¡Hola! A partir de aquí entramos en el territorio de la Kiribaku Week 2021. Tengo planeado tan sólo hacer dos prompts —pero si sale algo extra, ya veremos—. Ya saben que cada capítulo es un one-shot autoconclusivo, así que pueden leer lo que les interese. No he escrito Kiribaku desde que publiqué Erupción (un soulmates AU que pueden encontrar en mi perfil) y para serles sincera, extrañaba el pairing.
Sinopsis: Katsuki tiene clavada la mirada de ojos rojos de un niño de cabello negro encerrado en una jaula. Está dispuesto a todo para liberarlo.
Día 1: Steampunk AU.
Advertencias: Me veo obligada a ponerlas super explícitas en este capítulo. No hay descripciones gráficas de violencia, pero sí se habla de cautiverio prolongado. Y hay PTSD.
Un niño de ojos rojos
If that's the best that I could be?
Than I'd be another memory
Can I be the only hope for you?
Because you're the only hope for me
And if we can't find where we belong
We'll have to make it on our own
Face all the pain and take it on
Because the only hope for me is you alone
The Only Hope For Me Is You, My Chemical Romance
Al principio
Katsuki lo ve por primera vez en un tren. Tiene el cabello negro, caído, una cicatriz en uno de sus ojos. Mira con grandes ojos rojos y son ellos los que lo hacen acercarse. Ojos curiosos, confundidos, desconsolados. No puede ver si sonríe o no, porque su boca está cubierta por un bozal.
—¡Katsuki, niño malcriado, vuelve aquí!
No hace caso a la voz de su madre. Se acerca más hasta las reglas de la jaula. Una voz en su interior le dice que un ser humano no debería estar en una jaula. No hay duda que se trata de alguien como él. Dos piernas, dos pies, dos brazos, dos manos encadenadas, con grilletes en sus muñecas sangrantes. Hay un collar de acero en su cuello, del cual brota una cadena.
—¡Ey, niño! —se oye otra voz—. ¡No te acerques, es peligroso!
Pero los ojos rojos que le devuelven la mirada no parecen peligrosos.
«¿Quién eres?», quiere preguntar. Antes de que alguien —su madre— lo agarre del brazo firmemente.
—¡Demonio, no te alejes! —dice su madre, y lo jala.
—¡No, mamá, espera! —se queja Katsuki—. ¡Estaba en una jaula!
Y entonces su madre reacciona de una manera en la que nunca lo ha hecho antes. Se detiene y se acuclilla a un lado de él.
—No puedes hacer nada, Katsuki —dice—, nunca te acerques demasiado a los dueños de los circos. —Entonces no le queda claro por qué lo dice—. ¿Me entendiste? Son muy peligrosos, mucho más peligrosos de lo que crees. Mucho más peligrosos de aquellos a los que encierran en jaulas. Ten cuidado. Un día, cuando seas grande, quizás puedas acabar con ellos.
«Ahora no».
Katsuki asiente. No entiende muy bien, pero asiente. Y los ojos rojos y el cabello negro se quedan grabados en él para siempre.
Diez años después
Los circos nunca avisan cuando se acercan a las ciudades móviles. Llegan en trenes o en sus propios pueblos andantes, llenos de engranes. Montan sus carpas y se oyen los gritos.
«¡El circo de Overhaul ha llegado a Musutafu!»
Se oye en las calles, en todas partes. Mucha gente se apresura a ver qué fenómenos tienen cargando esa vez. Katsuki se mantiene apartado, al menos al principio. A Mitsuki no le gusta que se acerque a las jaulas ni a los espectáculos. Siempre le dice que recuerde lo que pueden hacer sus manos y que si alguno de los dueños de un circo lo viera, intentaría capturarlo.
Tener poderes extraños no es normal. Al menos, dice Mitsuki, tiene la suerte de poder disimular, de no tener ningún rasgo que a simple vista lo catalogue como fenómeno. Desde hace años que lo obliga a usar unos guantes que cubren sus palmas, dejando libres los dedos. Si una explosión brota del sudor de sus palmas, siempre puede alegar que fueron los guantes, enseñarles los mecanismos de las muñecas, que lo único que hacen es redirigir y acumular su propio sudor —aunque siempre miente y dice que abajo hay un pequeño compartimiento para combustible—. Es más seguro.
Así pues, Mitsuki lo mantiene firmemente apartado de los circos.
No que Katsuki le haga demasiado caso a la vieja bruja, como llama a su madre.
En los últimos tres años, al menos, ha visto a un hombre con alas rojas que se balanceaba sobre un aro. Es la atracción estrella del circo más caro de la región, la Comisión. Hawks, un misterioso hombre-pájaro sin pasado que puede controlar sus plumas a voluntad. Uno puede verlo a través del cristal y, si uno no se fija demasiado, no nota el grillete en uno de sus tobillos que se conecta con una fina cadena que lo mantiene siempre cerca de la tierra, sin poder volar libremente. Una mujer conejo con una fuerza extraordinaria, en el mismo circo. «Miruko», rezaba la placa pegada a los barrotes. Se encaramaba a la jaula en donde estaba presa y asustaba a los espectadores. En sus ojos Katsuki reconoció el ansia de libertad, el odio a sus propias cadenas. No pudo mirarla por mucho tiempo.
Cruza las exhibiciones de los circos como en un sueño. No se detiene mucho. No se maravilla como el resto de la gente. Sólo busca, incansablemente, entre el gentío, entre los barrotes: el mismo cabello negro, los mismos ojos rojos.
—¡Ey, idiota!
—¿… Kacchan?
—Si la vieja bruja pregunta…
—No le digas así a tu madre.
—… estuve contigo toda la tarde.
—¡Kacchan!
Deku se queja toda la vida, pero nunca se niega. Katsuki está acostumbrarlo a tenerlo pegado desde que tiene cuatro años. Le puso Deku porque todo lo hacía peor que él. «¡Inútil!», recuerda haber dicho. Pero luego resultó que su maravilloso poder de sacar chispas por las manos era en realidad una maldición y Deku tenía suerte porque no tenía ningún poder. Era tan sólo un ser humano normal. Común y corriente, como la mayoría de la población.
—No estarás pensando en ir a ver el circo de Overhaul. Dicen que es horrible. Dicen que…
—¡Cállate y no te metas con mis planes! —espeta—. No sabes lo que estoy haciendo. —Empieza a caminar, alejándose. Pero Deku lo sigue, pegado a él como una sanguijuela.
—¡He oído rumores, Kacchan! ¡Dicen que tiene un método para controlar a todos los que atrapa!
Katsuki bufa. Odia que a la gente no le importe lo que ocurre con todo aquello que consideran un fenómeno contra natura. Y él no puede salvar a todos. Ni siquiera está seguro de poder salvar a uno, una vez que lo encuentre.
—No vas a convencerme de no ir, Deku —espeta. Hace una concesión, de todas maneras, porque no quiere que el otro vaya corriendo con el chisme a su madre—: Tendré cuidado —medio gruñe. Y con eso, Deku lo deja ir.
Se mueve con naturalidad entre las jaulas. No se queda mucho tiempo viendo a nadie. Pretende ser tan sólo un aprendiz de algún taller mecánico, con su abrigo; los protectores de los ojos que tiene como diadema en el cabello; los guantes y las botas.
Una chica rana, que saca la lengua cada tanto. Parece aburrida. Un tipo con seis brazos. Otro con una cola. Un tipo que parece hecho de piedra que se mantiene alejado de todo el mundo. El cartel a su lado asegura que habla con los animales. Katsuki empieza a perder la esperanza de encontrar lo que busca en aquel circo cuando se acerca al final. No es que nunca tenga mucha. Ver a aquel niño de cabello negro tantos y tantos años atrás fue tan sólo una casualidad.
Hasta que lo ve, frente a él.
Cabello negro, con un desordenado flequillo sobre su frente, ojos rojos. Tiene exactamente la misma cicatriz. Un bozal. Sus manos están sujetas en unos grilletes que parecen increíblemente pedazos.
No puede evitar sino acercarse hasta prácticamente tener sus manos sobre los barrotes.
—¡Cuidado! —dice alguien—. Puede convertirse en piedra. Te herirá si te acercas demasiado.
Katsuki apenas si pone atención.
El otro lo ve con ojos curiosos. No tiene ni idea de si lo reconoce o no, aunque tampoco ha cambiado mucho desde la primera vez que se vieron. Sólo tiene más centímetros de altura, mucho más músculo. Ahora lleva un abrigo sobre sus chalecos naranjas.
—Eres tú… —murmura.
El desconocido alza la cabeza.
—¡No puede acercarse demasiado!
Empieza a acercarse. Katsuki ignora deliberadamente las advertencias.
—¿Quién eres? —pregunta, en cambio, dirigiéndose hacia el desconocido. La pregunta parece sorprenderlo, acostumbrado sólo a que la gente lo vea como una atracción
Lo oye en apenas un susurro.
—Kirishima.
—Disculpa, muchacho. —Una mano firme de un hombre con una máscara que le cubre la cara lo aparta. Seguramente uno de los empleados—. No puedes acercarte demasiado. Es peligroso.
Katsuki se deja llevar.
De todos modos, tiene que esperar.
—Lo encontré.
Deku sabe a qué se refiere, aunque no debería saberlo. Hace años se pelearon por la insistencia de Katsuki se seguir las exposiciones, siempre asistir a ellas. A Deku le parece aberrante que existan cosas así. Hace campañas, sueña con construir un grupo que destruya todos esos lugares donde tienen a la gente en jaulas. Toda su vida la ha enfocado a eso. Katsuki no tiene mucha idea de donde empezar excepto por los ojos rojos y la mirada curiosa.
El otro alza la mirada, lo interroga con ella. Interrumpe todas sus elucubraciones dichas a media voz mientras escribe. «¿Qué harás?»
—Voy a liberarlo.
Por eso está allí. Lo dice completamente seguro, sin una pizca de duda. No agrega el resto, porque para ambos es dolorosamente obvio por qué está allí. «Necesito ayuda». Pero a Katsuki decirlo es como si le doliera físicamente. Su historia con Deku es demasiado complicada como para poder sortearla de manera sencilla. Y Deku entiende. Lo ve en sus ojos. Capta su desesperación y el anhelo. Es la primera vez que Katsuki quiere tirarse de cabeza hasta el acantilado, meterse en problemas que podrían hacer que acabe en una jaula, justo como el resto.
En otro momento quizá se sentiría mortificado porque Deku pudiera leerlo tan bien, pero en ese momento lo agradece.
—Bien —dice Deku—. Vas a rescatarlo.
No hay vuelta atrás.
El circo es diferente por la noche. Sin el bullicio y las sonrisas de la gente, es mucho más doloroso ver todas aquellas jaulas. Son apenas unos cuantos metros para que un ser humano pueda vivir. Pero se las arreglan, observa Katsuki. Con mantas raídas y viejas, con platos en las orillas. Sonríe ácidamente, porque por supuesto, los captores consideran que alimentarlos ya es suficiente amabilidad o benevolencia.
Quizá lo más desesperanzador de aquella imagen es ver a la humanidad ser capaz de acostumbrarse a los tratos más ruines, al horror más absoluto, a la deshumanización entera.
Katsuki vuelve a hacer el camino entre las jaulas y entre los barrotes hasta encontrar la que busca.
Intenta disculparse con el resto diciéndoles que no puede salvarlos porque no sabe cómo, no sabe qué. Quizá algún día efectivamente Deku logrará su revolución y Katsuki tendrá la oportunidad de dinamitar todos los circos. Por hoy, sólo quiere rescatar la primera mirada de miedo que experimentó en su vida. Unos ojos rojos, parecidos a los suyos, de su misma edad entonces, enjaulados.
