Advertencia: Contiene lemon.

Capítulo 6

Se detuvo solo un poco, recorrió la punta de su húmeda lengua por aquellos finos y tersos labios para después volver a invadirlos con candente ador.

El corazón de Kagome era una bomba de tiempo a punto de explotar. Sentía la conexión que había entre ellos dos, de sus cuerpos que reaccionaban al calor del otro. Porque sin saberlo o al menos sin darse cuenta ya tenía sus brazos alrededor de su cuello y lo atraía más hacia ella para hacer el contacto más íntimo. Corrección, hacerlo más intenso. Podría quedarse fundida a sus brazos y a sus besos si así decidieran hacerlo.

Poco a poco el beso fue perdiendo intensidad y cuando él se apartó de ella, la respiración de ambos era pesada y les cotaba recuperar el aliento que habían perdido. Él se apoyó en su delicado hombro. Escuchar su respiración en su oído fue lo más erótico que había experimentado en su vida.

¿Por qué Hoyo no la besaba con tanta pasión?

¿Por qué tuvo que ser un completo desconocido quien le hiciera sentir todo aquello?

¿POR QUÉ?

― ¿Sentiste esa magia? – él preguntó en un leve susurró.

Ella a muy a duras penas y pudo asentir.

―Y eso que sólo fue un beso – se apartó levemente para mirarla a los ojos.

― ¿Qué…― tembló y tuvo que guardar compostura antes de preguntar ― ¿Qué quieres de mí?

Él esbozó una sonrisa, tomó su mano y depositó algo en ella. Cerró su palma y por último le dio un tierno beso en ella.

―Si quieres acabar esta noche de otra manera ya sabes dónde encontrarme, pequeña.

Le guiñó un ojo y acto seguido se apartó de ella y comenzó a andar en otra dirección diferente al club. Lo vio pasarse una mano por su cabello hasta que entró de nuevo al hotel.

Una vez sola y con las manos temblorosas extendió la servilleta que él había dejado segundos antes.

«Suite 535, última planta. Válido hasta las 12:01»

Kagome no quiso regresar al club para continuar la noche con las chicas. Sabía que, si lo haría, las chicas le estarían cuestionando todo acerca de su repentina huida. Así que ahí estaba, en su propia habitación. Caminando de un lado a otro, observando el trozo de servilleta que descansaba sobre la cama. Debatiéndose entre acudir o no a la cita. De experimentar de manera más íntima aquel calor que había sentido con solo un simple beso.

Observó la hora en su reloj, éste indicaba las 11:30 p.m. por lo que aún tenía media hora más un minuto para meditarlo a fondo antes de acudir a la cita con aquel desconocido en su suite.

Buscaba en que entretenerse, aún era tarde para que Hoyo estuviera dormido, así que le envió un WhatsApp. Si él le respondía con un mensaje cariñoso, era la viva señal de no serle infiel. Pero en cambio su respuesta fue "No puedo hablar ahora" "Estoy ocupado" "hablamos mañana". No había nada de mensaje cariñosos, ningún que expresaba cuanto la amaba o que ansiaba su regreso para abrazarla y después comérsela a besos durante toda la noche. Recordaba que su última relación sexual con él fue tan solo tres meses.

Sus mensajes eran vacíos y sin sentido.

Y esa, esa era la señal que esperaba. Una en donde no se sintiera mal de cometer una estupidez.

―Idiota.

Dejó caer el móvil a la cama. Comenzaba a cuestionarse ampliamente todo lo que las chicas hablaban sobre él. Sus pensamientos giraban en torno a la boda y pasar el resto de su vida a lado de un hombre que era más frio que un maldito iceberg.

¿Realmente era lo que ella quería? ¿Vivir con un hombre así?

En cambio, aquel hombre de mirada dorada le ofrecía más de lo que Hoyo le hubiese dado en todos esos años de relación. Simplemente con el magnetismo de aquel beso la hicieron cambiar de perspectiva.

Solo sería una noche, después se alejarían cada uno por rumbos distintos y nunca se volverían a ver.

Así que… ¿Cuál era el problema?

Observó su reloj, eran las 11:50, tenía exactamente menos de diez minutos para tomar una decisión. Pero ya no había más que discutir con su cabeza. La decisión ya estaba tomada. Así que tomó su bolso y metió el móvil en él, acto seguido agarró el pedazo de servilleta que estaba a su lado y salió de su habitación.

