BESOS SALVAJES


Afilado


Naruto se sentía peligrosamente cerca de perder el control.

—Eso quiere decir 'puente', no 'pasadizo contiguo'— estaba diciendo ella, mirando con atención sobre su hombro y señalando lo que él recientemente había garabateado en las notas que estaba tomando. Una parte del cabello de la caía sobre su hombro y se derramaba en el pecho masculino. Era todo lo que él podía hacer para no resbalar su mano en ella y jalar sus labios hacia los de él.

Nunca debería haberla desatado ese amanecer. Pero ella no podía escapar de él, y bordeaba lo barbárico mantenerla atada a la cama. Además, el mero pensamiento de ella atada a la cama obsesionaba la parte más oscura de su mente. A pesar de todo, no era mejor tenerla moviéndose erráticamente, examinándolo todo, hostigándolo con comentarios y preguntas incesantes.

Cada vez que la miraba, un gruñido silencioso se levantaba en su garganta, el hambre apenas reprimido, la necesidad de tocarla y saborearla y...

—No mires sobre mi hombro —. Su perfume estaba llenando sus fosas nasales, incitando un sopor lujurioso. Perfume de mujer sensual e inocencia. Cristo, ¿no sospechaba que él era peligroso? Quizá no abiertamente, ¿pero sí en la forma en que un ratón miraba a un gato y se mantenía sabiamente en las esquinas más oscuras de un cuarto? Aparentemente no.

—Soy curiosa— dijo malhumoradamente—. Y lo estás traduciendo incorrectamente. Eso dice, 'Cuando el hombre de las montañas, a gran altura donde las águilas amarillas se remontan, toma el... er pequeño, camino o viaje...

» en el puente que burla la muerte'... qué curioso, ¿el puente que burla la muerte?.. 'los Bijuu volverán'. ¿Quiénes son los Bijuu? Nunca he escuchado acerca de ellos. ¿Qué es eso? ¿El Midhe Codex? Nunca he escuchado acerca de eso tampoco. ¿Puedo verlo? ¿Dónde lo obtuviste?

Naruto negó con la cabeza. Ella era incontenible.

—Siéntate , o te ataré otra vez.

Ella lo miró con furia.

—Sólo trato de ser de ayuda...

—¿Y por qué? Soy un ladrón, ¿recuerdas? Un visigodo bárbaro, como dijiste.

Ella frunció el ceño.

—Estás en lo correcto. No sé lo que me sucede—. Una pausa larga. Después, ella le lanzó una mirada abrasadoramente escéptica—. Es que simplemente pensé que si realmente piensas devolverlos, mientras más pronto acabaras con ellos, más pronto lo harías. Así que te ayudaría por una buena causa—. Asintió con la cabeza impertinentemente, pareciendo excesivamente contenta con su racionalización.

Él bufó y le indicó que se sentara. Era evidente que estaba obsesionada con las antigüedades y era tan curiosa como largo era el día. Sus dedos, de hecho, se ensortijaban distraídamente cada vez que miraba el Codex, como si ansiara tocarlo.

Le gustaría verla deseando tocarlo a él de esa manera. Las mujeres más sofisticadas casi lo empujaban a la cama, pero nunca había seducido a una virgen antes. Presintió que ella se resistiría a... El pensamiento al mismo tiempo lo divirtió y lo estimuló.

De mal talante, ella se dejó caer pesadamente en el sofá frente a él, cruzó sus brazos y le clavó los ojos a través de las pilas de textos y cuadernos de apuntes en la mesita de café de mármol entre ellos. Los labios exuberantes fruncidos, un pie taconeando.

Un pie pequeñito, desnudo y delicado, con uñas sonrosadas como el nácar, y los tobillos delgados asomándose desde sus pantalones de correr enrollados. Vestida con una de sus camisas de lino, las mangas levantadas hasta los codos, que desde sus hombros se dejaba caer sobre su cuerpo delicado, su pelo desordenado alrededor su cara, era una visión.

El sol inconstante de marzo había decidido brillar por el momento, quizá, pensó él, simplemente para poder derramarse en la pared de ventanas tras ella, y besar sus trenzas oscuras.

Trenzas que a él le gustaría sentir derramándose sobre sus propios muslos. Mientras esos labios rosados exuberantes...

—Come tu desayuno— gruñó, volviendo al texto.

