Ryuu miró divertido la escena que estaba teniendo lugar delante de él. El líder del clan Endrino observaba a una distancia prudente como su nieto ayudaba a la actual Campeona a entrenar a su Dragonair, pues la dragona se había empezado a mostrar un poco rebelde y la castaña no sabía cómo gestionar la situación. En un principio, Lira acudió a la Guarida Dragón para que fuera el anciano quien la ayudara, pero coincidió que Lance se encontraba allí de visita con Débora y el futuro heredero del clan no tardó en ofrecerse en lugar de su abuelo para echarle una mano. La Campeona aceptó su ayuda de muy buena gana y Ryuu vio como se dirigieron, con sonrisas cómplices, a una zona habilitada para el entrenamiento.
—¿Qué te parece eso, Débora? —le preguntó a su nieta, que se encontraba a su lado mirando como Kingdra nadaba tranquilamente por las aguas que rodeaban el pequeño santuario.
—Me parece que un lugar sagrado no es el mejor sitio para tontear —respondió de mala gana sin apartar los ojos de su pokémon. Se quedó unos segundos en silencio y luego se encogió de hombros antes de volver hablar en un tono más neutro—. Pero es una de las pretendientes más normales que ha tenido en mucho. Se lo dejaré pasar por esta vez pero que no se acostumbre.
Ryuu contuvo las ganas de reír y miró a la pareja una última vez antes de volver al santuario para darles algo de privacidad. Parecía que habían acabado la primera parte del entrenamiento y Lira se encontraba acariciando a la ya más calmada dragona mientras Lance miraba a la entrenadora con los ojos llenos de dulzura.
—Qué bonito es el amor.
