Disclaimer: El Fandom de InuYasha y sus personajes no me pertenecen.


Ruleta


6.


Faltan solo dos semanas

Para que llegue el verano

Pero en sus dos corazones

Ya parece que ha empezado


Había reglas no escritas que todos ellos debían seguir y Sesshōmaru lo sabía, de hecho, si hicieran algún tipo de encuesta para saber quién era el que mejor representaba a la institución, probablemente su nombre sería el más mencionado. Aunque, exteriormente, no le interesaba en lo más mínimo.

Era maestro de cálculo y su única función en ese lugar era, precisamente, enseñar. Jamás se había interesado por nada más, ni siquiera por hacerse amigo de alguno de sus alumnos y estos parecían siempre entender sus intenciones de sólo cumplir con su función e irse.

Eran bastante raras las personas que intentaban formar una relación un poco más estrecha con él e incluso más, aquellas que conseguían tan siquiera que él recordara sus nombres a la perfección. Sin embargo, en ese momento, viendo cómo el pupitre junto a la ventana se encontraba vacío por casi décima vez en lo que iba del mes, no pudo evitar preguntarse por qué.

Había hablado con la encargada de llamar a la casa de su estudiante y está persona solo le dijo que les había respondido el abuelo de la chica y dicho que tenía una enfermedad extraña (Sesshōmaru ni siquiera se molestó en memorizarla. Era técnicamente imposible) pero le prometió que su nieta estaría en clase para la siguiente ocasión.

—Es extraño —le comentó la mujer, empezando a guardar los documentos de la chica. Sesshōmaru, no pudo evitar ver un papel en cuya referencia rezaba «templo Higurashi» y una idea nada profesional llegó a su mente—. La chica no es de las mejores, pero se esfuerza —volvió a decirle y Sesshōmaru estuvo parcialmente de acuerdo. A pesar de las inasistencias de su alumna, jamás había reprobado. Hasta ahora.

—Gracias.

—Si hay algún otro problema, no dude en avisarme —le sonrió la mujer, una sonrisa cansada de quién tenía bastante trabajo por hacer; él asintió.


El templo Higurashi, era el hogar de su alumna. Sesshōmaru no podía creer que aquel lugar no pudiera salvaguardar la salud de su alumna. El templo Higurashi estaba situado en una buena zona, además de qué todas las escaleras parecían estar en buen estado y no parecía haber señales de que el lugar fuera propicio para gérmenes.

Si lo pensaba con cuidado, la explicación que había recibido no tenía sentido alguno. Y eso le hacía sentir que algo estaba mal. Y era realmente sospechoso todo el asunto, así que lo mejor que podía hacer en ese momento era investigar por su propia cuenta.

Tan pronto estuvo frente a la puerta que daba a la vivienda del lugar, tocó de forma suave y un anciano no tardó en abrirle la puerta, sorprendiéndose al verlo. Taishō recordó que la persona que había notificado acerca del estado de salud de la alumna, era su abuelo.

Entonces ese hombre era el abuelo Higurashi.

—Buenas tardes —saludó—. Estoy buscando a la alumna Higurashi Kagome.

El hombre cambió su semblante por completo, pareciendo demasiado nervioso por la petición. Sesshōmaru se preguntó si tendría que decir algo más para que el anciano empezara a hablar.

—¿Quién la busca? —Parecía haber recuperado su capacidad de hablar, con el reciente asombro al fin controlado.

—Soy su profesor.

El abuelo Higurashi pareció dudar durante un minuto antes de decir, con voz firme—: He avisado a la escuela que mi nieta está enferma.

La ceja arqueada de Sesshōmaru le dejaba en claro que no le creía nada. El hombre se mantuvo firme y recitó lo que le había dicho a la escuela como si se hubiera dado la tarea de memorizarlo para casos como esos. Aún así, Sesshōmaru ya había visto el camino hacia el templo y, aunque estaba solamente en la puerta de la residencia, este lugar tampoco parecía factible para que alguien contrajera una enfermedad. Además, la casa se escuchaba tan silenciosa.

Si realmente la alumna Kagome Higurashi estaba ahí, enferma, ¿no habría llamado ya a su abuelo debido a qué él ya lo había retenido bastante tiempo?

—Sino me cree —continuó el abuelo y parecía a punto de aportar alguna evidencia para que él se marchara finalmente.

No obstante, ninguna mentira puede mantenerse para siempre.

—¿Abuelo? —Kagome Higurashi, supuso Sesshōmaru. A decir verdad, tampoco sabía tanto de su alumna, solamente que faltaba tanto a clases que era preocupante.

El hombre pareció perder color de piel en ese momento, volviéndose tan pálido como un fantasma. Pero ni él, ni siquiera su nieta, parecieron preocuparse por ello.

—¿Profesor?

Él asintió. —Tu abuelo dijo que estabas enferma.

Kagome miró a su abuelo y luego a su profesor, preguntándose qué era lo que tenía que decir. El tiempo que ella estuvo callada, preguntándose qué decir, fue el tiempo que Sesshōmaru pareció darse cuenta de que estaba pálida y ojerosa, como si hubiera pasado varios días sin dormir o comer bien.

Había algo sospechoso en todo ese asunto.

Kagome Higurashi finalmente le dedicó una sonrisa bastante cansada y que parecía darse por vencida en la mentira que su abuelo la había envuelto.

—Es difícil de explicar —le confesó y parecía tan cansada que Sesshōmaru estaba seguro no le diría nada en ese momento—. ¿Puedo explicárselo después?

Antes de dar una respuesta, continuó examinando a la chica: delgada, más baja que él, con una falda azul y una blusa color blanco; llevaba una mochila y, en su mano izquierda, una pequeña maleta. Su cabello estaba desordenado y la imagen le recordó a cuando Rin, su mejor amiga, hacía un viaje de más de diez horas para visitarlo.

¿Sería el mismo caso? ¿Kagome Higurashi estaría en un viaje de placer y puso una excusa barata a la escuela? Aún así, se obligó a negar, la palidez en su piel y las ojeras marcadas, no eran una señal de algún viaje con fines de placer. Parecía tan cansada que Sesshōmaru sentía que sí necesitaba una explicación.

Asintió.

—Le explicaré…

—Vendré mañana. —Cortó y se marchó antes de que su alumna pudiera escoger algún pretexto. Necesitaba respuestas para aquel problema. Antes de pensar que algo malo estaba sucediendo.


