¡Pasemos a las reviews!
Racon Omega 98: Muchas gracias por las palabras 3
Angel Arcano92: Probablemente…sinceramente, no entendí ni pio xD
Miguel16310: ¡Me alegro que te haya gustado!
¡Agradezco muchos sus reviews! ¡Vamos al capítulo!
Disclaimer: Ni HSDxD ni ninguna otra serie que se presente es de mi pertenencia, estos son propiedad de sus respectivos autores. Este fic está hecho sin ningún ánimo de lucro, solo hecho con las ganas que tengo de escribir; a su vez, tratare ciertos temas fuertes que pueden dañar la susceptibilidad de un público sensible. Advertidos están.
Terror.
Eso sentía.
¿Por qué abandono su hogar?
¿Por qué luchaba en ese lugar?
Miró a su alrededor; su compañera de magia helada también temblaba ante la visión más terrorífica que había tenido en toda su vida.
Tragó pesado, sudando frío. Miró hacia adelante, siempre debía de hacerlo, por su gente y por su esposa que le esperaba en casa. Si, después de tanto, por fin se había casado con esa mujer de cabello plateado que le traía loco desde las revueltas del Inframundo.
¡BRAUUUUUUUUUUUUUUUM!
Los cielos rugieron, las voces aullaron, un grito se alzó por sobre los demás cuando el cielo se partió como si de cristal se tratase. Sus ojos miraron con terror como una figura enorme caía al mar que estaba frente ellos.
El mar, azul y bello por el sol que caía sobre él, se volvió tan negro como el alquitrán. Carente de vida, una enorme ola se alzó debido al impacto.
Un círculo brillante apareció frente a la ola y se la tragó, haciéndola desaparecer.
Todo se calmó, le daba mala espina, no podía moverse. Porque pensaba si lo hacía, estaría muerto o algo peor.
Miró hacia otro lado, viendo a su mejor amigo, a su líder. Un hombre de cabellos plateados y ojos amatista, quien, vestido en una armadura de color negro con plata, era acompañado por otras seis personas, sus hermanos de armas, los líderes del Inframundo.
Lucifer, Leviatán, Asmodeo, Belcebú, Amón, Belfegor y Mammon.
Los "Siete Príncipes del Infierno".
Él era parte de su escuadrón.
Pero no estaban solos.
Al otro lado, justo al costado, había más hombres y mujeres. Alas de ave negras y blancas. Ángeles y ángeles caídos.
Hombres y mujeres comandaban a más personas aparte de ellos; dioses que, con todo su poder, sudaban frío aun cuando el sol estaba más ardiente que nunca. Se sentía abrazador, pero la muerte estaba cerca, podían oírla…podían sentirla.
Al frente de todo, un anciano formidable de cabello largo y blanco, junto a una barba que le daba un aire de sabiduría infinita, hablaba con dos hombres. Uno de cabello rojo como la sangre igual al suyo y otro de color dorado como el oro, portaban armaduras y espadas, humanos por su olor y esencia.
No escuchó nada de lo que decían, pero trató de concentrarse para hacerlo, tal vez así calmarían sus nervios.
"Allí viene".
No lo hizo.
De las costas, emergieron seres que darían pesadillas hasta al más osado; con formas antropomórficas, humanas o…indescriptibles. Colmillos, garras, alas, cuernos…de todo para esas aberraciones contra la vida.
Y fue entonces que lo vio.
Ante los ojos de cada ser sobrenatural y natural sobre aquel pedazo de tierra que era iluminado por la luz del sol…
El astro rey se apagó cuando dos enormes alas negras salieron del mar, apagándolo ante ellos.
Un enorme cuerpo salió del mar, imponiéndose ante ellos como el ser superior que era. Compartía rasgos similares a los de sus vástagos. Cuernos, colas, cabezas, cuerpo, todo.
Pero lo más curioso, eran las siete coronas de fuego carmesí sobre sus siete cabezas de réptil.
Los ojos dorados de la bestia examinaron a cada uno, estorbos en su camino, hormigas a las que pisar.
Sirzechs Gremory supo que todo el poder insano con el que había nacido, no serviría ante aquella entidad que encarnaba al caos y destrucción mismas.
Quería retirarse, pero no podía; porque todo comenzó cuando el humano de cabellos dorados como el sol, dio un grito de guerra que lo hizo ponerse en guardia.
—¡EXCALIBUR!
Y todo fue cubierto por un haz de luz.
Searching the Heaven
Arco 0: [Nacimiento]
Capítulo 5: Recuerdos (Impacto – Parte 2)
—¡AHHH!—su propio grito lo despertó, sudaba frío. Recuerdos dolorosos de un pasado que no quería volver a vivir, el miedo encarnado en su piel, la sensación de que moriría solo por respirar.
Sintió el rostro húmedo, y se dio cuenta que estaba llorando. Las lágrimas saladas caían por sus pálidas mejillas, más blancas que de costumbre.
Temblaba, subió las piernas y se las abrazó contra su cuerpo. Se sentía tan pequeño, aún recordaba aquellos ojos dorados putrefactos que veían todo el campo de batalla, curioso como un niño que aplastaba hormigas y las veía huir con morbosa curiosidad.
Pasaron unos minutos y cuando se tranquilizó, intentó pararse. Más su intento fue infructífero en cuanto cayó nuevamente en su cama.
Soltó un gruñido con molestia, se había golpeado contra el pequeño mueble que había al costado del lugar donde dormía. Maldijo por lo bajo y tomó el despertador sobre la pequeña mesa de noche.
Miró la hora, eran casi las seis de la mañana de un lunes. Eso explicaba porque su esposa no estaba; debía estar viendo a su pequeño y recién nacido hijo en la cocina, buscando algo para poder saciarse del hambre mañanero.
Perfecto, así tendría algo de tiempo a solas.
Tomo su tiempo, pero pudo pararse tras cinco minutos. Caminó con tranquilidad hacia el baño de su ostentosa habitación, estaba de vacaciones (o así le llamaba a los tres días libres que se podía tomar cada seis meses) y no quería verse horrible frente a su familia. Especialmente cuando sus padres y su linda hermanita iban de visita.