Ella entrecerró sus ojos.

—Ya lo hice. Voy a perder el empleo, ¿sabes?

—¿Qué?

—Mi trabajo. Me van a despedir si no me presento al trabajo. ¿Y entonces cómo viviré? Quiero decir, asumiendo realmente que dices en serio eso acerca de dejarme ir.

Ella le dirigió otra mirada furiosa y altiva, luego echó una mirada hacia la puerta por doceava vez, y él supo que estaba preguntándose si podría hacerlo antes de que él la detuviera. Eso no lo preocupaba. Incluso si lograra atravesar la puerta, nunca llegaría al elevador a tiempo.

Sabía también que más temprano había estado parada detrás de él, su mirada flotando entre una lámpara pesada y el dorso de su cráneo. Pero no había tratado de asestarle un golpe con esa arma, sabia.

Quizá había visto su tensa posición, quizá había decidido que su cráneo era demasiado duro.

Inspiró profundamente y soltó el aire con lentitud. Si no la sacaba del cuarto pronto, iba a brincar la mesa entre ellos, inmovilizarla en el sofá, y salirse con la suya. Y aunque estaba absolutamente dispuesto a hacerlo, necesitaba terminar el Midhe Codex primero.

La disciplina era una parte crucial para controlar la maldad en su interior. La primera parte del día era para trabajar, la noche para la seducción, las horas de la madrugada para más trabajo. Había estado viviendo de ese modo por muchas lunas.

Era imperativo que conservara las cosas pulcramente divididas en secciones, pues con demasiada facilidad podría perderse si se permitía ceder a cualquier necesidad o un antojo momentáneo. Sólo mantener rígidamente sus rutinas, sin nunca desviarse, le probaba que tenía seguras las riendas.

Los Bijuu, caviló. Ésa era la tercera mención de ellos que había encontrado. La fraseología peculiar parecía referirse a sus propias acciones. El hombre de las montañas... el puente que burla la muerte. ¿Pero quiénes o qué eran los Bijuu? ¿Eran quizá algún bando de los legendarios Tuatha de Danaan? ¿Regresarían de sus míticos lugares ocultos para perseguirlo ahora que había roto su voto y había violado El Pacto?

Mientras más profundo escarbaba en los tomos a los que ni él ni Menma previamente habían dedicado un solo pensamiento, más entendía que su clan había olvidado, incluso abandonado, mucha de su historia antigua. La biblioteca Namikaze era vasta, y en sus treinta años apenas había estudiado una parte de ella. Había textos que los Namikaze no habían tocado en mucho tiempo, durante centurias o quizá milenios.

Había también muchas tradiciones que un hombre debía absorber en una sola vida, y verdaderamente, no habían tenido necesidad de hacerlo. Durante eones, se habían hecho descuidados y negligentes, mirando sólo hacia el futuro. Supuso que era la forma que los hombres tenían de renunciar al pasado: vivir en el ahora, a menos que repentinamente el pasado se volviese crucial.

Si no hubieran olvidado tantas cosas, nunca habría entrado en el círculo de piedras, asegurándose a sí mismo que no había nada malo acechándolo allí por usar las piedras por motivos personales. Nunca se habría medio convencido a sí mismo de que los Tuatha de Danaan, una raza incierta de la que le habían hablado en términos aún más inciertos, era sólo un mito, un cuento de hadas tejido para disuadir a un Namikaze de hacer mal uso de su poder.

Ni tampoco había creído que estaba abusando de sus poderes. No había pensado en sus acciones como "usarlos por motivos personales". Bueno, no del todo, pero, ¿no era el amor el mayor y más noble propósito de todos?

Ella parloteaba otra vez. ¿Qué tendría que hacerle para que le diera un momento de paz?

Una sonrisa depredadora curvó sus labios.

Él miró hacia arriba. Levantó sus ojos del texto y la miró, dejando deliberadamente que lo que pensaba hacerle —o sea, todo— se mostrara en su rostro y resplandeciera en su mirada.

Ella aspiró un aliento suave.

Con la cabeza inclinada hacia abajo, él la miró desde debajo de sus cejas. Era la clase de mirada que un guerrero podría asestar a otro en un desafío, o la clase de mirada que un hombre daba a una mujer que tenía la intención, a fondo, de arrasar. Lentamente, con sensualidad perezosa, él se humedeció el labio inferior. Dejó caer su mirada de la de ella, hacia sus labios y de regreso otra vez.