Asistió al día siguiente tal y como prometió, su alumna parecía más recuperada. Las ojeras en sus ojos ya no se veían tan oscuras y su cabello descansaba en una coleta más ordenada que la del día anterior. Kagome había sugerido hablar en aquella cafetería apartada, dónde ninguno de los dos parecía reconocer a los clientes.

Sesshōmaru tenía una taza de café a medio terminar y Kagome le había dado vueltas a su frappe incontables veces, parecía estarse debatiendo con ella misma sobre cómo empezar a hablar.

—Kagome. —Insistió, esperar no era algo que le gustaba.

—¡No es tan fácil! —finalmente dijo ella, pero pareció arrepentirse por el tono alto de voz. La cajera, a unos pasos de ambos, pareció prestarles atención por si algo andaba mal. Sesshōmaru pensó que si ambos tuvieran la misma edad podría pasar como una pelea de pareja, pero la chica parecía de unos dieciocho años, tal vez diecinueve y él estaba a casi nada de abandonar la década de los veinte. Cualquiera se preocuparía.

»Lo siento —dijo nuevamente su alumna, está vez si bebiendo algo de su pedido, tratando de calmar los nervios—. Es sólo qué… no me creería. —Él levantó una ceja y antes de que pudiera intentar decir algo, ella volvió a hablar—: ¿Usted cree en los fantasmas, profesor?

Taishō se mantuvo en su silla en ese momento, la pregunta lo tomó completamente por sorpresa. ¿Fantasmas? Jamás había sido un niño fantasioso y su madre tampoco estimuló esa clase de pensamientos. Ambos eran bastante realistas como para creer en algo por el estilo.

—No —respondió sin dudar.

Su estudiante pareció más frustrada por ello. —Bueno… —siguió bebiendo de su bebida en ese momento y después desvió su mirada hacia una venta. Sonrió un poco, pero Sesshōmaru sólo pudo ver a un niño con su padre sentados en una banca, no estaban haciendo nada en especial. No entendió por qué la sonrisa—. En realidad, yo puedo ver fantasmas.

Él la miró y las palabras anteriormente dichas por la alumna regresaron a sus oídos: tenía razón, no le creía.

Kagome le sonrió, una sonrisa bastante cansada.

—Es la verdad.

—Es difícil de creer —se justificó.

Higurashi asintió lentamente, dando otro trago y sus ojos perdieron brillo después de un momento.

—¿Puedes probarlo? —Se obligó a decirle, algo dentro de sí se sentía extremadamente culpable por haber permitido que la tristeza se colocara por el rostro de su alumna.

Kagome asintió, lentamente. —Su padre se llama Inu No Taishō —le dijo de momento—. Murió en un accidente automovilístico un año antes de que usted se graduara. Su padre le había dicho que quería hablar con usted de algo importante pero jamás le dio la oportunidad. —Sesshōmaru fue notablemente conmovido por las palabras, eran demasiado exactas—. Su padre ha querido decirle algo desde su muerte.

—¿Puedes verlo?

Ella asintió. —Se parecen. —Pero la alumna sospechaba que esa no era la clase de información que deseaba escuchar—. Está detrás de usted, siempre lo sigue.

Ambos guardaron silencio durante un largo rato, hasta que ella volvió a hablar.

—Puedo verlos desde que estaba pequeña, al primero que se lo comenté fue a mi abuelo. Él me creyó inmediatamente. Era bastante difícil para mí entender que realmente no todas las personas podían verlos.

Volvió a tomar otro sorbo y Sesshōmaru solo la escuchó.

—Así conocí a mi padre —rememoró ella—. Siempre me sonreía, estaba bastante junto a mi madre, siempre. Cuando le hablé me dijo el mensaje que tenía que decirle a mi madre, después de hacerlo… finalmente se fue.

El peliplata pareció entender entonces qué su alumna parecía tener un trabajo importante para los fantasmas que se encontraba. Podía hablar con ellos y expresar sus deseos, aun así, el profesor se dijo que aquello no era razón válida para sus ausencias prolongadas en la escuela.

—Eso no justifica las faltas.

Kagome le sonrió. —No hablo con los fantasmas desde hace años —confesó—. Me acostumbré a verlos y escucharlos, aunque cuando necesito estudiar o hacer exámenes, mi abuelo hace algunos talismanes y me da objetos con energía que quitan mi "don" —hizo comillas con las manos de forma cansada—. Aunque solo dura máximo media hora.

Esperó de forma paciente, parecía que era la primera persona con la que la chica podía hablar de eso y no se atrevía a presionarla para que llegara al punto. Después de todo, dentro de él, también era algo bastante… interesante de descubrir.

—No obstante, soy un imán de fantasmas, profesor —reveló—. Hay fantasmas que… parecen perdidos, se aferran a mí y no me dejan ir hasta que transmito sus mensajes.

—Ayer acababas de llegar de un viaje. —mencionó, podría sonar como una pregunta, pero era casi una afirmación.

Ella asintió. —El fantasma de un señor se aferró a mí cuando pase por su casa, de regreso de la universidad —explicó—. Me pidió que buscara a su hija, que estaba a unas horas de aquí, para darle un último mensaje.

Higurashi volvió a suspirar. —Me negué, pero no me dejó ir, así que terminé hablando con mi abuelo y fui a cumplir su pedido —le dio otro sorbo a su bebida y continuó—. No me arrepiento de ayudarlos, profesor. Pero suele ser complicado cumplir con todo.

Taishō asintió, lentamente. No lo comprendía del todo, aunque eso no impedía que lo imaginara a la perfección. Suponía que los fantasmas que se aferraban a ella drenaban más energía de su parte, por eso se notaba tan cansada.

¿Ahora que se suponía que debía hacer o decirle? Era una situación que se salía por completo de sus manos. Miró a su alumna, cuya vista estaba en el mismo padre e hijo y seguía sonriendo al verlos.

—Su madre está ahí —le comentó, sin siquiera saber si él le estaba prestando atención—. Está cuidando a su hijo.

Él también fijó su vista en ambos, pero no vio absolutamente nada. Supuso que él don de Higurashi sería realmente hermoso sino tuviera que transmitir mensajes a costa de que se aferraran a ella y se llevaran su energía. Aun así, eso todavía no era justificación alguna para las innumerables faltas que tenía.

—Tienes que asistir a clases —dictaminó.

Kagome se encogió de hombros y dejó de prestarle atención a la familia. —Asistiré la mayor cantidad de días que pueda —prometió, pero no se escuchaba nada convencida.

«soy un imán de fantasmas, profesor», rememoró.