Se miró al espejo que estaba sobre el lavabo, y le dio asco. Sus ojos una vez brillantes, estaban apagados. ¿Dónde quedó aquel joven soñador que buscaba lo mejor para el Inframundo?
Sepultado bajo la burocracia. Una mierda total.
¿De qué le servía ser poderoso, si no era libre?
Nunca quiso el puesto…pero tras lo ocurrido en aquel día donde se perdió todo y se ganó poco, tenía que ser el soporte de los suyos.
Aún si eso significaba que las generaciones futuras olvidaran a los verdaderos héroes.
TOC TOC
—Sirzechs, ¿estás allí?
—Adelante…—dijo con un tono cansado, girándose para ver quien había tocado la puerta y había entrado.
¿Cuántas veces le dijo lo hermosa que era? Muchas, hasta el maldito hartazgo. Ese día le había cambiado, a sabiendas que había cosas que escapaban de su poder y control, decidió hacerle recordar a los que quería lo mucho que eran importantes para él, y lo mucho que los amaba.
Sus ojos rojos le miraron con preocupación, el mar de plata que era su cabello suelto brillaba con la luz de la araña de cristal sobre ellos. Oh, como la amaba, aún con un exterior aparentemente frío, ella era un amor de persona con los que tenía confianza.
Una mujer fuerte, independiente, amorosa, tranquila.
Eso y más era su esposa.
—Grayfia…—llamó con cuidado el hombre cansado, derrotado. Una faceta que nunca quería mostrar, puesto que era una señal de que era débil, de que podían tocarlo, de que podía ser vulnerable en muchos sentidos.
—No estás bien.
El pelirrojo hizo una mueca, que directa, así era ella—Normalmente se empieza preguntando si uno está bien, querida.
—No me importa. Una cosa es aparentar que estás bien y tú ni siquiera llegas a fingir eso—palabras hirientes, pero ciertas. La frialdad con la que lo dijo hizo que formara una mueca más pronunciada, mas no triste. Su esposa estaba en lo cierto.
Grayfia le miró unos segundos y luego se acercó más, envolviendo suavemente su cuerpo marcado y lastimado por entrenamientos arduos y guerras fieras durante su juventud. ¿Hace cuánto fue eso? Más de medio siglo, y aún las sentía tan frescas como si fueron hechas ayer.
—Sirzechs, amor, dime… ¿qué te pasa? —preguntó la peliplata en un suave susurro contra su oído, acariciando dulcemente su nuca, sus cabellos rojos, la principal característica del clan Gremory.
—Grayfia…recuerdo ese día, memorias de una lucha perdida, sentimientos de impotencia, de ser un maldito inútil…y, aun así, asumir el manto de Lucifer…—no se sentía digno, ese día no hizo nada. Cuando llegó al campo de batalla, no pudo moverse; el miedo le embriago y no dejó de temblar, la vista de aquellos orbes dorados escudriñando su alma y estudiándolo, como un niño pequeño viendo por primera vez una hormiga en su vida.
—Nunca me has dicho lo que ocurrió allí…
—Y es mejor así—acarició suavemente la espalda baja de Grayfia con mucho cuidado, dándole un beso en su frente, juntando la propia con la de ella con los ojos cerrados, buscando calmarse, con algo de éxito—¿Millicas?
—Está en la cocina, no pensaba despertarme tan temprano porque era mi día libre por el cumpleaños de Rias. Pero resulta que ella estaba tan emocionada por venir que salieron temprano, están de camino. Pronto llegarán—explicó, acariciando dulcemente a su marido—Recordaste su cumpleaños, ¿verdad? —preguntó, apreciando el rostro de incertidumbre que ganó el pelirrojo.
Sirzechs aspiró profundamente. ¿Recordar el cumpleaños de su hermanita? ¿Del sol de su mundo? ¿De una de las luces de su vida y quién hacía que su comportamiento fuera infantil para rehuir de todo lo que le atormentaba? ¿Recordar el día del nacimiento de esa pequeña preciosura? —No.—en otro contexto y con otra persona, esa respuesta tan seca y tajante habría sido hilarante, divertida hasta cierto punto.
Para Grayfia, quién podría decir que conoce a su marido mejor que nadie, esa respuesta estaba fuera de cuestión cuando se trataba de su hermanita menor. Eso era una señal de que su esposo estaba mal, a un punto que no prestaba atención a lo que era más importante para él.
Guardo silencio, disfrutando de ese abrazo, para hacerlo sentir seguro entre sus brazos, antes de volver a hablar—¿Quieres salir? —preguntó con cuidado, sobando su espalda, oyéndolo suspirar exhausto—¿Sirzechs?
—Necesito maquillarme, madre no me puede ver con estas ojeras. Rias tampoco…
—¿Lord Zeoticus?
—Padre se maquilla desde que tiene dos mil años, antes de conocer a mi madre ya lo hacía—confesó el pelirrojo, separándose para ver a su esposa—Es realmente preocupante, según mi padre, el abuelo también lo hacía. Esto es una mierda, no quiero que mi hijo tenga que hacer esto.
—Y no lo hará, querido. No lo hará—trató de consolarlo, estirando su mano delicadamente hacia la pequeña repisa que guardaba sus cosméticos. Le dedicó una sonrisa al darse cuenta que estaba a nada de acabarse—Así que por ti se me está acabando rápido, ¿eh?
Una risita nerviosa salió de los labios de Sirzechs—Te compraré otro, muchos, para compartir.
Abriendo el estuche, la peliplata tomó la pequeña brocha que allí había, sonriéndole encantadora al Gremory—Te tomaré la palabra.
Nada podía arruinar ese día, era hermoso. El sol brillaba por la ventana, iluminando levemente el comedor y cocina de la pequeña casa de campo en las mediaciones del Castillo Lucifer, en la capital del Inframundo, Lilith. Marido y mujer juntos, aún si era de manera simbólica en aquel mundo de cielo morado.
