Lena

—¿QUÉ CREES QUE ESTÁS HACIENDO? —gritó Snape desde su escritorio. Aparentemente ya no estaba sordo a la disputa en su clase.

Solo me percaté de la gravedad de lo que había hecho cuando escuché el alarido de Snape y lo vi aproximarse velozmente a donde estábamos Carter, sus dientes y yo. Retrocedí dos pasos, antes de que el profesor me tomará del brazo con fuerza y comenzara a arrastrarme fuera del salón de clases.

—Se acabó la clase —gruñó Snape mientras me sacaba a tirones del salón.

Me iban a expulsar, estaba segura de ello; no me salvaría esta vez, había cometido una agresión directa contra un compañero en las narices de Snape. La profesora McGonagall me daría mi boleto de tren para ir a casa en el primer día de clase, pensé abatida. Mis ojos se sentían increíblemente secos; alguien normal debería estar llorando.

—Cincuenta puntos menos para Hufflepuff —refunfuñó Snape sin aflojar su agarre de mi brazo izquierdo.

Como deseaba no haber tenido cerca el libro que aún llevaba sujeto en la mano. Me atreví a mirar la portada con nerviosismo: estaba cubierta de sangre y lo que parecía un diente de Carter pegado entre las letras C y N. Sentí repulsión, más no culpa, lo que me llevó a preocuparme por mi salud mental.

No me di cuenta cuando Snape paró su caminata, abriendo una puerta, hasta que me vi arrojada dentro. Entré tambaleándome, comprendiendo enseguida que ese no era el despacho de la directora. Era un lugar lleno de libros y frascos llenos de cosas raras. En una oportunidad menos aterradora, me habría detenido a mirar todo con más detalle.

Snape cerró la puerta de un portazo que casi la hace caer de los goznes. Retrocedí por mi vida hasta dar con el escritorio gigante que adornaba la mitad del lugar.

—¿En qué pensabas cuando golpeaste a tu compañero con eso en mi clase? —dijo señalando con un dedo acusador el libro que sujetaba en mi mano.

—N-no lo sé, señor —admití mirando el libro con repugnancia. Lo dejé sobre el escritorio y me limpié las manos en la túnica.

—¿No lo sabes? —preguntó tan tranquilamente que temí por mi vida. Habría preferido que gritara.

Negué con la cabeza, sin apenas poder ocultar mi nerviosismo.

—Debería exigir tu expulsión del colegio.

Tragué saliva con dificultad.

—¿Quieres volver al mundo muggle antes de cumplir la mayoría de edad, Heron? —inquirió con voz venenosa.

—N-no —dije en voz baja. Entrelacé mis manos, esperando ser zarandeada de nuevo hasta el despacho de la profesora McGonagall.

Snape respiró profundo y me miró directamente a los ojos.

—Felicidades, señorita Heron —dijo al fin —. Te has ganado un castigo en la primera hora de clase. El próximo sábado por la mañana podrás ayudar a quitar la goma de mascar del salón. Sin magia.

Lo miré horrorizada.

—¡Este sábado hay entrenamiento de quidditch! —exclamé un poco más alto de lo que quería.

Snape sonrió maliciosamente.

—Que pena por Hufflepuff entonces —dijo con tono ácido —. Ahora siéntete libre de irte.

—Pero… —comencé.

—No busques que esto sea para todos los entrenamientos del año, Heron —dijo amenazadoramente.

Aunque la adrenalina de la agresión a Carter me hiciese sentir un poco audaz, no eran tan idiota como para buscarme semejante castigo. Emprendí camino hacia la puerta lo más rápido que mis pies me permitían. No bien hube agarrado el pomo de la puerta, cuando la mano del profesor se posó en mi hombro. No pude resistirme a que una pequeña chispa de ilusión estallara en mi pecho. ¿Habría cambiado de parecer?

—No dejes tu libro —dijo apagando cualquier chispa ridícula que se hubiese prendido en mi —. No quiero ver el diente de Carter sobre mi escritorio.

Tomé el libro de sus manos y salí del despacho como alma que lleva el diablo en busca de mis amigos. Sabía que iban a estar molestos. Básicamente debía sesenta y cinco puntos de Hufflepuff, porque sinceramente dudaba que alguien hubiese conseguido esa cantidad en veinte minutos de clase. Cuando pasé frente al reloj, no me atreví ni a mirarlo. Supuse que Ben, al tener más de hora y media libre, habría arrastrado a Collette hasta la biblioteca, así que me dirigí hacia allí.

