Fuera del estudio de Elrond, el huerto estaba lleno de fruta. Manzanas de un color rojo brillante y peras suaves y maduras. Ya no quedaban niños en Imladris. A pesar de que en otoños pasados había deseado un poco de paz, ahora se daba cuenta de que echaba de menos el ruido. Cada niño de Imladris, en un momento u otro, había trepado por el muro que separaba los jardines principales del pequeño huerto en el exterior del estudio y la biblioteca. La fruta prohibida es siempre la más dulce. Había visto correr a los muchachos junto al muro, saltar con gracia sobre el suelo y correr como centellas entre los árboles, para evitar ser detectados. Algunos habían sido hábiles; solo había sabido que habían estado allí al ver una fila de pequeños elfos, sentados en el muro con las piernas colgando, y masticando la fruta. Otros habían sido menos afortunados: Un pequeño elfo codicioso, en particular, había intentado saltar el muro con kilos de manzanas amontonadas en la falda de su túnica. Aquel niño sí que había perturbado su paz. Los aullidos del desafortunado muchacho que se había caído del muro y se había visto bombardeado con las manzanas que había amontonado, se habían oído por toda Imladris.
Elrond se echó a reír al recordarlo. Incluso sus hijos habían disfrutado jugando allí, a pesar de tener libre acceso al jardín. Aquel verano en particular fue probablemente la primera vez que fueron capaces de jugar juntos, sin un adulto a mano para solucionar sus problemas y secarles las lágrimas. En realidad había sido Elrohir el que se había encargado de que las cosas fueran bien.
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Elrond, Glorfindel, Erestor y Mithrandir estaban sentados alrededor de la mesa de la terraza conversando un atardecer.
— Y los otros miembros del concilio, ¿llegarán pronto? — preguntó Mithrandir, tomando un largo trago de su bebida. En realidad no le importaba. Era agradable estar sentado en la terraza con una brisa suave y el sol poniéndose en el valle. En la distancia podía oír voces de niños, y asomándose al borde de la terraza podía verlos corriendo, saltando y persiguiéndose los unos a los otros en el camino que venía del valle. A pesar de que fingía estar prestando atención al asunto que tenían entre manos, en realidad su mente estaba ocupada pensando que fuegos artificiales traerían más sonrisas a aquellas jóvenes caras en la celebración que estaba por llegar.
Erestor, un elfo moreno armado con un fajo de papeles, tragó saliva un par de veces. Era bastante novato en aquel cargo importante y estaba ansioso por dar una buena impresión. El concilio había sido organizado gracias a sus capaces manos. Por desgracia, él todavía no había caído en la cuenta de lo capaces que eran.
Elrond comenzó a hablar al mismo tiempo que Erestor, que acababa de ver una figura vestida de blanco atravesando el pasaje que había debajo de la terraza.
—¡Ah, mirad!— Erestor se detuvo con nerviosismo, preguntándose si debería terminar la frase o permitir que Elrond siguiese hablando. Elrond le hizo un gesto con la mano para que continuase.
— Aquí está Curunir
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Elladan corrió camino arriba, hacia los jardines, saltó los escalones que se dirigían hacia la terraza y dio un frenazo junto a la mesa, respirando pesadamente e intentando recuperar la respiración.
Estaba, por decirlo suavemente, sucio. Su túnica de entrenamiento estaba cubierta de polvo y tenía trozos de césped y barro adherido a las rodillas, los codos y las manos. Su cara sonrosada estaba mugrienta y su pelo suelto caía lleno de enredones hasta los hombros. Sus brazos y la mejilla izquierda estaban adornadas por arañazos y una nueva rozadura había manchado de sangre seca su rodilla.
Inconsciente, al parecer, del contraste entre su persona y los otros cuatro adultos vestidos impecablemente, Elladan sonrió ampliamente.
—¡Ada! ¡Ada! ¡Adivina qué Ada! —Elladan saltó sin moverse del sitio con la voz aguda por la excitación.
Elrond se excusó ante los otros con la mirada y pidió disculpas.
—¡Ada! ¡Glorfindel!
Elrond y Glorfindel se giraron hacia el muchacho. Todos los presentes les imitaron. Elladan tenía talento para atraer la atención.
—¡Ada!Hemos hecho duelos y he ganado, Ada! ¡He ganado a todo el mundo! ¡A todo el mundo! ¡Incluso a los chicos mayores! — Elladan bailoteó orgulloso. El hecho de que los chicos mayores tuvieran solo doce años no empañaba su felicidad.
Glorfindel rió al ver la euforia de Elladan
—Bien hecho, Elladan. Puede que tenga que guardarme las espaldas—dijo en broma. Sería una predicción que se haría realidad, aunque no en los años venideros.
Elrond sonrió a su hijo, y entonces el muchacho agarró sus manos tomándolo por sorpresa y bailoteo alrededor de él un par de veces. Elrond amaba mucho a su hijo, pero no quería que la mitad del jardín quedase estampado en sus ropas.
—¡Excelente Elladan!