Los ojos de ella se ampliaron, imposiblemente redondos, y tragó.

Él atrapó su propio labio inferior con sus dientes y lentamente lo soltó, luego sonrió. No era una sonrisa destinada a reconfortar. Era una sonrisa que prometía fantasías oscuras. Las quisiera ella o no.

—Estaré en el estudio— ella dijo débilmente, brincando enérgicamente del sofá y prácticamente corriendo del cuarto.

Sólo después de que ella hubiera salido él hizo ese ruido. Un gruñido largo y bajo de anticipación.

El corazón de Hinata martillaba furiosamente y no veía una maldita cosa mientras fingía mirar fijamente los títulos de los libros en los estantes en su estudio.

¡Cielos, esa mirada! ¡Dios Bendito!

Había estado allí sentado, frente a ella, luciendo impresionantemente espléndido de negro de pies a cabeza, su magnífico cabello rubio tirado hacia atrás de su cara divina, esencialmente ignorándola, pero luego había levantado sus ojos pero no su cabeza del texto y le había dirigido una mirada que era la quintaesencia del ardor sexual.

Nadie jamás había mirado a Hinata Hyûga de esa manera. Como si ella fuera algún tipo de postre suculento y él acabara de salir de un ayuno de una semana a pan y agua.

Y su labio... Dios, cuando había atrapado y soltado ese labio inferior perversamente lleno con sus dientes, hacía que una chica simplemente quisiera tomarse un bocado también. Por horas.

Creo que el hombre podría planear seducirme, pensó con duda. Sí, sabía que era un mujeriego, y sí, la noche pasada había parecido coquetear, pero no lo había tomado en serio. Ella no era exactamente la clase de mujer que los hombres como él se peleaban por conseguir. Hinata era bastante realista acerca de su aspecto general; no era alta, de piernas largas, y desde luego no era material para una modelo, eso seguro.

Incluso los tipos de Seguridad habían dicho que ella no era su tipo. Pero esa mirada...

—Sólo lo hizo para obligarte a salir, Hyûga— masculló para sí misma—. Y funcionó. Cobarde gallina miedosa.

Estuvo a punto de entrar en estampida de regreso y gritarle por su fanfarronada; en verdad, se había movido hacia la puerta y estaba a punto de salir, cuando él hizo un sonido. Un sonido que la hizo temblar y cerrar la puerta otra vez. Y cerrar con llave.

Un sonido animal y hambriento.

Apoyándose contra la puerta, Hinata hizo inhalaciones lentas y profundas.

Había algo malo en su cabeza. Se trataba de algo relacionado con ser la rehén de un criminal, tal vez con fantasear acerca de besos. Era una cosa enteramente distinta ser seducida por él. El hombre vil era al mismo tiempo un ladrón y un secuestrador, y no debía olvidar eso.

Tenía que escapar antes de que fuera demasiado tarde. Antes de que inventara razones, no solamente para ser cómplice de un criminal, sino para ofrecerle su virginidad en bandeja de plata.

Cuando Hinata avanzó a rastras al estudio media hora más tarde, el arrogante tipo realmente la dejó atravesar la puerta antes de que se tomara la molestia de moverse. Luego se levantó lentamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo, y lanzó una mirada de decepción y amonestación cortés.

Como si ella estuviera haciendo algo malo.

Con rebeldía, Hinata blandió la pequeña espada que había robado de la colección de la pared, habiendo decidido que era la más adecuada para su tamaño, dieciocho pulgadas de acero filoso.

—Te dije que no le diré nada a nadie y no lo haré. Pero no puedo quedarme aquí.

—Baja la cuchilla. Hinata retorció el picaporte.

En el momento preciso en que empezó a abrir, él se abalanzó sobre ella, y cuando la puerta no se abrió, la joven se quedó estupefacta, pues no había estado cerrada con llave al principio. Frenéticamente, se volvió para luchar, pero la palma del hombre golpeó la puerta por encima de su cabeza y él la apretó contra su cuerpo. Instintivamente, ella levantó la espada y él se tensó, mientras la punta se detenía finalmente sobre su corazón.

Clavaron los ojos el uno en el otro por un largo momento. Débilmente, ella se percató de que el aliento de Naruto era tan superficial como el suyo.

