Capítulo V

"Lo que deseo, Claud, es navegar la oscuridad del cosmos con este planeta como mi recipiente, como hizo Madre tiempo atrás. Con el tiempo encontraremos un nuevo mundo. Y en su suelo crearemos un brillante futuro."

- Sephiroth, a Cloud. En Midgar (Final Fantasy VII: Advent Children)

Vergel Radiante, Reino de la luz, Segundo anillo (luz tenue).

Riku y el rey aterrizaron en la plaza principal de Vergel Radiante. El sistema Claymore los identificó a ambos como dos amigos, y no rechazó su llegada.

"Aunque con lo saturado que está, no sé si podrían hacer algo si el enemigo invadiera en serio".

¿Cuántos enemigos podía atacar simultáneamente? ¿Cuántas naves serían capaces de derribar? De hecho, ¿acaso se podían permitir derribar las naves en su espacio aéreo? ¿No causarían demasiados daños sobre la ciudad?

Fuera como fuere, por algún motivo no habían atacado todavía. No entendía por qué, pero era evidente que no era una decisión militar. Si querían, podían tomar Vergel Radiante. El solo pensamiento le aterrorizaba. Su nuevo enemigo era… monstruoso.

Si sobrevivían, hablarían con Cid y los demás acerca de conseguir las defensas suficientes para estar bien protegidos. Aquel imperio contaba con una tecnología mucho más avanzada. Tendrían que encontrar una forma de sortear aquella desventaja.

– ¡Riku! ¡Mickey! – Merlín corría en su dirección. El sudor hacía brillar su frente, terriblemente pálida –. Ha llegado a la entrada este.

No hacía falta decir nada más. Los dos elegidos se miraron entre sí y asintieron. El imperio les había hecho retrasarse, pero todavía estaban a tiempo. No debían perder la esperanza.

[…]

– ¿Asumo que eres el último?

El cuerpo de Ienzo temblaba.

Aeleus y Dilan habían caído ante la espada de Sephiroth. Cualquier ventaja que hubieran podido conseguir se había desvanecido entre sus dedos. El primero de los SOLDADO había doblado su velocidad, y ahora rompía sus defensas con facilidad. Ienzo, que observaba el combate en la esfera de cristal de Merlín, retiró al par de guardias a tiempo.

Dejando una hoja de sus grimorios en sus cuerpos, había podido forzar en ellos un hechizo de teletransportación. Ambos salvaron sus vidas, pero el joven hechicero comprendió que no serían capaces de hacer frente a su enemigo. No solo les había derrotado. Les había destruido su espíritu de pelea: los había humillado, y demostrado una superioridad tan abismal como para someter sus voluntades.

Los siguientes en intentar detenerlo fueron León, Tifa, Yuffie, Aerith y Cid. Merlín había tenido que quedarse fuera del combate para organizar una evacuación de emergencia al Castillo Disney. No podían arriesgarse en poner en peligro a los civiles. Si algo salía mal…

"Si la suerte no está de nuestro lado, quiero al menos salvar a la mayor gente posible", había dicho el líder de aquella nación.

"¿Suerte? ¿Se suponía que la suerte era un factor?".

Si recibía un golpe, sonreía y continuaba peleando. Si se alejaban de la trayectoria de un ataque, otro lo seguía. Si su estrategia funcionaba, encontraba una forma de romperla. Tan pronto la pelea se extendió por tres minutos, el del cabello de plata se detuvo y murmuró algo para sus adentros. La oscuridad se arremolinó a su alrededor.

Los ojos de Ienzo no fueron capaces de seguirlo, pero Sephiroth había derrotado a los cinco de un mismo golpe. Convocó su grimorio. Necesitaba salvarlos antes de que…

– ¿Y bien? ¿Eres el último?

Se detuvo, presa del pánico. El enemigo se dirigía hacia él. Caminaba lentamente, con una sonrisa en su rostro. ¿No intentaba rematarlos? ¿Sabía que podía evacuarlos, e intentaba evitarlo? ¿Era él el siguiente? ¿Había algo que podía hacer?

