Día 6. FACE.
"I don't care, go on and tear me apart
I don't care if you do, 'cause in a sky,
'Cause in a sky full of stars,
I think I saw you".
(Coldplay- A sky full of stars).
En una noche estrellada, el viento mece la hierba suavemente: dos figuras están de pie ante este impresionante paisaje, Inglaterra le cuenta un montón de historias lejanas y maravillosas sobre el cielo a América, quien con sus ojos brillantes le escucha con atención, atesorando, memorizando cada palabra, ambos disfrutan este momento, sintiéndose felices y cómodos.
Esa noche es ahora un recuerdo muy lejano para Alfred quien debe regresar a la realidad y ver en el reflejo del espejo que ese niño que desconocía del dolor y la guerra ya no existe más, ve sus propios ojos apagados, sin poder evitarlo se pregunta ¿Cómo he llegado a este punto?, la ambición de la juventud aun recorre sus venas pero ahora mismo está en una guerra por su independencia, así que debe resignarse a perder esas memorias. Sintiéndose débil huye de la habitación entre penumbras, intentando no hacer ruido, queriendo salir en secreto pero un par de ojos azules le observan y deciden seguirle.
…
El frío era terrible, Francia sentía cada uno de sus huesos doler y su piel se irritaba con facilidad, mientras caminaba entre la nieve muchas veces se preguntó ¿Por qué aguantaba aquel tormento?, pensó seriamente en más de una ocasión en abandonar su misión pero cruzó por su cabeza la imagen del pequeño Canadá y suspiro resignado, con dificultad siguió sus pasos hasta llegar a la gélida y solitaria casa.
Tan pronto abrió la puerta, el pequeño Canadá bajó corriendo, lo que era inusual en él, se detuvo su aliento cuando Francis le saludo, se reunieron, se abrazaron, Matthew estaba tan agradecido con Francia por venir a verle a pesar de todas las dificultades que implicaba ello, el infante se sentía querido con gestos tan simples y eso le encantaba al francés, esta imagen es también una memoria borrosa que desaparece, en esa misma casa, en un rincón oscuro hay una figura sumido en las sombras, en una silla, frente a una mesa, un hombre muy distinto al francés contempla el vacío.
Inglaterra no planea cerrar la ventana, le da igual el enfermarse si fuera por él bien podría morir congelado y no le importaría que eso pasara. Este es uno de esos tantos días de mierda, donde se siente cansado de todo y aun así no puede pegar el ojo, intenta concentrarse en el libro que tiene enfrente pero todo intento es inútil, frustrado termina por lanzarlo a una pila, tras su puerta Canadá, quien ya dejó sus dulces días de infancia atrás duda nervioso de tocar la puerta, tiene en sus manos una charola con comida y té, la comida siempre era recibida pero se siente inseguro ahora mismo de interrumpirle.
…
— ¿Qué hace un muchachito como tú solo a estas horas? —interrumpe luego de un rato Francis a Alfred, que lo único que ha hecho es sentarse en el patio a ver las estrellas con un aire triste.
— ¡Ah!… eres tú -dice sorprendido América en un tono que a Francia le recuerda un poco a Inglaterra.
—Oui, soy yo pero no has contestado mi pregunta —insiste queriendo ayudarle, porque la actitud distraída y distante delatan al estadounidense, aunque el jovencito piensa que nadie puede ayudarle de hecho Francis de todas las personas es quien podría entenderle realmente porque si hay alguien que sabe algo sobre extrañar ingleses histéricos es él.
—No pasa nada… solo quería ver el cielo —miente torpemente, puede que sean estos gestos los que hacen que Francia recuerde a Inglaterra, porque Alfred es extrovertido, intenso, hiperactivo y muy agradable, tiene su propia identidad sin duda pero tiene también estos rasgos heredados del mayor, porque es imposible que alguien te cuide, te proteja y te crié tantos años sin dejar su huella en ti. Es este deseo de estar solo, de ocultarse y negarse a decir en voz alta las cosas difíciles lo que ha tomado inconsciente América del que fue su tutor… su padre.
—Entonces no creo que te importe si te acompaño —anuncia Francia tomando asiento al lado del chico. Alfred solo le ve en silencio y decide fijar su vista en el cielo, pone una expresión muy triste que no pasa inadvertida para Fran. Y es que en su memoria se repite la voz de Inglaterra en aquella noche hace años diciéndole con esa dulzura extraordinaria que poseía a veces:
"—Quiero que recuerdes este cielo América… porque nuestras tierras son tan distintas, estamos separados la mayoría del tiempo por el gran e imponente océano pero deja decirte un secreto, estas estrellas, este cielo es el mismo en todos lados. Compartimos un cielo. "
Francia le deja sollozar en silencio un poco hasta que decide afrontarlo de nuevo, esta vez siendo directo:
—Le extrañas, ¿cierto?