Antes de que pudiera decir algo, ella se le adelantó—. ¿No quiere escuchar el mensaje de su padre?

La pregunta le tomó desprevenido, su relación con su padre no había terminado en buenos términos y sí, llegó un punto en el que se arrepintió de nunca haberlo escuchado. Pero sería cosas que jamás diría en voz alta, mucho menos a su alumna. Aun así, se negó ante la mirada sorprendida de su alumna quién pareció querer decirle algo, para convencerlo. Pero pareció escuchar algo que la hizo desistir.

—Si alguna vez desea saberlo —le dijo, cuando iban a abandonar el establecimiento—, puede venir conmigo.

No asintió, pero tampoco negó y la chica pareció tomarlo como una buena señal.


La promesa de su alumna duró un poco más de lo que había estimado, pero menos de lo que realmente le hubiera gustado. Higurashi había asistido a las clases después de haberse visto el fin de semana. Muchos alumnos la recibieron con cariño, diciéndole que era realmente un milagro que se había recuperado con rapidez.

Kagome rio, sabiendo qué la mentira sería fácil de desmentir, no obstante, sus amigos preferían creer que era un milagro. A Kagome le gustaba pensar que eran buenos compañeros y no que realmente creían en las mentiras que su abuelo tuvo que inventarse.

Después de regresar, Sesshōmaru tuvo que decirse a si mismo que le había estado prestando más atención a su alumna que en antaño, cuidaba cuántas veces Kagome parecía distraerse y mirar a la nada. Usualmente se preguntaba si había algún fantasma cerca de ella, rogándole que transmitiera su mensaje a algún pariente o pudiera cumplir una última voluntad. Pero no se atrevía a acercarse para decirle nada, porque ella solo era su alumna y su única preocupación debería ser que aprobará sus exámenes y aprendiera.

Por ello, usualmente las preguntas de clase iban dirigidas a ella, asegurándose de que sus otros alumnos pensaran que lo hacía porque era una alumna demasiado faltista y no porque quería cerciorarse que había comprendido los temas antes de que tuviera que desaparecer nuevamente.

En esos casos, Sesshōmaru agradeció el hecho de qué nadie podía descifrar su comportamiento, ni su expresión. Y Kagome pareció demasiado apenada por ser el foco de atención como para preguntarle algo.

Pasaron tres semanas donde su alumna estuvo asistiendo (a pesar de que él solo la veía cuatro veces a la semana). Se había mantenido al tanto de cualquier reporte de las ausencias de Higurashi, sorprendido de no tener más quejas. Pero nada podía mantenerse como se deseara y antes de cumplir un mes sin faltar, el asiento de Kagome volvió a estar desocupado.

—¿Higurashi? —Preguntó, al pase de lista.

—Contrajo un resfriado, profesor. —Avisó una de las alumnas, Ayumi, sino mal recordaba. Asintió y lo dejó pasar porque resfriarse por aquellas temporadas era completamente normal.

Así que continuó con sus clases de forma regular, hasta que pasaron dos semanas sin saber de su alumna. No tenía el número de Kagome Higurashi, ni de su familia, lo único que tenía era su dirección pero pasarse por ahí nuevamente, no era su mejor opción.

Tampoco podía pedirle su número a nadie sin levantar sospechas.

Todo lo que le quedaba era esperar a que Higurashi volviera a aparecer (antes del fin de mes) o de verdad volvería al templo Higurashi en busca de alguna explicación que sonara razonable.

No obstante, el mundo debió haber estado a su favor porque las compras del mes poco a poco empezaron a escasear y se obligó a sí mismo a caminar hasta el supermercado más cercano de la facultad. Era un pequeño desvío de su rutina diaria que le resultó necesario si quería comer de forma decente el mes siguiente.

Cuando dobló en una esquina, fuera de una de las casas estaba una mujer mayor junto a la que parecía su hija. Ambas habían roto en llanto antes de que él llegara y a esas alturas, ya eran un mar de lamentos, se abrazaban mutuamente mientras se decían palabras de cariño y consuelo la una a la otra. Pero eso no era lo importante de la escena, sino la chica que estaba frente a ambas y les sonreía al momento que las ojeras debajo de su rostro se hacían menos pronunciadas. Señal de que él espíritu la estaba dejando ir.

La joven finalmente reparó en él cuando se despidió de ambas mujeres, dejando que las emociones salieran a la superficie para que pudieran estar tranquilas. Cuando levantó la vista y lo vio, las mejillas de Kagome se tiñeron de un color carmín bastante difícil de ocultar y tuvo que bajar la cabeza cuando su profesor estuvo a unos pasos de ella.

—Higurashi. —Mencionó, ¿por qué que más podría decirle? Había contemplado cómo hacía otro de los recados a los cuales rara vez podía negarse y había faltado a clases nuevamente.

—Profesor —ella finalmente pudo encontrar su voz y lo miro directamente. No obstante, no emitió comentario alguno sobre su inasistencia, en su lugar, reparó en la bolsa para mandado de su profesor—. ¿Va camino al supermercado?

Asintió lentamente, sin despegar sus ojos de ella, en busca de algunas respuestas a sus preguntas no formuladas. ¿Un asunto que estaba a unas cuadras de la facultad le había tomado tanto tiempo? No obstante, miró a su estudiante morderse el labio inferior para después decirle.

—¿Puedo acompañarlo?

La pregunta lo tomó desprevenido, pero asintió. No se detuvo a pensar que era el supermercado más cerca de la universidad y podía a darse a malos entendidos, en ese momento solo quería una explicación ante la ausencia de su alumna. Aunque las razones detrás de eso estuvieran ocultas en sí mismo. Negándose a salir a la comprensión de la luz.

Tan pronto asintió, una sonrisa iluminó el rostro femenino. Pero, aunque ambos pudieron notarlo, ninguno se atrevió a decir nada en todo el camino hacia el supermercado. Kagome siempre había sido demasiada hablantina hasta para su propio gusto, pero ahora estaba extrañamente callada.

Llegaron al supermercado, tampoco se dirigieron palabra alguna y cuando Sesshōmaru tomó uno de los carritos de supermercado, señal de que no tenía ninguna molestia en compartirlo con la chica, Kagome le sonrió en agradecimiento. Algo apenada y hasta incluso, aliviada de contemplar como la pared que su profesor siempre había construido y reafirmado frente a clase, parecía no existir entre ellos en ese momento.

—Mi madre me pidió un par de cosas para la cena —comentó ella de forma casual. Él asintió, pero no ejerció comentario alguno. Contrario a Kagome, Sesshōmaru no tenía a nadie en casa esperándolo para cenar.