– Hace tiempo, temí a la cetra. ¿Aerith, se llama? Su raza detuvo el avance de Madre, gracias al poder de la corriente vital… pero sin Cloud para protegerla, y sin poder regresar a Midgar, mis preocupaciones han resultado ser en vano. Ya no es una amenaza.

Su avance era inexorable. Como un incendio que consume los cimientos de una vieja casa. Como un tsunami que rebasa las playas. Como un huracán que devora todo cuanto se interpone en su camino. Como la oscuridad que amenaza con cubrir los mundos con su negro manto.

– Nada lo es ya.

Ienzo cerró los ojos, asumiendo su final. No podía triunfar donde otros mucho mejores que él habían fracasado. No podía enfrentar él solo a…

"¿Y cuántos morirán, en el momento en el que te rindas?".

Ese pensamiento atravesó todas sus dudas, las perforó violentamente como la lanza de Héctor de Troya atravesaba los escudos helenos. Una corriente de valor inundó y rebosó su corazón, y la determinación ocupó el lugar de sus dudas. Para salvar vidas, no necesitaba enfrentar a Sephiroth. Solo detenerle.

– ¡Atrápalo entre tus páginas, grimorio mío!

En el mundo contenido en su libro, el ángel de un ala habría de enfrentar a sus miedos y sus dudas; explotando su psique podía ganar tiempo. Era una táctica arriesgada: para encerrarle, necesitaba adentrarse él también. La estrategia le había funcionado en múltiples ocasiones, pero solo contra enemigos cuyas vulnerabilidades conocía. Cuando sabía con seguridad que había margen suficiente para evitar los riesgos. Aquella vez… sí, no podía engañarse. No estaba tratando con alguien tan vulnerable. Casi con toda probabilidad, sería eliminado. Y sin embargo… Era su deber. Era su forma de redimirse por todo el daño que había causado como miembro de la Organización XIII. Como alumno rebelde de Ansem el Sabio, cuya vida se había perdido tratando de desbaratar los planes de Xemnas.

– ¡Sé bienvenido al mundo de tu propia mente, Sephi…!

El filo de Masamune era mortal. Aquello era una obviedad, pero por algún motivo su mente se sorprendió deteniéndose en ese pensamiento. Sí, realmente era una hoja pensada para segar vidas de cuantas personas se interpusieran en el camino del primero de los SOLDADO. Ienzo parpadeó un par de veces, conforme su pecho se inundaba de una sensación de calor.

Cuando había comenzado su ritual, Sephiroth estaba a varios metros de distancia. Había visto lo rápido que se desplazaba, pero no lo había sentido en sus propias carnes. No había esperado que fuera capaz de acortar esa distancia con tanta velocidad. No había esperado que el filo cortara su grimorio y al tiempo abriera una profunda herida en su pecho. Notó sangre encharcar sus pulmones. Qué sensación más repulsiva.

– No te preocupes. La oscuridad le dará uso a tu corazón.

Ienzo quiso responder, pero sus palabras quedaron ahogadas por la sangre que ascendía por su cuello. Tosió, y cerró los ojos. Ah… ¿Por qué tenía que haber decidido ser valiente…? Los héroes siempre… morían como idiotas…

– ¡Ienzo!

Riku y el rey vieron desplomarse al aprendiz de Ansem el Sabio. Su cuerpo cayó, como si fuera una estantería que perdía el pie, como una escoba dejada sin apoyar en una pared, sobre un charco de su propia sangre. El rey conjuró un hechizo curativo. Eso debía ser suficiente para evitar que la vida se escapara de…

El recientemente nombrado maestro de la Llave reaccionó con velocidad. Se posicionó frente a Su Majestad, e interpuso su arma contra una amenaza que sus ojos todavía no habían procesado. Sintió una intensa presión, y sus pies se hundieron en el suelo. Cerró los ojos y apretó los dientes. Aun concentrando todas sus fuerzas en ello, a duras penas logró evitar salir despedido.

– Nada mal.

