6

Una vida sexual indecente.

Cuando Hermione se acostó con alguien por primera vez fue a los diecisiete años, en su séptimo año escolar, con Cormac McLaggen. Se sintió correcto, lo que debía suceder.

Él pertenecía al equipo de fútbol de la escuela secundaria y ella era la mejor estudiante de su año. A veces Cormac le hablaba en los pasillos, le decía que debería ir a verlo jugar alguna vez; lo cual hizo. Varios chicos del equipo eran guapos. La mayoría de las chicas concordaban en que Cormac, junto al capitán, Oliver Wood, eran los más atractivos de todos. Todavía recordaba con demasiada precisión la sonrisa perfecta que él esbozó cuando notó que Hermione estaba en las gradas, mirándolo jugar por primera vez. Se pavoneó todo el partido, en especial cuando anotó un gol, buscando sus ojos para verificar que lo estaba viendo ganar.

Cuando aprobó todos sus exámenes del primer trimestre, Hermione decidió ir a una fiesta en la casa de uno de sus compañeros; en el último año de estudios siempre habían más de lo usual. Ahí se encontró con Cormac al fin fuera de los pasillos y partidos de fútbol. Terminaron saliendo al patio para distanciarse del resto de la gente y conversar un poco. Él hablaba demasiado, pero tenía linda sonrisa. Ahí fue su primer beso, sintiendo los rastros de cerveza de su boca (ya que ella no había bebido, le resultó notorio), y con la música y gritos de adolescentes de fondo. Cuando despegaron sus labios, sus respiraciones causaron vapor en el aire entre ellos. Estaban afuera, era invierno. Mantuvieron sus narices muy cerca, y el aliento de Cormac seguía oliendo a alcohol, pero no le molestaba, él solo había bebido un vaso, o quizá dos. Sus ojos estaban bien enfocados en ella. Hermione sospechó que era la primera vez que él le prestaba tanta atención y se podía decir lo mismo de su parte. No se volvieron a besar, ya que los amigos de Cormac los habían visto y los interrumpieron. «¡Oooh!» cantaron de forma burlona algunos de ellos, haciendo que Cormac diera un paso atrás y mostrara un gesto de vergüenza y enojo. Hermione sabía que nadie tenía fe de que él besara a la más inteligente de su clase, a la chica que solía negarse a salir si había un examen próximo. Demasiado cliché para ser real, la inteligente y el deportista. Pero ella nunca lo entendió del todo. Ya no había exámenes próximos, ¿por qué no lo haría?

Se besaron una vez más unos días después. Cormac insistió en acompañarla a su casa al salir del colegio y Hermione le dijo que sí. Fue mucho más tímido esa vez, porque estaban en la calle a plena luz del día. Al probar la boca del chico, supo a chicle. Se supone que él no debería mascar chicle en clases, pero igual lo hizo, y los rastros de sabor a fruta artificial eran la prueba. Hermione en ese momento quiso morder, hacer el beso aún más dulce. Probablemente Cormac y ella no tenían el mismo concepto de dulzura, el de Hermione era adicción: que se sienta tan dulce como para no querer parar.

Esos encuentros se repitieron muchas veces más, Hermione perdió la cuenta de la cantidad de besos que compartió con él.

Fue recién en el verano cuando hicieron más que besarse. Cormac fue osado, yendo a casa de los Granger y subiendo por un árbol hasta la ventana de su única hija. Tocó el vidrio tres veces con los nudillos y Hermione no se sorprendió por el ruido, ya que estaba en sus planes. Cormac entró a su cuarto y entre susurros le habló al oído: se disculpó por el retraso, le juró que no había parado de pensar en ella. Sus amigas siempre le preguntaban qué era lo que más le gustaba de él, qué detalle de su persona le encantaba. Hermione solo podía pensar en que él tenía un cabello castaño tan claro que a veces se teñía de rubio bajo la luz del sol, y que sus ojos azules y sonrisa encantadora eran de ensueño. ¿Qué chica no querría estar con un chico tan lindo? ¿Quién no tendría interés en pasar sus manos por sus hombros anchos y un poco bronceados? Tenía varios lunares salpicando su espalda, su abdomen y muslos eran bastante firmes por el deporte y su cabello le hizo cosquillas en la nariz mientras le besaba el cuello; olía mucho a shampoo y jabón floral. Cormac hablaba mucho, pero siempre funcionaba sonreírle y asentir con la cabeza, y luego no debía preocuparse por nada más que sus manos grandes y ásperas recorriendo su cuerpo. Hermione se sintió como una de las muchas princesas de sus cuentos de hadas de la infancia ese día.