Esa noche iba a experimentar otro tipo de emociones, ya al día siguiente se lamentaría por eso. Aunque francamente lo dudaba.

Llegó hasta los ascensores y por primera vez no se tardó tanto. Sin duda esa era otra señal. Pulso el botón de la última planta y la llevó de inmediato. Avanzaba por los pasillos en busca de la suite.

Suite 349… avanzó más adelante.

Suite 350…. Otros cuantos pasos más.

Hasta que delante de ella estaba la suite, las placas del número "353" estaban en negro. La puerta era ancha, bañada de color blanco, adornada por un marco en tono dorado.

"Igual a sus ojos"

Era inevitable no pensar en eso.

Otra vez observó su reloj y eran las 12:00 p.m.

Aún tenía un minuto para arrepentirse, dar la vuelta y marcharse. Olvidarse de todo esto, pero ya estaba ahí y no había marcha atrás. Solo sería una noche, no más. Una noche, con derecho a roces.

Llamó y aguardó unos segundos, tan solo con escuchar el "clic" de la puerta bastó para que su cuerpo temblara ante la anticipación de la noche que le aguardaba. Cualquier pensamiento con respecto si era lo correcto o si lastimaría a Hoyo fueron pulverizados con esa mirada dorada que la estaba contemplando con ardor. Incluso en sus ojos podía ver llamaradas de deseo.

Él se recargó en el marco de la puerta, con un brazo flexionado a la altura de su frente y esbozaba una media sonrisa. Iba un poco menos informal que en el bar y su rostro reflejaba un estado de relajación. Se había quitado la blazer y la camisa la llevaba desfajada, con los tres primeros desabrochados, revelando un poco de su perfecta anatomía. Iba descalzo, con los pies desnudos sobre la alfombra.

―Que puntual pequeña ― susurró― Exactamente las doce con un minuto. Pasa.

Kagome se mordió el labio inferior, comenzaba a arrepentirse.

―Yo…creo…que es mejor que me vaya.

Él negó con la cabeza, no la dejaría ir tan fácilmente, ya estaba ahí y haría todo para que se quedara, así que abrió por completo la puerta y dio un paso afuera de la habitación. Kagome retrocedió uno pequeño.

―Tonterías. Ya estás aquí ―la tomó de la mano y prácticamente la arrastró adentro de la habitación.

Kagome abrió la boca y después la cerró. La suite era realmente amplia y hermosa, las paredes estaban pintadas de un sutil color avellana, había dos enormes ventanales que iban del piso a la pared. Desde esa distancia podía escuchar las olas del mar. El viento hacía bailar las cortinas blancas. Los sofás iban a doc. con las ventanas. Al fondo un comedor para cuatro personas.

Lo vio ir hasta la cantina de madera color caoba, preparó un whisky y del interior de un pequeño frigobar sacó una botellita de agua que le ofreció.

Kagome se le quedó mirando a la botellita y alzando una ceja puso su cara más seria.

― ¿Qué? ― se encogió de hombros ―Si crees que te daré más alcohol de lo que bebiste en el bar, déjame decirte que estas en un error. – aclaró.

―No bebí mucho ― respondió ― Además estoy bien ― añadió.

Él la acompañó segundos después.

―Sí ― asintió, tomando asiento en un sofá, quedando justo frente a ella ― Se nota.

Ella estaba muy seria, observaba la suite. Fácilmente podía contar tres habitaciones. En la pantalla de plasma tenía puesto el canal de noticias en inglés y justo en ese instante mostraban la sección de finanzas. Aunque tenía el sonido desactivado, ya que la música era el centro de aquel lugar.

¿Quién veía noticieros a las doce de la madrugada y más si era la sección de finanzas?

Se llevó el primer trago de ese líquido ámbar a los labios y ese movimiento fue demasiado erótico. Flexionó una rodilla, recargando el talón en la otra pierna. Kagome se humedeció los labios que hasta ese momento comenzaba a sentirlos secos. Abrió su botellita de agua y le dio un gran trago.

Estaba fresca y sabía a gloria, algo que agradeció internamente.

―Te vez muy nerviosa, pequeña – había cierto matiz de burla en aquellas palabras.

―No lo estoy – fue más un bufido que una respuesta.