Encuentra la jaula sin problemas. Pone una de sus manos sobre los barrotes y uno de los botones de los puños de su abrigo golpea contra los barrotes. No es un ruido demasiado fuerte como para alertar a los guardias, dormidos, seguros de que nadie se atreverá a desafiar sus reglas, pero si lo suficiente para despertar a quien está allí, durmiendo.
Katsuki apenas si puede ver el brillo rojo en la oscuridad.
—No hagas ruido, no grites —advierte, con un murmullo.
El otro se retrae contra las paredes, claramente asustado.
Katsuki se baja las protecciones de los ojos, tiene que hacerlo siempre antes de soltar una explosión.
—No tendremos tiempo —advierte. No sabe si el otro le hace caso—. Cuando suene fuerte por segunda vez, tendrás que correr.
Pone sus manos en los barrotes, cerca de la cerradura. Se concentra. Su furia es suficiente para dispararlo. Todo explota y, de repente, la puerta está abierta. Katsuki no tiene idea de cómo hacer las cosas si no es explotándolo todo. Después de explotar la jaula lo hace con los grilletes —aunque tiene más cuidado con ellos, esperando no hacerle daño—. Cuando el desconocido se da cuenta de qué está intentando hacer,
Extiende una mano.
(Es la primera vez que lo hace así, que ofrece esa clase de ayuda).
—Voy a sacarte de aquí.
—¿Qué…?
—¡Vamos!
El otro, Kirishima, recuerda Katsuki, se incorpora. Se acerca, pero todavía parece dubitativo, no demasiado convencido de lo que está ocurriendo.
—¡Vamos! —insiste Katsuki.
Los guardias se están despertando.
—¿Los demás? —pregunta el otro.
—¡No tenemos tiempo!
—¡INTRUSOS! ¡INTRUSOS! —Un altavoz interrumpe sus pensamientos, le perfora los tímpanos.
—¡Vamos! —vuelve a insistir. Agarra la mano de Kirishima y la jala.
—¿Pero y Tsuyu… Koda…? ¿Mina…? ¿Los…?
—¡Vámonos! ¡No tenemos tiempo! ¡No ahora! ¡Después! —le dice, sin saber realmente a qué se está comprometiendo. No importa, realmente.
Y Kirishima se deja jalar hacia la libertad. Katsuki lo observa voltear atrás varias veces. No pregunta por qué.
Deku dejó la puerta abierta del taller, justo como prometió. Katsuki no puede arriesgarse a llevar a Kirishima a su casa —ni siquiera lo conoce, sólo tiene un buen presentimiento sobre él—, pero sí al taller que comparten la familia Bakugo y la Midoriya. Entra sin hacer ruido, jalando al chico detrás de sí. No ha dejado de arrastrarlo prácticamente todo el camino y el otro no ha dicho nada, demasiado paralizado por el miedo, quizá.
Espera encontrar a Deku dentro, todavía trabajando a altas horas de la noche; no sería la primera vez que lo hace.
En vez de eso, encuentra la mano de su madre, aterrizando en su nuca.
—¡Niño idiota! ¡Tienes que hacer siempre las cosas a tu modo, sin preguntar! —Mitsuki Bakugo nunca le ha dejado pasar ni una. Lo ha protegido con fiereza, siempre, dispuesta a todo para que no se lo arrebaten. Incluso ahora, que ya está más cerca de ser adulto que tan solo un muchacho, Mitsuki sigue aferrándose a protegerlo—. ¡¿Qué has hecho esta vez?! —Y le suelta otro zape, por la fuerza de la costumbre.
Katsuki nota como el desconocido se contrae detrás de él, intentando pasar desapercibido.
—¡Déjame en paz, vieja bruja!
Su mano no suelta la muñeca de Kirishima, pero éste se jala, detrás de él, intentando soltarse. Eso hace que Katsuki voltee.
Sólo puede ver miedo pintado en sus ojos, al verlo a él y a su madre. Los gritos que pegan y a los que llaman una interacción normal.
Katsuki gruñe, reconociendo que no están dando la mejor primera impresión.
—Nadie va a hacerte daño.
No suelta su muñeca, temeroso de que salga corriendo y lo atrapen y haya sido todo para nada. Alza su otra mano, buscando el mecanismo para quitarle el bozal que todavía tiene puesto y lo deja caer al piso, sin ninguna ceremonia. Intenta que el gesto sea delicado, pero la delicadeza nunca ha sido amiga de Katsuki.
—Eres libre —asegura—; nadie va a hacerte daño.
El desconocido —Kirishima— lo mira a él primero, pero su mirada luego se desvía hasta Mitsuki. Ella le sonríe y eso ayuda a que la deje de ver con temor.
—¿Quién eres? —pregunta Mitsuki, con la voz dulce.
—Kirishima —murmura, con un hilo de voz—. Soy Kirishima. —Carraspea—. Eijiro Kirishima. —Hace una pausa y Katsuki no entiende por qué la insistencia en la repetición, pero nadie lo interrumpe—: Soy Eijiro Kirishima. —Entonces nota como los dos Bakugo se le quedan viendo con curiosidad y enrojece—. Lo siento. Allá adentro. Nuestros nombres… eran tabú. Se suponía que no teníamos…
Katsuki siempre ha sido consciente de que desea explotar la cara de todos los dueños de los circos, pero en ese momento lo desea aún más, si cabe.
—¿Tienes hambre? —pregunte Mitsuki.
El estómago de Kirishima lo delata, haciendo ruidos.
—Un poco.
—Buscaremos algo —dice entonces—. Inko Midoriya siempre guarda un poco de pan y algunos bocadillos, porque Izuku siempre está aquí. —Habla como si Eijiro Kirishima supiera quien es la madre de Deku y quién es Deku, intenta aparentar normalidad—. Ahora vuelvo. —Se dirige hasta la puerta que da a la habitación contigua, un pequeño almacén—. Katsuki —llama, parada en el marco; a él le dirige un tono más duro, quizá un poco reprobatorio—, hablaremos más tarde.
Es entonces, cuando le parece que ya se ha relajado un poco, que Katsuki suelta por fin su muñeca y ve a Kirishima relajarse un poco más. Alza las manos y se mira las muñecas. Hay una infinidad de pequeñas marcas provocadas por las cadenas y los grilletes.
—Sólo me salvaste a mí —dice.
—Sí.
Katsuki no ve el caso en remarcar hechos que no pueden cambiarse, pero responde.
—Te recuerdo —agrega entonces Kirishima—. Aquella vez. Hace… ¿hace cuantos años? Es difícil contar años y días en… —Se corta abruptamente—. Hace muchos años —concluye—. Recuerdo que… Nos vimos. Y… —Sacude la cabeza. Katsuki no dice nada, dejando que ordene sus pensamientos. Espera—. ¿Por qué yo?
Katsuki carraspea.
—Te estuve buscando.
—¿Por qué no cualquier otro? —insiste Kirishima, como si todavía no pudiera creer su suerte—. Han pasado muchos años. Muchos circos. He estado en todos lados. Incluso en lugares donde hablan un idioma que no es el mío. He… ¿Por qué no cualquier otro? —repite, dándose cuenta de que se fue por las ramas.
Katsuki lo mira a los ojos.
Eijiro Kirishima es un completo desconocido y quizá por eso Katsuki siente que puede casi decir la verdad. Casi.
—Quería probarle al mundo que podía salvar a alguien.
«Salvarte».
Mitsuki le da pan con un poco de mantequilla untada a Kirishima y lo hace sentarse en la mesa del taller. Deku está sentado en el otro extremo, arreglando algo, todavía con el mono gris puesto. Le revuelve el cabello negro como si fuera su propio hijo, fijándose en sus reacciones. A veces intenta eso con Katsuki, pero él apenas si lo permite.
—Siéntate, niño malcriado.
—Bruja.
—¡No me digas bruja, Katsuki!
—Mitsuki —interviene Masaru. Ha estado callado desde que salió de la cocina, esperando el momento perfecto para intervenir entre ambos. A veces Katsuki odia su silencio. Con su madre todo es gritos que puede comprender, su padre es mucho más calmado y le cuesta entender cómo debería reaccionar—. Déjalo. Un poco.
—¡Nos va a meter en un problema! —espeta Mitsuki.
Katsuki gruñe, pero Kirishima es el que deja de comer.
—Lo siento —dice—, no quiero ser una carga para nadie. Ni un problema.
Mitsuki parece arrepentirse de la elección de sus palabras. No por Katsuki, por supuesto. Katsuki siempre ha soportado todo lo que ella lanza en su dirección, sin que importe demasiado. Están cortados por el mismo patrón.
—Oh, no lo eres. No te preocupes, en serio.
Mitsuki le sonríe Al mirar a Kirishima, Katsuki sospecha que no es suficiente para hacerlo ver que no es una carga ni un estorbo, pero es un paso.
—Pudiste habernos consultado antes, Katsuki —dice Masaru, voz pacífica, como el mar en calma—. Sé que no crees que nosotros… —Suspira, súbitamente cansado—. También tenemos experiencia en estas cosas. Quizá no tanta como crees, pero…
—Nosotros nunca planeamos en convertirnos en héroes, niño idiota —espeta Mitsuki, mucho menos amable que su padre—. Tuvimos que venir a preguntarle a Izuku dónde carajos estabas…
—Lo siento, Kacchan…
—… porque temíamos que te hubieran agarrado —sigue, sin ninguna piedad. No es común que Katsuki se quede callado, pero lo hace entonces, porque tantas voces lo aturden. Ve de reojo a Kirishima, que se concentra en el pan que tiene enfrente—. Él nos dijo lo que planeabas. Nos convenció de esperarte aquí. Pero si no hubieras vuelto…
La voz de su madre de repente suena realmente preocupada, a segundos del pánico. «Hubiera». Pretérito pluscuamperfecto, el tiempo que no pasó. Algo se le revuelve a Katsuki cuando se da cuenta que incluso las posibilidades que no ocurren asustan a su madre y quiere callar la sensación a gritos. Así no es como él y Mitsuki se preocupan por el otro. No de esa manera.
—Estoy bien, carajo —espeta.
—¡Podrías no haberlo!
—Mitsuki, está bien —dice Masaru, poniendo una mano en el hombro de su madre. «No tiene caso discutir lo que no pasó».
—¿Planeaste algo más, Katsuki? —Su madre cambia de tema bruscamente, sin apartar la mano de su marido del hombro—. Porque van a empezar una búsqueda. Estarán buscando a un ladrón. Y la organización de Overhaul, los Shie Hassaikai… No son cualquier cosa, Katsuki.
Eijiro Kirishima palidece al oír esos nombres.
—Lo tendré bajo control.
—¡Si lo encuentran estaremos todos condenados!
—¡No hables de él como si no estuviera aquí!
—¡Sólo quiero que pienses en lo que implica proteger a alguien, niño estúpido!
—¡Lo pensé!
Deku carraspea bastante fuerte como para recordarles que pronto estarán dando alaridos y conviene que los vecinos no escuchen aquella plática. Katsuki gruñe, pero baja la voz.
—Puede quedarse en el taller unos días —dice—. En el cuarto que usa Deku. Mientras se calma la búsqueda. Luego veremos.
Mitsuki asiente. Masaru también parece conforme.
—Veré si puedo… —Mitsuki suspira y parece cansada de repente, mucho mayor de lo que realmente es—. No sé quien siga y trabajando en la clandestinidad. Tu padre y yo teníamos algunos contactos. —Se masajea las sienes—. Lo dejamos de lado cuando naciste tú y luego… con tus manos… Era mejor pasar desapercibidos.
Katsuki se queda viéndola con una ceja alzada y el desconcierto pintado. Su madre nunca ha hablado de todo eso.
—Cuando Kirishima termine, llévalo al cuarto del taller —dice Mitsuki—. Hay mantas de más en el almacén, si necesitan. Mañana veremos a qué nos enfrentamos.