Tomó suavemente un poco del café en su taza; negro, con dos de azúcar y algo de leche, sonriendo un poco al escuchar la risa de su hermana menor divirtiéndose con su pequeño hijo de unos escasos seis meses de nacido. A Rias le hacía ilusión ser una buena tía para el pequeño Millicas.
Mientras los más pequeños se reían; su madre, una bella mujer de cabello castaño corto hasta los hombros y ojos morados, conversaba de lo más animada con su mujer mientras cocinaban el desayuno mientras que él estaba sentado en la mesa, al costado del hombre que le educó, su padre, Zeoticus Gremory.
Era un calco exacto de su padre mientras que Rias era el calco de su madre, sin embargo, la sutil diferencia iba en que Rias tenía el color de cabello característico de los Gremory y su padre presentaba una barba de chivo perfectamente recortada.
El patriarca de la casa Gremory leía el periódico del día, frunciendo levemente el ceño al leer el contenido mediático que sería el tema de conversación con su hijo ese día. Cuando terminó, sus ojos azul verdosos fueron puestos en su primogénito, quien, al detectar la mirada de su padre, dejó la taza delicadamente en la mesa y le devolvió la mirada—¿Sucede algo, padre?
—Muchas cosas, hijo mío—respondió Zeoticus, dejando el periódico doblado en la mesa, apoyando sus brazos sobre la misma para tener algo de comodidad al hablar—La prensa vuelve a atacarnos, bueno, atacarte y también al concejo del Inframundo. Parece que no les agrada las medidas que tomamos.
—A nadie le agrada las decisiones que toman los altos mandos, ni siquiera a mí, y mira que soy Lucifer—comentó el menor de los varones Gremory con sorna, sonando hasta irrespetuoso.
Zeoticus, como un honorable demonio, debió de haberlo reprendido. Pero en lugar de eso, solo le acompañó con una risa—Tampoco a mí, pero son medidas que, para bien o para mal, son necesarias.
—¿Qué es verdaderamente necesario, padre? —preguntó Sirzechs de forma retórica, tomando su taza nuevamente para beber algo de café. Grayfia apareció con una cesta de pan en sus manos, la cual dejó en la mesa antes de volver a la cocina tras recibir un leve "gracias" de parte de ambos hombres—Somos demonios, soy Lucifer, debo velar por mi pueblo. Eso hago, pero no puedo y no quiero ser ignorante de lo que ocurre en otros lados.
Zeoticus guardó silencio, antes de hablar con tranquilidad—Sin embargo, tienes tus límites.
—Estúpido seria de mi parte actuar como quisiera, como si los demonios fueran el único pueblo al que le debo prestar atención. Tengo tantos problemas en la cabeza.
—¿Qué sucedió?
El menor de ambos Gremory suspiró levemente, sus ojos miraban su reflejo en el café—Serafall me ha contado que ha habido disturbios en el mundo humano—contó de manera suave, apoyando su mejilla en su puño—Edificaciones destruidas, desapariciones constantes, rastros de magia extraña en diversos puntos de todo el globo y, junto a ello, seres raros están causando destrozos. Hace menos de un mes —Sirzechs frunció el ceño con algo de molestia—He estado conversando con Azazel y Michael, no tienen ni idea de que sucede. Pero Azazel me comentó que los dioses han estado bastante callados y, al mismo tiempo, moviéndose mucho.
—Para una persona como Azazel, tener contactos facilita mucho el tener información—agregó Zeoticus, padre e hijo cruzaron miradas, y pudo entenderlo—No estás satisfecho con eso, ¿verdad?
—Quiero saberlo, padre. Soy el menor de todos los líderes en general, tal vez tengo menos experiencia, peco en eso; pero tengo mejor percepción cuando sé que las cosas se están yendo a la mierda, y algo me dice que lo que sea que esté pasando, se está yendo a la mierda—no cuidó su lenguaje, y no le importaba en lo más mínimo.
El mayor se cruzó de brazos, mirando con seriedad a su vástago, analizando sus palabras—…Sirzechs, ¿has estado teniendo pesadillas?
—Revivo ese día una y otra y otra vez. Está ocurriendo lo mismo que hace tanto tiempo, las señales están; me he dado cuenta, no soy estúpido y sé que los otros líderes también se dieron cuenta de ello—el dedo índice del pelirrojo brilló suavemente en un color rojo oscuro, colocando el mismo sobre el periódico, sus ojos azules vieron como el mismo se consumía levemente por obra y gracia de su magia heredada por su madre—No quiero…ya no quiero, padre.
—…Yo tampoco Sirzechs, yo tampoco.
Los resultados de la vida a veces no son lo que uno esperaba. Sirzechs Gremory creía que ese día sería maravilloso, más allá de la conversación que tuvo con su padre, no creía que tocaría temas que afectaran más a su persona, por lo menos por un buen rato.
Odiaba equivocarse, con todo su ser.
Caminaba a paso apresurado, sus zapatos hacían eco mientras caminaba por el pasillo que conducía a su reunión apresurada con el concejo del Inframundo. Su padre caminaba detrás de él, luciendo el mismo semblante serio que su persona.
Habían pedido de urgencia que los 72 líderes de los pilares demoníacos junto a los Maos se reunieran de manera rápida. Un extraño había llegado de improvisto a visitarlos, y demandó que se les reuniera para dar un comunicado; para que pidieran eso, debía ser alguien importante, o eso intuía. Por ello le pidió a su mujer y a su madre que se quedaran con su hijo y hermana, pidiendo disculpas a la última por irse de improvisto.
El pelirrojo se detuvo por un segundo, mirando por la ventana del tercer piso donde se encontraba el pequeño campo de cultivo que había cerca del lugar donde se reunían casi semanalmente. Un espantapájaros estaba allí, no recordaba que estuviera en ese lugar; es más, ni siquiera había recibido noticia de un cambio así
Es horrible. Aunque ese era el punto de manera precisa, se veía oxidado y derruido. Los harapos que cubrían su cuerpo metálico parecía que fueron puestos uno encima de otro de tal manera que se viera desordenado. Tal vez pida que lo quiten. Y con eso, siguió su camino, su padre le estaba esperando en la puerta y cuando llegó a su lado, la abrió.