«Está esperando una explicación» escuchó la voz grave de Inu no Taishō cerca de ella, sin llegar a tocarla para evitar absorber algo de su energía. En todo el tiempo que llevaba conviviendo con su profesor, el padre de él jamás le había hablado. Ni siquiera por casualidad.

Higurashi estaba bastante apenada y eso era bastante obvio para los ojos del espíritu, aún así, no insistió en el tema. Dejando que ambos se entendieran de la mejor manera posible. Aun así, Kagome debía agradecerle su buena intención.

—No es la primera familia que ayudo —le comentó cuando estaban en el pasillo de lácteos. Su profesor levantó una ceja en su dirección, sin agregar nada más—. He faltado a clases porque…

Sesshōmaru se mantuvo callado durante los segundos de vacilación, pero después retomó su tarea habitual. Si Kagome Higurashi no quería hablar, él no la obligaría.

Aún así, había algo dentro de Higurashi que la hacía sentirse culpable al saber que su profesor había esperado que siguiera asistiendo a clases, tal vez esperando que fuera más cuidadosa con los fantasmas. Había prometido asistir.

—Fue el fantasma de un niño —confesó después, cuando ambos estaban seleccionando frutas y verduras—. Estaba llorando y me pidió que hablara con sus papás.

El profesor, solo entonces, pareció ver la culpabilidad que había en los ojos zafiros y se preguntó por qué le importaba tanto.

Entonces, lo recordó y se dijo que era solo por eso. Sesshōmaru transmitiría la información y después, no sería más su asunto. Kagome solo era una estudiante y él, dentro de menos de tres meses, dejaría de ser su profesor.

—Tu tutor mencionó que si sigues faltando, van a invalidar tus exámenes.

Higurashi finalmente pareció reaccionar a eso. —¿Pueden?

Sesshōmaru quería decirle que no deberían. Pero las excusas de sus enfermedades poco a poco sonaban a (lo que eran, a quién engañar) a excusas baratas y sin sentido. Así qué habían pensado tomar eso como medida para evitar que Higurashi siguiera faltando a su "antojo".

Y Kagome, mejor que nadie debería saber qué la verdad no sería creíble y lo más seguro es que terminaran canalizándola a una institución mental (en el peor de los casos). Sin embargo, después de revelarle las razones por las cuáles estaba realmente interesado en saber por qué había faltado, ella no emitió comentario alguno y siguieron eligiendo lo que iban a comprar.

El silencio siempre fue amigo de Sesshōmaru desde que era un niño pequeño, pero ahora muere porque se rompa. Quiere alguna respuesta y cuando se cansa, sus ojos se clavan en la alumna quién parece sumergida en un mar de preocupaciones, como si hubiera naufragado en un barco.

Hay algo dentro del profesor que le hace ejercer la siguiente acción, ofrece ante los ojos de la joven una pequeña tarjeta donde reza el nombre de «doctor Kirinmaru» (1), junto con un número telefónico y una dirección.

Antes de que ella pueda decirle algo, él la silenció con una sola mirada.

—Llámalo y dile que te dé un justificante médico.

Higurashi lo mira desconcertada por unos segundos, alguien en la fila del supermercado les pidió que caminaran un poco y lo hicieron de forma automática. El silencio nuevamente reinó entre ambos, como desde el primer momento que se encontraron.

—¿Es su amigo?

El profesor pareció juntar sus cejas ante la insinuación, molesto por ese pensamiento. Negó. —Me debe un favor.

Kagome rió, en la universidad poco se sabía de la vida del profesor Sesshōmaru. Algunos maestros cuando se presentaban agregaban un poco de su vida personal, algunos dicen pequeños detalles aquí y allá mientras otros parecieran apreciar bastante los comentarios sobre su vida privada. No obstante, el profesor Sesshōmaru siempre fue tan… frío y reservado. Nadie se atrevía a indagar de más en todos los años que llevaba en la institución. Tampoco lo habían visto comer con nadie, ni siquiera parecían topárselo en las calles.

Cómo si fuera un robot que va de la universidad a su casa y viceversa, sin nada más. El pensamiento de que es la primera persona que tiene un acercamiento con él de esta manera, hace que su corazón se llene de calidez.

—Gracias.


Higurashi se había despedido de él prometiéndole que lo vería en clase, sin saber que su curso tomaría un seminario de una semana (información que él no deseó proporcionarle) y qué después él de tomaría una licencia de tres días para faltar. No habría deseado hacerlo, si su madre no hubiera insistido en que tenía que ir a verla porque era algo de vital importancia.

Había asistido, a pesar de qué hace mucho tiempo atrás (después de la muerte de su padre) había decidido renunciar a todo lo que estos habían esperado que heredara en su nombre; la empresa de la familia Taishō y la futura administración de la marca de joyas que su madre manejaba con esmero.

Había dejado todo, la compañía de ambos padres y también una herencia bastante significativa; deshizo el compromiso desde cuna que sus padres habían planificado y se dedicó a dar clases en una universidad con una vida bastante tranquila. Y se sentía, bien.

El llamado de su madre no fue otro que decirle que cuando ella muriera (porque Irasue acababa de pasar una temporada enferma y estaba casi segura que sus días podían estar contados) él tendría que hacerse cargo de aquel «destino» del cual había huido hace bastante tiempo atrás. Había sido una charla completamente corta y la primera en años. Cuando su madre terminó su discurso, no hizo nada más que dar media vuelta y regresar a Shikon, totalmente lejos de Meido hasta que el tiempo le alcanzara.

Después de eso, no pensó más en las palabras de su madre ni en nada en realidad. Siguió con su vida como normalmente y dando clases sin prestarle atención a nada más. Esta vez, Higurashi estaba en su pupitre correspondiente e intercambiaba comentarios con sus amigas. Continuó dando su clase sin prestar atención y al toque de la campana, se marchó.

Siguió dando clases y salieron a las horas que le correspondían, ya había asistido con todos sus grupos; caminó por los pasillos y terminó subiendo hasta la azotea del edificio, la luz del sol le recibió, cejándolo por un momento. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, volteó a mirar a la persona que se encontraba en una esquina de aquella azotea, mirando hacia su dirección como si acabara de rescatarla de algo.

—Profesor Sesshōmaru. —Saludó Kagome y él solamente asintió en reconocimiento, sin agregar nada más.

Se mantuvo en su lugar, sin decir absolutamente nada. Caminó hasta uno de los bancos que se encontraban en el lugar y tomó asiento. Kagome no tardó mucho en hacerle compañía, entre sus manos, descansaba la comida que apenas iba a degustar.