Desvía la mirada cuando nota que Eijiro Kirishima parece a punto de llorar cuando le da una cobija prácticamente nueva, que casi nadie ha usado. Le parece que el momento en la que el otro acerca la tela a su rostro y suspira dentro de ella es un momento mucho más íntimo. Lo mira moverse en la pequeña habitación que Inko Midoriya dispuso para que Deku no pasara noches y noches en el taller dormido sobre las sillas y se pregunta si todo lo que está haciendo va por buen curso. No sabe muy bien que está haciendo, irrumpiendo de aquella manera en la no-vida de Eijiro Kirishima. El cautiverio no merece ser calificado ni siquiera de supervivencia. Se sienta en la cama y sus manos tiemblan un poco. Respira hondo, intentando mantener la calma. Katsuki, para no invadir su espacio, se queda bajo el marco de la puerta. Usualmente le cuesta ser cuidadoso en su trato con los demás, pero algo en Kirishima lo impulsa a intentarlo.
—No es mucho… —Es cierto, el cuarto es una mierda. Las paredes están tapizadas de diagramas que Deku dibuja todo el tiempo; hay cosas por todas partes—. Pero…
—Está bien. —Kirishima lo interrumpe—. Está bien. Sólo estaba pensando que… —Se está mirando los pies y Katsuki alcanza a ver como parpadea furiosamente, manteniendo a las lágrimas a raya—. Tsuyu y… Koji y… Shoji y… los demás, ninguno tiene una cama esta noche.
—Sólo podías ser tú —dice Katsuki. Si está esperando que se disculpe por haberlo elegido a él, no lo hará. A veces el mundo obliga a tomar esa clase de decisiones—. Lo supe la primera vez que te vi, idiota.
—Los demás… También quiero salvarlos.
—Lo intentaremos. —Katsuki no quiere darle falsas esperanzas—. Si pudiéramos, si fuéramos los suficientes, hace tiempo que lo hubiéramos dinamitado todo. —Da un paso dentro de la habitación—. Pero quizá no quieras oír hablar de eso. Duerme.
—¿Tú…?
—Haré guardia. Por si viene alguien. Deku también se va así que… —Se encoge de hombros—. Las sillas no están mal.
—Cabemos los dos en la cama —hace notar Kirishima.
—¿Qué parte de que haré guardia no escuchaste? Tengo que estar alerta.
—Pero cuando quieras dormir. Hay… Hay suficiente espacio —insiste. Está sentado al borde y sus manos se pasean por la colcha todavía, quizá sin creer que esté sobre ella—. No me importa compartir, de verdad. Además, todavía no sé tu nombre.
«Idiota», se dice Katsuki a sí mismo. Ni siquiera se lo dijo.
—Katsuki Bakugo —dice.
—No me importa compartir, Bakugo —le recuerda Kirishima—. Las noches en las jaulas son largas… Sobre todo en los trayectos. En los trenes. Es muy… solitario. Casi no puedes hablar con nadie. Es… —Esa frase ya no la termina. Sus manos aprietan la cobija que tiene en las manos con desesperación y Katsuki, desde debajo del marco de la puerta, puede ver las lágrimas caer—. Es… —intenta seguir hablando, a pesar de todo, con terquedad—. Lo siento… Debes pensar que… soy… débil o patético si… después… de… —Las palabras le salen a borbotones, ni siquiera termina la idea.
—No —dice Katsuki.
—¿… qué?
—No pienso que seas débil ni patético —y casi escupe esas palabras—; pienso que no cualquier persona puede sobrevivir a… a… eso. —No lo dice, pero ambos saben que se refiere al cautiverio—. Pienso que cualquiera que sobreviva es estúpidamente fuerte, Kirishima.
Los hipidos y los sollozos siguen, rompiendo el silencio de la noche. Katsuki se acerca hasta la cama y se sienta a su lado, sin saber muy bien qué hacer, más que ofrecerle un silencio pacífico sobre el cual llorar en paz. Le incomodan las lágrimas, sobre todo si son ajenas. Recuerda gritarle a Deku que sólo los débiles lloraban. Pero eso fue hace años, así que se obliga a permanecer allí al lado, porque sospecha que dejar solo a Kirishima en ese momento no es la decisión correcta.
—G-gracias.
Eijiro Kirishima
Le ponen el bozal porque ya mordió a cuatro o cinco encargados. No sabe dónde están sus madres o qué les hicieron. Sólo recuerda gritos.
También aprisionan sus manos en grilletes, para que no pueda liberarse, ni siquiera usando el poder que tiene, el de endurecer su piel.
Lo meten en una jaula no muy grande y lo montan en un tren.
A veces alguien lo golpea si intenta acercarse a los barrotes.
Con el tiempo, aprende a permanecer en la parte de atrás, suficientemente asustado del palo que se acerca, sin piedad.
[…]
Es un niño de su edad, cree. Se le queda viendo y él quiere sonreírle, pero tiene el estúpido bozal puesto.
—¡Ey, niño! ¡No te acerques, es peligroso!
Es rubio y tiene un cabello rubio muy claro, llamativo. Lleva un chaleco naranja y unos guantes que dejan libres sus dedos.
Eijiro no se mueve para acercarse. Lo golpearán.
[…]
Otro tren. Esta vez los meten en el equipaje. Hay más. Alguien llora por su madre. Eijiro intenta llorar, pero ya no le sale ninguna lágrima. Quizá se ha secado por completo y ya no hay mares ni océanos dentro de él. Se mantiene callado. Eso es bueno. Evita el dolor.
[…]
Está bajo una luz muy brillante.
Hay gente que grita. Alguien con un micrófono. Es como si estuvieran en un espectáculo, pero él no puede ver nada porque las luces lo apuntan directamente.
—¡Cuatrocientos cincuenta mil a la una, cuatrocientos…!
—¡Quinientos mil yenes! —grita alguien.
—¡Quinientos mil yenes a la una…! —Una pausa. Eijiro parpadea, intentando distinguir lo que ocurre alrededor—. ¡Quinientos mil yenes a las dos…! ¡Vamos, anímense…! —Otra pequeña pausa. Eijiro sigue sin distinguir nada—. ¡Quinientos mil yenes a las tres…! ¡Vendido!
[…]
Otro tren.
Un hombre que le cambia los grilletes y lo amenaza.
—Te mataré si me muerdes.
Apuntan una pistola a su cien. Eijiro se traga hasta las lágrimas y sólo piensa que no quiere morir.
[…]
—Overhaul, señor, estos son los nuevos.
Un hombre que se cubre la cara se pasea entre las jaulas. Eijiro no lo alcanza a ver realmente. Está muy ocupado intentando no llamar la atención.
El hombre se acuclilla junto a una de las jaulas.
—Quiero este para mi colección personal —dice su voz. Se incorpora nuevo—. Examina a los demás y ponlos en la exhibición.
[…]
Una mesa de metal. Todavía tiene el bozal puesto. Sólo se lo quitan para dejarlo comer y a veces va el hombre que le pone la pistola en la sien cada vez para asegurarle que habla en serio.
Un hombre con una bata mugrienta y un montón de aparatos lo revisa.
Anota cosas en su cuaderno.
Al final, sólo vuelve a la jaula.
[…]
—Pst. Pst.
Hablan en murmullos cuando no hay guardias cerca. Se intercambian nombres de jaula a jaula, historias.
La de al lado de él se llama Tsuyu Asui. Su familia vivía en los subterráneos.
Al lado de ella está Koji. Llora todo el tiempo y no habla.
—Eijiro.
Apenas oye su nombre últimamente. Siempre lo hace llorar pensando en su mamá.
[…]
No le cuesta trabajo descubrir a qué se refieren con exhibiciones. La gente paga por verlos, se pasea entre ellos, los señala. Los obligan a usar sus poderes, a demostrarlos. Eijiro endurece su piel cada que un encargado se acerca, palo en mano, listo para golpear.
—¡Mira, mamá, hay una chica rana! ¡Mamá, mamá! ¿Te gusta la chica rana?
Eijiro intenta ignorarlos. Todo el tiempo. Casi todos los días son iguales. Si no están en una exhibición, están en el tren. Los días se acumulan. Con el tiempo, pierde la cuenta.
[…]
—Ey, Tsuyu.
Vigila que no haya guardias, que nadie los vea. Se estira tanto como puede hasta acercarse por completo a los barrotes que colindan con el lugar Tsuyu. «El lugar». Eufemismo para no llamarlos jaulas.
—Aún tengo comida —murmura.
—Eiji, no.
Se estira, de todos modos, intentando alcanzársela.
No lo logra. Algo lo golpea, recordándole que está prohibido sacar las manos de las jaulas.
[…]
Se pierde un par de días de exhibición. Overhaul —no sabe su verdadero nombre, sólo sabe que es el dueño— es tenaz, cruel. Se asegura de que recuerde que si lo vuelve a descubrir intentando ayudar a otro, estará muerto.
Cada que su espalda se endurece, aunque sea sin querer, añade la cuenta en cinco.
Siempre se detiene antes de que Eijiro desfallezca del dolor. Le recuerda que no lo matará ni le hará daño permanente. Lo deja descansar.
Es cruel.
Eijiro aprieta los dientes detrás del bozal e intenta recordar la voz de su mamá o de su madre, sólo para descubrir que ya las ha olvidado.
[…]
Está callado cuando vuelve a la exhibición.
Nadie pregunta. Nadie quiere saber qué es lo que ocurre. Tsuyu sólo le ofrece una sonrisa débil una noche y se echa a llorar.
[…]
Tic tac. Tic tac. Todos los días se parecen. La exhibición o el tren.
«¡Vengan todos a ver el circo de Overhaul! ¡Tenemos un hombre de piedra, una mujer rana, una…!»
[…]
Y entonces allí está de nuevo. Al principio Eijiro no está seguro de que sea el mismo cabello rubio claro o los mismos ojos rojos de aquella vez, pero se acerca tal y como lo hizo el niño que recuerda.
—¡Cuidado! —se oye una voz—. Puede convertirse en piedra. Te herirá si te acercas demasiado.
Casi tiene sus manos sobre los barrotes. Hay algo curioso en su mirada. Diferente. Más duro.
—Eres tú…
Eijiro alza la cabeza. ¿También lo reconoce?
—¡No puede acercarse demasiado!
—¿Quién eres? —pregunta.
Es la primera pregunta que alguien que no está enjaulado le ha hecho en años. Eijiro intenta acordarse de cómo llorar.
—Kirishima —murmura, detrás del bozal.
Al final, se lo llevan. Un encargado lo jala, diciendo que es peligroso. Algo se estruja dentro de Eijiro.
Ahora
Oye el despertar perfectamente. La primera noche no lo dejó sólo porque debía hacer guardia, pero pronto descubrió que dormir en el taller sería más fácil.
Oye el grito, la pesadilla.
Se acerca hasta el cuarto del taller, cauto, con cuidado. No quiere asustar a Kirishima, haciéndolo pensar que todavía está dentro de alguna pesadilla de la que no puede librarse. Abre la puerta y se acerca hasta la cama. Kirishima apenas comprende que ya está despierto.
—No es nada —dice Katsuki.
Son malas palabras de consuelo. No ayudan demasiado, en realidad, pero son algo. Nunca sabe qué decir o cómo consolar a alguien. El estúpido de Deku es mucho mejor para eso, pero tienen que turnarse las noches, las guardias. Fingen que trabajan en algún proyecto que los hace pasar muchas horas en el taller, porque la vigilancia de Musutafu es fuerte. Hay carteles con el rostro de Kirishima por toda la ciudad, con un número de registro, como si fuera tan solo la propiedad de alguien más en lugar de una persona que sueña, ríe, sueña, tiene un corazón que late.
—Lo siento —responde Kirishima.