La habitación era espaciosa, con una mesa redonda bastante grande con una elevación considerable para dejar en el suelo un espacio donde estaría la persona quien había convocado la reunión, un hombre (por la altura que tenía) cubierto de pies a cabeza con una sotana que impedía ver algún rasgo característico en él.
Había setenta y seis asientos, donde cuatro eran para él y sus tres compañeros (aunque estos no estaban presentes) y el resto para los líderes quienes ya estaban presentes y sentados en sus respectivos lugares, guardando silencio, no hablarían a menos que él lo permitiera.
Caminó rápido hacia su asiento, iniciando la reunión lo más rápido posible.
—Buenos días—saludó el pelirrojo de manera cordial, tomando el lugar principal—Seamos rápidos, ¿qué sucede? —demandó saber Lucifer, viendo a la figura encapuchada.
Esta guardó silencio unos segundos, de un momento a otro, una gran tensión se sentía en el lugar. La presión había cambiado, todos lo notaron, y fue más palpable cuando aquel hombre hablo, con una voz grave y profunda—¿Dónde están los otros tres Maos?
—Tienen otros asuntos que atender, pero yo estoy aquí.
—Ah, Lucifer, el más importante—comentó el encapuchado, no sonando sarcástico, sino más bien satisfecho—No me importan los otros tres. Un vago, una idol y un nerd; prefiero al siscon…o al que aparenta serlo.
Sirzechs frunció el ceño, algo molesto. No por lo que había dicho de él o sus compañeros, sino más bien por la frase que dijo al final—¿Haz llamado para insultarme fragante frente a mi gente? —preguntó, no sonando molesto u ofendido. Pero necesitaba imponerse.
—Al contrario, señor—dijo aquel hombre, llevando sus manos a la parte de su prenda que cubría su cabeza, y la retiraba cuidadosamente—De hecho, fui enviado a avisar algo. —aclaró. Cabello blanco, y ojos marrones. No tenía pupilas, en su lugar, tenía dos símbolos omegas en ellos.
—¿Avisar algo? ¿De dónde vienes? —algo le decía a Sirzechs que ese hombre era peligroso, sentía energía sagrada proviniendo de él. Pero tenía que escucharlo, el mismo instinto que le advertía del peligro, le decía que debía hacerlo.
—No importa de dónde vengo, sino quién me manda—contestó calmado, moviendo la mano y haciendo aparecer una silla de la nada, donde se sentó con tranquilidad.
Magia de creación.
—Oh, perdonen mis modales—sonando algo sorprendido, el hombre se colocó una mano en el pecho y se presentó—Mi nombre es Sang Manjin, un gusto, señores y señoras demonio.
—¿Ese nombre es…?
—Coreano—respondió, sonriendo al ver sus reacciones algo sorprendidas—Del sur, para ser claros.
—¿Eres un humano?
—Efectivamente—su sonrisa era bastante tranquila, aún para estar frente a setenta y tres demonios poderosos. —Volvamos al tema, ¿si? Mi señor quiere que les mande un aviso.
Nadie dijo nada, aguardaban callados. Ese hombre era misterioso, un humano que emanaba una poderosa aura sacra. ¿Era un sacerdote? ¿Un guerrero de la Iglesia? ¿Cómo entró al Inframundo? ¿Lo enviaba el Vaticano? ¿El líder de los ángeles? ¿Era un renegado?
Muchas dudas, pocas respuestas. Pero, aparentemente, él quería cooperar—¿Quién es tú señor?
—Eso no importa ahora—dijo, su semblante ligeramente amable se volvió uno serio en su totalidad, tensando a Sirzechs. Uno no cambia así por nada que no sea mínimamente importante—Mi mensaje es simple y sencillo: "Cuida tus pasos, rojito."
¿Rojito?. Había muchas personas que le llamaban así, unos de forma cariñosa y otros de manera despectiva. Pero, ¿quién mandaba a este hombre decirle esto? Un momento…
—"No sabes cuando Dios puede volver" —continuó, sus palabras le helaron la sangre a Sirzechs. De manera inconsciente, sus ojos verdes se volvieron rojos. Estando alerta, esta situación, ¡era igual que hace mil quinientos años! —"O más bien, no sabes si ya ha vuelto. La pesadilla nunca termino, rojito…Solo empezó"
CRAW CRAW
Los cuervos sonaron, el metal oxidado se movía y su horrible sonido retumbo en los oídos de todos. Sirzechs temblaba, hiperventilaba, sudaba mientras Sang le miraba desde su asiento con los símbolos Omega brillando intensamente.
—"El advenimiento está cerca, rojito. ¿Estarás listo para todo lo que azote la tierra?"
El aire le faltaba, ¿en qué momento la temperatura bajo? Oía que alguien le llamaba, pero no conseguía distinguir quién, sus ojos estaban encontrados con los de Manjin. Seguía moviendo sus labios.
"El Terror Ancestral ha despertado, el demonio que existe antes de que los demonios existieran. La Bestia que se alimenta de la Oscuridad asecha también. No lo tienen al muchacho ya, ¿en quién se refugiarán ahora?"
Parpadeó, esa mera acción que dura menos de un segundo fue imitada por el resto de los presentes. Fue el ínfimo movimiento el que hizo que, en ese tiempo corto, Sang Manjin desapareciera de su vista.
Recuperó el aliento, las gotas heladas de su sudor bajaba por su frente. ¿Cuánto tiempo pasó? No lo sabía, solo temblaba. ¿Terror de ese humano? No, no era terror por él. Era lo que sus palabras provocaron, conocía esos nombres, ¿cómo olvidarlos?
¿Sólo están ellos o están los demás también? Se preguntó, ignorando los múltiples llamados que le hacían los líderes, su padre incluido. El Terror Ancestral...Espera…
—¡El espantapájaros!
Salió corriendo en estampida, abriendo las puertas de golpe. Fue hacia el pasillo, hiperventilando, y cuando se puso frente la ventana para apreciar el jardín frente su locación…
Solo había una pila de pieles y sangre.
