Capítulo quinto

Mimi cumplió con su promesa de ayudarle a salir del bloqueo y, a la mañana siguiente, se encontró en la bandeja de entrada con un correo electrónico de ella que citaba en el asunto: Operación muerte al bloqueo.

Con una sonrisa, abrió el mensaje y se encontró con un montón de enlaces a páginas de internet pegadas en el cuerpo del mensaje junto a un par de frases escritas por Mimi en la que le alentaba a quitarse las telarañas abriéndose a nuevos retos y temáticas.

Enseguida vio que se trataba de múltiples concursos de relatos cortos o de microrrelatos que se celebraban por todo el territorio estadounidense, algunos se abrían ese mismo mes y otros estaban aún abiertos, pero al límite de la fecha de fin de recepción de manuscritos.

Comenzó a pulsar sobre los enlaces mientras daba un sorbo al café que amablemente le había dejado Daisuke antes de salir corriendo a empezar un día más de su estresante modo de vida. En la cocina hacía buena temperatura gracias a la estufa a sus pies y el gris que teñía el cielo en el exterior hacía maravillas con su mente creativa.

Se pasó toda la mañana leyendo las bases de cada uno de los concursos que Mimi le había enviado hasta que llegó a uno que provocó una reacción en él. Algo había cruzado por su cabeza cuando lo había visto y tenía que descubrir qué había sido.

Se trataba de un concurso que celebraba una editorial de Nueva York que acababa de comenzar ese mismo día, cuya consigna era escribir un relato de un máximo de diez hojas a partir de una frase que les proporcionaban y que tenía que aparecer de forma literal en cualquier parte del relato.

Takeru releyó la frase y entonces comprendió a qué se había debido aquel espasmo tan conocido procedente de su lado más creativo: "Aquella capa de nieve enterraba la superficie de madera de su sencillo establecimiento de comida tradicional de la misma forma en que sepultaba sus sueños y aspiraciones".

Se echó a reír de forma instantánea y se preguntó si aquello sería alguna clase de señal. ¿Acaso sería Daisuke la "musa" que con tanto ahínco había buscado y la que le libraría de aquel pozo de oscuridad?

No había podido evitar encontrar el símil en aquella frase con la situación de su querido amigo y su mente había comenzado a trabajar, buscando tramas y formando frases de aquella forma tan espontánea y natural a la que, tiempo atrás, había estado tan acostumbrado.

Estaba decidido. Participaría inmediatamente en aquel concurso y utilizaría a su amigo como protagonista de su pequeña historia. Pero estaba claro que no podría firmarlo con su verdadero nombre.

Se llevó una mano al mentón y pensó en un posible seudónimo con el que pudiera burlar al jurado y participar en igualdad de condiciones con los demás aspirantes. Entonces dio con uno y lo adoptó casi de inmediato: Ishida TK. Hacía muchos años que no utilizaba el apellido de su padre y casi nadie conocía aquel detalle de su vida personal. Sería imposible que le relacionasen con ello.

Animado, se había acomodado en el sofá de Daisuke, perdido en las ideas que aparecían en su mente y en cómo parecían casar unas con otras como las piezas de un puzle de una forma casi perfecta. Tan abstraído se encontraba que no se había dado cuenta de que algunos rayos de sol habían logrado vencer la barrera nubosa, iluminando ligeramente la estancia donde se encontraba.

El resto de la mañana había logrado sacar todas aquellas ideas para plasmarlas en un bloc de notas y lo había dejado todo preparado para empezar a escribir el relato por la noche. Después de aquello, se apresuró a prepararse para salir. Tenía que ayudar a Daisuke con el negocio.

Consultó su reloj antes de cerrar la puerta del piso y se figuró que su amigo se encontraría en ese momento parado frente a la estación Grand Central Station, por lo que tomó la decisión de dirigirse hacia allí.

Cuando llegó a las inmediaciones de la emblemática estación, el ruido de Manhattan inundaba cada esquina. El sol había logrado salir e iluminaba el majestuoso edificio de la estación frente a él, dándole la notoriedad que se merecía en aquel lugar.

No muy lejos de allí divisó el carro de Daisuke y cruzó corriendo la calle para reunirse con él cuanto antes. En ese momento se encontraba muy ocupado sirviendo fideos a una masa de personas con maletas que seguramente acababan de arribar a la ciudad y se habían dejado embrujar por sus fideos fritos a cuatro dólares la ración.

Se apresuró a unirse a él para ayudarle a repartir las raciones y el ligero gesto de alivio por parte de Daisuke le animó a trabajar mucho más deprisa, ocupándose de atender a los clientes mientras su amigo se dedicaba a preparar todas las raciones.

Pronto tuvieron una pausa y se apoyaron contra la superficie del carro suspirando y sintiendo el cansancio recorrer su cuerpo:

—Toma, te he traído la comida —dijo Takeru tendiéndole una bolsa a Daisuke que aceptó de inmediato.

