Me adjudico todos los errores ortográficos y/o gramaticales que puedan encontrar en el capítulo.


Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Peligrosamente, tú

.

La tal Alice se paseó por el loft sintiéndose la dueña. Miró a su antojo y anduvo removiendo aquí y allá mientras yo la observaba de mala gana.

― ¿Te vas a quedar mucho tiempo viviendo con Edward?

Me crucé de brazos y la miré de mal modo.

Esa mujer no supo interpretar mi mal humor porque sonrió al tiempo que enroscaba un mechón de mi cabello entre sus dedos.

Estaba trabajando en la edición de una columna que aparecería en el portal del diario más famoso de Miami. Era mi nuevo trabajo y aunque no me sentía satisfecha, por el momento me hacía sentir útil ganando mi propio dinero.

Le di un manotazo y aparté mi mechón de cabello de sus manos. Ella solo enarcó una perfecta ceja e hizo un puchero.

― No soy de tu agrado, ¿verdad? ―quiso saber.

Una muy mala pregunta formulada porque yo no sabía disimular.

― No, no lo eres.

― Entonces vamos a quitarnos las caretas ―expresó con una postura intimidante, según ella―. Me molesta que vivas con Edward porque pienso que estás utilizando al supuesto hijo para meterte en su vida y no me gusta.

Me puse de pie. Alice compartía la misma estatura que yo, no sería difícil estrellar mi puño en su preciosa cara.

― Lo que tú pienses es lo que menos me importa.

― No soy idiota ―dijo―; sé que estás enamorada de él, no puedes ocultarlo.

El cruce de miradas entre nosotras fue absoluto fuego. Estaba comprobado que Alice era una perra al igual que Tanya. Sin embargo, eso estaba muy lejos de importarme.

Sujeté su brazo y lo apreté llevándola a la puerta entre jaloneos de resistencia por parte de ella, una vez la saqué fuera regresé por su bolso y se lo lancé en la cara antes de volver a cerrar la puerta.

― ¡Le diré a Edward! ―gritó entre golpeteos a la puerta―. ¡Te echará de aquí hoy mismo!

Subí la música y Stop Crying Your Heart Out comenzó a resonar en la estancia.

Cerré mis párpados y quise concentrarme en mis deberes que tenía en la pantalla de la laptop. Apreté el puente de mi nariz e inhalé hondo.

Prometeme que si algún día no estamos juntos lo buscarás.

Reí ante la absurda petición de Seth. ¿Quién diablos puede pedir tal cosa cuándo acabas de hacer el amor con la persona que compartiras tu vida?

Eres un idiota ―le di un suave golpe en su torso.

Seth sujetó mi mano, besó mis nudillos y la llevó sobre su pecho desnudo.

Bella, por favor ―su voz fue trémula casi apagada― no puedes engañarte y fingir que no piensas en él.

Lo que yo sentí por Edward fue una tontería infantil, una estúpida ilusión. Por supuesto que no correré a buscarlo, nunca lo haré.

Pasó sus dedos por mi rostro y detuvo la punta de su índice sobre mis labios mientras miraba hipnotizado mi boca.

Lo observé fijo: su coleta oscura estaba deshecha sobre la almohada y algunos mechones bailaban en su rostro cubriendo un poco sus pequeños ojos castaños. De pronto me sonrió con tristeza, lo sabía porque no era una sonrisa amplia como cuando sonreía de verdad.

Sé que un día le dirás lo que sientes por él ―murmuró―, y ese día te sentirás libre por primera vez.

Apagué la música al volver al presente,

Estaba molesta. Enfadada.

.

― ¿Se puede saber la razón para echar a Alice de aquí?

Di media vuelta y lo enfrenté.

Era tan alto que elevé mi rostro.

― Me enfadó ―respondí con honestidad.

Edward hizo una mueca mientras seguía concentrado partiendo verduras. En ningún momento cruzó la mirada conmigo, sabía que algo quería decirme y era mejor que lo hiciera de una vez porque me estaba impacientando.

― Deberías ser más amable con las personas ―murmuró― algunas solo intentan ser amigables contigo.

