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CAPÍTULO 6
UN DULCE SABOR A LIMÓN Y MIEL

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¿Cómo se atrevía Judar a pedirle explicaciones? Ya era suficientemente malo que hubiese leído su diario íntimo en el que guardaba todos sus secretos, pero que además fuese a exigir de ella las razones por escribir lo que había escrito, le parecía el colmo. Sus mejillas ardían ante el coraje que experimentaba; no recordaba haber sentido nunca hacia Judar antes en su vida un rencor así. Era una mezcla entre humillación, ofensa, irritación, resentimiento y simple furia. Claro, él muchas veces le había gastado bromas bastante pesaditas y en algunas ocasiones incluso le dijo palabras que le dolieron profundamente, pero nunca hasta ese momento se había sentido así de insultada y molesta con él.

―¡Espero que se lo trague algún monstruo marino! ―apretó sus puños y agitó las manos de un lado a otro―. ¡Ese idiota! ¡No quiero volver a verlo! ―se quejaba a viva voz caminando de un lado a otro en su recámara, dando pisadas molestas―. ¿Quién se cree que es?

De pronto se detuvo frente a su diario, observándolo en el suelo como si fuese sólo basura desechable. Sus sentimientos estaban impresos en cada una de sus páginas. Desde niña había encontrado refugio en él y si quiso arrojarlo fue porque creyó que estaba lista para empezar una nueva vida. Y ahí estaba, en el suelo, como algo sin valor alguno. Todos los sentimientos que había impregnado en cada una de las hojas en blanco, sus secretos, miedos y alegrías, desechadas y descartadas como algo infantil, cursi e indeseado.

Inevitablemente, sus labios temblaron, su ceño se relajó, su pecho comenzó a apretarse... y antes de que se diera cuenta cubrió su rostro con las manos y se largó a llorar.

―Idiota... ―susurró temblorosa y apenada.

No comprendía muy bien por qué le había dolido tanto que él se lo arrojara a los pies, molesto por lo que había leído. Pero lo hacía.

Le recordaba lo que siempre había deseado de Judar y que él se negó a darle: el privilegio de llamarlo su "amigo".

Cada vez que había mostrado sus sentimientos hacia él, la había descartado, apartándola como una molestia. A pesar de que actuaban como los mejores de los amigos durante la infancia, tan pronto ella le preguntó si estaban todo el tiempo juntos porque eran amigos, él le respondió con burla: "Yo no sería amigo con personas como tú", arrogante, lejano, riéndose de su ingenuidad por creer que estaba a la altura del gran Sacerdote del Imperio, el consentido de la emperatriz, el asombroso Mago de la creación.

Y a pesar de ello, Judar era con quien más tiempo pasaba, con quien salía del palacio a escondidas, quien la observaba mientras entrenaba esgrima, quien se escabullía a su habitación durante las noches para comer dulces y contarse historias. Sin importar las veces que la engañó para ponerla en ridículo, las bromas que le gastó o lo mucho que se rió a sus expensas... Judar había sido su refugio en ese palacio.

Su único y verdadero amigo, aunque él se negara a ser llamado así.

A veces creía que sus sentimientos le eran indiferentes y que llegaba al punto de descartarlos con juegos y estupideces cada vez que ella los mencionaba porque no la tomaba en serio. Era como si lo único que los pudiese unir de verdad eran sus tontas bromas y los juegos de niños. Cada vez que intentó dar un paso más hacia él, notaba que Judar retrocedía dos. Lo curioso era que Kougyoku sabía que eran más que conocidos, que se querían, que había una relación importante entre ellos. ¿Por qué Judar no podía reconocer también que ella le importaba? ¿Por qué en cambio se burlaba de ella y su deseo por que fuesen amigos? ¿Por qué ahora se enfurecía ante la idea ―muy errada por cierto― de que alguien como ella pudiese enamorarse de él?

