Los personajes de Candy Candy no me pertenecen.

La rubia veía como todos los días George trabajaba hasta altas horas de la noche, definitivamente era mucho más difícil para él trabajar a distancia. Entonces comprendió que por más que permaneciera en el rancho, no cambiaría el hecho de que ya no era su hogar y debía buscar su destino. Al siguiente día, durante el desayuno, la rubia tomó la palabra y le dijo:

"George, muchas gracias por quedarse aquí conmigo todo este tiempo, pero creo que ha llegado la hora de cumplir con la voluntad de mi abuelo"

- Me complace verla mejor.

- No le voy a mentir, dejar todo esto va a ser muy difícil, aquí está la tumba de mis padres y el rancho es mi vida. Además, estoy segura de que la vida de los Ardlay es muy diferente y no estoy a la altura.

- Señorita, algunas flores crecen incluso en los climas más extremos.

- Gracias George…

El día de la partida llegó y todos se reunieron para despedirla; entre una multitud de abrazos y regalos, la rubia se despidió triste, pero con la firme convicción de encontrar su destino.

Por la mañana, George había llamado a Tom para indicarle que, por órdenes del señor Ardlay, las habitaciones tanto del señor White como de Candy deberían de permanecer exactamente igual que aquel día por lo que, en cuanto el automóvil partió, el joven cerró con llave los aposentos cerrando también un capítulo en la vida de la rubia.

Por la tarde llegaron a Lakewood donde los esperaban la señora Elroy, Rosalyn, Anthony, Archie y Stear junto con todo el personal. La matriarca se emocionó mucho al ver a Candy, pues pensó que, de haber vivido, tal vez su pequeña Elizabeth luciría tan bella como ella.

Después del recibimiento, la anciana sugirió que cenaran en sus habitaciones para que pudieran descansar del viaje, lo que ambos aceptaron agradecidos…

- Por aquí señorita Candice.

- Por favor Dorothy, llámame, Candy.

- No señorita, la señora Elroy me retaría si lo hago.

- Entonces no le diremos – contestó la rubia con un guiño.

- Esta bien, Candy.

La rubia se sorprendió al ver la exquisita decoración de la habitación y la impresionante vista del jardín que la dejó sin aliento.

- Espero que le haya gustado su habitación

- Dorothy ¿en qué quedamos?

- Perdón, se me olvida.

- Claro que me gusta, es preciosa y muy cómoda – dijo Candy sentándose en uno de los sillones.

- Me alegro… descansa en un rato más te traeré la cena.

- A la mañana siguiente, George se despidió después del desayuno pues debía regresar a Chicago. Todos, incluyéndolo a él, se sorprendieron cuando la rubia lo abrazó espontáneamente y le dio las gracias. Anthony, Archie y Stear rieron por lo bajo, al notar el rubor en la cara del francés quien, pasara lo que pasara nunca perdía la compostura.

Más tarde, los chicos se ofrecieron a darle a Candy un recorrido por la finca, lo que le pareció una excelente idea a la señora Elroy.

- Por aquí señorita Candice – decía Archie con exagerada amabilidad.

- Por favor, llámenme, Candy.

Cuando salieron del radar de la señora Elroy, todos se relajaron.

- Muy bien Candy, bienvenida a la guardería – decía Stear con una enorme sonrisa.

- ¿la guardería?

- Si, este es el lugar donde los Ardlay envían a sus hijos mientras ellos se encuentran haciendo cosas importantísimas. Yo vine aquí cuando tenía siete, mi hermano Archie cinco y Anthony cuatro.

- ¿En serio?, ¿desde entonces no han vivido con sus padres?

- No. Nuestros padres viven en medio oriente por negocios y el padre de Anthony es capitán de un barco, así que se la pasa viajando todo el tiempo – dijo Archie y Anthony asintió.

- ¿Y viven con el señor Ardlay?

- No, ni siquiera lo conocemos.

- Pero el licenciado Villers me dijo que estaría bajo su cuidado.

- Y lo estás, de hecho, todos lo estamos… Después de mucho pensarlo, hemos llegado a la conclusión de que el bisabuelo William no es de este planeta y si lo es, debe ser producto de experimentación genética, una especie de Frankenstein – dijo Archie caminando con los brazos extendidos.

- Si, con ojos de mosca, porque todo lo ve – dijo Stear.

