AL DESPERTARSE, Edward notó el cuerpo desacostumbradamente pesado. Le dolía todo él. Era una sensación poco habitual. Se le ocurrió que tal vez estuviera enfermo.
Pero, entonces, aspiró un olor femenino y se espabiló del todo. Abrió los ojos. No estaba enfermo. Era Bella. Y, de pronto, su cuerpo dejó de estar pesado y comenzó a reaccionar.
Lo asaltaron una serie de imágenes: pechos firmes coronados por pezones pequeños, muslos pálidos y delgados separándose para él, su lengua saboreando la dulce esencia de ella, la sensación de sus músculos apretándose en torno a él, sus ojos verdes…
Virgen. Suya.
El sol entraba por la ventana. Normalmente no dormía más allá del amanecer, así que se sintió desconcertado.
La cama estaba vacía, pero el olor de ella permanecía. No lo había soñado. Pero, de pronto, recordó fragmentos de un sueño en el que habían vuelto a hacer el amor apasionadamente.
Edward frunció el ceño. En el sueño no había usado protección. Y como él nunca dejaba de hacerlo, no podía ser real, aunque se lo pareciera.
¿Dónde estaba Bella? Se levantó, se puso un chándal viejo y, después de mirar en el cuarto de baño, comenzó a buscarla por el piso. No había rastro de ella ni tampoco señales de que hubiera usado el servicio.
¿Dónde demonios estaba? Se había ido.
Otra vez. Edward se sintió abatido, una sensación nueva en alguien que siempre dejaba a las mujeres. El apartamento estaba impecable. ¿Estaba tan desesperado por lograr una relación que fuera verdadera que lo había soñado?
Volvió al dormitorio sin saber lo que buscaba y vio la sangre de Bella en las sábanas.
Así que todo había sido real. Ella era real.
No le gustaba que hubiera vuelto a escaparse. Lo desequilibraba. Se acercó a la ventana y miró la ciudad. En algún lugar estaría ella. La buscaría y, cuando la hallara, vería que no era un ser misterioso y etéreo. Y una vez saciado de ella, se la quitaría de la cabeza, como a las demás mujeres con las que se había acostado.
A pesar de sus esfuerzos, Edward no encontró a Bella. Habían pasado ya cuatro meses y su cuerpo seguía deseándola. Solo a ella. Las demás mujeres lo dejaban frío.
Lo ponía furioso porque le recordaba las consecuencias de la pasión que había habido entre sus padres, que, al final, los había conducido a la destrucción y a él lo había abocado a una vida de secretos y mentiras en una celda de oro, con dos personas severas que no lo querían.
Llamaron a la puerta del despacho.
–¿Sí?
Su ayudante entró con aspecto sombrío.
–La tenemos, Edward, pero creo que no va a gustarte.
Edward frunció el ceño.
–¿A qué te refieres?
El joven dejó en el escritorio uno de los periódicos más populares de Nueva York. En la portada se leía:
A una criada de Manhattan le toca el gordo al quedarse embarazada del hijo de los Lyndon-Holt.
Bajo el titular había una foto de Bella Swan, no Dwyer, con los ojos desorbitados y expresión de sentirse acosada.
Edward analizó la situación mientras se le contraía el estómago. Una palabra explotó en su cabeza:
«Imbécil, imbécil, imbécil…».
Tenía razón al pensar que mujeres como ella no existían; era evidente que así era. Leyó el artículo por encima y se enteró de que Bella había trabajado de criada para su abuela. Edward pensó que debería haber reconocido la obra de su abuela, aunque hubiera contado con la ayuda de una voluntariosa cómplice.
No levantó la vista del periódico. Tenía miedo de romperse en pedazos si se movía. Se limitó a decir en un tono reposado que desmentía su creciente furia:
–Búscala y tráemela. Ya.
Bella estaba sentada en la parte trasera de un coche conducido por un chófer. Cruzaban el puente de la isla de Manhattan. No había tenido más remedio que montarse cuando un hombre taciturno se había presentado en su casa y le había dicho que estaba allí para llevarla a ver al señor Masen.
