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OBITO

Madara contestó al teléfono con su pose habitual de excéntrica indiferencia.

―Mi Uchiha favorito. ¿Qué tal te va?

Dado que nunca había conocido a mi hermano, no tenía mucho sentido que tuviera un favorito. Pero Madara estaba un poco chiflado para esas cosas. Siempre estaba al borde del abismo, preparado para volverse en cualquier dirección. Rebosaba locura, pero también era muy inteligente y totalmente implacable. Aquella era la razón por la que todo el mundo lo contrataba para encargarse de su trabajo sucio. Tenía una especie de división mental que le permitía vivir libre de culpa y remordimiento. Lo había visto destripar a un hombre como si fuera un pescado y ponerse a almorzar inmediatamente después, con el cadáver todavía caliente y sangrando en el suelo.

―He estado mejor.

―Es una lástima. Espero que no pretendas que te cure las pupitas.

―No. De hecho, tengo algo para ti.

―¿Ah, sí? ―preguntó con una sonrisa en la voz―. Sabes que sólo quiero una cosa, simplemente aún no he decidido si te la voy a quitar o no.

Aquel hombre y yo habíamos sido como hermanos en el pasado. El hecho de que no me considerara más que un extraño hirió mi orgullo. Pero sabía que sólo era la forma de ser de Madara. No sentía camaradería como el resto de nosotros. Estaba hecho de otra pasta.

―A mí no me puedes quitar nada, Madara. Pero estoy dispuesto a dártelo a cambio de algo.

―Un trueque, ¿eh? ¿Qué te ronda por la cabeza?

―Estoy seguro de que serás incapaz de rechazarlo.

―En ese caso debe de incluir grandes derramamientos de sangre.

–Pues sí, de hecho.

Se quedó callado.

―Te escucho.

―Tengo un trabajo para ti. Tengo un enemigo que necesito eliminar. Tú te ocupas de él por mí, y todo mi negocio es tuyo.

Volvió a guardar silencio, con su retorcida mente funcionando a toda velocidad.

―¿Todo a cambio de un solo hombre? Espero que tengas algún motivo válido por el que no puedas encargarte de esto tú solo.

―Lo tengo. El hombre está dentro de un complejo acompañado de un centenar de soldados. Todos fuertemente armados.

―Eso ya me gusta más...

―Tiene a mi hermano prisionero. Necesito a tu equipo para que ayude al mío a eliminar a todos los ocupantes del complejo mientras yo lo saco de allí. Ese es el trabajo. Es grande. Habrá muchas bajas. Pero el trato es justo. ¿Hay acuerdo?

Madara se tomó su tiempo para pensárselo en silencio. Estuvo casi un minuto sin decir nada. Yo tenía prisa, pero Madara operaba según sus propias reglas. No se le podía atosigar ni persuadir.

―Tienes que ser más específico.

–¿Sobre qué?

―¿Cuál es el objetivo principal?

–Tristan Clavern.

―Ah, sí. Lo conozco. Nunca me ha caído bien.

―Pues ya somos dos.

―¿Y a cambio me das tu negocio entero, dices? ¿Eso lo incluye todo?

―Incluye todo el contenido de los almacenes, los suministros, los clientes, todo. Tus hombres pueden continuar con mi negocio y mis clientes ni siquiera tienen por qué enterarse de que ha cambiado de dueño. Pero te sugiero que no los cabrees porque irán a por ti.

―Soy un hombre muy honorable... para los negocios.

―¿Quiere eso decir que tenemos un trato?

Madara hizo otra pausa, y esta vez dio la impresión de estar alargándola a propósito.

―Creo que sí. ¿Cuándo hay que hacerlo?

―Dentro de una hora.

―¿Dentro de una hora? ―preguntó con incredulidad.

―Sé que te aviso con poquísimo tiempo, pero...

―Me gusta. El negocio ha estado volviéndose muy fácil últimamente. Envíame la ubicación y quedamos allí en treinta minutos.