Al día siguiente amanecí sorprendentemente descansada. Kristoff ya no estaba en la habitación y había un desayuno listo sobre la mesa. Me levanté, me rasqué con algo de desesperación el cuerpo, que me picaba como nunca, y me asomé curiosa por la puerta para saber si ya se habían ido a trabajar.

Al abrir sentí el terrible frío de la mañana y la increíble calidez de aquel hombre que jugaba con su amigo el reno mientras…"¡Puaj!", compartían zanahorias otra vez.

—¡Anna! Buenos días. ¿Has descansado bien?

Sven vino amoroso a recibirme y me di cuenta de que jamás en mi memoria había sido recibida con aquel entusiasmo.

—Buenos días —contesté respondiendo con carantoñas a Sven—. He dormido muy bien, gracias. ¿El desayuno de la mesa es para mí?
—¿Ya lo has visto? Sí, es el tuyo.

"Como si tuviese mucho sitio para esconderse…"

—Y, ¿tú?
—Yo ya he desayunado.
—Ya…

"Un equilibrado desayuno a base de zanahoria y baba de reno."

—Nosotros nos vamos ya a trabajar. Hoy llegaremos bastante más pronto, así que igual podemos salir a enseñarte la zona para que sepas por dónde puedes pasar y por dónde es peligroso. Mientras tanto, siéntete como en tu casa, ¿vale?

—No, gracias.

Kristoff me miró con evidente incomodidad y reparé en lo que había parecido que quería decir.

—¡No!¡Quiero decir que genial lo de salir y eso! Lo que no quiero es sentirme como en el castillo, ya… sabes…

La libertad y calidez que sentía en un pequeño y gélido cuarto de madera, no era comparable a la sensación de frío y soledad con la que había crecido.

Me devolvió una sonrisa algo lastimera y asintió antes de subirse al trineo.

—Entonces, siéntete como en la casa en la que desees vivir.

Y, dejando atrás el vaho de esas palabras, pusieron rumbo a los lagos helados dejando mi corazón sutilmente agitado.

Aquel día fue algo diferente del anterior. El sentimiento de libertad y ternura se vio turbado por el terrible picor que invadía mi cuerpo. Daba igual cuánto me rascase, aquello no parecía tener intención de dejarme vivir. Me inspeccioné buscando signos de picotazos de algún bicho malvado o de intoxicación, pero no logré encontrar nada. Me picaba la cabeza, la cara, el cuello, las piernas, las manos, la espalda, ¡todo! ¡Absolutamente todo el cuerpo!

Cuando Kristoff y Sven llegaron de vuelta, yo ya tenía los nervios de punta.

—Ya hemos vuelto.
—¡¿Qué es esto?! —grité desesperada enseñándole los brazos completamente rojos de tanto rascarme.

Claramente, aquel no era el recibimiento que Kristoff esperaba, pero tampoco pareció especialmente sorprendido. Sin mediar palabra entró, cerró tras de sí y abrió un pequeño mueblecito que había al lado de la cama. De allí sacó un frasco de cristal que me tendió de inmediato.

—Date esto. El clima frío y seco de la montaña te está resecando la piel, por eso te pica. Yo me lo doy casi todos los días y, aún así, a veces pica.
—¿Es sólo eso? —Eso creo.
—¡Gracias!

Le arrebaté el frasco de las manos con desesperación y empecé a untarme los brazos a toda prisa. Rápidamente pude sentir cómo aquel aceite hacía efecto bálsamo en mi piel y pude respirar por fin.

—Dios, qué alivio… —Date todo lo que necesites, tengo más. Yo voy a aprovechar para ir a por agua mientras tanto para darte… privacidad.

"Y, ¿ahora por qué se sonroja? Le da lo mismo meterse en la misma cama que yo y luego le saltan los colores porque me voy a dar un poco de aceite."

Kristoff salió de la caseta y yo me unté con aquel pringue que olía un poco extraño. Cubrí cada rincón de mi cuerpo de arriba abajo, de un lado al otro y de alante a…oh, no…

—¡No me llego a la espalda!

Ésa fue la nueva frase de recibimiento.

