El coleccionista

Sumario: Algo extraño está sucediendo con Draco. Al menos, Harry sabe que el Draco que él conocía en Hogwarts no permitiría que lo tratasen de esta manera.

Género: Drama/Romance.

Claves: Casefic. Drarry/Harco. Post-Hogwarts. EWE. Harry sí es Auror, Draco tiene problemas…y adiós canon.

Disclaimer: Si HP fuese mío, esto sería canon. Ya que no lo es, saben lo que significa.


VI

—Mira, Mal- Draco-

La versión de El Profeta que descansaba en una de sus manos hablaba del próximo acto de caridad patrocinado por el Ministerio. Harry tenía la vaga sensación de que debería recordar un hecho relacionado a dicho evento, pero no conseguía hacerlo.

En su lugar, estaba más concentrado en la forma en que el otro mago daba órdenes al crup Merlín para que se sentase, detuviese el movimiento alegre de su cola y alzase una pata, a manera de saludo. Después de estrechar la extremidad animal, le arrojó un trozo de carne cruda, con el que se entretuvo entre mordidas y sacudidas de cabeza, gruñéndole como si se tratase de una presa de caza.

Draco se tomó su tiempo para limpiarse los restos de sangre de las manos, se secó, y volvió sobre sus pasos hacia las sillas del comedor, donde Harry se acomodó sin pedir permiso, ya que era la mínima consideración que se merecía.

Nada más entrar, se quitó la capa de Auror y la dejó en el perchero con el máximo cuidado, para seguirlo dentro, a través de las múltiples protecciones con que contaba el lugar. Sabía que Hermione querría detalles al respecto, porque ella pretendía acompañarlos, hasta que Draco le dejó en claro que no recibiría a más de una persona en su refugio, por motivos de seguridad, así que Harry tenía ojos y oídos alerta.

En vano, por supuesto. Para ese momento, lo único que había visto y oído era al mago saludar a Rowena, el kneazle que examinaba a Harry desde la distancia, y la dieta tan extraña que le dejaba tener a su crup adiestrado. A él no parecía importarle que lo observase llevar a cabo sus tareas primero.

—Si me ocultas algo —recordó Harry, al saber que había capturado su atención—, no podré ayudarte.

—No ayudaron —replicó él, mordaz, inclinándose desde el otro lado de la mesa—, Reed todavía tiene a Pansy.

—Pansy no estaba en su casa…

—Claro que estaba.

—Por si no te diste cuenta —Harry contestó a su irritado siseo con uno idéntico—, dos escuadrones de Aurores examinaron el lugar. Sin rastro de maldiciones, sin víctimas encerradas. Ahí no había nada que pudiese decirnos que Reed era más de lo que aparentaba. Lo intentamos, ¿bien? Hay todo tipo de criminales por ahí que saben cubrir su rastro, pero no significa que voy a dejar el caso, y más información ayudaría.

—Viste su cuarto…

—Vi un cuarto —corrigió el Auror, bajando la voz, al tiempo que notaba que Draco dejaba caer los hombros, perdiendo la postura arrogante y confiada—, y una fotografía, y uní los puntos. Pero un montón de cosas no encajan en tu historia y en el Ministerio no harán más que resaltarlas, cuando Mione y yo intentemos buscar apoyo. Tú lo sabes, se van a poner de su lado, entonces tenemos que ir con el doble de pruebas para que no duden de ti.

—He dicho lo que necesitaban saber, he cooperado. Es él quien usa esas horribles maldiciones, es él quien tiene- tiene a Pansy y ninguno de ustedes…

—No has dicho todo y lo sabes —Harry lo hizo callar—, nunca has sido de decir todo. Por Merlín, es obvio que no me contarías, a mí, de entre todas las personas, más de lo que considerases estrictamente necesario, Draco.

Cuando el mago lo observó con ojos enormes, sin palabras, Harry se permitió una débil sonrisa.

—¿Sorprendido?

—Es…extraño —Draco eligió con cuidado la palabra, arrugando el entrecejo de forma apenas perceptible— que sepas eso de mí.

Harry flexionó los codos sobre el borde del comedor, y se inclinó hacia adelante también. Volvían a quedar cara a cara.

—Vamos a ponerlo así: guárdate tu historia, si lo que quieres es no decírmela. Te aseguro que no quiero invadir tu privacidad, pero háblame de lo que sí puede ser útil, lo que nos ayudaría a encontrar a Reed culpable, conseguir las pruebas. Sé que sonará raro viniendo de mí, pero siempre he sabido que eres muy inteligente, y seguro viste mucho cuando estabas con él.

Draco vaciló. Tenía las manos cerradas en puños y una postura tensa.