—Hazlo, — él dijo serenamente.

—¿Qué?

—Mátame. Soy un ladrón. La evidencia está aquí. Necesitarás llamar a la policía, pero demostrarás que soy (o fui) el Fantasma Celta, que te tuve secuestrada. Nadie te culpará por matarme para escapar. Eso es lo que cualquier joven honesta haría.

Ella se quedó con la boca abierta. ¿Matarlo? No le gustó oírlo hablar de sí mismo en pasado. Hizo brotar un nudo frío y horrible en su estómago.

—Hazlo— insistió él.

—No quiero matarte. Solamente quiero irme.

—¿Porque te he tratado muy mal?

—¡Porque me tienes secuestrada!

—Y tiene que ser horrible, ¿no es verdad?— se burló él ligeramente.

—Simplemente da un paso atrás— siseó ella. Cuando él deliberadamente presionó su cuerpo hacia adelante contra la punta de la espada y ella sintió su piel tocar la cuchilla, se quedó sin aliento. Los labios masculinos se curvaron en una sonrisa fría.

Y ella supo que si retirara la hoja filosa, brillaría roja con su sangre. El nudo horrible se unió a la náusea.

—Mátame o pon en el suelo la espada— dijo él con intensidad mortífera—. Esas son tus opciones. Tus únicas opciones.

Hinata exploró sus ojos, esos ojos azules y brillantes como zafiros. Parecieron remolinear con las sombras, cambiando de color, perdiendo su intensidad de azul derretido hacia el oro fundido, pero eso no era posible. El momento era tenso de peligro, y ella tuvo el repentino y extraño sentimiento de que algo... distinto... estaba en el penthouse con ellos. Algo antiguo y muy, muy frío.

¿O era simplemente el frío de esos ojos? Se sacudió a sí misma, dispersando sus pensamientos absurdos. Él estaba serio. Le decía que debía matarlo para salir de allí. Y ella no podría hacerlo.

No era incluso ni remotamente posible. No quería a Naruto MacNamikaze muerto. Jamás lo querría muerto. Incluso si eso significara que él estuviera suelto allí afuera, un granuja y un ladrón, bello como un ángel caído, violando leyes y robando antigüedades.

Cuando ella dejó caer la espada, la mano masculina se movió en un borrón de movimiento veloz como el rayo. La joven gritó, dejando caer la espada mientras el destello de plata de una cuchilla formaba un arco hacia su cara.

Se hundió en la puerta al lado de su oreja.

—Mira eso, — ordenó él.

—¿Q-qué?

—La daga. Éste es un skean dhu del siglo catorce.

Ella giró la cabeza cautelosamente y miró fijamente la cuchilla sobresaliendo de la puerta, luego dirigió la mirada de regreso a él. Estaba emparedada absolutamente por seis pies de músculo y hombre, las palmas masculinas a cada lado de su cabeza. Y un cuchillo cerca de su oreja. Él lo había tenido en alguna parte de su cuerpo todo el tiempo. Podría haberlo usado contra ella en cualquier momento. Pero no lo había hecho.

—Te gustan las antigüedades, ¿verdad?

Ella asintió con la cabeza.

—Tómalo.

Hinata parpadeó.

Él dejó caer sus manos repentinamente y dio un paso atrás.

—Vamos, adelante, tómalo.

Mirándolo con cautela, Hinata sacó la cuchilla de la puerta con un pequeño gruñido. Requirió ambas manos liberarlo.

—Oh— suspiró. La empuñadura, tachonada con esmeraldas y rubíes, era exquisita. La hoja más fina que había visto en toda su vida—. ¡Esto debe valer una fortuna! Está en óptimas condiciones. ¡No hay ni siquiera la muesca más diminuta en la hoja! Shino daría cualquier cosa por esto. O, se temía, podría hacerlo ella.

—Esto es mío. En la empuñadura puedes ver la montaña Namikaze. Ahora es tuyo. Para cuando te marches. Por si pierdes tu empleo.

Él dio media vuelta y regresó con paso impetuoso al sofá.

Cuando se sentó y reanudó su trabajo en el texto, Hinata permaneció en un silencio atontado, su mirada flotando desde él al skean dhu y de regreso otra vez. Varias veces abrió su boca para hablar, luego la cerró.

