La ciudad bajo el eterno sol
Igual de reluciente a cuando la dejó hace unos días, la ciudad de Bordel se deja apreciar a lo lejos, con sus luces centellantes reunidas en un punto fijo que atrae a las personas de todos los rincones. Imponiéndose ante el recién oscurecido cielo, la ciudad es inmune a los terrores de la noche. Ahora convertida en un refugio para los recurrentes viajeros; Bordel tuvo un inmensurable crecimiento en los últimos años, dejando ser un simple pueblo para convertirse en una reconocida ciudad comerciante.
Apreciando la grandeza de la ciudad, Hawks se detiene por fin, apoyando sus manos en sus temblorosas rodillas. El bosque y sus rastros han quedado atrás hace horas, pero ni con la carrera que ha llevado ha sido suficiente para llegar antes del fin del día. La luna, su compañera ya, le espera paciente a que recupere el aliento. Ha reducido su tramo tanto que ya es capaz de ver la ciudad; casi llegaba a la meta. Dándose palabras de aliento, levanta la cabeza y presiona a sus agotados músculos a continuar moviéndose.
Cuando llega a estar metros de la entrada principal cree oír los fervientes gritos de júbilo de las personas, su cabeza se traslada de vuelta a las calles rebosantes de música y verbena; y su pecho se hincha gustoso. La creciente sonrisa en su rostro carga el alivio y la esperanza por las que ha aguardado años y la emoción empuja a su dolor lejos, dándole el atrevimiento de correr a pesar de sus malestares, pues no resiste un segundo más afuera.
La gran puerta de un despintado ocre casi blanco, tallada con suma precisión que evitaba poner excesivos ornamentos; esa entrada se encontraba a unos pasos de él, quien deseaba ingresar a través de ella. Pero era imposible, al menos en ese momento. Su viaje en secreto era desconocido hasta para sus más cercanos, a excepción de una persona. Entrar despreocupado, siendo observado por los habitantes y los vigilantes que no callan, y terminar por ser descubierto por la Iglesia no era una opción para él. Repitiéndose sus prioridades dejó la vistosa entrada para otro día y rodeó las afueras hasta encontrar lo que buscaba.
Aunque Bordel es una próspera ciudad, no todo es perfecto en ella. Hawks caminó hasta llegar a los bajos barrios, donde nadie se interesaba en brindar una verdadera seguridad. Asegurándose de cubrir su rostro se adentró en las lamentables calles donde residían las carentes personas y los exiliados, los pobres y los vagabundos; los que solo consiguen migajas. Rostros perdidos, destrozados y heridos; sufriendo en los suelos mientras suplican una mísera ayuda. Hawks los observa, los escucha, los siente. El deplorable lugar y sus habitantes escarban en su cabeza hasta rememorar los años de su niñez, años aún más antes de pisar la ciudad todavía pueblo.
El frío, las largas caminatas y el cansancio. El viejo solo le tendía su mano enguantada, y el poco calor que conseguía con eso nunca se compararía con la calidez de una persona. Los fragmentos de una niñez que ya no resiente regresan a un vivo color en su mente. Son cosas de la vida dirán, y así es y será: Algunos tienen que sufrir y otros tienen que gozar; uno debe sacrificarse por el otro. Siempre se proclamó como enseñanza de vida, pero eso no evita que existan casos donde uno escala, o uno decae. Ya sea por golpe de suerte o jugar bien sus cartas se puede conseguir lo que uno desee.
Sus pensamientos pesan en una mano, pero los quebradizos lamentos de la gente se desbordan en su otra mano y estos calan hasta su corazón, que se comprime al oírlos. Es el instinto humano de brindar ayuda creciendo en él; sin embargo, no tiene cómo ahora. Se promete regresar en algún momento y ser capaz; mientras, apresura el paso esforzándose por ignorar las afligidas voces que se graban en su cabeza.
Más allá de las pobres y quejosas calles están los barrios sumidos en silencio, las pocas personas que caminan por esos lares están metidas en sus propios asuntos, muchos inmorales pero ninguno de su incumbencia. Mantiene su cautela sin desacelerar el paso, yendo entre callejones y atajos olvidados. Las pocas miradas que recibió, ya sea de advertencia —al no pertenecer a esas calles— o interés en sus pertenencias son dejadas atrás junto a esas personas que no han vuelto a encontrarlo.