Harry tenía la vaga sensación de que aquello podía demorar más de lo que estaba dispuesto a esperar, y tenía otros casos pendientes. Se preguntó qué diría Hermione si volvía sin nada, y descubrió que prefería enfrentar al Ministro mismo, antes que a su amiga.

Si tenía que guiar la conversación por donde lo necesitaba, así lo haría. No por nada quedó entre los mejores en las prácticas de interrogatorios en la Academia.

—¿Reed tiene alguna actividad ilegal? ¿Comercio de criaturas mágicas, por ejemplo? ¿Ingredientes prohibidos, fondos dudosos, estafas?

Tras un momento, negó.

—¿Nada?

—Bueno…

—Draco, habla, por favor. Por Pansy.

Draco emitió un vago sonidito de protesta.

—Por supuesto que tiene muchas cosas "raras", no hay alguien así que esté completamente limpio, pero…—Meneó la cabeza—. Tiene toda la información que necesita en una libreta de la que no se separa, Potter. Hechizada, protegida, codificada y quién sabe qué más. Pero, claro, nadie más te lo dirá, y básicamente es algo que no "existe" para otras personas.

—¿Y qué hay de sus compañías? ¿Personas del bajo mundo mágico, contactos por los que se pueda discernir que…?

—Todo está en la libreta, si debe anotarlo o registrarlo, o en su mente, supongo. Su oclumancia no es mala.

—¿Hay alguna posibilidad de que yo consiga esa libreta, sin ponerte a ti en riesgo por hablarme de eso?

Draco negó.

—Pansy no podría hablarte de ella, y creo que Blaise nunca la vio.

Bien, aquello eliminaba de forma temporal las posibilidades de atraparlo en otra actividad ilícita e iniciar una investigación completa y profunda. Ya pensaría en una solución.

—¿A dónde crees que habría llevado a Pansy, durante la visita? ¿Tendría alguna manera de saber que iríamos?

—Creo que posee contactos en el Ministerio —aclaró Draco, en un susurro—, no sé sus nombres.

Harry esperó. Lo observó por un largo rato, buscando una señal de que mintiese, de que aún ocultase algo, o de que continuase hablando.

Asintió, más para sí mismo.

—¿Quién es la otra persona involucrada, de la que no hablaste antes?

Pero Draco meneó la cabeza y apretó los labios.

—¿No puedes o no quieres decirme? ¿Sí comprendes que la más pequeña pieza de información, podría ser crucial en la búsqueda de pruebas contra él?

—No puedo decirlo, ¿bien? —gruñó Draco, ceñudo—. Eso- eso no. A menos que tú seas uno de los involucrados, o que lo sepas ya de otra manera…no puedo.

—¿Por qué no…?

—Reed nos- —Draco carraspeó y se tocó la garganta, adoptando una leve expresión de dolor—. Es un hechizo de silencio. Se suponía que era para nuestra protección.

—¿Ese es el tipo de control que tiene sobre ti? —murmuró Harry, más confidente—. Si Reed llevó a cabo ese hechizo, él sabe lo que no pueden decir. Y…supongo que él sí lo puede decir, ¿no?

—Puedo hablar de los sitios a los que va, personas con las que trabaja que conocí de algún modo, hábitos que mantiene —ofreció Draco, en voz baja, demasiado calmada, y por ende, forzada—, ¿no es suficiente? Incluso si oculta muy bien su rastro, dijiste que me creerías. Y ni siquiera él puede tener sólo planes perfectos.

Draco apretaba las manos sobre la orilla de la mesa. Merlín no paraba de moverse entre sus piernas, por debajo de la silla, y podía oír los pasos que daba, apresurados y torpes, en el silencio que se formó entre ambos.

—Sí —Harry optó por contestarle, en contra de su opinión real—, por ahora, supongo que tendrá que ser suficiente.

Lo vio exhalar con aparente alivio. Se pasaron el resto de la tarde armando un bosquejo de la rutina diaria del mago.

0—

—…sabes que podría hacerlo…

—…no, Draco, no es- buena idea…

—Sólo es un pequeño acuerdo y no se tiene que enterar…

Harry sabía que, sin importar lo curioso que fuese, existían ciertas imágenes que no debía presenciar en su vida. Podía decirse que estaba frente a una en ese preciso momento.

Draco estaba acorralado contra una pared del pasillo, por un mago algunos años mayor, que intentaba rodearlo con los brazos y sujetarse de sus costados, sin éxito, porque él lo agarraba de las muñecas para frenarlo. No había duda de que le era incómodo.

—Draco- —lloriqueaba con una voz pastosa, afectada.