Ella lo miró durante un minuto largo, sin decirle nada, hasta que los ojos contrarios se posaron en ella, incitándola a hablar.

—Su amigo me dio el justificante —habló finalmente, ignorando las cejas fruncidas de su profesor—. Han respetado mis exámenes —él asintió, lentamente. Lo sabía, había escuchado un poco y sabía que Kirinmaru haría incluso todo un expediente falso si se lo pedía.

Volvieron a guardar silencio, el sonido de cuando Kagome masticaba su comida o el viento que se filtraba entre ambos y movía sus cabellos, era todo lo que había en ambos. Pero no era incómodo y después de más de una semana sin verse, parecía ser suficiente.

—¿Está seguro que no desea escuchar el mensaje de su padre? —Le preguntó por segunda ocasión.

Sesshōmaru estuvo a punto de negarse, nuevamente. Pero desistió ante una idea iluminando su mente. —¿Te molesta?

Higurashi rió levemente. —Su padre es el fantasma más amable que he conocido —confesó. Se había topado con diversos espíritus a lo largo de su vida; fantasmas infantiles, calmados, desconcertados y bastantes demandantes, que se adherían a ella sin su permiso para hacerla transmitir mensajes.

Inu No Taishō era amable, ni siquiera le hablaba en medio de la conversación con su hijo ni revelaba nada más. A veces olvidaba su presencia.

»Estaba huyendo de un fantasma —le confesó después—. Ya no deseo faltar, así que he intentado mantenerme alejada de ellos. Pero uno me acorraló. —Le sonrió, pero parecía que la sonrisa no iba dirigida a él—. Su padre lo ahuyentó cuando atravesaron esa puerta.

Levantó una ceja, pero no dijo nada más. Kagome tampoco sintió necesario agregar que, así como Inu era amable, parecía portar un aura bastante intimidante para el resto de los fantasmas. Quiénes se mantenían al margen cuando ambos estaban juntos. Esa era una de las razones por las cuáles Kagome parecía desear tanto la compañía de su profesor.

—¿No hay forma de evitarlos? —Preguntó finalmente.

—Había —confesó ella—, esta es una habilidad que ha pasado por algunas generaciones en mi familia. Ellos… descubrieron que la perla de Shikon que protegían, podía neutralizar los dones para ver fantasmas. Así como también ayudaba a purificar sus almas con mayor rapidez.

—¿Por qué no la portas?

Kagome miró hacia el piso. —Mi familia se dividió hace algunas generaciones —confesó—. Ellos juraban que serían sus descendientes los que obtendrían los poderes para ver fantasmas. Así que se llevaron la perla con ellos.

»Hemos intentado localizarlos, en vano. —Aclaró—. Supongo que la perla debe estar en manos de mi prima, Kikyō. Pero no importa cuánto la busque, no está en ninguna parte.

Guardaron silencio, nuevamente. Sesshōmaru no tenía nada que decir en ese momento, si Kagome no había encontrado a su prima, él tampoco podría hacerlo y, sobre todo, ¿por qué deseaba hacerlo? Era una cuestión de la familia Higurashi.

—Bueno, no importa —finalizó, terminando su comida. Ella lo miró directamente a los ojos y le sonrió nuevamente—. He vivido toda mi vida con esto, estaré bien.

Asintió lentamente. Entendiéndolo. No había nada que pudieran hacer. Ninguno de los dos.

—¿De verdad no quiere escuchar a su padre? —Insistió—. Su padre merece descansar, profesor.

Lo pensó durante unos minutos, rememorando la plática con su madre y su resolución. Nada de la voluntad de su padre quedaba, ni siquiera el compromiso que habían establecido. Asintió, no perdía nada.

La sonrisa de su alumna se hizo más amplia. La calidez que inundó su pecho fue incluso más cálida de lo que alguna vez había sentido en su vida, a pesar de haber hecho lo mismo un montón de veces. Tal vez fuera el hecho de que Inu No era un espíritu amable y se merecía más que nadie tener paz.

—Su padre quería disculparse con usted por haber tomado decisiones sobre su vida personal. —empezó a hablar y su profesor la escuchó con atención—, dice que se siente orgulloso de sus acciones y también lamenta que ambos jamás pudieran entenderse cuando estaba con vida.

Sesshōmaru se quedó callado, sabía muy bien que su carácter tan parecido a su madre había sido un obstáculo entre ambos y que su padre se empezara a aislar de su familia, había sido un bonus para fracturar por completo su relación. No había queja alguna de su parte, tan siquiera, siempre aceptó que su padre y él eran diferentes y que era un hombre importante y ocupado.

—También dice qué… la señora Irasue siempre tuvo razón sobre sus sentimientos hacia otra mujer. Su nombre es Izayoi y ambos… —Kagome lo miró atentamente, casi esperando que no tuviera una reacción negativa—, tuvieron un hijo juntos, su nombre es InuYasha.

La noticia cayó de forma inesperada, pero dentro de sí mismo, Sesshōmaru lo sabía. Siempre había tenido sus sospechas y fue en una ocasión que se topó con una mujer extraña visitando la tumba de su padre. Izayoi, ahora suponía.

—Deseaba tanto hacer las cosas bien, pero murió sintiendo que cometió un gran error al no ser sincero —finalizó—. Su padre ruega que lo perdone y que pueda conocer a su medio hermano, para intentar conocerlo. Y entre ambos no haya ningún tipo de resentimiento. Ambos son sus hijos.

El silencio les inunda, finalmente, pesado. El espíritu de Inu ha terminado de hablar, pero no parece disiparse en ese momento, Kagome empezó a temer haber hecho algo mal e intenta con desesperación encontrar las palabras correctas.

—No hay rencor alguno. —Finalmente exclama el profesor y el espíritu de Inu parece feliz de escuchar esas palabras, sabiendo que su hijo jamás diría algo que no sienta.

Mira a Kagome antes de irse por completo, le sonríe para agradecerle y emite un último mensaje para finalmente desaparecer. Pero Higurashi puede sentir como si una esencia cálida le estuviera rodeándola, protegiéndola de otros espíritus que puedan adherirse a su persona y se siente agradecida con el hombre que finalmente puede descansar en paz.

Después miró a su profesor, sentado en la misma posición, pero con los ojos… distintos. Como si hubiera una capa de un hielo infinito que acaba de ser rasgada. Kagome deseó en ese momento acercarse tanto, para entrar en su mente, pero se mantuvo en su propio lugar, mirando el cielo que se alzaba sobre ellos.