- Y agilidad felina, es tan sigiloso que nadie sabe ni cuándo llega ni cuándo se va – agregaba Archie

- Además, es astuto como zorro, ¿se acuerdan cuando falsificamos los grados escolares? – reía Anthony.

- Ni lo menciones, pensé que estaríamos castigados de por vida – decía Stear frotándose la cabeza.

- Bueno, no por nada es "el patriarca de la familia" – dijo Archie imitando la voz severa de la señora Elroy mientras todos reían a carcajadas.

- Dinos Candy ¿alguna vez viste al Bisabuelo en el rancho?

- No, de hecho, supe que era amigo de mi abuelo hasta el día de la lectura del testamento – contestó bajando la mirada.

- Muchachos, no entristezcan a Candy, vengan les mostraré algo – dijo Archie con un guiño.

- ¡voila! – decía orgulloso el rubio mientras les mostraba un plato lleno de pastelillos.

- Los he robado de la cocina, pensé que debíamos festejar la llegada de Candy…

Los muchachos pasaron una mañana muy divertidos con Candy. Les encantaba la forma de ser natural y despreocupada de la rubia, tanto que se olvidaron del reloj y, cuando menos acordaron, era casi la hora del almuerzo. Todos, incluyendo la rubia tuvieron que correr a sus habitaciones para prepararse…

- Candy ¿Dónde andabas? mira nada más la hora que es.

- Lo siento Dorothy, perdimos la noción del tiempo.

- Anda apúrate, te ayudaré a vestirte.

Mientras Candy se aseaba, Dorothy abrió el ropero y sacó un hermoso vestido color palo de rosa.

- Que lindo vestido.

- Tienes muchos, los compró el bisabuelo William para ti, mira también hay bolsos y zapatos, cintas y muchas cosas más – dijo la joven mostrándole el extenso guardarropa.

- Jamás he usado algo tan fino, creo que no podré ni sentarme en el – dijo Candy

- ¿Cómo es donde vivías? – preguntó Dorothy mientras le ponía una cinta de seda en el cabello.

- Es el lugar más hermoso de la tierra, podía correr libremente y andar descalza si lo deseaba – dijo Candy con una sonrisa nostálgica.

- Debes de extrañarlo mucho.

- Tanto que, si pudiera, regresaría ahora mismo.

- Lista, ahora apúrate que Madam Elroy te retará.

- Casi al mismo tiempo, los primos y Candy bajaban la escalera corriendo entre risas y, justo antes de llegar al comedor, cambiaron la actitud caminando lentamente y comportándose con propiedad.

- ¡Es inaudito! ¿Qué horas son estas de llegar? – reclamó la señora Elroy que estaba parada junto a la cabecera del comedor acompañada de Rosalyn, Eliza, Annie y Patty.

- Lo sentimos mucho tía, no es culpa de Candy, perdimos la noción del tiempo – dijo Anthony.

- Saben bien que en esta casa hay reglas que se tienen que respetar… Alistair arréglate esa corbata, es una vergüenza.

- Lo siento tía – dijo el joven acomodando la prenda.

Candy, te presento a Eliza Leagan y sus amigas Annie Britter y Patricia O'Brien. Eliza es miembro de la familia – Agregó la matriarca.

- Mucho gusto – dijo la rubia haciendo una pequeña reverencia.

- Encantadas – dijo Eliza y todas hicieron una reverencia en automático.

- Las he invitado el día de hoy porque creo que sería buena idea que hicieran amistad, todas son excelentes damas.

- Gracias Madam Elroy – contestó Candy, quien nunca había tenido amigas de su edad. Desde pequeña siempre había jugado con los chicos del rancho y los niños del hogar de pony.

Durante la comida, Candy pudo apreciar la elegancia y sofisticación de Rosalyn, además de los gráciles movimientos de Eliza y la facilidad con que Annie y Patty manejaban la enorme cantidad de cubiertos que tenían en frente.

Mientras ella pensaba en la sencillez de su vida en el rancho. Todos los demás, admiraban su extraordinaria belleza que simplemente era imposible de ignorar…

Pierre había encargado el guardarropa basado en la complexión de Dorothy, pero Candy, aunque delgada, tenía curvas mucho más definidas y los vestidos le amoldaban a la perfección. Además de un cuerpo escultural, la rubia tenía ojos enormes y expresivos y una sonrisa angelical.

Eliza, notó que el atuendo de la rubia era mejor que el de Rosalyn.