¿Por qué no lo haría ella con Cormac? El orgasmo se sintió muy bien.

Su vecina Narcissa tenía similitudes con Cormac, pero no estaban ni cerca de ser iguales. Sus ojos azules transmitían cosas opuestas, frío la primera y calidez el segundo. El cabello también, rubio. Con una perspectiva algo torcida se podría decir que Cormac también lo tenía rubio como ella. Sus sonrisas, ambos sonreían mucho. Cormac tenía sonrisa de príncipe y Narcissa de reina, una filosa, una falsa simpatía que conseguía engañar a todos. Narcissa no se colaba por su ventana y pedía disculpas, ella tocaba su puerta y exigía su atención.

Este día no tenía nada similar al verano donde tuvo sexo por primera vez. Su vecina estaba leyendo la parte de atrás de uno de sus libros, la sinopsis. Había dejado su té en la mesa y estaba cómodamente sentada en su sillón. Narcissa no tenía un gran interés en libros, sino compraría los suyos propios. Solo le daba curiosidad lo que leía Hermione.

—¿Cómo eran tus amigos en la cuidad? —le preguntó.

Narcissa apoyó ambas manos sobre el libro que mantenía sobre sus piernas. Hoy llevaba pantalones. Al estar sentada sus muslos parecían más gruesos de lo que realmente eran.

—Son tantos —suspiró, y eso obligó a Hermione a levantar la mirada de las piernas—. Tuve un amigo escritor allí. Si quieres otro día puedo traerte uno de sus libros, me lo regaló cuando lo publicó.

—Sería genial, gracias.

—Una de mis mejores amigas es azafata. Ella tampoco quiere tener hijos —Narcissa marcó «quiere» al hablar, diciendo esa palabra más lento que el resto—, así que viaja sin preocuparse demasiado. Siempre que podía me traía un regalo del país al que iba.

Hermione tomó un poco de té. La semana pasada habían charlado sobre el deseo y lo que se quiere, y sabía que a Narcissa le hacía gracia el tema, en especial por todo lo que Hermione le dijo. «Tener sueño te desinhibe» fue su respuesta a todo, y cambió el tema de la conversación por el resto de la tarde. Pero hoy Hermione estaba bien descansada y seguía pensando igual.

—Parece que te encanta estar con gente que se sale de la norma —dijo en respuesta Hermione.

—Todo mundo tiene sus particularidades. Que no las griten no hace que no las tengan.

Se removió en el sillón, incómoda. Narcissa miró el movimiento con detalle.

—¿Y qué hay de ti? —interrogó Hermione.

—¿Yo? —se señaló con la mano a sí misma, usando un tono agudo, algo remilgado.

—¿Qué particularidad tiene la señora Malfoy? —bromeó.

La sonrisa de Narcissa se extendió, y apretó enseguida los labios para ocultarla. Parecía mofarse en silencio de Hermione, de su curiosidad.

Ella sabía ya varias cosas de su vecina, como que solo le ponía una cucharada de azúcar a su bebida y que ignoraba los postres. Narcissa decía que no le gustaba lo dulce, lo cual todo parecía apuntar que era cierto. Sin embargo, sospechaba que había otra causa: no engordar. Hermione nunca fue muy quisquillosa con la comida, intentaba tener una dieta balanceada, seguir las recomendaciones de los médicos... lo normal. Mientras no hubiera excesos, no debía preocuparse.

En la casa vecina número 159 había maniquíes, telas, máquinas para coser, cintas métricas, balanzas... Hermione lo sabía por la propia palabra de Narcissa, que le gustaba en su tiempo libre confeccionar. Su trabajo como diseñadora no incluía eso necesariamente, pero sin estar trabajando, a veces se encontraba deseando crear algo. Y para diseñar su propia ropa, debía saber sus propias medidas.

También recordaba la parrillada. Hermione se sentó frente a Narcissa ese día. Lucius, Draco, Rosmerta y Tom las rodeaban. Rosmerta era insistente en su oído, pero eso no la despistó lo suficiente como para no notar que Narcissa lo único que repitió en su plato fueron ensaladas.

Su vecina era una amante de la moda y de verse bien. Hermione dudaba estar equivocada en sus suposiciones sobre que ella se privaba de la comida a propósito. Resultaba obvio que Narcissa no es hermosa porque sí, sino por ser detallista y cuidarse (si se le podía decir así a esa obsesión). Se miraba al espejo todo el tiempo también. Reflejo que se cruzaba, ella lo usaba, demostrando lo superficial que era. Y si se necesitaban más pruebas, estaba este preciso momento. ¿Quién más que Narcissa se preocupaba tanto por su imagen, que hasta por una reunión para tomar el té con su vecina se arreglaba tanto? Más siendo su vecina Hermione, que en estos momentos no llevaba maquillaje, ni ninguna ropa favorecedora. Su cabello atado parecía querer escapar, culpa de sus rizos, que la hacían parecer como si toda la vida estuviera corriendo un maratón.

