5
SASUKE
Paré junto a la casa y le entregué mi coche al aparcacoches. Mi teléfono seguía en blanco porque Obito no se había puesto en contacto conmigo desde su reunión con Tristan la noche anterior. A una parte de mí le preocupaba que algo hubiera ido mal. Obito era un grano en el culo a nivel personal, pero en los negocios, siempre se ponía las pilas.
Entré y le tendí mi chaqueta a Lars.
―Buenas tardes, Excelencia. ―Dobló la chaqueta pulcramente sobre su brazo, aunque de todas formas la haría llevar a la tintorería―. ¿Puedo traerle algo antes de la cena?
―No. La Sra. Uchiha y yo cenaremos en el patio esta noche. ―Era un bello día en la Toscana. El sol brillaba con intensidad en un cielo sin nubes y el calor había empapado la tierra italiana. Cuando el sol se hundiera tras la ladera de la colina, la brisa bailaría entre las ramas de los olivos, provocando guiños en las velas blancas que había encima de la mesa. El suave resplandor iluminaría los limpios rasgos de Botón, en particular aquellos bellos ojos que tanto me gustaban.
―Por supuesto. ¿Alguna preferencia?
―Confío en tu sabiduría. ―Subí al tercer piso y volví a consultar mi teléfono, esperando que Obito me llamara de un momento a otro. Después de todo lo que había vivido, yo era un hombre bastante paranoico. Cuando algo se salía de lo ordinario, me resultaba muy difícil ignorarlo.
Antes de hablar con Botón, entré en el despacho y lo llamé.
Obito contestó a la segunda señal.
―Hola.
―¿Va todo bien? ―Me serví un vaso de whisky y me senté detrás del escritorio.
―Sí. ¿Por qué no iba a ir bien?
―Anoche no me llamaste. ―No oculté mi irritación, ni la acusación. No era propio de él no ponerme al corriente.
―¿Eso quiere decir que estabas preocupado por mí? ―bromeó―. Sakura jura que tienes un lado amable. A lo mejor tiene razón.
Sus ganas de bromear me confirmaron que se encontraba perfectamente. El trato se había cerrado sin problemas. Simplemente, se le había olvidado llamarme.
―Tengo un lado amable sólo para ella, así que no cuentes con verlo.
―No contaba con ello.
―Bueno, ¿qué pasó?
Obito se puso inmediatamente en modo de negocios.
―Le comuniqué el precio a Tristan y me dijo que necesitaba veinticuatro horas para pensárselo.
Nuestros clientes no nos hacían perder el tiempo de aquella manera. Si requerían nuestros servicios, sabían que tenían que pagar un precio elevado.
―¿Crees que está planeando algún truco?
―No. Tristan siempre nos ha tratado bien. Creo que el problema es otro.
―¿Como por ejemplo? ―Di un sorbo al whisky.
―No lo sé. Pero estoy en el hotel hasta que cene con él esta noche.
El fuego no ardía en la chimenea porque Lars sólo la encendía si yo se lo pedía. Ahora que Sakura era mi esposa, entraba allí muy de vez en cuando. La mayor parte del tiempo terminaba trabajando en la cama con ella durmiendo a mi lado.
―¿Por qué no me llamaste?
―Anoche terminé bastante tarde.
Sospeché que algo le preocupaba. Podía sentir su consternación a través del teléfono.
―Hay algo que no me estás contando.
―Tuve un encuentro con una de sus esclavas. No puedo dejar de pensar en ella.
Obito era incapaz de resistirse a una mujer bonita bajo ninguna circunstancia. Le había visto contratar los servicios de prostitutas delante de mis narices. El sexo le ocupaba la mente con más frecuencia que el dinero. Él y yo éramos opuestos en aquel sentido.
―¿Mojaste?
―Tonteé con ella. Pero no me la tiré. Es la mujer de Tristan. ¿Quién sabe lo que tiene?
Bien pensado.
―Entonces, ¿por qué sigues pensando en ella?
Por lo general, Obito hablaba demasiado, no demasiado poco. Pero ahora mismo, no tenía mucho que decir.
―Te llamaré después de volver a hablar con Tristan. Estoy seguro de que aceptará los términos. No intentó negociarlos.
–Porque los Uchiha no negocian.
Obito colgó.
