6. El Señor de los Diez Mil Años

Por el patio empedrado se aproximaba lentamente una larga procesión de cortesanos. Tras el monarca (que avanzaba protegido por seis guardias ceremoniales), se sucedían diversas filas de ministros, príncipes del clan imperial, consejeros, sacerdotes, sirvientes y eunucos. El gong imperial era transportado por una gran estructura de piedra gracias a varios maestros de la tierra.

Agradecí que las concubinas estuvieran ocupadas con su propia procesión y no pudiesen unirse al séquito del emperador, porque la verdad es que me ponían muy nervioso. En nuestras audiencias con el Rey de la Tierra las concubinas siempre estaban presentes, ocultas detrás de cortinajes de seda alrededor de los escalones inferiores del trono, haciendo tintinear las cadenas de sus tocados y observándonos fijamente con sus caras pintadas de blanco, susurrando entre ellas y riéndose silenciosamente tras sus abanicos de jade. Los monjes me habían enseñado a practicar la tolerancia y a ser respetuoso con las tradiciones de otras naciones, aunque pudieran parecerme chocantes o difíciles de comprender en un primer momento, pero estaba seguro de que nunca aprobaría el concubinato. ¿Cómo podía el Rey de la Tierra precisar de trescientas siervas de cama para satisfacer su concupiscencia? Me parecía una costumbre cuanto menos frívola, uno de esos lujos ostentosos que tanto criticaban los monjes. Y odiaba parecer un timorato, sobre todo a esas alturas de nuestro viaje, pero el hecho de que el Rey nos recibiera siempre rodeado de sus concubinas me parecía cuanto menos una falta de respeto.

El monje Gyatso lo había expresado de otra manera. El concubinato, para él, aludiría irremediablemente a la búsqueda insaciable del placer de los sentidos, una búsqueda siempre desmesurada, siempre voraz, que obnubila la mente de los hombres y los aleja de la Clara Conciencia…

Cuando mencioné cómo me sentía, Katara me secundó firmemente, y añadió que una mujer podía ser mucho más que un mero objeto para alimentar el ego masculino del emperador. A Toph, en cambio, le dio tal ataque de risa que fueron necesarios varios minutos para calmarla. Luego, entre hipidos, nos explicó que el título de concubina era meramente honorífico, y que las familias nobles del Reino llevaban generaciones peleándose entre ellas por lograr colocar a una de sus hijas en tan prestigiosa posición. Yo no estaba tan seguro de eso, pero es imposible discutir con Toph, así que simplemente dejamos el tema.

-Que se regocijen todos los espíritus –anunció el heraldo con tono solemne cuando la procesión llegó a nuestro encuentro-. Pues os halláis en presencia de Su Majestad el Rey Kuei de los Aixin-Jueluo, Rey de la Tierra, Hijo del Tejón, Señor de los Diez Mil Años, Soberano Bajo el Cielo, Señor de Ba Sing Se, Generalísimo de los Cincuenta Abanderados, Camarlengo de las Ciudades Libres, Cadena del Reino y Emperador de toda Tian'Xia.

Katara y Sokka, como plebeyos y extranjeros invitados en la corte, tuvieron que arrodillarse y ejecutar un kowtow completo (Katara necesitó mucha ayuda, y la oí varias veces quejarse por lo bajo). Toph apenas tuvo que inclinarse levemente, y yo no tuve que hacer nada en absoluto, sino que me acerqué al rey y esperé sus palabras de rigor:

-¿Acaso tiemblan las entrañas de la tierra? –preguntó el monarca con el ceño fruncido.

-Pacífico y estable es el suelo bajo nuestros pies, por la gracia de Vuestra Majestad –respondí dócilmente.

-¿Y acaso se sacuden las montañas de arriscadas cumbres?

-De sólida roca están hechas, más antigua que los Diez Mil Años.

-Que los espíritus te favorezcan, Avatar Aang, el Radiante, la Perla del Mundo, a ti y a todos tus allegados –dijo el rey con un tono más afectuoso. Hizo un gesto a sus ministros para que se retiraran y se puso a caminar a mi lado-. El Reino de la Tierra está en deuda con vosotros, y mis ojos están por fin desvelados. Como dijo el gran poeta Chun Xiao:

En primavera dormido, sin percibir el alba,

por doquier se oye los pájaros cantar.

La noche trajo fragor de viento y lluvia,

¡quién sabe cuántas flores habrán caído!