Narcissa era hermosa, condenadamente hermosa. La mujer más linda que había visto jamás estaba en su casa, sentada en su sillón. Hermione apretó con más fuerza la taza entre sus manos. Semana tras semana, sueño tras sueño, tantas conversaciones...

Sus labios eran carnosos y rosados. Siempre que se posaban en la taza de té, los ojos de Hermione se perdían allí irremediablemente. Narcissa miraba hacia abajo al beber, a su bebida. Sus párpados caían y entonces sus pestañas parecían más largas. Y sus cejas, rubias, lo más probable es que estuvieran depiladas y bien controladas. Tenían una forma delgada y recta, que caía recién al final. Daban la impresión de una actitud fuerte, severa, y al igual que su mirada gélida, la atraía. Narcissa le había dicho que la belleza tiene mucho que ver con el movimiento, con tu estado psicológico y con tu forma de ser. Eso dejó pensando a Hermione que entonces, ella debía parecer muy pulcra y corriente, porque siempre se la pasaba ordenando, siguiendo sus rutinas y no hacía nada en especial. ¿Podía considerarse eso bello? Al mirar las cejas de Narcissa pensaba mucho en eso, la actitud, la belleza; parecía que el cuerpo y mente de su vecina estaban en sintonía, porque su forma de ser se reflejaba en su físico, en lo hermosa que era. Ojalá su propio cabello tupido siguiera su ejemplo y estuviera también en la misma línea que su estado mental, en lugar de alborotado, siempre opuesto a lo normal y ordenado.

El cuerpo de Narcissa, al cambiar la posición en la que estaba sentada, quedo de lado. Eso le dio otra perspectiva a Hermione, una que realmente apreció. Le gustaba mucho la curva de las caderas de la mujer.

—¿Vas a volver a mirarme a la cara en algún momento de lo que resta de la tarde? —preguntó.

—Disculpa —respondió enseguida Hermione.

Estaba mal mirar así a otra persona. En especial a una mujer casada. ¿Qué rayos estaba haciendo? Enfocó su vista en Narcissa tan rápido como pudo. Estaba roja, muy avergonzada de sí misma e incómoda.

—¿Envidia? —bromeó Narcissa.

—No —dijo—. Te juro que no.

—Tranquila Hermione. No tienes que estar tan asustada.

A pesar de sus palabras, su corazón latía rápido por haber sido atrapada así. ¿Cómo pudo dejar que sus deseos la dominaran de esa manera?

—¿Qué pensabas?

—¿Perdón? —se asustó más Hermione.

—Estoy bastante segura de que me escuchaste, y me entendiste bien, además.

Tenía esa sonrisa en los labios que siempre le mostraba, una muy afilada. Siempre dudó sobre cómo debía interpretarla. Ahora, como una epifanía, estaba bastante segura de la respuesta: como una amenaza.

Se encontraban en su casa, pero no sentía que tuviera el control de nada. Narcissa la tenía entre sus dedos, ella elegía si quería que fueran suaves o tan peligrosos como unas garras. Las miradas compartidas a través de la cerca el día que la invitó a la parrillada, la manera en que todo se torció para que las reuniones entre ellas fueran en su casa y no en un lugar público, o hasta cómo se las arregló Narcissa para tener el café como a ella le gustaba, incluso antes de ser amigas. Sin esfuerzo se metió en su casa, en su rutina, en sus pensamientos... y sueños.

¿Por qué hoy? ¿Qué tenía de diferente al resto de los días? ¿Recién se daba cuenta de cómo sus ojos se deslizaban hacia abajo? Ahora Hermione dudaba, porque Narcissa siempre atrapaba su mirada, incluso aquella vez, cuando la cerca las separaba. ¿Por qué con hoy sería diferente?

Diferente.

«Diferentes, como tú», eso le había dicho la primera vez que se sentó en este mismo lugar. «Deseo poder tener sexo sin preocuparme por nada» confesó la semana pasada. Y ahora no podía dejar de pensar: Narcissa siempre atrapaba su mirada.

—En tus caderas —confesó en un susurro—. Me gustan.

La sonrisa de Narcissa se agrandó, complacida. Ella lo sabía, desde hace tiempo.

—¿Y qué más?