¿Tanto se notaba? La verdad es que no todos los días le era infiel a su prometido. Sobre todo, era la primera vez que se acostaría con un desconocido. Porque si era realista, no estaba en esa habitación para hablar de su futuro con él y mucho menos para contarle un chiste. Ambos eran adultos y sabía a donde los conduciría esa noche. No tenía sentido eso, cuando ni su nombre sabía, únicamente lo conocía por el vecino del avión y ahora por "el chico de la suite 353".

―No estas nerviosa – repitió él – Sabes, a pesar de sólo haberte visto un día, estoy casi seguro de que estás mintiendo – explicó, mientras le daba un nuevo trago a su vaso – Relájate ¿Quieres?

―Yo ya te he dicho que no estoy nerviosa – volvió a decir ella, cruzándose de brazos.

Y ahí estaba, de pie y altiva ante él.

Dio un trago profundo a su copa y dejó el vaso vacío sobre la mesita de la sala. Acto seguido se puso de pie y avanzó lentamente hacia ella. Era como un felino acechando a su presa. Kagome trago saliva con dificultad, pero permaneció ahí sin pestañear.

―Si fuera tú lo estaría – casi estuvo a punto de reír, pero guardó su compostura ― ¿Qué tal si soy un asesino serial? – arqueó una ceja.

―No es gracioso.

―Lo sé – rio solo un poco – Pero quería ver tu reacción.

― ¿Y qué tal si yo fuera una estafadora? Te dejaría inconsciente para robarte,

Ese hombro mostró la sonrisa más blanca y relajante, que la hicieron contagiarse de ella.

―Gustoso pagaría ese precio con tal de llevarte a la cama, pequeña.

Él no pudo evitar acariciar su larga melena azabache y enredó un dedo en aquellos sedosos cabellos. Casi se la podía imaginar. Ella desnuda sobre la cama, con esos ojos color chocolate deleitados por una noche salvaje de sexo y esa melena, desparramada por toda la almohada. Sin duda era un pensamiento demasiado excitante, el cual no había dejado se imaginar desde que la vio en el aeropuerto. Con sólo imaginarla le bastó para desearla aún más.

Le quitó la botella de agua de entre sus manos y sin contemplación la aventó al sofá. Esta rebotó y cayó al suelo, ocultándose en la mesita de noche. Ahora ya no había ninguna barrera entre ellos.

En lugar de decir con palabras lo que deseaba hacerle, dejó que sus manos hablaran por él. Igual que en el bar, deslizó una mano por la esbelta cintura de la pequeña mentirosa, alias nerviosa. Acariciando cada centímetro de piel, deteniéndose justo donde finalizaba su espalda e iniciaban sus nalgas.

La atrajo hacía él, en abrazo fiero y posesivo, era como si la estuviera marcando solo para él. Sus miradas no se habían apartado del uno al otro. Con la otra mano libre echó su larga melena hacia atrás para dejar al descubierto su delicado cuello.

Su aroma poco a poco fue embriagándola, dejó sus manos apoyadas en los antebrazos de su vecino, sin dejar de mirarlo. Ya comenzaba a temblar de la anticipación y esperaba que su cuerpo no la delatara.

Antes de que él se perdiera en el dulce aroma de su cuerpo, le susurró al oído.

―Solo tengo una condición – dijo en tono sensual.

― ¿Cuál es? – preguntó Kagome, casi en un suspiró, al sentir su aliento.

Notaba su erección contra su vientre. Estaba duro y firme como una roca. Si así se sentía estando vestido, no quería imaginar cómo sería verlo en su máximo esplendor.

―Que sigamos en el anonimato – respondió, besando el lóbulo de su oreja – Yo no sé tú nombre, ni tú el mío. Eso lo haría más divertido. Mas placentero.

Se apartó un poco, sólo para ver la reacción en sus ojos.

― ¿Qué dices, pequeña?

Kagome esbozó una sonrisa y él la imitó.

―Que al menos no tendré que recordar tu nombre.

Asintió ante su repuesto, pero en esa fracción de segundo ya no había espacio para decir más bromas. Una burbuja los envolvió donde solo comenzaba a reinar la pasión. Llevaba ansiando quitarle esa faldita y ese top que tanto lo habían vuelto loco en el bar. Desde que la vio no había ojos para más chicas, sólo para ella. Reconocía que se había comportado como un cabrón al haber despedido de atajo a aquellas dos chicas que se le insinuaron. Incluso si ella no se hubiese acercado a él a besarlo, estaba seguro de que sería él quien diera la iniciativa. Pero agradecía que fuera ella la primera en hacerlo, porque todo eso los llevó hasta ese momento.