—Ya debería irme —expresó, mirando la hora de su celular. Él asintió y Kagome se levantó, antes de marcharse, agregó—: Su padre también dijo qué… esperaba que fuera más sincero con sus sentimientos.

Sesshōmaru no mencionó nada, pero su ceño se frunció. Por un momento, la sonrisa burlona de su padre volvió a su mente, junto con una travesura que le había realizado cuando era un infante. Su progenitor había reído sin parar por su fechoría y él sólo se mantuvo sereno, preguntándose sí su padre realmente sabían que era su hijo y no su fuente de entretenimiento

Aún así, después de años, el recuerdo de la sonrisa de su progenitor junto con su risa escandalosa, no pareció tan malo.


Si bien su plan después de escuchar el último mensaje que su padre tenía para él no era precisamente buscar a su medio hermano y a la mujer de la cual su padre se había enamorado, el tener en cuenta que existían, fue como desbloquear un momento en su vida que no sabía iba a llegar. Fue una tarde cuando una llamada entró en su celular de un número desconocido y decidió contestar.

La voz inconfundible de una mujer se escuchó con claridad y el nombre fue uno que Sesshōmaru había escuchado hace apenas unas semanas atrás. El mensaje fue breve y conciso, era una invitación para conocerse después de tantos años. También especificó que lo hacía más por su hijo.

Aceptó al recordar la petición de su padre, supuso que después de tantos años, era lo último que podía hacer por él. La mujer pareció feliz y acordó mandarle los detalles para que se vieran.

Así fue como terminó el sábado en la tarde caminando hacia una residencia más modesta que había visto, no se parecía en nada a la casa que sus padres habían compartido por años. Aquella vivienda tenía tres pisos, ventanales grandes que te dejaban apreciar el jardín perfectamente cuidado junto con los árboles que habían plantado. Su madre no era partidaria de las flores, así que no había ninguna. Y la fachada de la casa siempre fue de color blanco, haciendo contraste con los muebles de la casa de un color blanco en todas partes. Los lugares dónde había algo de color era el estudio que su padre ocupaba para trabajar, pintado de un azul oscuro con algunos dibujos colgados aquí y allá qué su padre había hecho cuando era más joven o que él mismo había hecho de niño y su padre decidió que el estudio era un buen lugar para ellos.

No obstante, Izayoi (y su casa) parecía todo lo contrario a lo que había conocido: su casa era de un solo piso, pero parecía tener el espacio suficiente para todo lo que probablemente tenía ella dentro. También parecía amar las flores, ya que había bastante de estas en el jardín delantero de la casa que le daban una apariencia bastante bonita. La fachada también estaba pintada de un bonito color beige y tenía algunos adornos aquí y allá que se adherían a la pared de la casa con fuerza.

Tocó el timbre de la residencia cuando terminó de inspeccionar todo, era tan extraño estar en aquel lugar después de decirse a sí mismo que en sus planes no estaba conocer a la otra familia de su padre. Se preguntó cuántos meses realmente estuvo trabajando y cuántos se la pasó en aquella casa, criando al hijo que nunca le mostró al mundo.

La puerta finalmente se abrió dejando ver a una mujer más baja que él y más grande, no obstante, sus facciones eran hermosas y no dudaba que esa fuera una característica que le había acompañado siempre. El cabello de la mujer era negro y largo, con un ligero flequillo que caía lado a lado de su cara. También portaba una apariencia elegante y solemne.

Ella lo observó con sus ojos castaños con detenimiento, fueron apenas unos segundos para después sonreírle con naturalidad.

—Sesshōmaru, ¿no es así? —Él asintió y, en ese momento, le tendió un pan que había comprado para esa ocasión. Sus padres siempre le habían recalcado la importancia de llegar a un lugar con algo y cuando pensó en Izayoi, solo pudo rememorar el día que su padre llegó a casa con un pan que le había gustado demasiado y que compró en una de sus tantas salidas.

Su madre había mirado el pan como si estuviera envenado y se negó a probarlo, causando una mueca en el rostro de su progenitor quién después volteó a verlo y pedirle que lo probara. Sesshōmaru lo hizo y debió admitir que era delicioso. Sin embargo, en presencia de su madre, consideró que no sería correcto comerlo realmente. Su padre pareció entenderlo, porque le había sonreído para después revolverle el cabello y esconderse en su estudio.

—No te hubieras molestado —le dijo ella al momento que lo invitaba a entrar en la casa. Tan pronto dio un paso, los colores vivido de las paredes le llamaron bastante la atención. Todo parecía una mezcla de pinturas y se veía tan… bien. Elegante. Hogareño.

Entrar a aquella casa fue, de cierta forma, como ver la presencia de su padre también en ella. Le recordó un poco a su antiguo estudio cuando empezó a apreciar los marcos que había en las paredes, a la vista de todas las visitas.

La diferencia, por supuesto, radicaba en que no había dibujos de él en esta ocasión. Pero si lo había del hijo menor de su padre, junto con algunas fotografías. Había una incluso que llamó su atención por completo, era la más grande que se encontraba en su rango de visión, era su padre cargando entre sus hombros a su hijo menor, mientras este sonreía como si fuera el niño más feliz del mundo. Al lado, Izayoi se mantenía sonriente mirándolos a ambos.

Parecía una fotografía que fue tomada de forma improvisada.

—Te pareces mucho a tu padre —le dijo ella y era la primera persona que le decía algo similar. En el pasado, siempre habían dicho que era igual a su madre.

No tuvo tiempo de decirle nada más, ni siquiera de pensarlo, porque una chica apareció ante ambos. —Izayoi —la llamó y por la familiaridad en su voz, se dio cuenta de que eran cercanas—. Hemos terminado de acomodar todo.

La mujer le sonrió al momento que le agradecía. —Pensé que sería buena idea comer en el jardín el día de hoy —le dijo, al momento que le hacía una invitación a seguirla. Por supuesto que lo hizo.

El jardín les dio la bienvenida con la misma calidez que había en la casa. Más flores, más decoraciones y una risa inundaban el lugar, la misma risa que murió tan pronto los ojos ámbares —o que sorpresa— de su medio hermano se centraron en él. Y si bien Izayoi le había dicho a él que se parecía a su padre, Sesshōmaru también debía admitir que su medio hermano se parecía de igual manera a su tutor. Solo tenía algunos rastros que eran herencia de su madre.