Katsuki se sienta al borde de la cama, sin decir nada, esperando a que la respiración del otro se calme. Para entonces ya está habituado a que lo molesten los ruidos fuertes, las sirenas, el ruido excesivo, no saber quién se acerca. En parte es responsable de todo aquello. En parte se alegra: las cosas a las que le tiene miedo Kirishima no están allí para hacerle daño.
¿Es un progreso?
Pasan un momento en silencio, hasta que ya nada turba el ambiente. Después, Katsuki fuerza a salir las palabras que siguen.
—¿Quieres hablar de ello?
—No… No sé —responde Kirishima—. Estaba pensando en los demás —admite—. Todavía no entiendo por qué yo…
Katsuki se encoge de hombros. Suerte, fijación, qué importa, fue él.
—Y luego pensé que quizá me volverían a atrapar y… —Su voz se hace más chillona en un momento. Katsuki piensa que debería abrazarlo, pero no sabe cómo hacerlo. No sabe si debería invadir o no su espacio—. Kai Chisaki es cruel.
—¿Kai…?
—Overhaul. Al menos de los Shie Hassaikai —aclara Kirishima—. Es cruel. Él se llama así mismo justo. No castiga a nadie que no merezca ser castigado… —Aquellas parecen palabras aprendidas; Katsuki aprieta los puños, sólo de pensar en las jaulas—. Pero…
—No tienes que contarme, si no quieres. —Pausa. Sus palabras pesan—. No tengo que saber si no quieres que sepa.
—Lo hizo una vez. El látigo duele, Katsuki, nada nunca ha dolido más que…
«Quiero que sepas».
Silencio.
¿Qué se dice después de esa admisión?
—Y pienso todo el tiempo cuál será el número que elegirá cuando me atrape…
—No va a atraparte. —Katsuki es brusco e interrumpe, pero no quiere entretener aquel hilo de pensamiento de Kirishima—. No tiene caso pensar en eso porque no…
—¿Cincuenta? ¿Cien? Quizá no se detenga hasta dejarme en carne viva y…
—¡No va a atraparte!
Kirishima da un respingo ante aquella brusquedad, ante el odio que destila la voz de Katsuki. Se aleja un poco, con cautela, quizá temiendo una agresividad más física. Katsuki maldice para sí.
—Me encargaré que no vuelva a atraparte nunca. Sólo…, carajo, chingada madre…, no… No pienses en que va a atraparte. No seas tan débil como para… —No, eso es un error; no cree que sea débil—. Carajo. Sólo no pienses en que va a atraparte.
Kirishima asiente, no parece muy convencido. Katsuki sólo habla, evitando que vuelvan a caer en un silencio que los vuelva a arrojar al remolino de los malos pensamientos. Lo que hace no es más que poner un parche en el problema.
—Podemos cambiar tu aspecto, si quieres —dice, de repente, teniendo una idea—. No radicalmente, sólo, algo que no haga que sea tan obvio que…
El otro parece pensarlo, considerarlo. Y luego, lentamente, empieza a hablar.
—Siempre quise tener mi cabello rojo —murmura Kirishima—. Siempre pensé… Me gusta el rojo —admite, finalmente—; creo que es mi color favorito.
Katsuki respira hondo al notar que han salido del círculo vicioso del fatalismo.
—El mío también. —Hay una pausa—. Conseguiré un tinte.
Es menos para ocultarlo —todavía tiene la cicatriz en el ojo, que es llamativa si uno se fija; además de los dientes puntiagudos, que no podrán ocultar ni con un milagro— y más para hacerlo feliz. Katsuki nunca ha tenido el impulso de hacer feliz a otra persona, así que va a tientas. Consigue que Ochako Uraraka —la inseparable amiga de Deku— le explique cómo usar decolorante sin dañar demasiado el cabello de nadie. Tiene la ventaja de que no le pregunte para qué quiere saber —a él, con el cabello rubio tan claro— y sólo le diga, entornando los ojos «no te metas en problemas».
Después sienta a Kirishima en una de las esquinas del taller, frente a un diminuto espejo, y se pone manos a la obra. Es cuidadoso con el cabello negro e intenta mantener una conversación para que Kirishima no se encierre en sus ya habituales silencios. Mientras está distraído de su pasado sonríe abiertamente y puede platicar. El problema es cuando se entierra en él.
Katsuki se pregunta cuánto tiempo ha pasado sin tener una plática decente, sin pensar que toda su vida se revuelve en los barrotes de una jaula. Así, pues, lo mantiene entretenido haciendo un esfuerzo sobre humano.
Le deja el cabello amarillo claro primero y Kirishima se ríe de su aspecto, hasta que Bakugo empieza a poner el tinte rojo sobre los mechones. Tiene cuidado de hacerlo de manera uniforme para que no queden unas partes más oscuras que otras, sigue todas las instrucciones que le dio Uraraka al pie de la letra. Cuando termina de aplicarle todo, Kirishima sonríe, aun sin poder ver el resultado final. El cabello sobre su cabeza todavía no parece el rojo brillante que quiere y está tan sólo embadurnado de tinte, pero es un cambio.
Tienen que esperar cuarenta y cinco minutos y no hay demasiado qué hacer.
Kirishima se acerca a Deku.
—¿Qué haces? —pregunta, sentándose a su lado.
Katsuki, haciendo una mueca, va detrás de él.
—Estoy reparando esta lámpara. —Deku le enseña el aparato—. No es tan difícil. La necesito para ver debajo del motor de una de las aeronaves que quieren que reparemos. No es una nave grande, como los zeppelines que…
—Deku, enfócate —le recuerda Katsuki.
—¡Cierto! —Carraspea—. En fin, es sólo una lámpara. No es difícil arreglarlas.
—Me gustaría saber cómo… —Kirishima extiende la mano, acercándola hasta la lámpara descompuesta—. Hace luz —murmura—. Me gustaría saber cómo repararla.
—¡Tengo manuales! —Izuku parece feliz de ser de ayuda—. Manuales sencillos, son muy simples de seguir… —Se pone en pie, dejando a Kirishima con la boca abierta, parece que quiere decir algo, pero la vitalidad y el entusiasmo de Izuku no se lo permiten—. Mira… —Saca un par de manuales cortos de una de las viejas estanterías del taller. Están llenos de mugre porque ellos apenas si los consultan, pero fueron los que usaron para aprender sobre cables, circuitos, conexiones y todo lo necesario para entender la maquinaria de los trenes y de las naves aéreas, las lámparas, los grandes globos—. Puedes usarlos para distraerte.
Al volver hasta la mesa se los extiende a Kirishima. Izuku sonríe, seguro de sí mismo y Kirishima intenta corresponder el gesto cuando extiende la mano y toma los dos pequeños libritos.
Katsuki no se da cuenta de lo que ocurre hasta que Kirishima los tiene entre sus manos y entorna los ojos, confundido, viendo los símbolos. Deku vuelve a estar demasiado abstraído en la lámpara que está reparando como para darse cuenta, pero Katsuki lo nota.
—¿Sabes leer? —pregunta. Se siente como un idiota por no haberlo considerado antes, por no haber hecho que Deku lo considerara. En los días que Kirishima lleva ahí no ha hecho nada por acercarse a los libros, ni a los carteles, ni a nada.
Kirishima se turba inmediatamente.
—¡Sí! —dice demasiado rápido y demasiado avergonzado—. Digo…
Katsuki entorna los ojos.
—No entiendes los símbolos.
Deku nota su error en ese momento.
—¡Oh, lo siento, lo siento, Kirishima! —dice—. No se me ocurrió que…
Kirishima aprieta los ojos. Parece estarse concentrando por no llorar. Katsuki sólo puede llamarse idiota a sí mismo, por haber permitido aquello. Idiota, idiota, estúpido, pendejo.
—Lo siento —repite Deku, completamente rojo.
—No, no importa. —Kirishima sacude la cabeza—. Nadie nunca había creído que… puedo… hacer algo. Usualmente sólo era… —Hipa, ya en medio de sus lágrimas. Mantiene los ojos cerrados y aprieta los libros entre sus manos, como si quisiera protegerlos—. Una posesión inútil que… Sólo era… No era nadie… Nadie, nadie…
Katsuki bufa, decidido a cortar aquel remolino de tristeza. No sabe si es lo correcto o si debería sentarse al lado de Kirishima y esperar a qué pase. Sólo entiende que se siente responsable del torrente de lágrimas y que le incomoda y que quiere detenerlo y volver a ver los ojos grandes y abiertos de Kirishima.
Egoísta, quizá.
Pero no sabe tampoco qué hacer.
—Puedo enseñarte —dice, interrumpiendo todo.
Funciona, Kirishima abre los ojos y su respiración se normaliza poco después.
—¿Bakugo?
—Si quieres entender los símbolos —le dice—. Puedo enseñarte.
Kirishima vuelve la vista a los dos libros y asiente, dudoso. Todavía se nota el mapa de las lágrimas en sus mejillas y Katsuki tiene el impulso de acercarse y borrarlo. No lo hace, sin embargo. Le da a Eijiro su espacio.
—Gracias —agrega Kirishima.
—No es nada.
Deku también parece aliviado. Vuelve a la lampara y Katsuki lo mira seguir avergonzado. No vuelve a hablar en un rato, sin saber qué decir. Kirishima voltea a verlo con cautela varias veces, pero tampoco dice nada. Katsuki decide que lo mejor es dejarlo todo por la paz, de momento. Dejan pasar los minutos, uno a uno, hasta que es hora de lavarse el cabello.
Eijiro detesta el chorro de agua sobre él, especialmente si está fría. No se lo advierte.
Katsuki le enseña la regadera, porque hasta entonces sólo había pedido palanganas con agua. Ve su reticencia al acercarse y, creyendo que no sabe muy bien cómo hacerla funcionar —quizá es muy nueva y Katsuki n tiene idea de hace cuánto tiempo no ve una—, señala cada llave y la dice cuál es la fría y cuál la caliente.
—Voy a ir por una toalla, pero puedes usarla. También, ehm… corre la cortina. Entraré con los ojos cerrados de todos modos, si hace falta.
No lo ve asentir, sólo deja prendida el agua, cayendo en el piso.
Por alguna razón Katsuki se convence de que todo estará bien y va a buscar una toalla que no esté atascada de la mugre que él e Izuku dejan por todos lados. Son quienes más tiempo pasan en el taller. Encuentra una y la lleva.
Entonces se da cuenta de que algo no está bien. Kirishima sigue mirando el chorro.
—¿Todo… bien?
No sabe ni por qué pregunta. No está bien.
—Había en… en la exhibición… tenían… —Kirishima parece ausente y sólo mira al agua caer, sin mirarlo a él. El chorro chocando con el suelo, el ruido del agua al estrellarse en el piso—. Había una… Usaban una manguera, a presión… contra las jaulas… Siempre estaba fría —dice, aún ausente—. Decían que era la forma más rápida para… No éramos humanos, después de todo, decía, no importaba si nos… lavaban como a bestias y…
Katsuki tira la toalla al suelo, sin pensarlo mucho y corta la distancia hasta la regadera. Cierra el agua.
—No tienes que usarla —le dice.
Supone que eventualmente tendrá que hacerlo, pero en ese momento lo más simple es tan solo cerrar el agua.
—Voy… voy por… una silla —dice y vuelve a salir.
Intenta volver mucho más rápido que la ves anterior y en vez de una silla sólo consigue un banco. Deku lo mira con la ceja alzada, cuestionando lo que hace, pero Katsuki lo ignora. Cuando vuelve con Kirishima, pone el banco frente al lavabo.
—Siéntate allí —dice—, de espaldas a… —Pero Kirishima entiende a qué se refiere antes de que termine de decirlo—. Yo lavaré tu cabello —sigue—. Siempre hay agua caliente aquí y el chorro no es… No lo sentirás —asegura—. Puedes decirme si algo te incomoda o…
Kirishima asiente. Parpadea muy rápido u muy fuerte, como si estuviera a punto de echarse a llorar de nuevo.