Sus acciones simplemente habían demostrado, más persuasivamente que cualquier palabra, lo que quería decir acerca de que no la lastimaría. ¿Qué palabras había usado la noche anterior? No haré nada que no desees que haga.

No encontró eso tan reconfortante como hubiera querido, especialmente teniendo en cuenta sus propios deseos, algo menos que puros. Él simplemente había puesto un antiguo artefacto celta en sus manos y le había dicho que era para ella.

Sus dedos se ensortijaron posesivamente alrededor de la empuñadura de la daga. Debería objetar enérgicamente. O al menos, protestar simbólicamente. E iba a hacerlo, en cualquier momento a partir de ese instante.

Esperó. En cualquier momento a partir de ese instante.

Suspirando de manera lúgubre, admitió que algunas cosas simplemente no eran humanamente posibles —incluso hasta Martha Stewart16 quizá no doblaba las sábanas adecuadamente algunas veces.

Oh, abuelo, ¿por qué no me dijiste nunca que los escoceses eran tan fascinantes? Él simplemente sabe cómo llegar a mí.

Casi creyó oír la risa suave de su abuelo, como si le hubiera contestado de alguna parte más allá de las estrellas, Tú no estarías satisfecha con menos, Hinata. Tienes tu propia cuota de sangre salvaje también.

¿De verdad? ¿Era por eso que, últimamente, había estado despertándose en la mitad de la noche, llena de energía que desesperadamente necesitaba liberar? ¿Y por eso que, a pesar de lo bien que desempeñaba su trabajo (sabía que iba a ser ascendida pronto), había estado poniéndose progresivamente más inquieta? Desde hacía meses, una voz pequeña pero insistente dentro de sí había estado quejándose '¿Es esto todo lo que hay en mi vida?'

El Fantasma Celta le ofrecía un soborno, una retribución de cierto tipo. Ser una "buena chica " y salir con un premio. Su artefacto celta ciento por ciento propio. A cambio de su silencio y su cooperación. Hinata mantenía una crisis ética.

Afortunadamente, fue breve.

Se encorvó para recoger la espada olvidada y regresarla al estudio.

—Podría usar algunas ropas que me quedaran mejor— se quejó mientras pasaba detrás de él.

Si no le hubiera dado la espalda, habría visto la sonrisa que curvó los labios varoniles, y habría temblado de pies a cabeza.

—Naruto, cariño, te extraño, te necesito. Me estoy muriendo sin ti—. Pausa—.Llámame. Es Shizuka.

El contestador automático hizo clic.

Un momento más tarde Naruto apareció. Sus miradas colisionaron mientras él reducía el volumen en el contestador automático.

—Naruto, cariño— imitó Hinata, sintiéndose inexplicablemente colérica. Allí había estado, repasando delicadamente las páginas del Midhe Codex y sintiéndose extrañamente contenta mientras él traqueteaba domésticamente en la cocina, cocinando para ella, cuando Shizuka había interrumpido.

Él le dirigió una sonrisa absolutamente devastadora y se encogió de hombros.

—Soy un hombre, —. Luego volvió a la cocina, dejando a Hinata refunfuñando.

Por qué le importaba eso a ella, no tenía ni idea. Pero la irritaba.

—¿Naciste en Escocia?— preguntó Hinata más tarde, empujando hacia atrás su plato con un suspiro. Otra cena fabulosa: bistec Aberdeen Angus con hongos en salsa de vino, jóvenes papas rojas con cebollinos, ensalada y pan untado con mantequilla y miel. Y vino, aunque él sorbía Macallan, la singular y fina malta escocesa.

—Sí. Las Highlands. Cerca de Inverness. ¿Y tú?

—Indianápolis. Pero mis padres murieron cuando tenía cuatro años de edad, así es que fui a vivir con mi abuelo.

—Eso debió haber sido difícil.

Había sido horrendo. Se habían rehusado dejarla ver los cuerpos de sus padres, lo cual, aunque lo comprendía ahora, en ese momento no lo había hecho. Había pensado que alguien los había robado y no los devolvería. No había creído que ellos simplemente no podrían estar más. Pero eventualmente había sanado.

Supo que ese suceso la había marcado de una manera que las personas con padres nunca entenderían, pero había tenido suerte. Había tenido a alguien que la había rescatado, y Hinata creía que uno siempre debía contar sus bendiciones.

