¡Pues nada! Aquí tenéis el cuarto capítulo de este fanfic. Los próximos serán totalmente nuevos, ya que no hay nada más que reescribir ni corregir, así que espero agradaros con dicha novedad. Algunas dudas empezarán a resolverse y las relaciones entre personajes aparecerán más marcadas. Por ahora, os dejo éste para que disfrutéis. ¡Decidme qué pensáis en comentarios!
dafisharodls: ¡Muchas gracias por tu comentario! Espero que este capítulo también te remueva como los anteriores. ¡Un besazo!
Shingeki no me pertenece.
Capítulo cuatro. Pasado pisado.
Levi olvidó qué era tener una familia por la que volver a casa. Las múltiples misiones tras formar parte de la Legión y la pérdida de aquellas personas a las que consideraba importantes fueron los factores que lo empujaron a vivir una vida solitaria. Con el paso del tiempo, el hombre reconoció que era fácil vivir solo, pero continuar en ese mundo con el peso de unos recuerdos tan dolorosos era algo complicado de sobrellevar hasta para el soldado más fuerte de la humanidad. Levi chasquea la lengua y bebe de su taza de té sin dejar de detestar ese apodo que, a día de hoy, todos los ciudadanos vociferaban cuando lo observaban ir o volver encima de su caballo.
Deja de beber cuando la puerta de su despacho se abre y, ante él, aparece la delgada figura de su, hasta ahora, cuarta compañera de aventuras. Algunos la bautizaron como su hija postiza, otros creyeron que era su hermana y unos cuantos infundieron rumores al defender que se trataba de una esclava comprada en esas podridas calles de la ciudad subterránea a la que una vez perteneció. Enfundada en su largo vestido blanco y su chaquetita rosada, Mikasa observa a Levi e intenta, por todos los medios, que él devuelve la mirada y explique, además, el papel del molesto hombre que proclamaba ser el encargado de criarla a partir de ahora. El hombre de ojos verdes, un doctor muy prestigioso, ofreció un nuevo hogar y una nueva familia. El susodicho aparece detrás de ella y, al ver la confianza que deposita Levi en el desconocido con un simple "puedes llevártela", Mikasa se revuelve entre los brazos del hombre que la toma de la muñeca para arrastrarla fuera del despacho. Mikasa no aparta la mirada de Levi y aprieta los dientes para no sollozar como una perdedora. Sus reproches resuenan por el pasillo, la puerta está abierta y se escucha todo, pero Levi no responde a los insultos.
El doctor gime al recibir un cabezazo. Él se tambalea y Mikasa aprovecha para intentar soltarse, pero él es más rápido, su experiencia con los infantes revoltosos es de gran ayuda, y no demora en volver a retenerla entre sus brazos. Mikasa sigue vociferando como un animal enfurecido y Levi se mantiene frío en su silla, con los codos apoyados sobre la mesa y la barbilla encima de sus manos entrelazadas.
—¡Eres un mentiroso! —ruge, desconsolada—. ¡Me prometiste que no me abandonarías y podría quedarme contigo!
Los recuerdos asaltan a ambos y la despedida se convierte en un reproche por parte de la menor. Levi, sentado en la mesa y esperando terminar su taza de té, trató de renunciar a sus responsabilidades y cumplir los deseos de esa inocente niña, mas el destino era retorcido y prefirió ofrecer su cuello antes que el de Mikasa.
—¡Te odio, Levi! ¡Te odiaré para siempre!
Tembló, frustrado. ¡Él no desea terminar de esa manera! Ella lo entenderá con el tiempo, y podrá perdonarlo y escuchar sus razones cuando vuelva dentro de las murallas tras la próxima misión. Ese era el trato al que llegó con la Legión y ese doctor.
—Levi, debes marchar con tu escuadrón.
Erwin Smith, su verdugo, no le permite levantarse de la silla y mirar por última vez a su fiel trotacaminos. Él quiere una buena vida para Mikasa, la niña de sus ojos, y no podía dar marcha atrás y atarla a unos días de sangre y destrucción.
Ofuscado por el timbre de voz del rubio soldado, Levi muerde su lengua y aprieta los puños bajo la mesa.
—Mierda —gruñe—, maldita mocosa.
El sonido del agua derramarse a su espalda y una puerta abrirse llama su atención. Mojada de pies a cabeza, con el ceño fruncido y sin esas gafas tan características, Hange sale apresurada del baño al escuchar los gritos de la niña asiática. La mujer observa a sus compañeros, ambos mudos y en actitudes completamente antagónicas, y una entrada medio abierta mientras los chillidos mueren lentamente a través del pasillo.
—¿Levi? —tienta la soldado con una toalla alrededor de su cabello y la incredulidad en su voz—. ¿Dónde está Mikasa?
El temblor en el menudo empeora y los nudillos de sus manos se blanquean todavía más. El silencio lo dice todo y Hange no tarda en sorprenderse al comprender lo ocurrido. La mujer coge las gafas, que reposan sobre la mesa, y las coloca correctamente sobre el puente de su nariz, expectante. Levi, habiendo escuchado las dudas de su compañera, decide pensar en una respuesta adecuada y no dejarse llevar por la poca cordura que gobierna su mente.
—Se ha marchado —murmura tras un largo suspiro—. Ella merece un futuro y una verdadera familia. Aquí no tiene nada de eso, y no pienso dejar que entre en la Legión por querer seguirme.
—¿Dónde está? —insiste Hange.
—Grisha Jaeger la cuidará a partir de ahora.
Los estruendosos andares de Eren despiertan a Levi. Fuertes y muy cerca del salón, Eren llegará pronto a la sala y encontrará al hombre desparramado sobre la mesa al quedarse dormido sobre ese inconveniente mueble. La dureza de la silla crea los primeros estragos en su espalda y Levi no puede evitar soltar un bufido lleno de fastidio.
Los tímidos rayos de luz saludan al antiguo capitán y advierten del amanecer. Levi se frota el rostro con las manos y mira a su alrededor comprendiendo que ha pasado la noche en el salón. Mikasa no ha aparecido, como ambos habían acordado el día anterior, y sus explicaciones no han podido formularse. Levi medita la decisión de la muchacha y busca el significado de su plantón, pero las punzadas repartidas por toda su reverso le alejan de la coherencia para sumirlo en unas sensaciones profundamente desagradables.
—Me he quedado dormido —se dice a sí mismo, como si quisiera entender qué ha pasado. Sus pequeños ojos se elevan y observan su alrededor en busca de pistas que le ayuden a recordar las horas anteriores a sumirse en un profundo sueño—. Maldita mocosa del demonio...
