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OBITO

Volví a la fortaleza de Tristan y pasé por las mismas medidas de seguridad que la otra vez. Me cachearon y se aseguraron de que no llevara nada oculto. La rutina era innecesaria, ya que llevaba años haciendo negocios con Tristan.

Me reuní con él en el comedor, aliviado de que no estuvieran a punto de servir la cena. Lo único que quería era mi dinero, para poder salir cagando hostias de allí y volver a casa. En cuanto entré en la residencia, pensé en la esclava. No se la veía por ninguna parte, así que probablemente estuviera encadenada por ahí.

No pensaba permitirme pensar en aquellos pechos. Aquel sexo jugoso. Si dejaba que mis pensamientos vagasen con libertad, me empalmaría en un cuarto lleno de tíos.

―¿Has considerado mi oferta, Tristan? ―En los negocios no me andaba con jueguecitos. Pedía una cifra concreta por una razón también muy específica. Con mis productos no se regateaba. No era así como llevaba mis asuntos, y mis clientes me demostraban su respeto no intentando que hiciera una rebaja.

―Lo he hecho. ―Cruzó las piernas y descansó las manos sobre el regazo―. Tu precio es justo. Sin embargo, sólo puedo darte la mitad.

―Si sólo puedes darme la mitad, entonces obtendrás la mitad del producto. ―El precio medio de cada artículo no subía ni bajaba. No andaba corto de fondos, así que no me hacía falta cerrar el trato. Sasuke y yo esperábamos los precios más altos por los artículos de mayor calidad.

―¿Qué tal si te doy la mitad ahora y la otra mitad más adelante? Sabes que cumplo lo que prometo.

―Si cumples, ¿por qué no tienes el dinero ya? ―¿Por qué hacía una compra de gran tamaño si no la podía pagar? Aquella era la primera regla para evitar arruinarse.

―He invertido mucho dinero en un proyecto y espero recoger los frutos de la inversión en treinta y un días. En estos momentos ando escaso de efectivo, pero la inversión merecía la pena. Me voy a forrar y no lo lamentaré. Pero necesito las armas ahora. ¿Podemos convenir algún arreglo?

Tristan era un hombre de palabra, pero con eso no bastaba.

―Si llego a algún tipo de arreglo contigo, también tendré que hacerlo por los demás. Así que no puedo permitir que suceda.

Tristan asintió, como si hubiera estado esperando aquella respuesta.

―¿Hay algo que pueda ofrecerte como aval? Con eso sería justo.

―¿Tienes algo tan valioso? ―Necesitaría bastantes joyas para llenar una joyería si quería cubrir el resto de la suma.

―Depende de lo que tú interpretes como valioso.

Hice una mueca.

―Eso no suena bien.

Tristan chasqueó los dedos en dirección a uno de sus compinches.

–Traedla.

El corazón se me aceleró al caer en la cuenta de a quién se refería. No había dejado de pensar en ella desde mi marcha. En vez de contratar a una mujer la noche anterior, me había ido al hotel y me había masturbado con el recuerdo de su increíble entrepierna.

El hombre de Tristan guio a una mujer morena hasta la silla frente a mí. Pelo castaño, tetas grandes y piel perfecta, parecía secuestrada de un concurso de belleza. No tenía cicatrices, como la otra mujer, pero estaba igual de aterrorizada. No podía dejar de temblar y no nos miraba ni a mí ni a Tristan a los ojos.

Lo miré y esperé una explicación.

―Estaba trabajando como modelo desde América cuando la atraparon. La compré por un millón de dólares en la subasta del caballero. Es virgen, está comprobado. Como agradecimiento por concederme treinta y un días adicionales para reunir la segunda mitad del pago, te la doy. Haz lo que quieras con ella.

La mujer empezó a respirar agitadamente y las lágrimas asomaron a sus ojos. Tembló violentamente justo antes de ponerse histérica. Sus lágrimas se convirtieron en sollozos que resonaron por el comedor.

―Cállate ―siseó Tristan―. O te romperé las costillas.