—Te lo compensaré bien —prometió él, girando el rostro para apartarse del contacto cuando el hombre hizo ademán de besarlo. Presionó los labios contra su mentón en su lugar, e inició un recorrido que seguía la línea de la mandíbula, mientras Draco se sacudía sin fuerza, los dedos crispándosele, de esa manera en que sólo sabía asociar a alguien que quería utilizar su varita con urgencia—, pero no de esa manera, en serio. Ten un poco de dignidad.

Cuando volvió a repetir la acción, por mera casualidad, sus ojos enfocaron a Harry, inmóvil al final del pasillo. Sí, en definitiva, no tendría que haberse quedado ahí; desde el mismo instante en que salió de la gala, ya sabía que era una mala idea, a pesar de que le resultaba asfixiante mantenerse dentro.

Draco hablaba en murmullos, en respuesta a lo que fuese que el tipo le decía entonces, y estrechaba los ojos en su dirección, con una advertencia silenciosa. Era ridículo, y sin embargo, Harry sentía los pies clavados en ese punto exacto.

Por reflejo, se puso en estado de alerta cuando notó que la varita de Draco se deslizaba fuera de una de las mangas de la capa. Un giro de muñeca, una floritura sencilla e inofensiva, un destello, y el hombre se apartaba de él, trastabillando y balanceándose por el corredor, en un baile sin sentido de ebriedad, mezclado con el confundus que acababan de arrojarle.

El mago mayor se alejaba varios metros, Draco se acomodaba el cuello de la túnica y el par de guantes negros que llevaba, y en cuestión de un parpadeo, era la imagen misma de la serenidad, con el porte altivo y elegante de siempre, el cabello atado, y un bastón que finalizaba en una cabeza de dragón, con una piedra que destilaba magia. Golpeó el suelo con este, un segundo antes de avanzar hacia un paralizado Harry, que empezó a boquear, intentando dar con alguna explicación comprensible y que tuviese sentido, de por qué había visto lo que ambos sabían que vio.

—Potter —saludó, con el tono cortés con que lo habría hecho si se tratase de un extraño. Harry tragó en seco.

—Ma- Draco —Se recordó a último momento, ganándose una ceja arqueada del otro hombre, que hizo ademán de continuar su camino y regresar al salón, pero se detuvo.

—¿Por qué el invitado especial de esta noche no está en la fiesta? —No sonaba a burla, ni a curiosidad. Era una llana, simple, pregunta neutral.

Él lo consideró. Las multitudes lo ahogaban, la sensación de sentirse observado y juzgado en cada acción lo enloquecía, sentía que le faltaba el aire ahí dentro.

Era una locura ser un héroe. Pero Draco no tendría que saberlo, así que se limitó a mostrar una sonrisa avergonzada y pasarse una mano por el cabello, despeinándolo más de lo que ya lo estaba en un comienzo.

—Las fiestas elegantes y yo no nos llevamos bien.

El antiguo Slytherin soltó un bufido de risa. Por detrás de él, el hombre borracho acababa de tropezar y chocarse con una pared, y sin darse la vuelta, Draco rodó los ojos al oír sus gimoteos.

—Me he dado cuenta. Segundo hijo, de la línea principal —se burló. Harry se echó hacia atrás, sin pensar, y no supo qué hacer cuando Draco esbozó una sonrisa. El bastón apuntaba a unos símbolos bordados al pie de la capa que llevaba—, varón no heredero. Black joven, en edad de contraer matrimonio.

A medida que lo decía, el extremo del bastón se movía a unos centímetros de la tela, siguiendo la secuencia del diseño. Harry arrugó el entrecejo.

—¿Disculpa?

—Es lo que significan esos "dibujos", Potter. No tienes idea de lo que llevas —reprendió con suavidad; si le molestaba en serio, no dio más muestras de ello de lo que lo hubiese hecho si se tratase de un niño pequeño e ignorante del mundo.

—Lo saqué del cuarto de Sirius —explicó Harry, vacilante. Bien, quizás tendría que haber obedecido cuando le dijeron que debía buscarse algunas túnicas para ese tipo de eventos, hechas a la medida y sólo para él.

—Pues no le pertenecía, debió ser de su hermano menor —informó Draco. No podía comprobarlo, pero tampoco lo dudaba, y se encogió dentro de la capa, inseguro.

—No lo sabía.

—Eso es obvio.

Cuando abrió la boca para replicar, un sonido estridente lo hizo dar un brinco. En el otro lado del pasillo, el mago ebrio había derribado una mesa, destrozando un florero, derramando el agua y las flores, y lloriqueó más al tumbar un cuadro de óleo.