Los pies de Eren se asoman al salón y la suave iluminación que se adentra por las ventanas brinda apoyo al joven en la oscuridad del otro lado de la casa. El hijo de su esposa está a punto de descubrir cómo ha pasado la noche su padrastro y, además, será el primero en ser víctima de su estado de ánimo. El de ojos verdes jadea por la sorpresa y el estado físico de Levi. Eren contempla con incredulidad al hombre mientras oye las incoherencias que el hombre suelta por la boca. El chiquillo no entiende sus palabras, aunque tampoco desea preguntar qué ha ocurrido.
Aturdido por su recién levantar, y enfurecido por el desplante de Mikasa, Levi desvía la mirada y vuelve su atención a las tazas limpias detrás de él para hacerse un té.
—Levi —Eren sigue escéptico y una sonrisa nerviosa se dibuja en sus labios cuando esos diminutos ojos amenazan su existencia—. ¿Usted estaba durmiendo en el salón?
—No me encontraba bien —contesta el otro y vuelve a sus quehaceres.
El hijo mayor contempla lo contempla en silencio. Sus nerviosas manos se esconden detrás de su espalda y Levi, quien no da importancia a la irrupción del muchacho, prosigue a prepararse el té sin murmurar palabra. Allí, en ese instante, Eren se percata de la furia de Levi y su desgana por socializar con cualquiera de los habitantes de la casa. Conmovido, el moreno suspira temeroso y accede a echarle una mano.
—Espere —dice al intuir sus siguientes movimientos. Levi, al escucharlo, alza la mirada y espera por conocer sus pensamientos—, llamaré a mamá.
Tener que contestar a las cuestiones de una preocupada mujer es algo que Levi no desea hacer, mucho menos delante de Mikasa, la culpable de sus malestares, y Eren, quien peleó con él el día anterior y sospechará si Mikasa y él se reencuentran sin haber hablado antes sobre lo sucedido.
—No, no hace falta —declara Levi. Eren, al escuchar su respuesta, detiene su andar y lo observa por encima del hombro—. Está durmiendo, no la molestes.
El joven asiente. Llevan pocos días casados, pero las trifulcas matrimoniales pueden aparecer en cualquier instante. Su madre es una mujer con carácter, y el día de ayer parecían más distanciados que de costumbre, por lo que supone que están enfadados.
—¿Querría que llamara a Mikasa en lugar de mi madre?
Las cuestiones de Eren le hacen querer echarse a reír, empero decide no hacerlo. El lugar, el momento y la compañía no lo requieren, y él no está dispuesto a mostrarse completamente a los inocentes que conviven a su lado. Levi es un hombre de guerra, un soldado frío que no puede ser doblegado por palabras de un desalmado como el que tienen a poco metros. Al parecer, y creyendo haberlo disciplinado correctamente el día anterior, Eren no ha aprendido la lección y tendrá que volver a la carga. Las dos mujeres de la casa están recostadas, así que un momento como ese no puede echarse a perder.
Los ojos de Eren brillan en busca de una respuesta coherente a sus especulaciones internas. Algo esconde Levi, especialmente tras la conversación que escuchó la mañana anterior mientras cortaba leña en la parte trasera de la casa, y Eren lo descubrirá cueste lo que cueste.
Levi, al sentirse estudiado, no se hace esperar:
—¿Qué buscas con ese tipo de preguntas? —sisea entre dientes.
Su actitud soberbia lo enfurece. Eren conoce los límites de su relación Levi, incluso reconoce su posición dentro de la familia tras el enlace, pero esa mueca burlona provoca un revoltijo intenso en su interior.
—¿No es extraño esperar toda la noche por la hija de tu mujer a escondidas de todos? —ataca, venenoso. Levi queda anonadado. ¿Mikasa ha mencionado sus peticiones a su hermano? ¿Tan poca es la confianza que alberga por él? El hombre frunce el ceño y mira a su hijastro, que se acerca sin miedo a él. Levi aguarda su llegada con los brazos abiertos y una mirada intimidante—. No voy a dejar que haga daño a mi madre, mucho menos a Mikasa —advierte apuntándolo con el dedo índice—. Ni se le ocurra acercarse de nuevo a ella.
—¿Me estás amenazando?
Eren acepta su tono amenazador y poco le interesa la interpretación de Levi. Este último responde rompiendo la distancia, aunque no asusta a su contrincante, sino que lo animaron a rebelarse todavía más.
El aire alrededor de ellos cambia y el silencio se convierte en un arma de doble filo. Los ronquidos de su madre son lo único que escuchan.
—Piense lo que quiera.
Eren bufa hastiado y se recluye en el baño. Una nueva intervención del antiguo soldado le retiene unos minutos más en el salón.
—Es sorprendente tu cambio de actitud. Hace unas semanas no le diste importancia a los reclamos de tu hermana cuando te pidió echarme de casa —Eren aprieta los dientes, pero no mira al azabache en ningún momento—. ¿Tienes remordimientos por alguna razón en particular?
La rabia en el joven es palpable, aunque Levi no se inmuta. Peores enemigos han pasado entre sus manos. Eren no es más que un loco con problemas de furia constantes.
—Aprende a elegir tus batallas —repite, como lo hizo con su primer consejo, y Eren chasquea la lengua antes de perderse en el pasillo y encerrarse en el baño.
El portazo hizo temblar la casa y Levi retuvo sus ansias de patear el trasero del chico.
—Será...
—Cariño, ¿qué ocurre?
Asustada por los tremendos sonidos que acechan su hogar, Carla sale del dormitorio y busca consuelo en los brazos de su marido. Él saluda con un corto beso en la frente sin demasiado sentimiento y vuelve a su té matutino.
—¿Quién ha dado semejante golpe? —demanda saber la madre al sentarse en la mesa y observar el exterior a través de la ventana.
Su acompañante no tarda en responder.
—El mocoso no se ha levantado de muy buen humor.
Carla, al escuchar el nombre de su hijo, deja caer su cabeza derrotada.
—Dios mío —suspira llevándose las manos a la cara—, Eren me está dando demasiados dolores de cabeza desde la visita de Jean —admite sin mirar a su marido. Su centro de atención, en estos momentos, es la estancia donde se encuentra encerrado su hijo. No obstante, el gruñido que su marido emite al escuchar el nombre del amigo de su hija la coge totalmente desprevenida. Con la boca entreabierta, la viuda del doctor Jaeger contempla a su pareja perpleja—. ¡No puede ser! ¿A ti tampoco te gusta el hijo de los Kirschtein?
—No confío en él.
Carla pone los ojos en blanco y se revuelve los cabellos. ¡Esos hombres van a volverla loca! No ha podido tomar un respiro desde hacía días y su marido no la ayudaría. La ama de casa decide preparar el desayuno para despejar su mente y olvidarse de los quebraderos de cabeza de su familia, así que ocupa el espacio de Levi.
—¿Podrías llamar a Mikasa? Eren tardará en asearse.
Siguiendo sus órdenes, él asiente y avanza con sigilo hacia la habitación de la susodicha.