Los otros dos adultos intervinieron también; Erestor con un desaprobatorio "Bien hecho" y Mithrandir le dijo: "Ciertamente te convertirás en un gran guardia." Este comentario provocó una mirada llena de curiosidad por parte de Elrond, pero Glorfindel se dio cuenta y sacudió la cabeza ligeramente, así que el asunto no llegó más lejos.
—¡Ada! Todo el mundo va a bajar al Camino del Norte para ver como vuelven los cazadores—,parloteó Elladan, poniendo el énfasis en "todo el mundo"—¿Puedo ir con ellos? ¿Por favor?
El Camino del Norte no suponía ningún riesgo y estaba frecuentado tanto por adultos como por guardias, que no permitirían que le ocurriese nada a su hijo.
—Si Elladan, puedes—,respondió Elrond enfatizando el "puedes"
Elladan gritó de alegría y le entregó a Elrond su espada de entrenamiento, preparado para echar a correr. Elrond le lanzó una mirada severa.
Elladan saludó al resto de los presentes a tanta velocidad, que parecía que estaba asintiendo vigorosamente.
—Glorfindel. Erestor. Mithrandir.
Para cuando los demás consiguieron descifrar el galimatías de palabras, Elladan estaba ya a medio camino de la salida de la terraza
— ¿No debería lavarse primero? —preguntó Erestor preocupado.
—¡Pero si está limpio!—dijeron a la vez Elrond y Glorfindel. Ambos eran de la opinión de que tratándose de Elladan, estaba increíblemente arreglado.
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Había sido un viaje largo y agotador, y aquellas circunstancias no habían ayudado a mejorar el humor de Curunir. Giró la esquina y comenzó a subir el pequeño tramo de escaleras que le quedaban para alcanzar la terraza.
Elladan echó a correr escaleras abajo, saltando ligeramente mientras bajaba el pequeño tramo de escaleras hasta el balcón inferior. Por desgracia no se había percatado de que había un anciano vestido de blanco subiéndolas.
—Ow—gritó Elladan, mientras se veía detenido de repente, al chocar con el estómago de Curunir y caía al suelo. Curunir se dobló debido al dolor, tratando de recuperar la respiración. En sus prístinas ropas había una marca mugrienta con la forma de Elladan.
—¡Curunir!— Glorfindel se levantó y acudió en su ayuda.
Elladan consiguió ponerse de pie, sintiéndose bastante mareado. Un nuevo corte adornaba el lado derecho de su frente.
—Curunir—,dijo Elladan tragando saliva. —Lo siento. Tenía prisa.
Curunir, todavía jadeando le lanzó una mirada diabólica. Glorfindel examinó a Elladan comprobando si había alguna herída grave y lo dejó ir con la advertencia de que fuese más despacio. El temperamento de Curunir no era siempre agradable y no había necesidad de permitirle que ventilase su frustración con un niño pequeño. Había sido un accidente después de todo.
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No habría cena formal aquella noche. En un par de días llegarían los últimos invitados y se celebraría un gran banquete en su honor. Por el momento, aquellos que sí habían llegado debían ser recibidos. Elrond y Celebrian habían decidido llevar a cabo una pequeña cena en sus aposentos para sus invitados. Para mantener la paz, se había decidido que Elladan y Elrohir no tomasen parte en ella. Había costado un rato tranquilizar a Curunir.
Mientras tanto Curunir y Mithrandir estaban sentados con Glorfindel y Erestor en la sala de estar de la familia, y Elrond había aprovechado la oportunidad de escaparse con Celebrian, para disfrutar de un par de minutos de paz en la rosaleda. Erestor, en un movimiento brillante, que a ojos de Glorfindel lo cualificaba para su puesto, había conseguido meter todos los libros y los juguetes debajo de los bancos en los segundos que habían transcurrido desde que había entrado, hasta que el resto de la comitiva había llegado a la habitación. Por primera vez en años, la sala de estar parecía un lugar donde sentarse, en lugar de Dagorlad. Elladan les tenía mucho aprecio a sus soldados.
Curunir se sentó con aire poco amistoso, mirando por la ventana.
— ¿Siempre perturban la paz de esta manera? ¡Me maravilla la paciencia de Elrond!
Erestor murmuró algo acerca de la alegría de la juventud en aquella era pacífica y le lanzó una mirada de súplica a Glorfindel.
Glorfindel se levantó y caminó hacia la ventana. Elladan estaba persiguiendo a Elrohir por el jardín. Ambos estaban manejando palos muy largos.
— ¡Desaparece criatura maligna!—gritó Elladan fingiendo que golpeaba a Elrohir y fallando por poco en opinión de Glorfindel.
— ¡Vuelve a la oscuridad!—respondió Elrohir, golpeando el palo de su hermano y quitándoselo de las manos.
—Eso no está bien ¡Tu eres el orco!
—¡Yo soy siempre el orco!¡ Te toca a ti! Yo soy Gil-Galad
—¡No lo eres!¡Yo soy Gil-Galad!
Glorfindel dio un par de golpes secos en la ventana y se llevó un dedo a los labios. Elladan y Elrohir se miraron el uno al otro.