Las horas pasaron lentas y tortuosas, charla tras charla para saber qué hacer. Algunos decían que no le hicieran caso, era un humano después de todo.
"Pero fue otro humano que, un siglo y medio atrás, vino con casi las mismas palabras. Anunciando algo que nos costó caro"
Eso les hizo recordar lo que ocurrió, el día más oscuro en su historia. Irónico, ¿no? Triste más bien.
El Inframundo era un lugar muy, pero muy vasto. Desde la época en la que Azazel tenía las alas blancas, era un terreno bastante grande. Michael había dado con este lugar de alguna manera, y aquí fue donde botaron a Lucifer y sus hermanos cuando se rebelaron hace tantos años ya.
Durante la época de los originales siete, solo se llegó a explorar unos 87,234,270 kilómetros cuadrados del Inframundo. Era, básicamente, la suma del tamaño de los actuales continentes asiático y americano.
Pero, antes de los siete, parte de todo ese territorio era habitado por los dioses de la muerte de manera conjunta. A su vez, de manera sorprendente, estos ubicaron que debajo del terreno donde estaban, había siete niveles que usaron como cárceles para diversos monstruos de sus respectivas mitologías.
Tenían diversos nombres, diversos cambios climáticos sumamente bruscos y mucha vegetación. Lucifer y sus hermanos ubicaron el mejor lugar para erigir su nueva civilización con aquellos que también fueron en contra del Dios Bíblico.
No muchos siglos después, cuando Azazel y otros más cayeron, apelando al sentimiento de cariño y hermandad que perdura a día de hoy, otorgaron parte del terreno para las instalaciones de [Grigory], hogar de los caídos. Una ciudad del tamaño de la actual Tokio, dónde los caídos se mantenían y no molestaban a nadie.
Entre toda esa vastedad, había mucho terreno sin explorar. Pero no le prestaron mucha importancia, solo siguieron con lo suyo.
Antes de ocurrir la Gran Guerra entre las Tres Facciones Judeo-cristianas, la población conjunta de demonios y caídos era de, aproximadamente, 5563 miles de millones de habitantes. Tras la guerra, esto se redujo a 4561 miles de millones. Muchas vidas se perdieron durante la misma, pero eso no detuvo su avance.
Sin embargo, hace siglo y medio, transcurriendo entre el 500 y 550 después de la muerte de Cristo, cuando los seres sobrenaturales vagaban a sus anchas en el mundo humano, la población demoniaca bajo de golpe a 2280 mil millones. Eso era, en términos simples, casi la mitad de la población en solo cincuenta años.
¿Qué provocó aquello? A día de hoy nadie lo sabe, conocido como la época oscura de la humanidad, la Edad Media era un lugar lleno de misterios; misterios que la humanidad atribuyó a la presencia demoniaca o de dioses malignos que cobraban venganza por lo atroz y vil que era el hombre.
Pero la cosa era, que ellos también estaban preocupados por lo que ocurrió en aquel tiempo.
Desapariciones, asesinatos, pueblos enteros volviéndose fantasmas sin poder hacer nada para prevenirlo.
Sirzechs en ese tiempo, siendo joven y aventurero, fue mandado a ver qué ocurría. Se aterrorizó y molestó cuando no halló respuesta en ningún lado. Ciudad por ciudad, pueblo por pueblo, continente por continente. Su gente y los humanos desaparecidos eran pan de cada día, los asesinatos también y varías cosas más que harían temblar hasta el más fuerte.
Era uno de esos días cuando volvía a su hogar después de una fallida búsqueda para dar con algo, un hombre llegó a Lilith. Con una armadura negra, una espada en mano, un yelmo que vagamente le recordaba a un dragón se paró frente al lugar donde hace unas horas había estado.
Al igual que Sang Manjin, demandó hablar con los Maos, traía malas noticias. Primero se le pidió que se identificara.
"Soy un caballero de la Mesa Redonda. Mano derecha del Rey Arturo, y traigo malas noticias."
Era un caballero, un humano. Sirviente de Arturo Pendragon, poseedor de Excalibur.
Recordaba palabra por palabra de aquel día, acompañado de sus actuales compañeros Maos, prestaron atención a lo que decía aquel hombre.
"Soy consciente de que ustedes saben todo lo que ha pasado en mi mundo, he estado buscando por la última década respuestas a todo esto."
¿Respuestas? Las quería, todo el mundo las quería. ¿Ese caballero las tenía y se las iba a dar? Era de ensueño.
"Hace diez años, mi rey se enfrentó a su tío, Vortigern Pendragon. Vortigern hizo un pacto con algo, algo antiguo y poderoso. Se transformó en una bestia, un dragón negro que representaba, según él, "todo el odio de Gran Bretaña". Mi señor lo logró derrotar, junto a él cayeron todos sus súbditos, pero nunca dejaron de repetir algo."
Recordaba que fue el primero en pedirle aquellas palabras, fue irrespetuoso en su momento, pero estaba ansioso. Estaba todo tan cerca…
"Dios ya viene"
El escalofrío que recorrió su cuerpo aquel día fue similar, no, fue el mismo que el de hoy. Los demonios tenían una debilidad con cosas sacras y, particularmente, cuando se mencionaba al creador de sus primeros líderes, un escalofrío recorría sus cuerpos.
El de ese día, fue algo más profundo, algo más primigenio. El instinto de supervivencia que les decía que no debían buscar más en ello. Pero no hizo caso, nadie hizo caso, y siguieron a ese hombre.
Les pidió su ayuda, no querían derrotar a aquel que ocasionaba tanto terror, quería sellarlo. Tenía apoyo, varios dioses le apoyaban, estaba en negociaciones con Azazel, su rey le apoyó y el propio Dios Bíblico le siguió, así que no fue muy difícil entrar en confianza.
