Naruto Y Hinata en:
Lord Pecado
4| OJOS TRISTES
EL TERROR la consumió. ¿Dónde estaba Lheo? ¿Adónde podía haber ido? Hacía tan sólo un instante estaba de pie a su lado, y Hinata le había dicho mil veces que no se alejara de ella. Especialmente en lugares desconocidos donde había tantos extranjeros.
¡Oh, Dios, le podía ocurrir cualquier cosa!
Hinata volvió a buscar con la mirada entre la multitud v vio a varios niños pequeños, pero ninguno de ellos guardaba ningún parecido con su diablillo.
¿Podría haberse metido en algún lío? Con el corazón retumbándole dentro del pecho, Hinata buscó apresuradamente alrededor.
—Santa María bendita, ¿Dónde puedes estar, muchacho? —murmuraba una y otra vez mientras buscaba a su hermano—. Por favor, Dios, devuélveme a mi hermano. Juro que nunca volveré a pedirle que se calle y responderé a cada una de las preguntas que me haga. Nunca volveré a perder la paciencia con él. Pero por favor, Dios, te ruego que me permitas encontrar a Lheo antes de que le ocurra algo. —Los ojos se le llenaron de lágrimas.
Lheo podía haberse caído al río o un carro le podía haber pasado por encima. ¡Podía haber sido secuestrado por ladrones o haber caído en manos de cualquier desaprensivo! La mente de Hinata repasó numerosos escenarios horripilantes, y todos ellos culminaban con Lheo que la necesitaba y ella que no estaba allí para protegerlo.
Si le ocurría algo, Hinata nunca sería capaz de seguir viviendo consigo misma.
El dolor que le atenazaba el pecho era insoportable. Le desgarraba los pulmones y casi le impedía respirar.
Hinata no tenía ni idea de dónde buscar. No tenía ni idea de cómo encontrar a su hermano en aquella ciudad extranjera. Entonces un pensamiento bastante claro logró abrirse paso a través de su pánico.
Lord Naruto.
Él encontraría a Lheo. Hinata estaba segura de ello. Ahora ya sólo tenía que encontrar a lord Naruto.
Naruto iba observando al gentío que lo rodeaba mientras cabalgaba por las calles. Había acorralado a la pobre Aelfa, y no hizo falta mucha presión para que la doncella confesara el plan de Hinata. Ahora lo único que tenía que hacer él era llegar a la posada antes de que la muchacha comprara sus caballos.
Con Konohamaru siguiéndolo, iban por las calles a buen paso.
Entonces Naruto divisó entre la multitud un velo azul llevado por una mujer, su cabeza y sus hombros sobresalían de entre quienes la rodeaban. Aunque parecía estar muy alterada y tener mucha prisa, Naruto la reconoció nada más verla.
—¡Hinata! —llamó. Ella se detuvo de inmediato.
En vez de salir huyendo como esperaba Naruto, corrió hacia él.
—Benditos sean los santos y toda su gloria—dijo, el rostro surcado por las lágrimas mientras le ponía las manos en la pierna derecha. Su desesperado contacto no hubiese debido afectar en lo más mínimo a Naruto, pero sí le abrasó la piel con un calor palpitante que fue directamente hacia su entrepierna—. Cómo me alegro de veros. Sus palabras dejaron atónito a Naruto. Nadie le había dicho nunca nada semejante, y menos con tanta sinceridad en la voz.
Algo muy malo tenía que haber ocurrido para que ella quisiera volver a verlo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el chico no estaba con ella. Bajó al suelo y la agarró de los brazos.
—¿Qué ha pasado?
—Es Lheo. —Le apartó las manos, lo cogió del brazo y empezó a tirar de él calle abajo mientras miraba a su alrededor—. Se ha ido y tenemos que encontrarlo. Hace unos minutos estaba aquí y de pronto se esfumó. ¡Lheo! —gritó.
Varias personas los miraron, pero nadie respondió.
—¡Konohamaru, el chico ha desaparecido! —llamó Naruto—. ¿Puedes verlo desde ahí arriba?
Konohamaru sacudió la cabeza y se reunió con ellos.
—¿Dónde estabais cuando desapareció?
Hinata se secó los ojos con las manos y alzó la mirada hacia Konohamaru.
