NA: ¡Hola! ¡Tanto tiempo! Perdón por la espera, ya me he puesto en serio a terminar esta "saga" de fics. Si me sigues en mi página de Facebook seguramente ya sabías que iba a actualizar este fin de semana, y que el epílogo va a dividirse en dos. Si no, ¿a qué esperas? :P

¡Es cortito, pero espero que os guste! El segundo epílogo seguramente lo subiré la semana que viene :)


EPÍLOGO I


Pocos meses después:

Pansy sostenía el platillo de porcelana y sorbía un poco de su té mientras miraba la escena con una sonrisa mal disimulada. No hacía tanto tiempo jamás lo hubiera imaginado: Su marido estaba sentado en el sofá de la sala de estar de Snape, tan cerca de este que sus brazos se rozaban, pero aun así su cuerpo no mostraba signos de tensión. Ambos miraban maravillados al bebé que sostenía el hombre en alto, y al que estaba haciendo morisquetas para hacerle reír. Su hijo reía a carcajadas y movía sus bracitos y piernas en el aire con ímpetu. Aún era tan pequeño que Harry tenía que sostenerle la cabeza con la mano.

Snape se lo acercó para besarle los rechonchos mofletes.

—¿Quién es el bebé más lindo? —le dijo, y de alguna manera su usual voz grave se transformó en un sonido dulce y reconfortante—. Herman es el bebé más lindo, claro que sí, tú lo eres.

Pansy dejó de ocultarse tras la taza y sonrió con ganas. Snape estaba siendo el abuelo más entregado del mundo, el más cariñoso y consentidor, y era bonito pensar que estaba recuperando el tiempo que no había podido pasar con ella disfrutando a su nieto.

—¿Qué dices, papá? ¿Crees que se parece a mí de bebé?

El aludido se quedó pensando un momento.

—Sí… y no. Creo que es una mezcla perfecta de vosotros dos.

Harry sonrió. Después de la noticia de su embarazo, su padre y él habían empezado a dejar a un lado sus diferencias y, ahora, su relación era cordial y amable como nunca había creído que pudiera serlo. Snape había terminado aceptando que Harry era la mejor opción para ella, que era la única persona a la que amaba y que no había nada que él pudiera hacer para cambiar las cosas. Porque Pansy nunca había querido la fortuna o posición social de Draco, ni de ningún otro hombre que él considerase "apto" para ella. Su hija había luchado con uñas y dientes y había roto el ciclo; no habría más matrimonios arreglados para nadie. El de su madre había sido el último de la tradición familiar. Ninguna persona tendría que casarse para beneficio de terceros, de ahora en adelante solo el amor podía triunfar.

Hacía tiempo que Snape le había prometido que nunca más usaría la legeremancia con ella, pero de alguna forma había podido adivinar sus pensamientos en ese momento.

—¿Sabes algo de ella? —dijo en voz baja, tratando de sonar despreocupado, pero sin conseguirlo realmente.

La sonrisa de Pansy fue desvaneciéndose poco a poco.

—Me escribió —confesó—. De alguna manera consiguió enterarse de mi embarazo, y fue sorprendente, porque me felicitó. Después de todo, las aguas sí se calman con el tiempo, supongo. Me desea lo mejor. Pude leer una pequeña disculpa entre líneas, pero nada explícito. —Hizo una pequeña pausa para mirar al hombre, y supo que en sus ojos pudo notarse un atisbo de disculpa—. Ha encontrado un nuevo amor y ahora vive lejos de aquí. No mencionó ningún lugar en específico, pero creí entender que se fue fuera del país. No sé. La carta era muy escueta.

Snape asintió, y si aquella información le dolió, supo ocultarlo muy bien.

—Sí, todo mejora con el tiempo —dijo.

Pansy se levantó de la silla y fue a sentarse al otro lado de su padre. Apoyó la cabeza en su hombro y le rodeó el brazo con los suyos. Snape había colocado al niño en su regazo y ahora le acariciaba el poquito pelo negro que tenía con la mano libre.

