti.
- Si... Bueno, me voy Lincoln, tengo que ir a cenar.
- Nos vemos, Clyde.
Lincoln se fue, todavía pensando en lo que le había dicho su amigo. Recordó como Luna lo miraba con asco cada vez que lo veía. Luego vio como los ojos de Haiku se iluminaban cada vez que lo miraba. No olvidaba los ratos que pasó con Luna en su infancia, pero recordó que Haiku siempre había sido amable con él, aún cuando no la pasaron bomba en el baile de la escuela. Luna no soportaba estar en la misma habitación que Lincoln. Haiku sonreía, algo poco habitual en ella, aún cuando estaba sola.
Antes de darse cuenta, ya había regresado a casa, cenado y acostado, sin ser consciente del mundo que lo rodeaba.
- Haiku solo es una amiga -se dijo a sí mismo, mientras se acomodaba para dormir.
Pero mientras se le cerraban los párpados, se preguntó si eso era cierto.
Haiku no volvió a decir nada sobre lo que pasó en el parque, y Lincoln le seguía la corriente. No creía estar seguro de lo que pensaba de Haiku, pero cada vez le gustaba más. Era tímida, pero de un modo agradable, y menos introvertida de lo que todos creían. Le gustaban sus ojos negros, uno de ellos oculto por un mechón del mismo color. El negro y el morado eran una combinación perfecta para los colores de su atuendo. Era amable y seria; aunque también feliz, algo avergonzada, pero se abría mucho más con él, lo cual cada vez le llamaba más la atención.
Lincoln ya casi no dudaba de las palabras de su amigo. Todo quedó claro un día. Lincoln y Haiku decidieron merendar. En la casa de Haiku, ambos se sentaron frente a una enorme ventana, apreciando el exterior. Afuera hacía mucha lluvia y era agradable estar adentro observándola, con una taza llena de chocolate caliente. Hacía frío. Se acercaron para mantener el calor. Ninguno decía palabra, en un intento de no romper el silencio, y al miso tiempo, de dar a entender que querían que las cosas escalaran un poco más.
De repente, un potente rayo sacudió la sala. Ambos se asustaron y se abrazaron. Después de uno instantes, el ruido pasó. Se miraron, riéndose ligeramente. La risa se fue apagando, hasta que solo se quedaron mirando el uno al otro. Lincoln no sabía qué hacer. Su pecho martilleaba con furia, y sus manos sudaban. Haiku se veía preciosa a la luz trémula que la rodeaba. Sus ojos brillaban como zafiros en medio de la oscuridad. Vio como esos ojos se hacían cada vez más grandes mientras ella se acercaba. Lincoln no se movió. Luego Haiku cerró los ojos y abrazó a Lincoln. Éste se quedó dónde estaba, aún sintiendo lo cerca que habían estado. Sintió como Haiku se acercó a su oído. La oyó susurrar:
- Gracias por llegar a mi vida.
No podía pensar. Su cuerpo despedía un calor intenso. Lenta, muy lentamente, rodeó con sus brazos a la chica de once años, para luego apretarla con más fuerza. Ahora fue él quien se acercó a su oído.
- Tú arreglaste la mía.
Ambos se miraron. Las manos de Haiku estaban en sus hombros, mientras las suyas estaban una en su espalda, y otra en el rostro de la gótica. Una de las manos de ella subió hacia su nuca, atrayéndolo hacia ella. Lincoln hacía lo propio, mientras todas las emociones que había recuperado por la persona que se hallaba frente a él bullían de su interior. Y sin previo aviso, de algún lugar sonó el fuerte sonido de un reloj. Abrieron los ojos, se quedaron quietos, y se separaron.
- Eh... Me tengo que ir... -dijo Lincoln, muerto de vergüenza.
- Si... Adiós -susurró Haiku, con la cara tan roja como un tomate.
Lincoln se apresuró tanto al salir, que chocó con el marco de la puerta y casi se cae. Se volvió avergonzado hacia Haiku, quien se tapó la boca ocultando su risa. El peliblanco sonrió avergonzado y feliz, y se fue. Lincoln no sabía cómo, pero llegó a su casa. Nadie le puso atención más que Luan, quien le echó un pay a la cara. No estaba muy contenta con el peliblanco, después de haberse peleado con Luna, pero miró a su hermano con curiosidad.
- Lincoln, ¿qué tienes?
- ¿Eh? ¿De qué?
- ¿Cómo que qué? ¡Estás todo rojo!
- Ah, no es nada. Me voy...
Pero la comediante era tan buena como la rockera detectando mentiras.
- No me engañas, Lincoln. ¿Qué pasó?
Lincoln sabía que no lo dejará en paz hasta que le dijera. Además, se terminaría sabiendo tarde o temprano.
- Bueno... Es que estaba con Haiku... Ya sabes, la amiga de Lucy... porque me ayuda a sentirme mejor... Y bueno... -no pudo continuar, pero no hizo falta. Casi olvidando que las demás estaban ahí, Luan dijo en voz muy alta:
- ¿Se besaron?
El silencio que le siguió a esa simple frase fue de los más aplastantes que Lincoln hubiera experimentado en su vida. Todas lo miraban con sorpresa e incredulidad. Todas excepto Luna, quien lo miraba entre furiosa y destrozada, pero nadie se dio cuenta.
- No... Pero, casi.
Nueve de las hermanas gritaron y se abalanzaron sobre el único varón, sedientas de chismes y detalles. Luna subió las escaleras sin que la notaran. Se echó en su cama, abrazando su almohada, y remitiendo gritos de frustración. No sabía porque le había afectado tanto. Ella y Lincoln estaban peleados, tenía a George, se la pasaba de perlas con sus amigos, especialmente con Sam. Lincoln podía salir con quien quisiera, podía besar a centenares de chicas. Entonces, ¿por qué le dolía tanto que se acercara a una chica?
- Aún lo amas -pensó.
Aceptar eso fue como recibir un puñetazo en el estómago y en su pecho. No podía dejar de querer a su hermanito. Lo amaba demasiado. Pero no lo podía perdonar por las mentiras que le había contado sobre George. Pero... ¿y si algo de eso era verdad?
Nunca se había planteado en serio esa posibilidad. No obstante, tuvo que admitir que Lincoln no tenía razones para mentirle. De seguro son rumores, pensaba, pero ya no estaba tan convencida. Dudó de la fidelidad de George; ya muchas chicas se le habían acercado, y casi todas de ellas lo hacían de una forma bastante cercana, y eso ocurría cuando ella no estaba presente. ¿Debería espiarlo? No. Pero no podía quedarse de brazos cruzados. Eso sí, Sam ya le había dicho que tuviera cuidado de él. Otra vez eran rumores. Le dijo que George era un seductor que solo usaba a las chicas para su propio provecho.
Por supuesto, la cálida mirada de George, su amabilidad, su cariño, todo su atractivo, hacía difícil creer en eso. Pero también sería la razón por la cual le sería tan fácil engañarla con otras. Era demasiado popular para que ninguna chica no se fijara en él. Pediría ayuda, eso sin duda. Pero así, aún así... le dolía oír los gritos de sus hermanas, felicitando a Lincoln por encontrar un nuevo amor.