― No tengo diez años para que me quieran imponer amistades ―debatí― sé muy bien a quién quiero en mi vida y créeme que esa mujer es la menos interesante.

Elevó su vista dejando sus ojos en mí. Dejó el cuchillo de lado y limpió sus manos en el delantal color mezclilla que traía atado a su cintura.

Anduvo hasta mí y sujetó mis manos.

El cosquilleo empezó en todo mi cuerpo al sentir su tacto. Suspiré con la intención de quitar mis manos, pero Edward no me lo permitió.

― Desde hace días he querido que hablemos.

Me regaló una sonrisa y de igual forma sonreí.

Desde luego que mi intuición no podía fallarme. Conocía tan bien a Edward que lo supuse desde principios de semana, justo desde el momento que me dijo haber visto a Tanya.

Exhaló ruidosamente.

― Llevo días investigando una noticia inesperada ―reveló a medias y sin quitar sus ojos de mí―. Y no hay duda que es verdad.

― No entiendo.

Su agarre fue más fuerte.

― El bebé que estás esperando es tuyo ―dijo claro y conciso.

Sacudí mi cabeza.

¿Qué demonios había dicho?

Supo la confusión que estaba sintiendo porque me ayudó a sentarme en la silla alta del desayunador. Con sus manos acunó mi rostro.

Ni siquiera podía articular palabra.

― Tengo las pruebas de que es tu hijo ―prosiguió―, es tuyo y mío.

Tragué.

Abrí mi boca y mi voz no salió.

Quería gritar, discutir, reclamar y todo lo que hice fue aclarar mi garganta.

― Yo… yo estuve ahí ―musité, cerré un momento mis ojos tratando de recordar ese día y sí, yo había sido testigo de toda esa inseminación en mi útero.

― También estuve ahí. Doné mi esperma y quedamos en que no harían nada hasta que yo estuviera de acuerdo con Tanya. Ella hizo todo sin mi consentimiento y ellos faltaron a su ética profesional al seguir un procedimiento sin autorización ―tomó una gran bocanada de aire―. Entable una demanda en su contra y tú estás en tu derecho de hacer lo mismo.

Aún enajenada y confundida bajé de la silla caminando al balcón. No sabía cómo sentirme y menos qué hacer.

Había hecho todo por evitar no quererlo, no encariñarme, incluso llegué a sentir desprecio por un hijo que era mío. Mío.

Apreté mis puños negándome a tocar mi vientre.

Esto era una locura, un sueño y deseaba despertar.

Nunca he tenido nada mío, nunca.

Hice un mohín al sentir que el viento despeinaba mi cabello, el mar turquesa me escupía la realidad y no estaba soñando, no lo estaba.

Iba a ser madre ―reí confundida, no sabía sí en verdad quería reír o salir corriendo y despejar mi mente.

― Isabella Marie ―pronunció mi nombre en voz queda, me volteé a él. Edward estaba detrás de mí y su semblante parecía asustado―. ¿Te sientes bien?

― No sé ―reconocí.

Las comisuras de su boca se elevaron en una tierna sonrisa antes de envolver mi cuerpo en sus brazos. Me sentí mejor al enterrar mi rostro en su pecho.

Nunca había tenido miedo porque en mi carácter no estaba tenerlo, pero simplemente me sentía superada y debía reconocer que tenía terror al tener una responsabilidad sobre mí.

― Quiero irme ―verbalicé―, quiero volver a Seattle.

Edward buscó mi rostro y me hizo mirarlo llevando sus dedos bajo mi barbilla. Sus hermosos ojos verdes se veían preocupados.

― ¿Por qué?

― Necesito pensar.

― No tienes nada que pensar, vamos a ser padres.

― ¡Yo no pedí ser madre! ―exclamé― no pedí serlo.

― Tampoco lo pedí y ya está, hay un hijo nuestro en tu vientre.

Me deshice de su abrazo y subí corriendo las escaleras, abrí su closet del que me había adueñado y saqué mi ropa echándola sobre la cama, mis manos estaban temblando al momento que llenaba la maleta con mis pertenencias.

― Detente… Isabella. Por favor, hablemos.