—No muy lejos de donde estuvimos ayer. Tal vez una calle más arriba.
—¿Al lado de la panadería que tiene una ardilla disecada en la ventana? —preguntó Konohamaru.
—Sí. Eso creo.
Naruto arqueó una ceja ante la expresión que vio aparecer en el rostro de Konohamaru.
—¿Crees saber adónde podría haber ido?
—Sí.
Hinata respiró hondo y la presa con que sujetaba el brazo de Naruto se aflojó un poco.
—Pero —dijo Konohamaru, su voz súbitamente llena de amargura—, os llevaré allí con tal de que ninguno de vosotros mencione jamás el incidente de la cama ante mí o ninguna otra persona. Nunca.
Hinata se sonrojó.
—Siento muchísimo lo que hice. Pero os lavé los ojos. ¿Todavía os arden?.
El rostro de Konohamaru enrojeció, aunque Naruto no habría sabido decir si a causa de la ira o del embarazo.
Cuando Konohamaru volvió a hablar, su voz sonó más fría que una tempestad de nieve en el mes de enero.
—Ya están bien. Os agradezco vuestra amabilidad, milady.
Naruto montó y le tendió la mano a Hinata. Mirándolo con ojos llenos de alivio, ella se la cogió y él reparó en lo diminutos que eran los huesos de su mano y en lo suave que resultaba su contacto. Nunca antes había sentido una mano tan delicada en la suya. La subió al caballo, la colocó delante de él y volvió su atención hacia Konohamaru.
—¿Hacia dónde tenemos que ir?
—Ayer, cuando regresábamos, le hablé al niño de los dulces que venden en la Doncella del Unicornio. Incluso le enseñé dónde estaba la tienda y él dijo que daría cualquier cosa por ver los pasteles y los merengues. Tengo el presentimiento de que puede haber ido ahí. Aunque lo que no sé es por qué debería molestarme en rescatarlo. Os juro que todavía me duele la cabeza por culpa de lo que me hizo el pequeño demonio.
Hinata se sintió enrojecer.
—Él no pretendía golpearos, Konohamaru. Juro que esa parte fue un accidente.
La mirada que le lanzó él dejaba muy claro que no se creía ni una sola palabra.
Hinata no dijo nada mientras iban hacia la pastelería. Lheo ya sabía que no debía separarse de ella. Antes su hermano nunca había cometido semejantes temeridades, y Hinata se sentía incapaz de imaginar qué mosca podía haberle picado.
Y más valía que el muchacho estuviese metido en un buen lío cuando lo encontraran. Porque de lo contrario, ella misma se encargaría de poner fin a su joven vida estrangulándolo.
No tardaron mucho en desandar los pasos de Hinata hasta la esquina donde se había esfumado Lheo. Konohamaru los condujo unos cuantos metros más allá hasta una pequeña pastelería, de la que en ese momento estaba saliendo una anciana cargada con una cesta llena de pan.
Mientras iban hacia la pastelería, Hinata vio la ardilla que había mencionado Konohamaru y reconoció la carita que miraba por la ventana, observando a los transeúntes, y un instante después también vio la sonrisa de extremado júbilo cuando los grandes ojos oscuros de su hermano se posaron en ella. Era obvio que Lheo se alegraba tanto de verla como ella de verlo a él.
—Oh, santa María bendita —susurró.
Un torrente de alivio recorrió todo su ser cuando bajó del caballo y entró corriendo en la tienda para reunirse con su hermano. Lo había tenido muy cerca durante todo el tiempo, pero sin aquellos dos hombres nunca habría sabido que debía buscarlo allí. Las lágrimas volvieron a correr por sus mejillas mientras lo estrechaba entre sus brazos.
—Bribonzuelo —dijo con voz entrecortada—. Me has dado un buen susto.
—Lo siento, Hinata. Lheo dio un paso atrás y le enseñó el pan con miel que tenía en la mano. —Pensé que necesitaríamos algo de comer para el viaje. No has comido nada en todo el día.
La mano de ella tembló mientras cogía el pan.
—Antes prefiero morir de hambre que perderte.
—Lo siento, Hinata. No quería asustarte. Es solamente que tenía hambre.