Ni si quiera sabía por qué había escrito todas esas cosas sobre lo que sintió y pensó después de que Judar la besara en el corredor del Palacio, justo afuera de su habitación. Era una chica joven después de todo y aunque el asunto la había hecho enojar, también la confundía. Para ella un beso no era una tontería, significaba algo, y que Judar hubiese sido quien se lo robara de esa manera la hacía considerar que tal vez... ¿Judar sentía algo por ella? Por eso había escrito esa noche, soñando despierta con alguien que pudiese querer y la quisiese de vuelta, aunque fuese el idiota de Judar. No era su príncipe soñado, ni el hombre del cual se hubiese querido enamorar... pero ¿por qué ella no podía también fantasear con algo un momento si quiera? Sus labios eran dulces y tenían sabor a melocotones, su cuerpo era cálido y su piel había ardido cuando la besó. Recordaba claramente la confusión y la sorpresa que la invadió al encontrarse con ese beso tan inesperado. Recordaba haberlo golpeado al sentir que se burlaba de ella, pero cuando se calmó, no pudo dejar de pensar en Judar toda esa noche y desear que no saliera el sol. Pues tan pronto saliera el sol, olvidaría ese asunto y lo descartaría como una broma más de Judar, sabiendo lo inevitable que era considerarlo así; Judar jamás la tomaría en serio, así como no se tomaba nada en serio en su vida. Por ello, se negaba a pensar si quiera en el asunto.

Pasó el resto de la jornada dentro del camarote y ni si quiera salió cuando Ka Koubun la llamó para comer, aduciendo que estaba enferma. Cuando cayó la noche, se sintió afiebrada por tanto llorar y tuvo que poner bolsas de té en sus párpados para que éstos no se hincharan. Toda esa velada la pasó revolviéndose en su cama de un lado a otro sin poder dormir, observando de reojo el baúl en donde se encontraba su precioso ajuar de novia, mortificada de nervios al saber que en dos semanas sería la esposa de Sinbad, el Rey de Sindria.

Al día siguiente, evitó salir a comer. Mantuvo su apetito a raya con algunas uvas, rechazando la idea de tener que subir a cubierta por el almuerzo. Se dijo a sí misma que lo hacía porque quería lucir delgada y hermosa cuando se llevara a cabo la ceremonia de matrimonio, pero la verdad no era esa. En el fondo sabía que encontrarse con Judar y cruzar miradas con él le provocaba pavor. No quería tener que verlo nunca más, y estaba tan molesta con todo ese asunto que planeaba no volver a dirigirle la palabra. De cualquier forma no lo necesitaba más. En Sindria encontraría amigos, amor y todo lo que siempre quiso para sí misma. No necesitaba alguien como él en su vida ahora.

No obstante, su ausencia pareció ser notada, pues Ka Koubun bajó hasta su recámara, golpeando suavemente la puerta para avisarle del otro lado que el príncipe Hakuryuu deseaba una audiencia con ella. Kougyoku suspiró sabiendo que no podía evitar a su primo, pues si quería hablarle seguramente se debía a algo relacionado con el viaje diplomático que estaba realizando. El Imperio no la casaba con el Rey de Sindria sólo por cumplirle un capricho, sino por los esfuerzos que ambas partes estaban llevando a cabo para evitar una guerra entre la Alianza de los Siete Mares y el Imperio de Kou.

Por ese motivo, tragó saliva, subió su rostro y a pesar de sus nervios salió de la recámara, mirando con cuidado para no tropezarse con Judar por los pasillos. Si tenía suerte, el Magi seguramente se encontraría durmiendo la siesta en su propia recamara. Si lo conocía bien, seguramente estaba tan irritado como ella y se perdería de vista un par de días. Además era tan meticuloso con su higiene que de seguro estaría tomando un baño o algo. Al menos eso esperaba, porque realmente no quería verlo.

Cuando llegó a cubierta, caminó sobre la madera sintiendo la brisa salada del mar. La tripulación la saludó agachándose con respeto al verla pasar, provocando en ella un sentido de importancia que no había experimentado hacía bastante tiempo. Su cabello rojizo se movía de un lado a otro mientras observaba a los distintos miembros de la tripulación en sus funciones, sonriéndoles y felicitándolos por el buen trabajo que estaban realizando.