Saliendo de los rechazados barrios, Hawks alcanzó las iluminadas calles que festejaban, repletas de puestos que se niegan a cerrar. Las personas paseando y juntándose entre risas, las familias reunidas en la puertas de sus casas, charlando amenas mientras observan a los pequeños corretear en medio de las calles. Todos bajo el velo de las franjas con lamparas colgantes que bañan las calles de cálidos amarillos y anaranjados, simulando ser un gran sol que nunca desaparece. Tiempo atrás, a estas horas, el lugar que recorre fingiría estar abandonado, sin atisbo de alguna persona o ruido.
Entre estas calles debe estar la que usó ese día que regresó a zancadas del bosque, asustado hasta los huesos de la bestia salvadora.
Las personas a su alrededor comienzan a emborracharse, brindando por lo que ellos llaman "una pronta nueva era"; la mayoría volverían en penas a casa, sin enterarse lo que ocasionaron entre su descontrol. Ninguno de ellos temía por algún vampiro que espere al acecho, para ellos basta y sobra con la protección de los cazadores.
Pasando de los festejos a los que se resistió unirse, continuó hasta llegar a las nuevas calles que mantienen cierta aura pacífica con una menor cantidad de personas, las cuales moderan su alegría. La placidez del lugar discrepa por momentos con las casas atiborradas, muchas atrapadas por la estrechez. El irregular orden al menos permite pequeñas brechas a las que recurrir, manteniéndose en los huecos donde las luces de las casas no llegan.
Hay una casa en particular que está buscando, no es la suya pero casi se siente un segundo hogar. Debería estar cerca, aunque es complicado encontrarla cuando no puede moverse a gusto en medio de las calles, apartándose del camino habitual. Toma tiempo, más del habitual, donde ha serpenteado entre las brechas para encontrar esa casita que no representa, no del todo, a su dueña.
Después de vueltas y regresar en sus pasos, a punto de pasarla de largo, por fin está delante de la casita de madera, pintada en blanco en su mayoría, compartiendo la estrechez de las otras casas a su alrededor. Una puerta y dos ventanas en el segundo piso; y la pequeña elevación en su techo triangular. La simplicidad del hogar resaltaba las plantas que crecían en cortas hileras por las ventanas. Ver la casa familiar conforta sus exhaustos cuerpo y alma.
«No necesito una casa tan grande y difícil de limpiar, quiero algo simple y útil» las palabras de la dueña siempre llegan a su cabeza al ver el hogar que había conseguido, y tiene que admitir que ha escogido el mejor lugar para vivir: Rodeada de una calma que no pertenece ni a los peligros de las afueras, ni a las criticonas miradas silenciosas de las altas calles.
Cuando la última persona que rondaba en esas calles desapareció, llegó su momento de colarse en la casa. Sin embargo, la falta de respeto no podía ser un grave crimen si la dueña le había entregado una llave de su vivienda. Así que, a prisas avanzó con llave en mano y sin nervios de ser encontrado, entró en la casa ajena.
No pasó ni un segundo dentro para arrojar la mochila lejos y quitarse el abrigo. Corriendo a la cocina en busca de una jarra de agua que vació en unos sorbos; la comida podía esperar pues había venido dando bocados de las provisiones de vez en vez. Su hambre dormía por ahora. Más importante era hervir unas ollas con agua.
Dejando el agua puesta, se tomó la libertad de rebuscar por la casa por una de las mudas de ropa que solía dejar ahí de vez en cuando. Aparte, el baño y la gran tina estuvieron listos poco antes de que el agua hirviera. Cuando todo estuvo preparado su cuerpo insistió en entrar en la tina con el agua que lo llamaba a limpiar las malas vibras que se habían quedado con él.
Quitándose las capas de ropa que había llevado puesto todos esos días: La chaqueta de cuero que ya tenía rasgones, los cinturones, la blanca camisa arruinada por la suciedad, las botas que ya incomodaban, los pantalones y por último las prendas íntimas. Su cuerpo desnudo tomaba un respiro al fin, adolorido de solo moverse. En su expuesta piel podía apreciar los moretones que iban de morado a negro, esos tomarían tiempo desaparecer; otros de leve verdoso y hasta azul que ya casi se borraban.