Naruto tragó saliva ante el espectáculo de su reunión. Ante el amor que sentían el uno por el otro.
El muchacho alzó la mirada hacia Konohamaru.
—Quería comprar esos pasteles en forma de cisne de los que me hablaste, pero la esposa del pastelero ha dicho que no tenía monedas suficientes para pagarlos. —Volvió la mirada hacia su hermana—. A ti te gustan mucho los pasteles.
Mientras ella le besaba la mejilla y se aseguraba de que el diablillo no había sufrido ningún daño, Naruto pagó suficientes pasteles como para provocarle un buen dolor de estómago al bribonzuelo. Hinata alzó la mirada hacia lord Naruto mientas éste le entregaba su compra al niño.
—Os agradezco vuestra bondad.
La expresión que vio aparecer en el rostro del caballero le dijo que sus palabras lo habían hecho sentirse terriblemente incómodo. Mientras salían de la tienda e iniciaban el camino de regreso al castillo, Hinata comprendió que no conseguiría volver al hogar. Al menos no podría hacerlo sola. Había estado engañándose a sí misma al pensar que sería capaz. Y lo que era todavía peor, casi había perdido a la persona que más significaba para ella en el mundo.
Santo cielo, ¿y si no hubieran encontrado a Lheo? ¿Y si le hubieran hecho daño o lo hubieran matado o...?
La culpa habría sido sólo suya. Hinata cerró los ojos al tiempo que se sentía embargada por el dolor. Lo último que quería era tener que decirle a Morna que le había ocurrido algo a Lheo. Eso mataría a aquella pobre mujer que también había sido una madre para ella.
No, ya no correría más riesgos con la seguridad de su hermano. Pero entonces ¿Qué iba a hacer?Sus pensamientos se volvieron hacia el hombre que iba a ser su esposo. ¿Podía confiar en él? Para ser un inglés, parecía bastante razonable. Al igual que Konohamaru.
Quizá, si permitía que fueran a casa con ella, su clan se daría cuenta de que no todos los ingleses eran unas bestias. Quizá podrían ganárselos...
«¿Eres boba o qué? Saca la cabeza de tu mundo de sueños, muchacha, y ponla de una vez en la tierra, que es donde debe estar. Hay muy pocas posibilidades, eso si es que hay alguna, de que los MacHyûga vayan a aceptar jamás la presencia de un inglés entre ellos.» Era agarrarse a un clavo ardiendo, sin duda, pero Hinata no podía ver ninguna otra solución.
Si contraía matrimonio con Naruto, podrían llegar a casa sanos y salvos.
Tanto si le gustaba como si no, se sometería a aquel matrimonio y confiaría en Dios para que la guiara a través de él y supiera qué era lo más apropiado para ella. Ésa tenía que ser la voluntad divina, porque de otra manera ya habría triunfado y ahora estaría yendo hacia su hogar con su hermano. El día había sido un presagio, y Hinata creía de todo corazón en los presagios.
Al día siguiente Naruto sería su esposo.
Lo vio montar en su caballo. Naruto se acomodó en la silla con la gracia del guerrero nato que era y se irguió orgullosamente sobre la grupa con sus rubios cabellos brillando bajo el sol. Fuerte y apuesto, era una visión magnífica. Naruto era la clase de hombre con el que una mujer soñaba por las noches y esperaba llegar a ver aunque sólo fuese una vez en carne y hueso.
Y podía ser suyo...
La mano que le tendió era tan poderosa como delicada. Naruto podía no ser el primer candidato en el que habría pensado Hinata para el matrimonio, pero había bondad en él. Justicia, también.
Si además tuviera sangre escocesa...
Aun así, había hombres mucho peores con los que contraer matrimonio.
—¿Milord? —preguntó Hinata mientras Naruto la acomodaba delante de él—. ¿Qué le hará a mis gentes cuando les lleve a casa?
Naruto apretó los dientes ante su pregunta. La mera idea de regresar a Escocia lo ponía enfermo. Si hubiera podido hacer las cosas a su manera, nunca volvería a aventurarse allí.
Naturalmente, tenía allí a sus hermanos y se aseguraría de verlos mientras estaba con ella. Ellos eran lo único que hacía tolerable la idea de dejar Inglaterra.