De pronto, divisó a Hakuryuu practicando con la lanza cerca de la proa.

―Buenas tardes ―le dijo él, parándose más erguido.

―Buenas tardes Hakuryuu-chan ―lo saludó con más confianza de la que realmente había entre ellos, pero siempre le había agradado su primo aunque no eran para nada cercanos―. ¿Sucede algo? ―preguntó Kougyoku acercándose a él―. Ka Koubun dijo que deseabas verme.

―Sí. Noté que no estuviste presente durante el almuerzo y Ka Koubun me comunicó que no te has sentido muy bien. Me pareció inapropiado visitarte en tu recamara a solas para preguntar por tu salud, considerando que ahora eres una mujer comprometida ―Kougyoku sonrojó levemente al recordarlo―. Por eso le pedí esta audiencia. Quería saber cómo te encontrabas ―dijo el joven secándose el sudor de la frente y bajando su lanza.

―Oh, estoy bien. Sólo, supongo que los nervios por el compromiso con el Rey Sinbad me tienen un poco nerviosa y comer se me ha vuelto algo difícil ―sonrió, mintiendo. Ella sabía perfectamente que no había salido del camarote porque estaba evitando encontrarse con Judar―. Lamento si te preocupé.

―Comprendo que ese tema debe ser algo muy delicado para ti, ya que casarse no es un juego ―respondió el joven amablemente―. No deberías estar nerviosa. De seguro todo saldrá bien.

―Me gustaría creer eso ―dijo Kougyoku suspirando, mientras tomaba una espada de entrenamiento de la colección permanente de armas de Hakuryuu y la agitaba un par de veces por el aire―. ¿Quieres practicar esgrima conmigo? ―le preguntó con algo de timidez―. No creo que sea apropiado hacerlo una vez esté en Sindria. Quizás estas sean las últimas veces que pueda disfrutar de algo como esto.

―No me atrevería ―dijo con caballerosidad, haciendo una reverencia―. No quisiera dejarme llevar y terminar por lastimarte. Aunque, estoy seguro que eres muy buena con tu técnica y quien probablemente resultaría lastimado soy yo. Judar siempre alaba tu esgrima.

―¿Lo hace? ―preguntó ella sonrojando con una sonrisa.

―Sí. Dice que eres bastante fuerte y talentosa ―lució sorprendido de que ella no supiese eso―. Incluso se quejó con Kouen y el Emperador por tu compromiso, aduciendo que él deseaba convertirte en un General y que estaban perdiendo un valioso recurso dentro del imperio al casarte con el Rey Sinbad.

―¿Judar-chan dijo eso? ―Kougyoku bajó el rostro pensativamente―. No hablé con él después de que le comuniqué que vendría en la comitiva.

―Él no deseaba venir. Fue una orden directa de la Emperatriz que lo hiciese ―le comunicó Hakuryuu acercándose un poco a ella para susurrar en su oído―. Espero que Judar no cause problemas. Estamos en una delicada situación con Sindria.

―Lo sé ―asintió ella―. Intentaré hablar con él, aunque sabes que Judar siempre termina haciendo lo que quiere ―Y curiosamente, aunque no había querido ir con ellos a Sindria, ahí estaba.

Kougyoku se quedó junto a su primo y ambos conversaron de lo que se esperaba de esa semana de preparativos y celebraciones. Faltaban aún alrededor de cuatro día para que arribaran a Sindria y tenían ese tiempo para solucionar los últimos detalles. Después de todo, era un matrimonio bastante importante y en lo personal, para ella, también significaba que ya no podría volver a su propio hogar.

―Me pregunto si el Rey Sinbad permitirá que continúe siendo una guerrera cuando nos casemos. No creo que eso sea muy apropiado en Sindria ―aunque la verdad no lo sabía―. ¿Tú sabes cómo son sus costumbres? ―su primo negó.