—¿No deberías ir a ayudarlo? —Podría jurar que las mejillas y orejas le ardían, cuando pensó en la posición comprometedora en que los encontró al llegar, y miró hacia Draco. Él tenía un inconfundible rictus de desprecio dibujado en el rostro.

—No.

—Pero-

—Detesto a los borrachos y lo sabía antes de este día, Potter —Draco lo silenció, sin consideración—. Además, ya le he sacado lo que le podía sacar esta noche. Conseguí una pista de Pansy.

Le tomó unos segundos procesar lo que escuchó. Vio al hombre borracho, que se intentaba sostener de otra de las pequeñas mesas para estabilizarse y ponerse de pie, y en cambio, terminaba por tirar la segunda mesa abajo también. Luego volvió a fijarse en el mago tranquilo que lo acompañaba.

—¿Qué?

Draco cabeceó hacia el mago.

—La vio en la mansión de Reed esta semana, después de la visita de los escuadrones —masculló lo último entre dientes, y Harry sólo pudo encogerse de hombros en señal de disculpa—, y sabe que lo acompañará a la siguiente recaudación de fondos para San Mungo, dentro de tres días. Ya sabes, primero el área mental…ahora le toca a la parte de maldiciones. Mucha gente está interesada en que esa área del hospital mejore.

—Encontrarlos en un sitio público limitaría las opciones de Reed —reconoció Harry, pensativo—, nos daría una ventaja estratégica sobre él, si sabemos utilizarla.

—Y una oportunidad de acercarme a ella, si todavía está bajo su maldición. He estado practicando para arreglar ese "detalle", pero cada vez que he estado cerca de ella…no lo consigo.

Draco lo miraba de una forma que no habría sabido definir. Si se tratase de alguien más, habría dicho que era su manera de pedir aprobación por la idea. Por supuesto que él nunca se la pediría a Harry, de entre todas las personas, y lo sabía.

—La recaudación necesita invitación —recordó Harry.

Draco se llevó una mano a la garganta, a donde el cuello alto de la túnica ocultaba la cadena plateado-dorada.

—Puedo conseguir alguna manera de entrar.

—O puedo pedir un pase extra —ofreció Harry, que pensó que "conseguir entrar" implicaba más escenas como la que había encontrado minutos atrás. Y a decir verdad, la idea no le agradaba.

—No te lo darán, no para mí. Cuando pides pases así, debes dar un nombre; es para asegurarse de que es alguien que puede aportar a la recaudación.

Draco tenía un buen punto, ambos eran conscientes de ello. Gran parte de la herencia confiscada a los Malfoy fue destinada a San Mungo, dadas las bajas que hubo durante la Segunda Guerra, lo que no significaba que su antiguo heredero fuese bienvenido en el lugar o en cualquiera que se le relacionase.

—Yo tengo una invitación —comentó Harry, dubitativo. Era una locura el sólo pensarlo—, y es válida para llevar un acompañante. No debo decirles quién es o pedir permiso para llevar a alguien.

Cuando calló, Draco le dirigió una mirada larga y concienzuda, como si acabase de caer en cuenta de un detalle que estuvo claro desde el principio y en el que no quiso reparar antes.

El estruendo del mago ebrio al caer boca abajo en el suelo hizo que ambos desviasen la atención por un momento. Con otro bufido, Draco caminó hacia él.

Estaba convenciéndose de que nadie, ni siquiera Draco, sería capaz de dejar a su acompañante en una situación semejante, cuando lo vio ponerse de cuclillas y obliviarlo. Le palmeó la mejilla, murmuró sobre su oído, y se levantó para ir de regreso, como si nada hubiese ocurrido.

—¿Eso no es un poco…? —Se interrumpió cuando escuchó al hombre roncar. Draco se apretó el puente de la nariz.

—Si alguien pregunta, yo no lo conozco, ¿de acuerdo? —susurró, y antes de que Harry se diese cuenta de lo que pasaba, sentía un brazo que se deslizaba por debajo del suyo, y al siguiente instante, el agarre firme lo hacía caminar lado a lado con Draco—. ¿Decías que tú me vas a dejar entrar?

—Como parte del caso —aclaró Harry, atacado por una repentina oleada de nerviosismo. ¿La colonia del otro siempre fue así de maravillosa? Tenía que luchar por contener el impulso de tomar una profunda bocanada de aire con la que pudiese disfrutar del aroma—, y serás de más ayuda frente a una Pansy asustada y confundida que cualquier Auror del Ministerio. Además, ¿quién conoce mejor la forma en que Reed podría reaccionar?

Tal vez lo último fue improvisado; no lo admitiría luego.