—Me aseguraré de que se mantenga la paz de Itachi —le dijo—. Mientras vuestros hombres se abstengan de atacar a su gente, yo no haré nada. —Lo que no le dijo era que tenía intención de encontrar al hombre que se hacía llamar Incursor, poner fin a sus correrías, y luego huir de su matrimonio lo más deprisa posible.
Pero en el mismo instante en que el pensamiento le pasaba por la cabeza, cobró conciencia de la proximidad de la mujer. Del modo en que olía y la sensación de tenerla en sus brazos. Hinata era cálida y suave, un delicado bálsamo para aliviar sus penas.
Él nunca había tenido a una mujer entre sus brazos. Nunca se había atrevido a abrigar la esperanza de que pudiera haber alguna clase de consuelo en su vida.
Consuelo. Naruto sonrió burlonamente, mofándose de la palabra. El consuelo era para los estúpidos que carecían de voluntad propia. Él no lo necesitaba y no quería tener ningún consuelo.
Haría lo que tenía que hacer por el bien de Itachi y luego volvería a cumplir su juramento de lealtad. Ésa era su vida, y no sentía el menor deseo de cambiarla. Naruto llevaba demasiado tiempo luchando denodadamente por estar en paz consigo mismo para permitir que aquel pequeño bagaje en su regazo apareciera de pronto y lo llenara de inquietud.
—Bien —dijo suavemente mientras bajaba la mirada hacia ella, que mantenía la cabeza ladeada para estudiarle las manos—. ¿Vais a seguir adelante con este matrimonio, entonces?
Ella lo miró por encima del hombro y él percibió su aroma a lavanda. El olor de su cuerpo lo llenó de una furiosa excitación. Naruto le rodeaba la caja torácica con los brazos y los rojos labios de ella estaban entreabiertos de modo que a él no le hubiera costado nada tomar posesión de su boca en un apasionado beso.
El pensamiento inflamó todo su cuerpo con una pasión todavía más intensa. Que el diablo lo ayudara, porque deseaba a aquella mujer con un desesperado anhelo.
Ella le miró los labios como si sintiera el calor que había entre ellos. Como si ella, también, estuviera soñando con el beso que él anhelaba darle.
—No veo manera de evitarlo—dijo en voz baja—. ¿La veis vos?
Él sonrió ante la nota esperanzada que había en su voz.
—No, mi señora. No la veo. Pero estoy trabajando en ello.
La sonrisa que apareció en los labios de ella lo deslumbró.
—En ese caso, buena suerte. Os deseo mucho éxito.
Naruto la miró y sacudió la cabeza. Hinata era como una exquisita golosina, a la que le encantaría dar un mordisco para ver si resultaba tan deliciosa en su boca como lo estaba siendo en su regazo.
Sorprendentemente, no pudo resistir la tentación de jugar un poco con ella.
—¿Debería sentirme ofendido?
Hinata se mordió el labio inferior. Naruto le estaba tomando el pelo.
La luz que había en sus ojos así lo indicaba. Encantada por aquella conducta tan impropia de él, Hinata decidió recurrir a sus mismas armas.
—No, le aseguro que no era mi intención ofenderle. A decir verdad, cuando no está tratando de resultar aterrador es muy agradable.
—¿Agradable? —preguntó él con incredulidad—. Ése probablemente sea el único título que nadie ha depositado jamás sobre mi cabeza.
—¿Nadie?
—Nadie.
Hinata retrocedió un poco para alzar la mirada hacia él.
—Tiene que llenarlos de miedo, entonces, saber que yo conozco la verdad de vuestra persona cuando nadie más sabe de ella.
Lord Naruto la miró arqueando una ceja.
—¿Quién dice que ésa sea la verdad de mi persona?
—Yo, y a menos que tenga un cuerno que sacar de algún sitio para enseñármelo, nunca creeré ninguna otra cosa de vos.
Sus palabras hicieron que Naruto se aclarase la garganta. A ella le habría bastado con bajar la vista para encontrar suficiente prueba de un cuerno cuyo único deseo era cometer unas cuantas travesuras con la ninfa que tenía en el regazo.