- Que hermoso está el vestido de Candy ¿no te parece Rosalyn?

- Si, es muy lindo.

- ¿Lo compraste en Europa?

- La verdad, no lo sé. Dorothy dijo que el señor Ardlay había mandado comprar mi ropa.

- Tía abuela, tendrás que decirle a mi madre donde conseguir ropa de tan buen gusto.

- Son diseños exclusivos de las mejores casas europeas. El bisabuelo dio instrucciones muy concretas – indicó la anciana.

- Eres muy afortunada Rosalyn, si eso le compró a Candy, no quiero ni imaginar el guardarropa que te regalara después de la boda – dijo Eliza en tono soñador.

- ¿Estás comprometida Rosalyn? – Preguntó Candy.

- Claro, es la prometida del bisabuelo William – dijo Archie.

- Enhorabuena, les deseo mucha felicidad – dijo Candy con una gran sonrisa.

- Gracias – dijo Rosalyn bajando la mirada.

Ambas eran muy hermosas, pero eran tan diferentes como el día y la noche. Candy era alegre, abierta y simpática mientras que Rosalyn era elegante, intelectual y reservada.

Después de la comida, todos se reunieron en la sala de estar. Annie y Archie tocaban el piano a dos manos, mientras Anthony y Stear molestaban al rubio haciéndole ojitos e imitando arrumacos entre risitas. Estaban tan divertidos, que no se percataron de que la tía Elroy se les acercaba por detrás, hasta que sintieron un par de coscorrones, que los hizo ver estrellitas.

Mientras tanto, Eliza, Rosalyn y Patty conversaban con Candy…

- Está mañana terminé de leer nuevamente Romeo y Julieta, creo que he aprendido de memoria los diálogos – decía Eliza soñadora.

- Pues yo estoy a punto de terminar Ana la de Tejas Verdes – es muy emocionante, decía Patty.

- y tu Candy ¿Qué has leído últimamente?

- Lo último que leí fue el devocionario de la iglesia – respondió Candy

- ¿Estudias o tocas algún instrumento? Patty es buenísima para declamar poesía tocar el violín y Rosalyn ni se diga, toca piano, flauta, violín, domina más de cinco idiomas y tiene amplios conocimientos literarios – decía Eliza.

- Me temo que no sé nada de eso – decía Candy con naturalidad.

- Entonces ¿en qué ocupabas tu tiempo?

- Por la mañana ayudaba en la cocina, lavaba la ropa, limpiaba mi habitación y las caballerizas. Algunos días iba al hogar de pony a ayudar con los niños y otros al consultorio del doctor Martin. Siempre había algo que hacer así que no tenía tiempo para ocuparme de la literatura.

- ¿No era tu abuelo el dueño del rancho? – preguntó Eliza admirada.

- Si

- Entonces ¿por qué trabajabas tanto?

- Me gusta mantenerme ocupada, además no es tan pesado una vez que te acostumbras.

- Pues yo no podría vivir en un rancho – dijo Patty con una mueca de disgusto.

En eso llegaron, Stear y Anthony diciendo alegremente: "¿por qué no bailamos?" y con una reverencia, invitaron a bailar a Candy y a Eliza. Mientras la rubia bailaba con Stear, reconoció la melodía, era el vals que había bailado con Albert en su cumpleaños.

- Albert… quien sabe si algún día te vuelva a ver – pensó la rubia con añoranza.

Mientras observaban a las parejas, todos admiraron el porte y la gracia innatos de la rubia, mismos que la señora Elroy conocía muy bien pues su primer esposo Phillip, la había conquistado con los mismos encantos cuando era una jovencita.

Al caer la tarde, Eliza y sus amigas regresaban a la mansión de los Leagan, no muy lejos de ahí.

- Candy es muy sencilla y agradable – decía Annie.

- Si, por un momento pensé que sería una engreída, después de que el bisabuelo William le asignó una de las mejores habitaciones de la casa y ni hablar del guardarropa – decía Eliza.

- Pues a mí no me gusta, es muy simple y rudimentaria – decía Patty con enfado.

- ¿Qué te pasa Patty? – preguntaron las jóvenes sorprendidas de la reacción de su amiga, que normalmente era dulce y agradable.

- Es que… ¡me lo va a quitar! – dijo la joven entre sollozos.

- ¿A quién?

- ¡Alistair! ¿Acaso no vieron cómo la miraba?