—Mikasa —murmura al entrar en al cuarto y dirigirse hacia ella—, levántate —dice antes de cerrar la puerta y apoyarse en ésta con los brazos cruzados. Mikasa, aún estirada, lo observa de reojo y vuelve a esconder su rostro bajo las sábanas. Levi, al ver tal osadía, muestra los dientes y aparta la mirada enfurecido—. ¿Qué pretendes dejándome solo en el lugar que acordamos?
Mikasa se destapa lentamente, mientras aparta sus azabaches cabellos del rostro y se sienta sobre el colchón con semblante adormecido.
—Mamá está antes que nosotros —repite como un mantra. Por si Levi ha olvidado sus pensamientos.
—¿El mocoso te ha dicho eso? —acusa sin moverse, y Mikasa despierta por completo.
Los grandes ojos femeninos acuchillan el torso del hombre y su mandíbula se tensa. Mikasa no tiene nada que ver con Eren, así que batallar con ella puede ser una decisión difícil de tomar. Levi cuenta con ventaja al enfrentarla recién levantada, pero la confrontación con su mujer sobre su manera de disciplinar a sus hijos puede ser un inconveniente si Mikasa se atreve a acusarlo sobre sus malas formas.
La chica advierte en silencio, diciéndole que ha cruzado una línea roja, y sale de la cama.
—He sido yo quien lo ha decidido —responde abriendo la ventana para ventilar la habitación—. Deberías quitarte de la puerta antes de que comience a chillar y mi madre piense que vuelves a usar la fuerza bruta.
Chica lista, piensa Levi. Mikasa contempla al hombre desde una distancia prudente. No quiere contacto con él, ya que sus barreras están en plena construcción. Las emociones son sus peores enemigas y el desequilibrio es permanente en su interior cada vez que ese energúmeno aparece en su camino.
Levi acata sus palabras y se aparta de la puerta, pero camina hacia ella.
—No si te tapo la boca antes de poder hacerlo —juguetea alzando las manos. Mikasa se tensa y extiende los brazos defendiendo su espacio personal. Levi aparta sus brazos de un manotazo y coge a la chica por los hombros. Mikasa aprieta los dientes y ahoga un chillido. No va a llamar a su madre, tampoco a Eren, ya que ella puede deshacerse del demonio que la mantiene aprisionada. Levi bufa y la arrincona en la cama—. Sólo... —intenta articular palabra, pero los golpes de Mikasa se lo impiden una vez más—, maldita sea —maldice por lo bajo—, ¡sólo quiero hablar contigo!
Los deseos de Levi son minucias para la muchacha, que se burla de él.
—¿Una conversación después de tantos años desaparecido? —enfrenta verbalmente a su atacante y éste la mira enmudecido—. No es el momento.
A él no le importa. Son escasas las ocasiones en las que pueden hablar, y Levi no perderá más oportunidades.
—Permití tu marcha para evitarte un sufrimiento peor —murmura aflojando el agarre en sus hombros. Los pequeños ojos de Levi la miran con ternura y ella frunce el ceño al no comprender el significado de su confesión—. No podía dejarte formar parte de eso. A ti no, Mikasa.
—¿De qué estás hablando?
Las dudas asaltan la mente de la pelinegra y, de un momento a otro, ella intenta descubrir qué acontecimiento puede haber calado tan profundo en él. Las muertes fueron algo constante en las aventuras de los soldados de la Legión, pero Mikasa no conoce a nadie que compartiera esas vivencias con...
Antes de poder mencionar los nombres de aquellos a quiénes ella estimó, la puerta se abre muy lentamente. El chirrido es insoportable, incluso Carla se queja del ruido desde la cocina, y ambos giran el rostro para encontrar un impasible Eren observarlos desde la entrada.
Mikasa aprovecha y se remueve entre las manos de Levi, que la suelta para verla correr por el pasillo y reencontrarse con la mujer de la casa. Eren, sin embargo, lanza un último vistazo al dormitorio, seguramente buscando pistas sobre qué ha ocurrido, y abre la boca.
—Mi madre está buscándolo, Levi.
No es un anuncio, mucho menos una verdad. El hijo de su mujer le recuerda la conversación que han mantenido a primera hora. Posiblemente advirtiéndole de que sus palabras no caerán en saco roto.
—Tan atento como siempre, Jaeger. —Levi no se queda atrás.
A unos metros, Mikasa llega a la cocina para encontrarse de cara con su madre y una mesa repleta de comida.
—Buenos días, hija.
La voz de Carla no tarda en calmar los monstruos de Mikasa. La aludida sonríe y la mujer le obsequia un dulce apretón. La pelinegra nunca ha sido fanática de las caricias, aunque en el último tiempo se ha reconciliado con esas muestras de afecto.
La mañana promete ser calmada, a pesar del sorpresivo asalto de Levi, mas el mudismo del pasillo y la tardanza de su hermano no auguran buenos pensamientos.
Carla anima a su hija a sentarse mientras ésta medita la última conversación con el hombre de la casa. Al parecer, y por lo que puede intuir, sus palabras no han caído bien sobre él, mucho menos sobre su orgullo.
—Aquí tienes tu almuerzo —Carla alza la voz para despertar a Mikasa de sus ensoñaciones.
La de la bufanda, algo más viva, asiente y decide aceptar el plato que se le ofrece. Carla quiere preguntar la razón detrás de su inusual semblante, pero decide esperar un momento más idóneo.
—Gracias —dice Mikasa llevándose un pedazo de comida a la boca.
Levi vuelve al centro del hogar sin Eren. Eso remueve a la joven, quién pone la oreja para escuchar algún sonido extraño por parte de su desaparecido hermano. El antiguo soldado contempla a la chica hasta colocarse en su asiento y verter el té que queda en su taza. Carla, ajena a todo, conversa con su marido y acompaña a Mikasa en su desayuno.
Sin que la mayor se percate, Levi ojea a la de rasgos asiáticos. Él ha aceptado sus palabras, mas no sus deseos. Furioso por la ignorancia de sus verdaderas intenciones, el hombre aprieta la taza entre sus dedos y termina con su bebida. Las cosas se están torciendo demasiado, todo está escapando de su control, y eso es algo que no puede permitir. Mucho tiempo pasó para poder cumplir sus objetivos, casi una década entera, y Levi no permitirá que nada ni nadie detenga sus planes. Ni siquiera un niñato que no conoce el mundo más allá de los brazos maternales. Él levanta la cabeza y piensa. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido? ¿Cómo ha crecido? ¿Qué historias ha escuchado para tener esa actitud? Y lo más importante, ¿desde cuándo ha decido enterrarle bajo tierra?
Mikasa se remueve inquieta en su silla. Levi se anticipa y resuelve sus dudas.
—Tu hermano está en el dormitorio.
—Ah.