¡Oh, su alma llena de brío y las enseñanzas que se moría por tener ocasión de impartirle! Podía imaginarla yaciendo desnuda en sus brazos, los pechos apretados contra él. Podía sentir el sabor de la carne de ella en su lengua.
Aquella mujer escocesa era una tentadora sin igual.
—Decidme una cosa —murmuró—. ¿Por qué es la única persona que no me tiene miedo?
—No tengo ni la menor idea. Será porque soy boba. Aelfa me asegura que cada mañana desayuna unos cuantos niños pequeños. ¿Lo hace?
—No, he descubierto que cuestan mucho de digerir. Todo ese removerse de un lado a otro después de que los hayas tragado... No merecen el esfuerzo, realmente.
Ella rió, y fue un sonido realmente encantador. Aquélla tenía que ser la conversación más peculiar que lord Naruto había mantenido jamás.
Se recogió debajo del velo un mechón de cabellos negro azulados que se le habían salido del sitio.
—¿Alguien más aparte de mí sabe que a veces podéis tener ganas de jugar?
Naruto le lanzó una mirada burlona.
—¿Ganas de jugar? Milady, a vuestro fuego le faltan unos cuantos leños si piensa eso de mí.
—Todavía peor, entonces.
—¿Cómo es eso?
—Todos necesitamos jugar de vez en cuando. ¿No es así, Konohamaru?
Naruto volvió la cabeza para ver que Konohamaru los había estado escuchando mientras hablaban.
—Ciertamente, milady. Pero puedo atestiguar que Naruto nunca ha tenido esa experiencia ni por un solo instante. Ni siquiera de niño.
Un profundo fruncimiento de ceño oscureció la frente de ella mientras miraba a Naruto.
—¿Es verdad eso?
—No del todo. Tuve unos cuantos años de diversión con mis hermanos y un momento o dos con Konohamaru en nuestra juventud. El fruncimiento de ceño abandonó su frente, trayendo un súbito resplandor a sus grises ojos.
—¿Tiene hermanos?
—Sí. Tenía cuatro hermanos.
—¿Tenía?
—Uno de ellos murió hace unos años.
La alegría desapareció del rostro de Hinata, y Naruto se quedó asombrado al ver que le tocaba el brazo en una delicada muestra de simpatía.
—Lamento enormemente esa pérdida. Tenéis que echarlo mucho de menos.
A decir verdad, Naruto lo echaba de menos. Aunque no había visto a Kieran desde que tenía la edad de Lheo, todavía guardaba un grato recuerdo de su hermano pequeño. El saber que todos sus hermanos estaban en casa y que eran debidamente atendidos había sido lo único que hizo soportable su infierno mientras crecía. Mientras padecía a manos de Hiruz y los demás, Naruto se recordaba a sí mismo que de no ser por él, uno de sus hermanos habría sido torturado en su lugar.
Prefería que las palizas y las humillaciones le fueran infligidas a él antes que a ninguno de sus hermanos. Ellos eran buenos y decentes y, por ello, sólo merecían lo mejor que la vida pudiera depararles.
—Nosotros también tenemos un hermano —dijo Lheo—. Kagura el cari bonito.
—¡Lheo! —lo riñó Hinata—. Kagura haría que te cortaran la cabeza si te oyera llamarlo así.
—Es mejor que lo que me llama él.
—¿Es vuestro hermano mayor? —preguntó Naruto.
—No. Yo soy la mayor.
Él asintió.
—Eso explica mucho.
—¿Mucho de qué?
—Del modo en que trata a Lheo. Del modo en que está tan determinada a ir a casa incluso cuando sabe que no tiene ninguna posibilidad de conseguirlo.
Hinata lo miró frunciendo el ceño.
—¿Vos sois el mayor?
Él asintió con una sutil inclinación de cabeza.
Se detuvieron delante del establo. Konohamaru desmontó con Lheo mientras Naruto ayudaba a bajar a Hinata.
—Konohamaru, ¿puedes llevarla de vuelta a su habitación sin que...?
Konohamaru se aclaró ruidosamente la garganta.
—Acuérdate de que hemos quedado en que no habrá ninguna mención de eso.
Naruto sonrió maliciosamente.