No lo escuché. Estaba llena de rabia y coraje. Que en ese momento quería apretar el cuello de Tanya y matarla con mis propias manos. Al menos se merecía una arrastrada por las calles principales de la ciudad.

― Escuchame ―sujetó mis manos y me hizo sentarme en el borde de la cama, se acuclilló mientras frotaba la suave piel de mis antebrazos―. Comprendo lo que estás sintiendo porque en su momento también lo sentí. Pero te juro que después de unos días te haces a la idea que un pequeño ser tuyo, existe, y nada puede estar mal. Vamos a llevar nuestro papel de padres de la mejor manera posible, sin distanciamientos, sin gritos, ¿comprendes? Seremos las mejores versiones de nosotros mismos para él o ella.

Sonrió con su vista clavada en mi vientre.

Apenas se había abultado mi barriga y ya no lograba abotonar la ropa.

¿Y si Edward tenía razón? Si al pasar los días me llenaba de ilusión por este bebé. Era una imbécil, claro que lo iba a querer, si era mío. Solo que por el momento estaba tan confundida y llena de miedo que me volvía una completa estúpida.

― ¿Estamos juntos? ―pregunté vacilante.

― Juntos ―prometió.

Me sentí henchida de felicidad. Edward y yo seríamos padres.

Un sueño cumplido por realizar.

.

.

Debía reconocer que Edward estaba cumpliendo su palabra. Después de dos semanas y de una visita al obstetra dónde se nos notificó que todo estaba en perfecto orden y el bebé crecía normal con sus trece semanas de gestación, me sentía exultante y orgullosa de su desarrollo.

Tal vez sin darme cuenta había desarrollado ese instinto protector y maternal que a la mayoría de las mujeres les sucede cuando están gestando.

Porque reconocía que me sentía diferente y con una armonía que no creí jamás llegar a tener en mi vida. Incluso había dejado de odiar a Tanya para no sentir absolutamente nada por ella.

¿Quién lo iba a decir? No sabía que podía desarrollar también mi estado de ánimo y sentir solo indiferencia, y yo que me creía capaz de solo odiar a todos por igual.

Aunque con Alice aún había una excepción.

Apenas entré al loft y el silencio reinó.

Alice se cruzó de brazos y refunfuñó en el sofá mientras Edward seguía tecleando su laptop sin dejar de ver la pantalla.

― Hola ―saludé de mala gana, porque así era yo.

― Hey ―dijo Edward sin decir más.

Crucé la estancia y fui directo a la cocina, me serví un vaso de agua helada y lo bebí lentamente sin dejar de observar sus movimientos.

Edward se miraba incómodo al lado de Alice, no había duda y para mi mala suerte comprobé lo desarreglada de la ropa que ella usaba. Era obvio que estaba apostando a ganar, pero esta vez yo quería hacerle saber que no ganaría nada que no fuese el camino a su casa.

― ¿Cómo va el trabajo? ―indagué sentándome en el reposabrazos, justo al lado de Edward.

Levantó su mirada y me sonrió.

― Estoy agotado ―reveló entre un profundo suspiro― pero ya no falta mucho para terminar.

Admiré su rostro y me quedé prendada de su incipiente barba que cubría su maxilar inferior y mandíbula.

― ¿Ocurre algo? ―preguntó al darse cuenta que lo miraba como estúpida embelesada.

Sacudí mi cabeza y llevé mis manos a sus tensos hombros; comencé a presionar muy suavemente, deslizando mis dedos por sus huesos y masajee. No tardó mucho para escucharlo suspirar y echar su cabeza hacia atrás.

― ¿Te gusta?

― Hmm… sí

Alice de un sobresalto se puso de pie captando nuestra atención y rompiendo nuestra burbuja.

― ¡Me voy! ―anunció malhumorada. Tomó sus cosas y dio media vuelta caminando hacia la puerta, se detuvo a mirarnos―. Los dejo para que puedan seguir con sus demostraciones de afecto.

Con mi palma en alto, la agité en un adiós burlón que iba acorde con mi gran sonrisa.

De un portazo cerró la puerta.