―Por lo que tengo entendido, el Rey Sinbad se rodea de guerreras. Son parte de sus generales. Por lo que no creo que limite tu entrenamiento en esgrima o el uso de tu contenedor de metal.

―Él dijo que admiraba mi poder ―susurró sonrojando recordando su encuentro en Balbadd―. ¿Por qué no practicas un poco de esgrima conmigo, Hakuryuu-chan? Nos abrirá el apetito para la cena.

―¿Estás segura? ―le preguntó dudoso―. No sería muy refinado casarte con un hematoma en el brazo.

―No dejaré que me golpees tan fácilmente ―le dijo aceptando el reto, pero también, jugando.

―Deberías ayudarla, Hakuryuu ―la voz de Judar la hizo encresparse, subiendo los hombros. Vio la sombra que proyectaba su figura atrás de ella, sentando en la parte alta del mástil―. Parece muy tensa hoy. De seguro practicar esgrima es lo que necesita.

―Lo siento, acabo de recordar que debo terminar de elegir unas telas para los vestidos que usaré la próxima semana. Si me disculpan ―dijo la joven bajando la espada de madera, experimentando algo helado recorrerle la espalda con la presencia de Judar―. Nos veremos más tarde, Hakuryuu-chan. Gracias por preocuparte por mi salud.

―No es nada. Si necesitas conversar, estoy a tu servicio, Kougyoku-san ―su primo le sonrió y aunque no eran muy cercanos, creyó que estaba siendo sincero en su preocupación.

A pasos rápidos avanzó por la cubierta del barco sin levantar el rostro para encontrarse con los ojos de Judar que la perseguían silenciosos mientras ella se desplazaba. Pronto, encontró la escalera que le conducía al nivel inferior para tomar el pasillo que le dirigiría a su recámara. Dio los pasos bajando las escalas de forma apresurada, sintiendo que su cuerpo se tensaba.

Tan pronto logró llegar al pasillo, dobló en la esquina de la escalera y se detuvo apoyando su espalda contra la pared de madera. De inmediato suspiró aliviada al haberse escabullido una vez más de la presencia del Magi. ¿Por qué estaba tan molesta con Judar al punto que si quiera estar en su presencia la agitaba? Se sentía incómoda y nerviosa. Hasta respirar le resultaba difícil. Escondida en el pasillo de la luz que caía por la escalera, se sintió a salvo, lista para poder volver a respirar.

Para su infortunio, el asunto con Judar no parecía haber terminado sólo porque ella decidiese marcharse, pues de pronto escuchó pasos descendiendo despreocupadamente por la escalera. Se quedó quieta en su posición al otro lado de la pared y permaneció parada, sabiendo que fuese quien fuese, se había sentado en los peldaños y estaba ahí, en silencio, junto a ella, sin que ninguno se pudiese ver realmente.

―¿Por qué huyes de mí? ―le preguntó la voz de Judar con fastidio.

―No lo hago ―respondió con un tono neutral.

Permanecieron en silencio un momento, en el cual sólo podía escuchar como el aceite de las lámparas se consumía para iluminar los pasillos del barco. Bajó el rostro algo cabizbaja, mortificada al pensar que Judar conocía la mayoría de sus pensamientos ahora. Saber que él los consideraba aburridos, asquerosos e indignantes la deprimía aún más.

―No te he visto en dos días ―dijo Judar asomando levemente su rostro por la esquina del pasillo para mirarla―. Cualquiera diría que me estás evitando.

―He estado ocupada ―dijo Kougyuoku sin observarlo―. Te recuerdo que mi vida no gira a tu alrededor. Me casaré dentro de poco.

El silencio la superó un momento y lentamente, sus ojos se posaron sobre los de Judar. Sintió que el pecho se le apretaba al recordar todo lo que se habían dicho durante la última vez que habían logrado hablar. De pronto, una astuta sonrisa se formó en él.