Se acercó a un pequeño espejo que decoraba el lugar, esforzándose por ver el estado de su espalda. A diferencia de los moretones que tenía en su torso y brazos, el gran moretón en su espalda era algo más llamativo —luego de haber sido arrojado contra el árbol podía imaginarlo—; dolía, pero su condición no era tan grave si no, estaba seguro que no podría moverse en ese instante. Su lastimado cuerpo debía ser atendido, sin embargo el daño que tenía era soportable y no requería de urgencia un doctor. Llevaba vivo todos esos días, algo hubiera estado mal si no pudiese moverse ya.
Los huesos rotos quedaban para otro día, uno que no fuese pronto si es posible.
Entrar en la tina con agua caliente fue, tal vez, la mejor experiencia en meses, porque se sentía meses lejos de cualquier persona, interminables meses lejos de casa y de quienes conoce. El agua que es compasiva con su cuerpo y purifica las heridas, la sangre reseca, la suciedad que se ha pegado a él; le adormece los sentidos. El calor y el vapor que cubre el cuarto es tranquilizador, un bálsamo que le regresa a la vida luego de haber sufrido con el gélido clima del bosque. No le importaría quedarse en el agua unas horas más.
Resbalando de su mano alzada, gotas recorren su brazo. Es real. El tacto, las sensaciones y un vistazo al lugar le recuerdan que aún sigue con vida, de alguna forma lo ha conseguido. La arriesgada toma de decisiones que tuvo en los últimos días ha traído un subidón de emoción que lo ha tenido cautivo y ahora que su cabeza se ha enfriado, recién toma en cuenta los sucesos. Sus manos salen del agua y pasan a través de su rostro subiendo hasta su cabello, mientras exhala todo el aire retenido. —Nada de eso importa ahora— se repite, y las preocupaciones por el pasado abandonan su cabeza.
Saliendo de la tina, después de alargar sus minutos ahí, va por la ropa y alguna manta. Con su cuerpo ya seco, solo tiene una camisa sin decoraciones y cualquier pantalón, son suficientes para él que no desea volver a sofocarse con tanta ropa. Los zapatos siguen siendo incómodos pero más sueltos, por ahora mejor que las botas.
El baño le ha restaurado fuerzas aunque también cree poder irse a dormir tres días seguidos, pero no puede perderse el regreso de la dueña, tiene que esperarla y saldar los problemas que le habrá causado en su ausencia. Ah, ya anticipa un golpe de su parte.
Esperar en la tranquilidad del hogar tampoco dura mucho. En un momento voces y ruido vienen de afuera, ininteligibles, pero no hay duda, ella está aquí. La puerta se abre y no hay solo una persona ahí.
—A todo esto, ¿cuándo regresa Keigo? Yo... creo que no lo veo desde la semana pasada.
—Estás exagerando, debe estar paseando por ahí. Más bien preocúpate por ti, dicen que los ancianos pierden la noción del tiempo.
—Sigues sin saber callarte, eh —comentó el hombre—. Si tan interesada estás por saber cuán viejo estoy puedo mostrártelo.
La insinuación fue el detonante para Hawks, yendo a detener lo que sea que pudiese suceder con el par de idiotas que había aparecido. Carraspeó hasta ser escuchado en las afueras de la ciudad si es posible, esperando interrumpir a tiempo.
—¡Keigo! —exclamó el hombre al verlo—, al fin te apareces. ¿Dónde te metiste? Pensé que me habías abandonado.
El brazo del viejo lo retuvo, colgándose sobre su hombro mientras lo abordaba con sus preocupados comentarios.
—¿Viste, viejo? Aquí está, vivito y en una pieza.
La estruendosa voz de su compañera impactó junto a un manotazo en su espalda, teniendo que morder su lengua al sentir el golpe sobre su moretón, forzando una sonrisa para no despertar sospechas. No estaba seguro si fue intencional, pero era un hecho que Rumi albergaba cierto enojo por haberla arrastrado a su plan.