—¿De dónde heredaste la sangre escocesa?

—Mi abuelo. Evan MacGregor. ¿Tienes familia?

Una sombra oscura se movió rápidamente a través de sus ojos, un destello breve de angustia, pero se fue tan rápidamente que no estaba segura de no haberlo imaginado.

—Mi madre y mi Pa están muertos. Tengo un hermano—. Él se levantó abruptamente, recogiendo platos y llevándoselos a la cocina, dejándola para ponderar lo que creía haber vislumbrado. Estaba decidida a perseguirlo, pero cuando él regresó, la distrajo colocándole un vaso de brillante licor rojo como la sangre en una mano y un cigarro puro en el otro.

Hinata parpadeó.

—¿Qué es esto?

—El cigarro más fino que el dinero puede comprar y un vaso de oporto igualmente finísimo.

—¿Y simplemente qué piensas que voy a hacer con eso?

—Disfrutar—. Él le dirigió una sonrisa encantadora.

Hinata miró el cigarro con curiosidad, comenzando a rodarlo entre sus dedos. Nunca había fumado. Nada. Ni había querido. Pero si alguna vez un momento era el apropiado para probar innovaciones, era allí y ahora, con un hombre que ciertamente no se sentaría a juzgarla, no importaba lo que ella pudiera hacer. Se sentía extrañamente liberada, comprendió, cerca de un hombre como él.

—No te preocupes, no necesitas inspirar. Se trata de mezclar la combinación sutil del oporto y el humo acre en tu lengua. Haz un intento. Si no te gusta, al menos lo sabrás la próxima vez que alguien te ofrezca uno.

Él le mostró cómo, preparando el cigarro puro, instándola para aspirar bocanadas al encenderlo.

—Siento que estoy haciendo algo mal— tosió Hinata.

Och, ella no tenía idea de cuán mal estaba haciendo, pensó él. Era una tontería que aceptara fumar un cigarro y beber oporto. A las muchachas les gustaba coquetear con el peligro, con cosas que nunca habían probado antes, no importaba cuán buenas parecieran. A menudo porque eran tan buenas.

Y un sabor diminuto de lo prohibido, a menudo trasladaba el hambre por otra fruta. Ten hambre, pequeña Hinata, deseó silenciosamente. Saciaré cualquier deseo que tengas. Casi podía saborear su inocencia en su lengua. Ciertamente, lo haría muy pronto.

—Has estado haciendo algo mal desde el momento que me conociste, — ronroneó, refiriéndose a sí mismo, pero cuando ella lo miró de reojo, la provocó—:fisgoneando en mi dormitorio.

—Sólo curioseé en tu dormitorio porque había antigüedades robadas allí dentro.

—¿Y por qué estabas en mi dormitorio en primer lugar?— preguntó él sedosamente.

Ella se sonrojó.

—Porque estaba, eh... porque traje, hmmm...— balbuceó ella.

—Y debo confesar, he estado preguntándome simplemente lo que estabas haciendo poco más o menos en mi cama para encontrar esos libros. Has debido estar casi sobre ella. ¿Sentías curiosidad acerca de mí? ¿Acerca de mi cama? ¿Quizá acerca de mí sobre ella?

Su sonrojo se hizo más hondo.

—Simplemente asomaba mis narices, ¿okay? Pero si había tenido alguna idea de qué iba a encontrar, no lo habría hecho.

Él sonrió, una sonrisa incitadora y lenta, y Hinata contuvo el aliento.

—Toma un sorbo de oporto y déjalo yacer en tu lengua un momento.

Hinata bebió un sorbo.

—Ahora el cigarro.

Ella jadeó ligeramente. Dulce y humoso, una combinación fascinante. Otro sorbo, otra bocanada. Rió. Se sentía tonta echando bocanadas al gordo cigarro. Se sentía caliente y viva. Volteó su cabeza para decirle qué pensaba, pero él se había dejado caer a su lado en el sofá y ella se encontró con sus labios.

Besó sonoramente esa boca decadente, llena, pecaminosa, y al minuto que establecieron contacto, Hinata se incendió. El calor la atravesó de pies a cabeza; una clase de calor salvaje que nunca había sentido antes. Un calor que instintivamente entendió que podría quemarla más allá del reconocimiento.