Una voz serpentina le llevó a abrir los ojos. En el fondo de su mente, sabía que solo se podía tratar de una persona. Si su cuerpo había reaccionado con tanta velocidad, si había reconocido aquella amenaza contra el rey… Solo podía ser una persona.

Sephiroth sonreía, con la satisfacción de quien consigue una nueva fuente de entretenimiento.

– Por fin estáis aquí, Llaves Espada. ¿No os habéis hecho acompañar esta vez de… Sora? ¿O está esperando entre las sombras para atacar? – el ángel de un ala imprimió más fuerza en aquel choque de armas. Riku sintió temblar sus brazos. ¿Era más fuerte que cuando había enfrentado a Sora? –. No… Ese joven no sería capaz de seguir una estrategia así… No tiene la suficiente maldad.

Su enemigo retrocedió, dejándole un breve espacio para respirar y recuperar energías. El rey le estaba sustituyendo, y se había lanzado al ataque con su habitual agilidad extraordinaria. Mickey saltaba de un lado a otro, blandiendo su arma con la maestría adquirida durante sus años como mosquetero. De vez en cuando se detenía, y conjuraba un Sanctum que obligaba a Sephiroth a cambiar su estrategia. Se teletransportaba usando la fuerza de la oscuridad, alzaba el vuelo con su única ala, o intentaba acortar su distancia. Durante lo que parecieron horas – Riku tardó apenas un minuto en volver al combate –, ambos se intercambiaron no menos de veinte golpes, parando luz con oscuridad y espada con espada.

Apenas tenían informes sobre Sephiroth, pero del reporte que había hecho Pepito se había extraído una conclusión. La magia era ineficaz contra el primero de los SOLDADO, al menos aquella de la que disponía Sora. Sanctum, como acababa de comprobar, sí parecía una amenaza. Riku no había podido dominar todavía aquel hechizo, así que se limitó a blandir su Llave espada y trató de ofrecer a su compañero amplias posibilidades para usar su magia sagrada.

Intentaron ganar algo de ventaja empleando magia de tiempo, pero ni tan siquiera Stopza logró parar a Sephiroth más allá de escasos milisegundos. "Tendremos que decidirlo en el cuerpo a cuerpo", comprendió Riku. Tendría que ser él el que marcara la diferencia.

El arsenal del ángel de un ala era variado. La amenaza más evidente era la de Masamune, su larga espada de un solo filo. Armas como aquella estaban diseñadas para cortar, y eran ventajosas en la media distancia. Mientras mantuviera un estrecho contacto con él, podía convertir la ventaja de su amplio rango en un inconveniente.

"El problema es su capacidad para…"

Y de nuevo. Riku se giró, el ceño fruncido, su gesto representativo de su concentración. ¿Por dónde iba a aparecer aquella vez? Su teletransportación era casi instantánea; la oscuridad lo engullía y lo regurgitaba a distancia. ¿Delante? ¿Detrás? ¿O incluso arriba? Gracias a su ala, podía mantenerse en el aire y aprovechar su ventaja en las tres dimensiones. Por si fuera poco, a veces aparecía a la distancia suficiente para conjurar él mismo distintos hechizos: las esferas llameantes negras eran las más comunes. Probablemente consumieran poca energía. Sin embargo, lo que Pepito había anotado como infinitamente más peligroso era…

– Meteo.

Un ataque en área devastador; el mismísimo infierno parecía descender a Vergel Radiante de la mano de aquel conjuro extremo. Riku y Mickey detuvieron buena parte de ellos utilizando Stopza, pero el resto… La propia ciudad había comenzado a ser objeto de ataque. Los elegidos se separaron, y repitieron el conjuro para detener el avance de los meteoros. Todavía necesitaban encontrar una manera de proteger a los civiles, pero al menos de esa forma…

Una pluma negra apareció en su campo visual. Aunque lo había intuido, no había podido hacer otra cosa. Sephiroth había utilizado uno de los mayores hechizos como distracción. Había conseguido separar a los dos maestros de la Llave, y obligado a consumir sus energías en magia con la que detener su ataque. Ahora, solo había necesitado teletransportarse para nuevamente retomar el combate cuerpo a cuerpo.