—Sí, sí, ya lo estoy viendo —apuró—. Ahora dinos, chico, ¿dónde te fuiste a desaparecer?
Las risas se habían detenido, sin embargo los ojos arqueados que lo observaban sospechosos no contenían seriedad; y la mano sobre su mentón le quitaba el poco peso a la pregunta. Takami solo continuaba con sus juegos.
—No el complejo de buen padre ahora, no te queda bien, lo sabes.
El hombre suspiró, apartó su brazo alzando ambos derrotado.
—Al menos lo intenté. ¡Bueno, da igual! Ya que ambos están listos vamos a cenar, tengo descuento en el bar de Hanta.
El viejo no decepciona. Como en algún momento anticipó, él no dejaría pasar la oportunidad de salir a comer; y este tampoco escuchaba a negaciones, así que Hawks se dejó arrastrar al bar, más por voluntad que por obligación. Luego de días sin probar nada más que esas insípidas masas, ahora necesitaba una buena cena.
Descendieron calles abajo hasta mezclarse de vuelta con la animada multitud. Sin una vestimenta llamativa y acompañado, no había mucho de lo cual estar vigilante, al contrario, lo mejor seria que se fueran percatando de su presencia antes de alargar el tiempo. En algún momento también estaría a solas con Rumi, así que no había necesidad de presionar por ponerse al día. Dejaría que las cosas vengan a su tiempo para variar alguna vez.
Sin forzarse a seguir con la tediosa alerta, se unió a las pláticas del par; después de los pesados días, reír hasta quedarse sin aire sonaba como mejor opción a escoger. Apaciguar la ansiedad por el cautiverio no sería difícil si está con ellos tampoco.
Las trivialidades y las tontas bromas que soltaron se mantuvieron hasta llegar al recurrente bar entre los cazadores. El viejo se adelantó pavoneándose al entrar a viva voz, y él también le iba a seguir el juego sino fuera por el agarre que le detuvo, jalándole a un lado de la entrada.
—¿Dónde rayos te habías metido? —arremetió Rumi.
Su compañera tenía los ojos saltones que estaban por atravesarlo con todo el enojo que cargaban.
—Lo explicaré, en serio. Pero dudo que este sea el momento adecuado, mucho menos el lugar.
Bastó que señalara con sus ojos a las personas que transcurrían por la calle, todas ignorándolos; sin embargo, en estos días, uno no podía confiarse de desconocidos, ni siquiera de conocidos. Solo tenía que recordárselo a Rumi para que lo soltara, a regañadientes, claro; pero a fin de cuentas era por seguridad.
Entrando al bar, encontraron a Hanta atrapado en la cháchara del viejo, el pobre chico estaba acorralado y lo ayudarían si no fuera que en este momento les convenía. Por un rato tampoco hacía mal dejarle el problema a alguien más.
La mayoría de las personas adentro las conocía de lejos, cazadores con los que no había tenido palabras pero que no venía mal aprenderse sus rostros y nombres. Por fortuna no se encontraban conocidos así que se evitaba charlas innecesarias por ahora. Yendo de frente a una mesa alejada del centro y el bullicio, cerca a una ventana que daba con la calle, los reclamos aparecieron:
—Estuviste afuera seis malditos días —anunció Rumi—. Tienes suerte que la Iglesia no ha llamado a nadie hasta ahora, pero ten por seguro que saben de tu ausencia. No ha pasado mucho en realidad pero no puedes desaparecer seis días, Keigo. Si esto se vuelve a repetir te pueden atrapar y sabes que no sirvo para mentir, no voy a poder salvarte el pellejo siempre.
Las atropelladas palabras de Rumi despidieron la preocupación que había estado cargando, y que aún se reflejaba en sus ojos; la misma preocupación que atacó a Keigo al oír cuántos días estuvo ausente. Sus cálculos habían errado, el tiempo se había distorsionado al estar encerrado, pero la excusa no le servía. Su cabeza volvió a maquinar lo que pudiese ocurrir, el cambio de sus próximas acciones; un revoltijo que solo guardaba para sus adentros pues estaba a punto de responderle a Rumi, intentado tranquilizarla. Sin embargo, sus palabras quedaron colgando en su boca al escuchar al viejo de vuelta que traía una jarra en mano y vasos en la otra.