—Te rompió el corazón, ¿verdad? —murmuró.

El hombre se encogió de hombros, concentrado en sus pensamientos.

—Tal vez deberías intentar encontrar a alguien —sugirió Harry, que jugaba con los pies de su hijo.

—No me importa estar solo —respondió él. Sí, él y su soledad. Pansy también se había sentido así en algún punto de su vida, pero eso fue antes de descubrir lo maravilloso que podía ser compartir su vida con alguien más, alguien que realmente la quisiera y respetara como se merecía.

Decidió que debía volver a encaminar el rumbo de la conversación hacia algo más alegre.

—¿Quieres bañarlo tú? —le preguntó al hombre.

Snape se levantó con cuidado, acomodando al niño en sus brazos. Caminó hacia el baño, donde había montado una bañera plegable para bebés recientemente. Había vuelto la sonrisa a su rostro.

El resto de la tarde transcurrió tranquila. Después del baño de espuma, el hijo de la pareja vestía un peto verde con el escudo de Slytherin en la pechera que le había comprado su abuelo. Harry había puesto morros: desde que supo que Pansy estaba embarazada había jurado que nunca influenciaría a su hijo para que tuviera preferencias sobre las casas de Hogwarts, sin embargo, Pansy lo descubrió poniéndole mini calcetines de rayas rojas y amarillas. Aquella era su forma de enmendar el problema.

Habían redirigido la conversación a temas más livianos y ahora cenaban tranquilamente en la cocina del profesor, o al menos eso hacían hasta que se escuchó un "pop" y alguien se apareció cerca de allí. Draco Malfoy corrió por la casa hasta encontrarlos. Estaba sudando cuando se apoyó en la jamba de la puerta, tratando de recuperar el aliento.

Pansy se puso en pie, preparada para la noticia. Harry también se puso alerta.

—Ya viene —dijo el Slytherin solemnemente, y un segundo más tarde desapareció.

Después de eso Pansy dio un gritito y empezó a moverse rápidamente, cogiendo cosas al azar y dejándolas exactamente en el mismo sitio en el que estaban mientras le gritaba a Harry que si no levantaba el culo de la silla y se ponía en marcha cuanto antes pediría el divorcio. Por fin encontró lo que estaba buscando: los biberones de su hijo, su chupete, sus juguetes, y un largo etcétera. Lo metió todo a presión en su bolsa y corrió hacia su marido para volver a gritarle, a pesar de que este ya había reaccionado y también se movía de aquí para allá con prisa.

—¿Cuánto se tarda de aquí a San Mungo en coche? —le preguntó a Snape, y luego recordó que había dejado una mantita en la sala de estar, por lo que salió de la cocina y volvió rápidamente cuando la hubo recuperado.

Harry ya estaba metiendo al niño en el carrito. Como su padre no respondía, fue su esposo quien habló a la carrera:

—Teniendo en cuenta que hay que ir a Londres y que no podemos correr llevando a un recién nacido a bordo…

Parecía estar calculando el tiempo que tardarían en llegar en su cabeza cuando Snape le interrumpió diciendo:

—Dejadlo conmigo.

Pansy estuvo a punto de reírse, pero luego se percató de que no parecía estar bromeando.

—¿En serio? —preguntó, parando en seco por primera vez desde que se había puesto manos a la obra.

—En serio. No es la primera vez que cuido de un bebé, y así vosotros podríais simplemente apareceros allí. Además, es más seguro que se quede conmigo a que lo metáis en un coche todo ese tiempo, teniendo en cuenta lo nerviosos que estáis ambos.

Sí, era cierto, aquello era lo más seguro para su bebé. Todavía era muy pequeño para que su cuerpo soportara una desaparición, pero… sería la primera vez que se separara de él desde que nació. Se acercó a su cochecito, mirándolo con ternura. Estaba profundamente dormido, ajeno a todo el caos que se había formado en un momento. Lo más seguro es que durmiera todo el tiempo que ellos estuvieran fuera, y sabía que su amiga la necesitaría a su lado.