—Ah, ya… ahí nunca deja de picar del todo.
—¿Estás de broma? ¡Me niego! ¡Úntame!
—¡¿Qué?! ¡No!
—¡No es una pregunta!
—No lo voy a hacer.
—¡Te lo ordena tu princesa!
—¿Tú no habías renunciado al cargo? —dijo con una sonrisa mordaz.
—No oficialmente. Y ahora, hazlo, te lo ruego…

Por lo visto los ruegos son más efectivos que las órdenes y, aunque algo dubitativo, Kristoff accedió por fin a darme el bendito aceite.

Descubrí mi espalda y me senté en el suelo cara al fuego. Kristoff se sentó detrás mío en un pequeño taburete de madera y calentó sus manos frotándolas enérgicamente una contra la otra. Después, tomó un poco de aceite que repartió en ellas y posó sus dos enormes manos en la base de mi cuello.

El tremendo escalofrío que sentí no hizo que me pasase desapercibido el sutil temblor de manos que había en él.

Paseó con cuidado y paciencia sus cálidas y ásperas manos por toda mi espalda hasta que mi piel hubo absorbido todo el aceite haciendo así que sintiese, no en mi piel, más calor del que creí poder llegar a sentir. Después se levantó sin mediar palabra y se giró hacia la puerta para dejarme vestir de nuevo.

Me recoloqué la ropa y caminé hacia él.

—Gracias.
—No ha sido nada. ¿Nos vamos, entonces?
—En cuanto te dé el aceite yo a ti.
—¿Qué?

Sus ojos estaban tan abiertos que creí que se le caerían.

—Gracias a ti me siento realmente aliviada. No me imagino lo que es vivir de normal con ese picor en la espalda. Deja que te ayude yo a ti.
—No es necesario.
—No hace falta que lo sea. Deja que me sienta aunque sea mínimamente útil, por favor.

Agachó la mirada y yo disfruté de ver lo blando que era cuando se trataba de mis emociones. Era tan compasivo que sentía que podía hacer con él lo que quisiese. Qué peligroso sentimiento.

—Está bien, pero dejarás de usar esa excusa para conseguir lo que quieres…

"No podía ser tan fácil."

—Hecho.

Kristoff se quitó una capa de ropa tras otra hasta dejar su torso desnudo al aire.

"¡Madre del amor hermoso! ¡¿Quién ha esculpido semejante cuerpazo?!"

Agradecí que se hubiese ido directamente a sentar en el taburete frente al fuego sin reparar en la cara de idiota que se me había quedado y me puse de pie tras él dudando si realmente estaba bien que tuviese el privilegio de pasear mis manos por aquella piel. Entonces, me armé de valor, me eché un poco de aceite en las manos y las puse sobre su sorprendentemente caliente espalda.

—¡Fría! —exclamó levantándose de un bote—. ¡Tienes las manos heladas!

Con la emoción había olvidado completamente calentarlas.

—¿Ups?

Me miró frunciendo el ceño y no pude evitar reír; quizás de los nervios.

—Lo siento, lo siento. Ya me las caliento.

Acerqué las manos al fuego y se sentó de nuevo más calmado. En aquel instante, nuestras caras estaban a la misma altura y a escasamente dos palmos de distancia la una de la otra. Compartimos una mirada fugaz durante la que pude apreciar la vibrante luz de la llama que se reflejaba en sus ojos y sentí una terrible tensión que tuve que romper antes de cometer alguna locura. Giré mi cara hacia el fuego y suspiré mientras mis manos, muy, muy, muy despacio, iban entrando en calor.

Cuando por fin se templaron, le embadurné de aceite intentando no pensar demasiado en lo que estaba haciendo. Sin pensar en cómo mis manos recorrían con detalle cada uno de sus músculos o en cómo la piel de su espalda era mucho más suave que la de sus manos; sin pensar en qué pasaría si dejaba a mis traviesas manos traspasar los límites de su espalda y pasearse por todo su cuerpo. "¡Anna! ¡Compórtate!"

Cuando terminé, me retiré rápidamente de ahí y me puse la capa y el gorro.

—¿Vamos? —dije apremiante necesitando cambiar el ambiente y, a la vez, entusiasmada por poder por fin algo de mundo con calma.
—Vamos —contestó con una sonrisa mientras cubría de nuevo su cuerpo con un montón de capas calentitas.

Durante aquel agradable y divertido paseo, disfruté inmensamente de aquellas vistas, del canto de los pájaros, de cada una de las nubes del cielo, del aire fresco y del olor de los árboles. Aquello era, sin duda, casi lo más bonito que había presenciado en toda mi vida; lo más bonito sólo después del reflejo de aquella llama.