—¿Alcohol? —preguntó extrañado—, ¿tanto tiempo me fui que ahora bebes alcohol?
—Una vez a las quinientas no está mal tampoco; además, el licor de Hanta mejoró su calidad —se excusó—. Ahora, vamos a beber mientras esperamos por la comida.
Los manos del viejo palmearon en sus espaldas, apurando a probar el licor. Rumi no demoró en darle un sorbo al vaso, pero Keigo, por otra parte, tenía una vaga idea del repentino antojo por licor en su viejo. Aún así, rechazar la bebida ahora solo significaba más tensión en el ambiente que quería evitar.
Ante su primer sorbo la sonrisa de Takami se ensanchó, realzando sus pómulos salientes, y las cejas sobre sus largos ojos se suavizaron. La cálidas luces brillaban en su cabello castaño y la imagen de buen hombre quedaba en él, ahora que no hablaba. Ah, eso podía ser tomado como trampa. Los escasos gestos gentiles de Takami no eran una buena señal, aunque la figura de padre que decidió vestir hoy alcanzaba un punto descubierto de sus barreras. Keigo quiso creer que también había preocupación en él.
—Ya en serio, estás vivo y parece que sí estás en una pieza... —continuó, analizándolo—, ¿así que a donde te fuiste a meter?
Ahí iba una vez más, persistiendo en saber por alguna razón. Pensó ,tiempo atrás, en contárselo, al menos sus sospechas; lamentablemente era un caso perdido. Takami jamás aceptaría sabotear a quienes acudían a él con dinero en mano y pidiendo por su ayuda.
—No otra vez con eso, Keigo está bien y eso es suficiente —insistió Rumi aburrida de verlos—Deja eso ya... Mejor terminemos lo del otro día, esta vez decidimos quien vence.
Regresando a su sonrisa llena de seguridad en ella misma, Rumi alzó su brazo desafiando al mayor a un duelo de fuerza. El viejo carcajeó al verla. Jamás rechazaría un reto, esta vez tampoco sería la excepción y así lo dejó ver al comenzar a remangarse su chaqueta.
—Está bien, conejita, ¿qué te parece esto? Ya que te veo tan decidida vamos a apostar: Si tú ganas, yo dejo de hacer preguntas; pero si yo gano, ustedes responderán mi pregunta.
—Trato.
Sin tomarle importancia a él, quien estaba siendo apostado, por los que se hacen llamar sus más cercanos; el arreglo en la mesa era una desvergonzada conveniencia de ambos. El viejo en especial, que había tomado provecho total del reto.
—¿Qué pasa? Estabas tan animada por esto que pensé tendrías algo que mostrarme.
—¡Calla! Tu fuerza ha bajado, ¿es que acaso sigues cuidando de tus bonitas manos?
Las provocaciones de Rumi consiguieron lo que pidió sin pensar: Takami llevó su brazo de encuentro hasta el extremo de ella, restregándole su prepotente sonrisa que mostraba la fila de dientes bien alineados. Mientras su compañera se llevaba las manos a los cabellos reteniendo sus quejas.
—Muy bien, escúpelo, chico.
Luego de haber sido usado de excusa por quienes se supone son su familia, los ojos se posan sobre él esperando por una respuesta. Debería sentirse traicionado, decirle adiós a todos esos años juntos porque quienes están aquí lo arrojarían contra las ratas si tuviesen la oportunidad de salvarse. ¿Pero qué es la familia sino tener la confianza de botarse a las ratas para ayudarse entre ellos y vencerlas?
—Estoy seguro que tus dudas se resolverán si le preguntas a una chica del Puerto Lune: Estatura media, cabello negro, piel pálida y ojos que te hacen de menos. Si la llegas a encontrar dile que me busque pues he quedado encantado con ella.
Tras años observando al mayor embustero de la historia, llegaba un momento donde debía enfrentar a su mentor con sus propias enseñanzas. Ponía a prueba sus mentiras que eran cubiertas por un firme rostro despreocupado que no temía de ver directo a los ojos del viejo, quien había eliminado toda pizca de broma y le regresaba el gesto, con sus ojos afilados posados en él y su alma. Los ojos grises que lo terminarían atravesando algún día.