Draco se detuvo ante las puertas dobles que daban a la sala donde la gala se llevaba a cabo. Hizo ademán de soltarlo, pero Harry, en uno de sus repentinos impulsos, colocó su mano sobre el dorso de la del antiguo Slytherin, y lo hizo mantener el agarre. Él arrugó el entrecejo un instante.

—Te van a echar si entras solo…

—Ya hice lo que venía a hacer —Draco señaló hacia el mago, ahora dormido, con disimulo. Harry le dio una ojeada y se preguntó por qué lo habría elegido a él, si es que tenía otras opciones como fuente de información.

—Puedes quedarte un poco más —mencionó Harry, llevándose otro de esos movimientos inquisitivos que consistían en levantar las cejas—, ya que estás aquí, quiero decir. No es algo de todos los días.

Draco titubeó, alternando la mirada entre él y la puerta, y de regreso.

—Harán preguntas.

—Tengo una increíble habilidad para ignorarlas, ¿sabes? Son años de práctica —Harry sonrió.

Lo escuchó soltar un bufido de risa, y aunque fuese absurdo, pensó que había valido la pena.

—Debo estar volviéndome loco para dejarme ver en público con alguien de tan mal gusto.

Harry abrió la boca, indignado, y le devolvió la puya cuando atravesaron la entrada. Hablaron en voz baja el resto de la noche, intercambiando comentarios sarcásticos y observaciones del resto de los invitados, y descubrió, no sin cierta sorpresa, que no eran tan diferentes como aparentaban.

No podría haberle preocupado menos los flashes de las cámaras mágicas.

0—

—…trabajan bastante rápido.

—Skeeter hace lo que sea por un pedazo de información que lleve mi nombre en ella —reconoció Harry, entre dientes, releyendo, quizás por tercera vez, la copia de El Profeta, que estaba adornada por una fotografía de él sosteniendo uno de los brazos de Draco, mientras hablaban. Recordaba ese momento con claridad. Ambos se preguntaban por qué las jodidas túnicas ceremoniales de los magos tenían el cuello alto y la tela tan gruesa.

Draco tenía la teoría de que se trataba de algún tipo de identificación entre los muggles en tiempos antiguos, porque nadie más que los magos y brujas estaban lo bastante locos para llevar esas prendas incluso en el verano. Él le contó cómo había pensado, cuando ingresó al mundo mágico con once años de edad, que a pesar de toda su magia, los magos estaban atrasados por varias décadas en relación a los muggles. La última afirmación supuso una verdadera discusión, que los mantuvo aislados y distraídos hasta que la fiesta concluyó.

—El Salvador del Mundo Mágico debe vender bastantes copias, en cualquier edición —puntualizó Draco, con un atisbo de burla, que lo hizo fruncir el ceño.

—No te imaginas cuántas…

—¿Presumiendo, Potter?

Él esbozó una débil sonrisa cansada.

—Para nada. Es justo lo contrario —musitó. Tras esas palabras, ambos se quedaron sumidos en un silencio que, si bien no era incómodo, todavía podía considerarse raro, apenas interrumpido por el golpeteo de la cola bífida de Merlín, echado a los pies de su dueño.

Con un suspiro pesado, Draco se agachó y le regaló una caricia vaga en la cabeza y detrás de las orejas. Harry lo observó con más curiosidad, quizás, de la que debería. Aún le costaba aceptar que el otro aparentaba ser el dueño ideal para ese crup y la kneazle Rowena, que dormía en una cama acolchada y azul, en la esquina de la sala.

Estaban de regreso en el refugio, sentados en lados opuestos de la mesa que hacía de comedor. Un pergamino, proporcionado por Hermione, con el listado de los invitados a la recaudación de fondos, estaba entre ellos, y hasta hace poco, discutían sobre cuáles eran los posibles socios de Reed con que se encontraría en el evento y formas de acercarse sin llamar la atención.

Draco tenía una facilidad sorprendente para inventarse motivos, notó a lo largo de esa mañana.

—¿Conoces a la vicesecretaria del Ministerio? —Le había preguntado Harry, al reconocer uno de los nombres de la lista. El otro mago emitió un largo "hm".

—No —admitió Draco, despacio, medido—, pero sí a su esposo. Quería trabajar en el Departamento de Control y Regulación de Criaturas Mágicas, pero no lo aceptaron. Cuando lo vea cerca de Reed, lo distraeré haciéndole preguntas sobre cómo se consiguen las licencias para tener un crup —Y apuntó al perro bífido que yacía en el suelo, confirmando las sospechas de Harry de que su pequeño y alegre amigo era ilegal.

—Mientras yo intento quitarle el hechizo a Pansy, ¿de acuerdo?