―¿Estás segura que no has estado ocupada escribiendo en tu diario sobre mí? ―las mejillas de Kougyoku se enrojecieron en indignación y frunció los labios dándole la espalda, para seguir su camino de vuelta a su recamara. Él la siguió, como siempre hacía cuando lograba irritarla―. Las chicas son lo más aburrido del mundo. Nunca pensé que alguien pudiese pasar su tiempo escribiendo ese tipo de tonterías. Realmente patético, solterona. ¿No tienes nada mejor que escribir que el sabor de mi boca? Es bastante desagradable que describas la saliva de alguien más.

Kougyoku frenó en seco y se volteó mirando a Judar. No podía creer el poco tacto que tenía. Era como si no la conociese en lo absoluto. ¿Por qué ella querría hablar sobre lo sucedido con su diario? Le mortificaba pensar en todas las cosas privadas y personales sobre ella que Judar había leído, pero claro, con lo egocéntrico que era sólo parecía recordar lo que leyó sobre sí mismo.

―¿Podemos pretender que nunca leíste eso? ―le preguntó observando el suelo.

―¿Por qué? ―él sonrió con gracia―. Me da gran placer saber que te irrita que sepa tus secretos. Y considerando que estoy en este lugar por tu culpa...

―¿No puedes encontrar alguien más para molestar durante el viaje?

―Podría ―dijo pensándolo un momento, su mirada se volvió un poco más seria y sus ojos se volvieron fijos hacia ella―. Si respondes una pregunta antes ―Kougyoku subió su mirada hacia él, sintiendo que los colores le abandonaban el rostro―. ¿Por qué nunca nadie se podría enamorar de mí?

―¿De qué estás hablando?

―Dijiste eso. Que nunca nadie se podría enamorar de mí. Y quiero saber por qué.

―Porque eres detestable ―respondió casi sin pensarlo.

La respuesta pareció fastidiar a Judar.

Kougyoku lo sabía, porque cada vez que algo lo ofendía sus párpados bajaban levemente enseñando su ofensa impresa en cada uno de los gestos fríos de su rostro. Ya fuese porque alguien no le cumplía algún capricho o porque algo lo ofendiese como Magi, cuando Judar mostraba esos ojos rojizos afilarse sin pronunciar palabra, todo se volvía inestable y peligroso. Hasta el rukh entre ellos parecía agitado.

―¿Es eso lo que realmente opinas de mí?

―Lo es ―dijo lentamente, pero no estaba satisfecha sólo con eso―. Eres engreído, mentiroso e infantil. Insultas a las personas constantemente y no te preocupan los sentimientos de nadie, sólo los tuyos. Siempre te consienten en todo y pareces incapaz de hacer algo por ti mismo, ya sea prepararte tú un baño o poder tomar una espada y luchar. Además te vistes de forma muy escandalosa con ese estilo del desierto cuando nadie en Kou se viste así. Y siempre estás buscando formas absurdas de torturarme, aunque sabes lo mucho que lo odio.

―Torturarte es bastante divertido.

―No lo es para mí.

―Entonces, ¿Por eso jamás alguien como tú se podría fijar en mí? ―su seriedad la hizo dudar un momento de lo que le había dicho―. ¿Es eso? ¿Mi sentido de la moda, mi inmadurez... y qué más era? ¿Soy demasiado engreído e inútil para la princesa Kougyoku? ¿Todo eso me vuelve indigno de que su alteza imperial me ame? ―el joven rió. Todo aquello parecía divertirlo nuevamente―. ¿Por qué me importaría lo que piense alguien como tú? Eres la más patética de todos los hermanos de Kouen.

―¿Aun no lo entiendes, verdad? ―apretó los puños de sus manos, temblando de frustración porque nuevamente se burlaba de sus sentimientos―. Toda mi vida lo único que quise fue... poder llamarte mi amigo.

―¿De nuevo con eso? ―preguntó inmediatamente aburrido del tema.