—Gracias —dice.
A Katsuki le parece ver lágrimas acumularse en los ojos de Kirishima, pero no dice nada. No puede pretender que entiende qué se siente un chorro de agua fría a presión —tan sólo lo suficientemente débil para no matarlos ni lastimarlos— y ese pensamiento. «Como bestias».
Carajo. Hay varias personas a las que Katsuki quiere explotarles la cabeza en ese momento, pero en lugar de eso se concentra en tener cuidado con el cabello de Kirishima e ir lavándolo, poco a poco; se obliga a esa gentileza, porque sabe que no puede dinamitar el circo de Overhaul sin antes haber rescatado a toda esa gente que mantiene en jaulas.
Las bestias caminan libres, en realidad.
Mientras los días siguen pasando y Katsuki se sienta un par de horas al día para enseñarle a Kirishima a leer —empiezan sencillo, con los silabarios y cuentos para niños que Katsuki consigue tras pedírselos a su madre y a Inko Midoriya—, entiende que Kirishima es sólo alguien cómo él. A veces se despierta llorando; a veces necesita prender todas las luces en la noche para asegurarse de que no está de vuelta en el circo, en la exhibición; a veces llora sin previo aviso. Pero es sólo alguien como él. Katsuki es delicado y cuidadoso, intenta ponerle atención como nunca antes le ha puesto atención a nadie más.
Pone atención a lo que se dice en las calles. El circo de Overhaul sigue estacionado en Musutafu, lo cual es bueno. Oye que planean estar allí toda la temporada, pero hay rumores que sugieren que no se irán hasta encontrar «el material robado». Material, extraña palaba para referirse a una persona. Katsuki lo duda, sinceramente. Si no los ven como humanos, duda que les importen demasiado.
—¡Kacchan, necesito que veas esto!
—Carajo, Deku, no puedes despertarme cuando estoy tomando una…
—Es importante. —Deku parece realmente solemne, parado frente a él—. Muy importante. Importante nivel…
—Sí, sí, ya te oí. Deja de dar vueltas, chingada madre.
Se pone en pie y lo sigue hasta la parte trasera del taller. Lo que hay allí no lo sorprende en lo absoluto. Es tan sólo el motor para una aeronave pequeña. Los mercaderes, mercenarios y en general todos los voladores suelen llevarlos todo el tiempo a que los reparen. Alza una ceja, esperando una explicación.
—Lo compré destartalado. No costó demasiado —explica Deku.
—Bien, es tuyo. ¿Y?
No tiene donde ponerlo.
—Oh, creo que es más fácil si lo vez.
Deku conecta cosas, mueve cables. El motor empieza a funcionar. Y entonces Katsuki entiende por qué eso es maravilloso para Deku.
—No hace ruido.
—¡Exacto! ¡Es indetectable, Kacchan! ¡Sobre todo por la noche, si no prendes las luces! ¡¿Entiendes lo que significa?!
—No tenemos donde ponerlo —espeta Katsuki—, así que no veo por qué…
—Uraraka, sus padres trabajan en el puerto aéreo —se apresura a decir Deku—; dice que puede conseguirnos una. Prestada. Por supuesto. —Carraspea—. No es muy legal, pero le insinúe que queríamos… ehm… hacer…
—Infiltrarnos en el circo de Overhaul —adivina Katsuki.
Deku asiente.
—Oh. Bien. Bien.
Es demasiado pronto. Hacerlo causará todo clase de problemas. Pero tampoco pueden retrasarlo mucho más. Katsuki está seguro de que el circo se marchará en cuanto termine la temporada. Y realmente quiere volarle la cara a quien hizo sufrir tanto a Kirishima. Liberar a los demás. Hacerle honor a su palabra, cuando lo rescató.
—Tuve que trabajar demasiado —dice Deku—. Estaba planeando algo así desde antes, claro, pero lo de Kirishima… Es ahora o nunca, Kacchan. Pero necesitamos un plan, saber cómo funciona todo por dentro. —Traga saliva—. Esto no es como cuando fuiste por Eijiro, Kacchan, eso es en serio. Y será mucho más peligroso, porque estarán, alerta claro… —Habla sin control, sólo escupe una palabra tras otra—. Así que quizá es bueno que tengamos a Eijiro, que sepamos…
—Será el infierno para él —dice Katsuki.
—Lo necesitamos.
Por la mirada apenada de Deku, comprende que no tienen otra opción.
No sabe por qué prende todas las lámparas intentando alejar la oscuridad de manera obsesiva. Quizá con toda la iluminación Eijiro no recree sus peores pesadillas, quizá.
—¡Bakugo! ¡Casi me aprendí el hiragana! —Parece demasiado contento. Katsuki se siente incluso un poco culpable, porque va a destrozarle su buen humor en dos segundos—. Hice todas las planas. No había mucho que hacer así que…
Katsuki carraspea.
—¿Podemos hablar?
—Creí que era hora de que me enseñaras al menos un kanji, vamos… Mira. Escribí mi nombre. En Hiragana. Varias veces. —Le enseña una hoja—. Aunque pensé que realmente no sabré si los kanjis que… Era demasiado joven entonces, ¿sabes? Y mis madres me escondieron desde que… desde que… No hubo tiempo de ir a la escuela y no recuerdo…
—Ey, Kirishima. Es por algo importante. Quiero hablar —insiste Katsuki. Se siente mal de no hacerle demasiado caso, pero aquello suena como una madriguera profunda que no tienen tiempo de recorrer en ese momento—. Deku por fin tiene una idea para…, bueno, lo entenderás, pero… necesitamos… —Gruñe, frustrado, incapaz de ordenar sus ideas—. Queremos asaltar el circo. Liberar al resto. Y la exhibición no es muy difícil, recuerdo más o menos…, pero necesitamos saber si… Si hay más y… dónde… Si sabes. Lo que sea que sepas.
Eijiro suspira. Se queda viendo el papel que segundos antes le había estado enseñando a Katsuki. «Eijiro Kirishima», «Eijiro Kirishima», «Eijiro Kirishima». No quiere analizar eso demasiado, pero la plana entera parece también un intento desesperado de mostrar que existe, un testimonio de supervivencia. «Eijiro Kirishima». «Eijiro Kirishima». ¿Todos recordarán sus nombres? ¿Cuántos no los olvidarán bajo el crujir de un látigo? ¿Cuántos serán demasiado jóvenes si quiera para recordar que tuvieron uno?
—Puedo contarte —ofrece Kirishima—. No sé todo. Pero recuerdo… Overhaul tiene a la exhibición principal. Y luego tiene a las «joyas». —Dibuja unas comillas en el aire—. Pedazos importantes. Monta algunos espectáculos con… ellos… y… —Kirishima respira hondo. Las palabras pesan—. Tiene una colección personal. Tengo sólo una idea aproximada de dónde, porque sólo deja entrar allí a quienes pagan verdaderas fortunas.
Katsuki asiente.
—Bien. Necesito más detalles, pero… bien.
—Puedo dibujar un mapa de lo que recuerdo. Contarte lo que recuerdo.
«Con calma», piensa Katsuki.
Mina Ashido
Nadie nunca ha visto a los miembros de la colección personal de Overhaul. A veces, cuando llegan las nuevas jaulas, Overhaul se parecía entre ellos. «Kai Chisaku, señor…». Así es como se dirigen a él los sirvientes que van detrás de él.
A veces se acuclilla ante alguien.
«Quiero este».
Se cuentan todo tipo de historias terribles. Dicen que nunca han visto el sol. Dicen que los hace olvidar que fueron humanos. Al menos a ellos nadie les presta demasiada atención. No son lo suficientemente valiosos.
—¿Kiri? —La voz de Tsuyu lo distrae.
Alza la mirada. No le contesta. No es necesario.
—Llegaron nuevos.
Lleva el suficiente tiempo allí como para saber lo que eso significa.
[…]
¿Tiene trece años? ¿Catorce? Se lo llevaron antes de los diez. Los huesos duelen mientras uno crece. Eso decía su madre. Sólo por eso sabe que está creciendo.
(Y por la necesidad de moverse todo el tiempo, de intentar caminar en el limitado espacio de la jaula).
(Al menos eso entretiene a los espectadores y a veces, sólo a veces, le dan más comida).
Los montan a todos en el tren. Jaulas nuevas también.
Una exclamación horrorizada hace que Eijiro voltee en busca de la dueña de la voz.
—¡¿Eiji?!
La ve. Piel rosa, los cuernos. Lleva un collar pesado de metal en el cuello que la mantiene al fondo de la jaula y unos grilletes que impiden que mueva las manos, atadas a su espalda.
«No tú…», piensa.
No hay nadie cerca, así que puede acercarse hasta los bordes y sacar sus manos. Al menos ya no encierran sus manos en metal, porque saben que ya no escapará.
Saca sus manos e intenta alcanzar su mejilla, pero está muy lejos.
—Mina…
[…]
Crecieron juntos. Los padres adoptivos de Mina estaban igualmente asustados que sus madres.
Recuerda intentar jugar en silencio.
—Creí que estabas muerto, Eiji… —murmura ella.
«Ojalá nunca hubieras sabido que seguía vivo».
Al menos eso significaría que no la habían atrapado.
[…]
No los mueven mucho cuando llegan a destino. Mina todavía está cerca y él se mantiene con la mano extendida, intentando tocarla. Vuelve a meter las manos a la jaula cuando escuchan pasos.
Overhaul se pasea entre todos.
Se acuclilla a un lado de Mina.
—¿Y esta?
—Suelta ácido, señor, Overhaul…
—¿Ácido?
—Por eso los grilletes que tiene, no puede usar el poder… —Overhaul asiente—. Se ve bien. Podría ser parte del espectáculo. Llévate.
«¡Mina!»
Estira la mano un poco, intentando alcanzarla cuando se la llevan. Un palo lo golpea.
—¡Manos adentro, bestias inútiles!
«Adentro, adentro». Siempre dentro de su lugar, por no decir jaula. No puede hacer nada por Mina.
[…]
Los espectáculos son siempre cada cuatro puestas de sol, los días de descanso de la gente. Eijiro se entera dónde ponen a esa parte de la «colección» de Overhaul de casualidad, cuando ve como llevan a Mina.
Tiene cicatrices brillantes en la piel, pero su piel rosa sigue viéndose muy bonita. Le queda claro que se ha resistido.
Amordazada, amarrada. Tsuyu habló con Koji, que estuvo cerca de la exhibición y dice que la meten en una jaula grande y la acosan con largos palos electrificados hasta hacerla bailar. Sólo entonces le quitan las cadenas. La gente le aplaude. La vitorea. Le gritan «hermosa».
Él ve como se la llevan y arma el mapa en su cabeza.
Tsuyu le ofrece una mano y el aferra sus dedos. Es la única forma de contacto cálido y consolador que tiene. La única. Pero desea un abrazo más que nada.
Ahora
Kirishima mezcla pedazos de historia mientras dibuja un mapa. No sabe mucho, pero Katsuki calcula que podría servir.
Intenta no mostrarse completamente horrorizado de lo que está oyendo, mantener la calma. Qué mundo horrible. La mayoría de la gente lo ve normal tan sólo porque otros se ven diferentes y tienen poderes que no entienden. «Poderes de bestias», dice Kirishima. Una vez lo escuchó. Y Katsuki realmente tiene ganas de dinamitar el mundo entero.
Cuando Kirishima termina, Katsuki traga saliva.
—Tengo que preguntar algo.
—¿Eh?
—Tengo que saber —dice Katsuki; su voz es profunda como un gruñido—; aunque probablemente no cambie nada o quizá sólo lo haga peor; lo siento. Pero necesito…
—¿Qué es?