Liberó su cuello, sólo para ocupar con su mano el otro lado de su cintura.

La atrapó entre sus brazos y con un ligero movimiento se apoderó de sus labios sin piedad. Ahí estaba de nuevo, esa magia, esa conexión que no se podían explicar. Era como si sus cuerpos se conocieran desde hace tiempo y saboreaban el reencuentro. Como si sus almas hubieran estado ligadas por un hilo rojo.

Sus pies abandonaron el suelo y por algún momento llegó a pensar que estaba flotando. Pero no era así, él la levantó al aire. El cabello de Kagome se deslizó hacia adelante y los cubrió a ambos como si fuera un velo negro.

―Rodéame con tus piernas, pequeña – susurró contra su boca.

Kagome hizo exactamente lo que él le pidió. Liberó sus antebrazos solo para entrelazar los de ella a su cuello y atraerlo más hacia ella.

Comenzó a avanzar con ella en brazos, pero no tenía ni la menor idea hacia dónde la estaba conduciendo. Estaba perdida en su magnético beso. Tal vez probablemente a la habitación, a un sofá, no sé, quien podría saberlo. Las manos expertas y hábiles de aquel vecino de avión hurgaron a tientas por debajo de aquel top para llegar hasta su sostén y con suma habilidad la liberó de él al primer intento. Fue recorriendo hacia arriba la fina tela para deshacerse de ellos, interrumpió el beso por unos momentos solo para sacar las dos prendas por encima cabeza y muy poco le importó donde aterrizaba la ropa.

Se estremeció cuando con solo rozar sus pezones contra aquella camisa de lino negra.

XXX

Kikyo salió del local a tomar aire fresco y por qué no a fumar un cigarrillo. Su madre muy a menudo solía llamarle la atención por ese mala costumbre que no le dejaría nada bueno. Incluso intentó dejarlo un par de veces, pero no pudo. De todas, las únicas que fumaban eran Ayame y ella. Comenzó a escuchar sus risas, poco a poco se le iban uniendo a ella.

La pelirroja al ver el cigarrillo que tenía en mano no dudo en pedirle una calada y Kikyo se lo pasó.

― ¿Dónde está Kagome? – preguntó Sango. – No la he visto desde que fue al tocador.

Kikyo le volvió a pedir el cigarrillo a Ayame, con una calada intensa miró a las chicas y en tono tranquilo, respondió

―Se fue con un hombre muy apuesto.

Todas la vieron con los ojos abiertos, sin saber que responder. Por primera vez, Ayame no tenía nada que decir.

―Así que, si mañana la ven, no le hagan comentarios al respecto.

―Pero le está siendo infiel a Hoyo – comentó Sango.

Eso último hizo enfadar mucho a Kikyo, apagó el cigarro en el cenicero y miró a sus amigas.

― ¿Y que tiene? A eso hemos venido. Además, el imbécil de Hoyo le es infiel con la zorra de mi prima. ¿Qué puede pasar? ¿Qué terminen el compromiso? Eso espero.

― ¿Con Eri? – exclamó sorprendida Sango.

La pelinegra no tuvo más remedio que asentir ante las miradas atónitas de sus amigas. Ayame frunció el cejo y Sango se cruzó de brazos molesta. Cada una comenzaba a demostrar su descontento por el estúpido de Hoyo. Pero la que no parecía sorprendida era Rin, pues ella misma fue la que había descubierto el engaño de Hoyo.

―! Es una perra ¡– gruñó enfadada Ayame – La muy mustia siempre buscaba boicotear los preparativos.

―No olviden que nunca le gustó el color de los vestidos para dama – comentó Rin.

― ¿Cómo te enteraste de todo esto? – preguntó Sango, mirando fijamente a Kikyo.

Kikyo y Rin se miraron fijamente y fue la pelinegra quien le cedió la palabra.

―Fui yo – dijo al fin – Los vi en un hotel que iba a remodelar. Estaban abrazados amorosamente y les tomé una foto.

Esa fue la cereza del pastel para hacer que las chicas se enfadaran aún más. Ahora todo tenía sentido y en cuanto Kagome se enterará del engaño sería mucho mejor, antes de que terminara casada e infeliz por el resto de su vida.

―Debemos decirle sobre Hoyo – exigió Sango. – Antes de que cometa una locura.

―Y lo haremos – asintió Kikyo – Pero cuando regresemos a New York.