—Comenzaba a preocuparme que no mostraras interés en alguna mujer... pero me vienes con ¡Tremenda sorpresa! Supongo que no voy a recibir los detalles pero debo decir que estoy orgulloso de mi hijo que empieza a dejar el nido.
La enorme sonrisa socarrona llena de picardía se convertiría en su recuerdo de haber pasado la prueba y al maestro.
Aplacando la curiosidad del viejo, ahora volvían a la rutina donde su parloteo se concentraba en él mismo y sus anécdotas. Sin necesidad de detenerse a respirar, este hombre podía terminar por marearlo con solo escuchar las interminables palabras que salían de su boca.
—¡Hanta se está demorando! —exclamó de repente—. Mi estómago no deja de rugir, voy a ver qué sucede, a lo mejor no pudo con todo.
Cuando el viejo se retiró al mostrador, reposando sus brazos en la madera mientras esperaba al chico, Keigo lo observó. La imagen de perfil de Takami llamaba la atención en su rostro, y en especial en su cuello, donde se apreciaba esa cicatriz cubriéndolo. El día de esa cicatriz fue decisivo para elegir meterse al embrollo que cargaban los cazadores. La cicatriz que él quiso sanar a toda costa, y que al final su padre tomó como un trofeo.
—Oye, Keigo —llamó Rumi, sacándolo de sus recuerdos—, ya cuéntame dónde fuiste.
Rumi tenía esa mirada de confusión y preocupación, pero sobre todo cansancio. Sus facciones se arrugaban delatándola, sus ojos hablaban por ella. ¿Qué podía hacer él? Negarse a ella quien le había ayudado todo este tiempo era impensable.
—Fui a buscar por el noroeste.
—¿Y qué se supone que buscas en lugares olvidados?
—Baja la voz —alertó—. Es porque está olvidado que fui a buscar ahí. Las cosas salieron bien al final, conseguí lo que busqué.
—Te fuiste seis días. Ni siquiera sé a qué te estás refiriendo. Keigo sé más claro, ¿en qué te estás metiendo?
—Te lo voy a decir, solo espera un poco más.
No hubo más insistencia de ella, ni parecía que lo habría al verla rechistar evitando devolverle la mirada. Cruzándose de brazos se mantenía callada, frunciendo el ceño a cada segundo. Su creciente enojo era comprensible, pero Keigo se mantenía inamovible con su decisión.
La cena de esa noche a pesar de tener un excelente sabor fue degustada junto a la tensión que se creaba debido a su culpa. El sabor terminó por perderse y se volvió otra masa más que se obligó a tragar. Al menos no hubieron más preguntas ni intromisión; el mal humor de Rumi era fácil de confundir por su perdida contra el mayor, y él a pesar de saber lo que sucedía con ella, no temía bromear con el viejo sin despertar sospechas.
Keigo decidió no contar eso como una cena, ni siquiera puede afirmar que lo que hizo fuera comer. Seguiría esperando por tener una verdadera comida junto a ellos, como se dijo en el bosque.
Ya fuera del bar, las luces en la calle comenzaban a disminuir. El frío impactó con él y las delgadas ropas que llevaba, aunque nada se comparaba a las madrugadas en el fuerte. Después de casi una semana, estaba a punto de volver a casa, a su hogar.
En el camino, con la ayuda del viejo y sus palabras, el ambiente se fue restaurando y la molestia de Rumi fue convirtiéndose en risotadas. Absorbido por la amena charla que llevaban, Keigo no se percató cuando alguien se acercó demasiado a él, terminado por chocar con esta persona. Capa oscura que lo cubría en su mayoría y una capucha ocultando su rostro, el desconocido desprendía la misma desconfianza que él debió haberle dado a quienes lo vieron rondar antes.
—Disculpe mi torpeza, joven Keigo —habló el desconocido de baja y áspera voz—, debió ser que que no lo hemos visto en varios días que he seguido sin notar su presencia ahora.
Al ver al hombre descubrirse la capucha, Keigo retuvo las maldiciones cuidando hasta su respiración que podía ser tomada como ofensa para quien estaba en frente.