Tras una larga conversación el día anterior, Takeru había logrado convencer a su amigo para que dejara de comer fideos fritos todos los días y había aceptado que Takeru le trajera comida diferente recién hecha. Estaba harto de que Daisuke se alimentara de cualquier manera y estaba dispuesto a evitarlo durante el tiempo que permaneciese a su lado. Sentía que cada día más se parecía más a su hermano Yamato.

—¿Qué tal se ha dado el día? —le preguntó mientras le veía destapar el táper y dejaba que el humo de la comida caliente se perdiera en cuanto fue liberado.

—Bien, como siempre —contestó Daisuke mientras comenzaba a comer—. Sólo que, cuando pasé por el Consulado, me dijeron que Taichi estaba en California en un acto de homenaje a las víctimas japonesas de los campos de concentración de Estados Unidos o algo así… ¡Oye! Esto está buenísimo. No tenía ni idea de que supieras cocinar.

Takeru sonrió a su amigo, pero no pudieron continuar con el descanso porque en ese momento llegaron nuevos clientes. Dejó a Daisuke terminando de comer y les atendió él mismo, despachándoles un poco más rápido que días anteriores. Estaba comenzando a acostumbrarse a aquel oficio.

Mientras continuaba sirviendo a las personas que se acercaban a comprar, escuchó el tono de llamada del móvil de Daisuke sonar de forma estruendosa a su espalda. No prestando más atención continuó trabajando hasta que un cambio en el tono de su voz provocó que su mente volviera a centrarse en él:

—Lo sé, Tony y de verdad que te agradezco la paciencia que tienes, pero… sí entiendo que tu mujer reclama el alquiler, pero… por favor, dame un poco de tiempo y reuniré el dinero en cuestión de días… Ya sabes lo que me hizo Steve y me está costando… por favor, Tony, dame un par de días, te lo ruego… De acuerdo, gracias.

Le escuchó colgar y emitir un suspiro antes de levantarse y unirse a él en el trabajo. Le miró a su lado, con el semblante relajado ante el público como si nada pasara y sintió que el enfado escalaba por su cuerpo:

—¿Era tu casero? —le preguntó mordiéndose la lengua para que no se notase lo enfadado que estaba.

—Sí… le debo dinero del alquiler, pero pronto lo voy a solucionar —se explicó Daisuke sin mirarle a la cara—. Antes era siempre puntual en el pago, pero después de que Steve se largase con todo mi dinero, pues… ya no es tan sencillo.

—Daisuke, te ofrecí mi dinero para afrontar el alquiler juntos y me dijiste que no era necesario —le dijo muy serio— ¿Ahora resulta que le debes meses de alquiler a tu casero?

—Es algo temporal, tuve que abonar los meses de impago del cabrón de Steve y aún no me he recuperado del todo, pero pronto le pagaré. Confía en mí.

—¿Cuánto le debes? —preguntó temiéndose lo peor.

—Dos meses de alquiler, pero pronto reuniré el dinero, te lo prometo —contestó el chico mirándole con pena—. Lo arreglaré todo, ya verás. No te preocupes.

Takeru asintió para zanjar la conversación, pero no estaba conforme. Estaba furioso, pero más que con Daisuke, lo estaba consigo mismo. ¿Cómo había permitido que su amigo rechazase sin más su dinero para el alquiler? Sabía que Daisuke estaba acostumbrado a hacer las cosas a su manera y nunca permitía que le ayudase nadie, pero esta vez no debía haber cedido, tenía que haber sido más firme. Y sabía que sólo habría una forma de aflojar la carga económica de su amigo por un tiempo.

Mientras continuaban el itinerario de Daisuke que les dirigía de nuevo a Times Square, Takeru iba maquinando lo que iba a hacer para llevar a cabo su plan y, cuando consultó que en su reloj marcaban casi las siete de tarde, decidió hablar con su amigo:

—Dai-kun —comenzó a tantearle—, he pensado que sería buena idea que me vaya adelantando para empezar a hacer la cena en tu casa. He visto que tienes pescado en el congelador y deberíamos comerlo hoy antes de que termine poniéndose malo. ¿Te hago falta aquí?

Como respuesta, Daisuke comenzó a alentarle para que se marchase prometiendo estar en un par de horas en casa para la cena. Takeru observó que su amigo parecía haberse tragado la treta y se apresuró a marcharse, temeroso de que le descubriera tramando algo contra él.

Pronto, abandonó Manhattan en metro en dirección al West Bronx mientras daba vueltas al plan que tenía en mente y, cuando se apeó en la estación más cercana a la vivienda de su amigo, estaba completamente convencido de que estaba haciendo lo correcto a pesar de que Daisuke no sospechase nada.

Alcanzó la calle, sintiendo cómo el aire húmedo procedente del río Hudson calaba sus huesos una vez más y, aunque tratase de apretar el abrigo contra su cuerpo, éste ya era incapaz de expulsar aquel frío.

Tiritando se internó en el edificio de viviendas, pero en el ascensor no pulsó la habitual tecla que le llevaría al tercer piso, sino que esta vez tenía intención de dirigirse a la quinta planta. Mientras el elevador seguía el camino señalado, Takeru estrujaba sus dedos con nerviosismo pensando en lo que podría decir o hacer cuando llegase el momento, pero su mente se vio inmediatamente interrumpida por la alarma que le indicaba que acababa de llegar a su destino.