Cuando se quitó el casco y mostró su rostro, sintió que lo conocía de algún lado. Algo en su complexión le recordaba a él y a su padre, como si fueran familiares. Claro, era europeo, proveniente del actual país de Gales. No era raro que por esas zonas habitaran hubiese pelirrojos en cantidad, pero algo dentro de él lo relaciono con aquel hombre.
El caballero les advirtió de una serie de entidades oscuras que moraban en el mundo humano, capaces de viajar entre dimensiones para poder llegar a cualquier lugar que se les plazca y pasar desapercibidos. Solo se mostraban ante los humanos, para devorarlos o como un objeto de devoción.
Para gran sorpresa del joven Sirzechs, había muchas cosas que iban más allá de un culto hacía los dioses que conocía, algo que se remontaba antes de la creación de los ángeles mismos. Cosas oscuras y poderosas que existían antes de que los mismos demonios siquiera fueran concebidos en la mente de Lucifer.
—Sirzechs—alzó la cabeza de golpe, algo asustado cuando le movieron bruscamente en su asiento. Giró la cabeza, los ojos morados de su madre le miraban con algo de preocupación—¿Estás bien?
—¿Ah? Si, ¡sí! —respondió, asintiendo mientras llevaba una mano a su boca al notar que había estado salivando un poco. Demonios, parecía un niño pequeño—¿Qué sucede, madre? ¿Grayfia te mandó?
Venelana se le quedó mirando unos segundos, manteniendo su mirada contra la de él, como escudriñando en sus pensamientos, intentando hallar respuesta como si frente a ella aún estuviera aquel niño pequeño que crio con mucho amor—…No, no me mando Grayfia. Tú padre manda a decir que Zekram-san ya llegó.
—Que venga—dijo, levantándose para caminar y ponerse frente a un espejo que tenía en su despacho. Necesitaba arreglarse.
La castaña miró su espalda, ¿cuándo se hizo tan ancha? Recordaba haber visto esa espalda en otra parte, la de su esposo, para ser específicos. Y no le gustaba lo que conllevaba a ello—Sirzechs, es cumpleaños de tu hermana. —el pelirrojo se detuvo un segundo, dejando que su madre continúe— ¿Esto no puede ser en otro momento? Solo cumple cinco años una vez. Prometiste estar para todas sus celebraciones, y nunca faltaste a esa promesa.
—…—Lucifer guardó silencio, aspirando profundamente, alzando la mirada para ver el techo, pensando en sus palabras—Cuando Rias nació, maldije tener este trabajo. No era complicado, pero si tedioso. Aguantar a los ancianos, aguantar los ataques contra el consejo, aguantar mis pesadillas que volvían constantes…
—Nunca dijiste que las volviste a tener.
—¡Nunca les presté tanta atención, madre! —alzó la voz, Venelana retrocedió un paso, ligeramente sobresaltada por el arrebato de su hijo—Pensé, solo pensé que era temporal. Esos bajones que uno tiene de manera esporádica. Ya me tocaba, ¿no? Soy fuerte, pero sigo siendo vulnerable en mis sueños. Pensar que me creen invulnerable me duele, madre, porque sé que hay algo afuera que escapa de todas mis manos. ¡Trabajo muy duro para que mi hermana y mi hijo nunca se encuentren con las cosas a las cuales me enfrenté! —se calló de golpe, aspirando agitado, intentando calmarse. Lo logró, bajo la voz, casi como un susurro que su madre logró escuchar—Solo es un cumpleaños, madre…Solo un cumpleaños.
—…—Venelana se giró en silencio, caminando hacia la puerta, lista para salir. Pero se detuvo, mirando a su primogénito por sobre su hombro, antes de hablar—Tú padre también dijo que solo era un cumpleaños, ¿acaso recuerdas dentro de tus primeros doscientos años de vida, una sola vez que estuvo con nosotros para celebrarlo?
—…Lo odié cuando pasaba, pero ahora lo entiendo. Y quiero que lo entiendas.
—Trato, Sirzechs. Pero no permitas que pase lo mismo que nos pasó a tu padre y a mí por la estúpida guerra. —y dicho eso, salió del despacho de su hijo.
Sirzechs guardó silencio, mirándose al espejo. Era curioso e irónico, como en el camino se prometió a no ser como su padre. Todo niño al inicio quiere ser como su padre, luego, hay una etapa en la que se promete ser mejor y, cuando crece, se da cuenta que va encaminado a ser como él.
No eran todos los casos, pero era el suyo.
Zeoticus Gremory no era un mal padre, pero no siempre estuvo en su vida. Las constantes batallas debido a la guerra provocaron que los líderes de los pilares murieran de manera continua, apenas estando menos de 50 años en el mandato. Nunca llegó a conocer a su abuelo. Así que todas las responsabilidades se iban heredando de manera rápida.
Cada líder, había nacido para la guerra.
Los ancianos de los pilares eran los pocos vestigios de las primeras generaciones de los demonios de aquella época lejana donde Lucifer estaba en el trono principal.
Particularmente, el hombre que vino a visitarlo, fue la segunda cabecilla del pilar demoníaco Bael. Zekram Bael, un hombre con gran conocimiento y poder, su ancestro.
—Con permiso—hablando del diablo, la voz de aquel hombre se dejó escuchar mientras entraba a la habitación—Buena tarde, Sirzechs. Aunque puedo apreciar que no es buena para ti.
—¿Maxis te contó lo sucedido?
Zekram alzó una ceja ante el tono de su descendiente, pero no dijo nada, solo caminó y se sentó en la silla frente a Sirzechs—Sí, tú tío me contó lo que ocurrió. Al igual que hace siglo y medio, ¿eh?
—Sí, al igual que siglo y medio atrás—confirmó, suspirando con cansancio, pero manteniéndose firme al mismo tiempo—Solo que esta vez estamos por nuestra cuenta, no tenemos ninguna investigación en curso. Recientemente Serafall me ha informado lo ocurrido en el mundo humano, el patrón es mucho menor que la vez pasada, pero está allí.
—¿No dejo nada de información?
Negó con la cabeza, confirmando el temor de Zekram—Adain no dejó nada, Zekram. Nada que conozca. Pienso que se lo dejó a alguno de sus hijos.