Me terminé el resto del vaso antes de salir del despacho y dirigirme hacia el dormitorio. Mis muebles oscuros habían sido sustituidos por piezas en un tono de madera más claro. Ahora había jarrones de flores por todas partes y cuadros nuevos en las paredes. Las lámparas de las mesillas eran distintas y había una foto enmarcada de ambos en nuestra boda. No me apasionaban los cambios que había hecho, pero no iba a dar la lata al respecto.
No me importaba lo suficiente.
―¿Botón? ―Me aflojé la corbata y entré en el cuarto. La puerta del baño estaba abierta y no se la veía por ninguna parte. Eché un vistazo por la habitación y advertí la nota escrita a mano que había sobre mi mesilla, junto al marco de fotos.
MARIDO:
HE IDO A LA CIUDAD A HACER ALGUNAS COMPRAS. VOLVERÉ ANTES DE cenar.
TE QUIERE,
Tu esposa
SU CARIÑOSO USO DE LOS TÉRMINOS MARIDO Y ESPOSA NO ATENUÓ MI enfado. Se había ido de aventuras ella sola en un país del que todavía no sabía nada, y no había tenido el detalle de avisarme antes. Lo había hecho a propósito, porque sabía que nunca permitiría que se fuera. Aquello me cabreó aún más.
Abrí en el móvil la aplicación de su dispositivo de rastreo para ver dónde estaba. Tras un vistazo me di cuenta de que estaba en Florencia, la gran ciudad más próxima a mi finca. Aumenté la escala y la descubrí dentro de una boutique de moda.
¿De verdad le hacía falta ropa?
Volví a bajar las escaleras como una tromba. No me molesté en pedirle al aparcacoches que me trajera el coche. Tenía demasiada prisa como para esperar por nada en aquel momento.
Lars parecía saber exactamente dónde estaba yo en todo momento, porque salió de la cocina como si hubiera estado esperándome.
―¿Se marcha, Excelencia?
―Sí. ―No aminoré la marcha, ni lo miré siquiera―. Debería estar de vuelta en una hora.
―¿Sigo preparando la cena, entonces?
Era posible que no me apeteciese comer después de echarle la bronca a Botón, pero a ella probablemente sí.
―Sí. ―Me metí en el coche y me marché, recorriendo la solitaria carretera que conducía a Florencia en media hora. Me arranqué la corbata y la tiré al asiento del acompañante junto a mí, conduciendo con una mano. No la llamé porque quería pillarla desprevenida, demostrando con ello que cualquiera podía caer sobre ella en cualquier momento, sin que ella se diera cuenta.
Llegué a la ciudad y dejé mi coche en el arcén. Los italianos ya habían salido de trabajar y recorrían las calles empedradas del mercado de fruta y verdura. Los antiguos edificios se alzaban a gran altura sobre los mortales, superando la prueba del tiempo. Mi vida pasaría en un abrir y cerrar de ojos, pero aquellos edificios habían visto pasar cientos de años.
Seguí el rastreador y bajé por una pequeña calle llena de cafés, librerías y barberías. Un hombre de barba espesa pasó junto a mí con una hogaza fresca de pan debajo del brazo, y en un banco se sentaba una mujer con dos niños pequeños con un helado cada uno. No parecía haber peligro por ninguna parte.
Pero aquellas personas no sabían nada.
Yo era un criminal, y caminaba por la calle igual que todo el mundo. Iba oculto tras mi ropa cara y mi atractivo físico. Las mujeres me miraban con interés, intimidadas de un modo sensual. Pero no sabían que yo era un hombre muy peligroso.
Entré en la tienda de ropa y la vi al instante. Estaba examinando un vestido blanco sin mangas por encima de la rodilla. Era ceñido en la cintura y se abría ligeramente al bajar. Lo había combinado con un sombrero de ala muy ancha que impediría el paso del sol. Por furioso que estuviera, reconocí que parecía estar en su lugar. Parecía uno de nosotros, confundiéndose con su cabello rosa y sus labios de un rojo intenso.
Ignoré el abultamiento de mi sexo y me desplacé a través de las hileras de prendas hasta ponerme justo detrás de ella. Todavía no había advertido mi presencia, entretenida examinando la etiqueta con una mueca en la cara. Debió de parecerle demasiado caro, porque lo devolvió a la hilera.