—¿Qué haces aquí, Mera? ¿Es seguro que alguien de la Iglesia se encuentre afuera a estas horas?
Una vez más, quiso detener la filosa boca del viejo, coserla para mejor y evitarse un juicio para ambos.
—Espero que no insinúe nada, Takami. Yo solo me preguntaba donde estuvo su hijo todos estos días. A pesar de estar ocupados, en la Iglesia nos preocupamos por ustedes que cuidan de la ciudad. Están con la Iglesia y nosotros queremos brindarles nuestra seguridad cuando podamos.
—Y lo entendemos y estamos agradecidos con ustedes —se apresuró a hablar—. Para responder a su pregunta, Mera, estuve unos días en el puerto visitando a una mujer que conocí tiempo atrás.
—Si el joven Keigo está interesado en alguna mujer espero que la corteje de la manera adecuada, como se dicta en la Iglesia.
—¡Definitivamente! —aseguró Takami, interponiéndose—, en esta familia acatamos al pie de la letra las palabras de la Iglesia.
La burla era de elogiar, si no fuese porque estaba a punto de convertirse en su sentencia de muerte.
—Así lo puedo ver... solo le aconsejo cuidado con sus palabras, Takami —pausó regresando la mirada al viejo—, estas pueden llamar algo que no deseas.
—¿Estás insinuando algo? —El acto de Takami terminó—. Creo yo que hemos mantenido una cordial relación con la Iglesia, no pienso que deba aclarar de qué lado nos encontramos.
Mera agachó la cabeza en señal de paz, y despidiéndose comenzó a alejarse.
—Mis buenos deseos, voy a estar rezando por su bienestar, Hawks.
El religioso continuó su camino hasta perderse en las sombras de la ciudad.
—Viejos decrépitos, tienen el mismo aire muerto que los vampiros...
Las maldiciones del viejo no cesaron en todo el camino, siendo alentadas por las risas de Rumi; y Keigo admitía que era gratificante insultarlos, aunque hubiera preferido mantener un perfil bajo con Mera. El tipo a veces podía ser un dolor de cabeza si se lo proponía. Lo hecho, hecho estaba y a pesar de no haber sido el mejor movimiento, ya nada podía hacerse al respecto.
Toda pensamiento paró apenas divisó las conocidas calles, más adelante, en la esquina podía verla: La ostentosa casa, con un exagerado largo para ser habitada solo por dos personas. Ventanales en fila por todo el frente de adoquines perfectamente alineados, pintados en amarillo. El fruto de Takami. No creyó sentirse tan afortunado alguna vez al ver su extravagancia y sus ornamentos, pero ahí estaba, impaciente por entrar.
Pasar por el portón y ver el familiar salón traía placidez a su mente, todo permanecía igual a cuando se fue. Aunque su momento de apreciación fue interrumpido por la presencia del viejo, que apenas entró los pasó de largo; un simple "buenas noches" sin molestarse a verlos y desapareció entre los tenues pasillos. Bastó oír la puerta de su cuarto cerrarse para tener el agarre de Rumi sobre él y ser jalado a su recámara también.
—Ya estamos solos, escupe lo que sabes. —apuró nada más cerrar la puerta, apoyándose en ella.
—No es tan fácil, primero necesito que no alces la voz.
—Está bien pero ya dilo.
—Al noroeste hay un bosque de nogales, ahí me encontré con el refugio de unos vampiros —contó, apresurándose a taparle la boca a la mujer que estaba a punto de hablar—; como era de esperarse, las cosas no salieron bien al inicio, pero hablamos. En realidad se puede razonar con ellos.
—¿Qué demonios querías razonar con ellos? —reclamó al zafarse.
—A eso vamos. La historia que ellos cuentan no coincide en absoluto con lo que sabemos; estuvimos intercambiando información y llegamos al mismo punto que te he estado repitiendo: La Iglesia nos está ocultando muchas cosas.
—Hiciste todo este viaje para creerle a un vampiro.
—Sé que hay cosas que no podemos confiarnos que sean ciertas, pero ellos tampoco saben toda la historia, ellos también están buscando información. Están igual de perdidos que nosotros.