El ancestro Bael alzó una ceja—¿Crees que dejo la información que recolectó a alguno de sus hijos y esta perduró a día de hoy?
—Sí—fue la respuesta del Lucifer—Cuando llegó aquí, Milena tenía dos meses de embarazo. Para cuando todo pasó, ella estaba dando a luz. Todo terminó, Camelot cayó y Adain se retiró y nunca más supe nada de él. No tenía nada por lo que luchar, tal vez se fue a criar a sus hijos hasta el día de su muerte.
—Eran parte demonios, Sirzechs, su esperanza de vida era mucho mayor. Simplemente no desaparecieron, la información tampoco…si damos por hecho que Adain guardó todo aquello—Zekram frunció el ceño—Los Hyodo, descendientes de Adain y Milena. Por ambas partes. —se llevó una mano al mentón—Que me hayas mandado a supervisarlos y cuidarlos por si algo pasaba fue inteligente. Pero creo que sospechan algo, ¿crees que sepan de nuestra relación?
—No—negó el pelirrojo de forma inmediata—No es algo que alguien promulgaría a su descendencia así como así.
—Tal vez tengas razón, pero saben que lo sobrenatural existe—mencionó el demonio más antiguo de la habitación, alzando un dedo—Aori fue militar, sabe cosas que nunca dirá. Hanako siempre se mantuvo en Japón, pero no es precisamente un lugar con baja afluencia de seres sobrenaturales. Y los pequeños…
—¿Sientes en alguno de ellos la misma esencia que en Adain?
—Si, en la pequeña Aria. —afirmó, recostándose un poco en la silla—Heredó el [Sacred Gear] de Adain. No sé cómo, el [Sistema] es bastante raro, pero terminó en ella.
—¿Qué me dices del niño?
Zekram movió la cabeza a los dados, a su cabeza llegando la imagen del niño de cabellos castaños—¿El pequeño Issei? Es anormal.
Las manecillas del reloj sonaban, el tic tac resonaba en la habitación, la conversación siguió—Define "anormal".
—No lo sé—dijo con franqueza, su mirada se encontró con la de Sirzechs—Pero algo en él, simplemente no es normal.
—¿No tienes ninguna idea de qué puede ser?
—Nada, Sirzechs—volvió a decir, girando la cabeza para poder ver por la ventana el patio—En unos días es su cumpleaños, ¿debemos hablar con ellos para ver si tienen algo?
El pelirrojo se llevó un dedo a la boca, mordiendo cuidadosamente su uña, mientras repasaba lo que tenía en su cabeza, intentando dar con una respuesta—No lo creo, ¿el padre de Hanako da señales de ir a Japón?
—La última información sobre la ubicación de Ryuto Jin es en algún lugar cerca de la India, no sabemos qué hace, pero no muestra señales de ir a visitar a su familia por el cumpleaños de los mellizos. —el sol bajaba lentamente por la ventana, sus rayos iluminaban la habitación—Me he hecho cercano a los pequeños, pero Hanako sospecha algo. Yo digo que debemos intentarlo.
—…¿Seguro?
—Debemos ser sinceros, Sirzechs. Sino…solo el Dios Bíblico sabe que pasará—ignorando el dolor de cabeza que tuvieron, cruzaron miradas una vez más, tomando una decisión.
Ojalá fueran ángeles, para rezar que todo saliera bien.
Sorpresa, todo salió mal, o al menos, no pensaron que tantos eventos ocurrirían de manera simultánea.
Al día siguiente de su reunión, se enteró mediante Azazel la decisión que tomaron los dioses con respecto a la familia de cuatro. Se sorprendió gratamente al saber que un dios de la talla de Izanagi-no-Okami estaba al pendiente del menor de la familia, pero apuraron un poco la reunión que tendría con los humanos. No iría solo, Barakiel fue mandado por Azazel y Michael, líder de los ángeles, se ofreció para acompañarlo también.
El día llegó rápido, o eso parecía. Una tierna visita escolar al templo que había a las afueras de la ciudad, nada mal, ¿verdad?
Era un bello día, uno de esos donde el sol brillaba con todas sus fuerzas. Las cigarras volaban tranquilas entre las plantas, hasta que la sangre cayó sobre ellas.
Sintió el peligro y se movió rápidamente de su lugar, maldición ¿en qué momento los perdió? Estaban jugando, se hicieron amigos de la pequeña hija de Barakiel, Akeno sino recordaba mal era su nombre. Solo un año de diferencia y tímida por su poca conexión con niños de su edad.
Mientras corría siendo seguido por su congénere y el caído, recordó oír las risas de los niños algo lejos del grupo. Más las de las niñas que las del niño ¿qué había ocurrido? El olor a sangre llenó sus fosas nasales y el miedo recorrió su cuerpo, ¿alguien herido?
La adrenalina pasaba por cada poro de su cuerpo y fue más rápido, carajo, ¿ese tramo tan estrecho era tan largo? Parecía casi eterno su viaje. Siguió recordando, Issei se miraba distraído, pero algo en él le decía que estaba más alerta que nadie, como un animal listo para lanzarse.
¿Alguna vez había visto a un animal salvaje guardar sus garras cuando estaba contra la espalda y la pared? Esa pregunta se la hizo su padre hace tanto tiempo ya, y siempre la respuesta sería la misma. No, nunca guardaría las garras, siempre atacaría cuando se viera amenazado.
Llegó, y miró la figura del niño por sobre la de un adulto. Su mano izquierda goteante de sangre mientras cubría a su hermana y a la pequeña Akeno detrás de su cuerpo, ambas con los ojos cerrados con fuerza, temblando mientras se abrazaban, aparentemente inconscientes, pero aún reaccionando a lo que ocurría fuera de su burbuja.
El hombre alzó la cara, un horrible agujero estaba ocupando el lugar donde se supone que debería estar su ojo izquierdo. Junto a eso, desde su frente hacía su mentón había una herida fresca, cuatro marcas de garras profundas, tanto que se le veía hasta la carne viva debajo de la piel.