—Oh, claro. ¿Puedes llevarla de vuelta a su habitación sin que vuelva a ocurrir eso—que—permanecerá—sin—ser mencionado? ¿O también he de hacer venir a un guardia personal para ti?
Hinata se mordió el labio traviesamente.
—Nos portaremos muy bien con Konohamaru, ¿verdad que sí, Lheo?
—Si tú lo dices, Hinata.
Vio marchar a Naruto. Y después cogió de la mano a Lheo y echaron a andar hacia el castillo, con Konohamaru caminando junto a ella.
—Konohamaru, ¿Cuánto hace que conocéis a lord Naruto?
—Él tenía nueve años cuando el rey Madara, lo envió a vivir con mi padrastro.
Así pues, ya hacía mucho tiempo que lo conocía. Eso era bueno. Aquel caballero tal vez podría ayudarla a entender mejor al hombre que iba a ser su esposo.
Cuando entraban en el castillo, Lheo se soltó de la mano de Hinata y subió corriendo escaleras arriba.
—¿Sabe por qué está tan triste? —preguntó ella.
Konohamaru la miró con suspicacia.
—¿Cómo ha...?
—Sus ojos. Lo oculta bien, pero aun así lo veo de vez en cuando.
Konohamaru respiró hondo mientras empezaban a subir por las oscuras escaleras. Un músculo se movía en su mandíbula, como si estuviera debatiendo consigo mismo si debía contarle algo acerca de su amigo o no. Finalmente habló.
—Naruto tiene muchas razones para estar triste, milady.
—¿Cómo cuáles?
—Yo sólo era un muchacho cuando nos trajeron a Naruto, pero recuerdo vívidamente aquella noche. Los hombres del rey Madara no lo habían tratado demasiado bien durante su largo viaje hasta nuestro hogar y, cuando entró en la gran sala, Naruto tenía los ojos ennegrecidos a causa de todos los golpes que había recibido. La nariz todavía le sangraba y tenía hinchados los labios y la mandíbula. Parecía como si lo hubieran traído a rastras todo el camino hasta Sarutobi Thorne por los peores senderos que pudieron encontrar.
» Le habían puesto grilletes en las muñecas y llevaba un aro de hierro alrededor del cuello. Aun así, se mantuvo erguido e hizo frente a Hiruz de Sarutobi con una fortaleza y una dignidad que pocos hombres poseían. El viejo conde era famoso por su crueldad y su amor a todo lo que fuese brutal, y hasta los hombres dotados de mayor presencia de ánimo palidecían un poco cuando lo miraban. Y sin embargo allí estaba Naruto, un muchacho que osaba plantarle cara sin ningún temor. Que comparecía ante el conde con los labios apretados y los ojos entornados y llenos de odio. Hiruz le preguntó cómo era que mostraba semejante coraje ante él.
Konohamaru bajó la voz y le susurró al oído para que Lheo no pudiera oír sus palabras.
—Naruto dijo que él era un engendro del infierno, nacido de una ramera y engendrado por un bastardo sin corazón.
Lo horrendo de aquellas palabras hizo que Hinata contuviera la respiración. Se sentía incapaz de imaginar a un niño diciendo algo semejante.
—Le dijo a Hiruz que él no tenía alma y que nada de cuanto pudiera llegar a hacer Hiruz le haría daño jamás. —Konohamaru la hirió con expresión lúgubre y suspiró—. Lo único que puedo decir es que Hiruz aceptó el reto, y a partir de entonces hizo todo lo que estaba en su mano para conseguir que Naruto se inclinara ante él llenándolo de miedo.
Hinata sintió una súbita opresión en el pecho. Su mirada fue hacia Lheo cuando el muchacho entró corriendo en sus habitaciones, y trató de imaginárselo en semejante estado. El pequeño Lheo sólo había conocido brazos llenos de amor y una familia que no paraba de mimarlo.
Hinata no quería pensar siquiera en lo que se necesitaría para crear a un niño como el que le había descrito Konohamaru. ¿De qué manera había sufrido Naruto exactamente? ¿Y por qué? ¿Por qué alguien iba a querer hacerle tal cosa a un muchacho?
Todas las personas merecían recibir amor. Eso era lo que la madre de Hinata, que Dios la tuviera en su gloria, siempre le había enseñado.