—¿Me llamarás enseguida si pasa algo? —le preguntó a Snape, sin separar los ojos del bebé.

—Lo prometo.

—¿Cualquier cosa?

—Cualquier cosa.

De repente Pansy se sentía tan sentimental que abrazó al hombre. Luego le lanzó un beso a su bebé y, cogida de la mano de su marido, se desapareció hacia San Mungo.


Los padres de Hermione estaban allí. También los señores Weasley y los padres de Draco. Sentados en la sala de espera, todos estaban muy tensos. La madre de Hermione intentaba entablar conversación con Narcissa, que parecía incómoda con su presencia, pero la toleraba. Ella y Lucius apartaron la mirada cuando vieron entrar a Pansy y Harry, aunque luego los saludaron débilmente con la mano. Aquello era un avance.

—¡Oh, querido, qué bueno verte! —exclamó la señora Weasley, acercándose a Harry para darle un abrazo. Luego hizo lo propio con Pansy—. ¿Dónde habéis dejado al pequeño Herman?

—Con mi padre —dijo Pansy, y notó ciertas miradas de soslayo en la sala, pero no le importó—. Lo siento, señora Weasley, sé que le encantan los bebés.

—Es una pena, querría haberlo mecido en brazos un ratito… pero bueno, ¡hay otro en camino!

La joven madre estaba a punto de sentarse cuando Draco asomó la cabeza por la puerta de paritorio y le gritó:

—Pregunta por ti. Quiere que entres.

Pansy se puso muy rígida, pero Harry la empujó suavemente hacia allí y eso fue lo que le sirvió para tomar impulso e ir tras su amigo.

Hermione tenía un aspecto horrible. Estaba bañada en sudor, las greñas se le pegaban al rostro y respiraba como si acabara de correr una maratón. La matrona trataba de tranquilizarla, pero ella simplemente lloriqueaba, sin seguir sus consejos.

—¿Cómo lo hiciste tú? —le preguntó en cuanto la vio entrar.

Pansy se acercó a la camilla de la embarazada.

—Ya lo sabes. Una vez estaba tomando un baño tranquilamente, sentí un pequeño malestar en el vientre y cinco minutos después ya había nacido Herman.

—¡¿Cómo es posible?! —gritó la Gryffindor, quien era evidente que estaba en medio de un gran sufrimiento. Luego aulló de dolor y Draco se puso más pálido de lo que estaba. Era como si estuviera a punto de convertirse en una estatua de marfil. Su esposa gritó de nuevo—. ¡No puedo hacerlo! ¡No puedo!

La matrona se había ido meneando la cabeza, pero Pansy no se rendiría tan rápido. ¡De eso nada! Zarandeó a su amigo por los hombros y chasqueó los dedos frente a sus ojos para hacerlo volver al presente.

—Ve a por paños húmedos —le ordenó, empujándolo hacia el baño. Luego volvió hacia donde estaba Hermione, quitándose la gomilla del pelo y recogiendo la melena de su amiga en un moño sobre su cabeza. Cuando Draco volvió, tomó uno de los paños y se lo pasó por la frente a la embarazada—. Tómala de la mano —le dijo a Draco—. Hermione, apriétasela todo lo que quieras. —Luego se acercó a su oído y le susurró—. Recuerda que él te hizo esto.

La Gryffindor, que estaba llorando, esbozó una pequeña sonrisa cansada.

El médico entró con paso decidido y se sentó en un pequeño taburete, con las piernas de Hermione a cada lado de la cabeza. Hizo algunas comprobaciones y, luego, dijo:

—Ha llegado el momento, querida. Es hora de empujar.

—¡No puedo! —gritó ella de nuevo.

Pansy agarró su otra mano y se inclinó hacia adelante para hablarle en voz baja.