Izayoi fue la que hizo las presentaciones después de eso, InuYasha y él se miraron, reconociendo los rastros de su progenitor en ambos y parecieron… aceptarlo. Fue tan simple como saludarse, después la mayor presentó a la chica que les había avisado que todo estaba listo, su nombre era Kikyō Higurashi (y al parecer era la novia de InuYasha) y el nombre hizo eco en su mente porque sabía que conocía ese nombre.

Sin embargo, tuvieron que pasar unos largos minutos y que estuviera a punto de degustar su platillo para recordar que Kagome le había mencionado el mismo nombre, diciéndole que había buscado a su prima por todos los medios posibles y no la había encontrado.

¿Quién iba a decir que el mundo en realidad era bastante pequeño?


—¿Siempre eres tan callado? —Le preguntó InuYasha antes de meterse la cuchara con helado a la boca. Se había mantenido la mayor parte de la comida en silencio mientras las tres personas frente a él hablaban de todo lo que pudieran. Izayoi había intentado unirlo, pero sus participaciones eran esporádicas y concisas que pronto se dio cuenta de que él no era una persona habladora.

—InuYasha —reprochó su madre, en forma de regaño.

Él pareció encogerse levemente de hombros para luego continuar—. ¿Nunca hablas?

—Sólo lo necesario. —Aclaró.

—Supongo que es un hábito —intervino Kikyō, evitando que su novio terminara soltando algo por lo cual se ganaría una reprimenda de su madre—. ¿En tu casa no hablaban a la hora de la comida? —Desde que llegó, todos lo habían tuteado con naturalidad y eso no le molestó, por extraño que pareciera.

—No —confirmó, pero antes de que pudiera decir algo, Izayoi le interrumpió.

—Qué extraño —miró su propio helado, como si fuera una especie de artefacto que pudiera mostrarle sus recuerdos—. Inu hablaba demasiado cuando estaba en casa, en cualquier momento. —Luego miró a su hijo—. InuYasha lo heredó de él.

Sesshōmaru asintió, en completo acuerdo. —Padre era quién más hablaba en casa —aportó y los tres parecieron interesarse en la poca información extra que él estaba dispuesto a proporcionarles—. En cualquier lugar, en todo momento. —Recordó también como el hombre alegre que era su padre había deseado llevarlo consigo a aquel mundo ruidoso que conocía y que Sesshōmaru solo respetaba a la lejanía, porque el silencio era de su preferencia—. Su estudio siempre tenía música.

—Aquí siempre hay música —confesó InuYasha, minutos después—. Mi madre hoy decidió que debíamos comportarnos.

Izayoi le sonrió, pero la sonrisa no les legó a sus ojos e InuYasha supo que sería regañado. No importaba cuanto tiempo pasara, su madre siempre tendría ese poder de hacerlo temblar con facilidad.

—No queríamos ser groseros —corroboró la mujer y pareció meditar sus siguientes palabras con cuidado—. Tu padre me… habló de ti en algunas ocasiones —fue el turno de él de clavar sus ojos ámbares en ella, si bien él era un completo ignorándote de la "nueva" familia de su padre, ellos parecían no serlo—. Dijo que eras poco tolerante al ruido.

Él asintió, por primera vez en la tarde deseando no haber escuchado el último mensaje de su progenitor y haber invitado a Kagome Higurashi a esa reunión, para que pudiera aclararles las cosas a los tres. Sin embargo, ya era demasiado tarde y el pensamiento de su alumna le regresó nuevamente el enfoque que se había planteado en ese momento, mirando a la novia de su medio hermano y el evidente parecido que tenía con Kagome.

El silencio que les siguió se puso incómodo, como si la confirmación de que su padre había tenido dos familias que eran completamente diferentes pesara en ambos más de lo que estaban dispuestos a aceptar. Para sorpresa de todos, fue Sesshōmaru quien rompió el silencio.

—¿Eres prima de Kagome Higurashi?

Kikyō lo miró, confundida por lo que acababa de decirle. —¿La conoces?

—Es mi alumna —asintió—. Te ha estado buscando.

Izayoi, quién parecía leer a las personas con una facilidad envidiable, sólo le bastó con darles una mirada leve para saber qué su invitado no diría más ante la presencia de ellos dos. —InuYasha, ¿quieres acompañarme un momento? —El aludido la miró extrañado—. Necesito tu ayuda. —Aquello fue suficiente para hacer que el peliplata se levantara de su asiento y caminara junto a su madre.

Antes de irse, Izayoi les dedicó un asentimiento, como señal de que podían hablar con tranquilidad.

—Nuestras familias rompieron lazos —dijo la chica con tranquilidad—. ¿Para qué me buscaría?

—La perla de Shikon.

Ella se mantuvo estupefacta durante unos segundos hasta que pareció entender las circunstancias. —¿Ella puede ver espíritus? —Él asintió—. ¿Desde cuándo?

—Desde que nació —Vio la indecisión en los ojos contrarios, así que prosiguió—: No ha podido tener una vida normal. —Kikyō pareció más decidida—. Falta mucho a clases y siempre está cansada.

—Mi familia creía que el don de ver fantasmas sería mío —le sonrió—. Pero se equivocaron, soy una mujer normal. —Y probablemente, después de saber cómo había tenido que vivir su prima, lo agradecía—. ¿Dónde puedo encontrarla?

—Templo Higurashi —después de eso, le dio algunas indicaciones para encontrar el lugar. No tenía el número de Higurashi, pero también agregó donde estudiaba para que tuviera una segunda opción.

Después de ello, Izayoi volvió al lado de InuYasha y las conversaciones siguieron hasta que la noche cayó y Sesshōmaru les dijo que debía marcharse.


Kagome dejó de faltar a clases después de aquel fin de semana que él conoció a su medio hermano y la novia de este. La chica parecía más alegre y con más energía, pero ellos dos jamás volvieron a hablar de forma tan íntima y privada como en antaño.

Lo más cerca que habían estado fue una tarde antes de que todos abandonaran el aula que él se quedó hasta el final ordenando un par de cosas que se habían quedado fuera de su portafolio. Higurashi se acercó a él, con una sonrisa de oreja a oreja, desenado agradecerle por haber encontrado a su prima y haberla guiado hasta ella.

Sesshōmaru pudo ver el collar de la chica resplandecer con los rayos del sol que se filtraban por la ventana: la perla de Shikon. Él pensó que había sido un intercambio justo, ella le había dicho lo que su padre jamás pudo poner en palabras y él le había ayudado a dejar de dar mensajes que consumieran su energía para que, si deseaba hacer ese trabajo, tuviera opciones y no estuviera obligada.