—Ese es el punto, Potter.

—¿Estos socios comerciales del banco suelen hablar con Pansy? —inquirió en otra oportunidad, un rato más tarde.

—Si sólo son Reed y ella, sí, se dirigen a Pansy como si fuese una extraña niña. Pero siempre que estaba cerca de Blaise o de mí, la ignoraban —Y Draco se encogía de hombros, restándole importancia—. Me aproximaré por detrás, saludaré, preguntaré si la huelga de goblins ya está llegando a buenos términos. Ya sabes, ellos aman hablar de eso y que alguien los deje quejarse de los duendes huraños —No, Harry no tenía idea—. Y me llevaré a Pansy a bailar una pieza, momento perfecto para comprobar si está hechizada y hablar a solas con ella.

Hasta que una lechuza pequeña y moteada no entró por un pasaje mágico que conectaba con la residencia de Blaise, según se enteró (desde donde le reenviaban la correspondencia, bajo otro nombre), no detuvieron la planificación. Cuando la vio, sin embargo, le acarició el plumaje y la recompensó con golosinas, y al darle un vistazo al ejemplar del día del periódico, se encontró con el artículo que era razón de su plática alejada del tema central que les concernía.

Ahora que Harry abandonaba El Profeta a un lado, convencido de que no hacía más que empeorar, convertido en una revista de chismes, Draco escribía con una caligrafía estilizada en un pergamino. Tenía una forma curiosa de girar la muñeca al sostener la pluma, que le hacía pensar en su modo de sujetar la varita. Era entretenido observarlo.

—¿Cuál es el número de tu cuenta de Gringotts?

Harry parpadeó. El ex Slytherin no dejó de escribir cuando no obtuvo una respuesta inmediata.

—¿Para qué quieres saberlo? —cuestionó, en cambio, extrañado. Tenía entendido que el número de identificación hablaba del piso en que se hallaba, la forma de la bóveda, antigüedad, lo llena que estaba, y un montón de conceptos englobados en dígitos de los que no sabía más.

—D'Louigui no acepta encargos de túnicas sin el número de la cuenta a un lado de la petición, como garantía de que hay un responsable de pagar su trabajo —replicó Draco, con un tono de obviedad que lo dejó descolocado—. Incluso si es mi acto de buena caridad hacia ti, la cuenta con la multa que Granger me dio no es suficiente y necesito al menos otro día para conseguir los galeones de donde los puse…

—¿D'Lu-qué-cosa? —Harry frunció el ceño, estirándose por encima de la mesa para arrebatarle el pergamino en que escribía. Él lo permitió—. ¿Qué se supone que estás…?

Justo como supuso al oírlo, el papel contenía una petición para un atuendo, en que estaban anotadas aproximaciones de medidas, especificaciones complicadas respecto al color (¿había diferencia alguna entre "verde oliva" y "verde jade"?), e incluso un dibujo sencillo de una hilera de símbolos, todo bajo uno de los seudónimos de Draco, excepto la cuenta que pagaría por la ropa, el espacio en blanco que le correspondía al número de identificación y su respectiva firma.

Elevó las cejas.

—¿Y esto por qué?

—Necesitas con urgencia una túnica formal que sí sea hecha para ti, y D'Louigui es el sastre del momento —Draco rodó los ojos, como si él fuese un ignorante por no ser capaz de pronunciar el apellido sin trabarse—. El verde jade, con hilo de oro, quedará perfecto con tus ojos y el color de tu piel, y los símbolos no darán pie a interpretaciones erróneas de quién eres entre los demás magos…

Harry no estaba seguro de qué tanto había comprendido en esa oración, así que boqueó por unos segundos.

—¿Qué significa todo eso? —Giró el pergamino hacia él, a la vez que repasaba con el índice la zona llena de dibujos simples.

—Las inscripciones que serán bordadas en la túnica, Potter, por Merlín —Draco bufó. El crup dio un feliz ladrido al oír su nombre, ajeno a la plática—. Dicen "héroe de guerra", "agente del Ministerio" y "Auror" en la parte de abajo y donde se cierra, "mestizo" y "no casado" en las mangas, y "heredero de los Potter y Black" en el cuello. Son una alteración ampliada de signos celtas que usaban magos en la antigüedad, y es de buena educación llevarlos en eventos así. Ofendes a muchos si no lo haces, y hasta te pueden echar de varios lugares.

Él sólo atinó a parpadear y balbucear una frase vaga en respuesta. Volvió a fijarse en el pergamino y se preguntó cómo esos dibujitos decían tanto sobre él, imaginándose lo incómodo que debía ser llevarlos ante desconocidos, aunque, claro, ¿quién no sabía ya todo eso de él? Skeeter se había encargado de que su vida no tuviese secretos relevantes para nadie, en especial sus lectores.