Lágrimas frescas caían de su único ojo sano, podía apreciar el terror y la devoción en aquel ojo azul, enfocado en la imponente figura que reflejaba el niño de cuatro años—M-Mi señor…—le escuchó balbucear, alzando una mano temblante hacia Issei, agarrando su camiseta, manchándola con sangre—L-Lo…encontré…Jejeje… ¡JAJAJAJAJAJAJAJA! ¡LO ENCONTRÉ, MI SEÑOR! ¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!
SLASH
El silencio reinó el lugar de una manera rápida, un movimiento de brazo tan rápido y sutil pero afilado como una espada. La cabeza de aquel hombre se desprendió de sus hombros, cayendo pesadamente en el suelo, rodando un par de metros, dejando un pequeño charco de sangre.
De la unión, sangre salpicó hacia el castaño. No dijo ni una palabra. Frío, impasible, totalmente inhumano.
Sirzechs estaba congelado en su lugar, no sabía cómo responder, su cuerpo no hallaba una acción adecuada para contraponerse a lo que sus ojos presenciaron—¿Issei…? —le llamó, sonando inseguro. Sus acompañantes reaccionaron con su voz, esperando a que el niño se girara para verlos, para ver que le pasaba.
El nombrado alzó la cabeza un poco, mirando el cielo ligeramente, antes de girar el cuello hacía su dirección.
—¿Sirzechs-san…? —su tono de voz lento y arrastrado le trajo escalofríos, tan frío sonaba, carente de emoción. Como si ante él no hubiera rastro del pequeño hiperactivo que mostró que era hace dos semanas ya.
Eso era preocupante. Lo perturbador para él, más allá de la sangre que goteaba de él, eran sus ojos.
Dorados putrefactos, brillando con ligera malicia, carente de emoción benigna. Curiosos, observaban a los tres hombres frente a él.
Sintieron una sensación de inferioridad, tal y como ocurrió hace tiempo ya…
—Sirzechs-san… ¿Por qué se ven tan pequeños? —Issei preguntó ello con un tono casi inocente, alzando su mano sangrante hacia ellos. Abrió el puño que formaba, mostrando el globo ocular faltante de su atacante; dejándolo caer al suelo, lo piso sin mostrar emoción alguna, más allá de una creciente curiosidad—Parecen…hormigas…Lindo… Muy lindo. —su voz sonó distorsionada, como tres voces superponiéndose una sobre otra, sin llegar a una armonía absoluta.
Una sonrisa enfermiza cubrió sus facciones, antes de que sus orbes dorados se volvieran mieles de golpe. Se pusieron blancos, y cayó de bruces al suelo, inconsciente.
Sirzechs no reaccionó, analizando las palabras de Issei a un nivel preocupante. Su cuerpo temblaba como una hoja otoñal, no podía detenerse, dos lágrimas cayeron de sus ojos. No, todo era mucho peor de lo que uno podía pensar.
La oscuridad se alzaba y cernía sobre todo aquel que habitara sobre la tierra, mucha paz traía consigo mucha destrucción. Las señales estaban, pero, ¿serían capaces de seguirlas antes de que sea muy tarde?
¡CORTE CARAJO!
Seis meses, ¡casi seis putos meses! Santa mierda, debo dejar de hacer esto.
Perdonen la demora, enserio. Tuve vacaciones desde enero hacia abril, avance poco ya que me envicié mucho con otros juegos, aparte de ello, enfocándome en el tercer ciclo de mi universidad y en lo que podría especializarme más adelante.
Sumado a esto, el archivo se me borró tres putas veces. Y a la cuarta vez, borre todo hacia 0 porque no me gustó nada como quedó el capítulo.
Quise enfocarme en Sirzechs, humanizarlo lo más que se pueda. Siempre he considerado que las guerras en DxD tienen muy poco impacto en los personajes y en la actualidad más allá de que los reencarnados se volvieron más apreciados por la bajada de su población. Por esto considere en jugar un poco con las emociones de los personajes.
La relación de Zeoticus y Venelana no es la mejor, consecuencias de ser líder en tiempos de guerra. Espero haberlo explicado bien, tanto como la superficie del Inframundo y los subniveles que tiene.
El usar a tantas mitologías y a los demonios es muy, muy complicado ya que, en teoría, haces todos los inframundos canon. Así que determine que el Inframundo es como una tierra 2, solo que más inexplorada. Cada Dios de la Muerte tiene su territorio donde gobierna y no se les permite pasar más allá de sus límites a menos que el dios dueño del otro territorio lo permita.
En el subsuelo de este inframundo, hay siete niveles (contando la superficie) que fueron encontrados y fueron usados desde la época antigua a los dioses para sellar a diversos seres y entes peligrosos. Sin llegar más lejos, en el segundo nivel están algunos personajes como Chronos y los Titanes de la mitología griega, los gigantes están en el nivel tres y de allí no hay nada ocupado…que ellos sepan. Los niveles del cuatro al siete son totalmente inexplorados, así como el 70% de la superficie restante del Inframundo.
Quise poner muchas cosas, pero no doy para más. El capítulo anterior fue algo de Barakiel junto a la presentación de Azazel y Ryuto, así como la de Wukong y un par de cositas más. Este es Sirzechs y la situación actual del Inframundo y una pequeña conexión entre el pasado y el presente que trascurre en la historia. El siguiente será, por fin, como llegaron a la situación actual Issei, Aria y Akeno; con ello, se cortan los flashbacks y volvemos con la continuidad natural de la historia,
No pondré nada de Michael ya que aún no planeo mucho con los ángeles, en el canon de DxD no es que sea algo totalmente trabajado. Solo enfocándose en los exorcistas y algunos personajes como Vasco Strada entre otros, pero ellos aún no serán necesarios en la obra. Así que trabajaré un poco más.
Es bueno volver, trataré de traer el siguiente capítulo pronto. Mi cumpleaños se acerca y casi voy por la mitad de mi tercer ciclo, ya me he regularizado así que puedo estar más tranquilo.
Me despido, cuídense los pocos que me siguen leyendo.
See-ya~