Es Levi quién decide romper el silencio. Con el vaso entre sus manos, se levanta y le pide a su esposa que continúe comiendo y que él se encargará de limpiar sus cubiertos. Finalizadas todas esas tareas, se acerca a Carla y acaricia uno de sus hombros con delicadeza. Ella mira a su marido con un brillo tierno en los ojos y él no se inmuta. Carla quiere pensar que es su personalidad, Levi es un hombre frío y de pocas palabras, y se calma diciéndose que esa es su manera de quererla. No hay nada extraño en él. Levi, por su parte, no quiere profundizar en la incomodidad de la mujer frente a él. No tiene tiempo, tampoco intención de preocuparse por ello, así que sube su mano para acariciar su mejilla y tenerla contenta hasta su vuelta.
—Me voy, Carla —anuncia con una voz neutral, no deseando demostrar nada más.
—De acuerdo —asiente Carla, y Rivaille aparta sus dedos de la adolescente—, ¡dale recuerdos a los chicos de mi parte!
El hombre de ojos grises asiente y sale por la puerta principal. No sin antes volver a mirar el interior de su hogar y sorprenderse con el par de ojos que lo despiden desde la mesa. Mikasa, en un tímido movimiento, ladea el rostro siguiendo los movimientos de Levi y ambas miradas se conectan. Ella frunce el ceño, avergonzada por la pillada, y aprieta los labios cuando él sonríe y cierra la puerta.
Su madre la llama en un tono preocupado. Ella jadea y vuelve su atención a Carla, pero no le permite curiosear sobre su estado físico, ya que se levanta como un rayo y deja sus platos sobre la encimera de la cocina, muy cerca del cuenco de agua. Mikasa se despide de su madre al mismo tiempo que una aturdida Carla la detiene para saber a dónde se dirige. Los tiempos que corren no son los mejores y tener a su hija merodeando por las calles no es de su agrado.
—Jean va a venir a buscarme.
Carla respira tranquila.
—Oh —jadea al escuchar el nombre del nuevo vecino—, ves a cambiarte y no hagas esperar a tu amigo.
Mikasa marcha a su dormitorio y lo encuentra vacío. El ruido del agua correr le advierte de dónde se encuentra metido Eren y Mikasa asiente pudiendo calmarse. Antes de encerrarse para cambiarse, la muchacha medita si es buena idea preguntar a su hermano si se encuentra bien. Sin embargo, y no deseando ser un inconveniente para él, Mikasa descarta hablar con él y camina hacia su armario para decidir qué ponerse. No tarda demasiado en escoger: un vestido rosa palo, una chaqueta ligera y los zapatos de siempre. Jean tampoco dirá nada negativo sobre su atuendo, tampoco quiere impresionar al chico, así que decide ir rápido y no hacerlo esperar. La chica se coloca la bufanda alrededor del cuello y mira por última vez la puerta del baño y escucha a su hermano tararear. Una pequeña sonrisa surca los labios de la chica. El chico parece feliz. Mikasa decide estar feliz también.
La puerta principal se abre y Jean entra sonrojado. Su madre entabla conversación con él y le ofrece una bebida o un refrigerio, mas él se niega y agradece el gesto.
Mikasa frunce el ceño al contemplar unos instantes a su amigo. El chico está más apagado de lo usual, algo raro está ocurriendo, y ese tembleque en sus manos no augura buenas noticias.
—¡Mikasa! —recibe él a la aludida con el habitual nerviosismo—. ¡Buenos días! Estás preciosa.
—Buenos días —responde ella, y se esconde detrás de la bufanda.
Carla, cerca de la pareja, ríe por la dulzura de Jean.
—¿Vamos? —ofrece abriéndole la puerta a la chica—. Gracias por llevar el anillo.
El murmullo masculino esparce un calor agradable sobre el pecho de ella. Al escucharlo, Mikasa mira su dedo índice y asiente en silencio. El anillo es bonito, su opinión no ha cambiado en absoluto, y lo lleva porque así siente que debe hacerlo. No tiene el mismo significado que la bufanda que protege su cuello, por supuesto, incluso Jean conoce ese detalle, pero es un regalo del que está encariñada y esa es su manera de demostrárselo.
En silencio, y muy ensimismado en sí mismo, su acompañante traga saliva e intenta acercarse a su amiga. Ésta, sorprendida por el atrevimiento del chico al coger una de sus manos, abre los ojos y tensa su cuerpo, aunque no rechaza la caricia.
Jean no tiene nada que ver con Eren. Ambos son polos opuestos, pero Jean reconforta y trae paz de una forma extraña que no es capaz de rechazar.
—Mikasa —Jean se detiene a mitad de camino, en un prado adornado con flores blancas, y tira suavemente de ella para guiarla hasta allí y sentarse—, tengo algo importante que contarte —tartamudea haciendo que la muchacha se impaciente y frunza el ceño al no comprender sus inseguridades—. Por favor, escúchame.
Decide que sentarse y escuchar al chico no es una mala idea.
—Eren, ¿qué has estado haciendo allí metido?
La pregunta es coherente. Eren ha estado dentro del baño una eternidad, y su madre se preocupa al pensar que puede estar enfermo. Él ignora la cuestión y mira hacia todos lados al sentir la cabaña desolada. Carla bufa ante la actitud de su hijo y le entrega su desayuno pidiéndole que coma.
—¿Dónde están todos? —indaga él con la boca repleta.
—Jean ha venido a por tu hermana y Levi está en el cuartel. ¿Hoy irás a ver a Armin?
Eren traga la comida y bebe un poco de leche antes de responder.
—Sí, su abuelo ha vuelto hace poco y quiere enseñarme unos libros nuevos.
No hizo falta más explicaciones. Carla conocía la historia del abuelo de Armin, así como de toda su familia. El hombre había sido llamado para la reconstrucción de las aldeas asediadas por los últimos titanes. La lucha había terminado hacía unos años, su actual marido se proclamó como uno de los vencedores más importantes de dicha batalla, pero la reconstrucción de los pueblos destruidos era fundamental para mover a la población hacia las afueras tras la demolición de los muros.
—Armin me ofreció acompañarlo a hacer un voluntariado, o algo así, al orfanato —explicó Eren a su madre cuando ésta terminó de limpiar los cacharros y se sentó a su lado—. Tiene tantas historias que contar, que los responsables del lugar le pidieron ir con más frecuencia.
—¿Y qué harás?
Eren pone los ojos en blanco.
—No me gustan los niños pequeños —dice él y su madre niega con la cabeza. Su hijo está en una fase rebelde y tremendamente pesada—. Ya sabes qué tan mal se me dan.
—Un hermano pequeño sería una pesadilla para ti.
Eren se carcajea con su madre, quién le regala un suave coscorrón entre risas.
—¿No tenéis pensado aumentar la familia?
La pregunta pilla por sorpresa a Carla. No entiende el interés de su hijo por tener un hermano, mucho más tras sus recientes confesiones.
—No. ¿Por qué?