—¿Cómo averiguaste mi talla? —Se le ocurrió preguntar luego, ya que seguía sin tener idea de cómo responder a lo anterior.

Draco señaló sus ojos y después a él, con un gesto que lo abarcaba de pies a cabeza.

—Todo sangrepura decente tiene una idea de cuánto mide una persona con sólo mirarlo. Además, tengo hechizos para eso, me los enseñó mi madre hace muchos años.

Bien, aquello era una verdadera locura. Ni siquiera el propio Harry sabía qué talla era con exactitud, lo que explicaba que siguiese con jeans anchos y suéteres holgados, como si todavía utilizase la ropa vieja de su primo.

Releyó el encargo.

—No te pedí que hicieras esto —aclaró, de repente, sintiéndose igual que un niño despistado que es reprendido por no llevar a cabo una tarea que se le dejó horas atrás.

—No, pero créeme, el resto de la comunidad mágica británica sí lo pide en silencio cada vez que vas a un evento importante con ropa de un heredero muerto.

Entonces Harry se mordió el labio inferior. Parecía peor de lo que era si lo ponía así.

Él simplemente no le daba importancia a la ropa, ni siquiera la que vestía en esos eventos. Nadie le había dicho que contaban con tantas normas, y aunque igual sabía que las hubiese ignorado desde un comienzo, le hubiese gustado al menos conocerlas, para no quedar como un completo ignorante en ese instante, frente a la mirada tranquila y conocedora del otro mago.

No quería darle esa imagen a Draco. Podría jurar que el rostro se le cubrió de un tenue rubor cuando tragó en seco y firmó en el espacio en blanco al final del pergamino.

Titubeó.

—…no me sé el número de mi cuenta —confesó. Hermione lo había instado a aprendérselo de memoria, pero todos los duendes lo conocían en Gringotts y nunca tuvo que hacer más que prestar su varita para una rápida verificación de identidad, por el protocolo renovado de seguridad que se instauró después de la guerra.

Draco se apretó el puente de la nariz y meneó la cabeza.

—No sé por qué no me sorprende.

0—

—¿…has practicado algo, por si te hacen pasar al estrado para hablar sobre el valor social del hospital y bla, bla, bla?

Aquel bien podía ser definido como uno de los momentos más extraños de su vida. Tal vez incluso más que la noche que un semigigante le contó que era un mago, uno real.

Estaba parado frente a un espejo de cuerpo entero, conjurado en la sala del refugio por Draco, batallando contra unos botones en el cuello alto de la túnica encargada a De-lo-que-sea, mientras su antiguo rival del colegio lo observaba desde el sillón, con una capa azul oscura llena de ribetes plateados, el cabello recogido en una cola, y las piernas cruzadas.

La gata híbrida que se frotaba contra su zapato dejaba un rastro de pelaje que un encantamiento quitaba al instante, y el crup parado junto al mueble parecía más un custodio distraído y feliz que una mascota.

—No lo harán, sería ridículo. No tengo nada que ver con San Mungo —Harry resopló, indignado ante la inminente victoria de los botones. Y todavía dudaban de por qué prefería jeans y camiseta—. De todos modos, ¿qué se supone que se dice acerca del valor de un hospital mágico? ¿"Damas y caballeros, lamento que tengan familiares internados, espero que se mejoren pronto. Suerte. Hasta la próxima"? —Mostró su mejor imitación de la sonrisa de Gilderoy Lockhart a su reflejo, que se borró enseguida, cuando rodó los ojos.

—No entiendes nada sobre protocolos sociales, ¿no es cierto? Digo, en el colegio ya había notado que te faltaba clase, pero esto…bueno, estás a otro nivel —A medida que Draco hablaba, sonaba más cerca, pero Harry, convencido de que no le lanzaría un Avada por detrás (al menos, hasta haber recuperado a Pansy sana y salva, para lo que necesitaba su ayuda), no se molestó en mirar por encima del hombro.

—Ahm, ¿gracias?

—No es un cumplido, Potter.

Otro resoplido. Cuando unos brazos se deslizaron por encima de sus hombros, Harry se tensó. A través del reflejo, observaba la expresión concentrada de Draco, los dedos que terminaban de ajustar el cuello de la prenda nueva, con inusual gentileza hacia él y la tela.

Si el antiguo Slytherin podía ser cuidadoso y delicado, tenía sentido que fuese con la ropa costosa. Recordó que desde muy joven se vestía "bien", y le hizo gracia que hubiesen llegado a ese punto.

