Antes de Uncharted 3
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Nathan entró a la casa con mucho mejor humor ese día. La noche había caido sobre San Francisco con su manto silencioso y la calle estaba inusualmente calmada.
-¿Elena? -preguntó al abrir la puerta deseando comunicarle las buenas noticias.
-En el salón -escuchó su voz apagada.
Dejó su chaqueta en el perchero de la entrada y sus llaves en el cuenco del aparador. No era la casa de sus sueños, era bastante vieja y el suelo crujía a cada paso pero allí estaban todos sus recuerdos. Tenía un ático lleno a reventar de cosillas que habían ido trayendo de sus viajes y docenas de fotografías de los paraisos que habian visitado.
Llegó al salón y al asomarse encontró a su mujer sentada de lado en el sofá con una revista en las manos.
-No te vas a creer lo que me ha pasado hoy -soltó con una sonrisa. Se sentó a su lado sin entender muy bien porque tenía una manta esparcida sobre el regazo, no es que hiciera frío precisamente. Su mente pasó de ese insignificante asunto a su noticia- Jameson me ha contratado para todo el año. Con subida de sueldo incluida. No más trabajitos esporádicos.
El hombre abrió los brazos e hizo sonar una gran palmada.
-¡Eso es estupendo Nate! -exclamó la rubia sonriendo sinceramente- Ya era hora de que se diera cuenta de que eres el mejor de su equipo.
-Vamos, levanta que nos vamos a celebrarlo al restaurante del puerto -el hombre se puso en pie de golpe.
-Yo... hoy no me encuentro muy bien -se excusó con una sonrisa de circunstancia- creo que tengo un virus o algo.
En cuanto habló su animo se disipó. Le tomó la temperatura de la frente con la mano pero parecía estar más fría que otra cosa.
-Voy a prepararte ahora mismo un caldo de pollo -resumió el moreno encaminandose a la cocina.
Nathan no vió como en el momento en que se giraba su mujer hizo un gesto de dolor y volvió a recostarse.
Cenaron en la mesa de la cocina como siempre, solo que esta vez Elena parecía mucho más apagada de lo normal.
-Termina de cenar y a la cama -susurró su marido preocupado- tienes una cara horrible.
-Pues anda que tu -bromeó ella. Sabía que tenía razón, llevaba unas ojeras oscuras bajo los ojos y los tenía enrojecidos.
La ayudó a subir a su cuarto aunque no lo necesitaba, la arropó y le dejó un vaso de agua sobre la mesilla, después volvió a recoger los platos y a fregar. Una cerveza muy fresquita sería su premio por el trabajo. Otro día invitaría Elena a celebrarlo en condiciones.
Tres días después la mujer parecía haberse recuperado del todo, aunque conservaba un poco la cara mustia. Habían pasado su cita a ese día, así que se afeitó para la ocasión y decidió ponerse perfume. Sully le había regalado una colonia bastante cara en navidad y la había guardado en uno de los abarrotados estantes del baño. Empezó a mover cajas y paquetes hasta dar con la suya. Sin darse cuenta al sacar el perfume hubo varios envoltorios que cayeron al suelo, así que se agachó a recogerlos.
Había una caja verde que había caido boca abajo y la tapa estaba al lado de la bañera. Elena no solía ver muy bien lo de rebuscar en sus cosas, confiaba en que si tenían algo que esconder no sería demasado bueno. Aún así el hombre cogió la caja y dentro reconoció de inmediato el cacharro blanco.
Un test de embarazo usado.
Con la mayor rapidez que tuvo le dió la vuelta para observar el resultado. Dos lineas, una más visible que la otra. ¿Que significaba eso? ¿Positivo? ¿Porque guardaría Elena un test de embarazo si no era positivo?
El mundo entero empezó a temblar. Habían tomado precauciones siempre. Bueno, no siempre.
Nathan se llevó una mano a la frente sudorosa y le costó tragar saliva. Un millar de posibilidades empezaron a desfilar por su cabeza: niña, niño, ser un buen padre, estar preparado, la casa era pequeña. Felicidad.
Al final la sensación que se le quedó fue la de estar contento. Siempre había imaginado que de no tener padre el sería uno bueno, uno de los que veían los recitales de sus hijos y hablan con los maestros.