—Lo siento, pero… ¿Alguna vez los vendieron por… noches o…? —Está seguro de que Kirishima entiende a lo que se refiere—. Lo siento, pero necesito… Sé que hay gente que tiene esos deseos —se aferra al eufemismo aunque sea horrible— y…
La idea de dominar a alguien inferior contra su voluntad. Se venden revistas de esos al fondo de los puestos de periódicos. No es correcto como tal, pero nadie lo ve mal, porque sólo ven a los que tienen poderes o apariencias diferentes como meras bestias inferiores.
Kirishima abre mucho los ojos al comprender lo que está sugiriendo Katsuki. Sacude la cabeza de manera vehemente.
—Nunca. Ni siquiera. Nunca. Dicen que ni siquiera la colección personal de Overhaul. Él encontraba eso asqueroso —dice Eijiro—. Tocarnos incluso. Respirar nuestro aire. No éramos… —Se detiene y aprieta los dientes—. Pero tocarnos… Nunca. Nunca hizo eso. No sé otros lugares.
«Hay lugares que lo hacen, para quien pague el dinero suficiente», piensa Katsuki, pero no ve el motivo para decirlo.
—Bien. —Respira hondo.
¿Se puede sentir alivio porque el horror sea menos del esperado? ¿Qué clase de alivio es ese? Se siente falso, engañoso; se siente incómodo, un alivio que no debería existir.
—Había rumores, sin embargo —dice Kirishima—. Rentaba a su colección personal para pelea. Era gente… Dicen que era gente con singularidades impresionantes. Muchachos, sobre todo, porque decían… Había rumores que nadie sobrevivía ahí mucho tiempo y…
—Ya. —Katsuki lo corta deseoso de acabar con el tema. Sobre todo cuando nota que Kirishima está llorando y él, como siempre, no sabe exactamente cómo lidiar con eso.
—Eran rumores, pero…
—Ya —repite—. Lo siento. No tuve por qué haber preguntado, sólo… Ni siquiera cambiaba nada, hubiera pasado lo que hubiera pasado. Sólo… Odio… Odio a la gente de los circos, Kirishima. Odio incluso a los que van y aplauden y no son capaces de ver a un ser humano en las jaulas. Es… asqueroso. Los odio, cabrones, hijos de su chingada madre… —Aprieta los puños, dándose cuenta de que va a perder los estribos—. Lo siento por hacerte revivir todo.
Las disculpas nunca han sido sencillas para Katsuki, pero con Kirishima al menos no le duelen en el estómago. El chico las merece.
Lo mira, por supuesto que está llorando, aunque no haga ruido. (Se pregunta también si aprendió a no hacer ruido en las jaulas o simplemente entonces se le acabaron todas las lágrimas).
—¿Puedo abrazarte?
Kirishima asiente.
Katsuki lo rodea con sus brazos y se promete a sí mismo que nunca nada volverá a hacerle daño.
El mapa de Kirishima es malo, pero Deku no dice nada por educación. Quizá lo ve tan feliz de sentirse útil que hace lo que puede con lo que tiene. No pueden retrasar las cosas mucho tiempo más porque la temporada está a punto de acabar y no saben muy bien cómo van a lograr aquel asalto.
Deku recurrirá a Uraraka para pilotar la nave que usarán. Bakugo deja pasar el tiempo hasta que resuelve dirigirse hasta el puesto de los electricistas donde, cuando nadie se da cuenta, Denki Kaminari se mete los cables a la boca para darles corriente. Tienen más o menos la misma edad y Mitsuki los hizo amigos a la fuerza, porque los padres de Kaminari estaban asustados con un niño que, a los siete años, se freía el cerebro de manera constante. Solían pintar su rayo con un tinte rubio, tal como su cabello, pero Kaminari empezó a dejarlo visible al llegar a la adolescencia; aquella rebeldía hacia que sus padres perdieran la respiración, pensando en lo que pasaría si alguien se llevaba a su hijo sospechando que podía tener algún poder. Sin embargo, Kaminari siempre respondía sin dudar que se pintaba aquel rayo a modo de hacerle publicidad al puesto de sus padres.
Aquellos que tenían poderes no acababan sólo en los circos. Eran sólo rumores, pero la gente hablaba y Mitsuki Bakugo estaba convencida de que el circo de la Comisión, aquel que pertenecía al gobierno, era sólo un frente para un montón de mierda entre la que se encontraban labores forzadas.
Tanto Denki Kaminari como Katsuki Bakugo eran perfectos para el perfil, si es que algo así existía.
Así pues, habían obligado a ser amigos y Katsuki había acabado arrastrando a otro inútil detrás de él.
(No que le molestara, pero no iba a admitirlo).
Se para en el mostrador y suena la campanilla. Denki aparece dando vueltas en una silla.
—Hola, idiota.
—Oh, por fin te dignas a aparecer —es lo único que recibe como respuesta—. Creí que te había tragado un zeppelin y por fin te habías largado de este mundo de mierda y…
Katsuki bufa.
—Estaba en medio de un asunto.
—Oh, ¿qué asunto? —Los ojos de Kaminari se iluminan.
—Un asunto —repite Katsuki—. Ven al taller a la hora de cerrar —le dice—. Lo que estamos haciendo será de tu interés.
—Oh, ¿de verdad?
—Ven, idiota.
—No puedes adelantarme nada.
—¡No si no quieres morir!
—¡Bakugo! ¡No sé si estás bromeando o no!
Katsuki se marcha sin mirar atrás. Sonríe. Si alguien desconocido pregunta, por supuesto que estaba bromeando. Nadie va a morir.
La verdad: si alguien descubre que ellos rescataron a Kirishima, los van a fusilar de manera ejemplar. La muerte está a dos pasos, no hay por qué no tentarla más.
—Carajo, esto es una mierda.
—Kacchan… —Deku sisea.
—No tenemos casi información y tenemos que conformarnos con…
—¡Kacchan!
Están sobre el mapa que Kirishima empezó, lleno de garabatos incomprensibles. Deku fue completando la información según le fue preguntando, dibujando los kanjis del nombre de cada área.
Entiende por qué Deku tiene ese tono cuando alza la vista y ve a Kirishima mirándolo, dolido.
Carajo.
—No me refería a… —Intentar arreglar las cosas no tiene mucho sentido, no al menos poner parches, pero igualmente lo intenta, porque acaba de llamar a las pesadillas que Kirishima convocó para hacerles ese mapa una «mierda»—. Espera… —le dice a Deku y sale detrás de Kirishima—. ¡Ey, lo siento! ¡No me refería a…!
—Ya sé que es una mierda, Bakugo —corta Kirishima, dándose la vuelta—, no soy tan delicado como para que… —Sus uñas aprietan sus antebrazos y sólo de ver el gesto Bakugo siente el dolor—. Pero es inevitable, ¿no? Sentirse inútil.
—No eres inútil, Kirishima.
—No puedo leer los manuales porque no entiendo los símbolos. Midoriya no puede enseñarme a reparar cosas pequeñas porque está muy ocupado con todos los planes. Apenas si puedo hacer un mapa deficiente. No entiendo cómo funciona prácticamente nada en el mundo. No puedo salir. No puedo cocinar, aunque fuera, para ayudarles. No puedo…
—¡Oh, carajo, para!
Katsuki no prevé que su grito sea tan definitivo, pero ve a Kirishima alzar las manos como si buscara protegerse de un golpe imaginario que nunca llega. Es sólo reflejo, pero igual duele.
—Argh, lo siento —dice, frustrado—. Pero para. Sólo para. Nadie te está pidiendo que seas útil. Sobreviviste al infierno, por supuesto que nadie esperaría que… Carajo, maldita sea… Sólo, nadie te está pidiendo que seas útil. —Suelta un suspiro cansado y frustrado que más bien suena como un gruñido—. Carajo. Puedo enseñarte a cocinar, si quieres o si esto te hará sentir mejor o… No, espera, ese no es el punto. Nadie te está pidiendo que…
—Lo entendí la primera vez, Bakugo.
—¡Pues díselo a tu cerebro, carajo!
Kirishima lo mira con incredulidad; una expresión que grita «¡¿y qué crees que he estado haciendo?!».
—De hecho, quería hablar con ustedes. Sé que convocaron gente y sé que harán pronto… Todo eso.
Bakugo asiente.
—No tendrás que contarle a nadie por lo que pasaste —asegura, sólo por si acaso.
—Quiero ir.
—¿Qué?
—Quiero ir. Puedo ir, sé que puedo… Mira. —Kirishima extiende su brazo y se lo enseña. Lo endurece—. A la gente le gustaba ver mis brazos como de piedra. O mis piernas He pasado años practicándolo y…
—Ya veremos.
Algo le dice a Bakugo que esa es una mala idea, pero necesitan todas las manos que puedan conseguir.
—De todos modos estarás en esa reunión que el inútil de Deku quiere hacer, para asegurarse de que todo el mundo está en la misma página —dice. Podrán discutirlo después, porque sus entrañas le dicen qué es mala idea. Pésima idea. La peor. Pero necesitan manos.
No es un sí, pero Kirishima sonríe.
Carajo, su sonrisa ilumina el mundo. Y en ese momento parece genuina.
—Puedes venir, si quieres —le dice—. Sólo estamos discutiendo estupideces de momento, pero si quieres…
Kirishima asiente.
—Prometo no decir que tu mapa es una mierda.
—Pero lo es.
—Bueno, sólo tú puedes decirlo —concede Katsuki.
Verlo sonreír le recuerda que es tan sólo alguien como Deku y como él, con la misma capacidad de sentir. No está roto para siempre. De hecho, Katsuki odia aquella analogía de «estar roto» en la que se habla de que para sanar hay que unir los pedazos poco a poco y reconocer las cicatrices. Quizá Eijiro Kirishima tenga cicatrices, pero no está hecho pedazos. Que esté ahí, frente a él, sonriendo, significa que nadie pudo romperlo nunca.
—Soy Eijiro Kirihima. —Extiende su mano para ofrecérsela a Kaminari y después a Ochako. Los dos se le quedan viendo con curiosidad, pero no dicen nada.
—No lo abrumen, idiotas —espeta Katsuki, al ver las miles de preguntas que tienen en los ojos. Como, por ejemplo, de dónde salió—. No está aquí sólo para responder a su morbo…
—No importa, Katsuki, de verdad —dice Eijiro—, si quieren saber…
Katsuki gruñe.
—Vamos a hacer planes, no a exponer tu historia al mundo —dice Kirishima. Es un impulso protector, lo sabe, pero no quiere exponer a Eijiro más de lo necesario y no es necesario que ninguno de los dos idiotas sepa nada concentro que no tenga que ver con el rescate y el mapa que dibujó Kirishima—. Izuku tiene varias ideas.
Uraraka asiente y Kaminari se mete las manos a los bolsillos del pantalón. Pasan un rato revisando opciones, pero nada parece convencerlos, hasta que, Uraraka, revisando el mapa completo y lo que saben.
—La entrada principal está demasiado expuesta —dice—, pero debería haber una trasera en una de estas áreas. —Señala un par de lugares en la hoja—. Kaminari, tú podrías investigar.
—¿Yo por qué? —se queja él.
—Todo el mundo sabe que Izuku está en contra de los circos, se vería sospechosos. Y no sabemos si reconocieron a Bakugo la última vez. Yo no iré porque tengo mucho trabajo y necesito dinero para poder tener la noche del asalto libre. Así que quedas tú.
Kaminari bufa, pero termina aceptando.
Siguen hablando un rato y Katsuki sólo nota el paso del tiempo porque Kirishima se retrae y da unos pasos hacia el fondo. Parece incómodo con tantas voces y tanta discusión del circo, pero no se marcha. Al ver sus ojos, Katsuki decide que sí, necesita un descanso, así que sólo le hace una seña a Deku de que se marchará un momento y se acerca hasta Kirishima.