—Los hospitales son, para una comunidad azotada por dos guerras en menos de un cuarto de siglo, más que estructuras a las que llevan a los enfermos y moribundos, ¿sabes? —decía en voz suave, su aliento chocaba contra la oreja de Harry, que se estremeció contra su voluntad—. Significan un refugio, un lugar a donde pueden reposar, sanar, cuando el peligro acecha y no son capaces de cerrar los ojos ni siquiera, por temor a que una varita los apunte en cuanto los abran de nuevo. O a simplemente no hacerlo nunca más. Son un sitio seguro, imparcial, que recoge a ambos bandos por lo que son: personas. Personas lastimadas, necesitadas de ayuda.

Mientras se lo explicaba, lo hizo dar la vuelta y se dedicó, sin que se lo pidiese, a ajustar las dichosas mangas que delataban su estatus de soltero y mestizo, de acuerdo a lo que sabía. Por él, podrían decir que era un medio trol que coleccionaba dragones húngaros, y no se enteraría.

—Los medimagos y Aurores tienen una relación mucho más compleja de lo que puedes entender —siguió Draco, sin mirarlo a la cara. Estaba más pendiente de rodearlo y comprobar los últimos toques del atuendo—; se dedican a servir y resguardar. Sin Aurores, los hospitales no son el santuario pacífico que un herido merece. Sin medimagos, no quedarían Aurores. Por eso sería lógico que sea a ti, como héroe de guerra, a quien hagan pasar a dar unas palabras a los adinerados objetivos de la recaudación, para que den más galeones a la causa después de oírte y pensar "vaya, aquí saben de lo que hablan, mi dinero será bien utilizado y no seré tomado como un idiota, en verdad trabajan para ayudar a esta gente herida por maldiciones raras".

Draco le puso dos dedos bajo la barbilla y lo forzó a alzar la cabeza. Ojos verdes encontraron unos grises.

—Fuera lentes —anunció, medio segundo antes de que el mundo quedase reducido a un borrón colorido, cuando se los quitó. Por reflejo, Harry levantó las manos, en busca de sus gafas, para descubrir que su visión se aclaraba igual que si las llevase puestas, luego de percibir un tacto frío y ligero en la frente.

Parpadeó para acostumbrarse. Al girar el rostro, descubrió en su reflejo la expresión desorientada que tenía, por debajo de una banda delgada, dorada, que emitía un débil resplandor. Su iris tenía motas del mismo color, y él podía no verse al espejo con frecuencia, pero estaba seguro de que no lucía así la última vez que se fijó.

—El efecto es temporal, no te emociones. Más de doce horas te causará un horrible dolor de cabeza, por el que no me haré responsable —Como si no se percatase, o no le importase la confusión que reinaba en él, Draco examinaba su cabello. No necesitaba que se lo dijese para saber que consideraba qué podía hacerse con los mechones rebeldes, en la hora que les quedaba antes de la recaudación.

—Es inútil —comentó Harry, en voz baja.

—Nada es inútil con los artículos correctos.

Cuando el mago volvió a posicionarse detrás de él, esa vez, impidiéndole ver su propio reflejo, lo escuchó conjurar en un murmullo, y suspiró, resignado.

—¿Sueles hacer esto cuando vas a salir con alguien? —preguntó Harry, tras un rato, sin pensarlo. Luego cayó en cuenta de cómo se oía y sintió el ardor que le cubría el rostro.

Draco, sumergido en su tarea, no dijo nada respecto al término.

—En general, intento salir con personas a las que no tenga que vestir y peinar, ¿sabes? —Había un deje de diversión en la manera en que le contestaba, nada malicioso, y quizás por ese mismo motivo, Harry estuvo seguro de que alcanzó un nuevo nivel de rubor—. Pero odiaría ser visto con un desaliñado, en especial en estos momentos. Mi imagen es prácticamente lo único que me queda.

Él se mordió el labio y se hundió en la vergüenza por un rato más. Draco continuó, ajeno a su reacción; no jaló su cabello, ni se frustró al encontrarlo indomable, y su tacto fue tan cuidadoso como lo era con la túnica. Llegó a creer que no podía ser consciente.

Al observar el espejo por última vez, a pesar de que su cabeza todavía era un nido de pájaros, apenas aplacado, Harry pensó que la persona que le mostraba el cristal era alguien a quien le gustaría ver más seguido.

Luego salieron de los límites mágicos del refugio y se Aparecieron.


En este cap me di cuenta de que cada vez que Draco suelta un "por Merlín" dentro del refugio, el crup debe ponerse en plan: wof, wof, aquí 'tooooy. Y eso me dio mucha ternura, jAJAJAJA