—Me dices que fuiste a visitar a nuestros asesinos y ellos te acogieron en su casa mientras conspiraban contra la Iglesia... ¿Eso me dices? ¡Son vampiros, Keigo! No podemos confiar en sus palabras. Ya es un milagro que sigas vivo.
—Lo sé, lo sé. Pero si estoy aquí es por la ayuda de uno de ellos.
—¿Por qué? ¿Por qué alguno de ellos te ayudaría?
—¡No lo sé! Su comportamiento era extraño, era cómo hablar con un niño. Pero aquí estoy.
—¿Qué ganamos con esto, Keigo? Sí, sabemos que la Iglesia miente, varios lo sabemos. Ni siquiera me caen bien, pero ellos son quienes nos mantienen, no muy bien pero lo hacen. Sus mentiras tienen una razón, ¿si quiera nos conviene saber la verdad?
—Podemos detener una matanza innecesaria. Rumi, puede que no siempre hayamos peleado con ellos.
Cuando vio a su compañera suspirar, Keigo celebró para sus adentros.
—¿Y hablar con ellos te tomó seis días? ¿Te invitaron a tomar el té mientras se contaban historias?
—Me encerraron unos días pero ya te dije que uno de ellos me ayudó a escapar.
Había pensado ocultar un tiempo más lo del encierro y evitarse la mirada de Rumi, aunque mentirle podría complicar las cosas. Así que ahora estaba recibiendo la mirada: "Te lo dije, tenía razón". Sin embargo, Rumi no replicó más, en cambio, lo llevó al borde de la cama y alzó su camisa.
—Esto no parece como si hubieses razonados con ellos. —dijo al observar los moretones que marcaban su torso.
—Te lo dije: Al inicio no fue tan bien.
Apartándose rechistando, buscó por el ungüento. Tenerla de vuelta a ella y sus ojos rojos sin una pizca de alegría, insultándolo en silencio tampoco resultaba agradable.
—Si esto no vale la pena, juro que vas a pagarla caro —le advirtió frotando los moretones sin contener la brusquedad que le caracterizaba.
Keigo ahogó los quejidos, sin atreverse a pedirle cuidado, pues tampoco se merecía un buen trato luego de haber ensuciado las manos de ella.
—Sí, sí; ¿qué te parece ir al bar de vuelta cuando terminemos con todo esto? Estoy seguro que el viejo también querrá celebrar, tal vez.
—Tú invitas... Al menos esos vampiros no van a venir a buscar venganza, ¿verdad?
—Lo dudo mucho. Déjalos fuera por ahora, primero debemos ver a alguien más.
—¿A quien más piensas meter en problemas?
—Hatsune Mei, la inventora.
Nota 1: Tal vez debí aclararlo antes pero mejor tarde que nunca. El rol que cumple la Iglesia aquí es meramente ficción, no busco imponer un pensamiento de ellos en la realidad. Su rol pudo ser tomado por otra institución pero sí escogí esta fue por ciertas facilidades que me da para el desarrollo, nada más. Todo lo que se dice aquí no debe aplicarse en la realidad, no está con ese motivo. Si hay algún creyente leyendo esto que sepa no tengo nada personal, las creencias se respetan siempre y cuando no afecten a los demás. (Esto es aplicable para las palabras y pensamientos de los personajes, de los cuales hay varios que no apoyo)
Nota 2: El personaje de Takami NO es el que apareció en el manga, creo que lo pueden notar por la personalidad. Este OC lo creé antes de que el verdadero padre apareciera en el canon y el fic ya estaba siendo publicado para entonces, así que no podía cambiar nada sin meter un hiatus a esto. Gracias especiales a Hori por volverme a dar una crisis :) Y por las dudas, el verdadero Takami no va a aparecer en este fic, aquí él no existe (ni en mi mente) :D
Nota 3: Me volví a leer los caps de Shirakumo -no supero- y me di cuenta de un detalle con su quirk: Diría que es espontáneo pero de una manera que no sé explicar así que lo voy a poner como "poof", su quirk tiene esa sensación. Lo que me hizo reflexionar sobre que no sabemos mucho en realidad de su potencial y dudo que lo sepamos -cries-, pero no quiero meterme a inventar poderes de la nada. Así que voy a tratar de pegarme al canon que tenemos en cuanto a los quirks.