- Bueno, hay que reconocer que es muy bella.

- ¡Annie! – recriminó Eliza. ¿Cómo te sentirías tú si fuese Archivald?

- ¡Le sacaría los ojos! Patty, no nos había dicho que te gusta Stear.

- Me gustó desde la primera vez que lo vi, siempre soñé con que algún día me haría caso, pero ahora está interesado en Candy – dijo llorando.

- No te preocupes, no te llega ni a los talones, eres toda una dama mientras que ella es muy primitiva – dijo Annie poniéndose de lado de su amiga.

- Tengo una idea, daremos una fiesta en mi casa para que todos la vean como en realidad es. Lo haremos mañana - dijo Eliza.

A la mañana siguiente, un mensajero llevo un sobre con la invitación de Eliza...

- Dorothy ¿no te parece que este vestido es demasiado? – dijo Candy mirándose al espejo con un elegante vestido blanco.

- No Candy, la invitación para la fiesta blanca decía "formal" y esto es lo adecuado.

- Si tú lo dices – dijo la joven con un gesto gracioso.

Los jóvenes Ardlay, estaban encantados de escoltarla a la fiesta y se peleaban por brindarle sus atenciones.

La pequeña fiesta estaba animada y Annie sacó una tarjeta diciendo: creo que deberíamos escribir una nota de agradecimiento a la señora Leagan por tan agradable encuentro.

-Buena idea – dijo Patty tomando la tarjeta y pidiendo una pluma y un tintero.

- Después de haberla firmado, dijo: "Aquí tienes Candy" al tiempo que intencionalmente dejaba caer el tintero sobre el vestido de la rubia.

- Pero, que torpe soy, he arruinado tu vestido, cuanto lo siento – dijo con fingida preocupación.

- No te preocupes, vamos a mi habitación de seguro encontramos algo para ti – dijo Eliza.

A propósito, habían hecho remover todos los vestidos actuales de la joven y los habían remplazado con los que usaba el año anterior.

- Lo lamento, hubiera jurado que éramos de la misma talla, parece que las chicas de rancho se desarrollan mucho más rápido, ha de ser por la vida al aire libre – dijo la joven.

- No te preocupes Eliza, iré a casa a cambiarme – dijo Candy.

- ¡Lastima, la estábamos pasando tan bien! Tengo una idea, de seguro te queda algo de ropa de los sirvientes, espera en un momento.

Eliza regresó con un overol de mezclilla y una camisa vaquera roja.

- Creo que esto te quedará, espero que no te moleste el estilo.

- Por supuesto que no, muchas gracias – dijo Candy.

Para la rubia, los overoles eran como su segunda piel, realmente se sentía mucho más cómoda que con costosos vestidos lo que se reflejaba en su forma de andar y comportarse; se le veía alegre, confiada y segura de sí misma cosa que los chicos notaron de inmediato.

- Fiu, fiu, mírate nada más, ¡eres toda una gatita! – decía Archie al tiempo que la tomaba de ambas manos y caminaba un paso atrás para admirarla.

Entonces fue Annie quien se aclaró la garganta y dijo: ¿por qué no tomamos el té?

- Todos estaba alrededor de la mesa, cuando Eliza comentó: "Anthony, he terminado mi disertación sobre la teoría "Cogito, ergo sum" de René Descartes, ¿te importaría leerlo para que me des tu opinión?, ya sabes cómo es el profesor Kaufman de exigente." Luego volteo con Candy diciéndole: es una suerte que no tengan clases de filosofía en el rancho, supongo que no son de utilidad.

- Por supuesto que no. Nosotros no tenemos que estudiar filosofía para saber que existimos, únicamente tenemos que abrir la ventana por la mañana, respirar el aire fresco con aroma a pino, admirar las bellas flores en los prados y escuchar el trinar de los pájaros. Todo eso nos hace sentir más vivos que nunca.

- ¡Bravo, Candy! Esa es la disertación más fresca que he escuchado – aplaudía Stear.

Al final de la fiesta, los Ardlay se retiraron contentos, mientras Eliza y las otras chicas estaban molestas porque nada había salido como lo planearon.

Junto a los chicos, Candy recuperaba su habitual alegría y aunque a la señora Elroy le costaba un poco adaptarse a la personalidad tan llamativa de la rubia, sabía que no era malintencionada además de que su sobrino le había pedido que fuera paciente.