Apreté mis labios cuando los ojos de Edward estaban en mi rostro.

― Lo hiciste a propósito ―confirmó.

Solté una carcajada dejándome caer de espalda al sofá en el momento que Edward se incorporaba.

Flexionó una pierna y cruzándose de brazos me vio con gesto molesto.

― ¿Por qué lo haces? ―cuestionó.

― Me gusta hacer rabiar a todos ―respondí mientras mis hombros se elevaban en fingida inocencia―. Soy de esas personas que entre más malestar pueden llegar a sentir por mí, más molesto. Me hago odiar con facilidad.

― No deberías ―dijo en un tono serio.

Apoyé mis codos en el sofá al verlo ir a la cocina. Llevó su laptop sobre la encimera y comenzó de nuevo a trabajar.

Inspiré. Tal vez me había pasado.

¿Y si Edward sentía algo por Alice?

Animada en saber sobre sus sentimientos lo acompañé a su lugar y empecé a comer una manzana.

― ¿Qué ha pasado con tu divorcio?

― Sigo esperando que Tanya firme ―respondió sin mirarme.

― ¿Ya te acostaste con Alice?

Mi pregunta lo hizo elevar la vista sobre la pantalla, me miró fijamente y negó de un lado a otro.

Lo sentí honesto, pero aún así no me sentí feliz con su negativa.

― ¿Te incomoda que hablemos de Alice?

Apenas sonrió.

― No me importa Alice ―aseveró― no tengo ningún interés más allá del laboral.

Esta vez fui yo quien sonrió ampliamente.

― Me alegro ―articulé en voz alta.

Había captado su atención y me estaba viendo con cierta curiosidad.

― No pienso relacionarme con nadie hasta que mi divorcio esté culminado. Después del divorcio solo estaré interesado en mi hijo, no quiero cometer más errores en mi vida ―meditó―. ¿Y tú piensas aceptar alguna cita de Emmett?

Fruncí mis cejas.

― No. No estoy interesada en él.

― Es bueno saberlo ―murmuró.

Si supiera que su sola respuesta hizo brincar mi corazón. Me estaba ilusionando con un posible acercamiento entre nosotros.

Era una idiota.

Alargó su mano y acarició mis nudillos provocando que mi piel se erizara. Era un simple toque y ya me veía suspirando por él. ¿Y si Seth tenía razón? Si yo revelaba mis sentimientos me sentiría mejor.

― ¿En qué piensas?

― En una promesa que le hice a Seth. ―Dije, recordando que tal vez había llegado el momento de ser yo quien diera el primer paso.

No estaba acostumbrada a príncipes azules, menos a caballeros salvando princesas porque nada de ello existía.

― ¿Fuiste feliz con Seth?

Asentí.

No podía mentir. Seth fue alguien especial en mi vida, fui inmensamente feliz a su lado y si no hubiese sido por el recuerdo de Edward que siempre fue una sombra entre nosotros, podría admitir que fue el hombre de mi vida. Pero no fue así.

― Fui feliz… sí.

― Es bueno saber que tuvieron una historia juntos y fueron felices. Al menos ustedes lo fueron.

Nuestras manos seguían unidas y nuestros dedos entrelazados.

Apreté mis labios. Me debatía por hablar, por decirle lo que sentía por él.

― Hubiéramos sido muy felices, sino te hubiera pensado tanto. ―Listo, lo había hecho, no podía retractarme.

― ¿Perdón?

― Seth siempre supo que me gustabas. Él sabía que yo guardaba un enamoramiento por ti desde que era niña.

La boca de Edward se abrió.

No tenía idea de lo qué fuese a decir, tampoco quería que la tierra se abriese y me tragara.

¿Qué de malo había en decir la verdad?


¡Hola! Aquí estamos de nuevo con otro capítulo. ¿Qué piensan de Bella? Ella no sabe guardarse nada y parece que no teme.

*Nos leemos el jueves *

*Y mañana con otro capítulo de PAPÁ QUIERE HUIR*

Adelanto los martes en la página de Élite Fanfiction y también no se olviden de unirse a mi grupo: Historias por Lau.

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