Alfred se paraliza un poco, sintiéndose repentinamente avergonzado de responder con sinceridad, sin entender porque su deseo de libertad le había separado de su familia, sin entender porque estaba solo de repente. Termina balbuceando un poco:
—N-no comprendo… ¿p-por qué pasa esto? —completa mientras derrama unas cuantas lágrimas porque aun cuando ya no es un niño, su corazón es muy joven aun y estas son sus primeras heridas.
—Pasa porque es natural… todos los pájaros dejan el nido solo que hacerlo nunca es fácil.
— ¿Acaso todas las aves desprecian a los que abandonan el nido? —suelta dolido, muy sincero de repente. Francia siendo firme le responde:
—No. Ese es solo él
América le escucha y como siempre oírlo en voz alta de la boca de alguien más lo hace real, y aún más agobiante. Alfred quiere decir tantas cosas ahora que termina en silencio de nuevo, no quiere resignarse a la verdad, quiere volver el tiempo atrás y hacer eterno el verano donde con Canadá comieron mermeladas.
Quiere regresar a esa vida donde está con su eterno compañero de juego y toda esa maravilla se pierde, resonando en su lugar los gritos histéricos de Inglaterra llamándole traidor y Alfred quiere gritarle, reclamarle por todo lo que pasaba, ¿Por qué Arthur dejaba que se abriera esta brecha entre ambos?, ¡¿Por qué le trataba como a un criminal?!
La risa nerviosa y lamentable del estadounidense resuena luego de un rato: — ¿Es que acaso todo fueron mentiras? —Suelta frustrado pensando en Inglaterra diciéndole que le quería, que le protegería, que estaría a su lado incondicionalmente porque era lo más cercano a un hijo que podía tener— ¡¿Es que nunca le he importado?!
Tan pronto dice esto Francis también alza la voz un poco:
— ¡No digas eso!, América escúchame tú realmente le importas, él ha demostrado mucho interés en ti y se ha esmerado como nunca para cuidarte, no creas ni por un segundo que no te quiere.
— ¿Y entonces por qué nos hace esto? —pregunta el muchacho. Al decir nos hace, no solo piensa en sí mismo, recuerda a Canadá, en los días soleados donde jugaron, en sus bromas en conjuntas, en ambos correteando dándole vida a la gran y solitaria mansión, sintiendo que le necesitaba como nunca ahora mismo.
—…Es complicado… muchas cosas lo han sido para él, especialmente los cambios tan grandes lo ponen inestable. No lo estoy justificando, es injusto que te trate mal solo porque quieres tener tu propio camino pero no debes olvidar que esto no es sencillo para él.
La calma se instala en un momento. Esta continua mientras las estrellas se dejan admirar, parecen iluminar encenderse cada vez más, dejando la oscuridad atrás. Alfred pregunta inocente;
— ¿Crees que algún día volvamos a estar bien?
Francis con un optimismo inadecuado quiere consolarle:
—Nunca estaremos bien, esa es la vida de una nación pero yo creo que algún día lo entenderá… o al menos se dará por vencido con los reclamos, ya que es un hombre muy terco y ese día podrás regresar a casa —le dice, haciendo especial énfasis a esa frase— La esperanza no mata a nadie pero debes ser consciente de que pasarán años… siglos incluso para que la paz vuelva… Aun así no veo malo soñar con ello, los sueños se vuelven realidad todo el tiempo.
América rompe a llorar, le abraza y solloza, porque aun cuando ya mide más de 1.70, viste uniforme de soldado y dispara rifles, en el fondo aún es el niño pequeño que alguna vez encontraron Inglaterra y Francia. El francés le abraza y le consuela, porque él puede ver a ese niñito, que se siente triste porque de pronto su padre le dijo que no le quería nunca más. Así que bajo las estrellas, le mece en el abrazo, como lo hacía cuando era pequeño.
…
Al final el canadiense toca la puerta, Arthur no le escucha distraído con sus propios pensamientos, es cuando los golpes se hacen más insistentes que reacciona y concede el permiso para que pase el menor que Canadá algo cohibido abre la puerta:
—Con permiso —anuncia antes de acercarse a la mesita y colocar la bandeja con la cena. Quiere irse rápido, Inglaterra le agradece y le ve por un instante con esa mirada tan particular con la que siempre ha observado el rostro de Matthew: el muchacho sabe más o menos lo que debe pensar el inglés y quisiera por un instante otro rostro, otro cuerpo porque es consciente de su ligero parecido con Francia y América, dos de las personas más importantes para Inglaterra y las dos personas que más daño le habían hecho.