Ella silenció sus lloros, pero no consiguió dejar de temblar. Tristan se volvió hacia mí.

―¿Hay trato?

Era preciosa, pero no la encontraba atractiva. Estaba asustada y era débil, nada que ver con aquella otra mujer. No se comportaba con dignidad, a pesar de sus circunstancias. No tenía nada de especial. Sus ojos eran azules y su pelo castaño, como los de cualquier otra modelo del mundo. No me atraía especialmente.

―No la quiero.

Tristan posó el dorso de los dedos sobre su brazo y los subió despacio hasta el hombro. Ella se estremeció bajo su contacto, como si los dedos de él fueran de hielo. Cuando llegaron al hombro, se desplazaron por su cuerpo hasta sus tetas. Le agarró un pecho por encima del sujetador y lo estrujó con firmeza.

―¿No la quieres?

Probablemente sí la hubiera querido, de no haber tenido antes a la otra.

―Quiero a la mujer que tuve anoche. ―No me lo pensé dos veces antes de hacer mi petición―. Es evidente que para ti es valiosa. ―No había dejado de pensar en ella, y su súplica continuaba resonando en mi cabeza. Prefería estar conmigo que atrapada con Tristan. Disfrutaría follándomela durante treinta y un días. Aprovecharía a fondo cada uno de ellos.

Tristan se reclinó en la silla y estrechó los párpados, como si se sintiera insultado.

―¿Mi mujer?

Asentí.

Él inclinó ligeramente la cabeza, como si aún no pudiera creérselo.

―Es una petición bastante atrevida.

―Me estás pidiendo que haga una excepción contigo. Eso es bastante atrevido. ―Si quería que le entregara mis preciadas armas a cambio de nada más que la mitad del depósito, más le valía ofrecerme algo increíble a cambio. No quería a aquella morena voluptuosa. Quería a la rubia bonita con el sexo que sabía a gloria.

Él tomó su copa y dio un sorbo de vino, con los rasgos retorcidos de enfado. Se tomó su tiempo bebiendo, demorándose antes de dar una respuesta.

La respiración de la morena se normalizó, aliviada de que quisiera a otra que no fuera ella. Ni se imaginaba que acababa de perder una gran oportunidad.

Por fin, dejó la copa.

―No. Ella queda fuera de esto.

―Entonces no hay trato. ―Me levanté de la silla―. Cuando tengas la segunda mitad del pago, hablaremos. ―Me terminé el whisky antes de apartarme de la mesa. Tampoco era que me enloqueciera el trato, de todas maneras. La única razón por la que me lo había pensado siquiera había sido la perspectiva de volver a tener a aquella mujer. Sin ella, desaparecía mi interés por llegar a algún acuerdo.

―Espera ―Tristan se levantó de la silla, con la mano todavía sobre el tallo de su copa de vino―. Tiene que haber otra manera de llegar a un acuerdo. Te daré dos mujeres.

Yo me giré y escudriñé sus pequeños ojos brillantes.

―No quiero dos mujeres. Sólo quiero a una mujer. ―Su obsesión era comparable a la mía. No había estado con ella más que una vez, ni siquiera me la había tirado, y aun así la necesitaba otra vez. Entendía su resistencia―. A no ser que tengas alguna otra cosa. ―Era imposible que tuviera nada de valor comparable al precio del envío. Incluso con un barco ni se acercaría. Si realmente quería que aquel trato funcionara, tendría que ceder.

Se terminó el resto del vino antes de arrojar la copa contra la pared. Se estrelló con un fuerte ruido antes de que los fragmentos se diseminaran por el suelo. La morena estuvo a punto de dar un salto en el aire al escuchar el sonido.

―De acuerdo, Obito. Acepto tu petición. Pero tengo una condición.

―Te escucho.

―No te la daré. Te la prestaré. Cuando haya pagado la segunda mitad, será mía de nuevo.

Sabía que aquella era la mejor oferta de Tristan. Si no la aceptaba, me permitiría marchar sin cerrar el acuerdo. No pensaba permitir que se me escurriera entre los dedos, así que le estreché la mano.

―Trato hecho.