Él no había fumado su cigarro, y tenía sabor a malta; luego su lengua caliente resbaló dentro de su boca y su mundo entero se puso del revés. Ella apenas percibió cuando él hábilmente deslizó el puro y el vaso de sus manos, depositándolos en otro sitio. Los podría haber dejado caer al piso en lo que a ella concernía.

—Hinata, pequeña. Necesito saborearte. Ábrete más. Dame más.

Él enterró sus manos en su pelo, besándola, y repentinamente fue completamente insignificante que robara antigüedades, que la hubiera secuestrado, que viviera al margen de la ley. A ella sólo le importaba que su lengua estuviera en su boca, y cómo la hacía sentir. El mundo dejó de existir más allá de eso.

Los besos lentos, profundos, los mordiscos eróticos con sus dientes, su boca deslizándose, resbalándose y rodando sobre la de ella. Él atrapó su labio inferior y tiró perezosamente, regresó a atraparlo otra vez, luego inclinó su boca firmemente sobre la de ella, saqueando. Mordiscó, chupó, consumió.

El hombre no la besó simplemente, le hizo el amor a la boca de la mujer, la hizo sentirse ardiente e hinchada y dolorida. La hizo emitir unos ruidos curiosos y sentirte temblorosa en todas partes. La hizo tener la impresión de que podría...

Me estoy muriendo sin ti. Llámame. Es Shizuka.

...perderse completamente y enamorarse de él como las incontables mujeres que indudablemente lo habían hecho. Como una mujer a la que no había regresado la llamada. Y a diferencia de lo que había oído en el ronroneo sofisticado de la voz de Shizuka, Hinata no poseía la suficiente sofisticación, las defensas necesarias.

Si fuera lo suficientemente tonta como para permitírselo, el hombre la usaría y la descartaría. Y no habría nadie a quien culpar excepto a sí misma. No era como si no supiera, de entrada, qué clase de hombre era. Definitivamente el tipo de 'ámalas y déjalas'. ¿Y cómo sentiría ella, sabiendo había sido simplemente otra muesca en su cama? Usada.

—A-alto— jadeó.

Él no lo hizo. Sus manos cayeron de su cabello hacia sus pechos, moviéndose posesivamente sobre ellos, acariciando y masajeando. Sus pulgares navegaron sobre sus pezones, y éstos se endurecieron instantáneamente. Ella sintió como si se ahogara. El hombre era demasiado abrumadoramente masculino y sexual, y Hinata sabía que debía detenerlo, porque en unos cuantos momentos más, no podría recordar por qué debería hacerlo.

—Por favor— sollozó—. ¡Alto!

Él mantuvo de rehén su labio inferior por un momento largo y erótico, y luego, con un gruñido derrotado, rompió el beso. Apoyó su frente contra la de ella, su respiración superficial y rápida. ¿Cuándo se había puesto tan frío el cuarto?, se preguntó ella débilmente. Debía haber una ventana abierta en alguna parte, dejando entrar una brisa helada. Tembló. Su piel se sentía caliente, sonrojada de pasión, pero el fino vello de su cuerpo se había erizado en carne de gallina.

—No te lastimaré— dijo él, su voz baja y urgente.

Tal vez no físicamente, pensó ella, pero hay otras clases de dolor. En veinticuatro horas se había encaprichado desesperadamente de un ladrón, fascinada por un desconocido que exudaba secretos criminales y... y algo prohibido.

Negó con la cabeza, esforzándose en apartarse de él. Aceptar un soborno era una cosa, perderse a sí misma era otra. Y no tenía ninguna duda de que podría perderse por un hombre así. Simplemente no estaban en la misma liga.

Sus manos regresaron hasta su cabello y él la sujetó con fuerza, bajando la cabeza, y por un momento ella pensó que se rehusaría a dejarla ir. Luego él levantó el cuello y la miró, su mirada oscura e intensa.

—Te deseo.

—Ni siquiera me conoces— replicó ella temblorosamente. Sospechó que cuando Naruto MacNamikaze le decía a una mujer que la deseaba con una voz así, él no oiría a menudo muchos 'no', por no decir nunca.

—Te deseé desde el momento que te vi en la calle.

—¿En la calle?— ¿Él la había visto en la calle? ¿Cuándo? ¿Dónde? El pensamiento que él la hubiera notado antes de que se conocieran en su dormitorio la hizo sentirse jadeante.