Desde que la joven había llegado, los primos comenzaban mucho más temprano sus deberes y trataban de terminar lo más pronto posible, los maestros estaban sorprendidos por el avance ya que, con anterioridad, tenían problemas de motivación. Ahora solo deseaban estar libres para pasar tiempo con ella.

Los tres estaban enamorados de la rubia y habían hecho una especie de pacto de "lealtad." Fuera quien fuera el que ganara su corazón los otros lo aceptarían sin problema. Todos mostraban lo mejor de sí; Archie era caballeroso y galante, Anthony sincero y detallista y Stear alegre y optimista.

Albert, por su parte mantenía su carácter afable, aunque trabajaba mucho más que antes. Trataba de mantenerse ocupado para contener el enorme deseo de ir a Lakewood, aunque fuera para ver a Candy de lejos.

Una mañana, encontró en su escritorio una carta de la señora Elroy que decía:

Querido William:

Adjunto a la presente encontrarás los reportes escolares de los chicos; te dará gusto saber que sus grados han mejorado bastante. Al parecer, la presencia de Candice los ha motivado a enfocarse en los estudios a temprana hora para disfrutar de tiempo libre por las tardes.

También podrás observar que la joven, ha comenzado los cursos, aunque en un nivel más bajo. Sin embargo, no dudaría que pronto alcance a Archivald y a Anthony pues se le han asignado clases adicionales. Tuve que hacerlo ya que el curriculum de su nivel es más corto y por lo tanto terminaba antes que todos. En cuanto se desocupaba, los demás ya no querían continuar con las asignaturas, así que ahora toma clases avanzadas.

Debo decir que la joven ha influido no solo en los estudios de los chicos. Desde que llegó, la casa pareciera haber cobrado vida; a pesar de lo difícil de su situación, su alegría y optimismo son admirables. Las empleadas dicen que es como un torbellino y yo, por más que intento, no logro que se quede quieta.

Sé que es muy joven, pero tal vez, pronto será verdaderamente parte de nuestra familia. Tus sobrinos se han enamorado de ella y cada uno a su manera se esfuerza por ganar su corazón. Estoy segura de que, puliéndola un poco, sería una gran esposa para cualquiera de ellos. No me extrañaría que pronto recibieras una petición para aprobar un matrimonio, siendo el patriarca y el tutor de Candy deberás hacerlo por ambos. Dios quiera que esta "competencia" no cause división entre ellos pues ante todo está la familia.

Cuídate,

Elroy Ardlay

Cuando terminó de leer, se levantó y comenzó a caminar de un lado para otro llevándose ambas manos a la nuca; sentía un dolor intenso que lo sofocaba. Quería gritar, y al mismo tiempo la opresión en el pecho lo obligaba a contener en su interior el sufrimiento.

Después de lo de Muriel, estaba convencido de que lo que Candy necesitaba, era un lugar donde sentirse segura y protegida, un hogar que le proporcionara el apoyo necesario para perseguir sus sueños y él deseaba con todo su ser poder brindárselo.

Había puesto de lado sus propios sentimientos buscando la felicidad de la joven. Se había atado interminables horas al escritorio, para que su corazón enamorado no cometiera una indiscreción que resquebrajara, la seguridad y confianza que la joven estaba recuperando.

Sin embargo, nunca imaginó que podría perderla frente a sus sobrinos. Aunque pensándolo bien, era lógico que sus sobrinos, como él, pudieran ver no solo la belleza de la joven sino su gran corazón y siendo así ¿Quién no se enamoraría de ella?

Su mente le decía que no había nada que hacer, pero su corazón no quería perderla. Ella era y sería la única que lo hacía sentir vivo, quien lo hacía desear formar una familia por primera vez, despertar viendo sus hermosos ojos y dormir con ella entre sus brazos ¿Cómo podría sobrevivir teniéndola cerca y a la vez prohibida?

Intentando recuperar la compostura, se dirigió al bar y se sirvió un whisky doble que más bien parecía triple. Perdió la noción del tiempo que pasó sentado en el escritorio sosteniendo en la mano el vaso casi vacío.

Por más que lo pensaba, sentía que tenía las manos atadas. Por un lado, no podía acercarse a la joven y mucho menos hablarle de sus sentimientos y por otro, amaba a sus sobrinos y sería incapaz de arrebatarles su felicidad. Ni hablar, si alguno de ellos lograba conquistar a la joven, tendría que aprender a vivir con ello.