Ahora que estaba justo a su lado, lo bastante cerca para oler el suave aroma a rosas de su piel, me resultaba difícil continuar enfadado. El cuerpo me ardía cuando ella estaba cerca, y sentía un pinchazo sordo en el corazón. No era tristeza, sino adoración. Ver cómo devolvía el vestido me hizo desear comprarle todo lo que había en la tienda.
―Cómpralo.
Ella se sobresaltó al escuchar el sonido de mi voz, reconociéndome sin tener que mirarme. Se volvió lentamente, con los ojos decorados con sombra y rímel. Llevaba unos vaqueros oscuros y una camiseta morada sin mangas, mostrando sus hombros redondeados y su bella piel, levemente bronceada.
―Es demasiado caro.
―Nada es demasiado caro para ti. ―Cogí el vestido sin mirar la etiqueta del precio―. Cómprate todo lo que quieras, Botón.
Ella sabía exactamente por qué estaba allí, pero no demostró signos de enfado. Yo abandoné el mío en cuanto la miré, y ella había hecho exactamente lo mismo al escucharme animarla a comprarse lo que quisiera.
―¿Estás seguro?
―Sí. ―Tenía más dinero del que podría gastarme en toda una vida. La mitad de todo lo mío le pertenecía. Podía comprarse absolutamente todo lo que le diera la maldita gana. Quería que se gastara mi dinero; nuestro dinero―. Estaré fuera.
SALIÓ CON UNA BOLSA LLENA DE ROPA NUEVA. ME ALEGRÓ QUE ME HUBIERA tomado la palabra y se hubiera comprado todo lo que había querido. Se reunió conmigo en un banco de la acera desde el que disfrutaba de unas buenas vistas de las calles empedradas. No se permitía entrar a los coches, así que sólo pasaban personas.
Yo mantuve la vista fija delante de mí, sin mirarla.
Ella cruzó las piernas, disfrutando del silencio cómplice entre ambos. Quizá no quisiera decir nada por miedo a que ello diera comienzo a la conversación que estaba intentando evitar. No era del tipo de mujer que se acobarda ante nada... ni siquiera ante mí.
―No puedes esperar que esté todo el día encerrada en casa.
―Sí, sí que puedo. ―No era un modo muy diplomático de empezar la conversación, pero mi enfado siempre se hacía con las riendas―. Y lo hago.
―¿Querrías estar tú todo el día encerrado en casa? –contraatacó.
―La finca es bastante grande. Puedes hacer muchas cosas allí.
Ella puso los ojos en blanco con dramatismo.
―No me arrepiento de haber salido. Así que no te molestes.
–No es seguro, Botón. De un solo vistazo, cualquiera se da cuenta de que eres americana. Eres un objetivo fácil. –Los turistas siempre eran los más atacados. Los locales sabían que no conocían la zona y se aprovechaban de su ignorancia.
―Está muerto. ―Yo supe exactamente a quién se refería, y le agradecí que no mencionara su nombre―. Ahora quiero salir y hacer mi vida. Quiero disfrutar de lo que me rodea. Llevo aquí casi dos años y no he hecho nada de turismo. ¿Sabes lo absurdo que es eso?
―¿Quieres hacer turismo? Yo te llevo.
―Esa no es la cuestión, Sasuke.
―Y si quieres ropa, o cualquier cosa de la ciudad, Lars te la puede comprar.
―Insisto, no es eso lo que quiero. Si quiero salir y hacer cosas, lo haré.
―Tú no conoces la zona. Ni siquiera estoy muy seguro de cómo has llegado conduciendo hasta aquí.
―Con dos piernas y un cerebro ―saltó ella―. Me las sé arreglar mucho mejor de lo que tú piensas.
Yo sabía exactamente lo fuerte que era. Había sufrido más que yo, pero seguía manteniendo la cabeza bien alta. La admiraba más que a nadie en el mundo, pero no quería que sufriera nunca más. Todo lo que deseaba era que tuviese una vida feliz.