—¿Me tomas el pelo? Maldita sea, Hermione Granger, tú puedes hacer cualquier cosa que te propongas. ¿Y sabes por qué lo sé? ¡Porque lo más difícil ya lo hiciste! ¿Lo recuerdas? ¿Recuerdas cuando quedaban solo dos semanas para la graduación y te lanzaste a conquistar al chico más difícil de Hogwarts? Y no solo eso, sino que también tenías que ayudarme a mí con Harry, ese era el trato. ¿Cómo de duro fue eso? ¡Pero lo hiciste! Y de repente él estaba loco por ti, comiendo de tu mano.

—Pansy… —murmuró ella, el dolor reflejado en su rostro.

—¿Recuerdas nuestro último trato? —Ella asintió—. Bueno, pues no podremos comprobar si hemos tenido éxito si no haces tu parte del trabajo. Así que empuja, Hermione, puedes hacerlo.

Hermione tomó una larga respiración, se aferró a las manos de su esposo y su mejor amiga y, retorciéndose en la camilla, empujó con todas sus fuerzas, gritando a la vez.


Unos meses más tarde:

Ambas miraban por la ventana, hacia el jardín trasero de la casa de Pansy y Harry. Este y Draco jugaban con sus hijos en el pequeño parque que había en una esquina, lanzándose con los niños en el regazo por el tobogán, empujándolos en los columpios o haciendo castillos de arena con cubos y moldes.

Hermione sostenía una copa de vino blanco mientras que Pansy se había decantado por uno tinto. Esta última dio un sorbito, tiñendo sutilmente sus labios en el proceso.

—¿La tuya ya ha empezado con la magia involuntaria? —preguntó a su amiga mientras seguía mirando por la ventana.

—¡Ah, ni lo menciones! —respondió Hermione, lanzando su mano libre al aire—. El otro día Pammy cogió una rabieta porque no quise darle más yogur y de repente estalló el vaso que llevaba en la mano.

Pansy se rio.

—Pues ya sabes, a partir de ahora a comprar yogures por toneladas y a beber en vasos de plástico.

Hermione le sacó la lengua.

—¿Qué me dices de Herman?

—Oh, bueno, poca cosa. Solo ha lanzado por los aires todo el cargamento de productos para la tienda que guardaba en el garaje. ¿El motivo? Que su padre se fue a trabajar con su nariz. —Hermione puso una cara rara—. Sí, ya sabes, a Harry le gusta hacerle creer que puede quitarle la nariz. Aquella vez simplemente se fue sin devolvérsela.

—¡Cómo se atreve!

Ambas rieron un momento y luego se quedaron en silencio, volviendo a mirar fuera.

—Lo hicimos bien, ¿verdad? —preguntó Hermione.

Pansy se quedó mirando a su marido, que ayudaba a Draco a sacarle la arena de la boca a su hija. Al parecer habían estado haciendo bollitos con arena y la niña se lo había tomado demasiado en serio. Unos pocos segundos después, era Draco el que socorría a Harry cuando su hijo, enfadado por no obtener la atención que quería mientras estaban ocupados con Pammy, se había alejado y había hecho caer un nido de abejas a sus pies.

Pansy puso cara de "oh, no", pero su expresión pudo relajarse cuando vio que los hombres lo tenían todo bajo control. Sudados, exhaustos y alerta a cualquier futura trastada de los niños, pero trabajaban en equipo cuando de cuidar a sus hijos se trataba. No solo eran capaces de compartir el mismo espacio, sino que también cooperaban y no se mataban en el intento.

Las madres soltaron un suspiro de alivio.

—¿Que si lo hicimos bien? Querida, somos las malditas amas consiguiendo lo que nos proponemos. Solo nos hace falta un apretón de manos para sellar un trato y un poco de tiempo para conspirar al respecto —concluyó Pansy.

Hermione se rio.

—Sí, aquellos días en la cabaña surtieron efecto —dijo, satisfecha con el trabajo bien hecho—. Solo nosotras podíamos conseguir que esos hombres se llevaran bien.

—Es que somos las mejores.

—La combinación perfecta.

Chocaron los cinco y luego chocaron las copas, sonriendo.


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Cristy.

PD: Recordad que hoy también hay doble actualización de la colaboración "De odio, amor y tragedias" y "De odio, amor y venganzas" :D