Suspiró y, sin darse ni un segundo más a pensárselo, salió con rapidez del ascensor y pulsó el timbre de la primera puerta que se encontró. Aquella planta no estaba en mejores condiciones que la de Daisuke, incluso una de las ventanas del pasillo estaba rota y el frío de la calle penetraba en su interior, generando todavía mucha más incomodidad. La idea de darse la vuelta y marcharse se hacía mucho más ruidosa en su mente.

En ese momento, la puerta se abrió dejándole sin escapatoria y se encontró frente a él a un hombre de estatura media y gordo, cuya prominente barriga saludaba enfundada en una sucia camiseta blanca de tirantes y que le miraba con el ceño mientras fumaba un cigarrillo. Al fondo, se escuchaban gritos de niños mezcladas con una televisión con el volumen demasiado elevado.

Takeru le escaneó con la mirada, descubriendo que aquel hombre coincidía con la descripción que Daisuke le había dado sobre él. Hacía poco le había contado también dónde vivía aquel hombre y le vino muy bien aquella información para lo que pensaba hacer a continuación:

—¿Quién eres? —le preguntó el hombre, tosco y huraño.

—¿Es usted Tony Dallas? —preguntó rápidamente y, al ver su afirmativa, prosiguió— Soy amigo de Daisuke Motomiya, su inquilino.

—¿Daisuke? —preguntó éste mirándole con confusión— Querrás decir Davis Motomiya, ese sí es mi inquilino.

—Sí, de acuerdo, Davis —Takeru se rindió a aquel apelativo y, mientras rebuscaba en su cartera, continuó hablando—. Aquí tiene, espero que sea suficiente para saldar la deuda de mi amigo con usted.

Tony Dallas tomó el fajo de billetes que le ofrecía y, al momento, le miró diciendo:

—Este es el alquiler de tres meses, él sólo me debe dos.

Takeru le miró sorprendido cuando aquel hombre le tendió el dinero sobrante. No esperaba que fuera a ser tan legal con él y debió de ser muy notorio su asombro porque le escuchó añadir a continuación:

—Davis es un buen tipo, ese cabrón de Steve le hizo una faena gorda y no quiero joderle más de lo que ya está.

—¡Quédeselo! No le reclame el mes que viene y estamos en paz —contestó Takeru.

Tony asintió y extendió su brazo rollizo en su dirección para sellar el trato. Él se apresuró a aceptárselo, sintiendo como si un gran peso se le quitase de encima después de eso.

Se despidió y volvió a la tercera planta para comenzar a hacer la cena antes de que Daisuke volviese.

Su amigo no sospechó nada en ningún momento y devoró la cena en cuestión de segundos para quedarse a continuación completamente dormido en el sofá mientras trataban de disfrutar de una película.

Después de instarle a que se fuera a la habitación, Daisuke se despidió, avergonzado, según él, por ser el amigo más aburrido del mundo y cerró la puerta dejando a Takeru solo a las once de la noche y sin ninguna pizca de sueño.

Pero Takeru no le necesitaba en ese momento. Tomó el ordenador portátil que se había traído con él desde París y se encontró, después de varios meses, frente a la temible hoja en blanco.

Sin embargo, aquellas ideas que se habían estado formando todo el día en su cabeza para el concurso golpeaban sin piedad cada parte de su cabeza, exigiendo ser liberadas y él no podía hacer otra cosa que obedecer sus órdenes.

Sus manos comenzaron a narrar la historia de un joven que vendía comida tradicional en un país que había olvidado sus propias raíces. Cómo se esforzaba en hacerles recordar sus orígenes con el olor o el sabor de los platos de sus infancias y cómo fallaba estrepitosamente en sus intentos, como si, aparte de olvidarse de su arraigo, también hubieran perdido sus sentidos. Sin embargo, él nunca se rendía y se enfrentaba a las distintas adversidades para lograr aquel sueño que parecía realmente imposible. Como Daisuke cada día que se levantaba para comerse el mundo.

Escribió sin parar durante dos horas, tomándose unos cortos descansos para tomarse una copa de vino que Taichi le había regalado a Daisuke en alguna ocasión o para documentarse sobre determinados temas. Pero la inspiración no le abandonó y, cerca de la una de la mañana, dio fin al primer borrador del relato que enviaría al concurso.

Se acomodó en el sofá y observó con satisfacción el resultado de su trabajo, sintiendo cómo la inspiración aún le envolvía en ese halo de creatividad que tanta satisfacción siempre le había provocado.

Sabía que aún tenía mucho que corregir, pero por esa noche prefería dejar reposar el relato hasta otro día que lo viera con otros ojos. Cuando la inspiración le poseía nunca podía ser objetivo con el resultado.

Se fue a la cama con el corazón henchido de orgullo y con la imagen de Mimi en su mente al pensar en todo lo que había escrito gracias a ella. Sin ninguna duda, ella sería la primera persona a la que le enseñaría aquella historia.


Nota de autor: Espero que os haya gustado. ¡Nos leemos en el siguiente episodio!