Ella sabía que aquel encuentro era inevitable. Lo había sabido desde que le confirmaron, dos meses antes, que estaba embarazada. Y, siendo sincera consigo misma, lo había sabido mucho antes, ya que, aquella noche, habían vuelto a hacer el amor en un momento en que no estaban totalmente dormidos ni completamente despiertos. Al despertarse al amanecer, intentó convencerse de que había sido un sueño.
Y, a pesar de que estaba aterrorizada al pensar en las posibles consecuencias, había tenido la sensación de que debía aceptar y proteger a ese niño no nacido, incluso antes de que le faltara la primera regla y sus temores se confirmaran.
Había necesitado recurrir a todo su valor para acudir a que le confirmaran el embarazo, ya que tenía el presentimiento de que, en cuanto alguien lo supiera, su futuro hijo correría peligro.
En ningún momento se le había ocurrido ir a contárselo a la señora Lyndon-Holt. Lo único en lo que había pensado era en cómo se lo diría a Edward. Ni se le había pasado por la cabeza que ya dispusiera de un medio de salvar a su padre, porque no se soportaría a sí misma si utilizaba a su hijo como moneda de cambio, ni su padre querría que lo hiciera. Sin embargo, no tenía que haberse preocupado por ir o no ir a ver a la señora Lyndon-Holt, ya que esta no iba a dejarla escapar.
En la parte trasera de una limusina, aparcada en una tranquila calle de Queens, la señora Lyndon-Holt le había enseñado una serie de fotos en las que se veía Edward y a Bella saliendo del edificio después de su segundo encuentro; a ella en la boca de metro antes de decidirse a quedarse con él; y a ella saliendo del piso de Edward al amanecer con aire de tristeza, ya que creía que no volvería a verlo. Y a partir de entonces, cada uno de sus movimientos había quedado registrado. La señora había esperado a que pasaran los primeros meses de embarazo, los más peligrosos, para caer sobre ella.
Cuando Bella había intentado salir del coche, la mujer la había agarrado con fuerza.
–¿Acaso te has olvidado de tu paga?
–No deseo nada de usted.
–Tal vez sea así, pero a tu padre le vendría bien una ayuda, ¿verdad? ¿O vas a dejarlo morir sabiendo que podrías haberlo salvado, de no ser por tu obstinado orgullo? ¿Debo recordarte que has firmado un acuerdo de confidencialidad? Eso implica que no puedes hablarle a nadie de nuestro plan. Y no te creas que a mi hijo le va a hacer ninguna gracia la noticia. Ya se sabe que no quiere tener hijos. Así que, Bella, soy el único apoyo con el que cuentas. Solo tengo que hacer una llamada y tu padre morirá de viejo.
La señora Lyndon-Holt tenía razón. ¿Cómo iba a seguir viviendo si sabía que había negado a su padre la posibilidad de curarse?
Estaba atrapada.
Se trasladó al padre de Bella a una clínica para prepararlo para la carísima operación que se realizaría dos semanas después. El hombre había creído lo que le explicó Bella: que la señora Lyndon-Holt se había sentido caritativa con su antiguo empleado.
Mientras el coche cruzaba el puente, Bella miró por la ventanilla. Estaba dispuesta a pasar por aquello.
Había sido increíblemente egoísta al creer que podía apropiarse de algo que no le correspondía, una noche con Edward Masen , y debía hacer frente a las consecuencias. Y si su padre era quien iba a beneficiarse, habría valido la pena.
Por eso y por la nueva vida que crecía en su interior, una vida que no lamentaba haber creado. Le daba igual que su hijo heredara o no una inmensa fortuna, ya que ella no había esperado beneficiarse personalmente del acuerdo con la señora Lyndon-Holt.
Dedicaría su vida a proteger a su hijo de todo mal y se juró que no sufriría a causa del comportamiento de su madre.
El edificio de Edward apareció a lo lejos. Bella se estremeció.
Al ir a marcharse después de la noche pasada con Edward, mientras él seguía durmiendo, lo había mirado por última vez, tumbado como un dios caído.
Había sido desgarrador dejar de mirarlo, sabiendo que no volvería a verlo y que conservaría en la memoria esa noche como un valioso secreto.
Pero ya había dejado de ser un secreto, y no podía culpar a nadie salvo a sí misma.
A Bella le pareció que no había tardado ni un segundo en subir al despacho de Edward. Pero sabía que el tiempo se aceleraba cuando uno menos lo deseaba.