Todos nosotros, excepto, tal vez, Toph, tuvimos que disimular nuestra expresión de desconcierto. En la corte imperial de Ba Sing Se era bastante común expresarse con ese tipo de poemas crípticos, unos pocos versos umbríos que evocaban lánguidas emociones, que pintaban delicados paisajes, y que, si sabías leer entre líneas, podían contener una disculpa, una promesa de venganza o incluso una declaración de amor. Tanto los hermanos del Agua como yo mismo habíamos demostrado ser unos completos ineptos en ese tipo de juegos cortesanos. Por suerte, Toph se adelantó y se dirigió al emperador con una leve inclinación de cabeza.

-Nuestro corazón sufre al contemplar las tribulaciones de Vuestra Majestad –el tono de Toph era solemne y respetuoso, pero creí detectar una levísima nota de socarronería en sus palabras-. Vos estabais dormido, y mientras tanto las flores caían a vuestro alrededor, y los ígneos devastaban la primavera de vuestro Reino. No obstante, recordad asimismo las palabras del gran poeta de las cumbres, Li Shyobu:

Tú preguntas: ¿cómo se levanta y cae un hombre en esta vida?

La canción del pescador fluye en lo más profundo del río.

El rey se quedó un instante con la cabeza ladeada, pensativo, como si no hubiese acabado de entender bien el significado. Sin embargo, al final sonrió con aprobación, y dijo a Toph:

-Que todos los príncipes del mundo se inclinen ante vos, Toph, hija de la Casa del Jabato Alado. Transmitid a vuestro señor padre mis saludos y mi agradecimiento.

-La voluntad de Vuestra Majestad es mi tesoro más preciado, y cumplirla es todo cuanto deseo –repuso Toph con impecable modestia, tras una nueva y ligerísima inclinación-. La familia Beifong se siente honrada ante la esclarecida bondad de Vuestra Majestad.

Los tres intentamos mantener la compostura durante el elevado circunloquio, pero Sokka no pudo evitar lanzarle a Toph una mirada de descortés incredulidad, lo que me provocó una súbita carcajada que reprimí de inmediato. Katara lo percibió al instante, y nos dirigió una rápida mirada de reproche.

Lo cierto es que era absolutamente bizarro ver a nuestra Toph expresarse con tanta finura y elegancia, y aún más lo era comprobar que todo ese refinamiento le salía de manera tan natural. Aunque, ahora que lo pienso, tampoco tendríamos que habernos sorprendido tanto. Después de todo, Toph pertenecía a la más alta y encumbrada nobleza del Reino, pero era fácil olvidarlo cuando la veías escupir en el suelo, practicar los hoscos ejercicios de Dominio de la tierra, o bromear sobre la cera de los oídos o las ventosidades de Sokka.

Parecía que el encuentro con el rey había llegado a su fin, pero entonces un soldado se aproximó a nosotros, se irguió en posición de firmes y dijo al monarca:

-Con el permiso de Vuestra Majestad, ha llegado a Palacio un grupo de tres mujeres guerreras. Dicen provenir de la isla de Kyoshi. Las hemos retenido en el Portón de la Paz Perpetua a la espera de las órdenes de Vuestra Majestad.

Al oír aquellas noticias, los ojos de Sokka se iluminaron de repente, y levantó las manos al cielo con júbilo.

-¡Esa es Suki! –exclamó, ignorando cualquier tipo de protocolo. El rey y el soldado se volvieron hacia él con desconcierto. Sokka bajó los brazos, avergonzado, y carraspeó-. Quiero decir, si me permite Vuestra Majestad, las visitantes no son otras que las Guerreras de Kyoshi. Un grupo de formidables luchadoras, aliadas y amigas del Avatar, que nos han ayudado en múltiples y sonadas ocasiones –al decir eso último, Sokka se ruborizó levemente, y Katara soltó una risita inaudible-. Querrán unirse al consejo bélico de Vuestra Majestad.

-En ese caso –proclamó el rey con una sonrisa-, las recibiremos como nuestras Honorables Huéspedes.

Tras esa interrupción, se sucedieron nuevas fórmulas protocolarias, varios intercambios de poemas entre el rey y Toph, y las últimas genuflexiones. Por fin, el séquito imperial abandonó el Palacio de la Virtud Bienaventurada, y los cuatro suspiramos aliviados.