―Botón, sé lo fuerte que eres. Ese nunca ha sido el problema. ―Contemplé a un viejo con un bastón pasar a mi lado. Todavía tomaba de la mano a su mujer, que parecía tener más o menos la misma edad. Viejos y marchitos, se estaban aproximando al final de su tiempo juntos. Eso era lo que yo quería con Sakura. Envejecer con ella―. No quiero que nadie te separe de mi lado. –Había perdido a mucha gente, y el dolor era insoportable. Cuando pensé que había perdido a Sakura, me derrumbé. Hice todo lo posible por convencerme de que ella no significaba nada para mí, de que era prescindible. Pero cuanto más intentaba alejarla, más cuenta me daba de que no podía vivir sin ella. Ahora era mi esposa, mi otra mitad. Si la perdía, no sería igual que con mis padres o Naori.
Sería mil veces peor.
Botón me acarició el brazo con la mano y se acurrucó junto a mí en el banco. Su pecho se apretó contra mi brazo y su rostro descansó en mi hombro. Su cabello me acariciaba suavemente el cuello, como pétalos de rosa.
―No voy a ir a ninguna parte, Sasuke. Ahora ya no hay nada que pueda interponerse entre nosotros.
Aun habiendo abandonado completamente el negocio, todavía tenía enemigos por todo el mundo. El precio por mi cabeza seguía siendo elevado, y mi cuenta bancaria me convertía en un objetivo de primer nivel. Era imposible borrar mi pasado, y el derramamiento de sangre era inevitable. Yo nunca estaría seguro, por lo que no podía bajar la guardia. Si alguien me mataba, no quedaría nadie para cuidar de Botón.
Yo lo era todo para ella. ¿Qué haría sin mí?
―Nunca sabes cuándo pueden cambiar las cosas. Debo tener cuidado... debemos tener cuidado.
―Ya lo sé, Sasuke. Pero también tenemos que vivir nuestras vidas. He estado prisionera durante lo que me pareció una eternidad. Créeme, vivir no tiene sentido si no puedes ser libre. Necesito sentirme libre. ―Hablaba contra mi hombro, rozando con los labios mi camiseta.
Entendía su punto de vista. Lo hacía, de verdad. Pero mi vida era complicada.
―Yo nunca seré libre, Botón. Nací en medio de una guerra de sangre. El apellido Uchiha es adorado y maldecido a la vez. Nunca podré ir por el mundo sin mirar por encima de mi hombro. Tú y yo nunca seremos realmente libres. Eso es algo con lo que ambos tenemos que vivir... porque ahora eres una Uchiha.
Ella se apartó para poder mirarme a los ojos.
―Me siento orgullosa de ser una Uchiha. Pero necesito más.
–Eso es todo lo que puedo darte. ―Si pudiera darle el mundo, lo haría. Pero aquello era algo fuera de mi alcance―. Si quieres ver algún lugar, yo te llevaré. Si hay algo que quieras hacer, lograré que suceda. Pero debemos planear estratégicamente cada uno de nuestros movimientos. De lo contrario, podemos dar un paso en falso. Sé que esto te resulta difícil de entender, pero es la única vida que he conocido. Un paso en falso y estás muerto.
Un mechón de pelo se le soltó de detrás de la oreja y se recolocó rodeando su rostro. A pesar de los abusos que había sufrido, parecía alguien que nunca había tenido que mover ni un dedo. Tenía el aplomo y la elegancia de una reina, con una piel inmaculada de aspecto saludable y vibrante. Cuando se pintaba los labios de aquel color, sus dientes parecían aún más blancos. Cuando se pintaba los ojos de aquella manera, parecían más grandes y seductores.
―Vale.
―Vale, ¿qué? ―Le miré los labios, deseando que se apretaran contra los míos en un acalorado contacto. A veces, cuando le miraba la boca, lo único que deseaba era que me rodeara el miembro. Pero ahora mismo, sólo quería besarla. Quería hacerle el amor a mi mujer, tomarme el tiempo necesario para sentir de verdad sus labios... ambos pares.
―Seré más cuidadosa.
Aunque no fuera italiana, era una mujer considerablemente obstinada. Que tuviera aquel gesto, sin importar su pequeñez o imprecisión, era algo notable. Así que me lo tomaría con gratitud.
―¿Te puedo llevar a cenar?
―Estoy segura de que Lars está haciendo algo de cenar.
―Podemos tomarlo mañana para almorzar. Hay un sitio fantástico a la vuelta de la esquina que creo que te gustará.
―Ooh... ¿Es una cita?
Dejé de resistir la tentación de sus labios y la besé.
–Sí. Y quiero hacerte el amor cuando lleguemos a casa.