Una mujer elegantemente vestida le abrió la puerta para que entrara en un amplio despacho. Lo vio inmediatamente, lo que la hizo tropezar en el umbral. Edward estaba sentado tras un sólido escritorio de madera. Ella apenas oyó la puerta cerrarse. El mobiliario era grande, imponente. Y él también lo parecía, más de lo que recordaba, a pesar de estar sentado.
Llevaba una camisa blanca abierta en el cuello. No se había afeitado y estaba despeinado.
Edward se levantó, apoyó las manos en el escritorio y se inclinó levemente. Sus ojos azules la examinaron de arriba abajo.
–¿Cree que volverá a engañarme con otro atuendo recatado, señorita, o señora, Swan ?
Bella se sintió culpable y muy desgraciada. Por supuesto que él ya sabía su verdadero apellido. La camisa blanca y los pantalones negros que se ponía para trabajar en un restaurante de Queens, uno de sus tres empleos, la cohibían. Llevaba el pelo recogido en una coleta e iba sin maquillar.
Apretó el bolso con más fuerza con las manos, frente a su vientre.
–No pretendo engañar a nadie.
Le salió una voz fuerte y decidida. No estaba dispuesta a dejar que él se diera cuenta de lo difícil que le resultaba aquello. Lo único que quería era disculparse y darle una explicación. Sin embargo, no podía explicarle nada, y hacía tiempo que había perdido la oportunidad de disculparse.
Edward rodeó el escritorio, y las hormonas en estado latente de Bella se avivaron y espabilaron, a pesar de la actitud agresiva de él.
Edward se apoyó en el escritorio y cruzó las piernas y los brazos. A ella le pareció un completo desconocido, alguien que no tenía nada que ver con el seductor que la había cautivado.
–Me pica la curiosidad –dijo él–. ¿Qué cobra una prostituta virginal en la actualidad? Eso suponiendo que de verdad fueras virgen. Si no lo eras, lo de la sangre fue un detalle muy ingenioso.
Sus palabras desgarraron el corazón de Bella.
–Las cosas no fueron así.
Él se incorporó y afirmó en tono glacial:
–Así es precisamente como fueron.
Bella se sentía mortalmente herida. Y eso que estaba segura de que él aún no había comenzado a atacarla de verdad.
–No soy prostituta.
Edward la miró con desprecio.
–Lo que es seguro es que no eres una humilde e invisible criada. ¿Esperas que me crea que las dos veces que nos vimos fue por causalidad, para que luego te desvanecieras y reaparecieras de repente meses después afirmando que estabas embarazada de mí?
Bella fue a decirle que el bebé era suyo, pero él no había terminado de hablar.
–Parece que has olvidado que la casa en la que trabajas es la de mi familia.
Ella intentó corregirle, ya que había dejado de trabajar allí, pero él siguió hablando con frialdad.
–Tengo que reconocer que eres ingeniosa al haber utilizado uno de los trucos más antiguos: ser dulce como la miel.
Se le acercó y se detuvo frente a ella.
–Pero esa miel me ha sabido amarga. Ella lo interrumpió antes de que siguiera hablando.
–Llevo cuatro meses sin trabajar allí. Y las cosas no son así, te lo juro.
Edward la miró con tanto desdén que ella se calló. Él comenzó a andar a su alrededor, como un tiburón. Se situó detrás de ella y le dijo:
–Da igual que trabajes allí o no. Dime, ¿te han dado una prima por quedarte embarazada?
Ella se negó a volverse y dijo, muy tensa:
–Las cosas no son así.
Edward lanzó un bufido.
–Suponiendo que estés embarazada y que sea mío, diría que todavía estás en nómina, por lo que, esencialmente, se trata de una transacción que muchos calificarían de…
–¡Ya basta! –exclamó ella con voz dura. Edward se puso frente a ella. –Hay que ver cómo te defiendes. Bajó la vista hasta su vientre, que ocultaba el bolso.
–Estoy embarazada de ti y era una criada. No digo que nuestros encuentros no estuvieran preparados… –vaciló. Sabía que, por mucho que intentara defenderse, Edward tenía razón. Pero él no la escuchaba. Retrocedió con los brazos cruzados.
–Aunque me encantaría creer que no lo es, probablemente ese hijo sea mío. Esme Lyndon-Holt está tan obsesionada con la herencia familiar que no dejaría algo tan importante al azar ni correría riesgos.