—¿Quieres irte un momento?
Asiente. A Katsuki le parece aliviado.
Es muy noche, no hay prácticamente nadie por la ciudad.
—¿Quieres dormir? —pregunta Katsuki una vez que están en el pasillo.
—No tengo mucho sueño —dice Kirishima—. Es más… no sé, tengo ansias. —Agita las manos—. No sé cómo se supone que debería de sentirme, todo es demasiado.
Katsuki asiente. No entiende completamente lo que está pasando por su cabeza, pero comprende lo abrumado.
—Entonces vamos. Ven.
—¿A dónde?
—Ven… —Lo conduce hasta las escaleras del taller. Arriba hay un cuartito pequeño, una bodega llena de herramienta. El resto es la azotea únicamente donde a veces cuelgan ropa que lavan en el taller. Hay paneles solares, pero a esa hora no están funcionando.
Katsuki ve a Kirishima dudar ante la puerta.
—No sé si debería.
—Nadie nos verá —le aseguro—, pero no tienes que hacerlo.
Kirishima respira hondo. Lo hace dos veces. A Katsuki le parece que incluso cuenta los segundos cuando inhala y cuando exhala. Se obliga a tener paciencia, aunque le cuesta. Pero con Kirishima es más fácil.
Al final, le tiende una mano cuando parece más convencido.
—Vamos.
Y salen a la azotea. Katsuki suelta su mano en cuanto están en medio de ella.
Se alcanza a ver el cielo nocturno. El humo de las fábricas. No hay muchos globos ni zeppelines en el cielo —y los que sobrevuelan lo hacen demasiado lento o están en modo de descanso—, por lo que a esa hora pueden verse mucho mejor las estrellas que iluminan todo. Katsuki no dice nada, temiendo abrumar aun más a Kirishima. Lo ve alzar la vista y quedarse con los ojos pegados al firmamento. Traga saliva. ¿Qué verá en él?
Los segundos pasan. Tic, tac. Kirishima no despega sus ojos de las estrellas parece contarlas enteras. De repente se estremece.
—¿Estás bien?
—Extrañaba las estrellas —murmura Kirishima. Su voz sale estrangulada, como si estuviera intentando mantener la compostura—. A veces, cuando era niño, muy niño, mi má sacaba su telescopio y me sacaba a ver las estrellas; era de noche, nadie podía verme. Y mamá nos llevaba galletas y… —Es ahí cuando re rompe. Su voz se destroza en un sollozo que inunda la noche y que Kirishima intenta callar apoyando su boca contra su brazo.
Katsuki no sabe que decir, le da un momento, pero esa sensación de no querer verlo triste no se va
—¿Cómo eran las galletas? —pregunta, finalmente.
—De avena siempre —murmura Kirishima, tras respirar hondo—. Les ponía chispas de chocolate todas las veces. Tenía una bandeja pequeña donde las ponía.
—Suena rico —dice.
—Eran muy ricas. —Otro silencio, aunque más tranquilo—. Me pregunto qué fue de ellas, no recuerdo… Me da miedo saber. —Otro sollozo, pero más quedito, más controlado—. Sólo recuerdo que me arrebataron de las manos de mi má. Solía odiar mi poder entonces, ¿sabes? Tenía que ocultarlo y no era sólo eso… Mis dientes… —Los enseña, esbozando una sonrisa triste—. Ellos me delataron, no recuerdo.
—Podemos ir a buscarlas —ofrece Katsuki—. Después. Cuando las cosas se calmen.
Eijiro asiente. Sigue viendo las estrellas y deja que las lágrimas silenciosas caer por su rostro.
—No sé por qué yo, Katsuki —murmura—. Incluso si digo que tú me salvaste porque ese era mi destino… —Sacude la cabeza—. Tendría que admitir que terminé en una jaula —y esa palabra parece que duele al dejar su garganta y ser conjurada— también por su culpa. No puedo.
—Casualidad —dice Katsuki—. Puedes pensar que fue suerte, casualidad, lo que quieras.
Kirishima asiente.
—Gracias —dice—. Nunca acabaré de dártelas. Aunque este aquí y realmente no pueda salir, pero… es… diferente. Nunca podré pagarte lo que…
—No espero nada, Kirishima.
—De todos modos, nunca acabaré de…
Vuelve a llorar y Katsuki se queda apenas a dos pasos, incómodo, viéndolo. El consuelo nunca ha sido su territorio. Pero puede quedarse en silencio, acompañándolo.
—¿Bakugo?
Sólo alza la vista hacia Kirishima de nuevo. «Estoy escuchando».
—Creo que necesito un abrazo.
Extiende los brazos, invitándolo en su territorio. Katsuki traga saliva y se acerca. No tiene corazón para negarle un abrazo, cómo podría. Lo rodea con los brazos y resulta incómodo porque es obvio que nunca nadie lo ha enseñado a dar abrazos y que Kirishima lleva demasiado tiempo sin dar uno. Pero se las arreglan para que el gesto sea cálido y cercano.
—Gracias otra vez, Bakugo —dice Kirishima.
Katsuki sólo se separa un poco, sin dejar de rodearlo con los brazos.
—No tienes que seguir diciéndolo, idiota.
—Gracias.
Están demasiado cerca. Más de lo que Katsuki jamás consideraría aceptable. No se mueve, pero Kirishima sí: intenta besarlo, alcanzar sus labios. Katsuki se aparta de manera brusca y se arrepiente al ver el rostro confundido y dolido de Kirishima.
—No… No tienes por qué hacer eso —dice—, no para darme las gracias, ni…
Lo ve palidecer y teme haberlo malinterpretado. Pero Katsuki nunca ha besado a nadie y no entiende por qué Kirishima intentaría algo. Se le queda viendo y lo único que nota es la manera en que sus labios tiemblan, un poco en pánico.
—No era… No era por eso. —Sacude la cabeza. Parece asustado, aterrorizado—. No es… No es un intento de… No… Lo siento, lo siento, solo pensé que…
—Kirishima, respira.
Parece que va a ahogarse y Katsuki pone todo lo que está pensando en pausa para concentrarse en que Kirishima no entre en una espiral que después no sabrá parar. «Respira, respira, carajo», piensa.
Lo hace poco a poco, como antes, cuando estaba todavía en las escaleras, a pasos de la puerta. Inhala, exhala.
—A veces —dice, y habla sin mirar directamente a Katsuki—, la gente lo hacía cerca de mí. Se abrazaban porque eran parejas jóvenes que iban a ver el circo y hacían… eso. Mis madres también. Sólo me preguntaba si… —Se pone rojo—. Pensé que quizá contigo sería agradable. Mi madre decía que lo hacías con personas especiales a quienes querías y… Lo siento. No lo pensé.
Parece genuinamente avergonzado. Katsuki se siente como una mala persona, aunque no sabe por qué.
—Mi madre decía que tu primer beso… que nadie tenía derecho a arrebatártelo por la fuerza —dice—, pero que si dos personas, se querían o se apreciaban lo suficiente… —Sacude la cabeza—. Esto no tiene sentido, Kirishima. Carajo.
—Lo siento.
—No te disculpes, no aceptaré tus disculpas.
—Lo siento.
—¡No te disculpes! —espeta Katsuki y ve como Kirishima se protege con los brazos, como si se acercara un golpe. Los reflejos son automáticos: incluso activa su poder y desgarra las mangas de la camisa que lleva puesta—. Lo siento —dice Katsuki. Obliga a las palabras a salir, es lo mínimo. Se siente como una mierda—. Pero no te disculpes. ¿Quieres un primer beso, Kirishima? Puede ser sólo un beso, si quieres. O puede…, no sé. Significar lo que tú quieras. Estoy dispuesto a aceptar las consecuencias que quieras, Kirishima.
—Eijiro.
—¿Qué?
—Si me estás ofreciendo un primer beso, tendrás que decir Eijiro.
—Esto es estúpido —repone Katsuki.
—Eijiro.
—Entonces Katsuki —espeta, nada más por decir.
—Katsuki —repite Kirishima. No, Eijiro—. ¿Me estás ofreciendo un primer beso?
—Sí, no, quizá…, carajo. No sé cómo se supone qué… Nunca he dado uno, Eijiro, no sé por qué quieres uno. Sólo sé que quizá te haga sonreír y megustatusonrisa.
—¿Qué?
—Me gusta tu sonrisa, carajo —espeta Katsuki y es vagamente consciente de que se pone rojo—. Quizá es algo egoísta. Pero nunca he querido hacer sonreír a nadie más, así que si toma un beso…
—Está bien. —Eijiro vuelve a extender los brazos, para acogerlo en ellos, pidiéndole que se acerque—. ¿Cómo se supone que es la mecánica de un beso?
—Eijiro, carajo, no tengo ni idea.
Sus bocas colisionan —no hay otra manera de describirlo realmente— y al principio es raro e incómodo. Mojado, piensa Katsuki, cuando siente la saliva de Eijiro. Quizá inconveniente, cuando los dientes puntiagudos raspan sus labios. Pero también es acogedor, diferente, es cálido. Eijiro Kirishima intenta ser gentil y cuidadoso y Katsuki se fuerza a sí mismo a serlo.
Cuando se separan, efectivamente, está sonriendo. Katsuki se traga el gesto como la luna se hace con la luz del sol.
—Gracias, Katsuki.
La última noche de tranquilidad, antes del asalto que tienen planeado al circo de Overhaul, Katsuki es quien se queda en el taller para vigilar que nadie entre y que todo esté en orden. Está demasiado cansado. Lo último que ha pensado en los últimos días es que qué ocurrirá después de que liberen todo —si es que lo logran, pero Katsuki no se permite otra opción—. Izuku siempre quiso ser un héroe y salvar a todos. Katsuki simplemente soñó con dinamitar los circos y encontrar a Eijiro Kirishima.
Curiosa forma de cumplir sueños.
—¿Katsuki? —llama Eijiro desde el pequeño cuarto de servicio.
Es más su habitación en ese momento, ha intentado decorar con cosas que ha ido encontrando en el taller, pero sigue siendo un lugar deprimente para que alguien haga su vida. Estar encerrado allí porque lo atraparían de nuevo si se atreve a aventurarse por las calles de Musutafu es también un tipo de cautiverio.
—Ey, aquí estoy. —Katsuki abre la puerta—. Duerme.
—¿Tú descansarás?
—En el sofá que está allí afuera, en un rato. Cuando dejen de sonar las malditas sirenas de los zeppelines —responde él—. Y mañana por la tarde.
Eijiro aprieta los labios.
—¿Crees que quepamos en esta cama?
—¿Qué estás sugiriendo?
—Pensé que si tenía a alguien a mi lado podría dormir mejor. No dejo de pensar en… Ya sabes. —Kirishima se encoge de hombros—. ¿Por favor?
Katsuki nunca ha dormido con nadie más que no sea su madre cuando tenía unos tres o cuatro años. Incluso entonces, luchaba por tener una cama propia, un cuarto propio, un lugar que fuera suyo. Mitsuki sólo lo mantuvo a su lado hasta que pudo controlar su poder que hacía que le explotaran las manos y demostró poder encajar perfectamente bien entre la gente.
Suspira, considerando sus opciones.
—Hazte a un lado, Eijiro —dice.
No le hará mal, supone, mientras intenta acomodarse a un lado de Eijiro Kirishima, que le pasa un brazo por encima, abrazándolo y buscando soporte.
—Gracias, Katsuki.
—No hay de qué. Duerme, idiota. Mañana será un día muy largo.
Muy muy muy largo.