Ese giro la perdió. La desconcertó la pregunta, por lo que enmudeció. Ella había sido honesta. ¿No era lo que Narcissa esperaba?

—Hermione —insistió—, después de todo lo que hablamos, dudo que pienses tan poco.

Si no estuviera tan inquieta, lo más probable es que hubiera reído.

—¿Por qué quieres...? —tanteó, insegura.

—Curiosidad —soltó con simpleza Narcissa.

Lucía contenta, con su sonrisa afilada. Usó una de sus manos para acomodar su cabello tras su oreja y cruzó sus piernas con gracia y lentitud.

—Dios —exhaló Hermione, muy bajo.

¿Esto de verdad estaba pasando? ¿No era otro de sus sueños eróticos y muy inapropiados?

—Vaya, nunca te tomé por religiosa.

Las mejillas de Hermione ardieron. Narcissa se estaba riendo en su cara, como si fuera un juego. Todo este tiempo se estuvo divirtiendo con ella. Pero no esperó una respuesta a su broma, solo se levantó del sillón y caminó unos pasos hasta quedar frente a Hermione. En esta posición, la mujer resultaba aún más imponente. Se inclinó un poco, para poder agarrar la taza con té ya fría que Hermione nunca había soltado y que, ahora estaba consciente, apretaba como si su vida dependiera de ello. Dejó la taza en la mesita, abandonada como la suya propia hacía ya tiempo.

—¿Y qué más? —volvió a interesarse por tercera vez—. ¿Qué estás pensando?

Narcissa se lo había preguntado casi como un suspiro, tan cerca de su rostro, y Hermione ya no quiso pensar. Ella ya sabía qué deseaba, ahora solo debía decidir. Salió del sillón de un salto y antes de que Narcissa pudiera enderezarse, la besó.

Los labios de Hermione se encajaron alrededor del labio inferior de Narcissa mientras sus manos ascendían para enredarse en su cuello. Unas manos se aferraron a sus caderas y la empujaron hacia adelante, para que sus cuerpos se presionaran. Hermione lamió, haciendo que la otra separara sus labios. Entró en su boca con hambre, desesperada. Se sentía frustrada, y también sorprendida de que lo que más le molestara de toda la situación fuera que recién ahora se estaban besando.

¿Hace cuánto Narcissa la deseaba? ¿Por qué ahora?

Se volvió un beso muy húmedo más rápido de lo que Hermione se hubiera esperado. Mientras sentía la lengua de Narcissa acariciarla, sus dedos rascaron su piel, presionando el largo del hueso de su columna, para luego subir la mano hacia su nuca, hundiéndose en su cabello. Narcissa juntó más sus cuerpos en reacción, buscando fricción, y Hermione no pudo evitar desestabilizarse, dando un paso hacia atrás y chocando con el sillón por accidente. Se tambalearon. Sus bocas se separaron, pero ninguna soltó el cuerpo de la otra. La respiración rápida de Narcissa golpeaba sus labios. Sus miradas se mantenían conectadas, verificando lo obvio: querían continuar.

—Vamos a mi habitación —dijo Hermione.

El agarre en sus caderas cedió, por lo que ella aceptó soltar el cuello. Subió las escaleras, siendo demasiado consciente del sonido de los pasos a su espalda. Ninguna se molestó en cerrar la puerta cuando entraron al cuarto, fueron directo a la cama.

A Hermione le gustaba su habitación. Varias personas le dijeron que un acolchado y sábanas blancas no era buena idea porque se ensuciaban fácil. Pero quizá, los demás deberían mirarse mejor a sí mismos y a sus hábitos. Su cama estaba impecable, sin una mancha arruinando el blanco. Y Narcissa se veía hermosa allí sentada. Los ojos la abandonaron unos segundos, observándolo todo. En realidad, casi todo allí era blanco, sin contar algunos libros y muebles de madera color natural, además del piso del mismo material. Un dormitorio debía, en su opinión, ser calmado, limpio. No necesitaba sobrecargarlo de estímulos que perturbaran su sueño o que saturaran su mente cansada luego del trabajo.

—Es tan normal —comentó Narcissa—. Parece falso, de revista.

Hermione no contestó, prefirió subir a la cama. Ambas quedaron al mismo nivel, y cuando sus miradas volvieron a unirse, sus cuerpos lo hicieron también.


Notas de autor:

Lectores: EKR, ¿de verdad vas a ser tan malvada como para cortar el capítulo ACÁ?

EKR173: Sí. :D

JSJSJS ya, ya, no desesperen queridos y pecaminosos lectores, esto continúa en el cap de la próxima semana. ;)