Kagome también agregó que ahora podía controlar a voluntad su don y ayudar más a las personas de lo que alguna vez pudo hacerlo. Y, sin preguntárselo, dijo que estaba buscando recuperar la relación perdida con su familia lejana, siendo su prima la primera con la que intentaba mantener una comunicación constante.

Él no la frenó en su parloteo infinito y tampoco hubiera deseado que se fuera —aunque se lo negara muchas veces— pero aquello era como las cosas tenían que ser. Sus caminos se habían cruzado porque Kagome tenía un don que no podía controlar y ahora que todo estaba en su lugar, ambos ya no tenían nada más qué hablar. Todo podía volver a su curso.

Y así fue, mantuvieron un "relación" alumno-profesor como al principio y después de aquel semestre lleno de ausencias de parte de la chica, el siguiente periodo solamente se toparon un par de veces en el pasillo, donde no intercambiaron nada más que una mirada sutil o un saludo de cortesía. Manteniendo la distancia, la barrera que jamás debieron cruzar.

Y así estaba bien, se dijo Sesshōmaru. Porque sería la última vez que estaría por esos lugares, ya había decidido enfrentar el destino del que había huido después de que su padre falleció. Su madre había tenido razón al decirle que tarde o temprano tendría que regresar y hacerse cargo de todo para lo que se había preparado por años.

Después de marcharse de aquella universidad, las probabilidades de volverse a ver no sólo con Higurashi, sino con todas las personas que habían conformado su vida en Shikon, eran realmente bajas. Aun así, Sesshōmaru jamás había sido una persona codiciosa, no pedía más de lo que la vida le había dado hasta ese momento y estaba bastante seguro de que el futuro no era tan malo como lo hubiera pensado años atrás, cuando se marchó de Meido hacia un nuevo horizonte.


Fin.


Extra: Reencuentro.


El destino a veces solía ser caprichoso, comportándose como un niño pequeño al que le habían quitado su juguete favorito y lo quería de regreso a como diera lugar. Sesshōmaru se sintió así en el momento en que los ojos zafiros de su ex alumna lo miraron y lo reconocieron al instante. No era que ambos hubieran cambiado mucho, apenas hacia unos cuatro años —tal vez un poco menos o más, él no llevaba la cuenta— fue la última vez que se vieron en los pasillos de la universidad.

—Kagome —fue su turno de saludarla, jamás la había llamado por su nombre y hacerlo fue completamente distinto, como una señal de que las barreras entre ambos ya no tenían por qué existir.

—Nunca esperé encontrarnos… aquí —dijo ella, mirando con atención el estacionamiento de un centro comercial enorme que Shikon había inaugurado dos meses atrás.

—Estoy de visita —aclaró. Había estado viviendo en Meido, en la casa que pertenecía a sus padres pero que decidió remodelar. También, había más propiedades de las que jamás había oído y cuando mencionaron una casa de campo que su padre había adquirido, algo dentro de Sesshōmaru le dijo que aquel bien jamás había sido pensado para ellos en primer lugar.

Así que había viajado para darle aquella casa a su medio hermano, como un regalo.

—Escuché que se mudó —le dijo ella, finalmente y había algo de tristeza en sus pupilas que rápidamente fue reemplazada—. Muchos extrañábamos al maestro Taishō.

Él sabía que estaba mintiendo, conocía su fama entre los estudiantes, aunque decían que era un maestro bueno explicando, sus exámenes eran realmente de temer. Y no los hubiera culpado de estar felices de saber que su maestro no volvería a aparecer por ese lugar.

Asintió.

—Kikyō me dijo que usted es el medio hermano de su novio.

Volvió a asentir. —Nos conocimos hace tiempo. —Y por supuesto, él sabía qué su intención jamás había sido ser una figura frecuente en la vida de su medio hermano menor, no obstante, después de que la noticia de que su madre Irasue había muerto, Izayoi decidió invitarlo con más frecuencia a las reuniones familiares.

Como si él fuera otro hijo suyo, porque así lo había tratado. Le había dicho que él también era el hijo del hombre que amaba; Sesshōmaru no podía negar el hecho de que Izayoi tenía un corazón enorme lleno de bondad para todas las personas que se cruzaran en su camino.

Por eso, no había dejado de viajar ocasionalmente hasta Shikon solo para verse con ellos tres.

—Se casarán en un mes. —Le dijo su ex alumna.

—InuYasha me invitó —para sorpresa hasta de él mismo. Su relación no era la mejor, ocasionalmente chocaban, pero… parecían llevarse bien la mayor parte del tiempo—. También irás —no sonaba como una pregunta, consideraba que era bastante obvio porque sabía del evento.

Ella asintió, feliz. Con la sonrisa que él recordaba vívidamente. —Entonces, ¿nos veremos ahí…? —Vaciló un poco al llamarlo, preguntándose cómo debería llamarlo después de tanto tiempo. Él asintió de forma ligera, como dándole permiso de ocupar su propio nombre.

—Estaré con la familia de InuYasha —anunció. Había deseado estar con el resto de los invitados, pero Izayoi se negó rotundamente.

—Prometo acercarme a saludar, Sesshōmaru —mencionó y su nombre en los labios de ella se sintió correcto.

No obstante, él sabía que si no era ella quién se acercaba, sería él quién caminaría hasta donde estuviera, para que la distancia entre los dos se acortara, una vez más.



(1). Si alguien no sabe, salió una "secuela" de InuYasha y uno de los personajes es Kirinmaru y fue uno de los pocos que llamó mi atención, necesitaba incluirlo en algún fic, aunque fuera de palabra.


¡Hola! Gracias a quiénes siguen al pendiente de Ruleta, porque sigue activo, ¡aunque parezca que no! Con escritos que cada vez se hacen más y más largos. ¡No lo puedo creer! La primera vez que planee escribir esto, la idea fue de 1,000 palabras, ¿pueden decirme cómo se convirtió en algo de 8,551? Y la idea era escribir algo tipo maestro/alumno y todo terminó de forma platónica al final. No, no. Nada me salió como pensé.

Tengo una relación amor-odio con este relato en específico. Me gusta, aunque no era la idea que plantee, aunque tiene todos los elementos que quería que tuviera. ¡Pero tiene otros que no! En especial ese Extra. En fin, ¿entienden mi amor-odio?

Muchas gracias si llegaron hasta aquí. Espero todos se encuentren bien, un abrazo a la distancia y nos leemos (espero) en un futuro cercano.