Todas asintieron.

―Así que no la juzguen – pidió al final Kikyo.

―En ese caso – la pelirroja esbozó una sonrisa malévola – Espero que goce la noche de sexo que le aguarda. Que baile toda la noche.

Ante el comentario tuvo tres pares de ojos que la observaban como si hubiera dicho algo descabellado. Pero en el fondo sabían que ella tenía razón.

Entonces, Ayame observó que Esteban salía del bar, se recargaba en una pared y le hacía señas para que fuera a su encuentro.

―Aunque si me disculpan – se levantó de su lugar y comenzó a retirarse poco a poco – Creo que a mí me aguarda lo mismo que Kagome. Adiós.

Sin más por añadir, Ayame se fue al encuentro de Esteban. Las chicas no perdían detalle alguno y los vieron tomarse de la mano para desaparecer por un pasillo.

―No tiene remedio – comentó Rin.

― ¡Algún día le llegara la hormona de sus zapatos! – Sango se cruzó de brazos y suspiro.

Kikyo asintió, al menos esa noche, de las cinco, las únicas que tendrían acción serían Ayame y Kagome.

XXX

Llegaron a la habitación sin ningún problema. Él cerró la puerta con el talón y acto seguido la bajó con cuidado, sintiendo como resbalaba ese cuerpo entre ellas. Kagome tembló de frío al verlo apartarse de ella, era tan extraño la manera en cómo estaba acostumbrándose a su calor, a su esencia.

Aquel hombre la devoraba de arriba abajo, contemplaba sus redondos senos, era como si estuviera viendo ante él algo valioso. Y vaya que si lo era.

―Termina de desnudarte.

Kagome alzó una ceja ante esa orden. Debía admitir que sonaba lo más sensual.

― ¿Y tú?

Esbozó una media sonrisa, arrogante como de costumbre.

― ¿Deseas que lo haga?

― ¿Alguna vez has tenido sexo vestido?

Vaya, la pequeña era una mujer directa. Tuvo que controlar el impulso de echar una carcajada y confesarle que no sería la primera vez que lo hacía vestido. Pero esos sólo habían sido encuentros pasajeros. Este no lo era, realmente deseaba estar piel con piel. Que ese aroma a fresa y jazmín se penetrara en cada poro y que cuando despertara fuese lo primero que le inundara las fosas nasales. Como un recuerdo de esta noche.

―Hagámoslo al mismo tiempo.

Lo vio llevarse sus largos dedos hasta la camisa, desabotonaba lentamente los botones y cuando se liberó de ella, reveló su perfecto torso. Era como si estuviese viendo a un modelo de Calvin Klein. Solo faltaba que se quitara los pantalones y quedarse en bóxer para parecer uno.

―Pequeña – chasqueo los dedos para despertarla de su ensueño – Te falta la falda.

―Y a ti los pantalones.

Él se quitaba el pantalón, ella lo seguía con la falda. Hasta acabar desnudos delante del otro. Siguiendo con las órdenes que ambos habían dado. Ahora era ella quien se lo comía con la mirada. Deleitándose con el pedazo de hombre que estaba en frente de él. Era como si los dioses lo hubiesen esculpido para después romper el molde y que sólo existiera un ejemplar de él. Pero dentro de su cuerpo perfecto, se erguida con orgullo su miembro. En un momento llegó a temer que con eso la fuera a partir en dos (bueno, al menos no en sentido literal).

Él se pasó la lengua por los labios, como si estuviera saboreando lo que la noche les tenía reservado.

Ahora le tocaba ser la chica mala, ser por una noche como Ayame y aprovechar los tips que le había dado en el pasado. Alzó un dedo y le hizo una seña para que él se acercara a ella. Tal vez no funcionará, pero tenía que intentarlo y para su sorpresa así fue. Porque ya la tenía estrechándola entre sus brazos, acariciando cada piel y reclamando una vez más sus labios con una devastadora pasión que la consumió por dentro.

Gimió al sentir la punta de su pene rozar contra su vagina.

Él apoyo una mano en su nuca y la fue arrastrando hasta la cama. No dejó caer todo su peso en ella. Se detenía a besar su oreja. La hizo arquearse ante él. Una mano continuó su exploración, por sus senos y acariciar suavemente la punta de su pezón. Esta vez ella gimió más fuerte.

Unas descargas eléctricas recorrían por su piel y le mandaban toda clase de señales a su húmeda entrada.