De pronto, George se presentó para recogerlo pues tenían que asistir a una reunión de negocios. Con tan solo verlo, el francés supo que no estaba bien y le preguntó si quería postponer la cita.

William cerro los ojos por un momento, a decir verdad, lo último que deseaba era revisar proyectos y hablar de utilidades, pero, a sus veintiocho años, había sufrido ya tantas perdidas que sabía a la perfección que, en ese momento, no había nada que pudiera hacer o algún lugar sobre la faz de la tierra en el que lograría sentirse mejor. Tendría que hacerse a la idea de que tal vez Candy formaría parte de la familia y buscar la forma de sobrevivir a eso.

Entonces se levantó, tomó su saco del perchero y con un suspiro dijo: "debemos irnos, se nos hace tarde"

En Lakewood, Candy se había encariñado mucho con los jóvenes Ardlay en especial con Stear; le encantaba su creatividad y el empuje que tenía para materializar todas sus ideas. También le gustaba su buen humor y el optimismo con que enfrentaba el fracaso de sus inventos.

Archie y Anthony notaron la predilección de la rubia y decidieron hacerse a un lado para que Stear pudiera declararse, pero el joven no se animaba…

Un día decidieron hacer una lunada junto al rio para celebrar el cumpleaños de Archie. La señora Elroy insistió en que invitaran a Eliza y sus amigas de forma que Candy no estuviera sola con los tres jóvenes. El festejo se llevó a cabo en medio de una tensa calma; Eliza y las chicas estaban siempre a la defensiva, pero Candy respondía con ingenio.

Era casi la media noche cuando todos se fueron a sus tiendas de campaña. La rubia estaba a punto de dormir cuando escuchó la voz de Stear que susurraba: "¿Candy, estás despierta?"

La joven salió medio dormida y preguntó: ¿Qué pasa Stear?

- Ven te mostraré mi nuevo invento…

La joven se vistió y ambos se alejaron un poco del campamento sin notar que alguien los miraba en silencio. Al llegar a un claro, Stear retiró unos arbustos que cubrían un telescopio hecho a mano.

- ¡Aquí lo tienes, el Tele-Stear 101!

- Está increíble, pero ¿no te parece que el lente está muy abajo?

- ¡Es para que veas las estrellas acostada!

- Tienes razón, es muy conveniente – dijo la rubia recostándose junto a él y exclamaba entusiasmada ¡Mira ahí está la constelación del dragón! y allá la del elefante.

- ¿Elefante? Candy, no recuerdo que haya una constelación del elefante.

- Ah, claro… mi amigo Albert y yo la inventamos mira comienzas aquí – dijo la rubia al tiempo que trazaba una línea imaginaria con el dedo índice.

- ¡Es cierto, ya la veo! – decía Stear alegremente volteando a ver a Candy quien miraba a las estrellas recordando lo vivido con Albert, el calor de sus brazos y sobre todo sus besos.

- Candy, parece que ese chico te gusta mucho.

- Si, con él viví muchas cosas, pero tal vez no lo vuelva a ver; viaja mucho y me imagino que ahora no sabe dónde me encuentro.

- Stear, decepcionado al saber que la rubia añoraba a otro chico, decidió tratar de alegrarla diciendo: "Mira una estrella fugaz, si se lo pides de seguro algún día lo verás de nuevo"

- Candy cerró los ojos y pidió con todo su corazón volver a ver al joven que hacia su corazón latir fuertemente.

Al día siguiente habían planeado una búsqueda del tesoro a caballo, había pistas por todo el bosque para que pudieran encontrar el tesoro y quien lo encontrara se llevaría un premio especial autorizado por el bisabuelo William.

Stear trató de disparar una salva para dar comienzo a la carrera, misma que por supuesto falló al principio para después explotar con un sonido estridente e hizo que los caballos salieran galopando a toda velocidad.

Candy estaba feliz, disfrutaba del viento que golpeaba su rostro mientras su caballo corría al galope, cuando de repente, el cincho de su montura se reventó y cayó al suelo perdiendo el sentido.

Anthony, quien la seguía de cerca, miró la escena horrorizado y de inmediato fue a ayudarla, gritando por auxilio y la joven fue llevada a la finca. La señora Elroy, estaba muy preocupada y no tuvo más remedio que avisar a William del incidente quien de inmediato salió para allá.