«Claro que no», pensó ella. Lo sabía muy bien. Sintió náuseas al pensar en la madre de Edward .
–En el momento en que aceptaste dinero por seducirme, cruzaste una línea que millones de mujeres cruzan todos los días en esta ciudad. Y, probablemente, la mayoría sean personas más íntegras que tú.
Bella se esforzó por no agachar la cabeza. Aquello era lo mínimo que se merecía, y lo sabía.
–No quería hacerlo. Me fui la primera noche.
Edward la miró con la incredulidad pintada en el rostro.
–Eso fue un truco para incitarme a buscarte, a desearte.
Bella se dijo que era lógico que lo creyera.
–No volveré a preguntártelo. Dime cuánto te han pagado por darme un hijo cuando no quería ser padre.
Bella no podía contestarle. ¿Cómo iba a decirle que el precio había sido la vida de su padre? No podía incumplir el acuerdo de confidencialidad. Si lo hacía, su padre pagaría las consecuencias. No le importaba lo que le sucediera a ella, pero ya no solo se trataba de ella. Frente a la hostilidad de Edward , lo único que podía hacer era aferrarse a la idea de que lo había hecho por su padre y que, por tanto, había merecido la pena. Y debía proteger al bebé inocente que llevaba en su seno, que no se merecía aquel oprobio.
Edward la fulminó con la mirada, exigiéndole en silencio una respuesta.
–No voy a decirte nada.
Edward, a punto de estallar, miró a Bella. Claro que no iba a decirle nada. No querría hacer peligrar la, sin duda, cuantiosa suma que recibiría cuando su hijo tomara su apellido y heredara la fortuna de los Lyndon-Holt.
Estaba a punto de perder el control y no le hacía gracia reconocer que ni siquiera antes, cuando su vida se había partido en dos, se había sentido tan inestable. Se había jurado que no volvería a verse en la situación de estar a merced de secretos y mentiras. Y allí estaba.
Se volvió bruscamente y se dirigió a la ventana. No estaba seguro de lo que había esperado, pero sí de que ella proyectara una imagen distinta de la persona inocente de sus dos encuentros anteriores. Esperaba que pareciera segura de sí misma, orgullosa de lo que había hecho, que se sintiera una triunfadora. Pero no parecía nada de eso. Se limitaba a mirarlo con sus grandes ojos, en los que había un destello de burla porque él hubiera sido tan débil y hubiera creído en ella.
Y aunque su virginidad hubiera sido cierta, todo lo demás había sido pura mentira. Recordó cómo había intentado convencerla de que se quedara con él y cómo lo había mirado con expresión atormentada, como si de verdad estuviera luchando con su conciencia. Y, después, había huido para reaparecer a la semana siguiente. ¡Qué estúpido había sido al creer que se trataba de una coincidencia! Por mucho que Edward deseara extirparla de su vida, no podía hacerlo.
Estaba embarazada. Había observado la leve hinchazón de su vientre, que ella trataba de ocultar tras el bolso. Además, en cuanto había visto su foto en el periódico, la libido se le había disparado.
Embarazada… Todavía estaba en estado de shock, tratando de aceptar que lo más probable era que él fuera el padre. Nunca se había planteado la paternidad, ya que estaba empeñado en que el apellido Lyndon–Holt desapareciera con su abuela. Sin embargo, sabía que, aunque culpara a Bella y a su abuela, el único culpable era él por haber sido débil. Había bajado la guardia en cuanto vio la esbelta espalda desnuda de Bella, su belleza sin adornos. Y aunque había habido momentos en que le habían asaltado dudas, no había hecho caso debido a que estaba en celo, como un animal. Suponía que todo lo que le había sucedido con su familia lo había colocado en una posición de ventaja frente a los demás, pero no había aprendido nada. Había sucumbido al encanto de aquella mujer, que había aprovechado las horas más oscuras de la noche para exprimirlo con su cuerpo. Y él no se había dado cuenta de que no era un sueño porque nunca había sentido nada igual. No había sido un sueño, pero era una pesadilla. Y su debilidad implicaba que todo lo que había hecho para vengar a quienes le habían dado la vida había sido en vano. De pronto, se le ocurrió una idea, una posibilidad que le permitiría quedar vencedor.