— ¿Necesitas algo más? —pregunta educadamente Canadá, siguiendo su guión bien estudiado.
Sus conclusiones no eran erradas, esa mirada esmeralda se siente extraña, pero no era tanto por su apariencia, sino por la abrumadora actitud tímida que tenía, una tan parecida a la que adoptaba Francia en sus momentos más vulnerables, eran esos gestos los que le recordaban constantemente a Inglaterra al hombre que más amaba y odiaba, y él no sabía nunca cómo reaccionar ante ello.
—No… estoy bien así —tan pronto esas palabras falsas salieron de los labios de Arthur y antes de que Matthew pudiera cruzar el umbral, el aire frío traicionó a Inglaterra; haciéndole toser violentamente, Canadá pronto estaba a su lado dándole palmaditas y mostrando en sus ojos violetas la preocupación que le invadía…
Los ojos que tenía Canadá eran probablemente una de las cosas que más le gustaban a Inglaterra, porque aun cuando su mente se dedicara a atormentarlo recordando a quienes le abandonaron; esos ojos le recordaban que aún existía alguien a su lado… por mucho que lo olvidara. Mientras Matthew cerraba la ventana y le reñía un poco Arthur tiene una idea algo tonta, interrumpe las palabras de angustia del más joven:
— I'm sorry —le suelta sin saber si lo dice por mostrarse débil y frágil y preocuparle o por haberle obligado a escoger entre su hermano y él, de pronto siente que ese pequeño "Lo siento" podría significar tanto, una disculpa por separarle de Francia, por ignorarle tantas veces, una disculpa por todo. Esta idea perturba a Inglaterra y esa penumbra deprimente que suele acosarlo le envuelve con rapidez.
Y como siempre Canadá, actúa como una pequeña estrella iluminando la oscuridad, aun cuando el no sabe lo que ocurre en su cabeza dice las palabras adecuadas:
—No se preocupe… no necesita disculparse, solo procura no descuidarte demasiado.
Escuchando eso Arthur sabe lo peligroso que es estar solo esta noche así que algo torpe le pregunta:
— ¿Tú ya cenaste? —el cuestionamiento extraña a Canadá quien quería salir del cuarto para no darle problemas ni recuerdos amargos.
—Ah non. Yo lo iba a hacer cuando bajara.
Arthur tiene problemas para decir las palabras pero lo hace:
— ¿Quieres que cenemos juntos? —esta no es una extraña invitación. De hecho antes solían hacerlo todo el tiempo… al menos hasta que los problemas con América comenzaron, entonces toda su vida, tal como la conocían se vio terriblemente afectada.
Por eso es que Matthew está sorprendido con la invitación, no sabe bien qué decir, acepta torpemente, se siente nervioso y algo ansioso así que se excusa en ir por su plato, huyendo porque necesitan estar solo un momento. Tan pronto sale y sus pasos resuenan, Inglaterra ve con pánico aquel pasillo vacío, la visión tan simple de Canadá alejándose le causa escalofríos, porque su temor a la soledad aquel que creyó haber perdido regresa a susurrarle al oído mentiras crueles.
Matthew que ya se ha servido su propia porción quiere sonreír porque disfruta pasar tiempo con Inglaterra, aun cuando sus momentos íntimos de ambos eran escasos, lo que le traía a su cabeza la imagen de América y cada que le extrañaba se contraponía la imagen de Inglaterra, que tan solo a unos cuantos pasos estaba destrozado; intentando estar de pie, fingiendo ser fuerte cuando su salud se deterioraba y su corazón estaba herido. Aquello impedía que Canadá se perdiera en el anhelo de volver a tener a su pequeña familia y era la misma razón por la que no se permite sonreír ni disfrutar días como hoy donde su tutor le veía, le notaba y deseaba su compañía.
Una cena improvisada en la habitación de Inglaterra, está al inicio se inundó de silencio, uno tenso, eran dos hombres encerrados en sus pensamientos, con Canadá lamentándose por su apariencia pero sobretodo lamentándose por no poder ser el hijo que alegraba la vida de Inglaterra, era muy consciente de que ese era América, si por ello su distanciamiento había afectado tanto al mayor.
Inglaterra fue abofeteado con el innegable hecho de que ha fallado tanto siendo un padre. Sus errores alejaron a Alfred, le estaba perdiendo sin poder hacer nada para impedirlo, nada verdaderamente útil, solo una guerra que rompía su relación cada vez más y ahora veía también con claridad lo mucho que había descuidado a Canadá, se sintió horrible, muy en el fondo se arrepintió por quitárselo a Francia, no porque no le quisiera, sino porque ahora mismo creía que era cuestión de tiempo para que el canadiense también quisiera su independencia y él le destrozaría con motivos de sobra.