—¿Por qué iba encadenado? —preguntó mientras se reunían con Lheo en la habitación.
Hablando en voz muy alta consigo mismo, su hermano se arrodilló delante de su arcón y empezó a sacar de él los juguetes que le había traído Aelfa. Puso en fila a los caballeros y los catapultó con sus zapatos; Hinata y Konohamaru se dirigieron a la ventana y se quedaron junto a ella.
—Naruto era un rehén político. Nos fue enviado como garantía de que su padre dejaría de oponerse al rey Madara.
Hinata se quedó callada mientras recordaba la historia acerca del mariscal Guill, que le había contado uno de los cortesanos al que conoció durante su primer día en la corte del rey Itachi. Al igual que Naruto, Guill había sido entregado al rey Madara en garantía de la buena conducta de su padre. Cuando el padre de Guill volvió a declararle la guerra al rey, Madara estuvo a punto de matar al muchacho.
Lo que más recordaba Hinata eran las crueles palabras que el padre de Guill, le había gritado a Madara cuando el rey le dijo que pensara en su hijo Guill, quien padecería el castigo por las acciones de su padre: «Adelante, matadlo. Tengo un martillo y un yunque con los que forjar hijos todavía más fuertes.»
Era obvio que el padre de Konohamaru pensaba igual. Qué horrible tenía que haber sido aquello para Naruto. El padre de Hinata habría matado a cualquier hombre que se atreviera, aunque sólo fuese a mirar de a través a sus hijos.
Konohamaru cogió al vuelo uno de los caballeros de juguete mientras éste surcaba los aires y se lo devolvió a Lheo, quien se había puesto a chillar de alegría en su juego.
—Decidme, Konohamaru, ¿hay alguna dama que sea del agrado de lord Naruto?
Konohamaru sacudió la cabeza mientras volvía con ella.
—Él siempre se mantiene alejado de todos. Hace mucho que aprendió a no confiar en nadie. Ni siquiera en una mujer.
—¿Y eso qué quiere decir exactamente?.
—Naruto tiene muchos enemigos en la corte. Incluidos algunos que de buena gana lo matarían si se les llegara presentar la oportunidad. Mujeres tanto como hombres.
Hinata era incapaz de imaginar una vida en la que no se podía confiar en nadie.
—¿Y no tiene amigos?
—Nos tiene a mí y al rey Itachi.
—No, Konohamaru. Lord Naruto sólo le tiene a usted.
Konohamaru frunció el ceño.
—No le entiendo.
—Si Itachi realmente fuera su amigo, no le pediría a Naruto que se aventurara en un país hostil donde será todavía menos bienvenido de lo que lo es aquí.
Konohamaru le dirigió una mirada apreciativa.
—Muy cierto, milady.
Luego se excusó y se llevó a Lheo para que jugase fuera antes de que el muchacho destruyera la habitación.
Sentada ante su tocador, Hinata intentó pensar en qué debía hacer. Una parte de ella sabía que llevar a un inglés al seno de su clan era la peor de las insensateces, y sin embargo otra parte de ella se sentía fascinada por lord Naruto y la posibilidad de que pudiera ser el puente entre su clan y los ingleses.
La edad de contraer matrimonio ya había quedado muy atrás para ella. Hacía años, la prometieron con un hombre que murió de enfermedad cuando faltaban pocos meses para su boda. Hinata había pasado dos años de luto. Justo cuando llegaba al final de aquel período, su padre había muerto. Desde entonces siempre había estado demasiado ocupada con los problemas de su clan y los rebeldes desconocidos para pensar en un esposo.
Cómo deseaba que Morna estuviera allí. La madre de Lheo siempre sabía ver alguna salida en aquella clase de cuestiones, y ella le habría ayudado a decidir qué era lo más conveniente.
Pero pensándolo bien, Hinata ya conocía la respuesta. Tenía que volver a casa antes de que los rebeldes o su tío atacaran a los ingleses para rescatarla. Su tío Hizashi no descansaría hasta que ella y Lheo estuvieran en casa, y no había manera de saber cuántos de su clan perecerían en aquella locura.