—Tú llegabas cuando yo me marchaba. Estaba en el taxi detrás de ti. Te vi y yo...— él se interrumpió abruptamente.

—¿Qué?

Él sonrió cruelmente y trazó con la yema de su pulgar su labio inferior, todavía hinchado y húmedo por sus besos.

—Y me dije que una como tú no era para mí.

—¿Por qué?

El deseo en sus ojos cedió, reemplazado por una expresión tan remota y vacía que ella la sintió como una bofetada. La había dejado afuera. Completamente. Podía sentirlo, y no le gustaba ni una pizca. Se sintió... despojada.

Él se levantó abruptamente.

—Ven, vamos a acomodarte para dormir— sonrió burlonamente, otra de esas sonrisas que no alcanzaban sus ojos—. Sola, si insistes.

—Pero, ¿por qué? ¿Por qué pensarías eso?—. Era terriblemente importante para ella oír su respuesta.

Él no contestó. Sencillamente la escoltó al cuarto de baño, ofreció sus toallas para una ducha si lo deseaba —lo cual ella estaba definitivamente demasiado incómoda para hacer— y ella se rehusó, pero se lavó y se cepilló los dientes otra vez; luego le indicó la cama para que pudiera atarla.

—¿Debes hacer esto?— protestó ella mientras él anudaba la primera pañoleta.

—No si estuviera durmiendo contigo— fue su fría respuesta.

Ella ofreció la segunda muñeca.

—Sé que estás intacta, si eso es lo que te preocupa.

—Y ambos sabemos que tú no— masculló ella, irritada. Señor-Múltiples-Magnums- Bajo-La-Cama. ¿Cómo sabía que era virgen? ¿Estaba grabado en su frente? ¿Habían sido sus besos tan torpes?

—Esto no ha sido sino práctica para demostrarte que podría complacerte. Ella tembló. Caramba, caramba.

—Si no me atas, prometo que no trataré de escapar.

—Sí, lo harías.

—Te doy mi palabra.

Con un golpecito gracioso de su mano, él lanzó una de las almohadas de la cama.

Hinata no tuvo que mirar hacia abajo para saber lo que él acababa de revelar: el skean dhu que había enrollado antes en un suave pedazo de plaid que había encontrado, y luego había remetido bajo la almohada para poder cortar sus ligaduras más adelante.

—Estaba guardándolo para mantenerlo seguro. No sabía dónde más ponerlo— dijo, agitando las pestañas.

—Ninguna promesa o incluso el deseo atan a una mujer. Sólo las cuerdas la atan—. Él recogió rápidamente la cuchilla y la manta escocesa, cruzó el cuarto y los metió en un cajón.

Ella entrecerró los ojos.

—¿Quién te enseñó eso? ¿Las mujeres? Me suena como que tal vez escoges las equivocadas. ¿Cuáles son tus criterios? ¿Tienes algún criterio?

Él le disparó una mirada oscura.

—Sí. Que me poseerán.

Parpadeando, ella lo dejó atarla. El hombre podría poseer a cualquier mujer que quisiera.

Hubo un momento muy peligroso cuando él le sujetó la segunda muñeca. Una pausa bastante embarazosa donde simplemente clavaron los ojos el uno en el otro. Ella lo deseaba, lo ansiaba, y la intensidad de ese sentimiento la aterrorizaba. Apenas conocía al hombre, y lo que sabía de él era cualquier cosa excepto reconfortante.

Mientras él cerraba la puerta dijo sobre su hombro:

—Porque eres una buena —. Un suspiro pesado—. Y yo no soy un buen hombre.

Le tomó un momento entender acerca de qué hablaba. Luego se percató que finalmente le había contestado la pregunta de por qué ella no era para él.

Continuará...


Glosario:

- Skean Dhu: es el nombre gaélico escocés de un pequeño puñal que forma parte del traje tradicional de las tierras altas de escocia.

El nombre sgian-Dubh es en gaélico escoces. El significado principal de "Dubh" es "negro". En sentido figurado equivale a "escondido". "Sgian-Dubh" quiere decir "cuchillo escondido". Escondido en la bota o el calcetín , en el lado de la mano más hábil para usarlo. La pronunciación es según el gaélico escocés: [sk ʲ ɪnt̪uh]. Las formas inglesas son: "skene-Dhu" y "skean-Dhu".