Riku logró interponer su Llave Espada en la trayectoria del ataque; Masamune no logró cortar su torso, como había hecho con Ienzo, pero Camino al Alba salió despedida de su mano. Sephiroth llevó su espada al cinto. Él había visto ya ese movimiento; un iai, desenfundar y reenfundar. Un rápido corte mientras se abalanzaba sobre él.

Mickey se había dado cuenta de la treta y se había dado la vuelta. Preparaba un hechizo, pero no sería lo suficientemente rápido. Él llamó a su Llave Espada, que regresó, rauda, pero tardaría un par de segundos en rehacer su defensa… Demasiado tarde, comprendió.

"¡Vamos…! ¡No puedes caer ahora!".

Riku notó un dolor punzante en su abdomen, pero no sintió el profundo corte en el pectoral que había estado esperando. Se palpó el cuerpo, encontrando solo las marcas de un mordisco en el lugar donde notaba el dolor. Por la disposición de las heridas, parecía una… ¿serpiente?

– ¿Por qué has intervenido, número IV?

Frunció el ceño. ¿Le estaba… hablando a él? Se giró, y, para su sorpresa, encontró a un hombre cubierto por una túnica blanca a un metro de él. Una serpiente blanca alada se desvanecía a su lado. ¿Desde cuándo estaba allí? ¿Le había… salvado?

"¿Número IV? ¿Es… un miembro de la Organización?".

– El maestro Xehanort necesita vivas a las siete luces. Sin ellas, nuestras trece oscuridades no tienen nadie a quién enfrentar. Mal nos pese, les necesitamos vivos.

– ¿Es de verdad ese el plan A? ¿No es más sencillo eliminar a las siete princesas del corazón?

– Todavía tenemos que localizarlas. Las porciones del Maestro se están encargando, pero necesitarán tiempo. La puerta a la oscuridad cambió, así que también han cambiado las llaves que la abren.

¿Las siete princesas del corazón habían… cambiado? Riku trató de encarar al hombre ataviado de blanco. Su mente se nubló, y apenas pudo evitar desplomarse hincando una rodilla. Se sentía profundamente mareado. Maldita sea… ¿la serpiente tenía veneno…?

Notó una mano sobre su hombro. Era Su Majestad.

– ¿Quién eres? ¿Trabajas para la Organización?

El hombre de la túnica blanca abrió un portal de oscuridad. Su silencio fue su única respuesta.

– Por desgracia, este es el fin de nuestra pequeña… reunión. Despedíos de este mundo. En unas pocas horas, los sincorazón lo habrán sumido en la oscuridad.

Sephiroth hizo también ademán de marcharse.

– ¡Espera! – exclamó el ratón antropomórfico –. ¿Qué está ocurriendo? ¿Ahora sirves al Maestro Xehanort? ¿Quién era el sujeto ese de blanco? ¡Danos respuestas!

El ángel de un ala resopló, casi molesto, pero se detuvo. Era un avance respecto al otro sujeto.

– Nuestros intereses coinciden. Eso es todo. No sé quién es exactamente ese otro sujeto, pero… todo maestro tiene sus aprendices, ¿no es cierto?

Sephiroth abandonó Vergel Radiante. Diez mil sincorazón seguían al acecho, los héroes de la ciudad habían sido diezmados y Riku apenas podía incorporarse. Mickey apretó los labios con fuerza. "Este ha sido el resultado de enfrentar a una de las trece oscuridades". Ellos eran siete luces. De momento, unos pocos menos. "Cada uno de nosotros debería ser capaz de enfrentar a dos de ellos, y sin embargo…".

No tenía sentido obcecarse en ese punto. Debían abandonar aquel mundo. ¿Habrían tenido tiempo para la evacuación?

Mickey suspiró. Iban a necesitar mucho más que suerte para sobrevivir a la recreación de la guerra de las Llaves Espada.

"Espero que al menos a Sora, Donald y Goofy les esté yendo mejor que a nosotros…".