Eren se lleva un pedazo de pan a la boca y encoge los hombros.
—No es mala idea.
Rivaille estaría entretenido y dejaría a Mikasa en paz. Su madre no sabe sobre sus deseos, y no es el momento adecuado de verbalizarlos, mucho menos cuando su madre bebe los vientos por ese hombre.
Carla se escurre en su asiento y su hijo no le quita el ojo. No sabe si es adecuado abrirse con él, la historia a contar no es suya, sino de Levi, y tentar a la suerte es un juego peligroso. No obstante, y conociendo a su hijo y su debilidad por el soldado más fuerte de la humanidad, la mujer decide contar una de las historias de su esposo.
—Levi tuvo una hija hace muchos años —comienza ella y Eren deja de engullir al enterarse. Es la primera información que recibe sobre ello, y sus ojos se abren como platos. Carla asiente al entender el sobrecogimiento de Eren—. Desde la pérdida de la niña, Levi decidió no tener más hijos. Yo misma saqué el tema en la noche de bodas, pero él se negó de inmediato y decidí no volver a sacar el tema.
El de ojos verdes continúa anonadado. Esa historia es completamente nueva. Ni el mismísimo Levi mencionó la existencia de dicha niña antes o después de contraer matrimonio con su madre. Eren piensa en Mikasa. ¿Sabrá ella sobre esa hija perdida?
—¿El señor Rivaille tenía una hija? —Más horrorizado que nunca, Eren repite las palabras de su madre con simples tartamudeos. Carla asiente con los brazos cruzados y esperando saber si su hijo continuará comiendo o puede retirarle ya los cubiertos. No obstante, Eren abre los labios y pregunta nuevamente—. ¿Cómo se llamaba esa niña?
Dicen "la curiosidad mató al gato", y Eren sabe que, en esos momentos, él era el único gato entre esas cuatro paredes.
—Igual que tu hermana —murmura su madre acercándose a él para recoger la mesa y dejar a su hijo atontado—: Mikasa.
Carla no presta atención al cambio de ánimo en Eren. Su mente divaga sobre qué comida hará hoy y qué regalo llevará a finales de semana cuando visite el estrenado hogar de los Kirschtein. Sabe que su hija no tiene compromiso alguno con el único hijo de la familia, pero su gratitud durante la última cena fue asombrosa, y Carla quiere presentar sus respetos y agradecerles.
El golpe de la silla contra el suelo hace saltar a la mujer. Con los platos en las manos y el ceño fruncido, Carla voltea el rostro y mira acusadora al chiquillo. Los ojos abiertos y los labios temblorosos, Eren parece buscar respuestas en la madera entre sus dedos mientras su madre lo llama una y otra vez. Él alza la vista y se encuentra con una consternada madre que no comprende su revoltijo emocional. Carla insiste de nuevo, pero su hijo niega con la cabeza y se excusa diciendo que Armin lo espera.
La ama de casa chilla su nombre y Eren responde cerrando la puerta y echando a correr como loco en busca de Mikasa. Nada más tiene importancia. Incluso la promesa de encontrarse con Armin carece de sentido. Encontrar a la chica de cabellos negros es su prioridad.
La suerte está de su lado, aunque él no lo entienda así en un principio, y el pequeño rubio aparece en una esquina y se topa con él. Ambos caen al suelo y se soban el rostro. El golpe ha sido estrepitoso, algunos viandantes se mofan de ellos, y Eren gruñe no sólo por el dolor sino por la vergüenza. Antes de poder atacar verbalmente a su amigo y exigirle más cuidado, Armin se acerca a él con la intención de auxiliarlo y unirse a él para pasar el día, mas Eren lo aparta de un manotazo.
―¡Ves con cuidado! ―ruge, furioso―. ¡Vas ensimismado!
―Eren, yo... ―tartamudea Armin sin saber porqué su amigo está tan exaltado―. Lo siento, no sabía que tú ibas...
El moreno se levanta del suelo y mira a todos lados. ¿Qué dirección es la correcta?
―Qué más da ―interrumpe a su amigo y éste agacha la cabeza―. ¿Dónde se ha metido? ―gruñe.
Armin parpadea y se atreve a preguntar qué está ocurriendo.
―¿A quién estás buscando? ―Eren ignora sus palabras, pero él insiste―. Eren, ¿ha pasado algo?
El aludido baja la mirada y observa a su compañero en el suelo. Dándose cuenta de su mala pata, Eren alarga un brazo y auxilia al chico de cabellos dorados. Él acepta la mano y se levanta del suelo con una sonrisa y limpiándose los pantalones de polvo.
Eren se muestra dubitativo, aunque decide explicarle a Armin sus hallazgos. La conversación con su madre no es lo primero que comenta, sino que se atreve a contar su encontronazo con Levi el día anterior, antes de visitar el cementerio, y su más reciente esa misma mañana antes de desayunar. Armin se estremece al imaginárselo. No es aficionado a ese tipo de discusiones, mucho menos a enfrentarse a tipos como Levi, pero sabe de los ataques de furia de su amigo y no le sorprende. Mikasa no estaría presente, ya que jamás hubiera permitido que aquello ocurriera.
La historia avanza y Eren habla sobre su madre y la hija perdida de Levi. Armin casi se atraganta al conocer que esa niña se llamaba como su amiga. ¿Ese nombre es más popular de lo que él pensaba? Su amiga mencionó su pertenencia a un clan importante, mas su nombre no era algo común en esas tierras. Ni siquiera sus rasgos físicos lo eran. Eren asiente a todos sus comentarios y prosigue hablando sobre ese hombre desconocido que Mikasa menciona en sus sueños. Farlan. Armin se apoya en la muralla a su espalda y Eren copia sus movimientos, mientras medita el papel de ese hombre en la vida de Mikasa.
―Es posible que sea un familiar lejano ―dice el rubio aguantando su barbilla entre sus dedos.
Eren niega con la cabeza.
―Mikasa me lo hubiera dicho ―corrige él y su amigo asiente. Esos dos no tenían secretos―. Creo que Levi sabe más de lo que aparenta ―Armin mira al moreno y éste sonríe socarrón―, y conoce a ese tal Farlan.
―¿Un compañero de la Legión?
Eren tuerce los labios.
―Probablemente, pero no recuerdo a ningún Farlan el día de la boda ―responde al creer en la posibilidad que ofrece su compañero. Esa coletilla es cierta. Ese hombre hubiera asistido a un día tan especial para Levi. A lo mejor no era alguien tan esencial para el soldado como para su hermana, Eren arrugó la nariz―. Da igual, vamos a buscar a Mikasa.