Todos estaban muy nerviosos, pero más Patty quien lloraba desconsoladamente, parecía que estaba a punto de colapsar por lo que la señora Elroy la envío con Annie y Eliza a descansar a una de las habitaciones.

- Patty no te pongas así, Candy va a estar bien – decía Annie.

- Yo… yo tuve la culpa.

- ¿Cómo puedes decir eso? fue un accidente, tu misma oíste a Anthony decir que él lo vio todo.

- Yo corté el cincho de la montura. Estaba muy enojada y quería castigarla … anoche cuando todos nos fuimos a dormir, Stear fue a buscar a Candy, los dos se fueron juntos y no regresaron hasta mucho más tarde.

- Patty, pero ¿Cómo pudiste? ¿Qué tal si hubiera muerto? – decía Eliza.

- En ese momento no pensé.

- La verdad yo no creo que sea una mala persona, es cierto que los muchachos andan tras de ella, pero creo que no es para tanto – dijo la pelirroja.

- Si, yo también creo que se te pasó la mano – la apoyó Annie.

- Ya lo sé, me siento horrible. Les prometo que si se recupera le diré la verdad y me disculparé con ella.

- Cuando William llegó a la propiedad, la matriarca se dirigió al tercer piso en la habitación que se suponía embrujada. Al verlo, se sintió aliviada pues sabía que él haría todo lo posible por ayudar a la rubia.

Un poco más tarde George llegó con el mejor médico de Chicago para que revisara a Candy. Un par de horas después la rubia había recobrado el conocimiento, aunque la mantenían con medicación ya que su cuerpo sufría dolor constante por los múltiples golpes. Durante el día, los empleados, la señora Elroy y los chicos se encargaban de cuidarla, pero durante la noche, era Albert quien velaba su sueño escondido en la oscuridad de la habitación. Nadie lo sabía, pero él no podía descansar sabiendo que el amor de su vida podría necesitar algo.

Pasaban los días y Albert comenzaba a sentir los estragos de la falta de sueño, durante el día trabajaba con George desde su habitación y por las noches cuidaba de Candy. Una noche apareció George usando el mismo pasadizo que comunicaba la habitación de Albert con la de Rosemary, William C. Ardlay el padre de Albert le había mostrado todos los pasajes secretos tanto de la mansión de Chicago como de Lakewood en caso de que algún día tuviera que proteger a la familia.

- Joven William, necesita descansar yo me quedaré esta noche…

Albert se sorprendió al verlo ahí, pero no de que supiera donde encontrarlo. Había perdido la cuenta de cuantas veces se había escapado cuando era joven y siempre lo había localizado. El joven lo miró sin decir palabra mientras trataba de decidir qué hacer por lo que el francés agregó.

- Le prometo que no me moveré de aquí.

- Albert aceptó a regañadientes, no quería desaprovechar ni un minuto de estar al lado de ella, pero George tenía razón, no podía continuar con ese ritmo.

Dos días después, el doctor les dijo que ya todo estaba bien, solo necesitaba reposo. Esa noche mientras la joven dormía, Albert se despidió para volver a Chicago. Sin poder evitarlo, le dio un tierno beso en la frente y le susurró: "cuídate, mi amor"

A la mañana siguiente, Patty fue a visitarla…

- Hola Candy ¿Cómo te encuentras?

- Mucho mejor Patty ya casi no me duele nada – dijo la rubia con un gesto gracioso.

- Candy… Por favor, perdóname.

- ¿perdonarte yo? ¿por qué?

- Yo, fui la culpable de tu caída, yo corté el cincho de la montura.

- ¿Qué hiciste qué? ¿por qué?

- Estaba celosa y enojada porque vi como la noche anterior te fuiste con Stear mientras los demás dormían.

- Patty, solo quería mostrarme su nuevo invento.

- Si, pero le gustas. Tú le gustas mucho, desde que llegaste los muchachos no hacen nada sino tratar de llamar tu atención.

- Entonces ¿por eso las chicas me odian?

- No te odian, solo me apoyan. Ellas son muy hermosas y seguras de sí mismas en cambio yo…

- Tu también eres linda y tienes muchas cualidades, pero no puedes vivir comparándote con los demás. Si tu no crees que eres digna de que alguien te ame ¿Cómo esperas que los demás lo crean? Humillar e insultar a la gente no te hará sentirte mejor acerca de ti misma, aprende a valorarte y muestrales a todos lo hermosa que eres.