—Los dos podemos ser Gil-Galad—sugirió Elrohir—Quizá tenía un hermano gemelo que también se llamaba Gil-Galad.
Los adultos en la habitación suspiraron mientras el jardín recuperaba la calma y Erestor de un modo vacilante llevó la conversación hacia el estado del río. Curunir casi se había relajado cuando oyeron el sonido de una risa y Elladan llamando a Elrohir.
—¡Apuesto a que no puedes coger esto!
—¡Apuesto a que sí!
—¡Inténtalo!
Y una manzana entró volando por la ventana.
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Elrond estaba inclinado sobre el tablero de ajedrez, jugando con Curunir, cuando se oyó un golpe en la puerta y sus dos hijos, ya cenados, entraron atropelladamente.
Ambos muchachos se sentaron. Elrohir se dedicó a observar con atención el juego en curso y Elladan a su padre. Elladan, aburrido, fue a rescatar a sus soldados del lugar en el que estaban escondidos, recuperando su pieza favorita, un pequeño y maltrecho portaestandartes, del Monte del Destino encima de la librería. Tumbado en el suelo sobre su estómago comenzó a preparar la batalla que acabaría todas las anteriores.
—¿Por qué están los soldados rojos más desgastados que los azules? — pregunto Mithrandir, mirando con amabilidad a Elladan, que estaba persiguiendo un dragón con varios soldados pintados de rojo. Los soldados rojos tenían más de un arañazo y la pintura estaba desgastada.
— Porque son mío—respondió Elladan con sencillez.
—Los azules son míos. Yo no maltrato a mis soldados—respondió Elladan que estaba apoyado contra su padre, observando el juego de ajedrez.
—¡Son guerreros valientes!¡Yo no los maltrato! —dijo Elladan indignado, pero estaba demasiado ocupado con su juego para seguir discutiendo. Celebrían, Glorfindel y Erestor recuperaron el ritmo de respiración normal.
Aprovechando un momento de calma en la conversación, Elrohir tomó aire profundamente y anunció su noticia. Si Elrond no hubiera conocido a Elrohir, habría supuesto que el largo silencio significaba que la noticia tenía poca importancia para él, pero adivinó correctamente que Elrohir había estado esperando todo el día al momento perfecto para hacer su anuncio.
—Hoy he tenido mi primera clase de arquería—.Elrohir se aseguró de que todo el mundo le estaba prestando atención antes de continuar. —Me gusta la arquería.
—¿Y has dado en el blanco? —preguntó Glorfindel sonriendo. No sucedía a menudo que Elrohir tuviera la oportunidad de ser el centro de atención por alguna destreza física.
Elrohir enrojeció ligeramente pero sonrió con orgullo de todas maneras.
—El entrenador ha dicho que soy el mejor que ha visto disparando el primer día. He dado en el blanco casi todas las veces.
Elrond abrazó a su hijo y Celebrían se acercó para darle un beso.
—No puedo esperar a empezar arquería—declaró Elladan, en voz alta, a nadie en particular.
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Finalmente Curunir ganó el juego y Elrond se levantó para marcharse. Elladan se puso de pie en un parpadeo y se acercó a la mesa.
—¡Ada!¡Vamos a practicar!
Elrond frunció el ceño. Lo había olvidado.
— Lo siento Elladan pero no puedo.
—¡Oh!—.Elladan parecía devastado.—Pero lo prometiste...
Elrond llevó a Elladan fuera de la habitación.
—Lo siento pero tengo que atender a nuestros invitados.
— ¡Pero si son solo dos viejos aburridos!—dijo Elladan indignado y en voz claramente audible para los que estaban en la habitación.
—Elladan, no voy a tolerar que seas maleducado.
—Lo siento padre—,dijo Elladan mirando al suelo.
Elrond le dio un apretón en el hombro, pero Elladan no respondió. Se fue arrastrando los pies con aire afligido de vuelta a la habitación, mientras Elrond se marchaba para cambiarse. Elrohir había conseguido convencer a Glorfindel para que le enseñase las reglas del ajedrez y estaba sentado chupando la cabeza de un peón mientras pensaba.
Mithrandir contemplo como el muchacho se dejaba caer sobre el suelo y comenzaba a ordenar sus soldados con aire miserable. Quizá ya no estaba tan cansado como se había sentido antes. Se puso de pie de repente.
—Elladan—dijo Mithrandir con voz risueña —¿Te gustaría desafiar a un viejo aburrido a un duelo?
—¡Si!— Elladan se puso en pie con una sonrisa de oreja a oreja, y luego cayó en la cuenta de lo que implicaba la frase.—Um...¡No!
Miró desesperado a su madre en busca de ayuda. Ella sonrió y asintió, casi a punto de echarse a reír.
—¡Sí! —Elladan corrió a recoger su espada.
Celebrían miró a Mithrandir con los ojos risueños.
—Gracias.
Esperaba que a Elladan no le avergonzase ser derrotado por el hombre más viejo que había visto jamás.