Sin esperar una respuesta el Magi se volteó y caminó en la dirección opuesta. Sin embargo, a diferencia de otras veces, no iba a dejarla ahí llorando y deseando no haber dicho nada. Pronto sería una mujer de verdad cuando se casara con Sinbad y ya no iba a retroceder y esconderse como cuando era una niña. Por ello, lo siguió.

―Siempre buscaste motivos para decirme que no. Eras la única persona que me hablaba dentro del palacio, que me hacía sonreír y buscaba aventuras conmigo ―Judar se detuvo al escucharla―. Pero cuando me acercaba a ti, cuando te sonreía o te decía que éramos amigos, me empujabas, sacabas la lengua y decías que nunca podrías ser amigo de alguien como yo ―Judar volteó el rostro sobre su hombro y observó el profundo dolor que le provocaba decir eso―. Nadie nunca se podría enamorar de ti, porque jamás se los permitirías. Esa es la verdad. Porque te aterra que alguien vea quien realmente eres ―Judar frunció el ceño, enojado―. Porque no eres alguien tan grandioso como piensas y lo sabes. Porque estás tan solo como yo. Y... Porque eres tan cobarde que eres incapaz de admitir que yo, soy tu preciada amiga.

―Decidí algo ―volteó por completo su cuerpo, mirándola con seriedad.

―¿Qué? ―preguntó precavidamente, porque conocía esa mirada. Era la misma forma en que lucía cuando estaba a punto de realizar una travesura que lo haría reír a sus expensas―. No me mires así. Odio cuando lo haces.

―Creo haber encontrado una nueva forma de torturarte, divertirme en este patético viaje y arruinar tu matrimonio con ese Rey Estúpido ―Kougyoku empalideció cuando lo escuchó―. Será genial. De hecho, esto también irritará a Sinbad y eso siempre es divertido.

―Ya déjame en paz. ¿Por qué tenían que enviarte precisamente a ti en este viaje? Si piensas que destruyendo mi vestido de novia o cortando mi cabellera arruinarás mi matrimonio al avergonzarme frente a Sinbad-sama, te equivocas ―no sabía por qué, pero todo lo que Judar le hacía la irritaba tanto que inevitablemente terminaban discutiendo―. Y si intentas enfermarme haciéndome comer alguna cosa asquerosa yo...

―No, te equivocas. No será nada de eso ―dijo riendo suavemente―. Esto será mejor que todo lo demás.

―¿Qué planeas hacer? ―preguntó tragando un poco de saliva. Judar siempre lograba engañarla de algún modo para que hiciera el ridículo.

―Decidí que haré que te enamores de mí.

Kougyoku creyó que había escuchado mal. Subió una ceja sin comprender del todo lo que sucedía con él y luego rió. Rió bastante fuerte, porque lo que acababa de salir de la boca de Judar le parecía de lo más ridículo que había escuchado en su vida.

―¿Fumaste esas hierbas que guarda Ka Koubun para los mareos? ―le preguntó poniendo una mano sobre su frente con una sonrisita altanera para ver si tenía fiebre o algo. Judar le tomó la mano y la acercó bruscamente hacia él, apegándola a su cuerpo. Su sonrisa desapareció―. ¿Es otra broma tuya? ¿Qué haces? Su-Suéltame.

―Estoy siendo completamente honesto. Lo que dije fue en serio ―dijo con la voz más ronca, prácticamente susurrando sobre sus labios―. Haré que te tragues tus palabras y te enamores de mí.

―Nunca me enamoraría de ti ―le dijo mirándolo con desafío.

―La palabra "nunca" sólo existe para aquellos que creen en el destino.

Kougyoku no reaccionó de inmediato a esa cercanía. Había estado tan irritada con Judar todo ese día que tenerlo así de cerca despertaba una extraña sensación en su estómago entre mortificación, confusión y curiosidad. No podía mentirse a sí misma diciendo que le desagradaba del todo que estuviesen así, pero tampoco se enfocó en pensar qué era lo que estaba experimentando al sentir su cálido aliento rozarle los labios o como sentía su estómago cosquillear al experimentar esa seguridad que él emanaba sobre lo que acababa de decir. Nunca lo había visto actuando como alguien de su edad y al verlo en ese momento se percató de la seriedad de lo que decía. No estaba hablando como un niño, sino, como hombre.