Si Naruto hacía honor a su palabra y dejaba a sus hombres en Inglaterra, entonces quizá podría hablarse de paz. Quizá los hombres del clan de Hinata se darían cuenta de que los ingleses no eran tan terriblemente malvados. Naturalmente, y a juzgar por lo que ella había tenido ocasión de constatar, algunos de ellos eran auténticos demonios encarnados; pero después de todo, hasta algunos de sus queridos escoceses también podían ser un poco sedientos de sangre.
Oh, ¿Qué iba a hacer?
La cabeza empezó a dolerle mientras las dudas y los pensamientos se perseguían incesantemente los unos a los otros.
La puerta de su habitación se abrió. Hinata alzó la mirada para encontrar a Aelfa de pie en el pasillo, muy pálida y retorciéndose las manos. Aunque hacía poco tiempo que se conocían, aquella muchacha había llegado a significar mucho para Hinata. Aelfa había sido su única amiga y confidente durante aquellas últimas semanas, y la había ayudado de maneras que habrían hecho que la diminuta sirvienta recibiera una terrible paliza si alguien hubiese llegado a enterarse.
Ahora parecía como si la pobrecita acabara de ver al mismísimo diablo viniendo a por ella.
—Aelfa, ¿Qué sucede?
Aelfa fue hacia ella, mordiéndose el labio y estrujando entre sus manos la ancha manga de su vestido.
—Oh, milady, acabo de oír algo espantoso, y no sé a quién contárselo o qué hacer al respecto. Quizá debería olvidar lo que he oído. Sí, olvidarlo. —Miró frenéticamente a su alrededor mientras asentía en una silenciosa aquiescencia a cualesquiera que fuesen las palabras que oía resonar dentro de su cabeza.
Después se quedó muy quieta y sus grandes ojos castaños se abrieron todavía más.
—Pero si lo hago y él muere, entonces yo seré responsable. Dios podría no perdonármelo. ¿Haría eso de mí una cómplice? Sí, me parece que sí. El rey podría querer mi muerte por eso. Oh, Dios, soy demasiado joven para morir. Ni siquiera tengo un esposo, ni hijos. No quiero morir todavía. ¡No!
Hinata se apretó la sien con los dedos en un esfuerzo por seguir la cháchara de la mujer. La cogió del brazo, se lo apretó suavemente y trató de conseguir que Aelfa se calmara un poco y le explicara qué era lo que la había puesto tan fuera de sí.
—Aelfa, ¿Qué fue lo que oíste exactamente?
—Oí a unos hombres que estaban hablando en una habitación del piso de abajo.
Eso, a diferencia de su monólogo anterior, sí que tenía sentido.
—¿Qué estaban diciendo?
La muchacha se persignó y volvió a mirarla con ojos extraviados.
—Decían que esta noche iban a matar a lord Naruto para que así uno de ellos pudiera casarse con vos y hacerse con vuestras tierras. Uno de los hombres dijo que él les enseñaría (os ruego que me perdonéis, milady) a esos perros de las Highlands cómo deben inclinarse ante quienes son mejores que ellos Y que haría que (vuelvo a rogaros que me perdonéis) la perra escocesa aprendiera a obedecer.
Hinata sintió que su corazón dejaba de latir Y en un primer momento solo podo reaccionar con incredulidad. Ésta fue rápidamente seguida por la rabia y la indignación. ¿Quién se había atrevido a decir tales cosas?
—¿Se lo has contado a su señoría? —le preguntó a la doncella.
—No. Le tengo demasiado miedo.
Hinata le palmeó el brazo en señal de gratitud.
—Gracias, Aelfa. Yo se lo contaré.
Había llegado a la puerta cuando la detuvo la voz de Aelfa.
—Milady, ¿habéis caído en la cuenta de que si esos hombres lo mataran entonces no tendríais que casaros con él?
Nunca se le había llegado a pasar por la cabeza. E incluso, ahora que lo pensaba, enseguida tuvo claro que no le quedaba otra opción.
No podía cruzarse de brazos y ver cómo daban muerte a un hombre. Menos todavía a uno con el que había contraído una deuda tan grande. A Hinata le daba igual lo que pudieran pensar los demás, porque ella conocía el corazón del caballero negro y sabía que no era tan oscuro o aterrador.
Sin decir palabra, salió de la habitación para ir en busca de lord Naruto.
Continuará...