Se terminó de vestir sin dejar de mirar el test, como si fuera a desaparecer en cualquier momento. Agarró la caja y salió al pasillo. Su corazón latía pesado en el pecho mientras que entraba a la habitación. Elena estaba sentada en la cama. Llevaba un bonito vestido blanco y se había recogido el pelo.
-¿Estas listo...? -la sonrisa en su cara desapareció en cuanto vió la caja abierta.
-Yo... la he tirado sin querer -balbuceó al ver su expresión. La mujer se levantó con cierto rastro de horror en la mirada, se aproximó a la caja y miró un segundo el plastico blanco antes de dejarlo solemnemente encima de la cómoda- ¿Que esta pasando Elena? ¿Estas embarazada?
Abrió la boca para contestarle deprisa, pero la cerró. Miró la habitación como si estuviera buscando una salida invisible. Nathan parecía tan ilusionado.
Elena se llevó una mano a la boca.
-Lo estaba -dijo entre los dedos.
El silencio se volvió pesado, casi acuático. Ninguno parecía recordar que debían respirar.
-No lo entiendo...
La mujer soltó un sonoro suspiro, endureció la mirada y se tensó.
-Me hice esa prueba la semana pasada -su voz era pequeña, frágil.
-Pero entonces, ¿estas...?
-Hace tres días empecé a sangrar por la mañana -le cortó a la defensiva- el doctor me dijo que era espontáneo. Que esas cosas pasan.
Ahora los dos se habían convertido en estatuas. Se quedaron mirándose largo rato hasta que Nathan pareció recobrarse. Entonces empezó a caminar por la habitación como si estuviera enjaulado. Se detenia para levantar un dedo, la miraba y luego seguía.
-Nate... -susurró ella rompiendo el embrujo.
-¿Cuando pensabas decirmelo? -explotó rompiendose.
-Yo...
-¿Pensabas siquiera en decirmelo? -la mirada asustada y dolida que le propinó Elena fue como un bofetón. Se llevó una mano a los ojos para masajearse el puente, parecía que se iba a echar a llorar allí mismo -joder Elena.
-Yo no... no... -le dolía el pecho y le seguía molestando bastante el estómago, en ese momento se sentía tan abrumada que no podía ni pensar.
-Siempre con el discurso de la verdad por delante y ahora esto.
-¿En serio? -no podía creerse que fuera tan poco comprensivo.
Se quedaron mirándose de nuevo como si fueran dos extraños y el suelo crujió bajo ellos. Nathan odió de pronto la casa, su vida, su trabajo, sus zapatos y ese maldito vestido blanco.
Negó con la cabeza antes de bajar la escalera y salir por la puerta principal.
Elena se dejó caer sobre la cama de nuevo y se llevó las manos a la cara para tratar de ocultar sus lágrimas. Nunca había llorado demasiado por las cosas, solía centrar su mente en el siguiente objetivo así que no había tiempo para lamentarse.
En ese momento solo pudo pensar en el presente, en lo que había perdido y en lo que iba a perder. Le dolía especialmente que en ese instante Nathan no había pensado en ella ni un segundo. ¿Como creía el que se sentía? ¿Contenta? Le habían ofrecido un destino nuevo para cubrir ciertas noticias en Yemen y jamás había pensado en aceptarlo.
Con la lentitud de un autómata se dirigió a su cuarto y poco a poco preparó su maleta. Sabía que el se arrepentiría, sabía que Nathan era pasión y torbellino, pero sabía que ella no estaba preparada para perdonarlo tan deprisa esa vez.
No podía seguir en esa casa, odiaba cada rincón, cada cuadro.
Se detuvo frente a la puerta de la entrada preparada para irse y de pronto le asaltó la idea de dejarle una nota. Levantó la mano izquierda para mirar su anillo. Jamás se lo había quitado y de pronto le pesaba en la mano. Sopesó las consecuencias de dejarlo allí. Era un frío aro de metal grisaceo que albergaba tantos momentos buenos.
Mordiéndose el labio inferior con fuerza cerró el puño y se marchó.
Cuando Nate volvió horas después se encontró con la casa vacía, sin su maleta y sin su ropa. Entró al baño para confirmar que su cepillo de dientes también había desaparecido. Se quedó sentado en la taza del vater un buen rato mirando un punto vacío de la pared. Maldiciendose por ser un completo imbecil.