El muchacho echa a correr de nuevo y Armin lo persigue a un ritmo más lento. El primero mira hacia todos lados, buscando una bufanda roja, pero no tiene suerte y la travesía se convierte en algo tremendamente tedioso para ambos jóvenes. El rubio llega hasta su inseparable y toca su hombro con las manos temblorosas. No está acostumbrado a ese tipo de esfuerzos, y su cuerpo no cuenta con la fortalece suficiente. Eren agacha la cabeza y mira a su amigo inclinado hacia adelante. La otra mano apoyada en sus dobladas rodillas, mientras coge grandes bocanadas de aire para recuperarse.
Eren le revuelve la melena y mira al horizonte meditando dónde puede estar escondida. Los lugares más comunes para ambos están abandonados, algo evidente, ya que Mikasa no iría a esos sitios tan... personales con alguien como Jean. Esos son sus lugares. De ambos. Ni siquiera él se atreve a ensuciarlos de esa manera.
Un leve sonrojo nace en sus mejillas y esconde el rostro para que Armin no se percate. ¿Qué clase de pensamientos está teniendo sobre Mikasa? El sonrojo se extiende hacia sus orejas y Eren aprieta los labios y frunce el ceño, creyendo que esos simples movimientos extinguirán la rojez de su piel, aunque no lo consigue y Armin se preocupa por él cuando recupera el aliento y se fija en su amigo. Eren se aparta con brusquedad y quita importancia al color en su cara.
Armin pone los ojos en blanco y toma la palabra.
―¿Ha salido sola? ―cuestiona y Eren niega haciendo referencia a Jean. Armin se rasca la frente y decide proponer algo al muchacho―. ¿No sería mejor buscar allá donde Jean iría?
―¿Y dónde es eso?
La impaciencia de su amigo comienza a ser molesta.
―Podríamos empezar por su casa. Mikasa no ha ido nunca y allí tienen más...
No puede acabar de hablar, Eren ya está tirando de su brazos y exigiéndole saber cuál es el camino hacia esa dichosa cabaña. La familia de Jean se ha trasladado recientemente de zona, las nuevas obras obligaron ese desplazamiento, y las casas nuevas han sido uno de los temas de conversación más recurrentes entre los habitantes.
Armin y Jean compartieron una amistad espléndida. No tan profunda como la de Eren, tampoco se parecía a la de Mikasa, pero ambos chicos pasaron buenos momentos antes de la partida del joven Kirschtein. Por esa razón, Armin visitó a Jean cuando supo sobre su vuelta. Fue un reencuentro corto, casi esporádico, pero ambos prometieron volver a verse pronto. Hoy es ese día, aunque Jean se disgutará al ver la compañía que trae con él.
Tal y como dijo Armin, Eren ve a la pareja a lo lejos. Ambos están sentados a unos metros del hogar del chico. Es un prado bonito, repleto de flores que resaltan la feminidad de Mikasa, y no son los únicos que allí se encuentran pasando la mañana. Sin embargo, la cercanía molesta a Eren y esa sonrisa boba en los labios de Jean termina con la paciencia del mismo.
―¡Mikasa!
El chillido es descomunal. Armin da un salto e intenta calmar al chico, pero sus ruegos son inservibles. La desesperación es tanta que convierte a Eren en un completo lunático recorriendo la distancia entre ambos puntos. Con el cabello despeinado y la ropa echa un asco, el moreno llega hasta el dúo y se enfrenta a un contentísimo Jean y una calmada Mikasa.
―¡Mikasa! ―Con la respiración agitada, Eren vuelve a insistir y consigue, por fin, captar la atención de todos.
―¡Eren! ―responde conmocionada. La chica se levanta y Jean la sigue percatándose de la aparición de Armin detrás del susodicho―. ¿Qué haces aquí? Creí que pasarías la mañana con Armin…
Eren asiente, pero no la deja terminar. Sus manos se aferran alrededor de los hombros de Mikasa y ésta alza la mirada algo sorprendida por la repentina afección en su hermano. Sus ojos se entrecierran y busca en los verdes de él una razón visible en su mirar. Inspecciona su rostro innumerables veces en silencio, mas la causa de su sosiego no aparece. Su comportamiento, sin lugar a dudas, inquieta a la adolescente, quien no duda en repetir su nombre y pedirle explicaciones en un tono calmado, casi sumiso, pero Eren parece sumido en sus propios pensamientos, intentando descubrir la manera de transmitirle a su hermana todo lo que sabe y, además, no provocar daño. Se siente inútil, un mal hermano por no ayudarla en momentos como aquel, por no haber descubierto la verdadera faceta de Levi a tiempo, antes de que su madre cayera a sus pies. Antes de que él mismo se refiriera a él como un salvador. Al final, no era más que el verdadero verdugo de la historia.
Mikasa vuelve a insistir y Eren, al parecer, escucha la temblorosa voz de su hermana a tiempo. Ella suelta un gemido al ver los ojos de Eren abrirse de golpe.
―¡Escúchame…! ―pide entre dientes. Mikasa traga saliva―. ¡Sólo escúchame! ―insiste, desesperado. Mikasa no se mueve y mantiene las manos sobre los antebrazos del chico y con un Jean revoltoso a su espalda―. Es sobre Rivaille.
Ese es un golpe bajo, y Mikasa siente sus tripas revolverse. Los labios femeninos se aprietan y los ojos de la misma se entrecierran con un deje de inquietud en ellos.
―Eren, yo…
Jean, consciente del temor en su amiga, avanza y entra en la escena.
―Eh, Jaeger ―gruñe―. Mikasa pasará la mañana conmigo, así que nos gustaría que dieras media vuelta y volvieras por dónde has venido. ―Eren coge aire e intenta no distinguir la sonrisa divertida de su contrincante―. ¿Es que no me has entendido? ―cuestiona el más alto con los puños bien cerrados y con un objetivo muy claro.
Eren suelta a su hermana y se enfrenta a la burla del otro muchacho. Su madre no está presente…, y un buen golpe no le vendría nada mal.
―Te he entendido perfectamente, pero tengo que hablar con Mikasa ―recuerda, mientras se arremanga las mangas y chasquea la lengua con elegancia.
Jean sonríe de nuevo y limpia sus labios con el dorso de su mano.
―Estás tentándome a que te rompa la cara ―advierte colocándose muy cerca de Mikasa.
―Estaré encantado de ver cómo lo intentas. ―Eren, al percibir la acción, empuja a Jean.
―No te burles de mi, Jaeger. ―El gruñido de Jean es gutural, pero no más sonoros que los de Eren.
―No te metas dónde no te llaman.
Un profundo carraspeo resuena alrededor del grupo. La tensión entre los dos chicos desaparece, y ambos empiezan a tiritar al reconocer a quién pertenecen esos sonidos molestos. La discusión pasa a un segundo plano y todos ladean el rostro para reconocer al hombre de cabellos negros y estatura pequeña que los mira con los brazos cruzados y a una distancia prudente.
―Creí haber escuchado que no volverías a pelearte con el amigo de Mikasa.