Entre ese tumulto, ambos intentaron alejar las nubes grises, queriendo concentrarse en el presente, para alejar al pasado quebrado y el futuro incierto. Las palabras fluyeron poco a poco, naciendo una charla amena, una cena agobiante de pronto cobró calidez. Cuando los platos se vaciaron siguieron charlando, en un momento Inglaterra propuso jugar algo y sacó de un cajón, un tablero de ajedrez.
Lo que de pronto hizo que los días lejanos acosaran a Canadá una vez más solo que esta vez no fue un recuerdo de su familia rota sino el día en el que hace muchos años Inglaterra le enseñó a jugar ajedrez. Matthew sonrió con calidez al revivir ese instante, lo que le hizo disfrutar especialmente esa noche, su buen ánimo se le contagió a Arthur hasta que de pronto estaban teniendo un momento donde pudieron olvidar sus preocupaciones, riendo, gozando de esta noche hasta que algo rompió la ilusión.
La evidente mala salud del mayor, quien de nuevo tuvo un ataque de tos terrible, el filtro de felicidad se esfumó dejando a la vista las heridas sangrantes mal vendadas de Inglaterra, sus ojeras prominentes, la tristeza que en verdad sentía. Todo ello relució a la luz de la vela. Arthur se sintió pésimo al ver que su estado destruyo el buen ambiente. Insistió hasta la necedad que estaba bien, queriendo, deseando que Canadá dejará de preocuparse y en un arranque inusual este adolescente alzó su voz:
— ¡No estás bien!, ¡deja de mentirme en la cara!, ¡no soy ningún idiota! —Matthew casi nunca perdía los estribos pero el ser arrastrado tan abruptamente a la realidad le había golpeado, sintiéndose estúpido por permitirse olvidarse de la cruel realidad. Arthur tenía los ojos muy abiertos, bastante impresionado, Matthew fue incapaz de mantenerle la mirada, avergonzado por haber gritado.
—Yo… S-sorry. No era mi inten-
—No te disculpes, no pasa nada -le interrumpió Inglaterra, usando las mismas palabras que hace rato le dedicó el canadiense. El joven bajó la mirada, deseaba ser tragado por la tierra sin embargo, al percatarse que no tendría muchas oportunidades como esta de tener una charla frente a frente con Arthur se decidió y volvió a hablar pero esta vez no lo hizo para pedir disculpas:
—Yo sé que no soy tan divertido ni tan valiente como América, sé que no he hecho nada para enorgullecerte como él lo ha hecho y que soy más como un estorbo pero puedo intentar hacer algo para ayudarte, sé que no puedo hacer mucho pero ¡déjame intentarlo! —dijo con una voz firme, que algunas veces tembló pero era innegable que la determinación estaba presente en ella.
Inglaterra vio con horror y lástima al chico hablando de esa forma sobre sí mismo, se sintió culpable porque sabía que por sus errores alguien tan gentil, trabajador e inteligente como Canadá era incapaz de ver sus virtudes. Se sintió como un imbécil por haber permitido eso y por estar llorando sin cesar por un niño que ya le había abandonado, cuando tenía frente a sus ojos a un hijo devoto.
—Diciendo todas esas cosas… solo para animarme… ¿Cómo puedes tener una buena imagen sobre mí cuando actuó tan patético y una imagen tan mala de ti cuando llevas lidiando con tantos desastres solo? —expresó agobiado Inglaterra, entonces en un arranque de sinceridad dijo las palabras que rara vez le decía, porque pensó que era lo adecuado, las dijo para redimir todas sus equivocaciones.
—Sé que no digo esto tanto como debería pero créeme que es más que suficiente el que te preocupes por mí… Me alegra que estés aquí Canadá, lo digo en serio.
Arthur carraspea un poco y puede que tenga el deseo latente de salir huyendo, rasgo que indudablemente les heredó a sus dos niños. De hecho va a tener fiebre en unas horas o algo porque le pone inestable ser tan sincero y amable.
Matthew no puede creer lo que ha oído. Pellizcándose discretamente el brazo, comprobando que esto está sucediendo y no es ninguna clase de sueño. Puede que sus genes franceses le obliguen a darle un abrazo algo torpe a Inglaterra que no se esperaba aquello y le corresponde algo mecánico. Canadá era tan independiente; tan autosuficiente que en realidad Arthur solía sentirse inútil a su lado, así que lo único que le quedaba ahora era intentar reparar los daños, porque no podía permitirse perder otra luz en su vida, sin estrellas que guíen el camino, ¿Qué sería de él?, no quería ni imaginárselo y se juró a sí mismo que intentaría hacerle las cosas más fáciles al canadiense.