Si, lo admitía. Ya estaba mojada con esos labios que ahora buscaban la curva de cuerpo. Con la mano ahora atendiendo a su otro pezón. La manera en que había puesto su rodilla en medio de sus piernas y rozaba su entrada. Era delirantemente magnifico.

La mano fue sustituida por su cálida lengua, tirando con los dientes uno a uno de sus peones. Ella arqueó la espalda para hacer el contacto más intenso. Clavó sus dedos en ese sedoso cabello negro que lo incitaban a querer unirse más en su pecho. Él buscó entre su humedad, la entrada hacia el placer y con un dedo entró en ella, acariciando la punta de su clítoris.

Para Kagome era como estar en el interior de una olla de presión, a punto de explotar debido a la intensidad de las corrientes eléctricas que se arremolinaban en su centro. Se abrió más a él y se entregó a esas caricias, moviendo sus caderas al ritmo de sus dedos.

―Estas muy húmeda – susurró, capturando su labio inferior y dándole un ligero mordisco – Demasiado estrecha. Demasiado perfecta.

―ahh…

Gritó de placer al llegar al orgasmo, convulsionando debido a la intensidad de este. Había sido exquisito y deliciosos. Y él, sentía como sus pliegues palpitaban entre sus dedos.

Siempre tardaba en llegar, pero con él. Con él todo estaba siendo distinto. Estaba ante una nueva experiencia nunca vivida y eso le gustaba.

Retiró su dedo y se lo llevó a la boca y para el asombro de Kagome lo vio chuparlo. Él le guiñó un ojo y de mala gana tuvo que apartarse de ella solo para buscar un preservativos en sus pantalones. Abrió con cuidado la envoltura y se lo puso en un parpadear de ojos.

Se detuvo al borde de la cama, contempló a la belleza desnuda que estaba sobre la cama. La tomó de las pantorrillas y la arrastró hacia él para luego envolverlo con sus piernas. Con tortura, osaba la punta de su pene de arriba abajo aquella húmeda cavidad.

Ella jadeo, deseosa de tenerlo dentro de ella.

Esperó una seña de arrepentimiento, pero esta no llegó. Aún podía ver que estaba húmeda y de una sola estocada entró en ella. Embistiéndola, arrasando con cada movimiento todo vestigio de dudas. Haciendo que olvidara por una noche que estaba prometida.

Entraba y salía de ella. Kagome clavo las uñas en el dosel de la cama. Abrió los ojos y lo miró por un instante. Sus miradas se encontraron en vuelo. Movía su pelvis al ritmo de sus acometidas. Era sexy. La forma en que se clavaban sus dedos en las caderas para atraerla más hacia él. De cómo ella lo rodeaba su cintura con sus piernas largas.

Sus respiraciones se habían hecho una sola. Sus cuerpos comenzaban a reconocerse con aquellas caricias.

El ritmo que marcaba era delirante. Una embestida dura. Otra lenta, tierna, como si la acariciar con el pétalo de una rosa. No podía más, era como tocar las nubes con la punta de los dedos. No, mucho mejor, ir hasta el cielo y descender hasta caer entre algodones.

Aquella habitación era testigo de cómo esos cuerpos se sincronizaban a la par de sus movimientos. Si las paredes tuvieran oídos probablemente se sonrojarían ante aquellos cuerpos entregándose el uno al otro. Podría ser el fin del mundo, pero ellos ni se darían cuenta.

Iba a ser muy difícil olvidarlo y ese era su mayor temor, pero esa noche lo saborearía. Sería todo para ella y ya mañana que otra cosa pasara.

Él orgasmo llegó para ambos, pero para Kagome había sido mucho más intenso que el anterior. Incluso alucinante.

¡Hola!

Lo prometido es deuda, espero les haya gustado este capítulo.

A lo mejor van a decir "es que faltó que fuera tierno" o cosas así. Recuerden que fue sexo y que es muy distinto hacer el amor. Con el paso del tiempo esperemos se haga más romántico. La idea de que ambos no supieran sus nombres se me ocurrió al momento, incluso si se me hizo excitante mientras escribía (lo admito).

Nos vemos el viernes, ahora si les publicare hasta casi fin de semana. La escuela ya comenzó y pues ahí que estar al pendiente de que las bendis tomen sus clases

Bendis* : hijos

Gracias por leerme y aceptar esta historia.

Besos.

BPB