Su furia comenzó a disminuir. Había un modo de dar la vuelta a la situación, frustrar los planes de su abuela y vengar a sus padres. Lo que heredaría su hijo sería el apellido del padre de Edward : Masen . Se volvió hacia Bella ñ. Se fijó en que había perdido peso y parecía aún más etérea y delicada.
Contra su voluntad, se sintió conmovido. Debía centrarse, recordar quién era ella y lo que había hecho.
–Siéntate –le ordenó. Ella no se movió, por lo que le acercó una silla. Estaba más pálida que antes–. Siéntate antes de que te caigas al suelo.
Le sirvió un vaso de agua casi sin darse cuenta. Se lo tendió y ella lo miró mientras bebía. Sus mejillas recobraron algo de color. Él volvió a sentarse frente al escritorio, se aflojó la corbata y se desabotonó el primer botón de la camisa. Había llegado el momento de evaluar con precisión a lo que se enfrentaba.
–Supongo que has firmado un contrato.
Ella tomó otro trago de agua. Cuando volvió a mirarlo se puso derecha, como si se preparara para la batalla.
–¿Y bien? –insistió él impaciente. Ella tragó saliva, lo cual hizo que él le mirara la garganta y recordara que se la había recorrido con la lengua. Y, de pronto, a la irritación se le unió una oleada de deseo tan intensa que se alegró de estar sentado. Se odió por sentir aquel deseo.
Le resultaba increíble que, después de haberlo traicionado como lo había hecho, a su libido le diera igual. Lo único que sentía era una total y absoluta necesidad de Bella, con independencia de quién fuera o de lo que hubiera hecho. Era horrible que su propio cuerpo perpetuara la traición.
–No puedo decirte nada –respondió ella.
La furia volvió a apoderarse de él. Se levantó y se alejó del escritorio y de ella. Eran pocos los que se atrevían a enfrentársele. Y casi estuvo a punto de respetarla por eso.
–¿Cómo que no puedes? Dirás que no quieres.
El asco que le producía su complicidad con su abuela lo hizo darse cuenta de que tenía que comenzar a controlar la situación. Como si ella se diera cuenta de lo que se avecinaba, le preguntó:
–¿Por qué me miras así?
La voz le tembló un poco, pero Edward se dijo que era miedo porque sabía que no iba a vencerlo.
–Voy a aceptar la responsabilidad de mis actos. Y voy a hacerlo ahora mismo.
–¿A qué te refieres?
–Me refiero, mi dulce y venenosa Bella, a que voy a limitar los daños y te vas a venir conmigo.
Bella se levantó con el vaso de agua en al mano. El bolso cayó al suelo
–¿De qué hablas?
–De que voy a hacer todo lo que esté en mi poder para asegurarme de que el bebé no reciba el legado de los Lyndon-Holt.
Vio que ella volvía a palidecer, seguro que porque su paga peligraba.
–Pero no puedes hacer eso. Soy yo la madre y tengo derecho a decidir lo que quiera sobre mi bebé.
Era suyo también. Iba a ser padre. Comenzaba a parecerle real. Sintió algo intenso y completamente desconocido: se sintió protector, capaz de ofrecer protección. Y dicho sentimiento aumento su determinación.
–También es mío, ¿acaso lo has olvidado? Escúchame bien, ese niño será un Masen. Y haré lo que esté en mi mano para que así sea.
Vio una expresión de pánico en los ojos de Bella al tiempo que apretaba la mano en torno al vaso. Se acercó a ella, sin darse cuenta, y le quitó el vaso, enfadado consigo mismo por su reacción.
Cuando observó lo pálida que estaba tuvo que contenerse para no tranquilizarla. Tenía que recordar quién era, una mercenaria que se había quedado embarazada a cambio de dinero.
~ ~~~~~~~~~Nueve meses y un bebé~~~~~~~~~~
Gracias por el apoyo a la historia y a sus comentarios !!
será que podemos llegar a los 60 comentarios está vez? Jsjsjs Y subo la historia completa. Faltan 3 capítulos y el epílogo.
Estaré subiendo los capítulos que primetí durante el resto del día ya que tengo un poco de trabajo que hacer Y no quiero esperarme hasta la noche que pueda subir todos.