Si realmente te gusta Stear acércate a él deja que te conozca y si después de eso no se da algo entre ustedes no es la persona indicada para ti.

- Jamás me mirará estés aquí.

- Patty, yo los quiero mucho a todos, pero como si fueran familia.

- Pues ellos no lo ven así.

En eso apareció Anthony con la bandeja del almuerzo…

- Buenos días, Candy. Patty que sorpresa no sabía que estabas aquí.

- Yo… ya me iba.

- Gusto en saludarte.

- ¿Cómo te sientes?

- Mucho mejor, no te hubieras molestado. Yo podía bajar al comedor.

- El doctor dijo que descansaras, Candy.

- Esta bien, gracias.

- ¿Necesitas algo más?

- Quisiera enviarle una carta al bisabuelo William para agradecerle todo lo que ha hecho por mí ¿podrías por favor alcanzarme unas hojas de papel del escritorio?

- Claro, permíteme un momento – decía Anthony mientras trataba de abrir el cajón de escritorio que al parecer estaba atorado.

Después de forcejear un poco, el cajón se abrió dejando caer un pedazo de madera que al parecer era parte de un compartimento secreto y junto a él un paquete de cartas amarradas con un listón de seda rosa.

- ¿Qué son Anthony?

- Cartas que mi padre le enviaba a mi madre, al parecer las guardaba en un compartimento secreto ¿te molesta si las conservo?

- Por supuesto que no, creo que tu eres el más indicado para conservarlas.

- Gracias, debo irme ya sabes como se pone la tía Elroy si llegamos tarde al almuerzo.

- Gracias a ti, espero pronto acompañarlos, ya estoy cansada de estar en la cama.

A partir de ese día, la relación de Candy con Patty, Eliza y Annie cambió y se hicieron muy amigas. Con la ayuda de las demás Patty comenzó a cambiar un poco su manera de vestir y de arreglarse sintiéndose más segura. Todos la pasaban excelentemente, pero Candy sentía que necesitaba darle sentido a su vida pues ser únicamente una "señorita de sociedad" nunca había estado en sus planes. Una mañana, se animó y le escribió una carta al bisabuelo William que decía…

Querido Bisabuelo William,

Muchas gracias por todo lo que ha hecho por mí, en especial por acogerme en su familia. La Señora Elroy, Rosalyn, Stear, Archie y Anthony han sido muy buenos conmigo. He estado estudiando mucho para convertirme en una dama, esperando complacer a la señora Elroy, quien ha sido extraordinariamente paciente conmigo.

Perdóneme, no quisiera parecer mal agradecida, pero creo que eso de ser una dama no se me da muy bien, me gustaría si es posible, que me permitiera matricularme en la escuela de enfermería pues desde siempre ha sido mi sueño ayudar a los niños enfermos.

Con infinito agradecimiento.

Candice White.

William, fiel a su promesa de darle libertad a Candy, aprobó su entrada a la escuela de enfermería y envió una carta de recomendación al Hospital Santa Juana de Chicago para que la aceptaran. La señora Elroy no estuvo de acuerdo, pero tuvo que aceptar pues no podía hacer nada contra las ordenes de William.

Candy se esforzaba mucho en sus estudios y, antes de terminar el año escolar, recibió la oportunidad de viajar a Inglaterra para hacer prácticas de verano en un hospital infantil.

William se había embarcado en un largo viaje de negocios por diferentes países y George lo mantenía al tanto de lo que ocurría en Lakewood con su familia.

Una tarde, en el hospital San Francis de Inglaterra, Candy estaba de guardia cuando escuchó un gran alboroto. Al entrar a la sala de niños, vio que todos gritaban y reían emocionados mientras los que podían, trataban de atrapar a una pequeña mofeta que corría asustada de un lado para otro. De repente, el animalito saltó hacia ella y apenas si pudo reaccionar para atraparla entre sus manos. Minutos después, los niños regresaban a su cama y Candy salía al pasillo con la mofeta…

- Eres muy linda ¿De dónde habrás salido?

En eso se escuchó una voz suave que decía:

- Pero que traviesa eres Poupée, te he estado buscando… disculpe señorita mi amiga se escap… ¡Candy!

- ¡Albert!

Continuara…

Gracias por continuar leyendo esta historia, espero que les haya gustado este capítulo.