―Hay cosas que yo sé sobre las mujeres, secretos que tú no conoces. Y con ellos haré que te enamores de mí.

―¿Secretos? ―le preguntó casi en un susurro―. ¿De qué secretos estás hablando?

―Secretos que Ka Koubun te esconde que suceden en el palacio. Con Kouen, Koumei, Kouha y hasta con Hakuryuu.

―¿Mis hermanos los saben? ―preguntó sorprendida.

―¿Acaso no has notado que desde que cumpliste trece años me ha alejado de ti con cualquier excusa? Él no quiere que te enseñe lo que descubrí. Y yo tampoco creía que merecías saberlo. Era algo que una niña tonta como tú no merecía disfrutar ―Judar la empujó suavemente alejándola de la luz que los iluminaba en el pasillo, refugiándose entre las sombras―. ¿Quieres que te muestre? ―ni si quiera pudo responder cuando la mejilla de Judar rozó la de ella y sus labios se dirigieron a susurrar en su oído―. Hay cosas mucho mejores que un tonto beso, Kougyoku. Y te las puedo enseñar si te enamoras de mí.

―¿Y cómo las aprendiste tú? ―lo cuestionó irritada. A Judar pareció hacerle gracia que no le molestara la cercanía, como si ese erotismo fuese normal entre ellos... sino que él supiese algo que ella no―. ¿Quién te las enseñó?

―¿Realmente importa? El palacio esta lleno de personas que desean complacerme. Yo sólo se los permití ―sonrió con algo de burla―. Aunque debo admitir que esas chicas son muy aburridas. Incluso más que tú.

―Tú... ―sus mejillas se volvieron rojas como un tomate al entender finalmente de lo que hablaba― ¿Sedujiste a las criadas? ―Kougyoku frunció el ceño indignada―. ¡Nunca pensé que caerías tan bajo!

―Ey, yo no hice nada. Ellas venían a mí. ¿Qué querías que hiciera? ―subió los hombros rascándose la nuca―. Todos lo hacen. Tus hermanos mayores deben tener hasta un par de bastardos por ahí. Es como funciona el palacio. Así naciste tú y Kouha ¿No? Sus madres no eran concubinas imperiales precisamente.

―Suéltame o gritaré ―le advirtió intentando alejarse, pero él simplemente la sujetó más fuerte por la cintura en una pelea de forcejeos―. Eres asqueroso, Judar-chan. Si crees que voy a dejar que juegues conmigo con eso de enamorarme, te equivocas. Voy a casarme en quince días. ¡Y ya estoy enamorada de Sinbad-sama!

―No estás enamorada de ese sujeto. Hasta tú te das cuenta de eso. Entiendo que te haya cautivado al conocerlo porque ese sujeto tiene una gran facilidad con las palabras. ¿Pero enamorarte de él? Sinbad no es alguien para ti ―Kyogoku puso sus manos sobre las de Judar y las retiró de su cintura, bufando molesta.

―Nunca te han importado mis sentimientos, ¿Por qué ahora intentas decirme lo que siento o no? ¿Por qué te importa con quien me casaré? ¿Sabes? No me gusta este juego tuyo ―dijo, comenzando a caminar por el corredor para alejarse de él, pero Judar la siguió―. ¡Y guárdate tus secretos!

―¿Por qué te enojas tanto? Es sólo una tontería ―dijo rodando los ojos―. ¿Qué es lo que realmente te molesta? ¿Qué te vas a casar con alguien que no te quiere? ¿Qué leí tu diario? O... ¿Qué tus criadas se acostaran conmigo?