Katsuki no se pregunta lo que está sintiendo Eijiro en ese momento porque duda poder vivir con la respuesta. Kaminari los condujo hasta la entrada trasera del circo, por donde se movía todo el personal. Hizo allí una descarga sobre todo el sistema eléctrico para dejar el lugar en la oscuridad total y luego lesdio una lámpara de petróleto que Katsuki carga con cuidado. Kaminari, más adelante que ellos, se ilumina con un foco al que le enredó cables que luego se metió a la boca. Sólo el entiende las conexiones que hizo.
Allí no hay nada. Sólo pasillos hechos con paredes falsas y techo de plafones. Apenas si ocurren cosas, porque Kaminari va delante y se va encargando, uno a uno, de los guardias; no les da tiempo a que lo vean. Lanza la descarga que los deja noqueados y en el piso desde antes. No pueden permitirse que nadie dispare alarmas cuando todavía están tan lejos de la entrada principal.
Oyen un tumbido delate.
—Se deshizo de más —murmura Eijiro.
Katsuki asiente.
Kaminari los espera, de pie, unos metros adelante. Tiene tres cuerpos a su alrededor y está delante de una puerta.
—Creo que deberíamos revisar aquí —dice—. Tres guardias…
Katsuki asiente. Va delante, por si tiene que explotar algo. Pero sólo lo hace con la cerradura. Dentro no hay nada peligroso.
Sólo son jaulas. Unas cinco o seis. Jóvenes igual que ellos empiezan a despertarse con el ruido. La mayoría tienen vendas o están heridos. Katsuki alcanza a ver a uno con cabeza de párajo, pero Kaminari se fija en otro, el que está al centro.
Le da un codazo.
—Bakugo…
—¿Qué?
Kaminari señala al joven del centro. Tiene el cabello largo y le cubre una parte de la frente, en un flequillo desordenado, pero no hay duda que es de dos colores. Está en los huesos y tiene los brazos llenos de vendas, además de una cicatriz en el ojo derecho y un pedazo de piel medio congelada en el cuello. Katsuki conoce su nombre. Shouto Todoroki. Hijo del dueño de las Industrias Endeavor. Se dedicaban al carbón. Cuando desapareció, empapelaron su cara por toda la ciudad.
—Esto es grande, Bakugo.
—¿Qué? —Eijiro parece estarse perdiendo de algo.
—Es…
—¿Qué hacen aquí? —pregunta el joven. Tiene la voz seca, cansada.
—Sacarlos de aquí —espeta Katsuki—. A menos de que quieran quedarse en las jaulas toda su vida. —Chasquea la lengua cuando se acerca a la primera jaula y explota la cerradura—. Espero que es queden fuerzas para pelear contra algo, porque necesitamos ayuda.
Se oye una risa, al fondo.
El de la cabeza de pájaro se ríe y parece que llora, desconsolado.
—Eso es lo único que hacemos aquí. Siempre tenemos fuerzas.
Kaminari extiende una mano para ofrecérsela a Todoroki.
—¿Cómo terminaste aquí…?
Sonríe a medias.
—Mi propio hermano —casi escupe las palabras— me vendió. Hijo de puta. Todo para terminar en la colección personal de… —Tose y ya no termina la frase.
—Kaminari, no es hora de que te pongas a preguntarles sus historias de vida. —Bakugo dirige su mirada hasta la puerta—. Tenemos que irnos. ¿Alguno de ustedes sabe moverse por aquí?
Todo el mundo niega con la cabeza. Katsuki tampoco esperaba otra respuesta
—Bien. Vámonos.
Después llegan a la primera estancia grande. Katsuki sabe que no es donde está la exhibición principal, porque lo recordaría. Eijiro dice, en voz baja, que debe ser la exhibición especial. Voltea entre las jaulas, esperando encontrar algo, pero Katsuki no sabe qué. Lo entiende hasta que suelta su mano y sale corriendo hasta donde está una chica.
—¡Mina! ¡Mina! —La despierta llamándola. Al principio, ella parece confundida, pero, cuando entiende de quié se trata, sonríe.
—¡Cambiaste tu cabello!
—¡Venimos a sacarte de aquí!
Katsuki explota la cerradura y ve como Eijiro la abraza y se traga las ganas de llorar en ese momento, asiéndose a la adrenalina. Van rápido, Shoto Todoroki puede controlar el hielo con su lado derecho y el fuego con el izquierdo, así que puede derretir las cerraduras fácilmente, o romperlas. El tipo con la cabeza de pájaro conjura algo, una sombra, así que también ayuda.
Allí las cosas pueden empezar a ponerse feas. No están listos.
La chica que rescató Eijiro tiene los ojos completamente negros y la piel rosa. Cojea, pero su piel secreta ácido, así que también ayuda.
Al ver semejante despliegue, Katsuki no puede preguntarse cómo es que no se rebelaron antes. Sin querer, lo dice en voz alta.
Eijiro responde.
—Miedo, condicionamiento. Pasé mi infancia temiendo la barra de hierro que me golpearía si me acercaba demasiado a la entrada, si usaba mi poder cuándo no era preciso —dice—. Miedo. Además, siempre dudas de si alguien allá afuera, realmente será tu aliado.
Katsuki toma su mano y la aprieta. Se oyen gritos a su alrededor. El caos los empieza a envolver poco a poco. Y todavía falta. Noquean guardias que se cubren la cara con máscaras que recuerdan a picos de pájaro. Alguien llora, en el fondo. Se dirigen hasta la estancia principal y todo vuelve a empezar. El caos es palpable.
Kaminari suelta una descarga lo suficiemente grande como para influir en la estructura del lugar. Desde arriba, Deku y Uraraka se encargan de crear un hoyo en el techo y lanzar una cuerda. El desalojo es lento, pero seguro. Una aeronave cuyo motor no suena va recibiendo a la gente de la exhibición. No son demasiados, ya apiñados, sin las jaulas.
Y entonces una niña corre hasta Eijiro y se abraza a su pierna.
—¡Ayuda! —Tiene el cabello blanco y un cuerno en la frente, ladeado hacia un lado—. ¡Ayuda!
—¡Eri! ¡Vuelve aquí!
La reacción de Eijiro al oír esa voz es instantanea. Se congela. Abre mucho los ojos.
Un hombre de cabello corto, con una máscara como el pico de un pájaro, aparece ante ellos.
—Eri, vuelve aquí.
Parece irritado de tener que lidiar con eso, cuando bien podría estar evitando el escape. La niña niega con la cabeza. Karsuki lo reconoce por las imágenes que cuelta el circulo.
—Overhaul —casi escupe.
—Así que ustedes se están robando mi mercancía. —A Katsuki le resulta curioso que ni siquiera reconozca a Eijiro. Los ve tan como subhumanos que es incapaz de reconocer a una de sus víctimas. Se dirige a la niña—. Eri, ven. Si no, ya sabes lo que ocurrirá. No queremos que más gente muera por…
—¡No! —Eijiro aprieta los dientes.
Katsuki extiende las manos.
—¡Los seres humanos no son mercancía!
Se lanza en su dirección.
Despierta tres días más tarde.
Debería ser capaz de recordar más datos sobre su pelea con Overhaul, Kai Chisaki, pero no lo hace. Lo primero que ve al despertar es el rostro preocupado y manchado con lágrimas viejas de Eijiro. Poco a poco, va haciendo consciencia de sus alrededores. Están en el aire. Los oídos le pitan. Le duele el abdomen.
—Ey, Katsuki.
—¿Qué demonios pasó?
—Bueno… larga historia. Todo es responsabilida de Uraraka —dice—. Pero tú debes descansar. Chisaku te abrió el vientre. Apenas si recuerdo cosas, sólo…
—Dime qué pasó.
—Evacuamos. Y Luego Uraraka se robó un zeppelin entero. No había forma de aterrizar y huír por tierra. Esto es… Eso es muy grande, Katsuki. —Eijiro se mira las manos—. Por mi culpa ahora no pueden volver a Musutafu, pero… Midoriya él quiere… Quiere atacar otros circos. Liberar más personas. Dice que mientras más seamos, podremos ganar una revolución. Podremos tener una casa. No sé cómo se las arreglen. Tampoco sé cuánto nos dure el combustible. Pero los ácidos de Mina pueden crear algo parecido, por el mundo. Sólo estamos… volando.
Demasiada información.
Katsuki se masajea las sienes.
—No podemos volver a Musutafu.
—No —confirma Eijiro.
—De hecho, no podemos volver en alguna parte.
—Exacto —dice Eijiro. Parece decaído.
—¿Cuál es el curso ahora?
—Fukuoka. Al parecer hay mercado negro de combustible allí —dice Eijiro—. Uraraka armó un itinerario. Es la capitana de toda la operación. Al menos en lo que respecta al zeppelin. Kaminari se encarga de que todas las máquinas funcionen. Todoroki…, ¿así se llama?, lo sigue a todas partes. Aporta fuego y hielo allí donde se necesita. Parece demacrado y apenas si habla, pero… —Eijiro se encoge de hombros—. Creo que está recuperándose. Hay más, ¿sabes? Somos unos veinte… pocos menos. Algunos han elegido marcharse aquí y allá. Los que la tienen más sencilla para esconderse.
Katsuki asiente, deseoso de cortar toda la sobre carga de información a la que Eijiro lo está sometiendo. Vaya mierda. Haber peleado con Overhaul y no acordarse de prácticamente nada.
—¿Tú estás bien?
Eijiro asiente.
—¿Y la niña… ella?
—Eri. Se llama Eri. Está bien. Midoriya la cuida, sobre todo —responde Eijiro. Sonríe apenas, aunque eso sólo resalta las ojeras debajo de sus ojos—. Tiene un poder que no sabe controlar todavía. Puede regenerar a la gente. Como regresar el tiempo en ellos o algo. Todoroki dice que Overhaul la usaba cada vez que los herían demasiado y estaban a punto de desangrarse. No puede regresar a nadie de la muerte, pero puede curar las peores heridas. Así que…
Katsuki asiente. Se lo imagina y no quiere pensar en los horrores que ha visto esa niña. Overhaul usaba a su colección personal para que pelearan por él y ganaran dinero para él. Espera que sus heridas hayan sido peores. Que nunca más pueda levantarse. Que nunca más pueda volver a tener un circo.
Pero no le queda tanta rabia como esperaba. Al final, sólo suspira.
—Carajo, Eijiro, necesito dormir más.
—Duerme.
El suave sonido del motor lo arruya.
—Habrá tiempo después, Katsuki.
De lo último de que es consciente es que Eijiro busca su mano y Katsuki, con sus pocas fuerzas, la aprieta.
Están en el mirador del zeppelin. El mundo se ve amplio a su alrededor, pero todavía no es completamente suyo. Falta mucho. Necesitan orquestar una revolución entera. Pero Katsuki puede acercar a Eijiro hacía sí y abrazarlo. Pregunta «¿puedo?» y cuando Eijiro responde «sí», le da un beso. El destino que selló cuando vio por primera vez cuando se quedó viendo a un niño asustado de ojos rojos que lo miraba desde una jaula por fin se está cumpliendo. O quizá es solo suerte. No importa. Lo que importa es que pueden ver el mundo y este, eventualmente, será suyo.
Eijiro lo abraza como si deseara partirlo en dos.
—Te quiero, Katsuki.
Notas de este larguísimo oneshot:
1) Acaban de leer 14K palabras. Creo que es el oneshot kiribaku más largo que he escrito. De hecho es como un fic corto, pero de una sentada. Se puede decir que extrañaba al pairing.
2) Todo el fic está inspirado en un fanart que subió 310_MHA (una artista japonesa) a tuiter donde, en el AU Steampunk, Katsuki de queda mirando a un Eijiro encadenado y parece enojado (y después se ve cómo lo libera). Yo sólo tomé el principio e hice mi propia interpretación del asunto.
3) Que haya personas en los circos… Pues me gustaría decir que me lo inventé. Pero no. Sí es algo que pasó realmente.
Andrea Poulain