La desdeñable figura se suma a la diversión acompañada por aquel mirar frío que tanto le caracteriza. Eren es el primero en dejar de respirar, la conversación que deseaba compartir con su hermana será imposible con la aparición del enemigo, y la información dada por su madre regresa a su mente. El moreno se incomoda, pero ese descontento pronto se transforma en furia al percibir una escueta mirada entre el hombre y su hermana. A diferencia de él, Jean no dice nada. El muchacho no tiene miedo al soldado, sólo lo conoce a través de los rumores, aunque no es un hombre con el que compartir tardes de té. No siente la misma adoración que Eren demostró en el pasado, mas sí le parece una persona envidiable y a la que reconocer diferentes logros.
Todavía entre los brazos de su hermano, Mikasa traga y no se mueve. La aparición del soldado la ha cogido totalmente desprevenida. Levi es la última persona con la que quiere compartir tiempo, mucho menos en ese preciso instante. Sus ojos grises se esconden tras su flequillo y Levi, al verse rodeado de tanta gente, decide no mirar más a la joven.
―Señor Rivaille ―saluda Eren, el único que no ha tenido que ladear el rostro al tenerlo de frente.
Levi encarna una ceja al oírlo. No existe tregua entre ambos y, a diferencia de aquella mañana, Eren tiene un gesto más duro. El de estatura baja se aguanta una carcajada y obvia la mirada feroz del hijo de Carla.
―Vamos todos a casa ―ordena con ese monótono tono de voz. Los chavales asienten y avanzan hacia él mientras Eren se niega a apartarse del lado de Mikasa. Levi chasquea la lengua. Todo será más complicado de lo esperado―. Tu madre estará contenta de compartir la comida.
El papel de hombre benevolente no le pega, mas Levi decide dar el brazo a torcer y no avivar una batalla en ese campo repleto de minas. No hay ningún aliado en ese grupo, todos apoyarían al chaval antes que a él, y Mikasa lo esquiva como la peste. La paciencia, por lo tanto, vuelve a ser su aliada estrella. No ha dejado de ser su mejor estrategia desde el primer día en que se convirtió parte de esa familia. Sus secretos están resguardados, nadie conoce sus verdaderos deseos, aunque Mikasa puede convertirse en la única conocedora si, como espera, acepta su ofrecimiento y acude a su llamada esa misma noche. El rechazo de la anterior todavía arde en su pecho, mas la presión de su hermano y el cariño hacia su madre son las grandes murallas que los separan.
El ambiente sigue tosco dentro del hogar. Carla se percata de ello, y observa a su hijo con un deje de preocupación en el rostro. No hay duda alguna para ella: Eren ha ido a buscar a su hija y se ha enzarzado en una nueva pelea con Jean. Levi no dice nada, tampoco habla sobre su visita a la Legión, así que Carla debe esperar hasta el momento adecuado para descubrir el motivo de esa pesadez general.
Armin se junta con sus dos amigos y Jean, algo perdido entre tanto desconocido, se acerca a los chavales a pesar de la mirada amenazante de Eren. Mikasa no se pronuncia, escondida detrás de esa bufanda, y el rubio empieza una conversación amena con todos ellos para relajar la tensión.
―¿Venís todos a comer? ―quiere saber Carla, y todos asienten en silencio. Eso es lo que ha dicho Levi y su madre no parece estar en desacuerdo con él.
Jean, sin embargo, siente que no hay lugar para él en esa casa.
―Si somos muchos...
―¡No! ―exclama la mujer alzando los brazos y sonriendo con mucha simpatía. El muchacho entreabre los labios, levemente sorprendido―. No te preocupes, Jean. Hay comida para todos.
Carla les pide sentarse y ellos siguen parloteando.
Levi se apoya en la cocina, muy cerca de Carla, y se remanga las mangas de su camiseta para echarle una mano, pero ella se niega desde el primer instante y mete su nariz en las ollas. La existencia de su marido pasa a un segundo plano, la comida es primordial y la cantidad en los utensilios de metal será reducida para que todos puedan comer. La aparición de tantos estómagos la ha tomado totalmente desprevenida, y Carla debe improvisar como puede.
―Disculpe, señor Rivaille ―alza la voz Armin, para que el aludido preste atención, éste último alza el rostro y sus ojos se fijan en él. Armin se estremece, la intensidad del antiguo soldado es indescriptible, aunque no pierde el impulso y hace uso de un atrevimiento repentino que incluso lo sorprende a sí mismo―, ¿todavía conserva a todos sus compañeros en la Legión?
No le parece extraña la pregunta. Son muchos los chiquillos que desean escuchar sus historias de guerra. Él es un personaje popular, uno de los hombres más respetados dentro de las murallas, y sus experiencias son como historias interminables. El muchacho es un gran aficionado a la lectura, desconoce qué tipo de género es su favorito, mas cree que busca algo de inspiración o una buena historia que poder contar cuando llegue a casa.
―No ―responde con la frialdad de siempre. La comisura de su labio tiembla, ya que los recuerdos son tremendas pesadillas para él―. Algunos murieron.
Especificar quiénes partieron antes de tiempo es un ejercicio doloroso. Levi decide callarse y dar una contestación escueta. Carla, algo triste por su marido, interviene al mismo tiempo que coloca los platos sobre la mesa y reparte los cubiertos.
―Todos los que vinieron a la boda son los que quedaron después de la última batalla.
Los jóvenes asienten.
―Podrías volver a invitarlos, mamá ―propone Eren mirando a ambos adultos. Sus ojos saltan de uno a otro―. Todos queremos escuchar las historias de los soldados que sobrevivieron a los titanes.
Levi se muerde el interior de la boca. El hombre es conocedor de la devoción que ese chaval sintió por él en el pasado, duda que esa sensación esté viva en su interior después de sus desencuentros recientes, mas no comprende qué historias pueden contarles sus amigos. Todos vivieron lo mismo, muchos batallaron a su lado, así que lo que cuente él será lo mismo que pueda contar cualquiera de sus soldados.
―Levi es quien más contacto tiene con ellos, pero no creo que hubiera problema en invitarlos ―Carla es tan inocente, y su hijo se aprovecha de esa ignorancia. Levi frunce el ceño y busca los ojos de la mujer para pedirle que calle, pero no consigue ese silencio―. Hange estaría encantada de volver. ―Esa última coletilla le parece graciosa. Hange iría al fin del mundo si pudiera.
Eren no desaprovecha la oportunidad y mete cizaña.
―Podría invitar a Farlan también. Sería una sorpresa para él poder reencontrarse con Mikasa ―insinúa y consigue la aprobación de su progenitora y su mejor amigo. Este último mira a la aludida, que se enfrenta estoica a una conversación irritante. Sus ojos grises no se mueven, tampoco buscan respaldo en Levi, alguien que conoce a ese desconocido como ella, y los dos amigos no consiguen leerla. A pesar del tiempo que pasan juntos, Eren no puede ver a través de su fiel compañera. Buscando una brecha por la que meterse y descubrir todos sus pensamientos, Eren llama su atención―: Dijiste que era un buen amigo, ¿verdad?