—¿Qué mierda tenías en la cabeza? —graznó Ben en un susurro cuando me uní a ellos en la biblioteca —. El maldito reloj está en números rojos.

—Cállate, Ben —dijo Collette —. Carter es un petardo hijo de puta. Ojalá le hubiese tirado más dientes.

La cara de Ben fue un poema.

—¿Y si la hubiesen expulsado? —las orejas de Ben estaban rojas. No solía estar cómodo con los regaños de Collette.

—¿A qué no la expulsaron? ¿Eh, Lena? —desafió Collette

—No. No me expulsaron —me dejé caer en una silla de la mesa redonda que ocupaban mis amigos.

—Malnacida con suerte —dijo la chica, dándome un golpe amistoso en el brazo.

El resto de la semana pasó sin pena ni gloria. Los Hufflepuff estaban bastante molestos por la perdida de puntos, pero como la gran mayoría odiaba a Carter, me perdonaron bastante rápido apenas tuvieron conocimiento de los hechos. Algunos me palmeaban la espalda, otros me decían que debía ejercitar el brazo para golpear más fuerte. Inclusive algunos Gryffindor pasaron a saludarme durante varios días seguidos en el comedor. Anne Perkins, por el contrario, estaba bastante molesta por mi ausencia en el entrenamiento del sábado.

No había vuelto a discutir con nadie en las siguientes clases de Snape, procurando leer el tema siempre antes para evitar perder puntos. Hasta el momento había respondido bien a todo, pero Snape nunca tuvo la decencia de premiarme. Maldito murciélago, pensaba al principio, para luego terminar pensando en algún detalle de su persona que me resultase llamativo. ¿Qué carajos tenía Snape de llamativo? Bueno, su cabello era increíblemente negro y su piel tan pálida que bien habría podido ser blanca nieves en Disney. Sus ojos me causaban curiosidad, lo carentes de vida que estaban, lo mucho que podían llegar a decir a pesar de todo. Y, por encima de todo, lo increíblemente listo que era: parecía una maldita enciclopedia con patas.

Me estaba esforzando en todas mis clases, tratando de mantener la promesa que me hiciera sobre mis aspiraciones a futuro. Por tanto, en sólo esa semana me estaba colapsando con los apuntes de los años pasados de Ben (los cuales naturalmente eran más extensos y completos que los míos), además de la temática del curso actual. Mis amigos comenzaban a temer por mi salud mental, hasta que les confesé lo que me motivaba. Ben fue el más feliz, ofreciéndose a fortalecer mis conocimientos cuanto pudiese; Collette dijo que en verdad había imaginado que iba a dedicarme a parar bludgers con la cabeza el resto de mi vida.

El sábado por la mañana, cuchillo mantequillero en mano, estuve a cuatro patas despegando goma de mascar cada vez más tiesa de los escritorios del salón de DCAO. Snape estuvo todo el tiempo sentado en la silla de su escritorio, sin perder de vista mis torpes movimientos, con una sonrisa bastante maléfica en sus labios. De vez en cuando me atrevía a mirarlo y de nuevo volvía a mi trabajo con la cara encendida. De verdad que el hombre llegaba a ser intimidante.

—Creo que están bastante aceptables, Heron —dijo acercando su ganchuda nariz al último pupitre que había limpiado —. Puedes irte a almorzar.

Me erguí de nuevo, sintiendo cómo las vertebras se reacomodaban dolorosamente. Tenía las piernas agarrotadas y las manos entumecidas. Pensé que debería odiarle por ese castigo tan sacado del culo de un dictador, pero no me sentía con la disposición necesaria. Muy a mi pesar, lo encontraba interesante y comenzaba a incomodarme esa absurda necesidad de observarlo.

—Se ve usted muy joven —se me escapó antes de poder sopesar las posibles consecuencias de esa frase.

Snape pareció haber recibido un golpe con una sartén de piedra. Se irguió en toda su estatura, mirándome desde arriba con una expresión cargada de fastidio.

—Dejé en claro la primera clase que no quería ese tipo de comentarios —gruñó.

—Dijo que no quería comentarios que no tuvieran que ver con la clase. No estamos en una clase —dije. Yo, sólo yo podía cagarla aún más.

—Vete a almorzar, Heron —Snape salió del salón de clase, dejándome un tanto sorprendida. Pensé que mi audaz estupidez iba a ocasionarme otro castigo como mínimo.