―No me importa lo que hagas con mis criadas ―aunque eso era una clara mentira. Sí se sentía irritada, sobre todo porque al parecer sus criadas perdían el tiempo agasajando a Judar en vez de realizar sus labores―. Pero no me vas a tratar a mí como lo haces con ellas. Como mi padre trataba a mi madre.

―No pretendo eso ―dijo Judar tomándole el brazo para frenarla antes de que entrara en su recámara. Sus ojos se posaron en los del otro, sin decir nada por un momento. Kougyoku notaba que la estaba mirando de forma extraña, hasta suave. No entendía qué era lo que le pasaba en ese momento a Judar, si todo eso era parte de su juego, si realmente lo sentía o sólo intentaba reírse de ella―. No debes casarte, Kougyoku.

―¿Por qué te importaría si me caso o no?

―¡Porque todo va a cambiar! Ya no estarás ahí cuando me sienta aburrido. Y... Y aún tenemos muchos lugares que conocer en la ciudad. ¿Y quién me va a ayudar a delinearme los ojos de forma apropiada? Eres quien mejor lo hace.

―Tú puedes delinearte los ojos bastante bien por tu cuenta y cuando vuelvas a Kou seguirás teniendo tus aventuras con mis hermanos y Hakuryuu ―sonrió sintiendo algo agrio en su boca―. Y te esperan todas esas chicas con las cuales puedes jugar. Llévalas a ella a la ciudad. Sigue acostándote con ella. ¿Quien sabe? Quizás hasta tengas hijos pronto.

Judar no supo que más decir mientras Kougyoku abría la puerta de su recámara para entrar en ésta, pero la frenó antes de que le diera un portazo en el rostro. Sus ojos se mostraron algo avergonzados, un gesto que la joven desconocía en él.

―Nunca... besé a ninguna de ellas.

La mano que empujaba la puerta dejó de ejercer fuerza cuando Kougyoku escuchó aquello. Sus párpados subieron en sorpresa ante las palabras de Judal y sintió que su corazón se aceleraba. Su brazo cayó pesado hacia su costado mientras sus gestos se descomponían en confusión ante lo que acababa de escuchar. ¿Acaso Judar le estaba diciendo que... ella era la única chica que había besado hasta ese momento?

―¿Por qué?

―Porque no me importaban. Porque era sólo un juego tonto y ya.

―¿Entonces, por qué me besaste a mí? ―Judar miró hacia un costado y no respondió―. Dijiste... que sólo lo hiciste porque querías callarme ―titubeando, el Magi bajó la mirada hacia los labios de la joven, como si quisiera recordar qué lo había motivado a actuar.

―Fue un impulso ―confesó incómodo―. Algo sobre lo que decías me hizo querer callarte. No lo pensé demasiado. Sólo lo hice y ya.

―¿Por qué?

―No lo sé. Porque quería hacerlo. ¿Por qué todo debe tener un motivo contigo? ¿Acaso... no has sentido deseos de hacer algo y simplemente, lo haces, sin pensar en consecuencias? ―todo ese asunto parecía ofuscarlo.

―No. Siempre medito las cosas antes de actuar ―sí, ellos eran muy diferentes. Ella lo veía. Seguramente Judar también―. Tenía hasta el último detalle de mi primer beso planeado. Nunca imaginé que sería contigo.

―¿Lo que decía tu diario sobre besarnos... era verdad?

―Judar-chan, por favor ¿Por qué tenemos que hablar de eso?

―Porque necesito saberlo. Necesito saber si sólo escribiste tonterías o si...

―Lo que decía mi diario era verdad, ¿Está bien? ―confesó avergonzada y confundida―. Cuando te marchaste... tu sabor a melocotones me acompañó toda la noche ―murmuró mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

―Tú tenías sabor a limón y miel. Fue muy irritante ―sonrió con gracia, apegando su cuerpo al de Kougyoku―. Un dulce sabor a limón y miel... ―Kougyoku subió la mirada confundida y notó la misma expresión en él mientras acortaban la distancia entre sus labios.

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