Para sorpresa del trío, Levi socorre a la muchacha interviniendo sin ser llamado. Nadie más se sorprende, Jean no sabe quién es ese tal Farlan y Carla está entretenida con la comida, mas Armin da un codazo a Eren y éste comprende que todo está rodando a su favor.
―Farlan no está en la Legión ―afirma Levi con los brazos cruzados y sin quitar los ojos de su contrincante. Nada va a desorganizar sus planes, mucho menos un niñato loco como él. Todos abren la boca para hablar, pero Levi vuelve a hablar acallándolos―. Todavía vive en la ciudad subterránea.
Para él, y cualquier otra persona cuerda tras escuchar el tono mordaz de su contestación, la discusión terminaría ahí. El inconveniente es que Eren no era alguien cuerdo y las acciones suicidas eran algo cotidiano en su forma de proceder.
―¿De cuando usted vivía allí? ―interroga haciendo referencia a su infancia, adolescencia y parte de su adultez. Su biografía no era un misterio, Erwin y otros camaradas hablaban de él y sus batallitas antes de ser parte de la Legión. Ser un personaje conocido era un dolor en el culo. Levi asiente solucionando la duda―. ¿No vivió con nadie más? ―vuelve a preguntar, y Levi intuye que esa pregunta tiene doble sentido.
Sus pequeños ojos abandonan la figura de Eren para plantarse en la de su amigo rubio. Eren no es un chico intelectual, probablemente sea perspicaz, pero esa no es una de sus habilidades principales. Sin embargo, ese chico de cabellos dorados sí lo es y, de alguna manera, sabe que está metido en el ajo. Armin traga y parpadea varias veces antes de agachar la cabeza y dar por válido el razonamiento del antiguo soldado.
El interés por su pasado en la ciudad subterránea no es habitual. Los chicos de esa edad disfrutan sobre sus anécdotas militares, mas no sobre su vida antes de ser soldado. No hay nada cautivador de esos días. El sufrimiento, el hambre y la convivencia con la pobreza no son temas sobre los que hablar con la juventud. Además, él jamás tocó ese tema con ellos, ni siquiera en los meses anteriores a su matrimonio con Carla, por ello, le deja pasmado que Eren y su amigo sepan ciertos aspectos de su vida anterior a ser soldado.
Levi echa un vistazo rápido a Mikasa y supone que ella no ha contado nada. No es un tema feliz para ella, sus pesadillas así lo retratan, y el tiempo que pasó con él siempre ha sido un secreto en esa familia. El mismo Grisha luchó por mantenerlo escondido. No sólo a las vivencias, sino a él mismo de toda esa familia. Pero eso era un tema que sólo concierna a Mikasa y él. Esos mocosos no necesitan saber de ello.
Queriendo proteger a la joven de cabellos negros, Levi toma la palabra.
―Solamente éramos Farlan, Isabel y yo ―dice―. Nadie más.
Mikasa deja de respirar. Todo a su alrededor se detiene y su cabeza empieza a llenarse de recuerdos que no han significado nada para ese demonio frente a ella. La nariz comienza a picarle y las lágrimas no tardarán en aparecer si no piensa en otra cosa. No obstante, y aun haciendo su mayor esfuerzo, Mikasa es incapaz de vaciar la cabeza y dejar pasar el tema como si nada.
Nadie más. ¿Nadie más? Entonces, si nadie más vivió con él... ¿Qué representó ella en su vida? ¿Esos meses a su lado no fueron más que un pasatiempo? ¿Qué era ella? ¿Una muñeca de la que se cansó poco tiempo después?
La chica se esconde en la tela rojiza que envuelve su cuello y se pierde de nuevo. Jean la examina con los ojos, alertado por un pequeño gimoteo que escucha salir de sus labios, mas no ve lágrimas ni malestar en su rostro. Esa bufanda roñosa no se lo permite. El chico desplaza con suavidad una de sus manos por el hombro de ella y esos ojos que tanto adora se dirigen hacia él. Jean quiere cerciorarse de que se encuentra bien, mas ella se aclara la garganta y se levanta de la silla con los puños cerrados.
―Mamá, acompañaré a Jean a casa.
Jean frunce el ceño sin objetar. No entiende su cambio de parecer, pero pesan más las ganas de intimidad con ella.
Eren y Armin están desconcertados. El primero arruga la nariz y el otro se limita a examinar todo en silencio. La reacción de Mikasa levanta sospechas en él, y el método de socorro de Levi se ha ido al traste. No obstante, eso es algo que comentará con su amigo cuando los ánimos se apacigüen.
―Hija, pero no hemos...
La solicitud de Carla es ineficaz, ya que Mikasa necesita salir de esa casa.
―Jean quería hablar algo conmigo y no hemos podido ―cuenta como si nada, con esa indiferencia tan suya―. Volveré antes de cenar.
Ella tira de la muñeca de Jean y él se levanta con torpeza de la silla. El muchacho murmura su nombre, algo así como queriendo discernir qué está ocurriendo, pero ella hace oídos sordos y avanza hacia la puerta. Eren se levanta y persigue a la pareja, pero Levi toma la delantera y se interpone en su camino. Ninguno de los dos se cruza frente a Mikasa.
―Es de mala educación marchar con los platos en la mesa. Ya tendréis tiempo de hablar después de comer.
Mikasa oye a su hermano susurrar su nombre por lo bajo. Tan bajito que parece un suspiro al viento. Las sugerencias de Levi no le importan, demasiado daño le han hecho sus respuestas como para hacerle caso, pero el anhelo de Eren la mantiene allí parada. Jean se percata y deseando quitarse de encima a ese maldito hermano metomentodo, gira sobre sus talones, sin deshacer el agarre de su amada, y habla por ella.
―Perdone, señor Rivaille, pero Mikasa y yo debemos marchar.
Levi arquea una ceja. La excusa de Kirschtein no le sirve y busca una rectificación por parte de Mikasa, pero esta no dice nada.
―¿Puedo saber adónde? ―tienta, y Mikasa es la única que puede ver la cola demoníaca que se enrosca tras su espalda.
―No.
Es ella la que contesta. Jean no puede decir nada, ni siquiera abrir la boca para apoyar la decisión de la pelinegra, y se deja llevar por la muchacha. Con una mirada desafiante, tras abandonar la mesa y enroscar sus dedos alrededor de la muñeca del más alto, Mikasa tira de él y sale corriendo de la casa mientras los gritos de su hermano y la mirada desconcertada de su madre y mejor amigo la persiguen hasta perderla de vista. La puerta queda abierta unos largos minutos, eternos para el hijo mayor de los Jaeger, y Levi se limita a contemplar cómo la figura de Mikasa desaparece en la lejanía.
